MI VOZ [Mi poema]
Juan Bautista Aguirre [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Oídlo todos bien, esta es mi voz,
la que al mundo ha mandado a tomar viento,
que al grito ha convertido en pasatiempo,
su potro es desbocado y es su coz.

La que chirría y clama en el desierto,
intrépido huracán que a la aventura
despotrica y con ella se conjura
para morir de pena boquiabierto.

La que lanza en un soplo la amargura,
la voz que canta, jura y la que reza,
es la misma que sueña y que bosteza.

Aquella que al clamar no tiene cura,
que incita a la venganza y la locura
causante de maldad y de grandeza.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Juan Bautista Aguirre

Descripción del mar de venus

(Ficción Poética y Moral)

De Memnón en el reino floreciente,
donde entre rosas, llama brilladora,
con bostezos de nácar al oriente
se asoma el sol en brazos de la aurora,
cuando, risueño, la estación luciente
del celeste zafir purpúreo dora,
y, fogoso bajel, trasmonta bellas
ondas de luz en piélagos de estrellas,

el Mar de Venus yace, que encendido,
encrespando los rizos de su frente,
ondas eleva que formó Cupido
de adusto aljófar, de cristal ardiente.
En llamas hierve el golfo, y convertido
en torpe hoguera su voraz torrente,
risueñas brillan con incendio ciego
espumas rojas en un mar de fuego.

Abrasado en el golfo es un cometa
cada brillante pez, y con iguales
rayos que emulan al mayor planeta
los escollos se cambian en fanales:
nada de Venus el ardor respeta,
escollos, peces, ondas ni cristales;
y, luceros del mar, arden serenas
de Cupido en el fuego aun las arenas.

Este, pues, golfo habitación profunda
de halagüeñas sirenas siempre ha sido,
arqueros del amor, en quienes funda
su imperio Venus, su poder Cupido;
que dulces vibran con acción fecunda
de apacible veneno arpón teñido,
y a los esfuerzos de su acero impuros
arrojan sangre aun los peñascos duros.

¡Oh a cuántos necios el mentido halago
de este mar enamora sin sosiego,
y, mariposas de su mismo estrago,
la muerte beben en un dulce fuego!
¡Oh cuántas naves, de este obsceno lago
despojo fueron al impulso ciego,
revelando su ruina a las orillas
sangrientos trozos de deshechas quillas!

Aquí la madre del Amor navega,
que si riza las ondas o el mar bruma,
con lo halagüeño de su vista anega
en luz el aire y en ardor la espuma:
Venus, divina Venus a quien llega
de las tres Gracias la belleza suma
confusa al verla, matizando ufano
arpón dorado su nevada mano.

Su nave es una concha brilladora
que de nácar y púrpura formada,
o es, constelado, el llanto de la aurora
o es la risa del cielo congelada:
su proa argenta, si su popa dora
de luz y aljófar copia enamorada;
y si gira las ondas, es en ella
Venus la perla de esta concha bella.

Aquí Cupido, de este mar pirata,
del arco ebúrneo fatigando el seno,
en suaves dardos de bruñida plata
dispara dulce su mortal veneno;
y tanto el ciego flechador maltrata
del convexo marfil la cuerda o freno,
que, siendo el blanco humanos corazones,
anega al mundo en piélagos de arpones.

En esta, pues, galera de Cupido
se miran muchos del amor forzados,
que en dulce llanto y apacible ruido
gimen al remo, de una flecha atados,
y del numen rapaz, terror de Gnido,
siendo azote su cuerda, amenazados,
con eco alterno, con clamor profundo,
juran a Venus por deidad del mundo.

Enamorados de sus graves penas,
de un dardo y otro al golpe repetido,
forman del nácar que latió en sus venas
víctima a Venus de carmín vertido;
y de las bellas de su amor sirenas
al fatal silbo dulcemente oído,
sulcan gustosos con trabajo sumo
golfos de fuego en remolinos de humo.

