MIS DESEOS [Mi poema]
María Ovelar [Poeta sugerido]

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MI POEMA …de medio pelo

Quien hizo los deseos, si Dios fuera,
tan vastos y ambiciosos universos
de sueños y de anhelos tan diversos
que al corazón mantiene en tensa espera
cabría mencionarle en estos versos.

Deseo de la paz, río sereno,
que inunda con su olor el alma humana.
Deseo de armonía, tan lejana,
que inunda de placer si no hay veneno
poniéndole un altar y la engalana.

Deseo de esperanza, luz a oscuras,
que guíe nuestro paso al sol brillante.
Deseo de igualdad, astro radiante
que ponga a los humanos sus suturas
y deje de retar al semejante.

Deseo del amor, lluvia de abrazos,
que cure al corazón de las heridas.
Deseo del perdón en las caídas,
y tenga compasión si es que hay codazos
a causa de opiniones desmedidas.

Deseo en libertad, pájaro en vuelo,
que explore limpia y nueva perspectiva.
Deseo de justicia, expectativa
que al hombre sane y sirva de consuelo
allí cuando se encuentre a la deriva.

En este vasto mar de los deseos,
soñemos ver cumplidos con bondades,
trocando lo virtual en realidades,
sin gestos que provoquen titubeos
dejando en buena lid a las verdades.

Cada uno que convierta esta soflama
y enseñe a construir nuestro camino
y unidos en anhelo a ese destino,
alumbre nuestras almas con su llama
lo mismo que lo hiciera un buen vecino.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  María Ovelar

Canon

Son las escalas plásticas de mi abuelo entre trigales,
aquellas que los Maristas le arrancaron a mi padre,
mi deambular por las lenguas sin pertenencia
en esta blancura plana de pasaporte bulldozer
(para que no me desprecien).
Es ese coro de sílabas traviesas,
entre el afilador afila cuchillos y el doblar de campanas
las que echo de menos junto al silbido de los chopos,
planicie de girasoles que cantan y ríen en los campos,
pero que callan cuando llegan a la ciudad plastificados.

Superioridad cultural, condescendencia, vergüenza,
pero ¿y esas notas que todavía cazo cuando voy a Villaescusa?,
entre el bastón repiqueteante sobre el asfalto de la calle Derecha,
alerta bajo el vuelo del buitre; ese metamorfosear las palabras
en agudas sean llanas o esdrújulas,
y mi corazón patalea por oír como habló un abuelo al que nunca conocí.

La lengua de mi infancia, pintada de sonido y no de significado,
de texturas y no de obligaciones, como los fredons de Quignard,
y la autoridad auctoritas me autoriza a decir lo que digo cómo lo digo,
sin el sabor de los gestos de mis antepasados en un pueblo que se vacía
y llueven las grietas de su cielo de vencejos sobre los pinares
en los que comió mi abuelo entre siega y siega,
los pinares que ardieron este verano.
¿Pero cómo sentir el árbol que cae si nadie lo oye?
Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso, 2022

Dimensiones del espejo

Bajo las túnicas de la edad convulsionas,
el hábito no te esconde.
El esqueleto se te transparenta.

Está debajo de ti en todo lo que haces.
por eso, entrar en los espejos,
matemática de ojeras, manchas y arrugas.

Ya no eres la misma, no.
Tu palidez bruñida no refleja las estrellas,
ni traspasa el universo tu honda sonrisa.

Por eso, rastreas en las imágenes vestigios caducos,
como si no supieras ya que mañana
buscarás lo que hoy conservas.

Si te pudieras resetear, cambiar el programa
con el que te formatearon en la infancia.
Pero en vez de eso,
disimulas debajo de las túnicas de la edad,
a sabiendas de que el miedo
a la vejez, te conducirá antes de tiempo.
Las Oceánicas, Valparaíso, 2021

Ángeles caídos

Vadeábamos sus calles como si fueran ríos
cuando hacía decenios que sus aguas habían sido soterradas,
orillándonos en bares de caña + tapa a un euro
codiciando alargar el gesto hasta el infinito.

