MIS BAJOS INSTINTOS [Mi poema]
Pablo Piferrer [Poeta sugerido]

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MI POEMA…de medio pelo

 

He bajado a mis instintos donde todo huele mal,
donde dicen que está oscuro y hay serpientes venenosas,
con hedores variopintos cual si fuera un arrabal,
que hay materias putrefactas, las verdades son odiosas.

Y en sus vísceras perdido, nauseabundas, repugnantes,
me he fundido entre las olas de sus flujos vaginales,
y en sus filias y sus fobias repulsivas y aberrantes
y he bebido de las heces de pecados capitales.

Me he mezclado entre los odios, las manías y rencores,
inundados de excrementos, yo he absorbido esa bazofia
de quien finge de patrañas engañando al mal de amores
sus impulsos y pasiones escondido en una cofia.

De la gente que allí había cuyo nombre recordaba
se encontraba un tal Bukowski y un Camilo José Cela,
lenguaraces y groseros y otros más tontos del haba
y otra panda de ignorantes así fueran a la escuela.

Los más bajos, los instintos, la lujuria y la pereza
se encontraban dando un curso de soberbia y de avaricia,
revolcadas en basura proclamaban su grandeza
y, es primicia, con la gula, con la envidia y la codicia.

Que allí todo era basura y el olor que desprendía
era indigno de cristianos. Se comía con las manos
con la gula por montera. Lleno todo de gusanos.
Y aunque huí, oigan hermanos, siempre supe volvería.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Pablo Piferrer

Canción de la Primavera

Ya vuelve la primavera:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Tiende sobre la pradera
El verde manto—de la esperanza.

Sopla caliente la brisa:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Las nubes pasan aprisa,
Y el azur muestran—de la esperanza.

La flor ríe en su capullo:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Canta el agua en su murmullo
El poder santo—de la esperanza.

¿La oís que en los aires trina?
Suene la gaita,—ruede la danza:
—«Abrid a la golondrina,
Que vuelve en alas—de la esperanza.»—

Niña, la niña modesta:
Suene la gaita,—ruede la danza:
El Mayo trae tu fiesta
Que el logro trae—de tu esperanza.

Cubre la tierra el amor:
Suene la gaita,—ruede la danza:
El perfume engendrador
Al seno sube—de la esperanza.

Todo zumba y reverdece:
Suene la gaita,–ruede la danza:
Cuanto el son y el verdor crece,
Tanto más crece—toda esperanza.

Sonido, aroma y color
(Suene la gaita,—ruede la danza)
Únense en himnos de amor,
Que engendra el himno—de la esperanza.

Morirá la primavera:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Mas cada año en la pradera
Tornará el manto—de la esperanza.

La inocencia de la vida
(Calle la gaita,—pare la danza)
No torna una vez perdida:
¡Perdí la mía!—¡ay mi esperanza!

El ermitaño de Montserrat

Allá en Montserrat -mora el ermitaño.
¿Sabéis por qué mora del convento al pie?
Con áspera vida -un año y otro año
orando ha llorado: -bien sabréis por qué,
por qué con tal vida vive el ermitaño.

El buen caballero partió de su tierra,
allende los mares la gloria buscó:
los años volaban, se acabó la guerra;
y allende los mares hasta él voló,
voló un triste viento de su dulce tierra. 10

«-Aprisa, mis pajes, aprisa el caballo:
»señora del alma, mi amor, ¿qué es de ti?
»en bascas de muerte conmigo batallo:
»o infiel o difunta: ¿qué de ello? ¡ay de mí!,
y «¡ay de mí!» diciendo, aguija el caballo.

Los mares cruzaba: llegaba a su suelo:
«-Madre, madre mía; mi amada ¿do está?»
«-¡Ay hijo, el mi hijo! -consuélete el cielo-,
»viva está tu amada; mas ya no será,
»ya no será tuya mientras esté en el suelo.»

De Santa Cecilia llamaba a la puerta;
los golpes doblando redobla el furor;
«-Señora, ¿no me oyes? Más te quiero muerta
»que infiel y perjura al antiguo amor,
»al amor que agora profana esa puerta.»

Flotante el cabello, ceñida de flores,
la ve tras la reja: ¿qué voz la llamó?
«-Mis lágrimas mira; por nuestros amores
»aquí vesme: un voto mi amor pronunció,
»pronunció que pronto secará estas flores.

»Voté, si tomases a la patria tierra
»salvo de las lides, consagrarme a Dios:
»tomabas con gloria de lejana guerra;
»¡feliz fue mi voto!, ¡Mi voto a los dos,
»a los dos separa por siempre en la tierra!

»¿Oyes las campanas? Llegada es la hora:
»el Señor me llama al pie del altar:
»nuestro amor olvida, aunque el alma llora;
»¡Dios que te ha salvado quiera conhortar,
»conhortar la angustia en esta triste hora!-»

Suspiros amargos lanzando del pecho,
los brazos caídos la frente inclinó;
escuchó su voto en llanto deshecho:
-sonó dentro el coro; mudo se postró,
se postró las manos cruzando en el pecho.

Lloró, lloró el triste: su vida llorando
vivió solitario del convento al pie:
pasó un año y otro: en llanto y orando
le encontró otro año: -ya sabéis por qué,
porque así ha vivido en rezo y llorando.

Ora en Montserrat doblan las campanas:
débil en la ermita una oigo tañer;
en Santa Cecilia otras más cercanas:
¿por qué éstas a aquélla se oyen responder,
responder doblando tan tristes campanas?

La cascada y la campana

En cañada solitaria -una cascada zumba;
de las peñas tajadas furiosa se derrumba,
y el negro sumidero en que brota y retumba
la engulle toda.

He aquí que en lo más hondo, entre la niebla oscura
que la espuma levanta, misteriosa figura
asomaba la cara: con siniestra amargura
me sonreía.

«-Tú que el abismo miras, mira en esta cascada
del destino del hombre la imagen retratada:
salta, brilla, retumba, se abisma, se anonada;
después, ¿qué es de ella?

Un más allá no busques, ni a ella ni a tu suerte:
Joven, camino y brilla; difunde, varón fuerte,
el son de tu renombre; después vendrá la muerte
a anonadarte.-»

Del vértigo hecho presa, cedía al parasismo;
nublóseme la vista clavada en el abismo,
cuando con son lejano retomóme a mí mismo
una campana.

Abrí atento el oído, su palabra sonora
desde el valle me dijo: «-Tú, hombre, espera y ora
para que esta jornada, de toda pena mora,
la cumplas fuerte.

Cuan dolorosa es breve, el sepulcro su fin;
más allá está tu patria, un eterno confín,
y allí tormento eterno o celestial festín:
dirálo el Juicio.

La imagen de tu suerte contempla en la cascada:
en la hoya del peñasco -entera se anonada;
mas por caño escondido rebrota en la llanada
formando río.

¿Lo ves que todo el llano serpentea y fecunda?
su corriente a cien villas de riquezas inunda,
hasta que en el Océano -con eterna y profunda
unión se abisma.

Dentro de ti propio llevas un destello divino;
su patria no es la tierra; el cielo, su destino;
Dios, su océano inmenso: ¿dudas por el camino?
Ora y espera.-»

Su eco de peña en peña quebrantándose expira;
el sol la roja cúspide por vez postrera mira;
el aura vespertina – en las ramas suspira:
cayó la tarde.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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