UN ARRENUNCIO [Mi poema]
Francisco de Rojas [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo
 

Que lo mío no fue la poesía,
creo me equivoqué, digo lo siento,
pues yo no sé mentir y el sentimiento
hoy me impide decir lo que sentía.

Que yo no sé escribir, eso es bien cierto,
pues solo sé expresar cuatro palabras,
mi tierra es un erial donde las cabras
han trocado el vergel en un desierto.

Y aunque intento regar, no lo consigo,
imposible es ya ver los brotes tiernos,
ni aun subiendo a bajando a los infiernos
nunca ya observaré crecer mi trigo.

Mas me niego a caer y no renuncio
a exprimir hasta el fin a mi sesera,
no sepa adivinar lo que me espera
me pillen en el juego un arrenuncio*.
©donaciano bueno

Y tú, sabes #escribir...bien? Share on X

Comentario del autor sobre el poema: * ¡Arrenuncio!: Expresión que se aplica en el juego de las cartas, cuando uno de los jugadores comete una falta por no seguir las reglas del juego o, más claro, hacer trampas.

MI POETA SUGERIDO: Francisco de Rojas

Francisco de Rojas

DÉCIMAS

1
No se causan mis enojos,
ô Clori, de ajenas glorias;
otras temidas victorias
dan lágrimas a mis ojos.
No envidio dulces despojos
de amante favorecido,
que la suerte me a traído
a no amar ser envidiado;
moriré alegre abrasado,
como no fuera ofendido.

Fundo mi cierta alegría
en vivir dentro en mi fuego,
i aquel deleite me niego
que tu luz darme podría.
Mi dulce passión porfía
en llevarme a tu rigor,
pero ardiendo aun tengo horror
del desprecio con que miras,
i llego a sentir tus iras
más que a estimar tu favor.

No hay sombra de bien que pueda
concederme la fortuna;
crece mi llama importuna
esparziendo el humo en rueda.
I tan abrasado queda
el pecho de su violencia
que desmaya la paciencia;
mas después un favor lento
assí ensuavece el tormento
que aun lo busca la prudencia.

Mas tan poco se detiene,
que vengo a desengañarme
que Amor no quiere matarme
porque más de espacio pene.
La esperiencia me previene
a que huya el cierto daño,
pero amo tanto el engaño
que a la imagen de un favor
siento apagado el dolor
del incendio más estraño.

No sé si llame piedad
a esta remissión de pena,
porque afloxar la cadena
para apretarla, es crueldad.
En esta inhumanidad
a mi llama lisonjea
un cierto error porque crea
en tan acabada fee
que no es cierto lo que ve
sino aquello que desea.

Yo triste a conocer vengo
que mi bien desvaneció;
como sombra me huyó;
lágrimas ya le prevengo
¿Será qu’en el mal que tengo
halle imperio el llanto mío?
Mas, ¡ô necio desvarío!:
contra llamas celestiales
no pueden tibios cristales
ostentar sobervio brío.

2
Quiero mi grave tormento
en silencio padecer,
pues assí usurpa el temer
la fuerça al atrevimiento.
Mas no es mi fuego tan lento
qu’el humo pueda ocultar;
modos vengo a dessear
con que desmienta mi ardor,
i la fuerça del dolor
aun quita el imaginar.

Pierda el nombre de atrevido
quien no pretende favores,
i no acuse mis dolores
quien nunca los a sufrido.
Viva yo en público olvido,
siempre ocioso a la memoria,
i alcance aquella vitoria
que me diere tu piedad:
que a corta capacidad
no conviene mayor gloria.

¿En qué te injuria quien ama,
Clori, la encendida rosa
que por tu nieve hermosa
dulcemente se derrama?
No aumenta el rigor la fama;
sienta tu crueldad el día
que a hazer polvo porfía
el fuego con que as vencido,
porque ofender al rendido
es covarde valentía.

