UN TUNANTE [Mi poema]
César Rodríguez de Sepúlveda [Poeta sugerido]

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MI POEMA …de medio pelo

Alegre, vivaracho, pendenciero,
podríase decir que era un tunante,
un tipo por demás echao pa’lante
que igual era alabado por el clero
o que otros le acusaran de farsante.

Si es que hoy viviera el mismo, un caradura,
poeta algo mendaz de medio pelo
sacando a pasear un crecepelo,
haciendo una mención a la tonsura
de modo que eso sirva de consuelo.

Experto que en el arte de mentir
haciendo con palabras malabares,
diciéndole al lector que llueve a mares
al tiempo a un sol que abrasa resistir
cual fuera ese el cantar de los cantares.

¿Un jeta, un soñador, un mentiroso?
adicto y servidor de un tal Machado,
que intuye con la fe que Dios le ha dado,
y espera del lector que, bondadoso,
le pueda perdonar si es que ha pecado.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  César Rodríguez de Sepúlveda

MESTER DE VIDRIERÍA

Para Francisco Caro

Preparar
un boceto en cartón que nos sirva de guía;
soplar
el vidrio en placas,
añadiendo el color
(para el azul, cobalto,
cobre
para el rojo,
hierro verde,
manganeso amarillo);
cortar luego las formas necesarias
para ajustar el puzle;
aplicar la grisalla, dibujar
con precisión
cada minucia en las figuras:
los pliegues
de un manto, los rasgos
de un semblante, los jaeces
de una cabalgadura,
unas trébedes
al fuego, una cesta
con pan…

Cepillar bien las piezas
emplomarlas con
mano firme,
ensamblar el conjunto
en su armadura de metal,
hacerlo impermeable a la lluvia y los siglos,
situarlo
donde pueda su música de luz
escucharse alta y clara.

Y todo este milagro
perseguido arduamente,
entre iluminaciones y fatigas,
esta alta sinfonía de colores
lograda con esfuerzo y con ingenio,
que ahora se derrama por las naves del templo,

desde

las esbeltas ojivas, o desde
la flor caleidoscópica
del rosetón,
no es nada sin la luz, desaparece
cuando llegan las sombras.

Porque es toda belleza
el misterioso encuentro
de la lenta fatiga de los días
y una luz misteriosa que viene de muy lejos.

IDENTIDADES

Ya no debe quedar casi ninguna
del billón —más o menos, tiro a ojo—
de células
que formaban mi cuerpo
el día que nací.

Han ido renunciando,
descontentas tal vez
con el rumbo que el cuerpo iba tomando.
El caso es que no están.

Preguntan los filósofos:
si al paso de los años
va cambiando las piezas, una a una,
Ulises de su barco,
¿ese barco ya es otro o es el mismo?

A Ulises le da igual.
Él se ocupa del viento y de las olas.

Cuando hay que navegar, dice sonriendo,
sobra la metafísica.

ALTOS CÚMULOS

No hay que excederse con los adjetivos, nos
apremian los que entienden:
si se prodigan demasiado, el poema
puede sufrir graves daños, morir incluso,
abrumada
su débil armazón por tantos abalorios.
Tan inmoral, tan reprensible
derrochar alegremente adjetivos
como dejarse el grifo abierto o la luz encendida.

Y es verdad que hay en los adjetivos una cierta lujuria
despreocupada, zánganos
de la misma colmena en que se afanan
––ellos sí, irreprochables, eficaces obreros––
verbos y sustantivos,
gente mucho más seria; en cambio,
los adjetivos, cigarras de la fábula, cantan sin motivo
y a veces vienen a no decir nada, salvo a lucir
sus largos cuerpos serpentinos
de irisados reflejos…
Son por eso mal vistos los pobres
adjetivos, tachados de holgazanes,
cuando el resto de las palabras arriman el hombro para decir
lo que toca decir,
seriamente,
con eficaz y sobria gestión de los recursos.

Y yo, pobre de mí, amo a los adjetivos, amo
a estos entrañables haraganes.
a estos exquisitos inútiles.
Amo los trastos inservibles, el lujo o la excrecencia,
lo superfluo, la nata: ahí reside el goce.

No el virtuoso ahorro
sino el pecaminoso derroche de palabras,
traídas
de las profundidades, y ahora expuestas
al sol
como peces venidos del abismo,
con sus bruñidos lomos refulgiendo
cegándonos,
aturdiéndonos,
porque este derramarse, esta malversación, este delirio
es lo que hace soportable ––y a veces también grato––
el vacío.

UNA LÁPIDA MÁS EN SPOON RIVER

En memoria de Edgar Lee Masters

Yo era el merodeador del cementerio,
el fisgón de las tumbas,
el que venía aquí a recopilar
todos sus testimonios.

Al principio, recuerdo que subía
a esta verde colina
en demanda de paz. Buscaba sólo
dejarme acompañar por el silencio,
alcanzar una tregua con la vida.

Sólo tras muchas tardes
me reveló el silencio su textura:
el murmullo del río,
las hojas agitadas por el viento,
y, más tenue, un rumor
como de muchas voces compitiendo
por imponerse unas a las otras.

Así aprendí a escuchar. Fui descifrando
uno detrás de otro, sus monólogos.

Locuaces son los muertos
a poco que uno aguce
el oído (y yo siempre fui curioso).

Me obsequiaba la Muerte un ramillete
de historias subterráneas.
Yo aceptaba encantado, iba guardándolas,
iba haciéndolas mías.

Los oía agitarse al llegar yo,
esperando impacientes que llegase su turno.
Supe de la verdad de sus mentiras,
del áspid del deseo, o del rencor,
que en sus podridos huesos alentaba,
negándose a caer en el olvido.

A todos escuchaba con paciencia y amor.

Y ahora que soy yo el que, aquí enterrado,
suspira por tener quien escuche su historia,
nadie, ay de mí, se acerca a visitarme.

PARA SALVAR A LA BELLA DURMIENTE

Perfectamente inmóvil navega entre dos aguas,
—su corazón apenas un hilillo de sangre—
bajo verdes doseles que el otoño enrojece.

Maldición o milagro este existir sin tiempo,
su latir indeciso entre batir las alas
o persistir aún en el grávido mundo.

Densa fronda preserva su respirar tranquilo,
isla cuyas orillas apenas roza el tiempo,
frágil eternidad oculta y palpitante.

Fronda, veda el acceso a impertinentes príncipes,
preserva la penumbra donde yace el misterio,
siga soñando inmóvil su cuerpo de alabastro.

Que la esperanza de un final feliz
no perturbe la helada perfección de este sueño
pues también las perdices se acabarán un día:
tras el festín acechan la vejez y la muerte.

De Pájaro en la luz. Editorial: Mahalta.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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