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Vicente Aleixandrenació en Sevilla el 26 de abril de 1898 pero transcurrió toda su infancia y parte de su juventud en la ciudad de Málaga. Posteriormente se mudó a Madrid, ciudad en la que falleció el 13 de diciembre de 1984. Durante toda su vida contó con el apoyo y la amistad de ciertas figuras imprescindibles de la lírica malagueña como Emilio Prados y Manuel Altolaguirre.
Cabe mencionar que Aleixandre fue galardonado con numerosos y prestigiosos premios, entre los que se encontraron el Nacional y el Nobel de Literatura; además fue miembro de la Real Academia Española durante varios años y se lo considera una figura indiscutible de la poesía de la Generación del 27.
Entre sus obras podemos destacar «Ámbito», «Espadas como labios» y «Sombra del paraíso».

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LOS POEMAS
A DON LUIS DE GÓNGORA

¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?

Las líneas graves van. Mas de su planta
brota la curva, comba su justeza
en la cima, y respeta la corteza
intacta, cárcel para pompa tanta.

El alto cielo luces meditadas
reparte en ritmos de ponientes cultos,
que sumos logran su mandato recto.

Sus matices sin iris las moradas
del aire rinden al vibrar, ocultos,
y el acorde total clama perfecto.

A LA MUERTA

Vienes y vas ligero como el mar,
cuerpo nunca dichoso,
sombra feliz que escapas como el aire
que sostiene a los pájaros casi entero de pluma.

Dichoso corazón encendido en esta noche de invierno,
en este generoso alto espacio en el que tienes alas,
en el que labios largos casi tocan opuestos horizontes
como larga sonrisa o súbita ave inmensa.

Vienes y vas como el manto sutil,
como el recuerdo de la noche que escapa,
como el rumor del día que ahora nace
aquí entre mis dos labios o en mis dientes.

Tu generoso cuerpo, agua rugiente,
agua que cae como cascada joven,
agua que es tan sencillo beber de madrugada
cuando en las manos vivas se sienten todas las estrellas.Peinar así la espuma o la sombra,
peinar —no— la gozosa presencia,
el margen de delirio en el alba,
el rumor de tu vida que respira.

Amar, amar, ¿quién no ama si ha nacido?,
¿quién ignora que el corazón tiene bordes,
tiene forma, es tangible a las manos,
a los besos recónditos cuando nunca se llora?

Tu generoso cuerpo que me enlaza,
liana joven o luz creciente,
aguda teñida del naciente confín,
beso que llega con su nombre de beso.

Tu generoso cuerpo que no huye,
que permanece quieto tendido como la sombra,
como esa mirada humilde de una carne
que casi toda es párpado vencido.

Todo es alfombra o césped, o el amor o el castigo.
Amarte así como el suelo casi verde
que dulcemente curva un viento cálido,
viento con forma de este pecho
que sobre ti respira cuando lloro.

A GABRIELA MISTRAL

Lago transparente
donde un puro rostro
solo se refleja.
Grandes ojos veo,
frente clara, luces,
boca de tristeza.
Viento largo pasa
que riza y deshace
la suave belleza.
Allá arriba hay águilas
caudales, y crujen
las alas serenas.
Hermosa es la vida
potente: en la mano
de Dios se ve plena.
¡Qué azul acabado,
cuajado! No hay nubes.
¡La luz es benévola!

Pero abajo hay voces,
hay roces. ¿Quién llama?
Hay sombras y piedras.
Hay trochas, caminos,
desiertos, paredes,
ciudades espesas.
El sol. Su esperanza…
Las lluvias continuas.
Las muertas tormentas.
La luz. Su consuelo…
Las manos que tocan
las frentes en niebla.
Todo está en el nítido
temblor de la lágrima
que brilla en tus ojos, Gabriela.

A FRAY LUIS DE LEÓN

¿Qué linfa esbelta, de los altos hielos
hija y sepulcro, sobre el haz silente
rompe sus fríos, vierte su corriente,
luces llevando, derramando cielos?

¿Qué agua orquestas bajo los mansos celos
del aire, muda, funde su crujiente
espuma en anchas copias y consiente,
terso el diálogo, signo y luz gemelos?

La alta noche su copa sustantiva
—árbol ilustre— yergue a la bonanza,
total su crecimiento y ramas bellas.

Brisa joven de cielo, persuasiva,
su pompa abierta, desplegada, alcanza
largamente, y resuenan las estrellas.

   LA SIMA

A Carlos R. Spiterí.

A la orilla el abismo sin figura ensordece
mis voces. No, no llamo a nadie.
Mis ojos no penetran sordamente esas sombras.
¡Oh el abisal silencio que me absorbe! ¿Quién llama?
¿Quién me pide mi vida? Una vida sin amor solo ofrezco.
¿Qué tristes poderosos aullidos deletrean
mi humano nombre? ¿Quién me quiere en las sombras?
Heladas aguas crudas, pesadamente negras,
o un vapor, un aliento fuliginoso y largo.
¿Quién sois? No sois ojos hermosos fulgurando un deseo,
una pasión hondísima desde el fondo insondable;
no sois sed de mi vida, llama, lengua que alcanza
con su cúspide cierta mi desnudo anhelante.