Y si es ofensa adorarte
dentro en mí con blando ruego,
permite que trate el fuego
pues él puede assí vengarte;
que si vienes a enojarte
con menor belleza miras:
¿el puro cielo que admiras
i los mares espaciosos
no se ven menos hermosos
cuando más muestran sus iras?

Ofendes a tu razón
en tener tanta fiereza,
que Amor es de la belleza
apazible adulación.
Quien no huie tu prisión
bien merece menor mal:
¿no ves el manso cristal
que a la flor que ama su frente
le da con crespa corriente
de agradecido señal?

3
En tan lento resistir
i en incendio tan severo
poco a la razón espero
i mucho temo al vivir.
Una ley vengo a sentir
cuya violencia no acuso;
tiemblo i sígola confuso,
que avisos de la prudencia
dizen que no hay resistencia
contra el imperio del uso.

I quedo entre este temor
con tal gusto persuadido,
que aun cuando más ofendido,
hallo deleite en mi ardor.
Tus altos modos, Amor,
tarde llego a conocer:
el siempre elar i encender
a quien tu fe solicita
es porque sólo acredita
las glorias el padecer.

Solamente el bien de amar
quiero, sin correspondencia,
pues muere assí la paciencia
en naciendo el dessear.
Tiempo, dexa de apagar
el fuego que me eterniza:
que tu hielo atemoriza,
i el arte de la razón
no tiene juridición
para encender la ceniza.

Esta luz que en mí florece
i obraron passiones mías,
a la injuria de los días
sin advertir desvanece.
Fuerças el discurso ofrece
del ánimo al blando fuego;
mas su esfuerço i risa i juego
contra la edad a de ser:
que es violencia su poder
i el de la razón es ruego.

Pero si roba la flor
de tu voz i de tu aliento,
Clori, el sol menos violento,
bien tengo a mi ofensa horror.
¿Qué osará humano valor
viendo divinos despojos?
Mas, ¡ô importunos enojos!
pues aun no da la esperança
engaños a la vengança,
dé el dolor llanto a mis ojos.

SESTINAS

1
Crespas, dulces, ardientes hebras de oro
que ondas formáis por la caliente nieve,
¿cuándo veré salir las alvas luzes,
contento de encenderme en vuestro fuego,
que dexe de bolver al triste llanto,
bañado en cana espuma como cisne?

Igual entonces el Tebano Cisne,
siempre ilustrara los celages de oro
por quien el coraçón destilo en llanto,
o asombren sueltos la purpúrea nieve
que esparze rayos de invisible fuego,
o recojan en áurea red sus luzes.

Mas mientra viere tus divinas luzes,
no dexaré de andar, cual blanco cisne,
cantando en muerte el amoroso fuego
en que me encienden, i los cercos de oro
que me desatan, como el sol la nieve,
por los ojos contino en dulce llanto.

Siempre resuelto estoi en puro llanto,
salgan de Phebo o del Dragón las luzes,
caya dulce rocío o caya nieve;
i aunque más dulce cante que alvo cisne,
nunca veré el compuesto en nieve i oro
con blandos ojos a mi ardiente fuego.

¡Ô si ya consumiesse el duro fuego
el miserable coraçón en llanto,
i nunca viessen más bordarse en oro
el cielo a la mañana aquestas luzes!,
pues ardo siempre en ondas como cisne
cuando sale la noche i cae la nieve.

Bien sé, triste, que puede arder la nieve
cuando se acabe mi infinito fuego,
i que abitar en él bien puede el cisne
cuando toque piedad del grave llanto
a mi Eliodora en sus acerbas luzes,
i cuando esté ligado en lazos de oro.

Pues no me enlaza el oro ni la nieve,
den fin tus luzes a mi ardiente fuego,
i en llanto i muerte cantaré cual cisne.

2
De Febo Apolo el claro ardiente rayo
ya muda l’alta nieve en tibias ondas
del más helado i riguroso monte;
sólo a mi pura luz no cambia el yelo
en piedad su centella, ni la llama
que humedece los cercos de mis ojos.

