»NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN [Mi poema]
Mis Maestros [Poeta sugerido]
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Nicolás Fernández de Moratín, padre del conocido escritor de nombre Leandro, fue un hombre de letras que vivió entre los años 1737 y 1780 en Madrid, España. Luego de haber recibido una formación jesuítica, se trasladó a la ciudad de Valladolid para cursar sus estudios superiores, convirtiéndose en abogado. Se relacionó con muchos otros intelectuales de la época, firmando sus escritos con el seudónimo Flumisbo. Como tantos otros poetas, aprovechó el carácter masivo de los periódicos para darse a conocer. Uno de sus grandes gustos era la tauromaquia, tema sobre el cual produjo más de una obra, tales como el poema “Fiesta de toros en Madrid”. Aparte de las leyes y la composición literaria, otra de sus ocupaciones fue la docencia; a los cuarenta años de edad, comenzó a dictar clases de poesía en la capital española.
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Bendita sea la hora, el año, el día…Bendita sea la hora, el año, el día Bendito el esperar y la porfía Bendita la aflicción que he tolerado los versos que a su gloria he consagrado |
El gallo y el zorroUn gallo muy maduro, «Hermano», le decía, «Amigo de mi alma», «Pero aguarda un instante, El gallo se quedó lleno de gloria, |
Los animales con pesteEn los montes, los valles y collados, Saber sin estudiarAdmiróse un portugués |
Oh, gran Pepona, de saber profundo…(…)¡Oh, gran Pepona, de saber profundo; |
Oda en alabanza de dalmiro imitando el estilo sublime de píndaroTres veces, oh dalmiro, |
Canción. a Pedro Romero, torero insigneCítara áurea de apolo, a quien los Dioses |
ARTE DE LAS PUTAS– I – HERMOSA Venus que el amor presides, |
Dorisa en traje magnífico
¡Qué lazos de oro desordena el viento,
entre garzotas altas y volantes!
¡Qué riqueza oriental y qué cambiantes
de luz que envidia el sacro firmamento!
¡Qué pecho hermoso do el Amor su asiento
puso, y de allí fulmina a los amantes,
absortos al mirar sus elegantes
formas, su delicioso movimiento!
¡Qué vestidura arrastra, de preciado
múrice tinta y recamada en torno
de perlas que produjo el centro frío!
¡Qué extremo de beldad, al mundo dado
para que fuese de él gloria y adorno!
¡Qué heroico y noble pensamiento el mío!
El león y el ratón
Estaba un ratoncillo aprisionado
en las garras de un león; el desdichado
en la tal ratonera no fue preso
por ladrón de tocino ni de queso,
sino porque con otros molestaba
al león, que en su retiro descansaba.
Pide perdón, llorando su insolencia;
al oír implorar la real clemencia,
responde el Rey en majestuoso tono
(no dijera más Tito): «Te perdono.»
Poco después, cazando, el león tropieza
en una red oculta en la maleza;
quiere salir, mas queda prisionero;
atronando la selva ruge fiero.
El libre ratoncillo, que lo siente,
corriendo llega; roe diligente
los nudos de la red de tal manera
que al fin rompió los grillos de la fiera.
Conviene al poderoso
para los infelices ser piadoso;
tal vez se puede ver necesitado
del auxilio de aquel más desdichado:
Oda a los ojos de Dorisa
Ojos hermosos
de mi Dorisa:
yo os vi al reflejo
de luces tibias…
¡Noche felice,
no te me olvidas!
Turbado y mudo
quedé a su vista,
susto de muerte
me atemoriza,
y sólo huyendo
pude evadirla.
Ojos hermosos:
yo así vivía,
cuando amor fiero
gimió de envidia.
Quiso que al yugo
la cerviz rinda,
y os me presenta
con pompa altiva,
una mañana,
cuando ilumina
Febo los prados
que abril matiza.
Vi que con nuevas
flores se pinta
el suelo fértil,
la cumbre fría;
los arroyuelos
libres salpican,
sonando roncos,
la verde orilla.
Gratos aromas
el viento espira,
cantan amores
las avecillas.
Ojos hermosos:
yo me aturdía,
cuando me ciega
luz improvisa,
con más incendios
y más rüinas
que si centellas
Júpiter vibra.