Inmensa boca oscura, abismático enigma,
fondo del mundo, cierto torcedor de mi vida.

A TI VIVA

Es tocar el cielo, poner el dedo
sobre un cuerpo humano.

Novalis

Cuando contemplo tu cuerpo extendido
como un río que nunca acaba de pasar,
como un claro espejo donde cantan las aves,
donde es un gozo sentir el día cómo amanece.

cuando miro a tus ojos, profunda muerte o vida
que me llama,
canción de un fondo que sólo sospecho;
cuando veo tu forma, tu frente serena,
piedra luciente en que mis besos destellan,
como esas rocas que reflejan un sol que nunca se hunde.

Cuando acerco mis labios a esa música incierta,
a ese rumor de los siempre juvenil,
del ardor de la tierra que canta entre lo verde,
cuerpo que húmedo siempre resbalaría
como un amor feliz que escapa y vuelve…

Siento el mundo rodar bajo mis pies,
rodar ligero con siempre capacidad de estrella,
con esa alegre generosidad del lucero
que ni siquiera pide un mar en que doblarse.

Todo es sorpresa. El mundo destellando
siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo,
que es ese pecho enfebrecido y ávido
que sólo pide el brillo de luz.

La creación riela. La dicha sosegada
transcurre como un placer que nunca llega al colmo,
como esa rápida ascensión del amor
donde el viento se ciñe a las frentes más ciegas.

Mirar tu cuerpo sin más luz que la tuya,
que esa cercana música que concierta a las aves,
a las aguas, al bosque, a ese ligado latido
de este mundo absoluto que siento ahora en los labios.

   PARTIDA

Aquí los cantos, los grupos, las figuras;
oh cabezas, yo os amo bajo el sueño.
Aquí los horizontes por cinturas;
oh caricias, qué llano el mundo ha sido.
Entre helechos, gargantas o espesura,
entre zumo de sueño o entre estrellas,
pisar es zozobrar los corazones
(borda de miel), es tacto derramado.
Esa ladera oculta,
esa montaña inmensa;
acaso el corazón está creciendo,
acaso se ha escapado como un ave
dejando lejanía como un beso.

  AGUA DEL MAR

Agua del mar, ¿quién la siente?
¿quién la ha visto; quién la sabe?
¿quién descifrará la clave
de la sal, clarividente?
Nunca espuma o labio ardiente.
Amarga sombra sin sueño.
Tenaz, derrotado empeño
de una sangre trasterrada,
vertida sangre estrellada,
loca y triste de su sueño.

    ADOLESCENCIA

Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
—El pie breve,
la luz vencida alegre—.Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

 AGOSTO

Plantada, la noche existe.
Vientos de mar sin esfuerzo.
Cuajante, estrellas resulta
—signos de amor— y luceros.
Luceros, noche, centellas
se ven partirte del cuerpo.
La noche tiene sentidos.
¿Qué buscas? Se te ven bellos
desplantes a solas, alzas
tu forma, cristales negros,
que chocan de fe y de luces
contra las brisas, enteros.
Rotunda afirmas la vida
tuya, noche, aquí en secreto:
secreto que está callado
porque el mundo entero es ciego:
que tú lo gritas, la noche,
te vendes, ¡te das!, en sueltos
ademanes sin frontera
para los ojos abiertos.
Todo el espacio partido
está para mí. Te encuentro
feliz y cierta, carente
ya de flojos, torpes lienzos,
liberales los sentidos,
los pulsos altos, enteros
cuajante la forma impura
sin compasión, bajo el cielo,
y en la abierta sombra mate
tu sangre, erguida, latiendo.

 AMANTE

Lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.
La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.

  ALBA

Los montes, limpios del azul dormido,
amanecen. El viento rayan, frescos,
con su cristal aguado y quedan altos,
su corte renovado, filo al cielo.

Livideces inquietas en el aire
se arredran de la luz. Pierden su cuerpo
en la huída. Jirones naturales
señas de fugas dan y desaliento.

Entra la luz a pausas. Se dilata
el cauce en ondas poderosas, tenso,
ancho, pleno, invasor. Derrota diáfana
de las sombras: tumulto equino ciego.

¡Qué llanuras! Galopes de lo oscuro,
desbridados. Seguro paso lento,
con mando, de la aurora, joven, terca,
pastora de la luz—pero sin cuerpo—.

¡Vellones primerizos! Blancos, rosas,
pastan las sombras frescas, y dan, bellos,
copia de bultos claros por las lomas.
Silencio es el cristal tranquilo, quieto.

Esquilas de la luz titilan límpidas,
iniciales, hiriendo el brillo terso.
Azules ecos dan las sumas breves,
instantáneas. Espejan los reflejos.

Los verdes de la tierra calma y planta
son a bullicios de los copos nuevos,
en tropel, baladores, por oriente,
lana de luz, vellòn de sol y cielo.

