A ORILLAS DEL RÍO ARANDILLA [Mi poema]
Max Jara [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Por la vereda del río
en un angosto sendero,
voy bordeando la orilla
de un afluente del Duero
de nombre río Arandilla,
contento ¡que maravilla!
¡qué viaje más placentero!

Vuela un pájaro y sonrío
¿será un gorrión o jilguero?
¡qué más da! tirando millas
avanzo entre florecillas
que yo aparto con esmero,
el sol desde el cielo grita,
mi calva raudo palpita
y yo me pongo el sombrero.

Y el río en una curvita
se convierte en riachuelo,
el agua va a ras del suelo
cadencioso y bullanguero
sorteando una piedrita,
da un brinco, cae y recita
un tintinear canturero,
hace un rápido requiebro
y sigue por su sendita.

Metros más allá dormita
apacible, como en duelo.
El agua amable, quietita,
sueña con la luz del cielo,
una brisa suavecita
le besa en su terciopelo,
flotando helechos tiritan
y algunas flores marchitas
vigilando están en celo.

Y de pronto un gusarapo
con ánima tempranera
me desafía, es un sapo
retozando en la ladera.
Al mirarme el muy tunante,
da un impulso hacia adelante,
pega un salto y cae al agua,
en un círculo desagua
y por poco no me empapo.

En este mi caminar
a los lados veo pasar
juncos y cañaverales,
chopos, sauces. Los trigales
me saludan al pasar.
A la derecha, la ermita
de san Antón ¡qué bonita!

A otro lado es un cabrero
que con la bota me invita
a un trago. Y de esa guita
me acomodo en la pradera,
me tumbo en la cabecera
de una rosa rebonita,
me ajusto bien el sombrero,
echo una cabezadita,
¡esto es la gloria bendita!
¡esto es el séptimo cielo!
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  Max Jara

Ojitos de pena

Ojitos de pena,
Carita de luna,
lloraba la niña
sin causa ninguna.

La madre cantaba,
meciendo la cuna;
“no llore sin pena
carita de luna”.

Ojitos de pena,
carita de luna
la niña lloraba
amor sin fortuna

-“¡Que llanto de niña
sin causa ninguna!”
pensaba la madre
como ante la cuna:
-“¡Que sabe de pena;
carita de luna!”

Ojitos de pena,
carita de luna
ya es madre la niña
que amó sin fortuna;
y al hijo consuela
meciendo la cuna
– “No llore mi niño
“sin causa ninguna:
“no ve que me apena
“carita de luna”.

Ojitos de pena
carita de luna
abuela es la niña
que lloró en la cuna.
Muriéndose llora
su muerte importuna
–”¿Por qué llora abuela
sin causa ninguna?”.

Llorando las propias
¿quién vió las ajenas?
mas todas son penas
carita de luna.

Gemía la tórtola

Gemía la tórtola,
silbaba el zorzal;
entre por el monte
llorando mi mal.

Cantó primavera
en el manantial;
“Del viento en el agua
no queda señal”.

Más yo contestaba
al frío cristal:
“El amor es rosa
“del bien y del mal.

“Malhaya el amor,
“malhaya el rosal
“sin rosa y amor
“no dejan señal.

“Sujeta va el alma
“a sino fatal,
“qué más le da el beso
“que llaman leal
“si nunca le hizo
“sentir bien ni mal?
“Que vale la miel
“si no hubiera sal?

Ante el arroyo

Aguas que multiformes y turbulentas
entre las rigideces de los peñascos,
con nostálgico vértigo de tormentas,
ruedan en un sonoro tropel de cascos;
aguas de claridades hondas y quietas,
traidoras en su ignota melancolía,
aguas, todo belleza, de los poetas,
aguas, todo tristeza, de los suicidas;
vierten vuestros rumores en mis oídos
la tumultuosa vida de las montañas,
agua maravillosa de los olvidos
bullente en el bochorno de mis entrañas.

Preña con tus hechizos las soledades
de mis ojos, resecos con la mezquina
aridez desolada de mis edades,
agua de peregrinos, y peregrina.

Mujer no me ha besado como tú besas,
ni sus miserias turban como tus sones,
que las fragilidades de tus bellezas
quebrantan el prodigio de los timones.

Habla la nieve

Mi vida cristalina
es azahar y mortaja.
Yo soy la inaccesible peregrina
que muere cuando baja.
Soy un silencio grave,
soy ala en agonía.
No hay quién la hiel de mi pureza lave.
Soy la melancolía.

Soy la única, la sola,
condenada a posar sobre la cumbre
cuya serenidad augusta viola,
con sutil pesadumbre,
mi beso que su flanco desmorona
y su línea pervierte,
mi beso que corona
con sudario de muerte.

De la línea dormida
de pasiones que fueron,
en la ondulante y secular caída
del mago ventisquero,
resbala con isócrona armonía,
en la trémula gota,
el ansia de los días
que del silencio de mi forma brota.