Nunca posible
será que diga
que pena entonces
me martiriza.
¡Qué feliz era,
qué bien hacía
mientras huyendo
sus fuegos iba!
Ojos hermosos:
si conocida
a vos os fuese
vuestra luz misma,
o en el espejo
la reflexiva
tanto mostrara,
conoceríais
qué estrago al orbe
se le destina,
bien con enojos
bien con delicias.
¡Ay cómo atraen,
cómo desvían,
cómo sujetan,
cómo acarician!
Piedad, hermosas
lumbres divinas,
de quien amante
os solemniza.
Y si a mi verso
la suerte amiga
da, que en el mundo
durable exista,
aplauso eterno
haré que os siga,
y en otros siglos
daréis envidia.
Un alto y generoso pensamiento
Un alto y generoso pensamiento,
inspiración del cielo soberano,
me puso la áurea cítara en la mano
para cantar el dulce mal que siento.
Y fue tan grato mi sonoro acento,
que la ancha vega, el apacible llano
y el cavernoso monte carpetano
mostraron compasión de mi tormento.
Turbose el río de cerúleo manto,
oculto entre los álamos sombríos,
al ver su cisne lamentarse tanto.
Moviéronse los brutos más impíos
y los ásperos troncos a mi llanto;
y no la que causó los males míos.
Canción a Pedro Romero, torero insigne
Cítara áurea de Apolo, a quien los Dioses
hicieron compañera
de los regios banquetes, y ¡oh sagrada
musa! que el bosque de Helicón venera,
no es tiempo que reposes;
alza el divino canto y la acordada
voz hasta el cielo osada,
con eco que supere resonante
al estruendo confuso y vocería,
popular alegría,
y aplauso cortesano triünfante,
que se escucha distante
en el sangriento coso matritense,
en cuya arena intrépido se planta
el vencedor circense,
lleno de glorias que la fama canta.
Otras quiere adquirir, y así de espanto
y de placer se llena
la Villa que domina entrambos mundos.
Corre el vulgo anhelante, rumor suena,
y se corona en tanto
de bizarros galanes sin segundos
y atletas furibundos
el ancho anfiteatro. Allí se asoma
todo el reino de Amor, y la hermosura
que a Venus desfigura,
y no hay humano pecho que no doma
(baldón de Grecia y Roma),
y en opulencia y aparato hesperio
muestra Madrid cuanto tesoro encierra
corte de tanto imperio,
del mayor soberano de la tierra.
Pasea la gran plaza el animoso
mancebo, que la vista
lleva de todos, su altivez mostrando,
ni hay corazón que esquivo le resista.
Sereno el rostro hermoso,
desprecia el riesgo que le está esperando;
le va apenas ornando
el bozo el labio superior, y el brío
muestra y valor en años juveniles
del iracundo Aquiles.
Va ufano al espantoso desafío,
¡con cuánto señorío!
¡qué ademán varonil! ¡qué gentileza!
Pides la venia, hispano atleta, y sales
en medio con braveza,
que llaman ya las trompas y timbales.
No se miró Jasón tan fieramente
en Colcos embestido
por los toros de Marte, ardiendo en llama,
como precipitado y encendido
sale el bruto valiente
que en las márgenes corvas de Jarama
rumió la seca grama.
Tú le esperas, a un numen semejante,
sólo con débil, aparente escudo,
que dar más temor pudo;
el pie siniestro y mano está delante;
ofrécesle arrogante
tu corazón que hiera, el diestro brazo
tirado atrás con alta gallardía;
deslumbra hasta el recazo
la espada, que Mavorte envidiaría.
Horror pálido cubre los semblantes,
en trasudor bañados,
del atónito vulgo silencioso;
das a las tiernas damas mil cuidados
y envidia a sus amantes;
todo el concurso atiende pavoroso
el fin de este dudoso
trance. La fiera que llamó el silbido
a ti corre veloz, ardiendo en ira,
y amenazando mira
el rojo velo al viento suspendido.
Da tremendo bramido,
como el toro de Fálaris ardiente,
hácese atrás, resopla, cabecea,
eriza la ancha frente,
la tierra escarba y larga cola ondea.