El polvo, el siclamor, sus blandos ojos
abren con el calor del puro rayo
que esparze en tomo de Phaetón la llama,
i con el fresco humor de vivas ondas;
mas nunca reverdece, suelto el yelo
(bien que a la faz del fuego), mi arduo monte.

Las plantas bolverán de cualquier monte
otra vez a cerrar sus lindos ojos,
i cubrirá sus calvas duro yelo
ante que yo vos vea, ô dulce rayo
del eterno splendor, bañada en ondas
por la piedad de mi sobervia llama.

¡Ô si en cana ceniza mi alta llama
buelta, anduviesse solo por el monte,
o por do forman triste voz las ondas
del Betis, i no viesse aquellos ojos,
ni aquel luziente i amoroso rayo,
poderoso a encender el duro yelo!

Amor, enciende el cristalino yelo
de mi dulce enemiga con tu llama,
si no quieres mirarme al duro rayo
suelto (cual en verano nieve al monte)
en lágrimas, i ciegos estos ojos
con el incendio de sus negras ondas.

I si no te movieren estas ondas,
ni de mi Laida el amarillo yelo
a quererme mirar con blandos ojos,
sacude con valor tu acerba llama,
i abrásame cual suele a espesso, monte
un fogoso i horrendo i fiero rayo.

Pues duro rayo i encendidas ondas
no vencen deste monte el arduo yelo,
abrasa, llama, mis osados ojos.

SILVAS

1
Queriendo pintar un pintor la figura de Apolo en una tabla de laurel.

Mancho el pinzel con el color en vano
para imitar, ô Febo, tu figura
en tabla de laurel: o los colores
no obedecen la mente ni la mano,
o huye también Dafne tu pintura,
árbol, aún no olvidando tus amores.
Perdió la rosa i nieve que solía
teñir su boca i frente,
mas no la castidad con que vivía,
pues oi la guarda en la corteza dura.

Si perdió solamente
color i hermosura,
¿i anima el rudo tronco Dafne esquiva
en tu desdén, aún a tu imagen viva?
A la Aurora pinté en el horizonte
entre inflamadas nuves i distintas,
con puras luzes i rosado arreo.
De la Ninfa que abita el güeco monte
mentí con los pinzeles el desseo,
cuerpo dando a la voz con varias tintas.
I tú, Marte soberbio, aunque guerrero,
contra mí no vibraste el limpio azero
porque con los colores te mostrara
espirando fiereza.

Sola esta virgen prueva su dureza
en mí, porque intentara
que, leño informe, Apolo la abraçara.
Dafne l’arte a vencido;
venció ya Dafne l’arte.
¡Ô Cintio, culpa tuya!
¿Dó está el arco, dó está el divino aliento?
A tan flaco poder mengua es que huya
y que dél se remita alguna parte.

Dime, ¿l’antigua llama
con imperio en tu sangre se derrama?
¡Que el desdén sólo puede en un rendido!
Ya tu desprecio i no el del arte siento:
que sí queda sin gloria (ilustre Apolo)
tu fábula, i sin lustre al mundo solo.

2
A la riqueza

¡Ô mal seguro bien, ô cuidadosa
riqueza, i cómo a sombra de alegría
i de sossiego engañas!
El que vela en tu alcance i se desvía
del pobre estado i la quietud dichosa,
ocio i seguridad pretende en vano:
pues tras el luengo errar d’agua i montañas,
cuando el metal precioso coja a mano,
no a de ver sin cuidado abrir el día.

No sin causa los dioses te ascondieron
en las entrañas de la tierra dura;
mas ¿qué halló difícil o encubierto
la sedienta codicia?
Turbó la paz segura
con que en la antigua selva florecieron
el abeto i el pino,
i tráxolos al puerto,
i por campos de mar les dio camino.

