EL MUNDO ES UNA MÁQUINA [Mi poema]
Aquileo Echeverría [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

El mundo es una máquina que avanza
al ritmo que le marca la ruleta,
que a veces sale el sol y otras se agrieta,
de bruces se da golpes con la panza
más nunca se está quieta.

Divierte cuando juega al escondite
haciendo va al azar más de un regates
gritándote al pasar que los acates
así que su insistencia a ti te irrite
y dando jaque mates.

A gusto entre las aguas turbulentas
allí donde al nadar saca tajada,
despista cuando lanza su mirada
cual deudo que saldando va las cuentas
pegando una patada.

El mundo, es nuestro mundo, el que conoces,
a veces tan cruel y otras tan bello,
que asombra con frecuencia su destello,
y hay otras que acaricia con sus roces
o salta y a degüello.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Aquileo Echeverría

– ¿Y lo jallaste muerto?…
– No, tuavía resollaba;
pero con una angustia,
pero con unas ansias…
– Sea por Dios, Ildefonsa.
– Repará si no es vaina:
el domingo ajusté
cuarenta de casada
sin resentirle nunca
una mala palabra,
ni un mal modo, ni un ajo,
ni un moquete, ni nada.
Lo conocí chiquillo,
en la hacienda de Pavas.
Los domingos y fiestas
iba con mama Blasa
a la iglesia, al mercao:
prontico regresaba.
Cuando más un rompope
goun vino se tomara,
yo le puse cariño
por lo bueno con mama.
¿Qué quería la viejita
que él no preporcionara?
Leña… pos traiba leña:
¿gruesa?…, pos a picala.
El cogía las goteras;
él los empañetaba.
A1 volver del trabajo
los pedía las tinajas,
y en medio de las risas
de los piones, las traiba
hasta el gollete llenas,
lleneciticas de agua.
Si cogía alguna “chisa”
o se encontraba guabas,
o jocotes o mangos
(unque jueran naranjas),
venía con el pañuelo
derecho p’onde mama:
“Tome para que coma”,
esa era su palabra.
Hubo una vez un baile
no sé si pa la Pascua,
en medio de las músicas
y de las algazaras
me apalabrió; le dije:
“Arréglese con mama.”
Ella dijo que “bueno”;
m’hicieron unas naguas.
El me mercó un rebozo,
y un sombrero de paja,
dos sillas, una mesa,
un santo y una cama.
Los dieron una pieza
y después de encalada
m’hizo un jogón muy grande
y me mercó las arras,
y unas ollas de jierro,
dos cobijas de lana
(de las de a cinco pesos),
tres platos, una banca,
un cofre, dos jarrillos,
y mis buenas almuhadas.
Después que los casamos,
lo más a la semana,
jui se trujo los trastos
del cuarto de mi mama.
La veya como una hija.
Cuando murió lloraba,
pobrecillo, me acuerdo
que estaba haciendo una abra
onde el dijunto Chepe;
allá por la Pitaya.
Al llevale el amuerzo,
siempre volvía la cara
llenecita de gotas
de sudor y de lágrimas…
Di’ahi los nació Jacinto;
luego nació Pascuala:
pasaron unos años,
y los vino Estebana.
Lo hicieron mandador
del “Porvenir” de Cañas.
A juerza de las juerzas
compramos esta casa,
mercamos el cerquillo
que no llega a la cuadra,
y cuando ya teníamos
al menos esperanzas
de conseguir los riales
pa ajustar la manzana,
jui le cogió ese mal
anteayer en la cama.
“¿Quiere su cafecito?
y no me contestaba.
“¿Qué es eso? ¿Pus qué tiene?”
Le decía yo asustada.
Me jue entrando congoja,
jui y abrí la ventana
y lo encontré muy fiero
con la vista parada,
el estómago asina,
y dando manotadas.
Jui y desperté a Jacinto
y llamé a las muchachas
y todos le acudimos
con todo, pero ¡nada!
Le puse un buen ungüento
de manteca con malva;
acá, con hoja ruda,
le flotó bien la espalda
– lo mismo que si fueran
las patas de la cama–.
Hasta que ya Jacinto,
viendo la cosa mala,
se las abrió pa Heredia
y se, trajo unas aguas
y un parche. ¡No aguantó
la tercer cucharada!…
– Hay que tener pacencia,
tal vez Dios lo llamara.
¡Era tan bueno el probe!…
– Requetebueno, Inacia.
Pero, a mí ¿quién me quita
que me haga tanta falta?,
Tengo como congoja,
tengo como unas ganas
como de no meniame
y estar acurrucada,
sin que naide me viera,
sin que naide me hablara,
íngrima en este cuarto,
íngrima en esta casa,
así como los muertos,
así como enterrada.
¿Sabés cómo me encuentro?
Como un moto sin mama.
Tengo setenta y cuatro
y’unque a los cien llegara
no consigo otro Cosme
ni con candela, Inacia

