A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
»MANUEL REINA [Mi poema]
Mis Maestros [Poeta sugerido]
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Una muestra de sus poemas
Byron en VeneciaSobre la frágil onda iluminada La EstatuaEn medio del jardín yérguese altiva, |
MorendoHermosa, ya tus pupilas María StuartA Rafael Moyano. Pálida la color, en la alba frente, |
MayoFemDe azul y plata adornada |
En un álbum-Los dioses se van, ha dicho A F…Cuando miro de noche en el cielo |
Juventud de MussetA D. Manuel Cano y Cueto. Mimí Pinsón, la griseta II |
IntroducciónHijo soy de mi siglo, Soy poeta: yo siento en mi cerebro |
AndalucíaA José Vignote. Cielo brillante, fuentes rumorosas, |
ImprovisaciónHe aquí los genios gigantes Tres ruiseñoresBARBIERI Ruiseñor cuyo canto es nuestra patria; BÉCQUER Es su canto la luz: el horizonte GAYARRE Es su voz mundo inmenso de armonía; |
El corazón de una hermosaPRÓLOGO I II III |
La joven de los ojos negros(A doña Fuensanta Crespo, esposa En la ardiente orgía, II Con lluvias y fríos, |
CantarMagnífica es la riqueza; La catarata y el ruiseñor– I |
Baile de MáscarasEl salón, por deliciosas Allí se ve al caballero |
La Bellas ArtesPINTURA ESCULTURA MÚSICA POESÍA |
Las Estaciones
Si al llegar la lozana primavera
contemplo en la pradera,
rosas divinas y claveles rojos,
recuerdo tus mejillas y sonrojos.
—
Si el verano al llegar luce el tesoro
de las espigas de oro,
y las noches brillantes y azuladas,
recuerdo tu cabello y tus miradas.
—
Si al llegar el otoño, oigo la brisa,
que vagando indecisa
entre las hojas pálidas, murmura,
tu voz recuerdo melodiosa y pura.
—
Y si el invierno viste el blanco velo
de nieves y de hielo,
y de las nieblas el capuz sombrío,
tu corazón recuerdo negro y frío.
La flor de mi esperanza
Una flor se divisa
en el oscuro campo de batalla,
y sus hojas, movidas por el viento,
de humo y sangre se esmaltan.
Un corcel galopando se aproxima,
y pronto va a pisarla;
mas una mano fuerte y vigorosa
lo detiene, y ¡la flor está salvada!
Hoy así se divisa
en el oscuro campo de mi alma,
una flor blanca y pura:
la flor de mi esperanza.
El corcel volador de las pasiones
se acerca a destrozarla.
¡Ay de ella si tu mano bendecida
no detiene su marcha!
A una mujer
Es de rayos de sol tu cabellera
la línea de tu rostro seductora;
eres la encarnación de la hermosura;
de las gracias la diosa.
—
La voluptuosidad, ave de fuego,
tiene por nido tus divinas formas;
y hay un cielo de esencias y rubíes
en tu risueña boca.
—
Sólo te falta el alma, hermosa mía
no tienes alma, no; pero, ¡qué importa!
tampoco tienen alma las estrellas,
las perlas, ni las rosas.
A una mujer
Después de destrozarme
el pecho, ingrata mía,
tus encendidos labios
me mandan mil sonrisas.
Sonrisas que simulan
un mundo de pasiones…
¡Ay! Cerca de las tumbas
brotaron siempre flores.
Mi Dios
El Dios en quien yo creo palpita en la conciencia,
los sabios y los justos, sus sacerdotes son,
los cielos y los mares publican su existencia,
el bien es su doctrina, su templo la creación.
El Pañuelo
(ORIENTAL)
La sultana Amina llora,
llena de horror y tristeza,
porque en una pica mora
ve clavada la cabeza
del hombre a quien ella adora.
Sus sedas, gasas y tul,
rasga, iracunda y furiosa;
tira su turbante azul
y su diadema preciosa
que vale más que Stambul.
Pisa joyas y diamantes,
destroza su rico velo,
y las de color de cielo
telas, que adornan brillantes,
su lecho de terciopelo.
Llega Mahomet ultrajado;
a la llorosa sultana
mira con rostro irritado,
y echa en su falda de grana
un pañuelo ensangrentado.
«¡Es su sangre!», dice Amina;
y con una damasquina
daga, su garganta hiere;
la hermosa cabeza inclina,
nombra a su amador… y muere.