Aurora vigilante entre matices
sucesivos, no pierdes el secreto
orden que rige tu virtud creciente,
implacable y sutil guardián de céfiros.

Normas despliegas en el fausto trance
—¡cuidado!—y lo apacientas con perfecto
amor, si bella, si armoniosa, firme,
plantada sobre el haz, luciente el gesto.

Crepúsculos acaban. Vive el día.
Los llanos cenizosos, dulces, tiernos
a blancos dientes luminosos tallos
ofrécenles, crujientes los destellos.

¡Consumidas las sombras! Ya las luces
reposan en lo sumo del otero.
El fresco corre contenidamente
y reflejos y azul buscan el sueño. 

EL MÁS BELLO AMOR

Anteayer distante.
Un día muy remoto
me encontré con el vidrio nunca visto,
con una mariposa de lengua,
con esa vibración escapada de donde estaba bien sujeta.

Yo había llorado diez siglos
como diez gotas fundidas
y me había sentido con la belleza de lo intranscurrido
contemplando la velocidad del expreso.

Pero comprendí que todo era falso.
Falsa la forma de la vaca que sueña
con ser una linda doncellita incipiente.
Falso lo del falso profesor que ha esperado
al cabo comprender su desnudo.
Falsa hasta la sencilla manera con que las muchachas
cuelgan de noche sus pechos que no están tocados.

Pero me encontré un tiburón en forma de cariño;
no, no: en forma de tiburón amado;
escualo limpio, corazón extensible, ardor o crimen,
deliciosa posesión que consiste en el mar.
Nubes atormentadas al cabo convertidas en mejillas,
tempestades hechas azul sobre el que fatigarse queriéndose,

dulce abrazo viscoso de lo más grande y más negro,
esa forma imperiosa que sabe a resbaladizo infinito.

Así, sin acabarse mudo ese acoplamiento sangriento,
respirando sobre todo una tinta espesa,
los besos son las manchas, las extensibles manchas
que no me podrán arrancar las manos más delicadas.

Una boca imponente como una fruta bestial,
como un puñal que de la arena amenaza el amor,
un mordisco que abarcase toda el agua o la noche,
un nombre que resuena como un bramido rodante,
todo lo que musitan unos labios que adoro.

Dime, dime el secreto de tu dulzura esperada,
de esa piel que reserva su verdad como sístole;
duérmete entre mis brazos como una nuez vencida,
como un mínimo ser que olvida sus cataclismos.

Tú eres un punto solo, una coma o pestaña;
eres el mayor monstruo del océano único,
eres esa montaña que navegando ocupa
el fondo de jos mares como un corazón desbordante.

Te penetro callando mientras grito o desgarro,
mientras mis alaridos hacen música o sueño,
porque beso murallas, las que nunca tendrán ojos,
y beso esa yema fácil sensible como la pluma.

La verdad, la verdad, la verdad es esta que digo,
esa inmensa pistola que yace sobre el camino,
ese silencio —el mismo— que finalmente queda
cuando con una escoba primera aparto los senderos. 

AURORA INSUMISA

En medio de los adioses de los pañuelos blancos
llega la aurora con su desnudo de bronce
con esa dureza juvenil
que a veces resiste hasta el mismo amor.Llega con su cuerpo sonoro
donde sólo los besos resultan todavía fríos,
pero donde el sol se rompe ardientemente
para iluminar en redondo el paisaje vencido.

Si en las cercanías un río imita una curva,
no confundirlo, no, con un brazo;
si más arriba quiere formarse una montaña,
apenas si conseguirá imitar algún hombro,
y si un pájaro repasa velozmente
no faltará quien lo equivoque con unos dientes ligeros.

La blancura no existe.
La amarillez vivísima,
el color rosa naciente,
el incipiente rojo
son como ondas sobrepasándose hasta derribarse en el seno,
donde el día se vierte tumultuosamente.

Quizá por la garganta del cuerpo juvenil
los rojos pececillos circulan,
se extinguen,
los besos son burbujas,
son ese gris que falla en el fondo de la copa
cuando alguno intenta acercarle los labios;
son ese ojo profundo sin párpado que en el fondo
demuestra con su fijeza que nunca ha de acabarse.

Pero el viento no puede lastimar ese cuerpo,
ni los brazos del amor conseguirán disminuir la fina cintura,
ni esas redondas manos pasajeras
reducirán a calor los pechos liberados.

El cabello ondea como la piedra más reciente,
roca nueva insumisa rebelde a sus límites,
la que jamás encerrada en un puño
cantará la canción de los labios apretados.

El sol o el agua luminosa
bruñe la superficie erguidísima,
donde nunca un pájaro detendrá su bola de pluma,
ni se amarán por parejas bajo los brazos fríos.

Una boca con alas del tamaño de la nieve
pone en el cuello su carbón encendido.
Brota una mariposa de cristal impasible,
espejo hacia el cenit que repugna las luces.

