COMO UN VERSO TORCIDO [Mi poema]
Guillermo Meléndez [Poeta sugerido]
Guillermo Meléndez [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Fue un verso torcido, él era un verso Cual plato culinario sin sustancia que anduvo sin que nadie echara en falta La triste #realidad que nos pone a cada uno de nosotros en el sitio que nos corresponde? Share on X |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Guillermo Meléndez
Las cenizas y yo
Los dedos de mi mano respondían
sobre el avance de los años,
y en un refugio de heno
con lápiz escribí mi diario clandestino
junto a un desafinado cacareo
y la suave caída de las plumas.
De aquel tiempo las cenizas y yo
somos fieles testigos.
Ella sabe del fulgor de mi semilla
que confundió el fuego con la tierra;
sabe cómo mi plegaria de auxilio
rebotaba en la puerta del cielo.
Yo retuve el ocaso en que escribí
con mala ortografía
— mi aliento del gusano de seda;
mi corazón lo entibia la paloma
echada entre las vigas.
Las cenizas impusieron su estilo
— su cuerpo fue mi ingenio, su silencio
cubrió aquellas canciones
de mi baño del sábado.
De ese tiempo se intercambian
rescates y destellos,
quemazón y parodias,
si hablo hoy de los años
basta sólo una arruga
o sentirse la luna que madura,
que decrece entre libros y tarros
y gira espectador de un planeta empeñado,
empañado por su afán cotidiano.
Laberinto de heno
Cuando cesa la lluvia
las palabras imitan el desliz
de la gota en la vidriera
y construyen su turbulenta historia.
Como llaves que antes
de penetrar la alcoba donde yace el amor
se quiebran en el hueco del cerrojo.
Como una campana sin escuchas
que solicita auxilio
porque el fuego somete a la semilla.
Escrituras de humo después
que el universo gira
sin atender el gesto de la súplica
y hace de fervores y hazaña
un puñado de arena.
Frases sujetas a vendimia
al basurero del olvido,
desconsuelo tenaz de la memoria
que se siente como aguja extraviada
en el suave laberinto del heno.
HELENA
Un hilo
de llovizna
ahora, me conduce al paisaje
que habla de tus deseos
y me dice que amaste los olivos
cuando año tras año
en el mismo lugar, serenos
destilaban su savia.
Como agua marina se secó entre la arena
la humedad de tus ojos.
Hoy sin reino, aquí
tu piel se mancharía de humo,
tu pelo emblanquecido
te llevaría como una anciana rubia
hacia el asilo.
Hoy — si es que escuchas —
desearía oír tus labios repitiendo
el adagio troyano de la fuga.
SEIS
Manuscrito encontrado en un libro de Cesare Pavese
Con tu presencia, yo era un Ícaro:
Suspendia Ia caída fatal
y alborotado por Eros agitaba mis alas
como lo hace un marabú en celo
para atraer a su pareja.
Pero encontrarte conmigo
poco a poco se convirtió
en tu más firme evasión
y esta noche al buscarte recorro la ciudad
como si fuera un caracol que escala
una tapia tapizada de ortigas…
Eso era el principio de una carta
suplicando el cese de tu desdén.
Por fortuna se quedo inconclusa
en una toalla desechable
de un restaurante llamado La Cabana
que hace mucho tiempo cerro.
Hoy, al encontrarlo entre las páginas
de Lavorare stanca, después de tantos anos,
dicho manuscrito me parece,
como diría un alumno menor de Darío,
rescaldo de um placer desventurado..
¿Rescoldo de un placer desventurado?
No, no es cierto. Si revivo la esencia
de tu bestial manera de entregarte al amor
el despecho del epígono de Rubén suena falso
para adecuarlo a nuestro breve
pero profundo e inolvidable cruzamiento.
Y así quererlo, ya sin sangre en la herida,
esta nota sobre outra nota se convierte,
recordándote, en un poema
que um romântico italiano bien podría titular:
elegia ad una devozione
che non vuol laciare il mio cuore.
Lioni
Contra la monotonía
de peinar el bigote
y la fatiga de zurcir
los zapatos de estambre
del primer invierno
–creo mi propio espectáculo
en la atrevida pista del desquicio.
