CONDENADO POR PENSAR [Mi poema]
Eduardo Villacís Meythaler [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Le amputaron una mano por decir lo que pensaba
y soñar lo que soñaba, le difamaron. ¡Villano!
¡Tu eres un cerdo, un marrano!, la plebe a él le gritaba,
sin piedad le conminaban a linchar como a un enano.

De nada sirvió explicarles, -siempre dice lo que siente-,
y que seguir la corriente chocaba con sus principios,
que para él los maleficios los provoca aquel que miente
y que al ser tan consecuente no validaba otros vicios.

Fue una noche triste y gris cuando duermen los vencejos
frunciendo los entrecejos desde el lado de la ermita
la muchedumbre maldita celebraba sus festejos
firmando allí entre cortejos su cruel venganza cainita.
©donaciano bueno

Galileo fue condenado a muerte por pensar distinto. Ahora mismo, existen muchas personas que dejándose llevar por sus impulsos, haría lo mismo. La manipulación de las masas por seres malvados para algunos es realmente más sencilla de lo que parece.

MI POETA SUGERIDO: Eduardo Villacís Meythaler

PUERTA CLAUSURADA

Magdalena:
venía el viento
como alguien que pregunta
por mujeres,
venía la primavera
preguntando por ti
a todos los árboles.

Los hombres del pueblo
bajaban a tu cuerpo
como a un sótano
donde aullar boca abajo
y oían sobre tus pechos
cómo la sangre te golpeaba con saña
hasta tumbarte el alma.

Tu alcoba humilde, abierta,
como un galpón de reses
que han de morir mañana.
Tu cama hecha de tablas
de naufragio y patíbulo,
de grandes clavos negros
salvados del Diluvio.

Acorrralada por el cura
y los notables de la aldea,
una banda de ancianas te acechaba
en el río, en la plaza,
con la primera piedra preparada.

Las paredes de tu casa
tendrán humedad de mujer
cuando una madrugada
te haga el amor la muerte
con la violencia del rufián
que te raptó en la infancia.

Te irás del pueblo.
Oirás la calle sin nadie,
algún ladrido.
Se quedará preso el hombre
que amabas, entre ladrones,
como hace veinte siglos.

DIETA SIN SOL

2
El boxeador del reservado,
apoyado en las cuerdas de su sangre,
oía la cuenta de sus días.

La noche del sábado,
al sonar la campana del hospital,
ya no pudo salir
desde su nombre.

4
Durante la semana
repasamos los números, los días
para poder decir: los dos,
en algún sábado.

Y amamos las mujeres,
sus secretas vendimias.
Su recuerdo, como los huesos rotos
nos duele nuevamente
en las noches de luna.

El día de licencia,
el aire huele
como una plaza despejada a sable
No existe en los teléfonos
el mal aliento de la muerte.
En la niebla toda ciudad es bella.
Las ambulancias gimen .
lejos de mi frente.

5
Ese niño enyesado
como un ángel
todavía con cáscara
o armadura de una guerra
que llegó hasta los huesos.
Los compañeros de clase
le escribieron sus nombres
sobre el yeso
y yo falsifiqué la firma
de su madre
que murió en otra sala.

6
Guardabas los centavos
que te daban los domingos
para tener el muñeco
que yo obtuve en la rifa
niño muerto en la tarde
de mi último internado.

El primer premio era Dios
y lo ganaste.
Yo seguiré guardando,
hasta alcanzarlo,
mis pequeños domingos.

7
A veces, la noche se llena
de heridos y blasfemias,
luego, todo queda en silencio
y los viejos porteros
oyen el cambio de guardia
de las monjas difuntas
en el alba.

Es tarde. Las tijeras
tienen el vuelo sesgo
de la lluvia en los patios.
Bajo nuestras solapas
hay hilvanes de sangre.
Tufo de entraña y de tristeza,
húmeda tos madura, seco adiós.
Aquí dice mi nombre el altavoz.

De Dieta sin sol

III
Ella tenía en los ojos
el verde solitario
del jardín de un hospicio.

Cuando le extrajeron
un tumor de la lengua,
me regaló su anillo
como una garganta hueca.

Después se entendió,
por señas, con la muerte.

VIII
(Infarto)

Grieta de los ladrillos
de la sangre,
yunque hundido en el pecho
donde se dobla el esternón
como una espada.

Crucifixión sin cruz,
solo en los brazos,
última bocanada
con limallas de vida,
poderoso sudor
para adobar el cuerpo
en el mantel estrecho
de una sábana.

La muerte separa las costillas,
como un atado de leña,
hasta encontrar la sangre
hecha resina.

Las puertas del mundo

I
La ciudad es así:
con edificios apolillados de luces,
sucia de postes,
como un embarcadero hacia la noche.

Yo soy el forastero.
Cuando venía, el avión se detuvo
una hora en la tristeza.

Yo soy el forastero:
no sé los nombres propios,
no conozco las calles,
detrás de cada puerta
están los otros,
yo estoy solo
detrás de toda mi alma.

Arriendo una pieza
con sus cuatro pasos
de la cama a los recuerdos,
un sitio para escribir
y una ventana donde,
acodado como en un bar,
cada tarde pido
las mismas lágrimas.

Yo no sabía:
cuarto del corredor,
ayer, ahora, nos dieron la cena
con café, con silencio,
y a mí una carta de mi madre,
era la ausencia.

Los sábados pongo en orden
la ropa, los recuerdos,
me tiendo a esperar la hora
en que desocupan el silencio
y vivo
hasta que sean las doce de la noche,
porque dormir
es pasar un fin de semana
con la muerte.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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