A ESA BENDITA PLAZA [Mi poema]
Magali Alabau [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

A esa bendita plaza,
del corazón simbiótico de la ciudad más linda,
a los pies desnudos del Pichincha,
esa alhaja de plata
¡coso de leyendas confidente
de dimes y diretes de la gente!
mística y creyente
en la que la historia se hizo historia
y los indios y los indianos reivindican tu memoria.

Ahora de la independencia, otrora plaza grande,
de leyendas preñada,
en el centro el libertador la espada blande
pregonando por los cuatro vientos a los andes,
de las Américas su derecho de pernada.
Eres del Ecuador plaza vistosa
por el colorido de tus visitantes regalada,
angostas calles, sin mácula, casas abalconadas,
¡eres hermosa!
de insignes iglesias y conventos rodeada,
bella entre las bellas por los cuatro lados biselada,
más que plaza eres un amor, como una diosa.

En tus entrañas el grito se hizo voz,
que, atónitos, los dioses en las iglesias repitieron
y a esa orden repicando las campanas les siguieron,
tal fue el clamor y tan atroz
que hasta los que entonces obstáculos eran se rindieron.
¡Eres tú, joya serena!
arropada por la ilustre catedral,
de Carondelet, el palacio municipal y arzobispal,
que hasta en la noche, cuando ya dormida sueña
vigilantes siempre están cuidando de su dueña
para que nadie intente su decencia mancillar
y que todos de tu presencia podamos disfrutar,
pues aunque sólo sea verte plácidamente reposar vale la pena.
©donaciano bueno

La llamada “Revolución de Quito”, “Revolución Quiteña” o “Primer Grito de la Independencia” fue un proceso que comenzó en Quito a finales de 1808, estalló el 10 de agosto de 1809, y finalizó para el año de 1812.

MI POETA SUGERIDO:  Magali Alabau

Poema 13

Desgajados los ojos
chorrean de lo gris lo blanco.
La ventana es un vaso rectangular
donde nada un papel con palabras.
Las manos deslizándose sobre la superficie lisa
una ofrenda al tiempo.
Los ojos desgajados mirando la ventana
convierten todo en blanco.
Viajes al papel sin líneas,
austero el día de palabras cuajadas.
melancolía es lo gris chorreando blanco.

Poema 34

El sueño recurrente.
Llego a la isla.
Un valle de mar rodeado por un muelle
Oscuro el amanecer
Un avión aterriza
y deambulo buscando.
Hay que montarse al avión.
Se va.
Busco a alguien
no sé a quién
El mar
El avión arranca.
Aterrada lo miro
Sola en la isla, en un muelle.

IMÁGENES

Cuando creí que ya me había olvidado
de las imágenes del ghetto de Varsovia,
de macilentos cuerpos
maltratados,
cuando creí me había olvidado
de cómo ataron los tobillos
y las manos,
y desnudos
fueron arrojados en las fosas
turbulentas
de lodo,
llegaron las fotos
de esos infelices
que murieron de frío.
Cuando me disponía a tomar el
avión para encontrar
el territorio del futuro
me han puesto al frente estas imágenes
de estrujados cartuchos
que pudieron ser tú o yo
o uno de ellos
con quienes yo jugaba a las muecas en Mazorra.
Cuando apenas me olvidaba del olor a gas
o de las filas de seres indefensos que rezaban en cuclillas
o de sus cuerpos sin vida
inermes en la sala
adonde entraron aterrados
descubro tu cara revirada y sin rasgos.
Apenas colocando mi maleta de viaje,
en la extrañeza de esas aportaciones
de la imaginación,
llegaron las imágenes.
Me prometieron que
las maletas llegarían
que seguirían mi rumbo
detrás de las asignaciones
y las líneas o colas como en Cuba se llaman.
Entramos dócilmente al camión
y fue ahí donde nos dejaron.
Reconozco tu foto.
¿Cuántos años
para hacer de tu rostro
una máscara de cal
pidiendo auxilio?
¿A qué nivel de una tarde cualquiera
me has traído
cuando ya me había olvidado
del orden impuesto en Birkenau
o en Auschwitz?
¿Tendrá alguien la imaginación
de descartar el orden
y ver el caos en ese planeamiento
de la infamia?
Yo conocí el cadáver
con blancas sogas en las manos
reposaba ya quieto
con su tarjeta de identificación,
desnudo, tapándose la pelvis
un noble gesto de pudor
ante la muerte.
Yo lo conocí, hablábamos.
Me enseñó su encía protuberante
los dientes amarillos que le ardían.
Viendo pasar esas maletas
por la rampa pienso
en aquellos judíos que hicieron
lo inimaginable.
¿Qué harías tú si un día
llegaran a tu puerta y te dijeran recoja la maleta?
¿Tendrías tiempo de tragar el veneno
que escondiste por si el momento llega?
Debe existir alguien
que no pudo aguantar la pesadumbre
diaria de estos seres.
Sí, alguien que existe en Sobibor
o en las afueras del Cotorro o de Treblinka
que haya derramado una lágrima cuando Carlos
fue tirado del camión al hueco
sin apenas un trapo cubriéndole los ojos.
Y tú, ese otro sin nombre,
¿qué gritos diste que aún
reverberas en mis sueños?
¿Qué gesto de entrega me has confiado
para yo recordarte en un poema?

