NADIE SE LIBRA DE BAILAR [Mi poema] Severo Sarduy [Poeta sugerido]
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MI POEMA…de medio pelo |
Bailar, saber bailar, eso es un arte, Danzar sin conocer para qué danzas, Pues todos en la vida hemos bailado Que aquí nadie se libra de bailar. |
Una muestra de sus poemas
- 1 MI POETA SUGERIDO: Severo Sarduy
- 1.0.1 Aunque ungiste el umbral y ensalivaste…
- 1.0.2 El émbolo brillante y engrasado…
- 1.0.3 El paso no, del Dios, sino la huella…
- 1.0.4 El rumor de las máquinas crecía…
- 1.0.5 Entrando en ti, cabeza con cabeza…
- 1.0.6 La transparente luz del mediodía…
- 1.0.7 Las húmedas terrazas dominaban…
- 1.0.8 Ni la voz precedida por el eco…
- 1.0.9 No por azar, por gusto del dislate…
- 1.0.10 Omítemela más que lo omitido…
- 1.0.11 Pido la canonización de Virgilio Piñera*
- 1.0.12 Renuncia a tu cuidado, bien lo sé…
- 1.0.13 Que se quede el infinito sin estrellas…
- 1.0.14 Corta, Changó con tu espada…
- 1.0.15 Cuerpo con cuerpo: las pieles…
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MI POETA SUGERIDO: Severo Sarduy
Aunque ungiste el umbral y ensalivaste…
Aunque ungiste el umbral y ensalivaste
no pudo penetrar, lamida y suave,
ni siquiera calar tan vasta nave,
por su volumen como por su lastre.
Burlada mi cautela y en contraste
-linimentos, pudores ni cuidados-
con exiguos anales olvidados
de golpe y sin aviso te adentraste.
Nunca más tolerancia ni acogida
hallará en mí tan solapada inerte
que a placeres antípodas convida
y en rigores simétricos se invierte:
muerte que forma parte de la vida.
Vida que forma parte de la muerte.
El émbolo brillante y engrasado…
El émbolo brillante y engrasado
embiste jubiloso la ranura
y derrama su blanca quemadura
más abrasante cuanto más pausado.
Un testigo fugaz y disfrazado
ensaliva y escruta la abertura
que el volumen dilata y que sutura
su propia lava. Y en el ovalado
mercurio tangencial sobre la alfombra
(la torre, embadurnada penetrando,
chorreando de su miel, saliendo, entrando)
descifra el ideograma de la sombra:
el pensamiento es ilusión: templando
viene despacio la que no se nombra.
El paso no, del Dios, sino la huella…
A Gerardo Mello-Mourão
El paso no, del Dios, sino la huella
escrita entre las líneas de la piedra
verdinegra y porosa. Aún la hiedra
retiene las pisadas, aún destella
de su cuerpo el contorno sobre rojos
sanguíneos o vinosos: en los vasos
fragmentados, dispersos. No los pasos
del dios, sino las huellas; no los ojos:
la mirada. Ni el texto, ni la trama
de la voz, sino el mar que los decanta.
En su tumba -las islas ideograma
de esa página móvil donde tanta
frase, no bien grabada, se derrama-,
sumergida, tu estatua ciega, canta.
El rumor de las máquinas crecía…
El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo -o de tu cuerpo- no era
más que un intento de acortar el día.
La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz -o tus pies desnudos en la estera-
del ocaso, su tiempo suspendía.
No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera-
imagen confrontando su espejeo
con la textura blanca, verdadera
página -o tu cuerpo que aún releo-;
vasto ideograma de la primavera.
Entrando en ti, cabeza con cabeza…
Entrando en ti, cabeza con cabeza,
pelo con pelo, boca contra boca:
el aire que respiras -la fijeza
del recuerdo-, respiro y en la poca
luz de la tarde -rayo que no cesa
entre los huesos abrasados- toca
los bordes de tu cuerpo; luz que apresa
la forma. Ya su cénit la convoca
a otro vacío donde su blancura
borra, marca de arena, tu figura.
El día devorando de sonidos
quema, de trecho en trecho, su espesura
y vuelca de ceniza la textura
en la noche voraz de los sentidos.
La transparente luz del mediodía…
La transparente luz del mediodía
filtraba por los bordes paralelos
de la ventana, y el contorno de los
frutos -o el de tu piel- resplandecía.
El sopor de la siesta: lejanía
de la isla. En el cambiante cielo
crepuscular, o en el opaco velo
ante el rojo y naranja aparecía
otro fulgor, otro fulgor. Dormía
en una casa litoral y pobre:
en el aire las lámparas de cobre
trazaban lentas espirales sobre
el blanco mantel, sombra que urdía
el teorema de la otra geometría.
Las húmedas terrazas dominaban…
A Octavio Paz
Las húmedas terrazas dominaban
el templo, la planicie entre dos mares,
superpuestas, azules, triangulares.
