APRENDE A RESTAR [Mi poema]
Teófilo Cid [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Yo sí que sé sumar, lo sé y lo juro,
que siempre dos más dos resultan cuatro,
dije cuatro, reafirmo, estoy seguro,
como son doce y doce veinticuatro.

Y tú, ¿sabes contar? ¿También tú cuentas
las horas que dedicas al trabajo,
¿acaso te compensa sumar rentas
al tiempo que lo estrujas a destajo?

Uno, dos, uno, dos, tic-tac, son las dos
uno, dos, uno, dos, tic-tac, son las tres,
cada instante fichas son de dominós
van pasando las agujas del revés.

Al ritmo van pasando que tu pasas,
mientras pasa a tus días va restando,
que lozanas, las uvas se hacen pasas,
los pasos que has de andar se van pasando.

La vida es una suma que se resta,
capacho que en el culo resquebraja,
vas sacando los huevos de la cesta
o espachurran al caerse por la raja,

Yo sí que sé restar, lo sé y lo juro,
es la pura verdad, y estoy seguro,
tal es así que hoy aquí me fumo un puro.
©donaciano bueno.

MI POETA SUGERIDO:  Teófilo Cid

NIÑOS EN EL RÍO

Allí,
Bajo los puentes,
Donde pasa el río urbano
Arrastrando en su bruma el ensueño de la gente;
Allí,
Allí quedaron,
Los rostros esculpidos por glacial fruición de muerte.

Fue arrebol de su dominio
El fluvial convoy silvestre
Donde brilla como témpano el vacío,
En fanal en que ellos vieron florecer la llama esbelta
Y el carnal derretimiento de sus pétalos ardidos.

Allí,
Junto a las duras piedras humanizadas,
En lo hondo de la espuma,
Entre redes de fulgor;
Allí,
Allí quedaron,
Los rostros enjoyados por la ráfaga invernal.

Cuando iban ya sus bocas a decir lo que se ama,
En cariátides de hielo se quedaron,
Sus sueños congelados en los labios.
¡Oh, palabras que no hienden su vestido corporal!

Cuando iban ya sus ojos a mirar ojos más tiernos
Se quedaron convertidos
En emblemas de rigor.
¡Oh, palabras que no sienten su amargura forestal!

Cuando iban ya sus manos a tocar la gloria extrema,
El estambre de la flor correspondida,
Una gélida escultora congelo sus rostros finos.
¡Oh, palabras que no quiebran su cristal!

Puede ahora, por la ruta de la hierba
Lucir el arbol, honda, su esmeralda
Y echar sus aves a volar;
Pero el día está escondido de verguenza
Y, en la ausente claridad,
Las lágrimas vacilan como pajaros de exilio.

La nota puede acaso retornar a la garganta
Y en un temblor de idilio diluir su coro antiguo;
Pero el día tiene el rostro entre las manos
Y en la espesa claridad que se filtra de sus dedos
Las nubes ya no quieren caminar.

Oh, enojo del Destino -Manto grave
Que ha cubierto las pupilas con su trémulo llanto;
Nadie sabe ya decir donde se encuentran,
En qué parque de alegría epitalial
Sus sombras comen;
En que lírica tahona
Sus sombras se hartan;
En que lecho de cabina maternal
Sus sombras duermen.

Nadie sabe ya decir la palabra del idioma
Natural que corresponde,
La palabra de piedad
Que surge pálida en la noche,
Como el blanco de los dientes,
Como el blanco de los ojos,
Como el blanco de las almas.

Nadie sabe ya llorar
En la antigua soledad resonante como un organo,
Llorar a solas de piedad
Por aquellos que no fueron sino flores desdeñadas
Sin pasión de jardinero que su aroma cultivara.

¡Nadie, nadie, nadie!
El mundo ya no tiene lágrimas que dar;
Se quedaron apozadas
En el fondo de los cuerpos
Y en el lago cerebral que allí disponen
Los árboles no sacian su ansiedad.

Nadie ha mirado estos puentes,
La avenida sombría que cubren
Y los álgidos jardines que atan.
Nadie.

Solamente la noche
Que también suele ofrecer
El bouquet de sus miradas a los pobres.

Y en sus manos de escultora perennal
Plasmó sus cuerpos.

¡Ay de aquel que es observado por la noche!

La noche no sabe discernir.
Sea amante dichoso o niño desolado,
Pone su fresca atonía en los ojos,
Contrae sus lenguas sepulcrales
En torno a la raíz de las palabras
Y deja caer un astro que, cual veneno, se disuelve.

Solamente la noche
Los miró con amor,
Con ese amor que brota
De las cosas que se hallan mas allá de las cosas mismas.

Solamente la noche los amó
Y pensó que siendo ella una artista inmemorial
Bien podría esculpirlos con su aliento.
Y ahora estan allí,
Henchidos por la brisa que recorre sus sentidos,
Llevando estériles mensajes.
Allí,
Allí.

