DENUNCIAS FALSAS/ False Allegations [Mi poema]
José Palma [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Que limpies bien la suela del zapato
cuidando al caminar no dejen huella,
pudieran delatarte en la querella
que tanto le deforma a ese retrato.

Que hay veces que el relato no es relato,
no guarda relación como es la historia,
te mata o te convierte en la achicoria
del día en que tú hiciste un garabato.

Ser lelo o confiado o precavido,
si un día ha de llegar, que dios no quiera,
no pueda a ti robarte la cartera
penando por andar desprevenido.

Que quieran demostrar que amén de puta
debieras tú también poner la cama,
haciéndote pasar por la soflama
culpable de inocencia en tal disputa.
©donaciano bueno

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Como ocurre con la noticias, las denuncias falsas están hoy a la orden del día. Por motivos diversos, afán de notoriedad, de medrar, sacar tajada o el simple hecho de hacer daño. Basta airear unas sospechas para que puedan arruinarte la vida. Ser precavido implica tener una buena coartada.

MI POETA SUGERIDO:  José Palma y Velásquez

MI REGALO

¿Sabes cuál es…? ¡Escúchame un momento!
con voz muy queda lo diré a tu oído,
que no lo pueda oir el mismo viento
que, al refrescar tu frente con su aliento,
palpita de placer estremecido.

Es muy pobre, muy pobre… casi nada,
es más bien la fineza de un mendigo:
una joya sin brillo, desgastada,
que, por cobrar su luz en tu mirada,
te la ofrece el afecto de un amigo.

¡Aquí lo tienes, toma!… te lo entrego:
es este corazón ya moribundo,
que se agita entre océanos de fuego,
y que latiendo temeroso y ciego,
te vió y te amó con un amor profundo…

Es este corazón de fibras rotas,
anémico y enfermo, siempre triste…
donde circulan de la hiel las gotas
y vibran melancólicas las notas
de un mal tenaz que en maltratar insiste.

Es este corazón, que va sangrando
con la herida brutal de su delirio,
mi pobre corazón, agonizando,
mientras va sollozando… sollozando…
al rudo golpear de su martirio.

Este martirio he siempre comprimido
por inquieto temor a tu repulsa,
hondo martirio que, a mi ser asido,
parece cual mi vida confundido
y siempre al lloro y al sufrir me impulsa.

¡Cuántas veces sentí su horrible clavo
golpearme con áspera sevicia,
y sentí a su furor cómo temblaba
el cielo de las dichas que soñaba,
como un mundo de luz que se desquicia!

¡Cuántas veces también alzó en mi pecho,
la indómita borrasca de la angustia,
y por las noches le encontré en acecho
para robar mi sueño, sobre el lecho
en que gemía por mi vida mustia!

¡Ay, no es verdad que brote la alborada
tras la noche caótica y severa!…
Donde la pena labra su morada,
allí estará cual víbora enroscada,
siempre más pertinaz, siempre más fiera.

En vano, muchas veces, temerario,
intenté refrenar con valla ruda
el cauce de mis penas tumultuario:
no he logrado desviarme del calvario
donde sucumbo sin piedad ni ayuda.

Ya han hollado mis pies muchas espinas,
y aunque avanzo llorando en mi camino,
sólo encuentro doquier sombras y ruinas,
tristes, como las tintas vespertinas,
y obscuras, cual la voz de mi destino.

¿Qué me resta sufrir?… En mi amargura,
¿Dónde tender la vista lacrimosa
sin que encuentre mi propia desventura?
¡oh!… ¿Como descansar de esta tortura
el alma que no vive ni reposa?

Sólo tú, sólo tú, virgen del cielo,
puedes reverdecer mi vida muerta;
tú regalarme puedes el consuelo,
y puedes alegrar mi triste duelo
y restañar mi herida siempre abierta.

¡Oh! en tí está mi esperanza; no la mates;
déjame acariciar mis ilusiones,
y no me arranques ¡ay! no me arrebates
la dicha que me anima en los combates
y rompe de mi mal los eslabones.

¡Es tan triste sufrir!… Es tan sombrío
batallar con el propio sentimiento,
que, si no escuchas el acento mío,
tal vez con la punzada del estío
no me dure la vida ni un momento.

¡Oh! escúchame… ¡Aquí estoy! Solo, perdido
en mitad de mi obscuro derrotero…
Y aunque procuro, loco, dolorido,
desterrar mi pesar con el olvido,
ya no puedo luchar… ¡Amame o muero!

