SUBASTAS DE VOTOS [Mi poema]
Pablo Molinet [Poeta sugerido]
Pablo Molinet [Poeta sugerido]
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MI POEMA …de medio pelo
Recuerdo que mis padres me decían
que en tanto se acercaban elecciones
los votos en el pueblo se vendían
siempre al mejor postor.
Yo entonces de esas chanzas me reía
tratándoles de obviar explicaciones
creyéndome que aquello que se oía
debía al buen humor.
Mas vuelvo ahora a pensar cómo sería
y observo con tristeza y con dolor
que aquello tanta gracia a mi me hacía
hoy se hace al por mayor.
Y es que hoy el Parlamento es un mercado,
un puro trapicheo en que el valor
del voto allí emitido está dopado
según el jugador.
Que todo lo que importa allí se vende
al precio que lo exige el obtener
aquello que se ansía en lo que pende
su dios que es el poder.
Y así que ya no existan las pesetas
y así que no quisieran ofender
los unos amenazan con mil tretas,
los otros con joder.
Y el pueblo se pregunta por qué vota
si nunca sus promesas cumplirán
haciendo del votar su chirigota
sin miedo al qué dirán.
Pues eso, dije digo y digo Diego
en tanto su botín repartirán,
los otros cuando lleguen dando el pego,
igual que ellos harán.
©donaciano bueno
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Pablo Molinet
CIELO DE INVIERNO
Despierto; el cielo de invierno
ya es claro en la ventana:
recuerdo fotos del Pacífico Sur,
South Cape, Tasmania,
soledad tan gris del tiburón blanco.
Salgo. La dama del jardín me dice “cuídate”
en su lengua de caracoles y de agua.
Las hordas de rebozo y letanía
marchan oscuras y marchitas.
El pueblo es un puño de piedra
entre cuyos dedos me deslizo.
Frente a South Cape aletas cruzan
en un escalofrío de espuma.
No hay nadie en la calzada
Hoy es domingo y hace frío.
Canta una tórtola y después calla.
Un rumor de pleamar crece a lo lejos.
El viento asalta el valle.
Una aleta dorsal brilla en las nubes.
En el cementerio termina la calzada;
de ahí parte un camino
y se curva en la distancia.
ALLÍ ESTABAS, SENTADA EN LA OSCURIDAD
¿De qué pliegue del desierto venías
cuando toda rabo agitándose
cruzaste el matorral enjuto?
A la carrera con tus patas cortas
custodiaste nuestro andar.
Te quedaste en el umbral de la planicie,
entre arbustos de gracia submarina.
Fuera y dentro de nosotros
la arena color hueso
se disparaba en la penumbra.
Algo dúctil y potente nos empujaba
hacia ninguna parte.
Éramos limadura de hierro en un papel;
un niño la movía con un imán para formar figuras.
Si veíamos las luces de la carretera,
¿en dónde pisábamos que todo era distinto?
Regresamos silenciosos de miedo y maravilla.
Allí estabas, sentada en la oscuridad,
ardías como una veladora.
Declaración del peregrino
Me contaron que Jesús
juega con los pájaros en el desierto,
por San Antonio del Coyote,
bajo una acacia florecida.
En San Antonio del Coyote no hay acacias.
Me volví a la cama de sanguijuelas de mi vida.
Una tarde vi dragones en las nubes.
Sopló el viento; los oí cantar
en las campanas chinas de un jardín a solas
y volví a buscar la escalera de cuerdas
que el zeppelín de Dios arrastra
todo el tiempo en todas partes.
Me he muerto y he nacido tantas veces.
Le he bailado al fuego.
He visto el claro vientre escamoso de la primavera
en su descenso hacia costa y serranía.
Distingo el infierno por su grave ceño,
el paraíso por la sonrisa
que me pone en la boca cuando estoy allí;
distingo a los demonios por su caridad,
a los ángeles porque no esconden las zarpas.
Lejos de luces y veredas la libertad huele a sudor.
En San Antonio del Coyote,
cerca de El Fénix y de El Cambio,
seguí a los pájaros hasta una capilla rota;
en un muro alguien pintó una acacia florecida.
El Jesús de los Pájaros es sólo un hombre enamorado, por eso los pájaros se posan en sus hombros.
Cantan los gorriones, cantan en mi oído.
La máscara de llorar
Para entrar donde habita mi asesina
prendo una veladora y me pongo la máscara
de madera musgosa, casi tierra.
Mansión sin techo, muros fracturados.
Vigas llenas de hongos se pudren en el pasto.
Se acerca mi asesina.
