LA MALA EDUCACIÓN [Mi poema] Santiago Anguizola Delgado [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Vivimos en dos mundos diferentes, La furia se combate con decencia, No atienden tan siquiera a las edades Y ríen de tu padre, si es preciso, Pues dejen de llorar y de artimañas |
Es habitual escuchar comentarios acerca de esa lacra que es la violencia de género. Mientras tanto estamos ofreciéndoles a los niños títeres en la plaza pública en la que se les muestra escenas de cómo matar a una monja, acuchillar a una mujer embarazada, ahorcar a un juez…etc….,todo ello en nombre la llamada libertad de expresión. Eso sí, para contrarrestar, se hacen campañas.
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Santiago Anguizola Delgado
Manos
Manos que son seráficos señuelos
para ceñir las almas con cadenas;
manos finas, y suaves, y morenas,
que provocan fantásticos anhelos.
Manos que son retazos de los cielos,
por el azul procero de las venas,
como alas de arcángel, siempre llenas
de la gracia de Dios en los hoyuelos.
Manos donde el milagro se presiente
de verlas transformadas en estrellas
cuando se abren sus dedos blandamente;
Manos encantadoras y tan bellas
como para pasarse eternamente
acariciando el corazón con ellas.
Morena
La caricia del sol te hizo morena
para darle más gala a tu hermosura,
porque en la seda de tu piel oscura
se adivina de Dios la gracia plena.
El brillo de la casta nazarena
de tus ojos relumbra en la negrura
y tu boca de ensueño se empurpura
con claveles de sangre sarracena.
No eres la Hurí que en el Edén habita,
ni el genio de los nobles alminares,
ni orgullo de la raza morabita;
pero eres gloria de mis patrios lares
porque pareces tú la Sulamita
que inspirara el Cantar de los Cantares.
Trabaja
Abra el surco en la gleba tu misma mano;
que el sudor de su rostro fecunde el suelo;
lanza cada semilla con un anhelo
y siembra una esperanza con cada grano.
Trabaja cuanto puedas, que bajo el cielo
nadie ha hecho ninguna labor en vano:
hay siempre una conquista por cada vuelo
y una América oculta tras cada arcano.
Lucha, que aún es tiempo y la vida corta,
la faena comienza, que nada importa
lo fatigosa y larga que ella te sea.
La cosecha es el premio de lo sembrado:
el hombre su sustento debe al arado
y su progreso el mundo debe a la idea.
Soy Chiricano
De junquillo flexible mi sombrero,
camisa holgada de cotín listado,
pantalones de dril fuerte y tostado,
grueso calzado y cinturón de cuero.
Cabalgo siempre mi corcel ligero
con el machete del arzón colgado,
y siempre gran afecto he profesado
a mi soga y montura de vaquero.
Rudo soy, es verdad, porque han curtido
mi cuerpo un sol de rutilante llama
y el trajín de la hacienda en que he crecido,
pero en mi pecho un corazón se inflama
que es todo compasión para el dolido
y todo amor para mi dulce dama.
Soy poeta, no más, porgue este suelo
donde tranquila se meció mi cuna
es el florido “Valle de la Luna”
de verdes campos y estrellado cielo.
Porque aquí he visto florecer mi anhelo
y, ¡oh dicha!, aun tengo para mi fortuna
una madre, amorosa cual ninguna,
que es el único don de mi consuelo.
Y cantaré mientras que altivo alumbre
el esplendente sol desde la cumbre
del gran Barú hasta el inmenso llano,
para decirle con orgullo al mundo
que no en sus glorias mi esperanza fundo,
que es mi gloria mayor: ser chiricano.
Dios
Dios no cabe en los templos: su grandeza
tanta es que ocupa el universo entero,
vive en la pequeñez de la pavesa
y alienta tras la lumbre del lucero.
El es la voz de la Naturaleza,
único, inacabable y verdadero.
El tiende el manto de la noche espesa
y difunde la luz del sol de Enero.
Dios no cabe en los templos de la tierra
y, pues que todo su poder lo encierra,
su culto debe estar en cada cosa:
llámese mar o cielo, nube o viento,
vida o muerte, ventura o sufrimiento,
águila o caracol, oruga o rosa.
El último Doraz
Herido el pecho, fatigado el brazo,
con la amargura del titán vencido,
del Barú junto al cráter encendido,
el último doraz detiene el paso.
Presa su tribu del artero lazo
que le tendiera el blanco maldecido,
mira en el horizonte del olvido
del sol doraz el sempiterno ocaso.
Sacude el indio la emplumada frente
y al cielo, como un reto irreverente,
¡airado arroja la guerrera lanza!
Rápido el paso hacia el abismo gira
y en el horror de la grandiosa pira
brilla el último gesto de su raza.