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Francisco Villaespesa fue un poeta español nacido en un pueblo de Almería en 1877 y fallecido en 1936. Siendo joven se mudó a Madrid donde comenzó a trabajar como periodista en diversos medios locales. Allí comenzó a publicar sus poemas. n su obra pueden apreciarse elementos reincidentes como la sensualidad, la tristeza, el desánimo, lo bohemio, seleccionados con muy buen gusto y presentados a través de versos de una incomparable belleza. Pese a que muchos ignoran su nombre, Villaespesa es un poeta que gozó de gran popularidad durante su vida, y un referente destacable del modernismo español.

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LOS POEMAS
EN LA PENUMBRA

¡La hora confidencial!… Entre banales
palabras, toda entera, te respiro
como un perfume, y en tus ojos miro
desnudarse tu espíritu. ..Hay fatales

silencios… Se oscurecen los cristales;
y se esfuma la luz en un suspiro,
temblando sobre el pálido zafiro
que azula entre tus manos imperiales.

Las tinieblas palpitan… Andan miedos
descalzos por las sedas de la alfombra,
mientras que, presintiendo tus hechizos,

naufraga la blancura de mis dedos
en la profunda y ondulante sombra
del mar tempestuoso de tus rizos.

I
El ritmo, el gran rebelde, me rinde vasallaje,
y cuando quiero ríe, y cuando quiero vuela,
y he domado a mi estilo como a un potro salvaje,
a veces con el látigo y a veces con la espuela.

Conozco los secretos del alma del paisaje,
y sé lo que entristece, y sé lo que consuela,
y el viento traicionero y el bárbaro oleaje
conocen la invencible firmeza de mi vela.

Amo los lirios místicos y las rosas carnales,
la luz y las tinieblas, la pena y la alegría,
los ayes de las víctimas y los himnos triunfales.

Y es el eterno y único ensueño de mi estilo
la encarnación del alma cristiana de María
en el mármol pagano de la Venus de Milo. II
Te vi muerta en la luna de un espejo encantado.
Has sido en todos tiempos Elena y Margarita.
En tu rostro florecen las rosas de Afrodita
y en tu seno las blancas magnolias del pecado.

Por ti mares de sangre los hombres han llorado.
El fuego de tus ojos al sacrilegio incita,
y la eterna sonrisa de tu boca maldita
de pálidos suicidas el infierno ha poblado.

¡Oh, encanto irresistible de la eterna Lujuria!
Tienes cuerpo de Ángel y corazón de Furia,
y el áspid, en tus besos, su ponzoña destila…

Yo evoco tus amores en medio de mi pena…
¡Sansón, agonizante, se acuerda de Dalila,
y Cristo, en el Calvario, recuerda a Magdalena! III
Hay rosas que se abren en selvas misteriosas
y mustias languidecen, nostálgicas de amores,
sin que haya quien aspire sus púdicos olores…
¡Hay almas que agonizan lo mismo que esas rosas!

Las mariposas tienden sus alas temblorosas
y en alegría loca de luces y colores,
ebrias de amor expiran en tálamos de flores…
¡Hay vidas que se acaban como esas mariposas!

«¡Oh, púdicas vestales! ¡Oh, locas meretrices!
¿Quiénes son más hermosas? ¿Quiénes son más felices?»
los hombres preguntaron, en una edad lejana,

a un Fauno que en las frondas oculto sonreía…
Hace ya muchos siglos… Y en la conciencia humana
el Fauno, a esa pregunta, sonríe todavía.

LOS JARDINES DE AFRODITA

IV
Soy un alma pagana. Adoro al dios bifronte
y persigo a las ninfas por las verdes florestas,
y me gusta embriagarme en mis líricas fiestas
con vino de las viñas del viejo Anacreonte.

¡Que incendie un sol de púrpura de nuevo el horizonte;
que canten las cigarras en las cálidas siestas,
y que dancen las vírgenes al son del sistro expuestas
al violador abrazo de los faunos del monte!

¡Oh, viejo Pan lascivo!… Yo sigo la armonía
de tus pies, cuando danzas. Por ti amo la alegría
y las desnudas ninfas persigo por el prado.