EN LA ULTIMA PAGINA DEL «NOLI ME TANGERE»

Eres el grito del derecho herido,
la encarnación de las candentes lágrimas
que en la noche sin luz de su pasado,
de mi país los ojos escaldaban.

Yo te leí cien veces. Noble amigo,
hallé siempre flotando en cada página,
un paño para el llanto del esclavo,
para el tirano vengadora tralla.

¡Cómo sentía, al recortar tus hojas,
lástima por mi patria esclavizada!
¡Cuál lloraba contigo en mis insomnios,
y ansiaba, como tú, la luz del alba!

Más un día… sonaron los fusiles,
ahogó los suspiros la metralla,
y fulminando muertes, al derecho
pronto abriéronle paso las espadas.

Y tembló la opresión. Himno de muerte
parecía el rugido de sus armas,
y en su mismo estertor… ¡ay! frente a ella
irguióse su conciencia: ¡cuán manchada!

Entonces, al clangor estrepitoso
que producían, al herir, las balas,
veía al pueblo defender sin miedo
la idea que tus párrafos inflama.

Veíale surgir grande, potente,
dispuesto a perecer en la demanda,
a recabar con sangre de sus venas
su libertad y su honra conculcadas.

Y fué obra tuya, tuya solamente;
que, sin tí, aún no viera nuestra patria
roto el dogal que le estrujaba el cuello
y en sus cielos brillando la alborada.

¡Ah!–Mucho hiciste. Verbo del opreso,
anatema al poder, tus hojas santas,
al irradiar en los cerebros muertos,
de la opresión libraron una raza.
……..
Te cierro ya. En la noche de su sueño,
¡paz al patriota que escribió tus páginas!
dile que sus hermanos no le olvidan,
que en cada pecho se le erige un ara.
Octubre, 1898.

DE MI JARDIN

Me pides sampaguitas… No te envío,
porque, al ir a cortarlas de la rama,
sentí temblar mis manos y mi pecho
prensado por la lástima.

No quiero que padezcan esas flores,
como padece, lejos de tí, mi alma,
no quiero que al contacto de mis manos
perezcan marchitadas.

¡Qué caigan ellas solas! Yo, que siento
más que nunca mortíferas nostalgias,
no quiero que por mí tengan las flores
nostalgia de las ramas.

Es crueldad separarlas de sus tallos
antes que lo haga el soplo de las áuras
¡quién sabe si en las horas más de vida
que se irán al troncharlas,

ellas esparcirán en el ambiente
la esencia más sabrosa y delicada
que formada con mieles de rocío
en sus corolas guardan!

Deja que vivan. A nosotros mismos,
a pesar de seguir nuestra jornada,
marchando sobre espinas y entre sombras
la vida nos es grata.

Nada tememos más sino la muerte…
¿Y si tuvieran esas flores alma?
¡Quién sabe si sintieran asimismo
temor de verse lacias!

No; déjalas vivir. Que vivan siempre
en su palacio de hojas y de ramas;
que las encuentre allí la mariposa,
su eterna enamorada;

que saluden los ocres de la tarde,
que explendan con las púrpuras del alba,
que beban del rocío de las noches
y halaguen las miradas.

Las pobres sampaguitas se resienten
cuando alguien de su tallo las separa;
al hallarse en el pecho o en las trenzas,
sufren; se tornan pálidas.

Y cuando están así ¿qué hombre puede
contener de los ojos una lágrima?
¿Quién no se acuerda de los tristes seres
que mueren de nostalgia?
1900.

EN LA HAMACA

¿Qué se perdió en el seno del vacío?
¿que inquieren sus miradas?
¿mira, acaso, a las aves que se esconden
del calor en las ramas?

¿Por la escala de luz de un rayo de oro
retorna quizás su alma
al paraíso reluciente y bello,
su prístina morada?

La siesta asfixia. El son de los cañales
preludia a la tagala
esa canción de miel que ha desprendido
la ilusión del pentágrama.

Los insectos rebullen en las hojas
sobre el tapiz de grama,
y se duermen rendidos a los hálitos
de un ambiente de lavas.

El sopor se difunde, derramado
por estivales áuras,
y en el lejano término simulan
dorarse las montañas.

Hay vida y poesía en esas horas
en que el calor abrasa;
pera la vírgen tiene en el espacio
inmóvil la mirada.

Hija gentil de una región de fuego,
acaso vuela su alma
por el país de rosas del idilio
cuyo perfume embriaga.

Tal vez sueña en las dulces sampaguitas
cogidas de las ramas,
para ser el collar lleno de aromas
en la linda garganta.