En copas de oro que el amor propina,
un néctar liban de dulzuras lleno,
en el cual Venus a su sed destina
veneno dulce, pero cruel veneno;
y el dios vendado, que áspid se reclina
en el catre florido de su seno,
en suave llama su ponzoña miente
para entrañarles hasta el alma el diente.

A estos cautivos cada ninfa ingrata,
Circe hechicera, brinda dulcemente
en manos de cristal prisión de plata,
y en labios de carmín ponzoña ardiente;
cadena de oro con que amor los ata
es el pelo, desdén de ofir luciente,
que en las costas de amor estas sirenas
son causa hermosa de un Argel de penas.

En el purpúreo rosicler sediento
que risueño en sus labios liba grana,
tiñe sus dardos de carmín sangriento
el lince, nieto de la espuma cana.
Y de amor los cautivos, al violento
fogoso impulso de la flecha insana,
ríen y lloran, porque están de modo
que nada sienten y lo sienten todo.

¡Oh infelices forzados de la impura
madre del numen faretrado y ciego!
¿este tormento lo juzgáis dulzura?
¿refrigerio fingís que es este fuego?
¿por acierto tenéis esta locura?
¿esta inquietud amáis como sosiego?
¡Oh, cuánto os ciega vuestro amor! ¡oh, cuánto
la copa un día colmaréis con llanto!

A la inconstancia del mar

(Uno que había padecido naufragio habla en estas décimas)

Ayer en rocas de nieve
dragón de plata te vi,
tan soberbio que temí
ser sorbo a sus ondas leve;
y hoy tan humilde se mueve
tu resaca, que dudé,
a ese peñasco que ve
de tu soberbia la mengua,
si lo lames como lengua,
si lo adoras como pie.

Bien tus engaños expresas,
mar, que dividido en cascos,
ayer bravo herías peñascos,
y hoy humilde arenas besas:
a qué mudables empresas
te expones, monstruo arrogante,
hoy callado, ayer bramante,
advirtiendo así al prudente
que jamás hubo creciente
que no parase en menguante.

¿Para qué fue amenazar
con tantas furias ayer,
si tu soberbio crecer
ha sido para menguar?
Bien te pudiste acordar,
cuando sierpe embravecida
amenazabas mi vida,
de este cobarde reposo:
pero ¿cuándo el poderoso
se acuerda de su caída?

Si no es que tu engaño intenta
dar mentirosa esperanza,
disimulando bonanza
para crecer en tormenta,
piadoso se representa
tu golfo a aquel que lo mira,
hasta verlo de tu ira
un despojo lastimoso;
que siempre es del ambicioso
propio centro la mentira.

Ea, pues, golfo inconstante,
altivo mar impaciente,
o volverte a tu creciente,
a quedarte en tu menguante.
Cierre el paso al caminante
tu cólera enardecida;
mas no lo harás, que, advertida,
es tu condición variable
imagen de lo mudable
de las cosas de esta vida.

Y nace esta conjetura
de la experiencia mayor,
pues ayer vi tu furor,
y hoy admiro tu blandura:
aquella y esta pintura
tan diversas en ornato,
te hacen con diverso trato,
aunque no son en ti unas,
un teatro de fortunas
y de Fortuna un retrato.

Qué me canso en persuadir,
¡oh monstruo de variedad!
que en firme estabilidad
mudes tu inestable vivir;
si aunque me puedes oír
el bien a que te provoco,
está tu discurso poco
sujeto a variar fortuna,
pues quien anda con la luna
no puede ser sino loco.

Llanto de la naturaleza humana

(Después de su caída por Adán)

De su infelice suerte
naturaleza humana congojada,
del árbol de la muerte
al yerto tronco estaba recostada;
y si el curso del llanto suspendiera,
aun más helados tronco pareciera.

¿Hasta cuándo, hasta cuándo
(clamaba triste) el mal que me atormenta
su fuerza irá aumentando,
que, aunque infinita, por mi mal se aumenta?
¿hasta cuándo querrá mi mal supremo
mostrar que admite más y más lo extremo?

