EL TREN DE LA DESESPERANZA [Mi poema]
Dimas Prychyslyy [Poeta sugerido]
Dimas Prychyslyy [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
El tren de la esperanza se adivina El tiempo cada vez es más cansino No acierta a comprender esa tardanza Y vuelve a su pasado la mirada |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Dimas Prychyslyy
EL CASSETTE DE LOS BEATLES
Una montaña de extremidades es nido de diminutas moscas.
Los dos cuerpos se agitan
como esa mariposa que mamá crucificó
en la cajetilla del cassette de los Beatles
aquel verano del 94.
PAPÁ
Allá por los noventa te envolvía una cascada
de labios rotos cayendo en las copas,
teléfonos descolgados,
peleas con saxofonistas,
una señora sin pechos que no paraba de aferrarse a tus hijos,
rumor de cartas de póker y navajas.
Te perseguía una nostalgia musical
y una depresión post-soviética
que ni los veteranos de guerra
– como la abuela –
lograban explicarse.
Por los noventa, recuerdo
que te codeabas con pastores protestantes,
sus mujeres putas y ateas,
y te ibas a Odesa en busca de complicaciones,
a humillar mujeres
y enseñar sueños de botella y puño
a dos chavales que compartían cama.
Allá por los noventa te ponía nervioso el ruido
del oleaje del Mar Negro,
la gente escupiendo los camarones en la arena,
las adolescentes universitarias que vendían mazorcas
de máiz y no hacía caso a tus ofertas.
Entonces eras un músico sin blanca,
guapo, agresivo…
Tus ojos no sabían de este temblor de ahora,
de este moqueo sobre el plato de sopa que no sabe.
Tus ojos tenían un misterio que gustaba a las mujeres
y que a mí siempre me dio asco.
Quizás lo único que guardo de ti ahora
es mi afición a las barbas que raspan
y al olor a tabaco
mezclado con el sudor de las camisas.
LAS DESPEDIDAS
Hacíamos cuencos con las palmas de las manos
para enterrar a nuestros hijos en caras desconocidas.
Bebíamos en ocasiones el silencio de los cuartos oscuros,
el chasquido de gastados mecheros,
la caída parcial de algún mito.
Ahí todos éramos iguales.
Llorábamos a nuestras madres cuando ya era tarde,
muy tarde ya,
para despedirnos de ellas.
APORÍA
Aprendí a ser perra enferma y puta
y a gustar solo con ropa.
Aprendí que mi desnudo daba risa después del sexo,
que me dolía la espalda
y las palabras,
y el llanto sin razón,
y las cogorzas;
con aquel primer hombre que fue de todos.
Y
Aprendo aún a no dormir,
a arrastrarme hacia la madrugada,
a ver pasar borracha mis vergüenzas con sonrisas,
a elevar la melancolía al nivel del arte.
Aprendo a seguir viviendo siendo tú,
a ser vacío,
maltratador,
producto,
violador
que se autopreña de sueños,
de ilusiones.
Aprendo que ambos somos nuestras nadas,
inmortales de esperanza,
resucitados para morir siempre el uno en el otro.
Condenados a satisfacernos
en el dolor ajeno.
MAMÁ
La casa es un lugar absurdo,
insano,
enorme,
solo hay 27 libros que realmente valgan la pena.
Flotan ladridos de perros
y monotonía de ventiladores.
Ruidos de la calle.
Niños.
Hace meses que nadie usa la cocina.
Mamá se asusta de nuevo al verme.
Por cuarta vez
me pregunta cómo me llamo
y si espero a alguien
y que encantada
y yo que sí
y que igualmente
y que no se preocupe, le digo,
que en esta casa
–repite casa–
no entran desconocidos
–repite desconocidos.
Camina unos pasos temblorosa,
unas gotas de zumo de naranja
se derraman de su vaso
y de repente vuelve a quedarse quieta
y se pierde.
Se gira de nuevo y vuelve a saludarme,
yo le indico con un gesto, que me duele,
la puerta que da al jardín.
Y me preocupo
de que no encuentre una silla donde sentarse,
de que se atragante con alguna pepita que pudo haberse colado en el zumo.
LA LLUVIA
Me tiré en la cama,
la torre de ropa recién planchada
se derrumbó sin hacer ruido.
Tenías los pezones fríos,
mi aliento buscaba tu principio bajo la sábana
(tú aún dormido).
Desde el primer instante
lo entendí como un regalo.
Hundí mis dedos entre tu pelo
(tú ya despierto, dejándote).
Sentí la barba en el cuello,
y callado, mientras te levantabas,
me arrodillé de pronto,
a modo de disculpa.
Entonces,
entendiendo que nunca se levantaría,
te intenté subir el pijama
más allá de la gris cintura.
De pronto, sentí
la lluvia en la cara.
MOLLY HOUSE
Ni era el Mother Clap ni estaba en Holborn.
Sonaba una música extraña
que no cabía en el recuerdo,
los hombres eran negras sombras
que se deslizaban por la puerta
al romper la noche las pocas esperanzas
que no se había cargado el día.
La primer vez que entré en ese Edén
de negros y metales,
a ese templo de camas
suspendidas entre gemidos,
me senté y observé el lento juego
de émbolos y muslos
dispersos entre la sorda bacanal
de las pantallas.
La primera vez que me adentré en esas espesuras
pensé en los héroes provenzales
y sus pruebas en los bosques,
en el éxtasis de Santa Teresa,
el presidio de San Juan,
en las galeras, en un espejismo fractal
de un Dios transfigurado en Charlton Heston.
Aquellos hospitales de ultramar,
aquellas tumbas que derramaban vida,
aquel ensueño de morada última
lo regentaba un transformista viejo,
mezcla de Sócrates y Carmen de Mairena,
índole de Celestina y Marco Aurelio.
Escuchaba en la barra a todo aquel que quisiera
rejuvenecerle el oído,
cantaba coplas, pedía churros cuando amanecía,
y aseguraba ser la mismísima Bizcocha
y arrepentirse de haber vendido a la Lirio
que era en realidad un bellísimo muchacho.