Abriósse el mar i abriósse
altamente la tierra,
i saliste del centro al aire claro,
hija del’avaricia,
a hazer a los ombres cruda guerra.
Saliste tú i perdiósse
la piedad, que no habita en pecho avaro.

Tantos daños, riqueza,
an venido contigo a los mortales,
que aun cuando nos pagamos a la muerte,
no cessan nuestros males:
pues el cadáver que acompaña el oro,
o el costoso vestido,
sólo por opulento es perseguido;
i el último descanso i el reposo
que tuviera en pobreza, l’es negado,
siendo de su sepulcro conmovido.

¡A cuántos armó el oro de crüeza,
i a cuántos a dexado
en el último trance, ô dura suerte!
Pierde su flor la virginal pureza
por ti, i vesse manchado
con adulterio el lecho, no esperado.

Al menos animoso,
para que te possea,
das, riqueza, ardimiento licencioso.
Ninguno hay que se vea
por ti tan abastado i poderoso
que caresca de miedo.

¿Qué cosa habrá de males tan cercada?,
pues ora pretendida, ora alcançada,
i aun estando en desseos,
pena ocultan tus ciegos devaneos.
Pero cánsome en vano; dezir puedo
que si sombras de bien en ti se vieran,
los immortales dioses te tuvieran.

3
A la pobreza

Desde el infausto día
que visité con lágrimas primeras,
me tienes, ô pobreza, compañía;
aunque tan buena, como dizen, fueras,
por ser tanto de mí comunicada,
me vinieras a ser menos preciada.

Diré tus males sin que mucho ahonde
en ellos, que es mui raro
lo que por glorias tuyas contar puedes.
Tal vez el que en su casa un monte asconde

de Numidia i de Paro
en arcos i paredes,
cuando entre el blando lino se rodea,
puesto de los cuidados en el fuego,
sin conocerte alaba tu sossiego,
i nunca, aunque lo alaba, lo dessea;
llegas a ser de alguno, en fin, loada,
mas de ninguno apenas desseada.

¿Si eres tú de los males
el que nos trata con mayor crüeza,
cómo podrá ninguno codiciarte?
Después que nació el oro,
i con él la grandeza,
murió tu ser, murió tu igual decoro,
en otra edad divino:
¿si por esso, pobreza, en toda parte
con enfermo color andas contino?

Con preciosos metales
siempre veo levantado
lo que tienes tú sola derribado.
¿Qué ciudad populosa
se sabe que por ti se aya fundado?
¿Qué fuerça inespunable i espantosa
por ti se a fabricado?

El süave color, la hermosura
sólo en tu ausencia con su lustre dura.
Pintame la belleza
mayor que imaginares,
compuesta de jasmines i de grana:
si con vestido tuyo la adornares,
su lustre pierde i gracia soberana.

Pues cuando el agro ivierno,
hijo tuyo sin duda,
que, como tú, también siempre desnuda,
roba al bosque el verdor i lo despoja
de su amarilla hoja,
pobre por ti su frente,
ni su sombra codicia más la gente,
ni sus ramas las aves.

I si yo vanamente no dicierno,
¿cuándo armarse pudieron vastas naves
donde se vio tu sombra?,
¿cuándo exércitos gruessos?
El número infelice de sucessos
que por ti an avenido, ¿a quién no assombra?
Hablen los nunca sepultados güessos
que en las playas blanquean,
de tantos que por falta de sustento
al mar rindieron el vital aliento.

¡Cuántos as ascondido
en los anchos desiertos
para que al mal seguro caminante
asalten encubiertos!
¡Ô, en cuántas partes se verá teñido
el campo con la sangre de los muertos!
No hay voz, aunque de hierro, que bastante
sea a dezir los males que acarrean
duras necessidades.

Los pobres que habitan las ciudades,
¿qué afrenta no padecen?:
lo que por sus ingenios merecieron,
ô pobreza, por ti lo desmerecen.
¿Qué pobre hubo discreto?
¿Cuándo tuvo amistades
que aun con pequeño honor correspondieran?
¿Cuándo con la pobreza algún respeto
jamás se tuvo a las tendidas canas
que tú de blanca nieve, edad, coloras?

