PERDÓNAME SEÑOR [Mi poema] Juan Sierra [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Perdóname, Señor, si hoy he pecado, Perdóname, Señor, si mi cerebro Perdóname, Señor, te lo suplico, La pira en que me inmolan no merezco Si he de creer en ti, aquí te ofrezco Yo quise huir del mal, yo he perseguido, Aunque quiera agarrarme no hallo un clavo, |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Juan Sierra
Trafalgar
En el perfume de una alcoba recién esterada
Encima de la cómoda
en un fanal con amores napolitanos de piernas de leche y bigotes finísimos
Cuando los cristales de los balcones muy bien cerrados
permiten que se comuniquen todos los cuartos con temerosas claridades de ascensión
y se distinga perfectamente el fondo de los cuadros más altos
Hay cajones que nunca podrán abrirse
en la certeza de que el mar es más temible mientras más azul
Entonces
Cuando un mediodía nos demuestra
que el recibidor del convento recorta en amarillo un chorrear de pájaros
y que los bancos de sal se hicieron con velas de fragata bajo un reinado femenino
Cuando alardean las playas su seguridad de ser olvidadas
Entonces
En la analogía de los sillones de plata con el resplandor de los inventos a cuarenta por hora
En la peluca de la anciana que zurce ropa bordada
en el rayo de sol que abre un domingo la soledad de la casa
En esa hora en que el almanaque no sirve para nada
El almirante encorsetado en oro exprimiendo su pecho lazos de seda blanca
Cristales frente al puerto
A Francisco Pachón
No sólo el desparpajo de los ladrillos ante la muerte de un padre de familia
Ni la cerveza dominguera entrando a sangre y fuego en los metales de la feria
Sino todavía una lumbre asiática amortiguada
en la convalecencia de panales y cuervos
O una tregua en aquel desorden resbaladizo del norte que exportaba corazones bajo la nieve.
Pero en todo caso
El sofá de la tarde
que ya se va enfriando en los postes de amarre
resecos
de batallas navales
o en el armisticio que firma un labio de mujer cuando se le dice bella
a la luz donde los titiriteros se remontan a fuerza de hambre
y los corales raídos del aire friegan el urinario
de nuestra conciencia que va desnuda
por un alambre de angustia
a los mataderos del cielo
…CTS. (Todo comprendido)
Ese tranvía que barre las acacias de una avenida Sur
perfecciona un airoso túnel de sombra
a la temperatura en que fermenta un santo
entre claridades de ácido fénico y osamentas irónicas
Es la hora en que los soldados se visten de gala
con picos de nieve cruzados de sol
y las más altas bibliotecas trillan su ciencia en la flexibilidad del mar
La disciplina del mundo se quiebra en esa sombra que dan los eucaliptus
plantados en los andenes de las estaciones solitarias
Más tarde
un bergantín a contraluz soñaba el peso de las distancias
cuando el amor inventó el ángulo recto
Los aires refrescan epílogos de jazmín
en la nuca verdosa de administradores incorruptos
Yo lo he visto desde las laderas del crepúsculo en el mes de junio
El murmullo de Italia
ahonda el trote de esos caballos negros que llevan violetas en las sienes
Los colegios del Norte demandan la intrepidez rosa de la carne vencida
y la sal antigua sorprende un retablo hecho con oro de almendras
Mi afán morado se resecaba entre la angustia de los dos Continentes
y mi corazón corría al nivel de esas estanterías con baranditas
que existen en el interior de los grandes almacenes de calzados
Era en los comienzos del siglo XX
Bombardeo de poblaciones abiertas
(Sevilla, 1937)
A José María Cossío
Se ahogó el silencio en una tumba sin poros
Las calles se han regado con una claridad de inmediato suplicio
El espacio de los ángulos refleja una agresividad contenida
A los pájaros como siempre no les importa nada de lo que ocurre
El campo siempre ha sido aquí blando y verde
Siempre han brillado en el río los materiales de esta ciudad
Un pequeño vendedor de periódicos escudriña el cielo
Donde se rumorea una esbeltísima experiencia de motores
De pronto una estrepitosa novedad que retiembla
Y molesta mucho
A las bestias enganchadas en los carritos comerciales de reparto
Es la defensa antiaérea que ataca
Grandes pisotones lentos y negros sobre la tierra le contestan
Son los que realizan el servicio
Todas las digestiones se cortan con una frialdad despreciativa
Todas las azoteas alumbran resignadas el centro de su espoleta
Los ojos de las jóvenes compadecen a un moribundo invisible
Vemos que nuestra madre es también una criatura muy pequeña
Siguen las salvas en honor del gran cadáver del silencio
La luz se ha recogido en el aire con una serenidad de otro tiempo
Yo pienso en las naranjas embaladas que están sobre los muelles obligadas a jugarse la vida
Los enormes émbolos del odio vuelven a sacudir profundamente la tierra
Ya los relojes marcan sangre arrabalera entre vigas y ladrillos
Todos los años que puedan quedarnos de vida son manteados con indiferencia por una gran burla
La ley de la gravedad se desarrolla majestuosamente con una ira correctísima
Algo se reza mientras los oídos vigilan escondidos a la muerte
El silencio ha vuelto del cloroformo
Una soledad de geranios fracasados ya tomó nota de la venganza
La Cruz Roja vuela entre teléfonos y calles desiertas
La sirena final anuncia que el día ya ha envejecido
Y nosotros por esta vez hemos tenido suerte
Ayer y hoy
De un alba negra y lisa sin recelo
y un sabor a galleta tripulante,
nació este no fijarse en la medida
que sueña un halo para cada cosa.
