A BENEFICIO DE INVENTARIO [Mi poema] Gracia Morales [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Los hombres, los humanos, inhumanos, Matando sin saber por qué se mata Las órdenes provienen de unos pocos, No pueden resistirse. Dictadores El sino es de los hombres con sus bandos. |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Gracia Morales
Tu casa
Tu casa suena a caricia de viento
golpeando suavito los cristales.
Suena a campanadas de medianoche
y al insomnio tranquilo de tus muebles.
Tu casa suena a un último cigarro
fingiendo sigilos de humo en tus dedos.
Suena a mi equipaje recién abierto
y a este silencio de pies descalzos.
A veces me acurruco y me quedo quieta
como pendiente de un miedo o un hallazgo
para aprenderme la voz de tu casa
mientras el mundo nos olvida, fuera.
POEMA DEL HUEVO TIBIO
En cuatro minutos, qué poco cabe.
Cabe un beso, un beso largo.
Caben miradas, celos y risa;
solo una, pero inmensa.
Cabe pensarte sin que me pienses.
Caben tus ojos, aun siendo grandes.
Cabe un deseo caído de estrellas.
Cabe lo único que da un momento:
el universo en un parpadeo
de números pares
y escaso de amor por falta de tiempo.
Bienaventuradas sean aquellas mujeres
?tan siempre madres, esposas,
abuelas o hermanas?
que aprenden a levantar sus puños
en plazas, autobuses y dormitorios.
Bienaventuradas cuando dejan,
doblados sobre una silla,
el delantal, los suspiros,
la prudencia,
el temor, las cacerolas.
(Mujeres malabaristas,
capaces de dividir
entre ocho o quince el arroz,
los colchones y los besos;
mujeres cosidas a la tierra,
con ramas donde aletea un griterío de niños,
piar de niños que piden agua,
que piden, que piden,
cuánto piden,
subiéndose por los hombros y las piernas.)
Bienaventuradas
las mujeres que se agarran
bien fuerte las unas a las otras
y salen a recorrer las calles,
con pancartas de letra infantil.
Bienaventuradas ellas,
porque se han atrevido a gritar,
con su voz recién estrenada,
las palabras grandes, paz, respeto,
libertad, justicia, dignidad,
sin haberse cambiado de ropa,
en zapatillas y con pañuelos blancos
cubriéndose la cabeza.
La voz interior 2
(El buen tiempo)
Date prisa, mujer.
Se acercan felices los días
de las piernas al aire y el escote abierto
y todas debemos ponernos altas,
delgadas,
rectilíneas,
rubias o castañas cobrizo.
Date prisa,
porque andar por ahí
con el rostro sin playa y sin Margaret Astor
es señal inequívoca de exceso de trabajo,
de depresión, de extravagancia
o de limitados recursos económicos.
Venga, mujer, no pierdas más el tiempo:
reduce drásticamente tu consumo de calorías,
elige una crema anticelulítica,
depílate a conciencia,
ve a women’s secret o al Corte Inglés
y cómprate un biquini de la talla treinta y ocho.
Un último consejo, si me lo aceptas:
pruébate uno verde,
verde pistacho;
será el color de moda
en esta temporada.
“Estadística”
Le ha dado tiempo a nacer.
Le ha dado tiempo a ser niña,
brazos,
pies,
párpados,
boca,
un kilo setenta gramos
de movimiento y sollozos.
Ha tenido tiempo suficiente
para notar que nacía:
ser colocada de golpe en un espacio distinto,
abierto, horizontal y extraño.
Ha alcanzado a sentir, incluso,
eso que con dos años hubiera aprendido a llamar luz,
aire,
agua,
calor…
Pero no ha llegado a entender
que esa firmeza que la sostiene
y la mece despacio
es su madre, dieciséis años,
segundo parto y con fiebre;
ha habido tan poco,
tan poco tiempo,
que no ha podido estrenar el cariño
ni el sabor de esos pechos tristes
en los que apoya la cabeza.
Nadie le ha dicho
que se iba a llamar Maisha,
que hubiera sido alta, de manos grandes,
habilidosa para moldear
cuencos y figuritas de barro.
No le ha dado tiempo a saber
que será el decimoquinto bebé que muera ese día,
sin explicaciones médicas ni consuelo,
en su pequeña, siempre lejana, ciudad.
La voz en pie (2014)
Costumbres
Uno se acostumbra al insomnio
y acaba por reservarle sitio
en un extremo del colchón.
Se acostumbra
a llevar los puños deshilachados,
como el alma
o la memoria.
Uno se acostumbra a que los silencios reboten
sobre los mismos espejos.
Y hasta se acostumbra uno a la costumbre
cuando no queda más remedio.
***
esta pequeña lluvia que me acompaña
Alejandra Pizarnik
Siempre llueve cuando te vas,
aunque lo desmientan los meteorólogos
y los turistas tomando
el sol en las terrazas.
Siempre llueve una lluvia pequeña
como de sal o de ceniza,
una lluvia cortada a la medida de mis hombros
y con mismo recorrido que mis pasos.
Siempre llueve cuando te vas
aunque la gente siga caminando y se pregunte
por qué corro calle abajo
con las ropas empapadas.
Flores mustias en aguas desiertas.
Arenosa indiferencia
engullendo monstruos que no saben gritar,
donde el miedo parpadea
y supura por llagas de carnes inexistentes.
Habla y haz presente este pasado fuera de tiempo.
Desvístete ante mi desnudez camuflada.
No soporto más lo insoportablemente obvio
perdido en dobles sentidos.
La semana cruza la calle
y ya casi llega al borde del abismo.
No está la luz allí.
Nunca hubo llama ni sol,
solo penumbra engañosa y equidistante.
Vive Dios que ya está muerto
lo que nunca fue engendrado.
Vientres estériles con semillas huecas
no conciben sino dudas
que crecen y se perpetúan
en mudeces de ojos brillantes.
Esperaré hasta que los jazmines me hablen de amor…
… todavía balbucean besos en su cálido perfume.