Tu anciano padre, el gladiator ibero
que a Grecia España opone,
con el silvestre olivo coronado,
por quien la áspera Ronda ya se pone
sobre Elis, y el ligero
Asopo el raudo curso ha refrenado,
cediendo al despeñado
Guadalevín; tu padre, que el famoso
nombre y valor en ti ve renovarse,
no puede serenarse,
hasta que mira al golpe poderoso
el bruto impetüoso
muerto a tus pies, sin movimiento y frío,
con temeraria y asombrosa hazaña,
que por nativo brío
solamente no es bárbara en España.
¿Quién dirá el grito y el aplauso inmenso
que tu acción vocifera,
si el precio de tus méritos pregona
la envidia, con adorno a la extranjera,
que dice: «En el extenso
mundo, ¿cuál rey que ciña la corona
entre hijos de Belona
podrá mandar a sus vasallos fieros
(como el dueño feliz de las Españas)
hacer tales hazañas?
¿Cuál vencerán a indómitos guerreros
en lances verdaderos,
si éstos sus juegos son y su alegría?»
¡Oh, no conozca España qué varones
tan invencibles cría!
¡Rogádselo a los cielos, oh naciones!
Y tú, por quien Vandalia nombre toma
cual la aquiva Corinto
(ni tal vio el circo máximo de Roma),
si algo ofrece a mi verso el Dios de Cinto,
tu gloria llevaré del occidente
a la aurora, pulsando el plectro de oro;
la patria eternamente
te dará aplauso, y de Aganipe el coro.
A la Sierra del GuadarramaLXXV Mas si estas partes de naturaleza Caudaloso tal vez con llanto mió. LV Son los Potros del Betis generosos, LXIII Trepan estimuladas de la ardiente Bosques de Valsaín. XLIV Caerán calladas aguas en vellones XLVI Hay en la España Citerior un Monte, XLVIII Reviertese , formando gran laguna Baxa precipitándose el Lozoya, Siete Picos. LXX En la ribera del Meandro cana Oda a los días del coronel don José CadalsoHoy celebro los días Fiesta de toros en MadridMadrid, castillo famoso Su bravo alcaide Aliatar, Pasó, vencida a sus ruegos, Y en adargas y colores, Vinieron las moras bellas Aja de Getafe vino Jarifa de Almonacid, De Adamuz y la famosa El ancho circo se llena La bella Zaida ocupó Añafiles y atabales, No en las vegas de Jarama como los que el vulgo vio Salió un toro del toril Traía un ancho listón Todo galán pretendía El alcaide, muy zambrero, Todos miran a Aliatar, Mas viendo se culparía, Otra monta acelerado; Dio vuelta hiriendo y matando Nadie se atreve a salir; Ninguno al riesgo se entrega «Sobre un caballo alazano, Mucho le pesa a Aliatar; Suspenso el concurso entero Sonrosado, albo color, Cuelga la rubia guedeja Gorguera de anchos follajes, En la cuja gruesa lanza En el arzón de la silla Era el caballo galán, larga cola recogida Nunca en el ancho rodeo Dio la vuelta al rededor; Causaba lástima y grima Las doncellas, al pasar, Mas cuando en medio se para, «Señora, sueños no son; »como ese doncel que ufano Sin descubrirle quién es, Y supo que, fugitivo Tal vez a Madrid se acerca Por eso le ha conocido, La mora se puso en pie Suena un rumor placentero Crece la algazara, y él El bruto se le ha encarado Cual flecha se disparó Brama la fiera burlada; Pero ya Rodrigo espera La arena escarba ofendido, La cola inquieto menea, Él que en esta ocasión viera Mas, ¡ay que le embiste horrendo ni llama así fulminante como el bruto se abalanza La confusa vocería A caballo como estaba, Y alzándose en los estribos, si no os dignáredes ser Ella, el rostro placentero, Y besando el rico don, Pero Aliatar el caudillo Y en ronca voz, «Castellano», »Y si vinieras de guerra «Así», dijo el de Vivar, Ya fiero bando con gritos Entre la Monclova y Soto Y si no vieran salir El alcaide, recelando Y es fama que a la bajada |