ESE ENGREÍDO, EL HOMBRE [Mi poema]
Enrique Morón [Poeta sugerido]
Enrique Morón [Poeta sugerido]
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MI POEMA…de medio pelo |
El hombre es ese ser inconsistente, Ese hombre con un halo de inconsciente, El hombre es ese ser acomplejado Que nace ya y que aspira a ser quien manda, Que llega hasta el final sin darse cuenta |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Enrique Morón
Despedida
Te vas y yo me quedo para siempre conmigo.
Una quietud de árbol nace por mi cintura.
Te vas como una sombra, reptando la llanura,
herida por las uñas larguísimas del trigo.
Amiga mía fuiste cuando yo fui tu amigo,
guardamos equilibrio de pasión y ternura;
pero el amor se añeja cuando el amor perdura:
ni me arrastra tu marcha ni a quererme te obligo
Te vas y yo me quedo como siempre, contento.
La brisa da en mis ojos caricias y arañazos
y poco a poco surge la redondez del llanto.
Te vas y no me importa. Sí me importa. Lo siento.
Se ha quedado vacío el hueco de mis brazos
y un ruiseñor de piedra ha crecido en mi canto.
De «Paisajes del amor y el desvelo» 1970
Oda a la circunferencia
Se quebraron los bordes del polígono
y se hicieron flexibles las aristas.
La mañana es redonda y en sus curvas
hay labios circulares y sonrisas.
¡Oh, los giros del monte, los recodos
de las aguas plurales, cristalinas!
¡Oh, las aves que vuelan y consiguen
amenizar silentes geometrías!
¡Contornos de mujer. Pechos que buscan
el hueco justo y frágil de la brisa!
¡Caderas de metal, muslos guijarros,
oscuros ojos y mejillas nítidas!
Todo gira, se mece, se transforma,
su vuelve luz en la fragancia tibia
de la rosa de abril que se abre y vive,
porque vivir es causa curvilínea.
Como un coso de fiestas y clamores
quedó en la luz la curva concebida:
metamorfosis de la línea recta;
principio y fin de cuerpos y de aristas.
De «Odas numerales» 1972
Oda al número cero
Redonda negación, la nada existe
encerrada en tu círculo profundo
y ruedas derrotado por el mundo
que te dio la verdad que no quisiste.
Como una luna llena es tu figura
grabada en el papel a tinta y sueño.
Dueño de ti te niegas a ser dueño
de toda la extensión de la blancura.
Tu corazón inmóvil y vacío
ha perdido la sangre que no tuvo.
Es inútil segar donde no hubo
más que un cuerpo en el cuerpo sin baldío.
Redonda negación, redonda esencia
que no ha podido ser ni ha pretendido.
Sólo la nada sueña no haber sido
porque no ser es ser en tu existencia.
De «Odas numerales» 1972
Oda al número dos
Siempre infantil caminas por las cifras
enseñando tu cola puntiaguda,
y tu panza de niño adolescente
por donde se resbala la ternura.
Eres, al fin, el único juguete
que traza el usurero con su pluma.
Cisne de los papeles escolares!
¡Príncipe y equilibrio de las curvas!
Cuando tu nombre se abre entre mis labios
apenas si se mueve tu figura;
en el aire nadando te me alejas
por un mundo de hierro y de penumbra.
¿Qué vas a hacer cuando el dolor te lleve
por las altas ventanas de las sumas?
¿Qué vas a hacer cuando los ases vengan
a oscurecer tu blanca dentadura?
Vuelve a mis labios niños, quiero hacerte
corazón infantil de flor y fruta.
Vuela de los papeles a los prados,
donde crecen los soles y las lunas.
De «Odas numerales» 1972
Oda al signo menos
Pero llegó el silencio. Y el otoño
era una muerte horizontal y sola;
los árboles talados, las umbrías
enmohecidas de olvidos y de hojas.
Atardecer. Puñales del ocaso.
Heridas en el sol y carne roja.
Un desfile de brujas van cantando
entre dientes, montadas en escobas.
¿A dónde está el amor? ¿En dónde viven
las alboradas tibias, las alondras
que conocen el ritmo de la sangre
definitiva de las amapolas?
¿Qué corazón soporta esta tristeza
cautiva en lo profundo de la boca?
¿A dónde está el amor? ¿Qué viento fuerte
pulió mi negación rotunda y sobria?
Preguntas y preguntas y silencio
y silencio y silencio, hora tras hora.
Ojos abiertos y cerrados. Ojos
que nada ven y nada esperan. Sombras.
De «Odas numerales» 1972
Presencia
Cerca de mí tus ojos,
tu cintura de mimbre,
tu valor de quererme
y tu frágil anhelo
de brisas venideras.