Tus alegres canciones disipan mi tristeza,
y la flauta de caña que tañes me ha iniciado
en todos los misterios de la eterna Belleza! V
El cisne se acercó. Trémula Leda
la mano hunde en la nieve del plumaje,
y se adormece el alma del paisaje
de un rojo crepúsculo de seda.

La onda azul, al morir, suspira queda;
gorjea un ruiseñor entre el ramaje,
y un toro, ebrio de amor, muge salvaje
en la sombra nupcial de la arboleda.

Tendió el cisne la curva de su cuello,
y con el ala -cándido abanico-,
acarició los senos y el cabello.

Leda dio un grito y se quedó extasiada…
y el cisne levantó, rojo, su pico
como triunfal insignia ensangrentada. VI
De la Grecia y de Italia bajo los claros cielos
en tu honor se entonaron los más dulces cantares,
y ofrecieron las vírgenes al pie de tus altares
las tórtolas más blancas y sus más ricos velos.

Hoy triste y solitaria, en el parque sombrío,
carcomida y musgosa, los brazos mutilados,
bajo la pesadumbre de los cielos nublados
el mármol de tu carne se estremece de frío.
¿Dónde se alzan ahora tus templos, Afrodita?
Ya la Pánica flauta en los bosques no invita
a danzar a los sátiros danzas voluptuosas.

Ha huido la Alegría, ha muerto la Belleza…
No hay risas en los labios y una inmensa tristeza
cubre como un sudario las almas y las cosas.

VII
Enferma de nostalgias, la ardiente cortesana,
al rojizo crepúsculo que incendia el aposento,
su anhelo lanza al aire, como un halcón hambriento,
tras la ideal paloma de una Thule lejana.

Sueña con las ergástulas de la Roma pagana;
cruzar desnuda el Coso, la cabellera al viento,
y embriagarse de amores en el Circo sangriento
con el vino purpúreo de la vendimia humana.

Sueña… Un león celoso veloz salta a la arena,
ensangrentando el oro de su rubia melena.
Abre las rojas fauces… A la bacante mira, salta

sobre sus pechos, a su cuerpo se abraza…
¡Y ella, mientras la fiera sus carnes despedaza,
los párpados entorna y sonriendo expira! VIII
Para escanciar el vino de mi viña temprana,
Fidias, divino artífice, en marfil y oro puro
modeló fina copa, sobre el más blanco y duro
seno que sorprendiera jamás pupila humana.

Son dos ninfas en arco las asas de esa copa,
y en ella están grabados, entre vides y flores
y sátiros que acechan, los lúbricos amores
de Leda con el Cisne, y el Toro con Europa.

Amada, ¡bebe y bésame! Al destino no temas,
que al borde de la copa rebosante de gemas,
cinceló Anacreonte estos versos divinos
cuyo ritmo el secreto de la existencia encierra:
-Bebe, ama y alégrate mientras sobre la tierra
haya labios de rosas y perfumados vinos. IX
Con el fervor de un lapidario antiguo,
quiero miniar a solas y en secreto,
la tentación de tu perfil ambiguo
en las catorce gemas de un soneto.

Para nimbar tu tez blanca y severa,
a modo griego, cual real tesoro,
recogerá tu negra cabellera
sobre la nuca un alfiler de oro.

En líneas escultóricas plegada
la túnica e inmóvil la mirada
con la clásica unción de las flautistas…

La siringa en el labio, y temblorosos
sobre el registro, en gestos armoniosos,
tus dedos enjoyados de amatistas.

X
Para cantar mi mente quiero un verso pagano;
un verso que refleje la cándida tristeza
del azahar, que, trémulo, deshoja su pureza
a las blancas caricias de una tímida mano.

No amortajad mi cuerpo con el sayal cristiano;
ceñid de rosas blancas mi juvenil cabeza,
y prestadme un sudario digno por su riqueza
de envolver a un fastuoso emperador romano.

¡Que abra la cruz sus brazos en negra catacumba!
Yo amo al sol, luz y vida, y quiero que en mi tumba
brotes, cual dulces versos, las más fragantes flores.