ANDALUZADAS TICAS

– Pa julminantes, ninguno
como el de José María;
no es guayaba, con dos balas
se trajo al suelo tres chisas.
– ¿Las apercolló en el nido?
– Qué va pa nido, en un ira:
una en la rama de abajo
dos en la rama de arriba.
– ¿Y acertó a darle a las tres?
– ¡En la pura coronilla!
– Ja ja ja.
– ¿De qué te ris?
Lo que digo no es mentira.
– Pero hombre, no puede ser,
sólo que por gran chiripa…
– Nada d’eso; ese jusil
tiene su cosa malina.. .
Una vez en la Suncíón
andábamos por l’orilla
del Mermudes, yo, Tomás,
Canuto, y José María
tepezcuinteando; de pronto
se puso a oler la perrilla,
di’ahi a ladrar y ladrar,
y a botáselos encima,
daba vueltas, daba saltos,
ya se echaba, ya corría
lo mesmito que si la
persiguieran las avispas.
Por más que abrimos los ojos
ninguna cueva se vía.
Ispiamos para un guarumo,
pa unos itabos, ¡nadita!;
pa la poza, el agua clara
como si juera llovida;
la perra seguía ladrando
y en la mesma desusidia.
Dijo Canuto: quizás
se le habrá clavao espina;
le reparamos las patas,
la panza, la rabadilla,
el pescuezo, las orejas,
hasta el rabo, ¡naditica!
En eso gritó Tomás:
¡Muchachos!… ¡Ave María!
y los señaló un charral
onde vimos una “mica”
con la cabeza enfrenada
y sacando la lengüilla;
a todos se los jumció…
(¡Pa qué decir la mentira!)
Aquello no era culebra,
era un rollo de manila;
lo menos tenía cien varas
del rabo a la coronilla.
La cabeza era un ayote
y lo qu’es de gruesa, ¡asina!…
¡Oh temeridá de bruta!
¡Igual no veré en mi vida!
Todos salimos corriendo…
Pos hombre, a José María
se le cayó la escopeta
y se descargó solita.
Entramos a un bejucal,
cortamos unas varillas,
los atollamos un trago,
pos yo traiba una botilla,
y después de persinanos
rezamos la Ave María
y los juimos a matala
todos cuatro, de puntillas.
Al llegar junto al charral
encontramos a la indina
revolcándose en su sangre
y hecha por completo chuicas:
¡no quedó una munición
de las cuarenta, perdida!
– ¿Vos viste eso?
– Yo lo vide.
¡Por estas que no es mentira!
¿Y saben lo que calculo?
se los digo; y no lo digan:
¡pa yo que a ese julminante
le han echao su basurilla!

CUATRO FILAZOS

Ambos son de alma templada,
mozos ambos y fornidos;
no hay diferencia en edades,
ni en la guapeza y el brío.
Iguales son en donaire,
en coraje son lo mismo
e idénticas las realeras
en el tamaño y el filo.
Por la bella Marcelina,
la nieta de ñor Jacinto,
a darse cuatro filazos
los dos mozos han salido.
Escogen para el combate
la Vega de los Molinos,
y a la luna silenciosa
tienen sola por testigo;
no cruzan una palabra
durante el largo camino:
cada cual piensa en la madre,
en el padre, en el amigo…
y los dos en la muchacha
causadora de aquel cisco.
Tristes son sus pensamientos,
pero marchan decididos,
porque los hombres valientes
no suelen ser reflexivos.
Una vez que al campo llegan
y ya puestos en el sitio,
tiran chaqueta y sombrero
sobre un pedrusco vecino.
– ¡Me perdonás si te mato?
– ¡Está claro!, ¿y vos?
– Lo mismo.
– Pos si querés empezamos.
– Empecemos, Secundino.
A un tiempo de la ancha vaina
sacan ambos los cuchillos,
que a los rayos de la luna
despiden siniestro brillo.
Si uno avanza el otro ceja:
ya están distantes, ya unidos;
saltan, gritan, vuelven, zafan,
fieros, resueltos, bravíos…
Los aceros al chocar
producen extraños ruidos,
y la claridad incierta
pueblan de rayos fatídicos…
Rueda el pobre Juan de Dios
sin exhalar un gemido…
Piensa un instante en sus padres,
en su adorada y en Cristo,
y entra al reino de la Muerte
tan sereno, tan tranquilo,
como en los brazos maternos
se duerme el cándido niño.
El sol de la mañanita
alumbra su cuerpo frío,
y bebe la sangre roja
que mano airada ha vertido,
para colorear sus mantos
por el tiempo desteñidos.