Mas si suele en el llanto
hallar tal vez consuelo un afligido,
arroje mi quebranto
ayes del alma con mortal gemido,
canten mis ojos, y sus melodías
tan tristes suenen que parezcan mías.

Pero ¡ay! ¡ay! que son tales
las crueles penas que en el alma siento,
que a publicar mis males
de mis ojos no basta el instrumento;
y así, por dar el lleno a mis enojos,
en vez de llanto lloraré los ojos.

Yo fui aquella dichosa
formada a esfuerzos de un milagro, aquella
criatura venturosa,
copia de Dios y copia la más bella;
yo fui ¡ay dolor! aquella peregrina
centella hermosa de la luz divina.

Yo fui la que al esmero
del más sublime numen delineada,
en mi instante primero
de mil prodigios me miré formada;
mas ¡ay! que si esto fui, todo ha pasado,
y en mí, de mí, la sombra no ha quedado.

Mi antigua llamarada
tan breve se apagó, con tal presteza,
que, convertida en nada,
antes que llama se miró pavesa;
pues sólo ardió mi luz aquel instante
que a dar ser a mi nada fue bastante.

Esta mi pena ha sido,
y esta pena importuna de tal suerte
con el alma se ha unido,
que aun no la puede separar la muerte,
pues cuanto a mitigarla se apercibe
en ella muere, y ella en todo vive.

Y así en tales enojos
apelo sólo por remedio al llanto.
Lloren tristes los ojos
mi imposible dolor, y lloren tanto,
que al ver absorto mi dolor profundo,
valle del llanto se apellide el mundo.

Lloraré eternamente
la antigua dicha de que fui halagada,
aun más que el mal presente;
pues, porque fui feliz soy desdichada.
Dijo, y rendida al grave sentimiento,
en el dolor se destempló el acento.
(Rimas premiadas en primer lugar en un certamen cuyo asunto era el nacimiento del Niño Jesús)

Carta a Lisardo

(persuadiéndole que todo lo nacido muere dos veces, para acertar a morir una)

¡Ay, Lisardo querido!
si feliz muerte conseguir esperas,
es justo que advertido,
pues naciste una vez, dos veces mueras.
Así las plantas, brutos y aves lo hacen:
dos veces mueren y una sola nacen.

Entre catres de armiño
tarde y mañana la azucena yace,
si una vez al cariño
del aura suave su verdor renace:
¡Ay flor marchita! ¡ay azucena triste!
dos veces muerta si una vez naciste.

Pálida a la mañana,
antes que el sol su bello nácar rompa,
muere la rosa, vana
estrella de carmín, fragante pompa;
y a la noche otra vez: ¡dos veces muerta!
¡oh incierta vida en tanta muerte cierta!

En poca agua muriendo
nace el arroyo, y ya soberbio río
corre al mar con estruendo,
en el cual pierde vida, nombre y brío:
¡Oh cristal triste, arroyo sin fortuna!
muerto dos veces porque vivas una.

En sepulcro süave,
que el nido forma con vistoso halago,
nace difunta el ave,
que del plomo es después fatal estrago:
Vive una vez y muere dos:
¡Oh suerte! para una vida duplicada muerte.

Pálida y sin colores
la fruta, de temor, difunta nace,
temiendo los rigores
del noto que después vil la deshace.
¡Ay fruta hermosa, qué infeliz que eres!
una vez naces y dos veces mueres.

Muerto nace el valiente
oso que vientos calza y sombras viste,
a quien despierta ardiente
la madre, y otra vez no se resiste
a morir; y entre muertes dos naciendo,
vive una vez y dos se ve muriendo.

Muerto en el monte el pino
sulca el ponto con alas, bajel o ave,
y la vela de lino
con que vuela el batel altivo y grave
es vela de morir: dos veces yace
quien monte alado muere y pino nace.

De la ballena altiva
salió Jonás y del sepulcro sale
Lázaro, imagen viva
que al desengaño humano vela y vale;
cuando en su imagen muerta y viva viere
que quien nace una vez dos veces muere.