Rotunda estás y eres
para mis labios curvos.
Cerca de mí tus venas
cantando como pájaros.
¡Qué delicada fuerza
me das cuando suspiras!
¡Qué multitud de naves
se alejan por tu frente
cuando en el aire piensas
melancólica y cierta!
¡Oh, tus pechos de novia,
circulares y prietos
como un canto campestre!
Cerca de mí pareces
un horizonte verde,
una esperanza tibia,
un dolor apagado.
Vienes y vas y vienes
para ser siempre nueva
realidad de la tarde
enervada en mis labios.
Vienes y vas y eres
la brisa que despierta
mi estambre. y mi silencio
cálido. Y mi sonrisa.
Seco dolor en la noche
No sé. Quiero llorar. Pero es a veces
cuando el llanto no acude. Y es preciso
llorar. Y es necesario llorar. No sé.
Pero me invade un dolor por el cuerpo.
Un dolor seco de rastrojo. Estío
ha segado mis ojos y no puedo
llorar. Y es necesario llorar. Voy
camino de la muerte. Quizá quiera
morir. ¡Señor, sin una sola lágrima…!
Sin una sola lágrima morir
es algo cruel. Mordiéndome los labios
estoy aquí, cansado, en esta noche
de dolor seco, de dolor abrupto
como el tronco de un árbol. Esta angustia.
Esta quietud robusta. Y es preciso
llorar. Pero no puedo llorar. Soy
una gran piedra sobre la llanura,
un metal oxidado, un árbol seco.
Las noches pasan sobre mí. Las noches
no acaban de pasar. Ni un solo pájaro
canta. Ni una sola hoja se mueve.
Mis mejillas son tierra. Mis mejillas
son tierra con bolinas y cúspides.
Quiero llorar. Pero mi ojos miran.
Soledad
Me duele el corazón, rejas de acero.
y a lo lejos el mar y los marinos.
Los montes juegan a la rueda. Quiero
la libertad del mar y los caminos.
Desde la soledad de mis cristales
digo adiós a las aves emigrantes.
Lloran las hojas. Lluvias torrenciales.
Rojo viento de oestes y levantes.
Ya se acerca la noche. Las esquinas
iluminan su tenue faz de hielo.
Vuelven los niños al hogar. Ovinas
caravanas de nimbos en el cielo.
Queda el pueblo en silencio. Las ventanas
han cerrado sus ojos. Pasa el río
más allá del silencio. Dos campanas
y un alto campanario en el vacío
de una noche otoñal. Amargamente
me he sentado a mi diestra y ha crecido
por mis duras mejillas una fuente
y una flor de cristal descolorido.
Me duele d corazón. Quietud. Se mueve
la aguja del reloj del viejo muro.
Viejos recuerdos. Viejas sombras. Llueve.
Mes de noviembre trágico y oscuro.
De «Paisajes del amor y el desvelo» 1970
Todo lo perdí una tarde al borde de la poesía…
Todo lo perdí una tarde al borde de la poesía:
mi espada de duro roble, mi escudo de roble duro,
mi corazón colorado y esa triste fantasía
que tuve para el amor cuando el amor era oscuro.
Ninguna sonrisa amena quiso acercarse a mi frente,
ningún amigo de veras quiso prestarme su abrigo.
Todo lo perdí una tarde: ni el roble me fue prudente,
ni exagerado el amor, ni verdadero el amigo.
Canción
Ayer me fui y ayer vine
pero me vuelvo a marchar.
Dichoso el hombre que tiene
casa donde pernoctar
y abrigo para sus hombros
y, para sus labios, pan.
Dichoso el hombre que lleva
ventanas de colegial
y corazón de geranio
y perfumes de azafrán.
Dichoso quien es dichoso
sin poderse desdichar.
Quien tiene muros de piedra
y raíces de olivar.
Ayer me fui y ayer vine
pero me vuelvo a marchar.
Celindas
Entre celindas estabas aquella tarde de estío.
Por el cielo de tus ojos volaban los ruiseñores.
Y era el amor en tu frente sereno como el rocío;
y era la risa en tus labios como un manojo de flores.
Concreta como el guijarro te mirabas en el río
y el agua te iba meciendo con sus brazos interiores.
Era bello, incandescente y exacto tu cuerpo mío,
tu cuerpo para ser ave y junco de mis amores.
Entre celindas estabas, entre celindas vivías,
entre celindas nevadas, con el perfume prudente
de la celinda en la brisa rebelde de tu paisaje.
Y entre celindas murieron mis cálidas fantasías,
mis ilusiones de bronce, mi corazón exigente
y el sobrio sabor robusto y firme de mi coraje.