Huele a pájaros muertos en el ático.
Por la ventana rota de su cara
veo ese patio donde siempre llueve.
No tiemblo cuando roza mis mejillas
ese tacto tan húmedo y tan ávido.
El capullo vibrátil de la llama
es más firme que toda fortaleza.
Este filo brillante,
mi sonrisa debajo de la máscara,
de todo me resguarda.
Así armado le digo:
“Presencia de las ruinas,
rapaz, depredadora,
no me doy a tu pálido resplandor
ni a tu perfume negro,
no me trajiste tú,
comedora de lágrimas,
mi voluntad me trajo,
no soy más tu presa.
Si vine de tan lejos
fue para oírte cantar.”
Responde con los pájaros del ático
que añoran para siempre
el emplumado corazón del viento:
Morí. Morí. Morí.
Calla. El canto se sostiene solo,
después se desvanece.
Para volver de ahí
aferro a la veladora mi atención
como hacen los muertos en su día.
La máscara se cae.
Los pájaros del parque
destellan en mi oído
como el último Sol
sobre la fuente quieta.
Águilas
Charcos en el cemento donde lavábamos la ropa.
Charcos sobre liquen marrón
que el primer Sol transfiguraba.
Escamas de una bestia fabulosa
en cuya presencia el clan del box
cumplía su ceremonia
a cinco pasos del cemento,
sobre un pasto tan verde
como el paraíso.
Arroja una moneda al polvo.
Agáchate hasta tocarla con el índice
y gira muy rápido hasta que todo
se vuelva un cono acuático.
Para. Respira. Anda derecho.
Gánale a tu vértigo.
Ponte en cuclillas. Abre los brazos.
Avanza a saltos:
en ese andar con piernas
cortadas, vuelo.
Se llaman “águilas”.
En guardia zurda la pierna izquierda
es la pata picuda del compás;
el brazo derecho jabea al frente
para que el zurdo sea
mayal del gancho
filo del upper
lanza del cross
Sumérgete y pega abajo,
emerge de repente y dale arriba,
encaja su revancha de cruzados y directos.
Si te adivina a la izquierda
aparécete fantasma a su derecha,
si te sabe a la derecha asáltale la izquierda;
si se aleja acércate,
si se acerca aléjalo
cánsalo, sacúdelo,
“¡tiempo!”, grita el réferi.
Eres una cosa de poleas e ingenios giratorios
lanzada al abordaje
y si los puños del otro desbordan tu torpeza
repliégate e inténtalo otra vez,
no anheles el tercer minuto,
no desees que todo acabe,
suplica que siga para siempre.
Y así cumplía su ceremonia sudorosa
el clan del box.
Irreales en la luz acuática,
erguidos sobre el altozano bermejo del dolor.
Brillaba la malla ciclónica como recién escupida
por una araña de metal.
Y estar presos
era escalar un guijarro de ocho mil metros.
Así nos abandonaba la mañana
y el mediodía se desplomaba
casa de vidrio sobre la tarde
y nosotros andábamos
con sus escombros en los ojos.
Hoy era hoy y mañana igual.
Las celdas como grutas submarinas,
los pasillos acechados por murenas.
Hoy. La columna de Sol y de aserrín
que descendía por la claraboya del taller
como una niña que bailaba sola.
Hoy. Los baños
donde el dios de las violaciones
levantaba la cabeza.
Hoy. El gigante acorazado
a las puertas de la vida.
Y la tarde era un ternero degollado
cuya sangre nos bañaba.
A esa hora en que todo el negro del mundo
se agolpa en el cielo y la garganta,
un cetrero soltaba sus dos águilas
en el baldío junto a los muros del penal.
Arrojadas a la inmensidad,
boomerangs angélicos
giraban sobre el patio.
Y a esa hora en que el encierro avanzaba en guardia,
todo se desvanecía, salvo las águilas.
¿A qué vienes?
Con algo de animal pacífico y algo de ninfa
te acercas con un perfume de tierra húmeda,
¿a qué vienes, hermosa del color del parque,
dama de frío y de crepúsculo?
¿Qué castillos de cristal se quiebran en el viento?
Tengo un trozo violeta entre las manos
Qué negro rosedal centellea de hálito en el corazón,
un látigo de neón azota el nardo de la sombra
¿A qué vienes con tus perpetuos diecisiete
y tus ojos de baldío donde agoniza como un tigre el día?
Cuando acaricias eres lluvia, hermana del jardín recóndito
¿A qué vienes, misteriosamente desnuda
como la noche, como el otoño?
¿A qué vienes, tristeza, a que regresas?