Y que al son de la flauta y del sistro, en la quieta
tarde, las locas vírgenes tejan danzas de amores
en torno de la estatua de su muerto poeta. XI
Llueve… En el viejo bosque de ramaje amarillo
y grises troncos húmedos, que apenas mueve el viento,
bajo una encina, un sátiro de rostro macilento,
canciones otoñales silba en su caramillo.

De vejez muere… Cruzan por sus ojos sin brillo
las sombras fugitivas de algún presentimiento,
y entre los dedos débiles el rústico instrumento
sigue llorando un aire monótono y sencillo.

Es una triste música, vieja canción que evoca
aquel beso primero que arrebató a la boca
de una ninfa, en el claro del bosque sorprendida.

Su cuerpo vacilante se rinde bajo el peso
de la Muerte, y el último suspiro de su vida
tiembla en el caramillo como si fuese un beso. XII
¡Alma mía! Soñemos con la estación florida.
Abril, lleno de rosas, a nuestro encuentro avanza…
El Arte será el último refugio de la Vida
cuando ya no tengamos ni en la Vida esperanza.

No aceptes de otras manos lo que yo pueda darte.
Siembra en tu propia tierra tus futuros laureles…
¡Haz de tus penas mármoles y de tu amor cinceles,
para elevar con ellos un monumento al Arte!

Teje nuestro sudario de mirtos y de flores.
Labremos un sarcófago digno por su riqueza
de encerrar las cenizas de los emperadores.

Y cincela en su lápida nuestra última elegía:
-Aquí yacen dos almas que han muerto de tristeza
llorando las nostalgias de su eterna alegría.

OCASO

Asómate al balcón; cesa en tus bromas,
y la tristeza de la tarde siente.
El sol, al expirar en Occidente,
de rojo tiñe las vecinas lomas.

El jardín nos regala sus aromas;
mece el aire las hojas suavemente,
y en las blancas espumas del torrente
remojan su plumaje las palomas.

Al ver con qué tristeza en la llanura
amortigua la luz su refulgencia,
mi corazón se llena de amargura…

¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
apagarse veremos en la ausencia,
como ese sol en brazos de la tarde!…

LA SOMBRA DE LAS MANOS

¡Oh enfermas manos ducales,
olorosas manos blancas!…

¡Qué pena me da miraros,
inmóviles y enlazadas,
entre los mustios jazmines
que cubren la negra caja!

¡Mano de marfil antiguo,
mano de ensueño y nostalgia,
hecha con rayos de luna
y palideces de nácar! ¡

Vuelve a suspirar amores
en las teclas olvidadas!
¡Oh piadosa mano mística!
Fuiste bálsamo en la llaga
de los leprosos, peinaste
las guedejas desgreñadas
de los pálidos poetas;
acariciaste la barba
florida de los apóstoles
y de viejos patriarcas,
y en las fiestas de la carne,
como una azucena, pálida,
quedaste, en brazos de un beso,
de placer extenuada…

¡Oh manos arrepentidas!
¡Oh manos atormentadas!

¡En vosotras han ardido
los carbones de la Gracia!
¡En vuestros dedos de nieve
soñó amores la esmeralda;
fulguraron los diamantes
como temblorosas lágrimas,
y entreabrieron los rubíes
sus pupilas escarlata! ¡

Junto al tálamo florido,
en la noche epitalámica,
temblorosas desatasteis
de una virgen las sandalias!
¡Encendisteis en el templo
los incensarios de plata,
y al pie del altar, inmóviles,
os elevasteis cruzadas
como un manojo de lirios
que rezase una plegaria!

¡Oh mano exangue, dormida
entre flores funerarias!
¡Los ricos trajes de seda,
esperando tu llegada,
envejecen en las sombras
de la alcoba salitaria!

¡En Ia argéntea rueca, donde
áureos ensueños hilabas,
hoy melancólicas tejen
sus tristezas las arañas!

¡Abierto te espera el clave,
y sus teclas empolvadas
aun de tus pálidos dedos
las blancas señales guardan!

En el jardín, las palomas
están tristes y calladas,
con la cabeza escondida
bajo el candor de las alas…

¡Sobre la tumba, el poeta
inclina la frente pálida,
y sus pupilas vidriosas
en el fondo de la caja
aún abiertas permanecen,
esperando tu llegada!