Yo os pido por eso
Que no vengais con lagrimas tardías
A llorar su silencio
Y a intentar que de nuevo
La luna en sus ojos resplandezca
Y el perfume en sus sentidos
Y el ensueño entre sus labios.

¡No vengais con vuestras ánforas oh madres!
A ungir de aceite inútil su madura rigidez.
Están unidos por la brisa que lleno de hojas sus almas
Y de otoño virginal los fríos cuerpos.
Están unidos y vuestras lágrimas podrían separarlos.

Bajo los puentes
Donde el río parte en dos el egoísmo,
Donde lucen las parejas su privada primavera,
Y el policía hace el amor a la más dulce
De las doncellas de servicio;
Junto al parque,
Que en invierno llora sólo por toda la ciudad…

Allí,
Bajo los puentes,
Allí quedaron
Con un nudo interrogante entre los labios.

EL BAR DE LOS POBRES

Hoy he ido a comer donde comen los pobres,
Donde el putrido hastío los umbrales inunda

Y en los muros dibuja caracteres etruscos,
Pues nada une tanto como el frío,
Ni la palabra amor, surgida de los ojos,
Como la flor del eco en la cópula perfecta.

Los pobres se aproximan en silencio.
Monedas son sus sueños
Hasta que el propio sol airado los dispersa
Para sembrarlos sobre el hondo pavimento.
En tanto, cada uno es para el otro
Claro indicio, fervor de siembra constelada.

Y en la pesada niebla de los hábitos
que en ráfagas a veces se convierten
De una muda erupcion
De alcohólica armonía,
yo siento que el destino nos aplasta,
Como contra una piedra prehistórica.

Pues somos los que pasan
Cuando los más abren los ojos claros
Al amplio firmamento
Que adunan los crepusculos antiguos.
El mundo es sólo el sol para nosotros,
Un sol que ha comenzado por besar las terrazas
De los barrios abstractos.

Masticamos sus migajas,
Sintiendo que un espasmo egoista nos mantiene,
Pues somos individuos, por más que a ciencia cierta
El nombre individual es sólo un signo etrusco.

En los que aquí mastican su pan de desventura
Un viejo gladiador vencido existe
Que puede aún llorar la lejanía,
Los menús elegir de la tristeza
Y darse a la ilusión de que, con todo,
Es un sobreviviente de la locura atómica.

Sentados en podridos taburetes
Ellos gastan los ultimos billetes
Vertidos por la Casa de Moneda.

Los billetes son diáfanos, decimos,
Carne de nuestra carne,
Espuma de la sangre.

Con billetes el mundo
Congrega sus rincones
Y parece mostrar una estrella accesible
Sin ellos, el paisaje es sólo el sol
Y cada cual resbala sobre su propia sombra.

Pero la Casa de Moneda piensa por todos
Y los billetes, ¡Oh encanto del bar miserable!
Nos suministra sueños congelados,
Menús soñados el dia desnudo de fama
Al levantar los vasos se produce el granito
Del brindis que nos une en un pozo invisible.

Alguien nos dice que el sol ha salido
Y que en el barrio alto
La luz es servidora de los ricos
¡La misma luz que fue manantial de semejanza!

Hoy he ido a comer donde comen los pobres
Y he sentido que la sombra es común
Que el dolor semejante es un lenguaje
Por encima del sol y de las Madres.

Canto primero

La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.

La soledad es un estanque con faunas de alcohol
Millares de pálidas tribus de nicotina
Canoas frágiles de sed
Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

Vencido por sus aguas hojarasca soy
Árbol de río de azúcar
Lluvia angélica tostada por el sol
Mi soledad es un paraguas que se quiebra
Como un trozo de voz.

En torno a su eje
Brillantes lagartos trepan
Y hay siesta en el trigal.

Yo recuerdo una mañana sombría
Exactamente equilibrada para aquellos años
De extenuación y niñez
Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia
Yo miraba, yo miraba
Un bello témpano de amor tendido junto a mí.

Pasé la mano sobre el dorso azul
Y vi que los astros eran tiernas dependencias
De mis oídos
Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos
De palabras de amor
Y creí sentirme mixto puente de dos pieles
Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría
Que había entre los dos.

Oh mía entre las mías
Ilumina el resplandor
E1 negro hálito de adiós
Que yace en toda boca
Ilumina mi verdor
Las praderas que en los besos reverberan
Con sus vacas y sus méritos actuales
Oh amiga, oh virtuosa de la fuga
Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras
Creada por instinto de cansancio
O por valor.

Tríptico de la noche (I)

¡Oh noche! ¡Oh noche! Detén a los paseantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.

El amor es la razón de tus árboles dormidos,
del silencio que corre por tus venas aurorales
porque en ti las bocas son nidos
y las palabras aves que pronuncian tu mensaje.

¡Oh noche! Detén a los paseantes
que surgieron como una onda física,
como un axioma en flor.
Deténlos en la aurora de sus besos,
perfílalos de umbral contra el silencio,
que sea eterno el ángulo que dibujan sus deseos.
¡Oh noche! Tú que tienes el valor del día
y que escondes en tu índole un sol nuevo.

