UNA RESPUESTA CONVINCENTE [Mi poema] Felipe Molina Verdejo [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Pues sepan que yo he muerto muchas veces, Que tuve que morir cuando la ETA Y muero a cada hora, cada día Pues veo sus caritas de inocentes, ¿En dónde se han guardado la conciencia, |
ETA, organización terrorista vasca, cometió su primera acción violenta en julio de 1961, su primer asesinato el 7 de junio de 1968 y el último el 16 de marzo de 2010. Sus integrantes, llamados «etarras», utilizaron el asesinato, el secuestro y la extorsión económica. La mayoría de sus víctimas fueron policías y militares, aunque el 41 % de sus víctimas mortales fueron civiles, como jueces, políticos del PSOE y del PP, periodistas, empresarios y catedráticos, además de personas cuya muerte en atentados y explosiones ETA ha considerado como un daño colateral, incluidas mujeres y niños. A lo largo de su historia y bajo sus distintas denominaciones, se estima que la organización causó la muerte de 864 personas.
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Felipe Molina Verdejo
Soneto
¡Cuando miro tu tronco torvo y fiero,
tu tronco casi humano, padre olivo,
un dios pagano rudo y primitivo
te descubro, un viejo dios ibero.
Y preso de tu fuero y desafuero,
cultrario de tu culto y tu cultivo,
muere en tus ramas-brazos, sin motivo,
el cuerpo aceitunado del bracero.
Y su sangre y tu savia se confunden
en la tierra irredenta en que se hunden,
como manos crispadas, tus raíces.
Y tu torcida y bronca arquitectura
se me aparece cepo y atadura
de estos pueblos varados e infelices.
Olivo-pueblo
Olivo, padre olivo
de la estirpe pagana de los dioses,
varón atormentado
que hundes tus raíces
como manos crispadas
en la tierra que enfeudas y arruinas.
¿Sabes que eres hermano
de los viejos labriegos silenciosos,
como tú, silenciosos?
Jornaleros con ojos de aceituna
y la tez verdinegra.
Los sufridos hermanos de los soles ardientes,
de las albas heladas
en los eneros paridores de tus frutos.
¿Sabes tú que eres pueblo,
que tu unidad se pierde en muchedumbre
de olivar infinito?
Infinito olivar que multiplica
tu imagen y la extiende
como el pueblo fecundo
repite al hombre,
lo funde, lo confunde.
Tú eres pueblo y vives de rodillas
en un Getsemaní de plata sucia,
con un destino negro
de ser un redentor apaleado.
Una vez y otra vez como a los hombres
de este inmenso olivar llamado pueblo,
te arrancan a varazos,
a dentelladas de manos como bocas
tu fruto amargo,
el fruto de tus cópulas secretas
con la luna tendida entre los montes,
cuando pasa el silencio entre tus filas,
y los braceros yacen con sus hembras
en los cortijos negros,
para darle a la tierra otra cosecha
de braceros callados.
Los valles, los alcores
se han llenado de vuestra descendencia,
olivos jornaleros de una gleba infinita,
horda gris y mesnada
de viejos los caciques
que con vosotros cercan y sitian
– ¡con vosotros, pacíficos olivos! –
la cripta ciudadana,
donde vuelan los bronces codiciosos
del dorado sudor de vuestros frutos,
ese sudor que sabe
a llanto y amargura de los siglos.
Vosotros sois testigos
de mucho amanecer esperanzado,
cuando agotan sus alas
en el último vuelo las lechuzas
siempre sedientas de vuestro espeso oro.
¡Olivos jornaleros de una gleba infinita!
Quizá un nuevo viento
sacuda vuestras ramas como brazos,
y os traiga la conciencia
de vuestro poderío de muchedumbre.
Letra para la Marcha Del Abuelo
Nazareno que caminas,
roto, con tu cruz:
son tus pasos como golpes en la puerta
de mi espíritu dormido que hoy despierta,
cuando mira a tus ojos solícitos
que buscan mi amor.
Encorvado bajo el peso
de mis culpas, Jesús mío,
con tu túnica morada
y la tez color de olivo,
hoy recorres nuestras calles
empedradas con olvidos.
Vas dejando en cada piedra
un temblor de amor divino.
A mi primera nieta
¿De dónde vienes tú, de dónde vienes,
imagen recobrada, espejo mío,
al eterno fluir del viejo río
en el que tú, pasando, te contienes?
¿A qué nueva aventura me previenes
con miradas de blando desafío,
si ya es otoño de que fuera estío,
con mucha tarde gris sobre mis sienes?
La gracia de tu llanto y de tu risa
son, niña mia, un clarín sonoro
que me grita: ¡deprisa, más deprisa;
que hay en mi amanecer sueño de oro!
Pero un sabor de mar me trae la brisa.
¡Río que acaba, me detengo y lloro!
Publicado en “Las piedras angulares”
A una Ciudad-dama, a la que no se puede dejar de querer
No eres sólo nostálgica pintura
de añosos huertos y de ajadas flores;
de escenarios perdidos y de actores
que ya acabaron su comedia oscura.