¡Ô mentes de la humilde gente vanas,
no cuidéis, a despecho
de vuestra pobre i mísera fortuna,
levantaros al cerco de la luna!
Mirad que cuantos hijos van saliendo
del nunca en vano frequentado lecho,
tantos esclavos, ¡ai!, os van creciendo
que ocupéis en mesquina servidumbre,
no sin tormento vuestro, no sin llanto.

¿Qué vale, ô pobres, levantaros tanto?
Mirad que es necio error, necia costumbre,
soltar a la soberbia assí la rienda:
que yo apenas, humilde i sin contienda,
puedo contar en paz algunas oras
de las que passo en el silencio oscuro,
olvidado en pobreza i no seguro.

4
Al clavel

A ti, clavel ardiente,
invidia de la llama i de l’Aurora,
miró al nacer más blandamente Flora:
color te dio ecelente
i del año las oras más süaves.

Cuando a la ecelsa cumbre de Moncayo
rompe luziente sol las canas nieves
con más caliente rayo,
tiendes igual las hojas abrasadas.
Mas, ¿quién sabe si a Flora el color deves,
cuando devas las oras más templadas?
Amor, Amor, sin duda, dulcemente

te bañó de su llama refulgente
i te dio el puro aliento soberano:
que eres, flor encendida,
pública admiración de la belleza,
lustre i ornato a pura i blanca mano,
i ornato i lustre i vida
al más hermoso pelo
que corona nevada i tersa frente,
¡sola merced de Amor, no de suprema
otra deidad alguna,
ô flor de alta fortuna!

Cuantas vezes te miro
entre los admirables lazos de oro
por quien lloro i suspiro,
por quien suspiro i lloro,
en invidia i amor junto me enciendo.
Si forman por la pura nieve i rosa
(diré mejor, por el luziente cielo)
las dulces hebras amoroso buelo,
quedas, clavel, en cárcel amorosa
con gloria peregrina aprisionado.

Si al dulce labio llegas que provoca
a süave deleite al más helado,
luego que tu encendido seno toca
a su color sangriento,
buelves, ¡ai, ô dolor!, más abrasado.
¿Dióte naturaleza sentimiento?
¡Ô yo dichoso a avérseme negado!
Hable más de tu olor i de tu fuego
aquél a quien invidias de favores
no alteran el sossiego.

5
A la rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve i veloz buelo,
i ni valdrán las puntas de tu rama
ni púrpura hermosa
a detener un punto
la execución del hado presurosa?

El mismo cerco alado
que estoi viendo rïente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
i oro de su cabello dio a tu frente.

¡Ô fiel imagen suya peregrina!
Bañóte en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas,
¿i esto, purpúrea flor, esto no pudo
hazer menos violento el rayo agudo?

Róbate en una ora,
róbate licencioso su ardimiento
el color i el aliento:
tiendes aún no las alas abrasadas,
i ya buelan al suelo desmayadas.

Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora.

SONETOS

1
Corre con albos pies al espacioso
Océano, veloz Tarteso río,
assí no ciña el abrasado estío
tu dilatado curso glorïoso;

i di a mi ardor que crece tu espumoso
seno a las muchas lágrimas que envío,
o esparza la dudosa luz rocío
o muestre Cintia lustre generoso.

Que oyendo en mustio son mi afán ardiente
de ti, con crespa lengua resonado
en verde prado o en sedienta arena,

será que blandas luzes al herviente
humor muestre (ya en vano derramado)
mi acerba i dulce i clara luz serena.

2
Sube, frondosa vid, i en estendido
ramo corona la desnuda frente
deste infelice povo, que al corriente
cristal yaze, de honor destituido.

Sube, assí no amanzille el aterido
ivierno en duro yelo tu ecelente
cima, ni Febo, cuando más ardiente,
muestre a tu gloria el rayo embravecido.