Blancas sombras, blancas sombras
de aquellas manos tan blancas,
que en las sendas florecidas
de mi juventud lozana
deshojaron la impoluta
margarita de mi alma…
¿Por qué oprimía en la noche
como un dogal mi garganta?

¡Blancas manos! … Azucenas
por mis manos deshojadas…
¿Por qué vuestras finas uñas
en mi corazón se clavan?

¡Oh enfermas manos ducales,
olorosas manos blancas!.

¡Qué pena me da miraros
inmóviles y enlazadas,
entre los mustias jazmines
que cubren la negra caja!

POR TIERRAS DE SOL Y SANGRE

I
Buscando en la inquietud de los viajes
consuelo a este dolor que me domina
crucé ciudades y admiré paisajes
en un vuelo fugaz de golondrina.

Y sus ojos oscuros y febriles,
siempre a mi lado, contemplaron fieles
mis nostalgias en los ferrocarriles
y mis noches de insomnio en los hoteles.

Siempre en mis ojos con amor clavados
me hablaban de otros mundos ignorados
dando a las cosas su melancolía….

La tierra fue como una tumba abierta
y, ¡cómo no!, si el alma la vela
a través de los ojos de una muerta. II
En férreas contracciones de serpiente
ondula el tren por la campiña verde;
cruza en nervioso trepidar un puente
y en la sombra de un gran túnel se pierde.

Surge a la gloria de la luz dorada
de la tarde, silbando, entre el ramaje,
y de nuevo se alegra la mirada
con la fresca belleza del paisaje.

En un bosque fragante de naranja
chispean los cristales de una granja,
cuyo blancor refléjase en la ría…

Se pierde nuestro sueño en la floresta…
-Ella, y una casita como ésta…
¡Bien poco era, Señor, lo que pedía! III
Frescura matutina del paisaje…
Verdores temblorosos del rocío…
A veces bajo el túnel del ramaje
brilla al sol la serpiente azul del río

Hay olor de vendimia en los parrales.
Un silencio de paz duerme en la aldea…
Sólo algún perro ladra en los umbrales
del viejo hogar madrugador que humea.

En la azul palidez de la mañana,
cerrada para siempre la ventana
de las nocturnas citas…

¡Con sus hojas dosel la enredadera le tejía,
y su pálido rostro sonreía
entre un temblor de campanillas rojas!

IV
LAUJAR

Mientras la fuente su canción moruna
desgarra, y el azul su luz destella
sobre el jardín un rayo de la luna
la sombra dibujó de Aben-Humeya.

Entre el astral fulgor de la armadura
flotaban sobre su perfil estoico
harapos de la regia vestidura
como jirones de su sueño heroico. –

¡Héroe!-le dije-.¡Nuestro afán fue vano!
¡Vino la muerte cuando ya tendida
a coger el laurel iba la mano!…

Igual estrella nos brindó la suerte,
pues si un amor te arrebató la vida,
¡también a mí otro amor me da la muerte!

V
El alba ciñe las primeras rosas
espejo de la mar bruñido,
y agranda las pupilas ojerosas
la expectación de lo desconocido.

El sol disipa el matinal celaje,
y los brazos se tienden doloridos,
ansiosos de acabar nuestro viaje
entre otros brazos al amor tendidos.

¡Zarpamos otra vez! En la borrosa
tarde se esfuma hasta el lejano monte…
La playa se va a hundir…Ahora,

¡quién sabe en qué isla desierta y fabulosa
sus ojos sondearán el horizonte
esperando el arribo de mi nave! VI

ALMERÍA

En el espejo de tu mar tranquila
la mole secular de la Alcazaba,
como en el fondo azul de una pupila,
su morisca silueta recortaba.

En el áureo fluir del mediodía,
reclinada en mi seno su cabeza,
hinchaba el pecho y la pupila
abría para aspirar tu cálida belleza.

Y había besos y cánticos y risas
en su boca, en mi boca y en tus brisas…
Pasó el ensueño de la juventud…

Y, enlutado y sin fe, surco tus olas
en negra barca, con mi pena a solas,
¡igual que un muerto sobre un ataúd!