Pensamos que el suspender del minutero era la señal del Edén,
Arcadia recuperada en un ritual de turulo compartido
como si en vez de una pajita estuviésemos dividiendo el pan de Cristo.

Nos mirábamos con la duda calada en los ojos,
húmedos de tanto reparar el rímel,
confundidos en el maquillaje con el que los géneros veneraban a Eros.

Éramos unos críos.

Jugamos con las cartas de una ciudad a medio construir,
paradójicamente esbozada por el rey de la geometría,
una ciudad sin orden ni armonía, siempre a medias como nosotros.
Nunca hablamos de Felipe II, ni Carlos III y a Manuela Malasaña
solo la mentamos para ir a un templo del garaje a pillar farlopa.

Qué historias, qué arte del ladrillo,
el mismo que el patillas con los gramos;
bolsos, gafas, amigos perdidos, nos creímos en el vertedero recobrado,
cuando estábamos en los confines del olvido.

Como tontos repetimos,
Madrid me mata, de aquí al cielo,
ciudad de locos, aquí no se duerme.

Este barrio de majos hoy de bordes,
donde cada estertor es un mecanismo de defensa,
donde nos relacionamos a voces y a nadie le interesa.

La Magdalena del fondo atiende por turnos,
se cree respetada con la cruz en el puño,
no cobra las mamadas a las que hunden su cabeza.
No quiere pero no lo dice.

Sobre el escenario se descerrajan acordes liberadores
en esa burbuja viajamos escurridos en notas,
llueve sudor condensado pero no nos importa.
Hoy no recordaremos ya nada.

Y regresamos, los ojos reventados,
fabuladores de noches que nunca fueron tropezando con señoras
que van a hacer la compra tirando de su perrito
en la ciudad de los ángeles caídos glorificados en monumentos,
de olor a popper entre los baños.

Aquí no huele a ropa mojada ni a guiso de lentejas,
las bolsas crujen entre los dedos de los chinos,
una lata, un euro, una lata, un euro, una lata, un euro.
Calaveras soledades entre cartones a las que nadie mira.

La ciudad que destejisteis no se puede destruir,
es contigo como Dios es con los hombres.
Escucha el agua soterrada, son tus ansías deseando salir
2 M, 11 S, 15 M, a las barricadas detrás de Daoiz y Velarde,
navajas, macetas, palos, punzones,
litronas, minis, piedras, cascotes.
Vidrios rotos, papeleras quemadas,
herramientas, cuchillos de cocina.
Motín de Esquilache,
“No fue abuso, fue violación”,
“Tranquila hermana, aquí está tu manada”,
“Jueces de mierda, la estáis juzgando a ella”,
caceroladas, silbidos y pitos.

Ya no éramos unas crías.

Que no te digan que fue un cuento

El agua límpida atraviesa las paredes del mundo,
se vierte entre mis nalgas.

La luz sueña con amores
sobre almohadas vaporosas,
se cuela por mi boca.

Puedo nutrirme de bosques,
empalarme de troncos,
inseminarme de salvia.

Sabed que no estoy incompleta,
que el horizonte me penetra,
que no soy menos fémina
por no parir,
que mi valía no se mide
en contracciones,
pañales o biberones.

No lo sabéis, pero no,
nosotras no vamos a envejecer,

Me miráis en busca de una madre,
defectos rastreáis en mis caderas, mi pecho, mi piel.

No lo sabéis, pero no,
nosotras no vamos a envejecer,

Un punto en el cielo determino,
cometa de fantasía en ilusión,
nubes lo descorren.

Sueños románticos:
sapos, príncipes, armaduras;
cuentos a los que no es sencillo minarles la razón.

Son cálidos, seguros, románticos,
nos han construido,
no es fácil minarles la razón.
En sus vapores me embriago;
tan placenteros,
me hechizan.

No lo sabéis, pero no,
nosotras no vamos a envejecer,

Mi adolescencia fue un terremoto de luciérnagas,
tan segura entre su atronadora estela de luces,
mi rumbo iluminaban.
Mareante fuego de artificio,
el porvenir no lo decidía yo,
sino ellas.