Que pues, cuando en su lustre florecía,
te dio el áspero tronco i dilatado
seno donde luziesse tu ufanía,

es razón, sacra vid, qu’el despojado
leño de verde i fresca loçanía
ornes agora en su funesto estado.

3
Ya del sañudo Bóreas el nevoso
soplo cessó, ¿el triste ivierno elado,
dando passo, al divino ardor templado,
huyó al profundo centro tenebroso.

I buelve el verde honor al espacioso
seno vuestro, del yelo despojado,
sacros povos, que ornáis el intricado
curso del claro Guadiamar ondoso.

¡Felices vos!, que ufanos al süave
rayo de Febo coronáis la frente,
libres del yerto humor que os oprimía.

Mas, ¡triste yo!, que de importuno i grave
yelo siento oprimir la frente mía,
lexos de ver mi altiva luz ardiente.

4
Menoba, que con turbia i alta frente
buelas veloz al gran Tarteso río,
horrible a fuerça del pluvioso i frío
Austro, la selva oprime tu corriente.

I vi yo cuando en la sazón ardiente,
corriendo apena, de cristal vazío,
ella te defendió del cano estío,
de tu ceñido umor mustia i doliente.

No des al aire, pues, ô río sagrado,
raízes de tan fiel i generosa
selva que te asombré al estivo fuego.

Templa la saña i el confuso i ciego
hervir de tu profunda agua espumosa;
assí discurras puro i dilatado.

5
Marchite, ¡ô nunca!, frío i cano yelo
de tus labios la dulce i blanda rosa,
do las Gracias, do Amor siempre reposa,
ni otro sitio invidiando ni otro cielo.

Dellos nunca a herir levanta el buelo,
ni hacha cuida o flecha rigurosa,
que una blanda palabra gracïosa
arma i enciende en el purpúreo velo.

Destos, pues, roxos, blandos i süaves
labios do se arma Amor, i que encendieron
mi pecho en llama i rosa dulcemente,

¡nunca, ô tiempo!, permitas que los graves
yelos de edad la púrpura ardiente
amortigüen, i llama en que m’ardieron.

6
¡Salve, ô mancebo, flor de la hermosa
llama qu’enciende i cerca el puro cielo!,
cuanto menos que Cintia generosa,
tanto luzes más cándido en el suelo.

Apazible destierra en la sombrosa
noche el horror de su medroso velo,
que aún no vibra su hacha luminosa
Venus mirando al gran señor de Delo.

Luze en su vez, ¡ô Héspero dichoso!,
en su silencio, i con tu luz m’envia
a mi dulce esplendor i mi cuidado.

Y si tal vez sentiste el amoroso
fuego que assí encendió mi pecho helado,
dame no errar por tenebrosa vía.

7
Otro tiempo profundo i dilatado
te vi correr, ô sacro Esperio río,
i ya te ciñe el abrasado estío
i tu luziente mármol seca airado.

Triste pensava yo nunca sobrado
sentir tal vez el ardimiento mío,
o elasse al Tánais el ivierno frío,
o regalasse el sol su curso elado.

Pero si tú, gran lustre d’Ocidente,
Betis, siendo deidad, del inhumano
tiempo la vez i sientes la crüeza,

no desespero de mi ardor insano
buelta ver en ceniza la grandeza
mientra Febo rayare en Orïente.

8
Lánguida flor de Venus, que ascondida
yazes, i en triste sombra i tenebrosa,
verte impiden la faz al sol hermosa
hojas i espinas de que estás ceñida;

i ellas el puro lustre i la vistosa
púrpura, en que te vi apuntar teñida,
te arrebatan, i a par la dulce vida
del verdor que descubre, ardiente rosa.

Igual es, mustia flor, tu mal al mío:
que si nieve tu frente descolora
por no sentir el vivo rayo ardiente,

a mí, en profunda oscuridad i frío
yelo, también de muerte me colora
l’ausencia de mi luz resplandeciente.