El sauce y la flor
Al lado de la fosa
de la preciosa joven ha brotado
una encendida rosa;
y junto a la hermosura está enterrado
su amante enamorado.
Sobre esta tumba un sauce corpulento
su triste frente inclina,
y a veces, agitado por el viento,
besa la flor divina.
El insecto y la estrella
Mirad aquel insecto
de transparentes alas
en los brillantes pétalos posado
de aquella rosa blanca.
—
El cielo contemplando
las largas noches pasa,
fija la vista en la hermosura y brillo
de cierta estrella pálida.
—
¡Amor de un pobre insecto!
¡amor sin esperanza!
la estrella no lo mira, es insensible;
las estrellas no aman.
La Perla
Contemplaban tus ojos centelleantes
la palma de cristal, la linfa
pura del surtidor que vierte en la espesura,
su polvo de zafiros y diamantes,
cuando enferma, con pasos vacilantes,
se acercó una mujer, todo tristura,
y te pidió limosna con dulzura
fijando en ti miradas suplicantes.
La perla que en tu mano refulgía
diste a aquella mujer pobre y doliente,
que se alejó, llorando de alegría.
Yo, entonces, conmovido y reverente,
no te besé en los labios cual solía,
¡sino en la noble y luminosa frente!
En Mayo
¡Ven al prado de lirios y claveles,
mi bello y dulce bien! El campo llena
de perfumes la atmósfera serena
y el mes de mayo irradia en los vergeles.
¡Ven! Entre los rosales y laureles
flauta invisible melodiosa suena.
¡Ven! Que en la orilla del Genil amena
el amor es panal de ricas mieles.
¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
nos ofrecen; las aves su armonía
y recóndito nido la espesura.
¡Mas no, no vengas, adorada mía;
que el inmenso raudal de mi amargura
tu corazón feliz destrozaría.
La Diana
(DE HEINE.)
Toca, toca el tambor y pierde el miedo,
y abraza a la preciosa cantinera;
éste es el gran sentido de los libros,
ésta es la ciencia.
—
¡Que tu tambor al mundo adormecido
de su sueño despierte!
¡Joven, toca con fuerza la diana!
¡Siempre adelante y a tambor batiente!
—
Ésta es de Hegel la profunda ciencia,
éste es el gran sentido de los libros.
Yo los he comprendido a maravilla;
soy buen tambor y aprovechado chico.
A su almohada
Eres feliz, nevada consejera:
tú conoces sus gracias virginales,
y en tu seno amoroso
se desata su rubia cabellera.
Tú, que de sus pupilas celestiales
bebes perlas tan claras como el día,
y el néctar delicioso
apuras de sus labios de ambrosía;
tú, que velas su pecho enamorado,
tú, que aspiras su aliento embalsamado,
y sabes su pesar y su alegría,
dime por qué ha apurado
en la pasada noche
el cáliz del dolor y la agonía.
Mas no, no me lo digas, consejera;
pues de dolor, tal vez, me moriría,
si yo la causa fuera.
Una cortesana
A Campoamor, rey de la Dolora. ¡Oh! n’insultez jamais
une femme qui tombe.
VICTOR HUGO.
Es Elisa una hermosa cortesana
de formas seductoras,
de mejillas de grana
y de ardientes pupilas brilladoras.
—
Su rubia y luminosa cabellera,
cual cascada de oro,
cae por su espalda blanca y hechicera;
y es su cuerpo de gracias un tesoro.
—
Príncipes y señores
le entregan sus riquezas.
Por sus besos de fuego embriagadores;
todos, amantes son de sus bellezas.
Todos, menos Ernesto, su querido,
que la maltrata y hiere;
y ella, todos los hombres da al olvido,
y sólo a Ernesto quiere.
IV
EN EL BAILE
En el soberbio palacio
del marqués de la Pradera,
arde el placer, vibra el gozo,
hierve, esta noche, la fiesta.
Ved: es un baile de máscaras
con que los dueños celebran
el próximo casamiento
de su angelical Eugenia.
Nuestro alegre capitán
es el prometido de ésta;
Don Juan, que hoy es objetivo
de los hombres y las bellas.
El salón está poblado
de máscaras pintorescas,
de hermosísimas mujeres
con vestiduras espléndidas.
Torrentes de luz se escapan
de las grandiosas lucernas;
brillan los limpios cristales;
los diamantes centellean;
se iluminan los tapices;
resplandecen las diademas,
y en todo el salón se aspiran
embriagadoras esencias.
