EL TIEMPO A MARTILLAZOS [Mi poema] Sergio C. Fanjul [Poeta sugerido]
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MI POEMA …de medio pelo |
Voy achatando el tiempo a martillazos Que estoy en un terreno en que las bombas Fue roca, se hizo trizas. Ya es gangrena Presente, ya es pasado sin futuro |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Sergio C. Fanjul
Romance del freelance y la acacia
Obsesionado por la finitud,
a mitad de la jornada laboral
–por llamarla de alguna manera–
el freelance se asoma al balcón
y charla con la acacia.
A veces, cuando la agita el viento,
la acacia parece que está viva,
–porque lo está– y que le hace
señales al freelance, cimbreando las ramas,
para que huya, para que huya
de cualquier cosa hacia cualquier otro lugar.
La acacia, arquitectura en rama,
está viva desde hace mucho tiempo,
mucho tiempo más que el freelance.
Pero la acacia vieja, valiente hija de acacia,
siempre conserva el silencio. Quizás
se comunica mediante algún tipo
de extraña onda vegetal que el freelance
no es capaz de percibir. Los freelance
no tienen antenas, todavía, y las acacias
guardan todos los secretos de la ciencia.
La acacia sabe de lo eterno y de lo inmóvil,
de la fotosíntesis; el freelance teme a la muerte
y no se puede estar quieto, surfea grácilmente
el mercado laboral tratando de no descalabrarse,
consume sin cesar carbohidratos y grasas saturadas.
Pero quizás la acacia esté loca.
Por las noches, cuando tiene pesadillas,
el freelance sueña que la acacia,
con sus miles de ramas retorcidas
en una geometría fractal, sube a pulso las persianas,
y abre las puertas del balcón
y se estira hasta su cama,
y agarra su cuerpo
y le ahoga sin piedad.
Los días que tiene dulces sueños,
el freelance sueña que la acacia le arrulla,
le coloca bien la manta y le acaricia las mejillas.
En cualquier caso, al despertar cada mañana,
sale al balcón y ve a la acacia ahí delante,
tan quieta, y aunque sea primavera
y esté cubierta de explosiones
de hojas verdes reflejando el sol,
le da la impresión de que la acacia
está muerta.
Y entonces no sabe si aquello le deja más tranquilo
o le provoca una tristeza humana,
espesa y abismal.
Aún legañoso y despeinado
mira a la acacia, ahí delante,
tan quieta y tan acacia,
tan callada,
y piensa:
esta es mi casa.
Tú me haces decir wow!
Quiero crear hipervínculos contigo,
quiero caramelizar el teriyaki;
vivir es inevitablemente tocar
en la orquesta del Titanic: mira,
a nuestros amigos les van saliendo ya
tumores, hijos, nuevos curros temporales.
Estamos definitivamente adultos.
Nosotros somos emprendedores,
de esos que emprenden la siesta,
entre las sábanas freelance de la tarde
aguantamos el envite de las tempestades,
de las recesiones, de las corruptelas
que suceden en el flanco exterior de las persianas.
Nos arrojan a un cosmos errabundo donde
predomina el misterio del vacío, pero
nada importa, te digo, ya solo tengo mimos,
–este es nuestro ánimo rebelde.
Pasará el tiempo y seguirás siendo
la cosa más asombrosa sobre la faz
de la Tierra a pesar de tus múltiples
adicciones cotidianas
–tú me haces decir wow! a todas horas–
Y pasarán los años, y llegará la muerte,
y apagará el router y el mundo será
un teatro monstruoso.
Pero yo
quiero crear hipervínculos contigo,
quiero caramelizar el teriyaki,
quiero que nos entierren juntos
aunque uno de los dos aún no
haya muerto.
EXPRESIÓN
no me dejaban decir lo que quería
estaba como muerto chungo blando
destruido
cuando me dejaron
era para decir lo que ellos querían:
un colchón viscoelástico dije
una casa en las afueras
una conexión de dos mil megas:
amor amor amor
toda la vida
por fin fui libre
dijeron di por fin
lo que te salga
jabato campeón
habla a manos llenas
únete a la fiesta
ahí tienes los montes los mares
los desiertos hay que gritar
grita por favor
no seas rancio
de pronto no recordaba ni palabra
era un mal sueño
pero algo tenía en la punta de la lengua
no me salía
COMERCIALES
veía mi vida en los anuncios
el coche de mis sueños
surcando paisajes de delirio,
el fairy con que dar finalizadas
no se qué cenas familiares,
la cuenta naranja en la que guardar
mi improbable fortuna
a un buen tanto por ciento,
el abdominazer que, después de usado,
se podía plegar cómodamente
y guardar bajo la cama:
la mujer de mi vida,
tras un teléfono que empezaba por ocho,
gimiendo desnuda e insomne,
llama, llama ahora.
no sabéis cuánto la quería
a las tres de la mañana apagaba el televisor
y, a este lado de la pantalla,
mi vida se quedaba
en silencio y a oscuras.
por el este amanece en el smartphone
y ella abre un ojo para clavarlo en la pantalla.
afuera hace sol y un mirlo blanco viene
a posarse en la rama de la acacia;
pero no importa: nada supera al tuit
—salvo el retuit—
y ella es absorbida,
como Alicia, por el País de las Redes Sociales.
el día se convierte en bombardeo
y cuesta pensar más de dos segundos
en la misma simple cosa.
mientras ella asiste a los prodigios digitales,
fuera un niño refuta la existencia del bosón,
Cartago es destruida y comienza el invierno nuclear.
alicia hace click, y click, y click, y doble click,
siguiendo al Conejo Blanco, al Sombrerero loco,
porque da mucho miedo enfrentar este vacío,
mejor decir ‘me gusta’
e iniciar la larga huida hacia delante
—haciendo scroll.
(manifiesto:
la vida es aquello que ocurre mientras la web se carga
los seres queridos son avatares pixelados
los estados de ánimo eufóricas flamencas
y la muerte no es más que un pantallazo azul;
la carne, la sangre y el hueso nos dan asco
porque preferimos parecernos a un androide
que a un cocido madrileño)
ajeno a todo esto, el sol, que es analógico,
se derrumba y anochece, y Alicia se despide
cariñosa de su smartphone.
antes de apagar la lucecita
piensa que ya solo quedan ocho horas:
con un poco de suerte, suspira,
soñará con un estado de Facebook
que cambiará el mundo.
pero en su sueño reina la reina de Corazones,
que grita ¡que le corten la cabeza!