PLEGARIA DE UN SUBDITO [Mi poema]
Orlando Mondragón [Poeta sugerido]
Orlando Mondragón [Poeta sugerido]
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MI POEMA …de medio pelo |
Historias son de tiempos que se fueron, Recuerdos de un aldeano que suspira Buen rey, te salve Dios, que tengas un buen día, |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Orlando Mondragón
XXXIV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe
Podía sentir cómo llevaba
su cuerpo
a la orilla de la cama.
Sentirlo negociar su peso con los resortes,
la escuadra de su codo empujándolo hacia adelante
poco a poco,
con trabajos
escuchar el crujido de huesos del colchón.
Sentir su quietud,
agua de un vaso imperturbable,
y sus ojos sosteniendo la pared blanca
como un niño regañado.
Quiero creer que me esperaba entonces,
resignado,
a que lo pusiera de pie y lo llevara al sillón de siempre.
No decía palabra ni antes ni después.
Mi padre podía sentir que se moría.
Podía quedarse horas sentado,
escuchando los ruidos que hacía la casa,
los perros del vecino caminando en el techo.
Se quedaba absorto, vigilante,
rumiando el hueso de algún pensamiento lejano
con los ojos ausentes.
Guardián de la tarde, centinela del mundo,
mi padre se quedaba sentado por horas
como un poste de luz ante la muerte.
En el momento exacto
de su muerte
pude llamar a una ambulancia y me detuve,
pude salir corriendo y me quedé,
pude acariciar su frente y preferí su mano,
pude llorar y permanecí serio,
pude decirlo todo y callé.
En el momento exacto en que mi padre murió
no pensé en nada más que en su muerte
sucediendo frente a mí.
I
Llegar con el labio partido
puede significar que tus compañeros
te hagan su presa con los ojos.
Puede significar también que tu padre
ha descubierto lo que dicen de ti en la escuela
y te ha dado una paliza
para que aprendas a defenderte.
Pero ¿cómo se defiende uno de las palabras?
¿Dónde se aprende a darles la vuelta,
a desoírlas
para que no te despierten en la noche
ladrando los mismos insultos?
¿Dónde se esconde uno de ellas?
Si te descubren hasta en las paredes de los baños,
en las butacas del salón,
saben pegar tu nombre a un dibujo de penes,
a un dibujo de culos penetrados.
Si te persiguen
como un enjambre de abejas alborotadas,
correteándote por todo el camino
y se meten hasta tu cuarto
y se oyen por encima de la televisión,
por encima de la voz de mamá
preguntando cómo te fue en colegio,
y zumban,
zumban,
zumban.
Uno termina por creerles,
por voltear a ver cuando alguien grita: ¡joto!
en la calle.
Cuando ya es inútil disimular
ante la mirada incrédula de tu padre
porque lo ha visto todo.
II
Se quedaba callado, mi padre,
cuando alguien contaba un chiste de maricas.
Se rascaba el pelo, pasaba su mano por el bigote
y se acomodaba en su asiento.
No soportaba tenerme junto a él, observándolo,
increpándolo en silencio.
Rogándole con los ojos que me defendiera.
Entonces la impotencia se juntaba en el puño,
me hacía sudar las manos
y apretar todo el llanto en la garganta.
Era como si mi padre estuviera dándole la razón
a todos los chistes de maricas,
mirando cómo los otros muchachos imitaban
la forma en que mis manos se desatan,
adelgazando la voz cuando pasaba cerca,
dejándolos empujarme en el patio del colegio
hasta hacerme correr y esconderme;
cazándome a su lado
como una jauría de perros,
salivando,
olfateándome
hasta encontrarme en una esquina del baño de las niñas
y él sólo estuviera ahí mirando, incómodo,
cómo los niños me jalan del pelo,
me escupen su ponzoña y me tumban al piso.
Y yo no quiero darles el placer de que me vean llorar,
quiero frustrarlos, que se den por vencidos
y se vayan,
y que aprendan que el niño marica no llora.
Pero no puedo
y lloro.
Y ellos se ríen más fuerte.
Me cantan canciones.
Es como si mi padre estuviera ahí,
cómplice con su silencio,
esperando a que se hartaran de reírse.
III
Desearía regalarle a mi padre
un hijo que no esté roto.
Un hijo
sin defectos de fábrica,
con piezas de repuesto para sus enojos,
hábil con los balones o las distancias.
Un hijo que pueda presentarles
una muchacha hermosa en la cena,
sin esta cruz de soledades en la espalda.
Un hijo pared
en el que pueda apoyarse sin miedo.
Un hijo bonsái
que crezca bajo su sombra.
Un hijo gato que no pierda el camino a casa.
Un hijo con todos los ladrillos que planeaste, papá.
No este hijo de papel,
no este hijo de vidrio
que se corta con sus propios bordes.
DISONANCIAS
Era
un animal dentro de un cuerpo
y cambié de voz.
La primera traición
de lo físico. El comienzo
de mis cacofonías.
Con sonidos metálicos y agudos
dejó de pertenecerme.
Alguien abrió la jaula en mi garganta
y durante meses
escaparon las aves con alboroto.
¿Siempre fui esta voz
debajo de mi voz?
Matroska de sonido.
En busca de mi centro
la palabra se volvió robusta
y el cuerpo se fue desgajando
sin que yo lo pidiera.
Tenía voluntad
y no era mía.
Tenía los hilos
pero otra mano los jalaba.
Bastó un cambio de frecuencia,
descenso en las escalas,
ampliación de ondas,
para rendirme.
Nunca tuve el derecho
de reclamar su territorio.
Siempre fui un ocupante.
Me lo hizo saber
despojándome del grito.
Caprichoso dictador,
cruel monarca de la biología.
Tuve que aceptar
sobre mí su sentencia.
Cuando empezaba
a conocerme
se me quebraron
las vocales.
Me quedé a solas
con el cuerpo.
Con su desobediencia.
MANOS
Al final del brazo
una navaja suiza
preparada para abrirse.
Hierros encendidos,
imprimen su marca
en lo que tocan.
Frascos sellados al vacío,
en su tacto guardan
por unas horas
el calor de un cuerpo.
Mapas abiertos
donde ningún río se repite.
Tarántulas mancas.
Peines de emergencia.
Termómetros.
Antenas de insecto
para mirar en la oscuridad.
Salvavidas. Armas.
Consoladores.
Estrellas amorfas.
Neuronas cuyas dendritas
hacen sinapsis con el mundo.
Muchas veces extendí mis manos
al desconocido
y las retiré
a veces demasiado pronto
o muy tarde.
Me quedé con un cuenco
que no sé llenar.