LA CASA ESTA CERRADA

La casa está cerrada,
oye a la lluvia
respirar contra el piso.
Espero como siempre
sin esperar a nadie.
Espero mis latidos
con ganas que vislumbren
a las apariciones.
La lluvia contiene mi insistencia,
mis agravios persisten en la queja.
Espero al enemigo agazapada,
jugando a quién
se rendirá primero.
Siento el ruido de los pasos
en mis huesos,
en la dificultad de cada uno,
en ese movimiento equivocado
que traiciona.
Ahora voy hacia afuera
deseando estar adentro.
Espero como esos animales
que no saben hablar de sentimientos
que buscan un pedazo de algo
que no saben
mitigar el dolor en el abdomen.
La noche se abalanza
hacia la lluvia
monótona, severa, injusta.
¿Qué soy en esta bruma?,
¿semilla enterrada que se hincha?,
¿larva que el agua no soporta?
¿Soy sonido o temblor?
Un ente separado
que araña la cal
de las paredes
con su ruido.
Estoy en estos filamentos
de las gotas,
percatada de que en cualquier
momento mis fantasmas podrían
concretarse.
Hoy es Trotski,
su perra Maya,
la aurora,
el agua empantanada,
la carta que llega
y no respondo,
un sinnúmero de sueños,
el amor a los perros,
ese agarrarlos contra el pecho
y cuando mueren
encargarse una
hasta el último
detalle
y destello.
Parto
y pérdida,
la reducida piel, los otros ojos,
inevitable calvario de la espera.
Por más que quiera olvidar
las horas, la monotonía del día,
me despierta el ruido de la lluvia,
el movimiento de las hojas,
la caída del papel al piso,
la posible llamarada
prendiéndose en un fuego,
la falta de voluntad
que informa lo imposible.
Como un árbol marcado
esperando la herida
estoy ya sin moverme.
La herida que no cierra
que circula en el cuerpo
que demarca viajes,
peripecias y olvidos.
No me acuerdo de tu nombre.
¿Dónde has ido?
¿Hacia el paraje donde el bosque
termina, escapando
mis tormentos?
El alba te cura cuando muere,
el sol te aliviará cuando aparezca,
el canto de las ramas
apuntará la herida
en que me escondo.