VII
GRANADA

Bajo el sopor canicular se enerva
la calle tortuosa de misterio,
donde, amarilla y fláccida, la yerba
crece como en un viejo cementerio.

El sol ciega… Las puertas entornadas
esperan algo que vendrá seguro,
ahogando en el silencio sus pisadas
y arrastrando su sombra sobre el muro.

La oscuridad de pobres interiores
acuchillan de luz los resplandores
de familiares cobres, y en el fondo

la vaga y verde claridad del huerto…
¡Reina un silencio tan pesado y hondo
como si todo se encontrase muerto! VIII

EL ALBAICÍN

Con pereza oriental, en la colina dormita,
ebrio de sol, el Albaicín.
Torcida higuera su ramaje inclina
entre rojos tapiales de un jardín.

Una acritud de fruta ya madura
y podrida trasciende del vergel,
mientras el fuego de la calentura
va esculpiendo las venas en la piel.

El arco de una arábiga cisterna
nos brinda el eco de su agua interna,
que nunca doró el sol, y la frescura

de su sombra antiquísima… ¡Y advierte
la carne en su pesada calentura
la fiebre de la vida y de la muerte! IX

EL GENERALIFE

En las aristas de las altas cumbres
la última brasa de la tarde humea.
Un silencio de paz duerme en la aldea,
que eleva entre los huertos sus techumbres

Y al corazón aquieta una saudade
de beatitud, mientras Ia sombra oscura,
con su mudo oleaje de pavura,
la soledad de mi aposento invade.

Entre un fresco perfume de jazmines
-surtidor de cristal-se eleva una
voz, que es como la voz de los jardines,

donde la luna su fulgor destella…
¡Y el ruiseñor y el rayo de la luna
me hicieron sollozar, pensando en Ella!

X
CÓRDOBA

En el sopor circular dormita
el alma con sus épicas quimeras,
bajo los arcos de la gran Mezquita
como un viejo bosque de palmeras.

De pronto, el fasto antiguo resucita
con pompas de orientales primaveras.
Resplandecen los muros y palpita
el aire en un desfile de banderas.

Fulge bajo las niveas vestiduras
el oro de las finas armaduras…
Abro los ojos, pálido, y contemplo la faz

de un viejo Cristo ensangrentado,
-simbolo de mi vida-abandonado
en la medrosa oscuridad del templo.

SONETOS I
HUMILDAD

Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu fatiga,
para Ia fuente que tu sed mitiga,
para las piedras y para las rosas.

En todo encontrarás una belleza
virginal y un placer desconocido…
Rima tu corazón con el latido
del corazón de la Naturaleza.

Recibe como un santo sacramento
el perfume y la luz que te da el viento…
¡Quién sabe si su amor en él te envía

aquella que la vida ha transformado!
¡Y sé humilde, y recuerda que algún día
te ha de cubrir la tierra que has pisado! II

PAZ

Este cuarto pequeño y misterioso
tiene algo de silencio funerario,
y es una tumba, el lecho hospitalario
donde al fin mi dolor halla reposo.

Dormir en paz, en un soñar interno,
sin que nada a la vida me despierte.
El sueño es el ensueño de la muerte,
como la muerte es un ensueño eterno.

Cerrar a piedra y lodo las ventanas
para que no entre el sol en las mañanas
y, olvidando miserias y quebrantos,

dormir eternamente en este lecho,
con las manos cruzadas sobre el pecho,
como duermen los niños y los santos.

LA HERMANA

En tierra lejana
tengo yo una hermana.

Siempre en primavera
mi llegada espera
tras de la ventana.

Y a la golondrina
que en sus rejas trina
dice con dulzura: –

¡Por aquella espina
que arrancaste a Cristo,
dime si le has visto
cruzar la llanura!

¡El ave su queja
lanza temerosa,
y en la tarde rosa,
bajo el sol se aleja!

Desde su ventana,
mi pálida hermana
pregunta al viajero
que camina triste: –

¡Por tu amor primero,
dime si le viste
por ese sendero!

¡Pero el pasajero
su calvario sube,
y se aleja lento,
dejando una nube
de polvo en el viento!