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A LA SALIDA DEL PUEBLO

Todos ellos eran hermosos, tristes, silenciosos, viejísimos.
Tomaban el sol y hablaban muy raramente.
Ah el sol aquel dulce, que parecía cargado de la misma viejísima vida que ellos.
Un sol casi melodioso, irisado, benévolo,
en aquellas lentas tardes de marzo.

No había que hablar con ellos, sino ingresar, demorarse.
El ideal allí parecía ser dormir suavemente
bajo aquel sol y en aquella densísima compañía.
A veces mirándolos se pensaba
en una piedra dorada, arcillosa, quizá pulida por el paso de las lluvias y de los soles.
Allí puesta la piedra repetida,
allí templada y existida, padecida,
victoriosa y comunicada bajo aquella piadosa luz solar.
Otros quedaban fuera del palio de las ramas
y estaban sentados, acurrucados y meditaban exactamente como la piedra.
Otros dormían como rodados del monte hace siglos, allí, en el borde de la inmóvil falda majestuosa.

Pero todos agrupados, diseminados en el corto trecho,
callados y vegetativos, profundos y abandonados a la benigna
mano que los unía.

Mucho allí se podría aprender. De tristeza, de vida, de paciencia, de limitación, de verdad.
Pasaban los jóvenes alborotando.
Cantaban las muchachas y se atropellaban riendo los niños.
Y nadie miraba.
A un lado del camino solían reunirse los viejos.
Próximo estaba el pueblo, y allí los domingos
era el tránsito y la vida, y la persecución y la agitada inocencia.
Pero ellos dormían, o ajenos miraban.
Solo con una casi metafísica presencia ya para el sol.
Viendo el vaporoso transcurso de los que pasaban.
Sí, como un vapor increíble,
como un vago sueño en que a veces filosóficamente se distraían.

NO TE CONOZCO

¿A quién amo, a quién beso, a quién no conozco?
A veces creo que beso solo a tu sombra en la tierra,
a tu sombra para mis brazos humanos.
Y no es que yo niegue tu condición de mujer,
oh nunca diosa que en mi lecho gimes.
Pero yo nunca gimo de alegría cuando te estrecho.
Sobre la ebriedad del amor, cuando bajo mi pecho brillas
con el secreto brillo íntimo que sólo la piel de mi pecho conoce,
yo sufro de soledad, oh siempre allí postreramente desconocida.
Nunca: cuando la unidad del amor grita su victoria en la ya única vida,
algo en mí no te conoce en la oscura sombra estremecida
que bajo el dulce peso del amor me sostiene
y me lleva en sus aguas iluminadamente arrastrado.
Yo brillando arrastrado sobre tus aguas vivas,
a veces oscuras, con mezcladas ondas de plata,
a veces deslumbrantes, con gruesas bandas de sombra.
Pero yo, sobre el hondo misterio, desconociéndolas.

Natación del amor sobre las aguas mortales,
sobre las que gemir flotando sobre el abismo,
hondas aguas espesas que nadie revela
y que llevan mi cuerpo sobre ausencias o sombras.

Entonces, cerrado tu cuerpo bajo la zarpa ruda,
bajo la delicada garra que arranca toda la música de tu carne ligera,
yo te escucho y me sobrecojo de la secreta melodía,
del irreal sonido que de tu vida me invade.

Oh, no te conozco: ¿ quién canta o quién gime?
¿Qué música me penetra por mis oídos absortos?
Oh, cuán dolorosamente no te conozco,
cuerpo amado que no hablas para mí que no escucho.

A UNA MUCHACHA DESNUDA

Cuán delicada muchacha,
tú que me miras con tus ojos oscuros.
Desde el borde de ese río, con las ondas por medio,
veo tu dibujo preciso sobre un verde armonioso.
No es el desnudo como llama que agostara la hierba,
o como brasa súbita que cenizas presagia,
sino que quieta, derramada, fresquísima,
eres tú primavera matinal que en un soplo llegaste.

Imagen fresca de la primavera que blandamente se posa.
Un lecho de césped virgen recogido ha tu cuerpo,
cuyos bordes descansan como un río aplacado.
Tendida estás, preciosa, y tu desnudo canta
suavemente oreado por las brisas de un valle.
Ah, musical muchacha que graciosamente ofrecida
te rehúsas, allá en la orilla remota.
Median las ondas raudas que de ti me separan,
eterno deseo dulce, cuerpo, nudo de dicha,
que en la hierba reposas como un astro celeste.