LA VELA DE UN ANGELITO

Apenas el rezador
pone fin a lo que reza,
cuando sale a relucir
la hidrópica botijuela.
¡Qué besos tan cariñosos!
¡Qué caricias tan extremas!
Unos la apuntan al muro,
los más hacia las soleras.
Libre la sala de estorbos,
puesta en un rincón la mesa,
donde en caja destapada
duerme el “Angel” que se vela,
se adelanta el maestro Goyo,
que es el director de orquesta,
con el “chonete canchao”;
bajo el brazo la vihuela, ‘
en la boca el “cabo” hediondo
que ha llevado tras la oreja,
“cabo” que ha de ser al cabo
soberanísima “cuecha”.
Da principio el zapateado.
Cómo saltan y dan vueltas,
se detienen o adelantan,
se separan o se estrechan.
Ellas con la falda asida
y la mano en la cadera.
Ellos con pañuelo al cuello
o en la mano, según quieran.
Ahora dando pataditas,
ya girando con presteza,
van de la una a la otra banda,
van de la una a la otra puerta.
Envuélvelos una nube
que forma la polvareda
que por los pies arrancada
surge del piso de tierra,
nube contra la que luchan
en vano doce candelas
colocadas en “pantallas”
que de las paredes cuelgan,
o adheridas al horcón
de recia y tosca madera,
donde dejan al morir
sebo, hollín, pabilo y yesca.
Alguien grita: ¡bomba!, ¡bomba!
Párase al punto la orquesta
y un mozo de buena estampa
así dice a su mozuela:
“Como mi almuhada es de paja
y mi novia no está vieja,
toda la noche la paso
con la paja tras la oreja.”
– ¡Bravo!
– ¡Bien!
– ¡Viva Domingo!
– ¡Vivan ñor José y Grabiela!
– ¡Vivan los dueños de casa!
– ¡Otro trago “pa l’orquesta”!
– ¡Música “mestro, y arréle”
que ya encontré compañera!
– ¡Oh “viejito tan asiao”!
– ¡Que viva yó y mi pareja!
– ¡Que viva!
– ¡Bomba!
– ¡Otra bomba!
Párase al punto la orquesta,
y la niña puesta en jarras,
responde así zalamera:
“Quisiera ser ‘cojollita’
o flor de la yerbabuena,
para perfumarle el alma
al negro que me quisiera.-
– ¡Bueno!
– ¡Muy bueno, caramba!
– “Alcáncensen” la limeta,
que la “casusa” hace falta
y es “casusa” de cabeza.
– Dame un trago, Valentín.
– Zampále, que no hay tranquera.
Los mozos de la familia
a las jóvenes obsequian,
repartiendo en azafates
sendas copas de mistela,
que toman en compañía
de empanadas de conserva,
polvorones, pan de rosa
o enlustrados con canela,
mientras las damas mayores;
con la escudilla en las piernas
se “atipan” de miel de ayote,
usando para comerla
de sus no pulidos dedos
las sus no muy limpias yemas.
Fortalecidas las panzas
sigue de nuevo la juerga,
y entre risas y palmadas
se inician juegos de prendas;
“San Miguel dame tus almas”;
luego “La gallina ciega”,
luego “El estira y encoge”,
“El muerto” y “La mula tuerta”.
En tanto allá en la cocina
la madre suda y se empeña,
ya batiendo chocolates,
ya saqueando su alacena
donde el bizcocho dorado
duerme en amplias cazuelejas,
o ya sacando empanadas
de papa y carne rellenas,
ruborizadas de achiote
y trasudando manteca.
El padre con una “soca”
de más allá de la cuenta,
suelta un rosario de verbos
y “rajonadas” tremendas,
diciendo que ahí no hay hombres
que se “paren”; que son hembras,
y que el que quiera probarlo
que se salga a la tranquera,
“pa arriarle” cuatro “planazos”
y hacerle ver las estrellas…
La gentil aurora pone
fin, con su luz, a la fiesta:
y al niño, en la caja blanca,
se llevan para la aldea,
donde le aguarda el regazo
cariñoso de la tierra.