El capitán va vestido
a lo Luis Catorce; lleva
un elegante sombrero
con rizada pluma negra,
traje de raso y encaje,
todo bordado de perlas,
y una reluciente espada
a la cintura sujeta.
Eugenia, más seductora
que nunca, viste de Ofelia:
corona de blancas flores
su frente preciosa ostenta,
y su cuerpo la sublime
túnica de nieve, aérea.
Risas, suspiros y voces
despide la concurrencia
sólo una máscara grave
en un ángulo se observa.
Viste el traje de Pierrot;
gracioso antifaz de seda
cubre su rostro, y extraña
la multitud vocinglera,
que nuestro Pierrot sombrío
lleve una espada en la diestra.
Éste ve al capitán solo
y le dice con voz seca:
«Sois un bandido, Don Juan;
y por Dios, que la existencia
he de quitaros.» «Villano,
calla o te arranco la lengua.»
Así Don Juan le replica
y al mismo tiempo le muestra
del palacio suntuoso
la riquísima escalera.
V
LA MUERTE
Don Juan, como buen soldado,
es gran tirador de espada;
y de una fiera estocada
al Pierrot ha atravesado.
Éste exclama: «Feliz soy;
adiós, muero sin dolor;
me arrebataste el honor
ayer, y me matas hoy».
El capitán con incierta
mano el antifaz le quita,
y, al verle el semblante, grita:
«¡Rosa! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta!»
Sueños
Al gran escritor José Fernández Bremón.
Cuando me encuentro solo, y los aromas
del oriental dorado pebetero
con sus olas azules me rodean,
jinete en el bridón del pensamiento
vuelo al mundo divino y misterioso
de las hadas, los gnomos y los genios,
a ese gigante mundo del poeta
de fantásticos seres gran imperio.
¡Oh! Cómo me deleitan esos cuadros
que en mis profundas abstracciones veo,
llenos de luz, de vida y poesía,
panoramas brillantes de los sueños…
Esas huríes de excitantes formas
en brazos de sultanes y guerreros;
esas vírgenes de ojos de esmeralda,
de túnica impalpable y níveo seno;
esos nobles, al cinto la tizona
y la pluma flotante en el chambergo;
esas náyades de alas diamantinas,
en cuya frente se refleja el cielo;
aquellos combatientes que en las sombras
cruzan desesperados los aceros;
esas diosas de lujo y los placeres,
con vestidos de raso y terciopelo,
la copa del licor llevando al labio,
mientras un trovador les da mil besos;
esos palacios de coral y perlas,
nidos de las ondinas; ese ejército
de sátiros y ninfas bulliciosas;
esos corceles de la crin de fuego;
aquel lago azulado y transparente,
cuyas ondas tranquilas riza el céfiro,
y aquel esquife de oro que conduce
a dos amantes en coloquio tierno;
esos ángeles de ojos de zafiro;
esos piratas de iracundo ceño;
esos genios de luz, esos espíritus
que pueblan los espacios y los cielos…
Todas esas creaciones del artista
cuando cierro los párpados contemplo,
y es que, sin duda, el mundo de esos seres,
ese gigante mundo, es mi cerebro.
La gota de sangre
Sentados en la gótica ventana
estábamos tú y yo, mi antigua amante;
tú, de hermosura y de placer, radiante;
yo, absorto en tu belleza soberana.
Al ver tu fresca juventud lozana,
una abeja lasciva y susurrante
clavó su oculto dardo penetrante
en tu seno gentil de nieve y grana.
Viva gota de sangre transparente
sobre tu piel rosada y hechicera
brilló como un rubí resplandeciente.
Mi ansioso labio en la pequeña herida
estampé con afán… ¡Nunca lo hiciera,
que aquella gota envenenó mi vida!
CLAVELES ROJOS
Rojo clavel abierto y perfumado
ostentaba su pompa y lozanía
sobre el nítido encaje, que cubría
las gracias de tu seno cincelado.
Aquella flor de pétalo encarnado
-viva llama que aromas esparcía-
deshojéla, gozoso, en la onda fría
del champaña de espuma coronado.
Ciego de amor, la copa reluciente
del áureo vino, que al placer provoca,
apuré con afán y ansia vehemente.
Mas calmada no vi mi fiebre loca,
hasta que deshojó mi labio ardiente
el clavel encendido de tu boca.