De un pecho bajo y firme para el lloro
y la blancura opaca vigilada
por los palos de aquel barco noruego
atracado muy lejos de los muelles.
De un morado y sexual rapto de nube
a caballo en la luna de mi infancia
entre el verde alumbrado de las ocho
y el ramaje movible de algún cine.
De la niebla de aquel despacho donde
con legajos de un húmedo silencio
se hallaba disecada en su vitrina
la fragata que un día mandó mi abuelo.
De la piel de unos ojos en el claro
tibio cielo de marzo el año aquel
de barro y lluvia en que la primavera
sólo lució en las piedras de la calle.
De la sombra de añejo oro pulido
con manzana del trópico y almendro
o nublado regalo junto a un río
al acecho de música y piragua.
De algo de todo eso fue mi ayer:
demasiado altas las estrellas
para el regazo de quien oye un tiro
buscando caracoles en la playa.
Hoy que ya fue alejada en lo preciso
la joya del recuerdo al aire libre
sólo quiero la paz de lo que tengo
sin muebles con señales de naufragio.
Por un minuto de virtud serena
doy el amor más áspero y durable:
el amor que este clima de mis huesos
lleva -oh ángel de tierra- en su memoria.
Hoy mi dolor lleva el sonido claro
de muchas aguas como si tal cosa:
el perenne sonido que el azogue
del alba oye en los mares de mi sueño.
Sólo quiero girar la redondela
del Arte en el silencio de mi vida
por si logro vencer en lo posible
la sonrisa de algún marino loco.
Dejar en oración de pardo vuelo
ese beso tan grande nunca dado
que sepulta lo ciego de mi pena
con chaquetas de mármol en el aire.
Y a ver cuándo soy yo uno de esos muertos
que arrojan a diario las ciudades
en su promedio sol de defunciones
sin que el té de la noche se suspenda.
Sueño
Para Abelardo Linares
Anónimo, profundo, varado en la negrura,
un viejo buque yace junto al acantilado.
Un silencio pirata funde su arboladura
con la grandeza inmóvil y triste del pecado.
¿De qué amatista isla o nodriza ternura
descolgó un mudo gajo de horror lo inesperado?
Bajo aquel luto ciego de coral y amargura
surge la pena en vilo de cuerpo ajusticiado.
Y no son malhechores de Cantón o de Riga
los que aflojan el pecho mandíbulas y bocas
que amortaja la luna con cintillos de guerra.
Ahorcados, tallados en las húmedas rocas,
con el puñal del alba cosido en la vejiga,
son marineros lentos de la dulce Inglaterra.
