LA VIDA ME HA DADO [Mi poema]
Pedro Miguel Lamet [Poeta sugerido]
Pedro Miguel Lamet [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo
La vida me ha dado a mi
el poder de discernir, qué debo hacer, si esto es bueno o esto es malo,
la inquietud por conocer, para intentar descubrir lo divino y lo humano
y entre conflictos y dudas, aspirar a deshacer a este nudo gordiano.
y así aprender a vivir.
La vida me ha dado a mi
mucho más que le pedí: un hogar, una mujer y unos hijos,
todos ellos por igual, cada uno es cada cual, cada cual en su escondrijo,
de todos gozar de amor y además de su cobijo
y en su corazón latir.
La vida me ha dado a mi
la fuerza del frenesí, disfrutando de la paz, gozando de la belleza,
un canto, alguna riqueza, un éxito por aquí y en tanto alguna proeza,
el cielo, el mar siempre azul, la madre naturaleza
¿no vale esto un potosí?
La vida me ha dado a mi
el placer por escribir, mesa camilla, un papel, una pluma y un tintero,
la luz tenue de un candil y bajo las faldas de aquella mesa el brasero,
el ingenio para volar recorriendo el mundo entero
¡qué más le puedo pedir!
La vida me ha dado a mi
mucho más que yo le dí, la emoción, la ilusión y la esperanza,
raudo para navegar y pronto para llegar donde la realidad no alcanza,
ahora es el dulce soñar o el poder de disfrutar del placer de una pitanza
¡cómo me puedo aburrir!.
La vida me ha dado a mi
fuerza para seducir, el poder de la amistad, el amor a los humanos,
a todos por igual querer, a los niños inocentes, a todos nuestros hermanos,
budistas, cristianos, sin distinción, mahometanos o aun paganos
¡y antetodo a sonreír!
©donaciano bueno
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Pedro Miguel Lamet
ESE MURMULLO TENUE DE LAS COSAS
Si no nacemos de nuevo con el verso,
hueco es el verso.
Ese murmullo tenue de las cosas
mojado está de música,
alegría: campos de soledad,
marinas del espíritu, acuarelas.
¿No vendrás hacia mí, hermana brisa,
como antaño, a escucharme
gritándole al futuro?
Una vieja y oscura gaviota
es el recuerdo de lo antiguo.
Sueño.
SABERTE
Dame, Señor, la sencillez de espíritu,
la del alma dormida en su silencio,
abierta a todo con grandes ojos niños.
No quiero ya mi voz. Ni mi palabra llena.
Me aburre estar conmigo, tan atento,
seguro de una luz sin Ti perdida.
Así impotente, sólo, casa hueca,
va a colmarse tu voz de resonancias
familiarmente puras y serenas.
Dame, Señor, el abandono firme
ante el futuro ignoto y tu aventura
soñada tantas veces en secreto.
Estoy contigo. Piensa cuanto quieras
para hacerme sufrir o para verte.
Bien sé que lo prepara tu ternura.
Hazme a diario un pobre sorprendido
de cada hoja, de cada mano abierta,
tendida a la penumbra de mí mismo.
Viviré así este miedo más alegre,
con un verbo, no más, entre mis labios:
Saberte junto a mí, Jesús… saberte.
CONFESIÓN DEL VIAJERO
No he nacido, Señor, para esta tierra.
El dolor de la noche me sostiene.
Un verso, una mirada, un mar lejano
me llevan y me traen sus canciones.
Todo entibia la luz por los caminos.
y hace posada de amor. Huyen las voces
que fueron palanquines de la vida.
Pero el nervio y la brisa enamorados
al paso de Jesús, las otras noches
que el Padre prometiera en cada esquina
están sólo detrás de aquellos campos,
sólo en la sombra oculta de los bosques
y en el claro de luna que me mira.
Detrás del sufrimiento ya me esperas,
lo sé porque lo gritas de alegría
cuando el sol, colorado, se desnuda
tras lejanas montañas que conoces.
No he nacido, Señor, para la brisa
que va y me deja después de cautivarme,
ni el vaso en la garganta con su frío
desándame el calor de los atroces
llantos de mis hermanos doloridos.
Esta casa, Señor, ya no es la mía.
ÁVILA OSCURA
A Jacinto Herrero
Una calle empinada hacia la noche,
la luz de un reverbero en la tiniebla.
En la lluvia el álamo desnudo.
Una sombra que huye entre las piedras…
y su historia, su mano temblorosa
que, entre verjas y ojivas,
urde ausencias.
El tocado que oculta a la sonrisa,
la puerta de hondo arco
que despierta
todo un dentro de luz para el que anda
camino de sí mismo, enajenado…
Una austera
palabra que cruza entre los ojos,
un despunte de templo y fortaleza,
la gran empuñadura de un guerrero
hasta el pomo clavada en la meseta.