   AL HOMBRE

¿Por qué protestas, hijo de la luz,
humano que transitorio en la tierra,
redimes por un instante tu materia sin vida?
¿De dónde vienes, mortal, que del barro has llegado
para un momento brillar y regresar después a tu apagada patria?
Si un soplo, arcilla finita, erige tu vacilante forma y calidad de dios tomas en préstamo,
no, no desafíes cara a cara a ese sol poderoso que fulge
y compasivo te presta cabellera de fuego.
Por un soplo celeste redimido un instante,
alzas tu incandescencia temporal a los seres.
Hete aquí luminoso, juvenil, perennal a los aires.
Tu planta pisa el barro de que ya eres distinto.
¡Oh, cuán engañoso, hermoso humano que con testa de oro
el sol piadoso coronado ha tu frente!
¡Cuán soberbia tu masa corporal, diferente sobre la tierra madre,
que cual perla te brinda!
Mas mira, mira que hoy, ahora mismo, el sol declina tristemente en los montes.
Míralo rematar ya de pálidas luces,
de tristes besos cenizosos de ocaso
tu frente oscura. Mira tu cuerpo extinto cómo acaba en la noche.
Regresa tú, mortal, humilde, pura arcilla apagada,
a tu certera patria que tu pie sometía.
He aquí la inmensa madre que de ti no es distinta.
Y, barro tú en el barro, totalmente perdura.

AMOR DEL CIELO

A Julio Maruri.

No sé. Por esos aires ligeros, por esas ligeras manos,
por esos ojos que todavía bajo el celaje aún brillan.
Por ti, verdor perenne, incipiente hermosura, juventud de estos valles.
Por esa que adivino canción entre unos labios,
que muy lejos aún se oye, y lentamente fina.

Por todo, temerosa piedad que como mano, para mi frente quieta,
desciendes y me aduermes, y, tierna, me murmuras,
¡Oh soledad! Si cierro mis ojos, aún te escucho,
mano de Dios piadosa que tibia me regalas.

Música a los oídos cansados. Luz cernida
para los turbios ojos. Piel graciosa
todavía para mi frente cruda, que largamente acepta.

¡Ah, qué descanso, Vida! Blandos árboles
no insisten. Quietos alzan su copa en pos de un cielo
que grave condesciende. Ah, no, mis labios nunca,
nunca te huyeron, tibia turgencia dadivosa
de un cielo pleno y puro que hasta mis labios baja.

Hermosa luz tus besos, tangible. Hermoso cielo, carne
sutil, tan lenta, intacta que arrullas hoy mi vida.
Tú rozas, rozas dulce… Te siento. Nunca acabes…

 EL ÚLTIMO AMOR I

Amor mío, amor mío. Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir. Acabamos de oír cerrarse la puerta.
Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja en la garganta.

Amor mío…
Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta,
si es que
no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahí, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Ponte así: tu rostro en tu mano.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te borra.
Todavía respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote,
desliéndote
en la noche que poco a poco te anega.
¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, Oh dormido, Oh abandonado,
Oh solitario.
¡Oh, si yo pudiera hacer que nunca más despertases!

LA EXPLOSIÓN

Yo sé que todo esto tiene un nombre: existirse.
El amor no es el estallido, aunque también exactamente lo sea.
Es como una explosión que durase toda la vida.
Que arranca en el rompimiento que es conocerse y que se abre, se abre,
se colorea como una ráfaga repentina que, trasladada en el tiempo,
se alza, se alza y se corona en el transcurrir de la vida,
haciendo que una tarde sea la existencia toda, mejor dicho, que toda la existencia sea como una gran tarde,
como una gran tarde toda del amor, donde toda
la luz se diría repentina, repentina en la vida entera,
hasta colmarse en el fin, hasta cumplirse y coronarse en la altura
y allí dar la luz completa, la que se despliega y traslada
como una gran onda, como una gran luz en que los dos nos reconociéramos.

Toda la minuciosidad del alma la hemos recorrido.
Sí, somos los amantes que nos quisiéramos una tarde.
La hemos recorrido, ese alma, minuciosamente, cada día sorprendiéndonos con un espacio más.
Lo mismo que los enamorados de una tarde, tendidos,
revelados, van recorriendo su cuerpo luminoso, y se absorben,

y en una tarde son y toda la luz se da y estalla, y se hace,
y ha sido una tarde sola del amor, infinita,
y luego en la oscuridad se pierden, y nunca ya se verán, porque nunca se reconocerían…

Pero esto es una gran tarde que durase toda la vida. Como tendidos,
nos existimos, amor mío, y tu alma,
trasladada a la dimensión de la vida, es como un gran cuerpo
que en una tarde infinita yo fuera reconociendo.
Toda la tarde entera del vivir te he querido.
Y ahora lo que allí cae no es el poniente, es solo
la vida toda lo que allí cae; y el ocaso
no es: es el vivir mismo el que termina,
y te quiero. Te quiero y esta tarde se acaba,
tarde dulce, existida, en que nos hemos ido queriendo.
Vida que toda entera como una tarde ha durado.
Años como una hora en que he recorrido tu alma,
descubriéndola despacio, como minuto a minuto.
Porque lo que allí está acabando, quizá, sí, sea la vida.
Pero ahora aquí el estallido que empezó se corona
y en el colmo, en los brillos, toda estás descubierta,
y fue una tarde, un rompiente, y el cénit y las luces
en alto ahora se abren de todo, y aquí estás: ¡nos tenemos!

