LA HONESTIDAD NO VENDE [Mi poema] Inmaculada Pelegrín [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
De la vida mi amigo ser honesto Cual Bukowski mejor es ser malote, Pues no olvides, lo bueno nunca vende, Que el hombre es ese ser que necesita Si piensas escribir un buen poema Si encuentran en ti a un tipo muy formal |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Inmaculada Pelegrín
PRIMERA ENSEÑANZA
El globo se dirige,
en su ascenso imparable,
camino al firmamento.
Como si adivinara el recorrido
se balancea, toma
recodos transparentes en el aire.
Arrastra tras de sí
la cuerda que lo uncía,
se aleja y disminuye
hasta hacerse invisible.
Su determinación no entiende de nostalgias.
Atrás quedó la feria con un niño
que, al volver la cabeza, recibió
de su mano vacía
la primera enseñanza.
MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN
Que nos vamos haciendo
a cada paso y con lo que nos pasa,
a tu edad y la mía
no es ninguna sorpresa.
Que nos vamos haciendo
igual que un edificio o un suflé,
lo mismo que un poema. En el aire,
atravesando el aire,
de abajo a arriba el vértigo.
No hay recetas, al menos, que sepamos
ni planos ni estructura ni siquiera
un mapa que seguir,
certeros, con el índice
y caminar alegres al desastre.
Encontrarse no es más que el resultado
de innumerables pérdidas.
Las cuentas están claras:
si nos vamos haciendo y deshaciendo
en la misma medida,
el tiempo que nos queda por vivir
esta mañana es mucho
menor que lo vivido
y sin embargo existen otras cifras
con las que apuntalarse en el ahora:
Que sean siempre más las cosas que no dices,
que el silencio le gane el pulso al ruido,
que no pronuncie nadie
la última palabra.
MATADERO MUNICIPAL
Hacen falta dos pedernales
para encender un fuego.
Louisa May Alcott
Escucho, desde aquí, cómo gritan los cerdos.
Un instante después
observo sus cadáveres
que, siendo transportados por la cinta,
descienden hasta un hombre.
Su trabajo consiste
en colocar grilletes
a sus patas traseras
para izarlos luego con la grúa
y que queden colgando al desangrarse.
Los cerdos ya no piensan
o creo que no piensan
o quisiera creer que ya no piensan.
Sí me pregunto, en cambio,
qué pensará ese hombre
que con el lanzallamas
hace quemar sus flancos indefensos,
cuando muerde el olor a pelo churruscado.
El obrero metódico
repite el movimiento:
agarrar, empujar, poner grilletes,
izar, hacer arder, dar al botón
en una y otra vez,
en una y otra vez.
Los cerdos, sin embargo,
únicamente mueren
una vez cada uno.
Hoy es jueves, por tanto
sólo se sacrifican
ciento treinta animales.
Como todo va bien, sonará pronto
la sirena que anuncia
el fin de la jornada.
Habrá llegado entonces el momento
de lavarse las manos.
MATERIAL DE DERRIBO
La casa se deshace
bajo el peso del tiempo
y ya no queda nada –o casi nada–
salvable en su interior.
Unas cajas, tan sólo,
con trastos que indultar del cataclismo.
Una de ellas contiene unas muñecas
vestidas de una moda incomprensible
como si, con las prisas,
se pusieran la ropa equivocada.
Su dueña las dispuso para el viaje
de forma cuidadosa.
Ordenadas y juntas; de este modo
se les ve asustadizas, obedientes.
Despeinadas y sucias en sus caras
tienen unas sonrisas que no entiendo.
ALGUIEN
Tomando Pedro la palabra dijo a Jesus:
“Señor, si quieres haré aquí tres tiendas”
San Mateo.
Alguien tiene que hacerlo.
Ocuparse de las cuestiones prácticas:
a este lado los suéteres que llevar al asilo,
a éste los objetos de valor.
Hagamos tres montones.
Alguien para embalar lo frágil.
Cuidado con las copas.
Poned aquí las cartas
y allí van las preguntas
que han sido interrumpidas.
Alguien para bajar los muebles a la calle
(y qué frío da verlos esperando
el camión de mudanzas).
Alguien para cortar la luz
para correr al tope el resbalón.
Alguien para enfrentarse al papeleo
y tomar un café
entre los números de un ataúd
de madera de roble
provisto de cojín y tapizado.
Alguien tiene que hacerlo
tan sólo por haber quedado vivo.
La muerte no termina, continúa
en todo lo que falta por hacer
cuando ya no podemos hacer nada.
LEE EL POEMA
Cada noche olvidaba
apagar, a sabiendas,
la luz de la cocina.
Decía que al volver
podría imaginar que la esperasen,
que aquel fulgor, difuso y ambarino,
afianzaba sus pasos,
que siempre hay que dejar
un resplandor al fondo,
como quien cede un rastro de sí mismo,
y así la madrugada es más benévola.
No sé por qué senderos
derrotan sus pisadas,
si son de lucidez u oscuridad,
o si será posible
tropezarse, también, en el vacío.
A fuerza de palabras
intento desvelar su para qué,
hasta, de alguna forma,
recomponer aquel desfiladero.
Hay veces que una luz se enciende en un poema.
Uno vuelve sus ojos al final del pasillo
para salvar a alguien. Quizás para salvarse.
Uno guarda prendida alguna excusa
porque quiere creer que no está solo.
De Cuestión de horas (Dies fugit)