El rastro y el estarse, la arruga y la tersura,
el tiempo que se sienta;
un recado de amor, un tiemblo de Teresa:
Ay, Ávila, la casa o la posada
de quien pasando queda.
VOY DE VIAJE
Te tengo entre las manos y el volante.
¿Me llevas o te llevo hacia la noche?
Rumores de motor, cruzar de árboles,
un valle de crepúsculos al fondo
que fue y no es, que viene y que se queda.
¡Ay rincón, ay pedazo de tierra y casa blanca
al recodo del mar, donde dejarse!
Cada lago en la orilla se me escapa.
Azulverde, el paisaje más querido
se esfuma en los cristales de la tarde.
Hay familias que charlan en un porche
y ventanas con luz a media música,
y parejas de amor colgándose del aire.
¿He de prender los faros en la curva?
Un mordisco de cielo entre las nubes
me vuelve a Ti, perdido en un instante.
Me has atado a la rueda y al camino.
Todo lo tengo en Ti. De mí no sabe nadie.
Hoy el amor a «más» calienta las tinieblas.
Acelero en la noche. ¿A dónde vamos?
Yo no lo sé, mi Amor…. voy de viaje.
DE LA BOCA ASOMBROSA DE LA NADA
DE la boca asombrosa de la nada,
que era el eco de un Alguien
en busca de su espejo
había estallado el mundo
como un cuadro. Ni pincel ni color.
Algodones de nubes poblaron el azul
y un perfil encrestado de montañas
se alzaba sin un nombre, una voz, un destino,
la entrañable mirada que los llegara a ser
definitivamente.
Las frutas aliviaban el verde de los árboles
rezumándose inútiles
en espera de labios,
y el mar, desde las rocas,
a nadie había llamado
aún.
Dios silbaba en las ramas de los chopos
arias de solitario
y reía, escurriendo silencios,
en el nadar incierto de los peces.
O era un trino de pájaros no oídos,
o sorpresa ausentada de la nieve,
o brisa juguetona por los pétalos
que nunca nadie olió como a perfume.
Todo el mundo era un huérfano
carente de palabra.
Huían los caminos sin sentirse caminos.
Soñaba la madera
con transformarse en silla, en porche,
en la mesa redonda con un jarro de flores,
que mira a la ventana,
o en el arca con sombra
por cobijar al lino,
que aún pendía,
añorando el calor de una piel,
del frágil ser del tallo.
Era el mundo un edén
sin el temblor de un dueño,
un bosque sin pisadas,
el hueco de un vacío sin tan siquiera el verbo
soledad,
brillante alumbramiento
para nadie.
El Creador se asomaba
acodado en el marco
y, después de un suspiro, se decía:
«Es hermoso el retrato, mas le falta
el brillo de los ojos».
Caía todo el ser en búsqueda del tiempo.
Moría en sí el espacio
perdido en el deseo de alcanzar
su conciencia. «¡Qué sola dijo Dios-
¬es la pura belleza!».
«Vengamos de algún modo
a gozar de la sombra de los robles
en las tardes de sol
y a dejar, con el paso, una forma de huella
en la arena mojada de las playas;
a engendrar con las piedras los hogares
y a poblar a la noche
de canciones.
Que el jilguero se adorne con la risa
y el haya se haga cuna
y la rosa, recuerdo de la ausencia.
Inclinóse el Creador,
miró su Ser
copiándose en paz sobre las aguas…
Cogió en su mano tierra
y sopló hacia aquel mundo
sus sueños infinitos.
Cuando Adán despertó,
un azul transparente vibró en la savia oculta
de las cosas.
Ascendió a la montaña,
se deslizó en la ola
y en el nervio secreto de los árboles.
Un pedazo de Él se paseaba
nombrando al universo.
Había amanecido.
«Ya tenemos espejo»,
exclamó el Hacedor
sentado en su tertulia trinitaria.
«Que sepa el hombre ahora
del gozo de mirarse
prolongado.»
Y tomando su forma,
dejó surgir lo otro a la medida misma
de su sueño. «Serás como la loma
redondamente tibia
o la orilla de mar y el pecho reluciente
de paloma. Serás ella,
para que Adán se abra al abismo del tú,
su mitad mejorada
y sepa al contemplarte sus ausencias.»
Eva abrió las pestañas
igual que la obertura de una gran sinfonía.
Y Adán supo que el mar,
la lluvia entre la hierba y el rugido
del viento, tendrían para siempre
un deje de infinito.
Besó una mano a Eva
rompiendo con su beso el límite sabido
de las cosas.
«Ya sé, Señor, que soy.»
En el umbral ardiente de su abrazo
sembraba ya su herencia,
el mundo iluminado.
Una sombra le urgía:
«Ve a poseerlo.»
Y otra íntima voz:
«Sé solo, sé, y contémplalo.»