Así el pino, montaña
con alas, que del mar al cielo sube;
el río que el mar baña;
el ave que es con plumas vital nube;
la que marchita nace flor del campo
púrpura vegetal, florido campo,

todo clama ¡oh Lisardo!
que quien nace una vez dos veces muera;
y así, joven gallardo,
en río, en flor, en ave, considera,
que, dudando quizá de su fortuna,
mueren dos veces por que acierten una.

Y pues tan importante
es acertar en la última partida,
pues penden de este instante
perpetua muerte o sempiterna vida,
ahora ¡oh Lisardo! que el peligro adviertes,
muere dos veces porque alguna aciertes.

Soneto Moral (2)

¡Basta ya, pecador! No tu malicia
ejercite más tiempo mi paciencia:
harto lugar te da a la penitencia
mi bondad despreciada por propicia.

Hoy mi amor con ternura te acaricia,
hoy disimula y sufre tu insolencia;
mas podrá ser que en breve esta clemencia
se convierta en rigores de justicia.

Ea, no tardes más en el pecado;
y si al ver del castigo la tardanza
hoy mi misma paciencia te ha obstinado,

Adviertan tu descuido y confianza
que, mientras más retiro el brazo airado,
voy doblando el impulso a la venganza.

A una rosa

I
En catre de esmeraldas nace altiva
la bella rosa, vanidad de Flora,
y cuanto en perlas le bebió a la aurora
cobra en rubís del sol la luz activa.

De nacarado incendio es llama viva,
que al prado ilustra en fe de que la adora;
la luz la enciende, el sol sus hojas dora
con bello nácar de que al fin la priva.

Rosas, escarmentad: no presurosas
anheléis a este ardor; que si autoriza,
aniquila también el sol ¡oh rosas!

Naced y lucid lentas; no en la prisa
os consumáis, floridas mariposas,
que es anhelar arder, buscar ceniza.

II
De púrpura vestida ha madrugado
con presunción de sol la rosa bella,
siendo sólo una luz, purpúrea huella
del matutino pie de astro nevado.

Más y más se enrojece con cuidado
de brillar más que la encendió su estrella;
y esto la eclipsa, sin ser ya centella
la que golfo de luz inundó al prado.

¿No te bastaba, oh rosa, tu hermosura?
Pague eclipsada, pues, tu gentileza
el mendigarle al sol la llama pura;

Y escarmiente la humana en tu belleza,
que si el nativo resplandor se apura,
la que luz deslumbró para en pavesa.

A una tórtorla

(que lloraba la ausencia de su amante)

¿Por qué, tórtola, en cítara doliente
haces que el aire gima con tu canto?
Si alivios buscas en ajeno llanto,
mi dolor te lo ofrece; aquí detente.

Al verte sola, de tu amante ausente,
publicas triste en ayes tu quebranto;
yo también ¡ay dolor! suspiro tanto
por no poder gozar mi bien presente.

Pero cese ya, oh tórtola, el gemido,
que aunque es inmenso tu infeliz desvelo,
mayor sin duda mi tormento ha sido:

Pues tú perdiste un terrenal consuelo
en tu consorte, pero yo he perdido
en mi adorado bien la luz del cielo.

A un zoilo

(que viendo unas poesías del autor, dijo que eran ajenas)

Miraste mis poesías,
y tu envidia mortal de ardores llena
dijo que no eran mías,
sino parto feliz de pluma ajena:
así lo dijo, pero no me admira
que la envidia dé cuerpo a la mentira.

Con ocultos esfuerzos
a algunos simples persuadir previenes
que han tenido mis versos
catorce padres como tú los tienes;
más sabe que es, aunque tu furia ladre,
más honrada mi musa que tu madre.

¿Acaso no has sabido
de mi instrumento la dulzura? ¿acaso
ignoras que yo he sido
de los aires dulcísimo embarazo,
adornando mis sienes oficiosa
de bella Dafne la esquivez frondosa?

¿Ignoras, dime, ignoras
que al eco de mi lira se suspenden
las aves, que canoras
el ceño verde del Parnaso atienden,
y que escuchan mi hechizo peregrino
tejiendo el aire en éxtasis divino?