La alegre sonatina de los besos
que da el viento a las palmas,
tal vez rima a sus oidos el kundiman
trovado en noche plácida.

Mas ¡quién sabe…! Deshácese la tromba
en aquellas montañas
y alguien atrae allí el corazón virgen
de la virgen tagala.

En el album rosado de la vida
también hay negras páginas,
donde se ocultan los ensueños místicos
bajo un velo de lágrimas.

Y mientras sueña en cuerpos que se caen,
se hieren, se desgarran,
en un campo sembrado de cadáveres
y de sangrientas charcas,

vibra la llama estuosa de la siesta,
pasa la brisa cálida,
y murmura en sus notas el prefacio
de algún idilio convertido en drama.
1900.

RIZAL EN CAPILLA

En la pequeña estancia, la luz pálida
alumbra al reo; fuera,
la dormida ciudad con su pesado
silencio de necrópolis desierta…
Quedan horas no más… Ya es el instante
en que todo refluye a la conciencia;
en que, a través de todos los recuerdos,
y todos los amores y quimeras,
el alma quiere mucho más la vida,
porque la muerte más y más se acerca…
¡Hora sombría en que sudó con sangre
el mismo Cristo en la sagrada huerta…!

Quedan horas no más para el martirio.
El alma que ya acecha,
es el alma que quiere nubes rojas,
pero rojas con sangre de las venas.
Cada minuto ya la va acercando,
fatal inevitable… El reo espera,
vibrante el corazón, opresa el alma,
pero tranquilo el rostro y la conciencia.
Allí quedan «sus padres; sus hermanos,
en el perdido hogar»; más allá deja
«a la dulce extranjera, su alegría»,
y sobre todo amor, su «amada» tierra.

¡Oh, la tierra de todos sus encantos,
la idolatrada tierra,
«dolor de sus dolores» de patriota
y sueños de sus sueños de poeta!
Rápidos, en tropel, sólo a su nombre,
como nubes compactas de tormenta,
luchas, melancolías, desalientos,
acuden, se avalanzan, se atropellan
y llenan el espíritu del reo,
resanando ecos de perdidas épocas
con la dulce quimera de una patria
que resurge triunfante de la ciénaga.

Era la patria que llenó su vida.
Como santa promesa,
allá, en la proscripción, brilló animando
su corazón de bronce a la pelea.
Lo recordaba: desolado, loco,
la vió llorar, se estremeció a sus quejas,
y sintióse morir con sus angustias,
y sintióse ahogarse con sus penas…
Nadie estaba en redor; ¡nadie…! tan sólo
unas sombras muy lúgubres, muy densas,
unas sombras que todo lo envolvían,
porque la podre horrible no se viera.

Y fué entonces. Cual vívido relámpago
horadó las tinieblas
el rayo de su noble pensamiento,
despertando a las masas. Tronó recia
su voz de apóstol, y el enjambre mudo
de ilotas escuchó:–«¡La patria es esta!»
¡Sólo entonces cayeron de rodillas!
¡sólo entonces supieron conocerla…!
Corrió en la multitud hervor de fuego,
eléctrica explosión de vida nueva,
un ansia de elevar aquella patria
al bello Sinaí de las grandezas.

Y estalló fragorosa la borrasca…
Hoy, desde aquella celda,
parece percibir rumor de lucha
encarnizada, pertinaz, violenta.
¡Son los cruzados de Simoun que acuden
y se lanzan pujantes a la arena,
son los nobles ilusos que pretenden
ascender hasta el triunfo de su idea
con el vuelo del águila gloriosa,
sin otras alas que su fé sin mengua…!
¡No caerán como Icaro!–está escrito–:
¡Los que van con la patria siempre llegan!

El llegaba también. La noche huía,
y con palidez tétrica
la luz temblaba sus fulgores últimos
envueltos en la agónica tristeza.
Oye el reo anhelante… ¡Ya es el alba!
¡Son los soldados que a llevarle llegan!
¡Es la hora tenebrosa de la muerte…!
¡La muerte misma que fatal se acerca!
Todo se pierde en el horrible caos
del cerebro estallante, y sólo encuentra
–¡luz única!—la patria por quién muere,
triunfadora, sublime, resurrexa.

La Purificación de María

Sobre las cimas quo la luz bordea
Con bellos rizos de flotante llama,
El sol arroja su cendal de obispas
Deshecho en flecos que semejan ascuas;
Y al recorrer el piélago incendiado,
Muestra en su rostro plácida amalgama
De sonrisas que bullen resplandores,
De reflejos que en haces se dilatan.