  VIENTO DEL ESTE

A Rafael Santos Torroella

Yo os tuve, amantes delicadas que como gráciles criaturas
vinisteis ligeras traídas por la brisa del Este.
No descendisteis de las rocosas montañas de mi vida,
de allí donde subí y sufrí, donde logré un cénit de alcanzado desnudo.
Sino que bajasteis traídas por el viento del Este
de las ligeras colinas, de los bultos hermosos
donde la tierra entera como un amor respira.

Ligeras muchachas rubias o muchachas morenas,
hojas del viento que dulcemente entregasteis
vuestros cuerpos hermosos como verde caricia
que repasa unos hombros cuando el viento se extingue.

La vida como una tarde de primavera fue solo un soplo del viento del Este.
Y en él llegasteis poblándolo de vuestros cuerpos frescos,
oh claras hojas vivas que coronasteis mis horas,
como un rumor que la brisa arrastraba.

La juventud como una espuma era amable.
Sonó el lejano mar donde en copos nacisteis,
y aquí en mi boca, gotas puras, besabais,
dulce sabor que era el mundo a mis labios.

Ese ligero viento del Este os llevaba,
y un instante vinisteis como amor, hojas puras,
oh cuerpos leves del amor, verdes besos,
oh lejanísimos cuerpos dulces de un soplo.

Ven, siempre ven

No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente,
tu encendida frente, las huellas de unos besos,
ese resplandor que aún me da se siente si te acercas,
ese resplandor contagioso que me queda en las manos,
ese río luminoso en que hundo mis brazos,
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después
a ya una dura vida de lucero.

No quiero que vivas en mí como vive la luz,
con ese aislamiento de estrella que se une con su luz,
a quien el amor se niega a través del espacio
duro y azul que separa y no une,
donde cada lucero inaccesible
es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza.

La soledad destella en el mundo sin amor.
La vida es una vívida corteza,
una rugosa piel inmóvil
donde el hombre no puede encontrar su descanso,
por más que aplique su sueño contra un astro apagado.

Pero tú no te acerques. Tu frente destellante,
carbón encendido que me arrebata a la propia conciencia
duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir,
de quemarme los labios con tu roce indeleble,
de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador.

No te acerques, porque tu beso se prolonga
como el choque imposible de las estrellas,
como el espacio que súbitamente se incendia,
éter propagador donde la destrucción de los mundos
es un único corazón que totalmente se abrasa.

Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro
que encierra una muerte;
ven como la noche ciega que me acerca su rostro;
ven como los dos labios marcados por el rojo,
por esa línea larga que funde los metales.

Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante
que luces como una órbita que va a morir en mis brazos,
ven como dos ojos o dos profundas soledades,
dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco.

¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo;
ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;
ven, que ruedas como liviana piedra,
confundida como una luna que me pide mis rayos!

A UNA CIUDAD RESISTENTE

Ruinas de Numancia.

                              I

En esa ciudad muerta hay polvo vivo.
A nivel de la tierra pasa el frío.

                              II

¡Oh, ciudad sumergida en el silencio!
Todas las casas llegan a los cielos

                              III

Entre columnas que no existen yacen
idos y puros todos los amantes.

                              IV

Son los guerreros un fragor de espadas.
Música eterna en una noche blanca.

                              V

¿Duermes, doncella? Oh, no, nada se pierde.
Pensada solo, tu pupila es verde.

                              VI

Oh, majestad de ese clamor completo.
Fiera ciudad sobre un perpetuo cerro.

                              VII

La piedra monda. Apenas una losa.
Numancia pronunciada, erguida, sólida.

LA PIERNA

                    I

A veces
una robusta afirmación
toma la forma de la pierna humana.
Erguido un árbol cruje, se abre súbito,
se dispersa en ramaje.
Pero la pierna es concreción y no predice
rama, vapor o nube.
Desde la inicial finura (el árbol es ancho en su base)
se concentra al ensancharse fuerte,
y en su dorso se agolpa;
un momento creyérase
que allí se iba a acabar; sigue, persigue
su misma soledad, con un esfuerzo
de nueva concentración nudosa alcanza
su más compacto instante.
Allí juega, podría por dentro jugar, resbalar cual partirse,
pero con nueva decisión toda su fuerza viva se concentra
ensanchándose,
todavía despacio, y muscularmente se abre rauda
hacia un cielo inmediato: el fin o techo o tronco
o templo del estar de los hombres.

                    II

Así hemos visto crecer
la pierna fuerte
o la pierna templada,
la pierna femenina que delicada asciende,
igual pero más cauta,
o la erguida palabra hecha masa concreta
con que se afirma el hombre.

No confundáis la piedra
con una pierna humana.
El pensamiento arriba, muy lejos, señorea
bajo la nube airosa.
Para su piprna, el hombre
piensa casi en el cielo:
tan alta va su frente.
Mas si se inclina
con carga de trabajo,
con edad o con pena,
la materia es la misma,
y al final, sí, la pierna,
la cabeza, extendidas,
a un nivel mismo duermen.

