ENTERAMENTE FALSO [Mi poema] Daniel Samoilovich [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Sepa usted, señora mía, Sólo fue la profecía No se ilusione, señora Que una cosa es predicar Yo no conozco a ninguno ¿Presumir sin dar ejemplo? a su audiencia alucinada |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Daniel Samoilovich
Casuarinas
Acostumbradas al rumor de sus ramas,
al aleteo de los pájaros,
al pico que perfora la corteza
persiguiendo un gusano,
las casuarinas no pueden creer
que esa otra bestia, el río, baje silencioso.
Más bien piensan que están un poco sordas
y se inclinan para escuchar mejor
y muchas veces este error las pierde.
Permanecer inmóvil por la tarde
en el aire entre las altas rosas
requiere exactitud, concentración:
también el picaflor llega a cansarse.
Se prende de las matas bajas,
las inclina hasta el piso
y queda panza arriba, borracho,
agarrado a su dalia.
La sombra de mi mano derecha
Es una mano izquierda
lo que escribo
alguien lo escribe desde dentro del papel,
la punta de su lápiz contra el mío.
Me gustaría saber qué piensa ése.
Me gustaría saber cómo es que suenan
esos versos que corren al revés
rumbo al Oeste de un mundo inclinado.
La memoria, pensada como lluvia,
y la lluvia como cristal de aumento
sobre la letra apretada del paisaje.
O si no, el rumor del verso, dicho
con voz áspera aunque no audible
tras la pantalla de la mano izquierda
alargando las sílabas tónicas —acentos
sobre el trébol ya mojado, sobre
las piedritas del camino.
Transparencia; pero también
convexidad en el borde de las gotas:
como si el mundo en sus extremos tendiera
a ponerse de perfil, el placer
en su límite a la agonía.
Y a través de esa lluvia sin rachas
inverosímil en su perfección
cruza el parque, sonámbulo, el huet-huet.
Lo que dijo el taxista
de Neuquén a Cipolletti
“Ahí tiene, por ejemplo, al tamarisco,
no sirve para nada, lo traería
algún tarado, vaya uno a saber
pensando qué, ni para leña sirve.”
Pero la mole negra junto al río
tiembla de orgullo:
con sus negras espinas retorcidas
se burla de la tarde que se muere,
de todos los suaves
pensamientos de este mundo, y también
de los fuertes: de lo útil y lo inútil
se burla y es más firme
su divisa que la nuestra:
Ni para leña del hogar
ni de la hoguera sirvo.
Piso alto
Tengo miedo, dijiste, no hizo falta
que explicaras de qué.
Entonces yo debo haber hablado de la muerte
porque recuerdo citas, un par
de escritores de lengua alemana,
un proverbio italiano, rimado,
Horacio, Catulo y quién sabe
qué más. En mi recuerdo hablo
sin dudar, como leyendo en voz alta,
o como si alguien hablara por mí
mientras yo me sustraigo a tu atención
para pensar en otra cosa.
Nuestra ropa tirada por el piso
es una colección de excéntricos cadáveres,
rojos, verdes y grises, ahí
donde un asesino los dejó; y se escucha,
abajo, afuera, patinar
los autos en la calle mojada.
Mm…
¿Quién pegó los vasos a la mesa?
A cada rato parece que fuera
a comenzar una serie feliz de asesinatos:
me acuchillás, te doy con la botella,
o, entre los dos, matamos al mozo.
Pero el crimen se evapora y las cenizas
de los cadáveres que no producimos
lo ponen todo gris, funesto:
ese mantel manchado, la espera,
mm, esos silencios, era necesario
que nos hicieran daño: era necesario
que daño nos hiciéramos, un dios
atolondrado tenía que ser
el que nos dio como únicos juguetes
los cuerpos, tan simples y tan raros.
Cuando el paisaje se vuelve complejo
(y siempre se vuelve complejo)
ya no sabemos qué hacer con ellos.
No podemos seguirles el tren
como los ojos siguen
entre los techos el vuelo de los pájaros.
Ahí va uno: todas las veces adivino
el sitio exacto donde van a apoyarse
y esa intuición que con astucia
benevolente el pájaro confirma
parece trasuntar un favor más vasto, el de los hados.