9
A don Juan de Fonseca i Figueroa

Ya la hoja que verde ornó la frente
desta selva, don Juan, en el verano,
tiende amarilla por el suelo cano
fuerça de helado espíritu ardïente;

i la ova que en agua vi pendiente
de un güeco risco con verdor loçano,
mustio ya i sin color, despojo vano,
Betis esplaya con mayor corriente.

I yo assí bien no desigual mudança
siento en mi mal, que ya mi ardor intenso
cambia el yelo en ceniza vana i fría.

¿Quién esperó igual bien? ¡Ô grata usança
del tiempo: que fallece a par del día
si un hermoso verdor, un fuego ¡inmenso!

10
Aunque pisaras, Fili, la sedienta
arena qu’en la Libia Apolo enciende,
sintieras, ¡ai!, que el Aquilón me ofende,
i del yelo i rigor la pluvia lenta.

Oye con qué rüido la violenta
furia del viento en el jardín s’estiende,
i que apena aun la puerta se defiende
del soplo que en mi daño se acrecienta.

Pon la soberbia, ô Fili, i blandos ojos
muestra, pues ves en lágrimas bañado
el umbral que adorné de blanda rosa;

que no siempre tu ceño i tus enojos
podré sufrir, ni el mustio ivierno helado,
ni de Bóreas la saña impetuosa.

11
Claro i tranquilo el mar me conduzía
a que sulcara su profundo seno,
i apena entré, cuando el color sereno
huyó, de Bóreas con la saña fría.

Crespos montes de humor al cielo vía
subir, i el mar, d’oscura sombra lleno,
cambiar varios semblantes, i el terreno
assiento entre las olas parecía.

Entonce, ¡ai!, ô mesquino!, un mortal yelo
me cubría, i el güeco leño roto
luchava con las aguas fatigado.

En tanto afán, con voz ya incierta, al cielo
moví a piedad; libróme, i hize voto
de fiar nunca en ponto sossegado.

12
Cuando entre luz i púrpura aparece
l’alba, i despierto, ¡ai, triste!, i miro el día
i no hallo la blanca Fili mía,
alba i púrpura i luz se me oscurece.

Lloro, i crece mi llanto cuanto crece
más la lumbre i la sombra se desvía;
i un torpe yelo assí me ata i refría
que aun la voz para alivio me fallece.

I a un tiempo apura amor con alto fuego
en este ancho desierto el pecho mío,
donde el pesar lo aviva más i enciende.

Lloro, pues, i ardo assí, i el mal se estiende
tanto, que a luz i a sombra i a rocío
muero en llamas i en lágrimas me anego.

13
¡Ai, amarilla selva, que desnuda
yazes, i en cano i yerto humor cubierta,
cómo tu hórrida faz en mí despierta
nuevo mal a mi incendio i llama cruda!

Siéntome, ¡ai, triste!, arder cuando se muda
tu frente, i se descubre blanca i yerta;
i cuando l’alma tierra más desierta
se ve de luz, mi llama es más aguda.

Pero ¿qué mucho, ô selva, si la ardiente
hacha con que te alienta el claro día
declina tanto al Austro pluvïoso,

i yo estoi tan cercano al refulgente
rayo que de sus hizes siempre envía
mi dulce ardor, Aglaida, i glorïoso?

14
No esperes, no, perpetua en tu alba frente,
ô Aglaya, lisa tez, ni que tu boca,
que al más helado a blando amor provoca,
bañe siempre la rosa dulcemente.

¿Ves el sol que nació resplandeciente,
cuál con luz desvanece tibia i poca,
i tú sorda a mis ruegos como roca
estás, en quien se rompe alta corriente?

Goza la nieve i rosa que los años
te ofrecen; mira, Aglaya, que los días
llevan tras sí la flor i la belleza;

que cuando de la edad sientas los daños,
as de invidiar el lustre que tenlas
i as de llorar en vano tu dureza.