Simétricas estatuas deslizaban
sus fragmentos de mármol por la nieve
-fueron torsos de Apolo, manos anchas
que el musgo ha devorado con sus manchas-
fresca, trazando un laberinto breve.
Los cuerpos arrastrados por el río
han quedado en la arena sepultados
bajo las piedras nítidas del lecho.
En el delta una mano, el globo frío
de unos ojos han sido rescatados.
y más allá una frente, un brazo, el pecho.
Ni la voz precedida por el eco…
Ni la voz precedida por el eco
ni el reflejo voraz de los desnudos
cuerpos en el azogue de los mudos
cristales, sino el trazo escueto, seco:
las frutas en la mesa y el paisaje
colonial. Cuando el tiempo de la siesta
nos envolvía en lo denso de su oleaje,
o en el rumor de su apagada fiesta,
cuando de uno en el otro se extinguía
la sed, cuando avanzaba por la huerta
la luz que el flaboyant enrojecía,
abríamos entonces la gran puerta
al rumor insular del mediodía
y a la puntual naturaleza muerta.
No por azar, por gusto del dislate…
A Luce López-Baralt
No por azar, por gusto del dislate
ni por obedecer a una figura,
habló de una cegante noche oscura.
Que toda exaltación o disparate
aparente, se indague, y no se ciña
-el lenguaje no basta- a un simple juego:
de granadas y lámparas de fuego
bebió un vino, de antes de la viña.
No percibió ni forma ni sonido,
mas con la sangre lo irrigó un sentido
ajeno a la palabra y a la imagen.
Dejemos, de esa heráldica, que viajen
los símbolos, el mudo abecedario:
agua y sed, brasa y luz, cuerpo y sudario.
Omítemela más que lo omitido…
Omítemela más que lo omitido
cuando alcanza y define su aporía,
enciende en el reverso de su día
un planeta en la noche del sentido.
A pulso no: que no disfruta herido,
por flecha berniniana o por manía
de brusquedad, el templo humedecido
(de Venus, el segundo). Ya algún día
lubricantes o medios naturales
pondrás entre los bordes con taimada
prudencia, o con cautela ensalivada
que atenúen la quema de tu entrada:
pues de amor y de ardor en los anales
de la historia la nupcia está cifrada.
Pido la canonización de Virgilio Piñera*
Poco interés presentan estas cosas
para un Concilio, que otras más urgentes
-la talla de los ángeles, las fuentes
del Edén-, y sin duda, más valiosas
apremian sin cesar. Insisto empero
para que tenga sitio en los altares
este mártir de arenas insulares.
Por textual, su milagro verdadero
dio presa fácil a los cabecillas
y a los sarcasmos que, de tanto en tanto,
interrumpen las furias amarillas,
las madres del exilio y del espanto.
Es por eso que a Roma, y de rodillas,
iré a exigir que lo proclamen santo.
*Poeta, dramaturgo y narrador cubano nacido en Cárdenas
en 1912 y fallecido en 1979.
Renuncia a tu cuidado, bien lo sé…
Renuncia a tu cuidado, bien lo sé: tras
ese dolor que tu embestida aqueja,
en alivio y placer muda la queja,
más sosegada cuanto más penetras.
Cerveza transmutada o sidra añeja,
del oro tibio la furiosa recta
su apagado licor suma y proyecta
sobre el cuerpo deseoso que festeja
tanto derrame. A bálsamos o ardides
que atenúen la quema de tu entrada
nunca recurras. Mientras menos cuides,
unjas, prevengas, o envaselinada
disimules, mejor. Para que olvides
el mudo simulacro de la nada.
Que se quede el infinito sin estrellas…
Que se quede el infinito sin estrellas,
que la curva del tiempo se enderece.
Y pierda su fulgor, cuando se mece
un planeta en su abismo y en las huellas
del estallido primordial. Aquellas
noticias recibidas del comienzo
de las galaxias, del vacío inmenso,
hoy son luz fósil. Paradojas bellas
que anuncian por venir lo transcurrido
y postulan pasado lo futuro.
Universo del pensamiento puro:
un espacio que fluye como un río
y un tiempo sin presente, opaco y frío.
El tiempo de la espera y del olvido.
Otros poemas:
Corta, Changó con tu espada…
Corta, Changó con tu espada
el alcohol, y haz que ese río
crecido, no bien vacío,
vuelva a su cauce y, saciada
tanta sed, halle morada
el nadador a la orilla
de tu fuente y en tu arcilla.
Que la sangre que consagras
dé su fuerza a las bisagras
del puño y de la rodilla.
Cuerpo con cuerpo: las pieles…
Cuerpo con cuerpo: las pieles
se aproximan y se alejan
entre espejos que reflejan
su deseo. No develes
la imagen -esos laureles
fenecen-; no te aconsejo
confiar en ese reflejo,
porque ese doble perverso
te revelará el reverso:
hueso con hueso, pellejo.