Tiembla y vacila su virtud serena,
suspensa ante el horror del precipicio,
cual una casta pena
en la noche del vicio.
Música de mujer hay en la fuente
y va cantante hacia el dolor futuro,
envuelto por la bruma del poniente,
insaciable y oscuro.

La guitarra

La guitarra tiene el alma de una niña de ojos claros.
En su caja guarda un nido tembloroso de gorjeos.
A jardín por primavera su cordaje yo comparo:
la tonada es una fuga de nostálgicos deseos
que susurran los ensueños de la niña de ojos claros.

Es un alma que ve rojo, sufre celos la guitarra,
cada cuerda, carne viva, se retuerce enronquecida
al contacto de la mano que se crispa como garra;
van temblores de beodo y estertores de suicida
en la queja desgarrante de la trágica guitarra.

La guitarra guarda un alma de mujer desengañada:
esas cuerdas son las canas de su testa fatigada;
hoy tan sólo queda el eco de su risa de coqueta,
y las notas son hermanas de la nieve esparramada
en la barba temblorosa de un romántico poeta.
La guitarra tiene un alma de mujer desengañada.

La guitarra sin cordaje es cual una sepultura,
en su puente se callaron los acordes de tristura
como mueren los sollozos en agónica garganta,
y su caja destrozada es retrato de la oscura
existencia en cuya sombra ningún trino se levanta
y no deja ni su nombre en la angosta sepultura.

Las mareas

¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes
con las inagotables fiebres del infinito,
preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes
con su ser justifican la belleza del mito
que los ojos helenos glorificaban antes,
ebrios de agua y de sol en las playas egeas,
en los pechos heroicos los hálitos gigantes
de las vastas mareas!

***

Son las nupcias de la Luna y de los mares
—ella triste y él amargo—,
que confunden sus nostálgicos pesares
en un beso casto y largo.
Es la Luna que deshoja sus lumínicos azahares
sobre el dorso quejumbroso de los mares.
Es del golfo, en la lívida penumbra,
el silencio de la ola, toda blanca, que se encumbra.
Son dos ritmos dolorosos
de la luz y de la espuma: dos sollozos
que se buscan, y que se hallan
en el lecho de las playas.

Son dos tristes que confunden sus pudores
a despecho de la ausencia,
dos desnudos que se muestran la hermosura de sus flores,
dos conciencias
como espejos,
que se miran desde lejos
frente a frente,
y ejecutan lentamente
una cópula sin nombre que nuestro ojo no concibe,
nuestro ciego ojo, que vive
sólo el círculo mezquino de la vida de los hombres.
Y los mares se retuercen sobre el lecho de la arena
murmurando sus vagidos de materia dolorosa,
y la blanca Luna llena
en los ámbitos solloza
su aureola de nostalgias, cuyo brillo gemebundo
nos da idea de cómo hablan los cadáveres de mundos.

Ya los vientos se han callado. Sólo se oye un gran lamento
sordo y largo, grito triste del misterio desvelado.
Y en agudo paroxismo
de potencia creadora,
con el grito del abismo
cuanto existe ruge y llora.

Vida eterna, tú, despierta
en la chispa y en la gota, mi conciencia a ti está abierta
cual el hondo mar informe,
para que hables a mi vida con el soplo o con el rayo.
Habla, madre;
que mi lengua cante o ladre
la visión de tu desmayo.
Hacia tierras ignoradas y remotas,
ola hermana, con la gracia de tus gotas
va un momento de mi vida, con el hálito divino
un enjambre se ha marchado de los versos cristalinos;
sobre el dorso inquieto y vasto,
con el rayo de la Luna va un deseo simple y casto.

Estrella

Yo sé de una estrella que luce remota.
Su rayo en mi noche desmayado flota.
Su rayo que finge la expresión tranquila
de una soñadora virginal pupila.
Su rayo que anima temblor de sollozo,
su rayo que es prenda de amor doloroso.

Los vientos que traen rumor de follaje
de lejanos bosques con denso ramaje,
los vientos que llevan en un grito amargo
condensado el tedio del camino largo,
también se han llevado, con rumbo a la noche,
musical y tibio, este primer broche
de mi amor al astro que, desde muy lejos,
me envía recuerdos en vez de reflejos.

El lago la ha visto cruzar pensativa.
La ve, tembloroso, velar desde arriba.
El lago la mima. Sedoso la arrulla
cual si fuese el sueño de las ansias suyas.
Tal vez el reflejo con que el astro vibra
hiriendo las aguas con mágica fibra,
hace que la espuma que en la margen deje,
como mujer virgen de amores se queje.

Vientos cuya lengua, viril y sonora,
dejan una estela de cantos de aurora
vientos de esperanza—beso y primavera—,
alegran en vano mi lóbrega espera.
Bien sé que la estrella se abisma en la noche
como flor efímera que cierra su broche.
Y yo la lamento morir en la altura
con grave tristeza, con vana amargura.

Deseara darle la llama sincera
de todos los sueños de mi vida entera,
le ofrendara todos los trémulos bríos
de todas las chispas de los sueños míos;
que si ella me mira, que si ella me besa
qué importa que sólo me quede tristeza.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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