Los sábados católicos regresan
con San Pablo diluyendo en mi sangre
consignas contra el sexo.
Rueda otra vez la bicicleta que una prima
me prestaba por un par de minutos.
El imperio Romano se presenta
sin sus dos Agripinas,
sin la lucha antiesclavista de Spartacus,
y aparecen oliendo a mingitorio
los leones del Atayde
y hay una catequista compungida
porque en lugar de bofes de caballos
las fieras buscan vísceras de santos.
Y el recuerdo es luciérnaga
volando por la noche de los siglos,
y los leones se salen de su jaula
a castigar a los profanadores
que vistieron a Venus de piadosa
–con su hocico fruncido los obligan
a quitarse túnicas y capas,
rugen hasta oír los aplausos
que festejan la exhibición del pubis.
Es un strip cristiano irreverente
acaso una ingenua venganza.
No hay hilo conductor a lo profundo
sólo gritos de cónsules borrachos
y mártires que desnudos circulan
con una mano atrás y otra adelante.
Y de pronto la ruina se presenta.
La ironía vuelve a su catacumba.
Adiós leones drogados.
Adiós nalgas de gelatina insípida.
Mi Colosseo se abre a los turistas
–la instamatic de un japonés me apunta
y el lucero piamontés de Pavese
anuncia que la noche principia.
Pagliaccio iii
Una vez más desnudo la tristeza
–mi lágrima de rímel,
el rubor de los pómulos
quedan entre algodones.
Me quito la nariz de Cirano,
mi pelo de estropajo
y a la luz del quinqué brilla mi calva
como farol de esquina.
Junio es así, la medialuna
que baja a los almendros,
buscando entre las rosas
el espectro de la alondra de Shelley.
Y la sombra palpita con la lámpara
hechiza las paredes de lona,
apacigua los tigres y me cubre
con un manto que robó a los ladrones.
El espejo mantiene su franqueza,
el desliz habitual del parpadeo
–vuelan moscas glotonas y se yergue la flama
como vela de nave faraónica
mientras yo me despojo del dibujo
que me vuelve arlequín y parodia.
Me espera el banquete opulento
en vajillas que vuelan
–no sé si es sueño o pesadilla
su cerdo con manzana en el hocico,
su caldo de lagartijas vivas,
no sé si fue mi cena de aceitunas
la que crea este banquete vano
mientras el grillo arrulla al fakir moscovita
que ronca como el oso que doma.
Me espera cada mañana el enano
que nos despierta imitando a los gallos,
un retrete improvisado
que manchan siempre los siameses,
un almuerzo junto al pesebre de las llamas.
Antes de dibujar estrellas en mis ojos
de convertir mi boca en amapola,
debo cambiar calcetas a la mujer araña
y comprar el aserrín que amortigua
la caída de mis saltos mortales.
(Espectadores)
III
Es veintiuno de marzo
y como escolar siento obligación
de hablar sobre la primavera.
Aunque las alegorías son recursos pobres
no puedo prescindir de las flores y las mariposas.
La flor creció entre fango y detergente
pero por su color parece que bebió vino tinto
–es un geranio valeroso porque fue arrullado
con historias de cuatreros y narcotraficantes
que Anselma, la sirvienta, cantaba con bravura
como si ella fuera Lucha Villa
y la lavandería un palenque.
La mariposa llega y de inmediato
aterriza sedienta en el geranio
–es una ColliaEdu quisquillosa;
en sus alas brillan dos ojos de ocelote
que la protegen contra sus enemigos
–hasta la naturaleza es falsa- pienso
mientras ella con cabrioleos de acróbata
parte hacia el Mato Grosso
allá donde los Jíbaros en una olla hirviendo
–como aquí en su diván los psicoanalistas
–reducen las cabezas de sus víctimas.
En el tendedero ondean como paracaídas
los calzoncillos zurcidos de mi padre.
Mi sobrino disfrazado de murciélago
me apunta con un rifle y exige un acertijo
–lana sube, lana baja– le digo para salvar mi vida,
después agita su capa, vuela y antes de irse
me grita –pingüino mentiroso, dice la profe
que la madera no tiene sentimientos,
que en la garganta de una ballena
no cabe ni el meñique de un muñeco.