¿No sabes que ha sonado
mi dulce voz en uno y otro polo,
y que he sido envidiado
de los cisnes tal vez, tal vez de Apolo?
¿No sabes, Zoilo, que produce en suma
sublimes partos mi fecunda pluma?

Pues si esto has conocido,
si tú no ignoras mi divina musa,
¿cómo, cómo, atrevido,
así tu lengua contra mí se aguza?
Pero es tu envidia tan villana y ciega,
que aunque ve la verdad, la verdad niega.

Tú, sí, que cuando escribes,
en vez de pluma, mueves bien las uñas,
y así, Zoilo, concibes
que hurtan los otros cuando tú rasguñas,
porque todo ladrón con viles modos
se persuade que son ladrones todos.

Tú, sí, que algunas veces
que al parto pones a tu ingenio corto,
al cabo de seis meses,
por ser sin tiempo, pares en aborto,
aborto que, en su traza y fealdad rara,
es propia imagen de tu ingenio y cara.

Tú, sí, que sólo aciertas
a formar unas coplas desiguales,
pesadas, patituertas,
y más toscas, en fin, que tus modales,
sin que puedan pulirlas a porrazos
ni ochenta escoplos con ochenta mazos.

Tú, sí, que persuadido
de que el que miente es poeta verdadero,
por ser poeta aplaudido
has dado en ser grandísimo embustero,
y según tú lo juzgas y lo sientes,
siempre haces versos porque siempre mientes.

Y así, Zoilo, derrama
contra mí tu mentira, que entre tanto
el eco de mi fama
irá creciendo al grito de mi canto;
miente cuanto quisieres, pues no viene
a quitar el honor quien no lo tiene.

Di que sólo prevengo
engañar con mis versos a algún bobo,
pues aquellos que tengo
me los soplan tal vez, tal vez los robo;
pero advierta tu envidia que, si aprieta,
a su costa verá si soy poeta.

Soneto moral

No tienes ya del tiempo malogrado
en el prolijo afán de tus pasiones,
sino una sombra, envuelta en confusiones,
que imprime en tu memoria tu pecado.

Pasó el deleite, el tiempo arrebatado
aun su imagen borró; las desazones
de tu inquieta conciencia son pensiones
que has de pagar perpetuas al cuidado.

Mas si el tiempo dejó para tu daño
su huella errante, y sombras al olvido
del que fue gusto y hoy te sobresalta,

para el futuro estudia el desengaño
en la imagen del tiempo que has vivido,
que ella dirá lo poco que te falta.

A una dama imaginaria

Qué linda cara que tienes,
válgate Dios por muchacha,
que si te miro, me rindes
y si me miras, me matas.

Esos tus hermosos ojos
son en ti, divina ingrata,
arpones cuando los flechas,
puñales cuando los clavas.

Esa tu boca traviesa
brinda, entre coral y nácar,
un veneno que da vida
y una dulzura que mata.

En ella las gracias viven:
novedad privilegiada,
que haya en tu boca hermosura
sin que haya en ella desgracia.

Primores y agrados hay
en tu talle y en tu cara;
todo tu cuerpo es aliento,
y todo tu aliento es alma.

El licencioso cabello
airosamente declara
que hay en lo negro hermosura,
y en lo desairado hay gala.

Arco de amor son tus cejas,
de cuyas flechas tiranas,
ni quien se defiende es cuerdo,
ni dichoso quien se escapa.

¡Qué desdeñosa te burlas!
y ¡qué traidora te ufanas,
a tantas fatigas firme
y a tantas finezas falsa!

¡Qué mal imitas al cielo
pródigo contigo en gracias,
pues no sabes hacer una
cuando sabes tener tantas!

A unos ojos hermosos

Ojos cuyas niñas bellas
esmaltan mil arreboles,
mucho sois para ser soles,
pocos para ser estrellas.

No sois sol, aunque abrasáis
al que por veros se encumbra,
que el sol todo el mundo alumbra,
y vosotros le cegáis.

