LOCO DE ATAR [Mi poema]
Juan Carlos Friebe [Poeta sugerido]
Juan Carlos Friebe [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Yo estoy loco prendado de una rama, ¿Fue un flechazo? quizás fuera empatía, Embriagado quedé de su ambrosía Al tronco voy a hacerme allí un lugar |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Juan Carlos Friebe
Presagio de mudanza
Se olvidará de mí la luz un día,
se olvidará la luz de despertarme,
y el tornasol del Sol vendrá a velarme
con Luna de mortaja compañía.
Estoy ahí, ahí, la voz vacía,
rogando ay y aliento para alzarme
en la garganta un garfio al que aferrarme
y el grito preso en la mordaza estría.
Heme ahí sola carne desahuciada.
Un cuerpo inerme, lívido e ingrato,
recién ceniza de lo que fuera llama.
Heme aquí: esto. El alma descarnada.
Como aguardando de otra voz mandato
que le ordene: Levántate y ama.
UN NIDO
Feliz quien parte atado al corazón
pues aunque no regrese nunca, siempre
habitará su casa. Feliz quien viene y va
a antojo de su dicha y sus senderos,
en pos de sí y de sus misterios hondos,
de su amor, su quimera, de su nada.
Cuánto más si al susurro de su voz
sujeto, atento sólo a su murmullo,
se escucha y dice: heme: al mismo tiempo
que presta tacto, vista, oído al mundo,
y lo comprende o no, pero le incumbe,
le inmuta, le conmueve, le anonada,
de pilar a pilar le zarandea el alma
al vibrar de raíz y de consciencia.
Pasa la brisa sobre tallo tierno,
mece el aire los álamos combados:
feliz la rama, si feliz la hoja.
Como la piedra elegida al azar no sabe que no es la piedra del montón, sino la muerte misma.
Como la piedra no imagina que va a servir a una mano ignorante, a una mano infeliz, a una mano cobarde,
las cosas, inocentes, desconocen el fin al que sirven y la voluntad de la mano que viene a usarlas.
No lo sabe la piedra, ni lo sabe el acero.
La piedra ni siquiera intuye que se desgajó de la roca para ser como aquella otra que la mano escoge para la honda y silba la herida del ciervo antes de abrir su costado,
o como aquella otra que una mano despreocupada sopesa en la orilla para hacerla saltar
un,
dos,
tres,
a la comba,
en las olas,
hasta hundirla en el mar.
No. Esa piedra jamás sabrá que vino de aluvión, lamida por el río y la corriente del tiempo para dar la muerte
ni la muchacha enterrada hasta el cuello sabrá jamás en su tormento que su madre, entre la jauría, escogió esa piedra para asesinarla.
Parece el metal cuchillo, como cuchillo brilla, como daga hiende, tiene el labio helado igual para el pan que para la herida.
Como la piedra elegida al azar no sabe que no es una piedra del montón, sino la muerte misma.