Mercando leña 1905

-¡Hola, ñor José María!
Traiga la leña pa vela.
¿Cuánto cobra?
-Cinco pesos.
-¡Ave María gracia plena!
¡Los tres dulcísimos nombres!
-Deje la jesuseadera;
yo pido lo que yo quiero
y usté ofrece lo que ofrezca,
que usté manija su plata
y yo manijo mi leña,
y no hemos de disgustalos
por cuestiones de pesetas.
Eso sí, quiero decile
que repare en la carreta,
y que espí si está cargada
con concencia o sin concencia.
Si le cabe un palo más
me lo raja en la cabeza.
Yo soy un hombre legal,
feo decilo; pero vea,
a yo naide me’ azariao
hasta l’hora por mi leña.
Esta es quizarrá amarillo,
laurel y madera negra:
de jierro pa consumise,
y pa prendese de yesca.
Con una leñita asina
se lucen las cocineras.
-Sí, pero está muy menuda;
tres pesos le doy por ella.
-Por cuatro se la vaceo.
-Si quiere los tres, vacéla.
-Se la pongo en tres con seis,
nada más que pa que vea
que yo si quiero tratar.
-No mejoro la propuesta.
Acuérdese qu’es verano
y que anda dunda la leña.
¿Sabe en cuánto compró dos
carretadas ña Manuela,
la mujer que vive allí
onde está echada la perra?
¡En cinco pesos!
-¡Caramba!,
de fijo que era de cerca.
¿Tal vez jocote o güitite?
-¡Qué va pa güitite!…Buena:
joaquiñiquil y targúa…
-Puede ser que asina sea.
Mas volviendo a nuestro trato
se la largo en tres cuarenta.
-Los tres pesos que le dije.
-Arrímeles la peseta
y tratamos.
-Ni un centavo.
-¿Dónde le boto la leña?
-¡Abrite el portón, Jacinta!
-¡Está con llave, ña Chepa!
-Aspérese, voy’ abrile.
-¡Gui! ¡Güey viejo sinvergüenza!
¡Confisgao tan pachorrudo!
Gui, gui. ¡Jesa, jesa, jesa!
-Entrela en brazaos pequeños
pa librar la chayotera.
Coja por este zaguán
y di’ahi cruza a la derecha,
y en el rincón de l’esquina
me l’acomoda en estebas
de modo que deje paso
al común.
-¿Sí? ¿De deveras?
¿Con que quiere de remache
que le meta yo la leña
y que di’ahi se la acomode,
y que ha de ser de manera
que dé paso a la letrina?
Dígame, señora Chepa:
¿no le gusta más pelada
y olorosa a yerbagüena,
y con lazos en las puntas,
y aspergiada de canela,
y que además le regale
como a modo de una feria,
el chonete, los güeycillos,
los calzones, la carreta,
y este chuzo, y esta faja,
y’a la zonta de mi agüela?
-¡Qué hombrecillo tan malcriado!
¡Cargue de pronto con su leña!…
-¡No! ¡Si la voy a dejar
pa que la queme de muestra!…
¡Que me alce el Patas el día
que güelva a tratar con viejas!

El Curandero

– ¡Mama!…
– Qu’es?
– El curandero.
– Andá cogéle el caballo.
Muy buenas tardes, ñor Vindas.
– Muy buenas tardes… Ve, ñato,
aflojámete la cincha,
porque está muy requintao;
acercátele sin miedo,
si ese es nonis en lo manso.
– ¿Y qué tal Espiridión?
– De ayer pacá rematao.
– ¿Y lo ha visto algún dautor?
– No, ¿pa qué? Yo le estoy dando
cuanto me dicen que es bueno;
pero no se ha mejorao…
Pase pa’lante y lo ve.
Abrí la ventana, Marcos.
– ¿Y eso qu’es? ¿Qué te ha cogío?
– Yo creo que viento colao:
ju i a vender unos frijoles,
hará quince días el sábado,
y yo creo que me resfrié,
porque estaba aquel mercao
cundiditico de gente.
Al salir, como a las cuatro,
me dijo acá: “¿Qué tenés
que estás tan desencajao? “
Yo no me sentía muy bien,
y jui y me tomé dos tragos;
después acá me flotó
con solfate y anisao
la nuque, y luego me vine
por mis propios pies andando.
Al llegar a la tranquera
me sentí como almadiao,
con mucha bulla en los oidos
y el paladar muy amargo.
Comimos y me acosté;
luego me jue arrebatando
un jielo por todo el cuerpo,
me puse a sudar jelao,
y me cogieron arquiadas
y corridas; a las cuatro
cuando ya estaba escurrío
me vine a quedar calmao.
Desde entonce sigo mal;