No estrellas, aunque serena
luz mostráis en tanta copia,
que en vosotros hay luz propia
y en las estrellas, ajena.

No sois lunas ami ver,
que belleza tan sin par
ni es posible en sí menguar,
ni de otras luces crecer.

No sois ricos donde estáis,
ni pobres donde yo os canto;
pobres no, pues podéis tanto;
ricos no, pues que robáis.

No sois muerte, rigorosos,
ni vida, cuando alegráis;
vida no, pues que matáis;
muerte no, que sois hermosos.

No sois fuego, aunque os adula
la bella luz que gozáis,
pues con rayos no abrasáis
a la nieve que os circula.

No sois agua, ojos traidores
que me robáis el sosiego,
pues nunca apagáis mi fuego
y me causáis siempre ardores.

No sois cielos, ojos raros,
ni infierno de desconsuelos,
pues sois negros para cielos
y para infierno sois claros.

Y aunque ángeles parecéis,
no merecéis tales nombres,
que ellos guardan a los hombres
y vosotros los perdéis.

No sois diablos, aunque andáis
dando pena a los que os vieron,
que ellos del cielo cayeron,
vosotros en él estáis.

No sois dioses, aunque os deben
adoración mil dichosos,
pues en nada sois piadosos
ni justos ruegos os mueven.

Y en haceros de este modo
naturaleza echó el resto,
que, no siendo nada de ésto,
parece que lo sois todo.

Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito

Dichoso paisano en quien
con diversísimos modos
se miran los dones todos,
todas las prendas se ven,
perdone si en parabién
de tu carta no te da
algo mi amor, porque ya
cuanto yo darte podía,
que era la voluntad mía,
tú te lo tienes allá.

Mostrárteme agradecido
hoy mi empeño viene a ser,
y para poderlo hacer
de estos versos me he valido;
recíbelos advertido
de que si aun el don mayor
sólo recibe valor
del amor de quien lo da,
inmenso mi don será,
pues es inmenso mi amor.

Contarte un pesar intento
por ver si puedo lograr
el que mi propio pesar
sirva de ajeno contento;
escúchame, pues, atento,
que ya mi triste gemido
empieza a dar condolido
dos efectos a mi canto,
pues lo que en mi voz es llanto
será música en tu oído.

Guayaquil, ciudad hermosa,
de la América, guirnalda,
de la tierra bella esmeralda
y del mar perla preciosa,
cuya costa poderosa
abriga tesoro tanto,
que con suavísimo encanto
entre nácares divisa
congelado en gracia y risa
lo que el alba vierte en llanto;

ciudad que es por su esplendor,
entre las que dora Febo;
la mejor del mundo nuevo
y aún del orbe la mejor;
abunda en todo primor,
en toda riqueza abunda,
pues es mucho más fecunda
en ingenios, de manera
que, siendo en todo primera,
es en esto sin segunda.

Tribútanle con desvelo,
entre singulares modos,
la tierra sus frutos todos,
sus influencias el cielo;
hasta el mar con que anhelo
soberbiamente levanta
su cristalina garganta
para tragarse esta perla,
deponiendo su ira al verla
le besa humilde la planta.

Los elementos de intento
la miran con tal agrado,
que parece se ha formado
de todos un elemento;
ni en ráfagas brama el viento,
ni son fuego sus calores,
ni en agua y tierra hay rigores
y así llega a dominar
en tierra, aire, fuego y mar,
peces, aves, luces, flores.

Los rayos que al sol regazan
allí sus ardores frustran,
pues son luces que la ilustran
y no incendios que la abrasan;
las lluvias nunca propasan
de un rocío que de prisa
al terreno fertiliza
y que equivale en su tanto
de la aurora al tierno llanto,
del alba a la bella risa.

Templados de esta manera
calor y fresco entre sí,
hacen que florezca allí
una eterna primavera;
por lo cual si la alta esfera
fuera capaz de desvelos,
tuviera, sin duda, celos*
de ver que en blasón fecundo
abriga en su seno el mundo
ese trozo de los cielos.