Lagos se descharchaban y los laberintos se enredaban,
dijeron que era mortal inhalar sus pócimas,
pero ninguna fenecimos aquellos veranos.

Adulta, sigo flotando borracha en su irrealidad,
pero bailo con la lucidez como foco.

Los cuentos sí… hasta hoy tienden sus redes,
todavía afásica bajo su influjo,
pero la conciencia destejiendo va la madeja,
y las letras levantando van otro frontispicio,
con frisos donde no somos princesas,
hadas, ni brujas.
Relatos emancipados, cierto algo solitarios, pero donde
el yo femenino no lo escribe un hombre, sino una mujer.

Lo sabéis, ¿verdad?
Nosotras no vamos a envejecer:
con nosotras,
el mundo
paramos o no,
no puede envejecer.

Herr Doktor

Hay algo que no nos podéis robar:
es el filo de la navaja bailando sobre mi iris caleidoscópico,
es mi agresiva hambre rugiendo en la discoteca,
es mi aullido desasosegante blandiendo la madrugada,
porque yo imagino mundos cuando los otros duermen y solo los locos soñamos despiertos.

No.
Las pastillas
no podrán amordazar el aire vertiginoso que se excita dentro,
no podrán combar esta voracidad creativa que escribe versos,
porque yo estoy loca
y mi furor es el contagio de otros que en mis suelas encuentran el antídoto a la apatía.

Con mi delirio hechizo el aire
y ninguna pastilla podrá amordazar
mi pecado con el que voy escribiendo al margen de lo institucional.

Y es que hay algo que no nos podéis robar:
soy la música que excita la sangre, el brillo de la irrealidad, la fracción de presente,
soy la cuerda que da cuerda al mundo.
Soy la locura.
Sin mí el amor no sería; sin mí, el arte no sería, sin mí; el mundo no sería.
Soy la locura.

Esquizofrénico, demente, bipolar afectivo; nombres que nos encarcelan, etiquetas normopáticas como camisas de fuerza, que nos reducen a un uniforme, el de la normalidad, vístase con el ropaje de lo normal, no notará diferencia, mate a su instinto, su esencia; vista el ropaje de la normalidad, 25 miligramos de diazepam, 15 mg de olanzapina, 10 mg de risperidona, 25 de quitapina, 10 de asenapina. Vista el ropaje de la normalidad, no deja huella, no deja memoria, ni materia gris. Aniquila sus voces, domestica sus depresiones, atempera su euforia, nubla sus heridas, esculpe sus manías. Vista el ropaje de la normalidad.

Leonora Carrington, Sylvia Plath, Anne Sexton; mis hermanas; casi os extirpan la creatividad disparándoos tanques farmacéuticos y ahora es a mí a quien quieren subyugar
con lorazepan; ¿hasta dónde creen que llegarán con su uniformismo de cápsula?

Pero hay algo que no nos pueden robar:
a mí no hay electroshock que me frene ni diazepam que me neutralice,
porque yo vivo en todos vosotros, despertarme no me ahoguéis.
Soy la locura y soy la cuerda que da cuerda al mundo.
De Las oceánicas

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MI POETA INVITADO:  Estela Graziano

Mar de arenas

Mar de arenas me envuelve.

Arena fina bajo mis pies.

Me susurra secretos antiguos.

En el cielo
gaviotas dibujan esferas
al atardecer.

La arena acaricia
mi cuerpo cansado.

Escribo mis versos y vuelvo,
en ella,
pensamientos,
emociones profundas.

Mar de arenas me envuelve.

Tardes

El sol
tiende su manto de luz dorada.
La brisa acaricia las venas del alma.
Sombras se alargan
en el horizonte.
Y ahogan al sol.

El tiempo parece detenerse
como en una postal que recuerda,
del ensueño,
        la edad.

Volver al polvo

El polvo seco
entró en los ojos.
Y las fosas nasales.
Y molesta su arena
que el viento levanta.

Polvo que absorbe llanto.
Polvo diciendo muerte.
Polvo, sabor derrota.

Seremos un día,
          Así cuerpo,
   polvo.

De la tierra, memoria.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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