15
Passa, Tirsis, cual sombra incierta i vana
este nuestro vivir i, como nieve
al tibio rayo, desvanece en breve
todo apazible bien i gloria humana.

Mira cuánto en color, cuánto en loçana
juventud confiar el hombre deve,
si assí acabó Medrano: ¡ô, en buelo leve
subido aya a la estança soberana!

Siendo su fin veloz (aunque no incierto,
triste imagino aquél que nos aguarda)
sólo por no avenirle en pena, en lloro.

Tirsis, dexa este mar, buelve ya al puerto
la nave i busca el celestial tesoro:
que a nos, quiçá, tan triste fin no tarda.

16
Cuando te miro, ô fresno, assí al helado
soplo del Aquilón, calvo la frente,
i al tibio i blando soplo de Ocidente
de purpúreo verdor la cima ornado,

alegre buelvo a mi infelice estado
i esfuerço assí mi coraçón doliente:
«Espera, no importunes al luziente
cielo con vozes i con llanto airado.

Tiempo será que tan crecida pena
acabe, i tu luz gozes, si oprimido
yazes aora en tan profundo yelo.

I si el bolver del incansable cielo
da a un mudo tronco el verde honor perdido,
¿cómo a ti no tu pura luz serena?»

17
Yo acabaré, infelice, en el ondoso
golfo que ensaña i turba el viento airado,
pues en nevoso ivierno sulqué osado
piélago assí profundo i proceloso.

Ya me arrebata el ponto furïoso,
i miro el leño, en pieças desatado,
entre la espuma errar (¡ai, yo cuitado!)
i no el cielo a mis lágrimas piadoso.

Yo acabaré, pues me creí imprudente
del manso mar, que inmenso me rodea
i bolverá en sus olas mis desnudos

güesos. No fíe de cristal luziente,
tome exemplo en mi mal quien no dessea
ser, cual yo, pasto de nadantes mudos.

18
¡Náufraga onda, i cómo leda frente
tuya, mientra ocio fácil posseía,
otra vez me a engañado, que creía
siempre tranquilo tu cristal luziente!

Ya no miro encresparse dulcemente
el mar con l’aura que Ocidente envía,
mas espumosos montes que a porfía
levanta al cielo el Euro furïente.

Tres vezes fueron ya qu’e1 hondo Egeo
rompí, mal cauto, con aguda prora,
náufrago, i tantas lo sulqué animoso.

Debiera escarmentar, porque no ahora,
opuesto en vano al mar impetuoso,
llorara el cierto fin en que me veo.

19
Este que ves, ô güésped, vasto pino,
útil sólo a la llama ya en el puerto,
selva frondosa un tiempo, en descubierto
cielo dio amiga sombra al peregrino.

De la cumbre Citoria al ponto vino,
por la mordaz segur el tronco abierto,
i después, alta máquina, el incierto
golfo abrió, siempre con hinchado lino.

Vientos, aguas sufrió; llegó a la Aurora,
veloz nave, i rompió luengos caminos,
i a su patria bolvió soberbia i rica.

Mas no firme a sufrir del mar ahora
los ímpetus, por voto a los marinos
dioses Cástor y Pólus se dedica.

20
Almo, divino Sol, que en refulgente
carro sacas i ascondes siempre el día,
i otro i el mismo naces tras la fría
sombra que huye l’alba luz ardiente;

pura i cándida Ilitia, que luziente
eres del cielo honor, si se desvía
el áureo rayo que tu hermano envía
a tu hermosa faz resplandeciente:

venid ambos, venid, lustre del cielo,
fáciles a mis ruegos. Tú, Lucina,
seas blanda a Celia en la cercana ora.

I pues te honra, ô Febo, con divina
voz, da al infante cuando sienta el yelo
del aire, ingenio i dulce voz sonora.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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Viajante de susurros, tienes alma de padre espiritual…
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