AL SUEÑO

A Gerardo Diego

                          I

Imagen dulce de la esperanza,
centella perdurable de la eterna alegría,
diosa tranquila que como luz combates
con el oscuro dolor del hombre.

Te conozco. Eres blanca y propagas
entre los brazos de tu dueño instantáneo
la eternidad, tan breve,
tan infinitamente hermosa bajo tus alas dulces.

                          II

La noche comba enteramente
su sima sinuosa sobre los ojos grandes,
abiertos, sin estrellas, que un mundo oscuro imitan.

¿Quién contempla, en los ojos del despierto, presentes
sombras, aves volando con sordas plumas y ecos
de unos remotos ayes que largamente gimen,
que oscuramente gimen por ese cielo inmóvil?

¿Qué grito último, qué cuchillo final rasga esa altura,
chorro de sangre de qué mundo o destino,
de qué perdido crisma remotísimo que se alza
y estrella su torrente sobre la frente en vela?

El cuerpo del insomne deriva
por las oscuras aguas veladoras,
espesas ondas dulces que lastiman los bordes
de este vaso doliente de vigilante grito.

Yo sé quién canta oscuro ribereño del sueño,
intacta margen límpida donde flores inmensas
abren labios y envían silenciosas canciones,
mientras la luna apunta su magia ensordecida.

Decidme, ebrios mortales de un sueño vaporoso
que os finge nube sobre las frentes claras,
describidme ese pájaro volador que os conduce
sobre las plumas blandas, entre las alas puras.

Imaginadme ese tacto vivísimo,
esa faz de lucero que al pasar os contempla,
ese beso de luna, de pasión, de quietud,
que entre un sordo murmullo de estrellas os consagra.

¡Amantes sois! La luz generosa se os rinde.
Cántico son los cielos, y una mano reparte
una promesa lúcida, constelación reciente
para los ojos dulces cerrados por el sueño.

Ebrios quizá de vino, de ciencia, de universo,
sois dueños de un secreto que el velador anhela.
Un firmamento vibra, hermético en la frente,
con todas sus estrellas pujantes encendidas.

Qué deleznables suenan los murmullos del mundo,
allá residuos tristes, residuos aún despiertos.
¡Todo es sueño! Todo es pájaro. ¡Todo, oh, ya todo es cielo!

                          III

Pero tú, blanca diosa propicia,
tersa imagen de vida perdurable,
inmenso y dulce cuerpo que entre los brazos clamas
por mis besos. ¡ Beleño, alegría!

Tú, generosa de una verdad instantánea
que robas el corazón del hombre
para hundirlo en la luz tenebrosa donde solo se escuchan
tus palabras, que nadie recordamos despiertos.

Tú, imagen del amor que destruye a la muerte,
tú, reluciente nácar de mis mares continuos;
bella esposa del aire, de la luz, de la sombra;
tú, efímera espuma.

Cede, oh, cede un instante
en tus bellos jardines la misteriosa flor que tu brazo me alarga.
Adelanta tu planta, donde el desnudo muslo todo luz me deslumbra,
y ofrece ese perfume robador de tu cuerpo
que enhechiza a los hombres fatigados del día.

Bebe, bebe del amor que propagas;
dame, dame tu sueño, soñadora que velas.
Yace junto a mí en ese lecho, no de espinas, de cánticos,
y fundido en tu seno sea yo el mundo en la noche.

EL INTERIOR DEL BRAZO

Algo se aúna, exige.
Exige un cruce por ei arduo paso: la muñeca.
Allí mezclados, alguien
diría que sin orden,
desfilan cautamente los azules,
los blancos, remejiéndose.
Un túnel, cauce, foso,
por donde a oscuras cruza
la humana voluntad rumbo a su origen.
En secretas corrientes pasan allí delgadas
las órdenes, tirantes,
hasta su cumplimiento. Y anegadas y enjutas
como un rayo se alumbran: ¡son, emergen!
En el rico alimento
que imparte, y color sirve.
O enjutas cuando suben
en confusión, y vibran:
un relámpago, y basta.

Por ese estrecho cauce sube toda
la delgada verdad que aquí se aquieta:
como una flecha oculta
corre por ese brazo y va a los centros.
Hombre o aire en que pasa
la desprendida flecha
y el corazón la acepta. ¡Allí, vibrante!

Por ese brazo rosa, blanco, cárdeno,
azul, va el iris, rojo
solo en su paroxismo,
mas la escala secreta, la luz, completa pasa
y despeña en los pozos.

Brazo de voluntad
humana. Sí, materia
que algo estruja, y obtiene.
Allí el músculo sufre
una presión: ya es forma.
Casi elegante aduce
su exhalado poder: quehacer exige.

El mundo, ahora ofrecido, masa ciega,
inerme: allí un destino.
En él el brazo cúmplese.
El mundo, hijo del brazo;
consecuente verdad. Tú, padre: el hombre.