Isla de Panay
Aún queda un resto de telescopio en el zaquizamí donde se pudren
las casacas galoneadas de los marinos
Aún resiste mi tía Paca tras los cristales de Cádiz su viudez
Allá va un sol contrabando de suspiros a cada golfo del atardecer
El mar se deja robar sus conchas por la mirada de un pobre hombre
Aún el oro es amarillo y Trini es un nombre
Yo me amplío tenue de malecones encendidos
al país donde la gente no se levanta para hablar
y las niñas moderan su risa en valles de percal
Mi corazón silba en gasas de ron
en etiquetas de esas botellas que no se venden nunca
los días en que las banderas caen por su propio peso
En las factorías se embalsaman las madejas de aire
El invierno se inclina hacia atrás como los palos de un navío
No quiero hacerte comprender lo que hay más allá del horizonte
Deja que las colonias se cautiven los domingos
y ese retumbo de pozo que nos recuerda los primeros salones de cine
Alegría de naufragar que brota en las aceras desiertas
Esperanza ya antes de nacer
todavía en el vientre de nuestra madre
de un clima con sordina de olvido
Un corto paseo
Estos paisajes son de cuando yo ya hubiese muerto
Algunos amigos de mi edad han muerto y no verán estos paisajes
Dios mío yo me aprovecho y los veo los miro antes de morir
Veo este progreso de la ciudad este cielo que se compadece de toda esta juventud
agobiada por la dictadura del trabajo
bajo la enorme generación de la especie humana
sin rincones de tabernas inglesas con barriles pintados de negro y rojo
sin clima ni horizonte para que sueñen lejanías mis ojos
sin fragatas ni islas desconocidas donde se profundice mi virtud
sin recogimiento de cales que archiven tragedias familiares
sin oro de retablo de iglesias pueblerinas que me apartaron de alientos de mujeres
Estos espacios residenciales estos bloques enormes de viviendas con sus pedruscos
grises exiliados en sus parterres
son fríos a mi recuerdo
son extraños a mí
son para los jóvenes no para que yo los disfrute
Parece que los estoy mancillando con mi presencia
como si me recreara en los pechos de una tanagra
Yo creo Dios mío que ya ha llegado irremisiblemente
naturalmente
mi hora de morir
Supongo que voy muy retrasado en mi muerte
La vejez
Para Alejandro Mateu Ros
Aquí estoy sometido al tiempo
altivo por la costumbre del dolor
mi corazón ya herido para siempre
Ningún ángel infantil sostiene mi mano
ningunos ojos compadecen mi firmeza
estoy solo
solo y terrible pero pienso
pienso en recuperar algún día el amor que no supe tener a los que me amaron
en poder ofrecer alguna vez a mis muertos la nobleza de mi silencio la tortura de mi
sangre los trabajos de mi esperanza
Aquí estoy al borde del final
ya falta poco para que termine
esta lucha admirativa por la frescura del mundo
esa ráfaga olorosa que iluminaba aquellas noches primaverales de la juventud
ese breve saludo que se cruza entre dos desconocidos
mientras regresan a su barrio después de la jornada
esta inmensa obligación de permanecer en la vida
esa palabra del hombre que juega suelta en el aire de la Creación
Cuando todo esto desaparezca
cuando todo termine
envíame señor ese ángel infantil que sostenga mi mano
esa mirada tranquila que compadezca mi firmeza
En un pueblecito de Milán
Los amigos se habían ido
Y quedé solo en aquel bar al borde de la carretera
Solo con todo el dolor de mi cuerpo con todo el peso de mi vida
Había una quietud suprema un silencio extraño y diferente
El silencio como un duelo con la conformidad inapelable del mundo
Yo estaba en un pueblecito de Milán
Pero no se veía el pueblo
No se divisaba ningún caserío en mucho alrededor
Acaso alguna pequeña fábrica aislada como una prisión en la tierra calurosa de junio
Ella cruzó con el último sol de aquella tarde de verano
Cruzó aquella muchacha la carretera montada en su bicicleta con dos botellas de leche
colgadas del manillar
¿Quedaría muy lejos el pueblo?
¿Llegaría tarde esta muchacha a su destino?
¿A lo largo de los años se ensangrentaría con la corona de los celos?
Yo seguía inmóvil frente a mi gran copa de coñac en aquel bar solitario al borde del camino
Inmóvil e ignorado por todo el universo
Lenta rueda la bicicleta de la muchacha segura de sus recados
Y lenta rodaba la tarde al aire libre de presagios
Mientras el tiempo se devoraba a sí mismo sin consumir nunca la inmensidad de su angustia
Muchacha cruzaste muy despacio por la carretera
Pero también cruzaste muy despacio por la tierra de nadie que atraviesa mi alma
Al final de los siglos recuérdame Señor lo que viví en ese pueblecito de Milán
Abrázame con aquel momento de dicha misteriosa y amarga
Abrázame con aquella muchacha de la bicicleta con aquel cielo resignado a su color
Abrázame con aquel instante silencioso desierto postrado en lejanías de tristeza insondable