DE CAZA POR LA GRAN VÍA [Mi poema]
Carlos Manuel de Céspedes [Poeta sugerido]
Carlos Manuel de Céspedes [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Una tarde cuando el sol se pierde en la lejanía Iba pausado, tranquilo, cual cazador va en la caza, Dí a mis pasos un respiro para mirar de soslayo acercándome a su vera con descaro y disimulo, Ahora que todo ha pasado sigo un poco resentido, |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Carlos Manuel de Céspedes
Los traidores
No es posible, ¡por Dios!, que sean cubanos
los que arrastrando servidumbre impía,
van al baile a la valla y a la orgía,
insultando el dolor de sus hermanos.
Tan horrible abyección, tales villanos,
tan negra afrenta y tanta bastardía
fruto no han sido de la patria mía;
tanta mengua no cabe en mis paisanos.
Esos que veis a la cadena uncidos,
lamiendo, ¡infames!, afrentoso yugo,
son traidores, sin patria, envilecidos,
que halagan por temor a su verdugo;
son aborto del Báratro profundo
para afrentar la humanidad y el mundo.
Al Cauto
Naces, ¡oh, Cauto!, en empinadas lomas;
bello, desciendes por el valle ufano;
saltas y bulles, juguetón, lozano,
peinando lirios y regando aromas.
Luego, el arranque fervoroso domas,
y, hondo, lento, callado, por el llano
te vas a sumergir en el Océano;
tu nombre pierdes y sus aguas tomas.
Así es el hombre. Entre caricias nace;
risueño, el mundo al goce le convida;
todo es amor, y movimiento y vida.
Mas el tiempo sus ímpetus deshace,
Y, grave, serio, silencioso, umbrío,
baja y se esconde en el sepulcro frío.
Haidea (Goete)
Huyó el reposo mis dolientes ojos
La paz que un tiempo plácido gocé,
Perdiola ¡ay Dios! el corazón enfermo
y ya nunca, jamás la encontraré
Do quier que llevo mis inciertos pasos
Si allí a mi vista la robó la suerte,
Abrúmame el silencio de la muerte,
y al mundo entero el velo del dolor,
El pensamiento que interior se ajita,
Rompe bullendo mi febril cabeza
Y el corazón jadeante, en su tristeza.
Siente morir las fuerzas y el valor.
Huyó el reposo mis doliente ojos…
Vagando voy por la sombrosa selva,
Buscóla inquieto al pie del arroyuelo;
adorar de sus ojos quiero el cielo,
Y oir que suena su armoniosa voz,
Quiero admirar su rostro peregrino,
Y su rosada boca, y su sonrisa,
blanca forma que áurea se divisa,
como un ángel que al éter va veloz
Huyó el reposo mis dolientes ojos…
Cuando a su lado por acaso me hallo
mi corazón se oprime, y enmudezco:
Al oir sus palabras me estremezco,
Y entonces vivo solo de pensar.
¡Ah! que no pueda sorprender su mano,
y al atraerla en seductores lazos,
verla caer en mis amantes brazos,
a sus ardientes besos espirar.
Huyó el reposo mis dolientes ojos:
La paz que un tiempo plácido gocé,
Perdióla ¡ay Dios! el corazón enfermo,
Y ya nunca, jamás la encontraré.
Mi deseo
Un techo pobre, escondido,
dadme al pie de la colina,
donde el viento en vano amague,
y que allí el suave zumbido
de una colmena vecina
por la mañana me halague.
Un cristalino arroyuelo,
de blancos lirios sembrado,
de una fuente pura brote,
y salte en quebrado suelo
y bajando apresurado
las duras rocas azote.
La ligera golondrina,
só las pajas de mi choza,
de la tierra forme nido
y cuando el sinsonte trina
al placer que la alboroza
lance su alegre chirrido.
El errante peregrino,
triste, desnudo y hambriento,
llame a mi puerta afanoso
y olvidado del camino
halle en mi mesa sustento,
halle en mi lecho reposo.
Una arenosa avenida
donde perfumadas flores
beban gotas de rocío,
parezca que me convida
del verano en los ardores
a un fresco bosque sombrío.
Y allí arrullándome el sueño,
en los brazos de Carmela,
goce puros regocijos,
mientras con rostro risueño,
porque el placer los desvela,
juegan en torno mis hijos.
Desde allí mi vista errante
mire un pardo campanario,
tras la colina frondosa
y el alma recuerde amante
que es el templo solitario
donde la llamé mi esposa.
«Desencanto»
Hijo del amor, del goce y la sonrisa,
nace el hombre a la fe y a la esperanza, y
por el mundo férvido se lanza,
y cree que alfombra de claveles pisa.
A sus pies los abismos no divisa,
Ni la tormenta oculta en la bonanza:
solo siente placer y bienandanza,
respira solo amor, juegos y risa.
Mas, ¡ay! que pasan los fugaces años,
Y huyen los sueños de zafir y rosa:
Hieren su corazón los desengaños,
Ve la verdad desnuda y horrorosa,
y es dichoso, si al fin de su existencia,
le acompaña al sepulcro una creencia.
Amor callado
Más bella es la mañana,
un sol más puro el horizonte dora,
cuando ligera, ufana,
gentil y seductora,
al prado vas, lindísima cubana.
Tu rostro peregrino,
tu talle esbelto que la brisa ondea,
ese fuego divino
que vivo centellea
en tus ojos al rayo matutino:
Y ese pie que liviano
la verde yerba y margaritas huella,
y tu artística mano
la gracia que destella
todo tu ser, querube americano;
Esa aureola ardiente
que en torno te rodea esplendorosa
¡oh, estrella refulgente!
¡oh, purpurina rosa!
¡oh, azucena del trópico inocente!
Cual palma en la pradera,
flexible, airosa, tu cintura meces:
de nuestra edad primera
una ilusión pareces:
¿quién no ha de amarte, virgen hechicera?
¿Quién al ver tu mirada,
quién al oír tu voz pudo ser yelo?
De todos adorada
Cruzar el triste suelo:
¡a todos seas como a mí sagrada!
Yo te amo delirante:
eres mi bien, mi dicha, mi tesoro:
vuelve a mí tu semblante:
las penas que devoro,
no aflijan más a tu infeliz amante.
Mas si mi amor fogoso
pudiera acaso envenenar tu suerte…
¡oh! pase silencioso,
y sufra yo la muerte,
y sea tu caro porvenir dichoso.
Pisa feliz la yerba
sin encontrar la sierpe allí escondida:
risueña te conserva:
la senda de la vida
floreo tan sólo para ti reserva.
Pero insensible y varia,
cuando el bullicio de la corte vuelva,
no olvides que en l selva
por ti eleva de amor una plegaria.
La bayamesa
¿No te acuerdas, gentil bayamesa,
Que tu fuiste mi sol refulgente
Y risueño en tu lánguida frente
Blando beso imprimí con ardor?
¿No te acuerdas que en tiempo dichoso
Me extasié con tu pura belleza,
Y en tu seno doblé mi cabeza
Moribundo de dicha y amor?
Ven y asoma a tu reja sonriendo;
Ven y escucha amorosa mi canto;
Ven, no duermas, acude a mi llanto;
Pon alivio a mi negro dolor.
Recordando las glorias pasadas
Disipemos, mi bien, las tristezas;
Y doblemos los dos la cabeza
Moribundos de dicha y amor.