JUVENTUD

Así acaricio una mejilla dispuesta.
¿Me amas? Me amas como los dulces animalitos
a su tristeza mansa inexplicable.
Ámame como el vestido de seda
a su quietud oscura de noche.
Cuerpo vacío, aire parado, vidrio que por fuera
llora lágrimas de frío sin deseo.Dulce quietud, cuarto que en pie, templado,
no ignora la luna exterior, pero siente sus pechos
oscuros no besados sin saliva ni leche.

Cuerpo que sólo por la mañana, dolido,
sin fiebre, tiene ojos de nieve tocada
y un rosa en los labios como limón teñido,
cuando sus manos quisieran ser flores casi entreabiertas.

Pero no. ¡Juventud, ilusión, dicha, calor o luz,
piso de mármol donde la carne está tirada,
cuerpo, cuarto de ópalo que siente casi un párpado,
unos labios pegados mientras los muslos cantan!

MAÑANA NO VIVIRÉ

Así besándote despacio ahogo un pájaro,
ciego olvido sin dientes que no me ama,
casi humo en silencio que pronto es lágrima
cuando tú como lago quieto tendida estás sin día.

Así besándote tu humedad no es pensamiento,
no alta montaña o carne,
porque nunca al borde del precipicio cuesta más el abrazo.

Así te tengo casi filo,
riesgo amoroso, botón, equilibrio,
te tengo entre el cielo y el fondo
al borde como ser o al borde amada.

Tus alas como brazos,
amorosa insistencia en este aire que es mío,
casi mejillas crean o plumón o arribada,
batiendo mientras me olvido de los dientes bajo tus labios.

No me esperéis mañana —olvido, olvido—;
no, sol, no me esperéis cuando la forma asciende al negro día creciente;
panteras ignoradas —un cadáver o un beso—,
sólo sonido extinto o sombra, el día me encuentra.

   EL AIRE

Aún más que el mar, el aire,
más inmenso que el mar, está tranquilo.
Alto velar de lucidez sin nadie.
Acaso la corteza pudo un día,
de la tierra, sentirte, humano. Invicto,
el aire ignora que habitó en tu pecho.
Sin memoria, inmortal, el aire esplende.

  LOS AMANTES ENTERRADOS

Aún tengo
aquí mis labios sobre los tuyos. Muerta,
acabada, ¡acábate!
¡Oh libertad! Aquí oscuramente apretados,
bajo la tierra, revueltos con las densas raíces,
vivimos, sobrevivimos, muertos, ahogados, nunca libres.
Siempre atados de amor, sin amor, muertos,
respirando ese barro cansado, ciegos, torpes,
prolongamos nuestra existencia, hechos ya tierra extinta,
confusa tierra pesada, mientras arriba libres
cantan su matinal libertad vivas hojas,
transcurridoras nubes
y un viento claro que otros labios besa
de los desnudos, puros, exentos amadores.

SILENCIO

Bajo el sollozo un jardín no mojado.
Oh pájaros, los cantos, los plumajes.
Esta lírica mano azul sin sueño.
Del tamaño de un ave, unos labios. No escucho.
El paisaje es la risa. Dos cinturas amándose.
Los árboles en sombra segregan voz. Silencio.
Así repaso niebla o plata dura,
beso en la frente lírica agua sola,
agua de nieve, corazón o urna,
vaticinio de besos, ¡oh cabida!,
donde ya mis oídos no escucharon
los pasos en la arena, o luz o sombra.

 EL MUERTO

A Rafael Morales

Bajo la tierra el día
Oscurece. Ave rara,
Ave arriba en el árbol que cantas para un muerto.
Bajo la tierra duermo
Como otra raíz de ese árbol que a solas en mí nutro.
No pesas, árbol poderoso y terrible que emerges a los Aires,
Que de mi pecho naces con un verdor urgente
Para asomar y abrirse en rientes ramajes
Donde un ave ahora canta, vivaz sobre mi pecho.

Hermosa vida clara de un árbol sostenido
Sobre la tierra misma de un hombre ha sido un día.
Cuerpo cabal que aún vive, no duerme, nunca duerme.
Hoy vela un árbol lúcido que un sol traspasa ardiendo.

No soy memoria, amigos, ni olvido. Alegre subo,
Ligero, rumoroso por un tronco a la vida.
Amigos, olvidadme. Mi copa canta siempre,
Ligera, en el espacio, bajo un cielo continuo.

 HAY MÁS

Beso alegre, descuidada paloma,
blancura entre las manos, sol o nube;
corazón que no intenta volar porque basta el calor,
basta el ala peinada por los labios ya vivos.

El día se siente hacia afuera; sólo existe el amor.
Tú y yo en la boca sentimos nacer lo que no vive,
lo que es el beso indestructible cuando la boca son alas,
alas que nos ahogan mientras los ojos se cierran,
mientras la luz dorada está dentro de los párpados.

Ven, ven, huyamos quietos como el amor;
vida como el calor que es todo el mundo solo,
que es esa música suave que tiembla bajo los pies,
mundo que vuela único, con luz de estrella viva,
como un cuerpo o dos almas, como un último pájaro.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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