EL TREN DE LA VIDA [Mi poema] Francisco Javier Fernández Espinosa [Poeta sugerido]
¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar? haz click en el botón de la izquierda!
MI POEMA …de medio pelo
Nació y perdió la vida en un segundo
que aquí nunca se ve lo que es a secas,
la vida es como un juego de muñecas
capaz de defender su honor profundo
y luego de mandarlo a hacer puñetas.
Efímero ese espacio de la vida
que un día has de subir a los altares
y hay otro en el que ves que llueve a mares
pues crees ya has de darla por perdida
trocando en el pesar de los pesares.
Que un día ya no estás o no te hallas
por mucho que trataras de buscarte,
y dudas si eres tú el que al mirarte
saltaba sin premura aquellas vallas
y tienes hoy que odiarte o que abrazarte.
La música que suena no conoces,
el cielo ya no existe el prometido,
los usos y costumbres se han jodido
los goces no se entienden con los roces
y dudas si eres tú quien se ha perdido.
Debieras de entender que aquel que fuiste
es algo muy distinto del que hay hoy.
Naciste y te embarcaste en un convoy
e inmerso en ese tren al que seguiste
sin nunca preguntarte a dónde voy.
©donaciano bueno
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Francisco Javier Fernández Espinosa
Pasolini
“Adoro la luz sólo si no ofrece esperanza”
Pier Paolo Pasolini
No hay descanso en el oficio
de existir, de ser hombre.
No hay paz en las cartas
de los soldados,
en el nervio de los relámpagos.
En la belleza destructiva.
Y luego, ese cielo tan allá,
tan infestado de plegarias.
Nada cabe en las manos vacías
de quien guardó tanto tan poco,
acaso astillas de hierro
y alhajas de soledad.
Rotas e inolvidables, las palabras
se parecen a los pájaros
desordenados del alba
posados en esos renglones
de los cables eléctricos,
como poemas aleatorios
buscando la pasión según Pasolini.
Cómplices
“La tristeza ha venido como un buque vacío”
Francisco Umbral
Porque somos de quienes
nos buscan en los días averiados.
De quienes se enamoran
de nuestra ruina
como si paseasen por Pompeya.
Igual que cuando Miguel Hernández
recitó su duelo por Sijé
subido en una mísera escalera.
Qué desconocidos fuimos
si tan sólo llegamos a amarnos.
También debimos ser
cómplices en la decadencia.
Mujeres
¿Y si Dios fuera mujer?
Mario Benedetti
Hay mujeres que mueren
sólo una vez,
después del bocado a la manzana,
de la rutina de los buenos días.
Después de que su sombra
recorra la fachada de un gran edificio.
Hay mujeres que mueren
antes de que les llegue la muerte
porque el miedo atraviesa sus días.
También hay mujeres
que no mueren
aunque estén muertas
porque su luz sigue prendida.
Agradecido
“Estos días azules y este sol de la infancia”
Antonio Machado
Cuándo encontraremos la paz del tiempo.
Cuándo quedará compensado tu
miedo a morir más allá de la muerte.
Si te dijera que me encuentro a veces
traspasado por las luces y los
nombres indefensos de las ciudades,
al otro lado de los números de
teléfono, de los aforismos y
la vida aquella que sólo parece
una alegoría inmediata de la
ausencia. Si te confesara estar
agradecido por aquellos días
tan azules y ese sol de la infancia,
es posible que también te diga que
hemos de volver para acabar de irnos.
El amor puede ser un ajuste de
cuentas o un corazón de yeso envuelto
en cotidianas capas de pan de oro.
Sólo tengo todo aquello que he dado
pero desconozco si es suficiente.
Cuando fuimos lunes
Cuando fuimos lunes
y buscábamos aún el relieve
de los labios
a pesar de los abrigos y la prisa,
la promesa de no volver tarde
se derramaba por la ciudad.
Cenaríamos, amor, el sudor
frío de los diamantes
y algún clásico del cine
en blanco y negro.
Te emocionaba ver cómo
atrapada en la palma de la mano
Ann Darrow era elevada
hacia los límites del Empire State.
Decías que el amor, cuando es imposible,
no pertenece a los hombres.
Y entonces dormías a la hora exacta
en la que ya nadie podía
deshacer nuestro nudo de brazos.
Si te gusta #Francisco_Javier_Fernández_Espinosa... Share on X
Jesús Herrera Peña
EL TREN DE LA VIDA
Infancia. Primavera. Retoño de la vida,
las verdes esperanzas, los más azules cielos,
los cuidos maternales de mimos y desvelos,
el cálido regazo, la patria más querida.
—¡Yo quiero ser cigarra!, ¡no quiero ser hormiga!
Los juegos y la escuela, cromos y caramelos.
Las flores que se abren, esos primeros vuelos…
torpes primeros pasos; la primera salida.
Amigos para siempre, perfumes imborrables.
¿Dónde estarán mis libros, mi pluma, mi pelota?
¿Y mis primeros versos al dorso de un cuaderno?
Mañanas soleadas, doradas, memorables,
una abeja que liba, un manantial que brota
y un recuerdo florido con vocación de eterno.
Verano. Vacaciones. Maduran los frutales;
despiertan los sentidos al sol del mediodía
y la cigüeña vuela al nido que solía.
De verdes a dorados se tiñen los trigales,
las ninfas de las fuentes juegan con los cristales
del agua y sus destellos son soles de alegría.
Las bochornosas noches, los prolongados días,
los estrellados cielos, efluvios de jarales…
Los cantos de cigarra en calurosas siestas,
los juegos de los niños detrás de una cancela;
florecen las muchachas, despiertan los amores
que surgen de las bodas, los juegos y las fiestas.
En un baúl perdidas las fotos de la abuela
de cuando en otros tiempos derramaba fulgores.
Amarillos de otoño. El cielo ceniciento
pregona una llovizna. Una tardía rosa
en el rosal se mece y una hormiga afanosa
regresa con la carga a su oscuro aposento.
El olmo de mi calle se ha puesto amarillento
y vuelve a desnudarse en la tarde ventosa;
en un rincón se ha muerto la bella mariposa
y al amor de la lumbre se cuenta un viejo cuento.
Regresan los pastores con sus grandes rebaños;
de la bodega salen aromas de los mostos;
ocres, pardos, se han vuelto los recuerdos de antaño; —
bajan los aguaceros por senderos angostos
y Ceres se ha dormido igual que cada año
y sueña dulcemente con lejanos agostos.
Ha llegado el invierno, la nieve lo pregona;
blanco pañuelo cubre la cúspide morada
de la lejana sierra. Se escucha la balada
que el hambriento rebaño triste lamento entona.
Aves invernadoras sus nidos abandonan
y engrosan armoniosas la innúmera bandada,
su flecha al sur apunta al fin de la jornada;
y un gris a mi cabeza le pinta una corona.
A lo lejos se escucha que un tren silbando viene,
yo estoy aquí esperando en un banco sentado
de la cuarta estación. Dispuesto, preparado,
ligero de equipaje ya nada me retiene,
ya nada obstaculiza mi último viaje
en el último tren. Es todo mi bagaje.