me duele mucho el costao,
y onde tueso siento un chuzo
debajo de este sobaco.
– ¿Y qué remedios te han hecho?
– Ñor Vindas, l’hemos untao
la enjundia con jiel de vaca;
además de eso ha tomao
uruca con achicoria
y castor.
– ¿Y no le han dao
el güízaro con yantén?
– No, ñor Vindas.
– Hombré, malo…
Vea: restriegue unas daguillas
y‘unas hojas de culantro,
y’un poco de juanilama,
y cuatro cabezas de ajo;
le mezcla flor de ceniza
y’unas venas de tabaco;
lo pone todo a cocer,
ojalá en traste de barro,
y luego con un olote
le flotan el espinazo,
hasta que enronche el pellejo
y se ponga colorao;
después le pasa el untijo
y lo abriga bien en trapos.
Y di’ahi le atolla una ayuda
de romero con guarapo,
y en cada uno de los oidos
me le va a poner un taco
de buñiga con mostaza.
¡Vos lo que tenés es pasmo!

ACUARELA

A Francisco Alpízar A.

Con la tinaja al cuadril
alegre va la trigueña
por el camino que lleva
al arroyo de la selva.
Los pájaros la saludan,
las mariposas la besan;
arcos triunfales le brindan
higuerones y altas ceibas,
y alfombras multicoloras
margaritas y verbenas.
No empaña una nube el cielo
ni su semblante una pena;
al balcón de sus ojazos
se le asoma el alma entera,
canta como el pajarito
que nadie a cantar enseña;
canta cosas delicadas
que saca de su cabeza:
«Qué alegre que está la tarde,
qué bonita, qué serena;
¿qué buscan las tortolitas
que corren entre las yerbas?
Muy buenas tardes, jilguero,
¿cómo está tu compañera?
Estrellitas de los cielos,
¡quién os mirara de cerca!
¡Adiós, colibrí orgulloso,
ya sé lo de la azucena!
Mariposas de oro y grana,
volad, que la noche llega.»
Al arroyo va la niña;
en la clara linfa llena
la vasija y ve su imagen
en las aguas prisionera.
Las piedrecillas menudas
que brillan sobre la arena
son de variados colores
y son de formas diversas.
Flores mil de mil linajes
engalanan las riveras
y mecidas por el aire
la Cándida espuma besan.
Lejos un viejo cenzontle
en un cedro se recrea,
ensayando una balada
que compuso a las estrellas;
y es de oír las otras aves
que en el canto se embelesan,
imitando los arpegios
de su inimitable lengua.
Con claveles olorosos,
cuyo rojo vivo alegra,
se engalana la muchacha
las rollizas, largas trenzas;
y tendida sobre el césped
que le brinda almohada fresca,
bajo el palio de esmeralda
de las gráciles palmeras,
da a los vientos juguetonas
sus sencillas pastorelas,
ya pintando sus amores,
ya sus dichas, ya sus penas.
¡Qué admirable en su apostura
y sus formas qué perfectas!
Duro el seno de amplias combas,
recios muslos y caderas;
pies menudos, lindos brazos,
ojos vivos, boca fresca.
Por el toldo de las ramas
filtra el sol sus ígneas flechas,
que al besar su carne firme
como en mármol reverberan.
Flor del campo, margarita,
quien te vio de esa manera,
decir puede que vio ninfas
en un bosque de esta tierra
una tarde azul de mayo,
una tarde placentera
en que al aire regalaban
los cenzontles sus endechas,
sus aromas los rosales
y el arroyo sus cadencias;
una tarde en que la niña
fue por agua hacia la selva,
una tardecita hermosa,
una tardecita fresca.

El adiós del soldado

Yame voy pa’ la Liberia
donde la muerte me aguarda
si acaso yo muero ahí
pone una flor en mi “lárpida”.

En mi lar-pi pi-lar-pi
en mi-lar pi-lar Pilar
en mi lar-pi pi-lar-pi
en mi-lar pi-lar Pilar.

Si acaso yo muero allí
en los frentes de batalla
sobre mi tumba de nieve
“chorriá” del amor la lágrima.

Cho-cho-cho chorriá chorriá
Cho-cho-cho chorriá chorriala
Cho-cho-cho chorriá chorriá
Cho-cho-cho chorriá chorriala.

Ya yo me voy de estas tierras
ya yo abandono estas playas
pero me llevo el recuerdo
de la mujer que me amaba.

De la mujer, la mujer
que me-ama me-ama me amaba.
De la mujer, la mujer
que me-ama me-ama me amaba.
En mi lar-pi pi-lar-pi
en mi-lar pi-lar Pilar.
Cho-cho-cho chorriá chorriá
Cho-cho-cho chorriá chorriala.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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