El ave grácil, al mirar sus rayos,
Alisa y bate las plumosas alas,
Y derramando fúlgidos alegro»
Que entre sus ondas repercute el aura,
El vuelo tiende y los espacios rasga,
De rumores insólitos se enlazan.
Para buscar el nutridor sustento
De los polluelos que en el nido aguardan.

Adorno de los pétalos sedosos
El rocío las flores abrillanta,
Y es cada gota lágrima que late
Colores en que el iris se delata:
Brisa graciosa al retozar recoge
La esencia entre las hojas condensada,
Y con brotes de aromas su homenaje
De amor ofrece a la gentil mañana.

¡Todo se anima! En las desiertas callea
Salem cristiana al despertar se lanza,
Y los pechos barbotan oraciones,
Y los templos de gentes se cuajan.
Al Dios de Sabaoth tres veces santo
Elevan el fervor do sus plegarias,
Tímidas cual el canto del esclavo,
Ardientes como el gozo do sus almas.

Y allá formando encantador conjunto.
Imponiendo respeto a quien repara,
Por una de las calles, tardo el paso,
Una mujer con un anciano avanza:
Ella en sus brazos un infante oprime
Y al suelo incierto la mirada baja;
El apoyado en báculo florido
Tórtolas bellas en la mano carga.

Al templo santo con unción dirige
El tardo rumbo en placentera calma;
Cada frase c» un ritmo de caricias.
Y es música de amor cada palabra:
Los ángeles padecen mil desmayos
Y suspenden las notas de sus arpas,
Oyendo aquellos íntimos coloquios
Que incendios vivos de querer delatan.

Al templo entran. Con místicos chispeos
Ven florecer las luces en miriadas,
Y aspiran el olor do los inciensos.

Y auscultan las tímidas plegarias:
Nada profano aquel misterio turba,
Présago fiel de inspiraciones sacras,
Todo respira prometido goce
Que allá en el fondo resplandece el ara.

Hacia el grupo, con pasos vacilantes,
Encorvada la noble añosa espalda,
Majestuoso, cual cedro, el-continente,
Radiante la cabeza con las canas,
Un anciano que lucha con la muerte
Y vence aherrojándola sus garras,
De la devota multitud se sale,
Y, jubilante el pecho, se adelanta.

Toma al infante en los temblosos brazos
Que no sostienen la ligera carga
Y un beso deja en la pequeña frente
Mientras sus labios con amor exclaman:
— Señor, Señor, tu poderosa diestra
Abrir ya puedo la postrera página
Del libro do la vida de tu siervo
Que al niño vio quo a los mortales salva.

Tú, madre sin ventura, cubre el pecho
De diamantes con cuádruple coraza:
Puñal impío te herirá la carne,
Te labrarán mil penas la mortaja.
Este niño que aduermen tus cantares
Doquier avivará bandas contrarias,
Que defiendan sus épicos laureles,

Que desgarren sus máximas sagradas.

De rodillas la Madre sobre el suelo
En actitud cíe arrobo ora y ensalza
Al Dios que cede en túrgidos derroches
Vida a los hombres, a las plantas savia,
Y al sentir en sus venas infiltrarse
El hálito de penas que la amagan,
Al Niño ofrece que nutrió con sangre
De sus nobles castisimas entrañas.

Tú, Señor, recibiste el homenaje
Que de la Madre el corazón quebranta,
Has pagaste el valor del sacrificio
Con tu piedad deshecha en mar de gracias.
Del alba de tu gloria destrenzaste
Los consuelos en fúlgidas cascadas
Que bañaron con pródigos desbordo
Los corazones y las tiernas almas.

Hoy desata, Señor, también tus dones,
Al conjuro de amor de mis plegarias
Sobre el varón ilustre que sus votos
Conmovido juró delante el ara;
Despliega ante sus ojos las riquezas
Que tu amoroso Corazón derrama,
Y cayendo en raudales de virtudes

Vayan de amor a completar sus ansias.
1895

En la trinchera

Arma al brazo, siempre alerta,
Pronto a matar o morir,
Madre, mi madre del alma,
¡Cuan dulce es pensar en ti!

No basta el plomo mortífero,
Que espigando vidas va,
A envolver con su humareda
Loa recuerdos del hogar.

La chispa que brota eléctrica
Del fusil o del cañón,
Son para mi de tus ojos
La amorosa irradiación.

Los tronidos de las balas
Que las auras van a herir,
Son el crepitar ruidoso
De tus besos para mí.

¡Ay!… madre, mi dulce madre,
Madre de mi corazón,
En este ambiente de sangre
¡Cómo te recuerdo yo!