Algo queda de ti, algo perdura
más fuerte que la edad y sus rigores:
cautiverio saberte de amadores,
fieles en tu quebranto o tu ventura.
Afligirlos podrán las añoranzas
de encantos que perdiste al deshacerte
en sueños y en antojos de mudanzas.
Pero tan suyos son que no habrá muerte,
ni ruinas habrá ni malandanzas
que logren apartarlos de quererte.
Poesía publicada en Épico Jaén, lírico Jaén (rapsodia en morado) en 1995
Catedral luminosa, la catedral de Jaén
Piedras blancas, sagradas,
materia apenas; luz, luz aprehendida,
que se elevan, aladas,
toda gravitación ya suspendida.
Arrebatado miro
la pasión y la audacia de su vuelo:
aquí recta, allí giro,
y lisuras de planos nivelados,
y cuidadoso celo
en mostrar a los ojos encelados
primores de cinceles
en medallas, en frisos recamados,
en fustes, en corintios capiteles.
Polígonos del aire, geometría
de la luz, concreciones
de espacio, de equilibrios, de armonía.
Domésticos balcones
atemperan los aúlicos pilares,
y en el cornisamiento y balaustrada
se asoman, familiares,
los báculos, las plumas y la espada.
Aquí se pone en singular relieve
la Asunción más hermosa y más segura
que el arte humano a concebir se atreve.
Doctoras en aquella asignatura
que dieron, renacida, las escuelas,
¿quién rinde la elegancia, la mesura
de esas torres gemelas?
Ponderadas, precisas,
asentadas premisas
de todo el teologal razonamiento,
las nació noble traza tan iguales
que alcanzaron igual encumbramiento,
ni distintas, ni opuestas, ni rivales.
El genio las quería
emblemas de los tiempos que llegaban,
en los que un mundo antiguo se perdía,
y desiguales torres se igualaban.
Así las levantó que compitieran
con la altivez vecina de los montes
y cotas nuevas fueran
para una mar ardida de horizontes.
Ellas enderezaron la derrota
de barcas que volvían,
próspero el viento o con la sirga rota,
pero que en sus bitácoras crecían
las ansias de avistar en lontananza
faros que ya encendiera la añoranza.
Y luego que mis ojos se recrean
la belleza de afuera contemplando,
porque espíritu y fe menos no sean,
a los adentros de ella los voy dando.
Y una alma claridad me los anega,
una luz extasiada
que no sabré decir de dónde llega,
en celestial criatura transformada.
En forma inaprensible, pero viva,
que todo lo trasciende,
y al más rebelde espíritu cautiva,
y a la más tibia devoción enciende.
Porción tiene que ser de la ardetía
que al monte de Judá transfiguraba.
Y retenerla el genio pretendía.
Y esta divina choza fabricaba.
Los ojos de ese fuego arcangelados,
a las subidas bóvedas me vuelan,
y las hallan Tabores tan labrados
que a dejar de mirarlas se rebelan.
Pero las voces graves
de los sonoros tubos los reclaman,
y a las cruzadas naves
por las altas columnas se derraman.
Y dan con facistoles, con atriles
dode duermen los neumas salmodiales.
Y leen en el nogal de los sitiales
historias que escribieron los buriles.
Y van a los panales de las rejas,
ojos apicultores de ameladas abejas,
y liban el prodigio de las flores
que en el hosco jardín de los metales
abrieron afamados forjadores.
Y se ciegan de platas y dorados,
y de pinceles áticos se ciegan.
Y al cabo, fatigados
de un mirar tan copioso, se sosiegan.
Los párpados cerrados
para nada perder de lo aprehendido,
le ceden a la voz su arrobamiento.
Y un eco estremecido,
más que de son, de alado pensamiento,
al aire luminoso le declara:
¡Dios está aquí! ¡Salomón: te ha vencido
la gente que este Templo levantara!
Poesía publicada en Épico Jaén, lírico Jaén (rapsodia en morado) en 1995
Evocación del primer encuentro
Llegué hasta ti con el alma colgada
de mis ojos abiertos al asombro;
una alma niña, un alma a la medida
de tu misma niñez en desacuerdo
con tus lejanos siglos de existencia.
Eras para mí joven y nueva,
como una amanecida
en el claro del bosque,
cuando nos huelen a brotes inmediatos
hojas que fueron ya de otros rocíos.
Eras la imagen, la lámina brillante
de ese libro de cuentos que llevamos
en el atril del corazón los niños.
Aquí estaban, clavadas en las rocas,
desmelenando atardeceres malvas,
las aristas mordidas de tus torres,
las murallas, abiertas como brazos,
de los que se escapaban mansamente
tus sueños reprimidos de llanuras.
Y tus calles, tus calles ascendiendo
penosamente su lecho de guijarros;
tus calles con los agrios
aromas de molinos,
con el lento pisar de las carretas
que ponían un sordo contrapunto
al cantar de los coros infantiles
y a la solemne voz de las campanas…