IRME

Esta idea de irme
se la debo a George Gershwin,
a Billie Holiday,
a Janis Joplin.
Esta idea de quemar las naves
se la debo a John Updike,
a William Faulkner,
a Fitzgerald
y a Dos Passos.
Cuando me faltaban las raciones
y eran de baking soda las frituras
y llena de pobreza
llevaba compradores de muebles
a llevarse los vestuarios
y las joyas a escondidas,
me elevaba
esa música de un país
lleno de nostalgia.
Cuando esperaba
esa noticia milagrosa
telegráfica y telegrafiada.
dando el sello a mi destierro
era Gershwin con sus
acordes victoriosos,
quien me animaba
a pensar
en el futuro.
Sentada en el sofá
en uno de esos muebles
que nunca fue intercambio
de unas libras de arroz
o de unos huevos
esperaba que Billie
entrara
en la sala sin luz.
En cualquier momento
cantando alucinada,
me despertaría
avisándome de un fuego
que uno de sus cigarrillos
dejara en el colchón.
Y aquel fuego
provocado
por eso de no saber
dónde, vida, me mandabas,
a qué cuarto
a qué antro
aquel fuego
reforzaba la idea
de esa grandeza innata
del lamento.
Summertime en mi maleta
escasa,
con ese monedero
tan vacío
en ese registrar en vano
de qué es lo que permiten
que una lleve.
Me quitaron
lo irremplazable.
Todo lo que yo quería
lo dejé en esos
días de verano
días calurosos de plazas
y bosques en La Habana,
esa gloria del mar
y el malecón entero.
Dejé todo en esas casas,
dejé rostros
que no extraño
pero que quise o aún quiero.
Dejé esas noches
de paseos sin rumbos
tocando las ceibas
del camino,
dejé la risa en esas
piscinas del Hotel
Havana Hilton
que Janis
me hacía recorrer
de arriba abajo
sin pensar siquiera
que el hambre me asediaba.
La espera,
aún el tocadiscos toca
y aún la presidenta del comité
pregunta:
Anoche ¿no hubo un fuego
en el apartamento?
Y le miento a todas anchas
porque en esa fecha
y en esas omisiones
estaban todas las mentiras
perdidas de mi vida.
Era un ensayo -le decía
de una obra teatral,
no, no era fuego real
de esos prendidos
por el ocio
y por la angustia.
Y cada vez que concurría el miedo
a que me encierren
en esos calabozos de la Habana,
específicamente del Morro de La Habana
o en la Villa Marista
me decía confesaré enseguida
que ni me enseñen
los instrumentos
que ni tres perros
confesaré enseguida.
Miento.
Me escapé.
No soy hermana de esa
ni de la otra.
No tengo a nadie que me reclame.
He inventado un drama,
un buenísimo drama,
que soy hija adoptiva
de alguien inexistente
que soy la hija de Isis,
de la metrópoli,
del sol,
del siglo de las luces,
del quiero irme a otro planeta,
que estoy al vuelo
con esas notas
altaneras
que me dictan
los triunfos
que me esperan,
que me dicen que cabalgue
a Waterloo,
que me sumerja
en el mar,
que vea los peces
de colores,
que haga como ellos
y escape a las pirañas.
Que sí, que si puedo escapar
por ese invento
invento, invento.

Cuando me fui de Cuba
subí a ese avión
casi borracha,
sin vino
y sin licores.
Recuerdo que rezaba
run, rabbit, run.
Me fui de la prisión
que más quería
para hacerme, al fin,
ciudadana del mundo.
En esa caminata
entre la pecera
y las alas del falcón libertario
donde abandoné todos los amarres
porque me halaban
los zapatos
oí a Gershwin
oí a Faulkner.
Para romper con esos ligamentos
de mi infancia
y dejar crecer la culpa
me puse en los oídos
algodones del Norte.
Atrás dejé los taconcitos,
las falditas,
los ajustadores,
las risitas,
los disimulos
y las condescendencias,
y Janis, riéndose
y haciendo señas me gritaba
obscenamente, muérete
andrajosa, muérete
y olvida.
Vive este círculo
de música
de cigarrillos
de libertad restregada que hasta
los negros tienen.
Desvístete,
quítate el colcrín
y el maquillaje,
rómpete en dolor
y acompáñame
en este desafío
a mi hotel
donde te enseñaré cómo se muere.

La forma desaparece.
La música dispara más que algún
revólver.
Devuelve a ese ángel,
esa otra llave
que nos da la salvación.

En el avión,
cuando sirvieron Coca-Cola
creí que era champán.
En ese momento tan triste,
tan desgarrador,
en que mis conciudadanos
pasajeros
guardaban cartuchitos
de la tierra en que nacieron,
me dije,
al fin el mar.
Mar azul
mar de Gershwin
mar de mis sollozos
mar de la historia
mar azul de libertad
mar de amor
mar donde puedo
ser lo que soy,
mar de Janis,
mar de Faulkner,
mar de Sylvia Plath
mar de Anne Sexton
y de todos los muertos,
mar al fin,
mar.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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