Quisiera estar a tu lado,
Quisiera volverte a ver:
De tus caricias de cielo
Siento, como nunca, sed.

Pero… madre, si la Patria
No logra libre surgir
De entre el montón de cadáveres
Y las ruinas de esta lid;

Si la noche se hace eterna,
Si no alborea la luz,
¡Muera yo con mis nostalgias’.
¡Muere, con tus penas, tú!
1900.

Himno nacional filipino

Tierra adorada,
hija del sol de Oriente,
su fuego ardiente
en ti latiendo está.
Tierra de amores,
del heroísmo cuna,
los invasores
no te hollarán jamás.

En tu azul cielo, en tus auras,
on tus montes y en tu mar
esplende y late el poema
de tu amada libertad.

Tu pabellón que en las lides
la victoria iluminó,
no verá nunca apagados
sus estrellas ni su sol.

Tierra de dichas, do sol y de amores
en tu regazo dulce es vivir;
es una gloria para tus hijos,
cuando te ofenden, por ti morir.
1900.

Dos pensamientos

I
En esta noche sombría.
Oh Patria de mis amores!,
Yo lloro con tus dolores
Y sufro con tu agonia.
Podrá la borrasca impía
En sus ondas sepultarte,
Pero yo nunca olvidarte
Porque mis delirios son:
Tenerte en mí corazón
Y vivir para adorarte.

II
Hoy brotan mustias del cielo
Nuestras dulces alboradas,
Porque están ensangrentadas
Las pampas de nuestro suelo.
Cuando en su versátil vuelo
El aura llegue al ramaje,
En su trémulo cordaje
Suspira insólitas penas,
Y ¡ay! que es ruido do cadenas
Ese ruido de follaje.
1900,

Dos pensamientos

Para mis versos, la pagina postrera;
Es honra bastante el último rincón:
Gemas cloróticas cíe enfermo corazón,
No tienen iris ni olor de primavera.
¿Cómo ponerlas entre esos cuadros bellos
Donde sonríe la magia de Luzón,
Entre esas rimas que fermentan pasión.
Miel, luz, aromas, sonrisas y destellos?
No van guijarros entre preciosas piedras,
Nunca se juntan la pena y la ilusión:

El astro arriba, en la azulea extensión,
Siempre en el suelo arrastrándose las yedras.
¿Qué contarte? ¿Que eres buena? ¿Hermosa o inteligente?
Jamás lie aprendido cómo se dice una flor.
Soy joven; mas todavía no be puesto mis plantas
En los tapices de seda do ningún salón.
Si fuera poeta… acaso trovas te regale
Que sepa mover placeres en tu corazón;
Pero no lo fui nunca: para mi alivio, sólo
Rimo cantos a mi Patria, mi madre o mi amor.
¿Mi madre?… ¿Qué te importa ella?—¿Mi amor?-Sueño y fiebre
¿La Patria?… ¡Oh!, la Patria? ¿Puede bramando el ciclón
Entre ruinas y tinieblas inspirar canciones
Que no sean penas, muerte y llantos de dolor?
No es eso lo que me pules.— Quieres algo alegre
Que lleve de nuestras auras el vago rumor.—
No sé si podré… Mas tomo entre mis rimas viejas
La menos flébil y anémica y marchita canción.

Minuit

Es Terrnidor. La sangre burbujea,
Y hay fuego de cénit en las entrañas…
Nadie detiene esa erupción que ansia
Acabar con los pueblos y las razas.
¡Exterminio, exterminio! — Es lo que pide
La nueva humanidad bestializada,
Que prosigue el camino de los tiempos
Vibrando loa espasmos de la rabia.
Hay que sembrar escombros por doquiera,
Muerto, devastación, incendios, talas,
Los frutos ponzoñosos de la fiebre
Que genera la noche de las almas.
¿Quién osa contener tanto tumulto
Y apaciguar el salto de las lavas?
Espíritus’sin fe quieren la muerte,
Espíritus sin fe quieren la nada.
La lucha es sin cuartel. Ni árbol ni hombre
Debo quedar al fin do la batalla;
Quiere el gusano la podrida carne
Y el muérdago, festín de inculta savia.

Ya cuando borre el cuadro apocalíptico
El rojo negro horrible de sus manchas
Y cuando venga el sol con sus colores
Para el macabro saturnal del alba,
Entre las ruinas so hallarán sin duda
Nuevas flores surgiendo ensangrentadas…
¡Es el Amor que se ocultó en el cieno!
¡La Calidad que se quedó en las charcas!
1900.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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