Tanta hermosura hay en ella
que dudo, al ver su primor,
si acaso es del cielo flor,
si acaso es del mundo estrella;
es, en fin, ciudad tan bella
que parece en tal hechizo,
que la omnipotencia quiso
dar una señal patente
que está en el Occidente
el terrenal paraíso.

Esta ciudad primorosa,
manantial de gente amable,
cortés, discreta y afable,
advertida e ingeniosa,
es mi patria venturosa;
pero la siempre importuna
crueldad de mi fortuna,
rompiendo a mi dicha el lazo,
me arrebató del regazo
de esa mi adorada cuna.

Buscando un lugar maldito
a que echarme su rigor
y no encontrando otro peor,
me vino a botar a Quito;
a Quito otra vez repito
que entre toscos, nada menos,
varios diversos terrenos,
siguiendo, hermano, su norma,
es un lugar de esta forma,
disparate más o menos:

Es su situación tan mala,
que por una y otra cuesta
la una mitad se recuesta,
la otra mitad se resbala;
ella sube y se cala
por cerros, por quebradones,
por guaicos y por rincones
y en andar así escondida
bien nos muestra que es guarida
de un enjambre de ladrones.

Tan empinado es el talle
del sitio sobre que estriba,
que se hace muy cuesta arriba
el andar por cualquier calle;
no hay hombre que no se halle
la vista en tierra clavada,
porque es cosa averiguada
que el que anda sin atención,
cae, sino en la tentación,
en una cosa privada.

Hacen a Quito muy hondo
una y otra rajadura
y tendiendo tanta hondura,
es ciudad de ningún fondo.
Aquí hay desdichas a bondo,+
aquí el hambre y las sed se aúnan
y a todos nos importunan;
aquí, en fin, ¡raros enojos!,
los que comen son los piojos,
los demás todos ayunan.

Son estos piojos taimados
animales infelices,
grandes como mis narices,
gordos como mis pecados;
cuando veo que estirados
van muy grandes en cuadrilla,
me asusto que es maravilla
desde que un piojillo arisco,
sólo con darme un pellizco
me sumió la rabadilla.

Las sillas de mano aquí
se miran como a porfía
y te aseguro, a fe mía,
que tan malas no las vi;
luego que las descubrí
por unos lados y otros,
viendo los asientos rotos
y quebradas las tablillas,
dije: bien pueden ser sillas,
mas yo las tengo por potros.

En estas sillas se encierra,
llevando cualquier serrana,
mucho pelo y poca lana,
como oveja de la tierra.
Aquí, pies, en civil guerra,
con femeniles enojos
son de los piojos despojos
y con dentelladas bellas
los piojos las muerden a ellas
y ellas muerden a los piojos.

Estas quiteñas, como oso,
están llenas de cabello
y, aunque tienen tanto vello,
más nada tienen hermoso;
así vivo con reposo
sin alguna tentación,
siquiera por distracción
me venga, pues si las hablo,
juzgando que son el diablo
hago actos de contricción.

Lo peor es la comida
(Dios ponga tiento en mi boca):
ella es puerca y ella es poca,
mal guisada y bien vendida;
aquí toda ella es podrida
y ¡vive Dios! que me aburro
cuando imagino y discurro
que una quiteña taimada
me envió dentro de una empanada
un gallo, un ratón y un burro.

Hay tal o cual procesión,
mas con rito tan impío
que te juro, hermano mío,
que es cosa de inquisición:
van cien Cristos en montón
corriendo como unas balas,
treinta quiteños sin galas,
más de ochenta dolorosas,
San Juan, Judas, y otras cosas,
casi todas ellas malas.

Con calva, gallo y sin manto,
un San Pedro se adelanta
y, por más que el gallo canta,
no quiere llorar el Santo;
pero le provoca llanto
de sus llaves la reyerta,
pues cuenta por cosa cierta
que, estando el Santo con sueño,
hurtóselas un quiteño
para falsear una puerta.