Tú puedes contra el tiempo revivir en verdes pinos,
azular el espacio detenido en una huella,
hacer que el lecho vibre con un ópalo…
¡Oh noche! Tú que puedes detener a los amantes,
detén a estos viajeros que han llegado sin aliento.
Son ellos los viajeros que ayer partieron desde un beso
y que ahora se pasean por un nimbo sin designios.
Ahora sus pupilas centellean, cruzan sus espadas
para quedar impresas en panoplia eternizada.
Ellos tienen un secreto que compartir contigo,
un secreto que un pensil de instinto ha levantado.
¡Oh noche! Detén a los amantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.

Tríptico de la noche (II)

Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.

No pueden suponer que el día nace de tus sombras,
el día que concede su luz a cualquier hombre
y que también nos sirve para odiarnos.

En ti yo encuentro los semblantes más amados,
el de una ciudad que invierte sus tejados en el agua
y el de un puente de salud sobre dolencias pálidas.
(Recuerdo como aludes de agua fresca,
viejos recuerdos donde las diarias preocupaciones crean fútiles regatas.)

Por eso a ti recurro, ¡oh noche!, para impetrar tu sombra,
tu mano enguantada de negro, tu dominó de olvido,
porque ellos, los paseantes que ahora llegan de la mano,
puedan quedar prendidos como jíbaros de espuma
al primitivo silencio de tus astros extasiados.
¡Oh emblema nupcial! ¡Oh dulce acorde transpirado!
La noche tiene ahora escudo de armas como reina,
dos miradas, dos alientos, dos palabras que el silencio crispa
en un augurio de cemento eternizado.

Tríptico de la noche (III)

¡Oh dulce noche, que mueve los estambres
con su sombra silenciosa
que es luz para la sangre!

Tú posees la fatiga que requiere mi descanso,
la faz nupcial que esconde el eco
por donde un hilo de éter va fluyendo.
Lo que eres en la simple geometría
de los cuerpos enlazados por ustorio espejo de heno,
lo que eres en la granja de tus árboles de lira
donde pastan armoniosos animales,
temblorosas palmas ávidas de estío.
Y aluminio el caserío que refleja el río antiguo,
un problema que hace nido,
un nidal que es puro lapsus,
el lapsus que es el tiempo sin medida.

¡Oh noche que das paz a las estrellas
con el vaho de los cuerpos!;
al sereno de las fábricas,
a los viejos conductores de tranvía.
Yo te voy iluminando piso a piso.
Das un lujo sideral
como al verde rascacielos
que madura con los besos de sus miles de habitantes.
Es preciso mirar sobre tus hombros
para ver el naipe que manejas.

Has detenido a los paseantes,
empleando gatos negros, perros vagos, taxis lóbregos,
que pasan a favor de la corriente
como el sueño a través del hipnotismo.

¡Oh noche! Tan hermosa
como ver a Doña Venus en la punta de la vida.
Tú que eres en el rapto de las diosas
la que acepta ser raptada,
en el rapto del espejo
la ilusión que sobrevive;
en el rapto de los besos
el lenguaje que se cambia.

Hay soles en tu nombre,
marchitos soles que devienen
populosos como siembras,
cuando una lenta espera me domina
con su atroz desesperanza.

Hay estadios en tu nombre
donde juegan inexpertos jugadores,
endurecidos como estatuas en un parque
al juego viejo que llamábamos la barra.
¡Oh noche! Tu guante ha caído al día.
Allí lo veo como sobre el banco de un parque desolado.
Me acerco. Lo oprimo contra mis labios
y entonces veo que es un bello atardecer.
Lo retiro de mi boca
y entonces veo que es la aurora que se acerca.

MADRUGADORAS

Comentario de Braulio Arenas: ” ¿Por qué perra y no perro?, preguntábamos a Teófilo al llegar al final de este poema suyo. Al interrogarle, pensábamos en el can llevado en su viaje a la luna por los expedicionarios de Julio Verne, muerto en el viaje, arrojado fuera de la nave, y siguiendoles, atraído por la fuerza de gravedad del vehiculo, a traves del espacio. El mismo poeta no se explicaba por qué perra famosa y no perro famoso. Este poema fue publicado en el número primero de nuestra revista “Mandrágora” (diciembre de 1938). Sólo muchos años más tarde tendríamos la explicación, pues fue una perrita la que viajó en el Sputnik de los soviéticos. “

Sumergida en tiempo
En imágenes
En distintas direcciones
En focos de alta mar
En odio al vesperal dominio
En tí misma
Yo vivo a través de tu candor
Como la sangre en una vena
Un farol de equinoccio
Al final del sitio plano
Del hangar más alto
En estas cordilleras
Donde la voz escucha su propia sombra
El milano atrae sus hijuelos
En este adiós de tí
De tí la madrugadora
Perdida en un hemisferio de cristal
En una curva sin dibujos
A la intemperie
Como una perra famosa
lamida por el éter.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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