A media noche
¡Oh! permets, charmante fille,
j’enveloppe mon cou avec tes bras.
HAFIZ.
Choca tu dulce boca con la mía,
mujer deslumbradora;
y brotará la ardiente poesía
que mi mente atesora.
—
Deja, deja que rompa ese lujoso
traje de terciopelo
que oculta, como amante cariñoso,
de tu belleza el cielo.
—
Quiero una bacanal regia y grandiosa;
que el dios de los amores
en ella cubra tu cabeza hermosa
de perfumadas flores.
—
Un banquete de dioses, una orgía
tan rica y deslumbrante,
que exceda a la más bella fantasía
del genio más gigante.
—
Que esté el salón cubierto de brocados,
y telas suntuosas;
la mesa, de manjares delicados
y de divinas rosas.
—
Y que haya esos licores deliciosos
coronados de llamas,
que engendran en la mente luminosos
y bellos panoramas.
—
Los generosos vinos espumantes
dejemos al olvido;
¡quiero beber en copa de brillantes
el oro derretido!
—
Y cuando de estos goces y delicias
esté mi pecho lleno,
expirar entre besos y caricias,
reclinado en tu seno.
A Núñez de Arce
EN SU CORONACIÓN
I
Un genio ardiente, un alma vengadora
reclama ya la universal conciencia:
brilla el cinismo, triunfa la licencia,
y la maldad se yergue vanidosa.
Falta un genio de voz atronadora
que maldiga del mundo y la impudencia,
reduzca al ambicioso a la impotencia
y arranque tanta máscara traidora.
Un genio, sí, de frente inmaculada
que convierta su pluma de diamante
en látigo de fuego o recia espada;
y que ostente en su espíritu radiante
de Tácito, la cólera sagrada
y el estro airado del terrible Dante.
II
Ese genio inmortal, esa alma austera
sólo puedes ser tú, sublime vate:
tú, en cuya estrofa cincelada late
noble y augusta la verdad sincera.
Tú, cuya inspiración robusta y fiera
da al crimen y al error tremendo embate
en los valientes Gritos del combate,
donde solloza nuestra edad entera.
Tú sólo puedes ser el soberano
poeta vengador, porque has reunido
las virtudes del pueblo castellano,
y en tu grandioso canto enardecido
suena potente del león hispano
el formidable aterrador rugido.
III
Hoy que el mundo latino te proclama
emperador del Arte; hoy que un senado,
de noble admiración arrebatado,
ciñe a tu frente el lauro de la fama,
piensa en la humanidad que sufre y clama,
y pon la vista en nuestro pueblo amado
que, roto, escarnecido y desgraciado,
en ti, varón insigne, espera y ama.
¡Y hace bien, vive Dios!… Ya me parece
que estallan furibundos tus acentos!
¡Ya el mal, amedrentado, se estremece!
¡Ya las cuerdas de bronce de tu lira
se transforman en látigos sangrientos!
¡Ya miro arder el hierro de tu ira!
La música–
A mi padrino el conde de Torres-Cabrera
ALEMANA
Es el rumor de hirviente catarata
que en los abismos sus cristales quiebra;
del lúgubre cañón el estampido;
el sublime fragor de la tormenta;
el colérico grito de los mares
«cansados de luchar con sus cadenas»;
el acerado choque de las armas;
del bélico clarín la voz guerrera;
el gigante concierto de los mundos;
el son valiente de la trompa épica,
y el ritmo eterno, armónico y grandioso,
de la máquina inmensa de la tierra.
ITALIANA
Es el rumor del beso apasionado;
del aura los dulcísimos poemas;
las notas que del lago se levantan
en las noches azules y serenas;
la canción de los silfos a las flores;
de las arpas de oro las cadencias;
el ¡ay! desgarrador del moribundo;
el canto seductor de las sirenas;
el suspiro amoroso de las vírgenes;
de las aves canoras las endechas,
y las mil armonías de los bosques
que los espacios infinitos pueblan.
FRANCESA
Es el rumor ardiente de la orgía;
la barcarola rítmica y ligera
que las náyades cantan recostadas
en sus esquifes de coral y perlas;
el canto del amor y los placeres;
el crujido del raso y de la seda;
el allegro monótono que entona
la bola de marfil en la ruleta;
las sonoras y alegres carcajadas
de Paul de Kock; la voz de las grisetas;
de Beranger los cantos populares
y el choque de las copas de Bohemia.
[…] Manuel Reina. Gran […]