Va también tal cual rapaz
vestido de ángel andante,
con su cara por delante
y máscara por detrás;
con tan donoso disfraz
echan unas trazas raras,
dándonos señales claras
que, en el quiteño vaivén,
aun los ángeles también
son figuras de dos caras.

De penitentes con guantes
salen los nobles, por no
dar limosna— y temo yo
que han de salir de danzantes.
Estos quiteños bergantes,
¿cómo harán tal indecencia?,
pues hallo yo en mi conciencia
que es muy grave hipocresía
vestir la cicatería
con traje de penitencia.

Después se ven unos viejos
beatos, brujos y quebrados
y algunos frailes cargados
con sus barbas y agarejos;
luego se sigue a lo lejos
una recua de Cofrades,
después las Comunidades
y otras bestias con pendones,
porque aquí las procesiones
todas son bestialidades.

Mil pobres despilfarrados
se miran a cada instante,
mas ninguno es vergonzante,
que son bien desvergonzados;
ciegos, mudos, corcorbados
y enanos hay en verdad
tantos en esta ciudad,
que yo afirmo sin rebozo
que es este Quito piojoso
el Valle de Josafat.

Hermano, en aqueste Quito
muchos mueren de apostemas,
de bubas, llagas y flemas,
mas nadie muere de ahíto;
y hay serrano tan maldito
que al rezar la letanía,
pide a la Virgen María,
con grandísimo fervor,
que le conceda el favor
de morir de apoplejía.

A cualquier forastero,
con extraña cortesía,
sea de noche, sea de día
le quitan luego el sombrero;
y si él no trata ligero
de tomar otra derrota,
le quitan también sin nota
estos corteses ladrones
la camisa y los calzones
hasta dejarlo en pelota.

Andan como las cigarras
gritado por estas sierras
que son leones en las guerras
y lo son sólo en las garras;
para hurtar estos panarras
con sutileza y con tiento
son todos un pensamiento,
de suerte que yo he juzgado
que en las uñas vinculado
tienen el entendimiento.

El que es noble gamonal
algún obraje procura
y de esta suerte asegura
tener en jerga el caudal.
Los quiteños, por su mal,
entablaron desdichados
estos obrajes malvados,
pues con esperanzas vanas
van al obraje por lanas
y se vuelven trasquilados.

Todos estos obrajeros,
por interés del vellón,
compran ovejas y son
ellos gentiles carneros.
Tienen bueyes y potreros
del caudal para ventaja,**
pero, aunque ellos se hacen raja,
nunca salen de pobreza,
pues vinculan su riqueza
en cuernos, lanas y paja.

A todos con gran certeza
de frailes les acredito,
pues todos en este Quito
hacen voto de pobreza;
pero el fausto, la grandeza
y la gala es incesante,
pues aquí, como es constante,
se estudia con grande aprieto
la comedia de Moreto
nombrada Trampa adelante.

Cualquier chisme o patarata
lo cuentan por novedad
y para no hablar verdad
tienen gracia gratis data:
todo hombre en lo que relata
miente o a mentir aspira;
mas esto ya no me admira,
porque digo siempre: ¡Alerta!
Sólo la mentira es cierta
y lo demás es mentira.

Mienten con grande desvelo;
miente el niño, miente el hombre
y, para que más te asombre,
aun sabe mentir el cielo;
pues vestido de azul velo
nos promete mil bonanzas
y muy luego, sin tardanzas,
junta unas nubes rateras
y nos moja muy deveras
el buen cielo con sus chanzas.

Llueve y más llueve y a veces
el aguacero es eterno,
porque aquí dura el invierno
solamente trece meses;
y así mienten los franceses
que andan a Quito situando
bajo de la línea, cuando
es cierto que está este suelo
bajo las ingles del cielo,
es decir, siempre meando.

Este es el Quito famoso
y te lo digo, jocundo,
que es el sobaco del mundo
viéndolo tan asqueroso.
¡Feliz tú!, que de dichoso
puedes llevarte la palma,
pues gozas en dulce calma
de ese suelo soberano;
y con esto, adiós, hermano.
Tu afecto Juan de buen alma.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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