Desde su ventana
a la luna grita
mi pálida hermana:

– ¡Por la faz bendita
del Crucificado,
dime en qué sendero
tu rayo postrero
su paso ha alumbrado!

¡La luna la vaga
llanura ilumina,
trémula declina,
y en el mar se apaga!

Acaso yo, errante,
pasé vacilante
baja tu ventana,
y sin conocerme,
mi pálida hermana,
preguntes al verme
venir tan lejano:

-Dime, peregrino:
¿has visto a mi hermano
por ese camino?

SONETILLO
EL POETA RECUERDA

Sus frases nunca me hirieron
y siempre me consolaron…
¡Heridas que otras me abrieron,
sus propias manos cerraron!

Aun cuando penaba tanto,
tan buena conmigo era,
que hasta me ocultaba el llanto
para que yo no sufriera.

Con su infinita ternura,
mi más intensa amargura
supo siempre consolar…

¡Y qué buena no sería,
que al morirse sonreía
para no verme llorar!

LA RUECA

La Virgen cantaba,
la dueña dormía…
La rueca giraba
loca de alegría.

-¡Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones!

Gira, rueca mía;
gira, gira al viento…
¡Amanece el día
de mi casamiento!

¡Hila con cuidado
mi velo de nieve,
que vendrá el Amado
que al altar me lleve!

Se acerca… Le siento
cruzar la llanura…
Sueña la ternura
de su voz el viento…

¡Gira, rueca loca;
gira, gira, gira!
¡Su labio suspira
por besar mi boca!

¡Gira, que mañana,
cuando el alba cante
la clara campana,
llegará mi amante!

¡Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones!

La luz se apagaba;
la dueña dormía;
la Virgen hilaba,
y sólo se oía la voz crepitante
de la leña seca…,
y el loco y constante
girar de la rueca.

¿CONOCE ALGUIEN EL AMOR?

¿Conoce alguien el amor?
¡El amor es un sueño sin fin!
Es como un lánguido sopor
entre las flores de un jardín…
¿Conoce alguien el amor?

Es un anhelo misterioso
que al labio hace suspirar,
torna al cobarde en valeroso
y al más valiente hace temblar;

es un perfume embriagador
que deja pálida la faz;
es la palmera de la paz
en los desiertos del dolor…
¿Conoce alguien el amor?

Es una senda florecida,
es un licor que hace olvidar
todas las glorias de la vida,
menos la gloria del amar…

Es paz en medio de la guerra.
Fundirse en uno siendo dos…
¡La única dicha que en la tierra
a los creyentes les da Dios!

Quedarse inmóvil y cerrar
los ojos para mejor ver;
y bajo un beso adormecer…,
y bajo un beso despertar…

Es un fulgor que hace cegar.
¡Es como un huerto todo en flor
que nos convida a reposar!
¿Conoce alguien el amor?
¡Todos conocen el amor!

El amor es como un jardín
envenenado de dolor…,
donde el dolor no tiene fin.
¡Todos conocen el amor!

Es como un áspid venenoso
que siempre sabe emponzoñar
al noble pecho generoso
donde le quieran alentar.

Al más leal traidor,
es la ceguera del abismo
y la ilusión del espejismo…
en los desiertos del dolor.
¡Todos conocen el amor!

¡Es laberinto sin salida
es una ola de pesar
que nos arroja de la vida
como los náufragos del mar!

Provocación de toda guerra…,
sufrir en uno las de dos…
¡La mayor pena que en la tierra
a los creyentes les da Dios!

Es un perpetuo agonizar,
un alarido, un estertor,
que hace al más santo blasfemar…
¡Todos conocen el amor!

CONVENTO EN RUINAS

El viejo monasterio abandonado
se pudre de vejez en la colina,
muda la torre, el coro derrumbado,
y todo el claustro amenazando ruina.

Seca la fuente, el huerto se ha secado;
en sus silencios ni un jilguero trina…
Tan sólo por las piedras del cercado
rastrera hiedra en verdecer se obstina.

Susurra el viento fúnebres querellas
por los patios ruinosos y desiertos…
Y, ajena a mundanales intereses,

parece que a la luz de las estrellas
está rezando, por los monjes muertos,
la gris Comunidad de los Cipreses.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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