MI HISTORIA ES UNA FOTO [Mi poema]
Bibiana Collado Cabrera [Poeta sugerido]
Bibiana Collado Cabrera [Poeta sugerido]
¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar? haz click en el botón de la izquierda!
MI POEMA… de medio pelo |
Yo sé, dentro de poco seré historia, Y sé que habrá también alguien que llore, Y habrá quien en mi honor me diga Misas, Y sé que cuando acabe ya esta tira los años que nacieron se habrán roto |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Bibiana Collado Cabrera
(Accésit del Premio Adonais y Premio Universidad Complutense de Literatura)
Debajo de las uñas
Debajo de las uñas,
ahí es donde se sienten
los perros desbocados de la sangre.
Ocultos en los pliegues y en las sombras
tensando la carne en su delirio,
ahí es donde retienen
los añicos de vida que nos quedan.
Quebrado el umbral de resistencia,
llega el latigazo y el aullido en desbandada.
Incapaces, los tendones han cedido.
Las fieras ya corren por el monte.
Acerquémonos a comprobar
las riendas rotas.
MANUALES HEREDADOS
Manuales heredados de padres
y abuelos de otros.
Los míos estaban en el campo,
el esparto no llegó a absorber la tinta.
Hubiera querido que la inocencia
de nuestras cartulinas de colores
hubiera sido izada con las cañas
usadas para varear los almendros.
Pero el cerro es ya una piedra
donde sentarse a inventarnos los ayeres.
Las lindes no se aprecian desde el llano.
El sol de este domingo no refulge.
Sentados en el parque distinguimos
las urnas-dormitorio donde acecha
la verdad proclamada de la infancia.
El recelo del agua (Rialp, 2017). Accésit Premio Adonáis.
TRAJES AMARILLOS
I
Mi madre tomó la primera comunión
con un traje amarillo,
el único que recuerda de su infancia.
Aquel día no hubo familia,
ningún acompañante,
tan solo los niños solos
junto a las monjas que los invitaron
a una taza de chocolate
en la alegría torpe y áspera
de una salita sin ventanas.
Los hijos de los cabreros
son una masa huérfana,
para borrarles la miseria
por un rato,
les borraron los padres
y las chozas.
II
Al cumplir catorce años
decidieron bajar del cerro.
La pobreza refundada en la llanura.
La alegría parca de la supervivencia.
La nostalgia de mercurio urdiéndose
en las palabras de los recién llegados
a las bondades afiladas del pueblo.
Catorce años y doce horas al día
remachando bolsos en una fábrica
junto a otras tantas muchachas casaderas.
El fragor de la espera amortiguado
por el golpear de las planchas de acero.
Y un breve paseo los domingos
hasta la confitería de la plaza
donde comprarse un dulce de merengue
que allí llamaban “libertad”.
Después vendría la boda sin fotógrafo,
las nuevas mudanzas, las vendimias,
los camiones al amanecer, los hijos
con que resarcirse del hambre
y los padres que envejecen
y, en delirios, creen haber regresado
a lo alto del cerro.
Pero todo eso será después.
Entonces, con aquellos catorce años y doce horas
todavía notaba un sobresalto
al oír las campanas repicar tan cerca.
Y el trazado de las calles agolpadas a sus ojos
la sorprendía en la búsqueda del horizonte.
Entonces, que no se engañe nadie,
no eran felices sino jóvenes.
Aturdidos por el zumbido del origen
en algún momento dejaron de escucharlo.
Cuando la hija del patrón comulgó por primera vez,
les dieron libres unas horas
y participaron, mesa aparte, del banquete.
Sumergida y ajena, a la vez, en el festejo
mi madre decidió
no recordar su traje amarillo.
El recelo del agua (Rialp, 2017). Accésit Premio Adonáis.
MARÍA
Cada mañana el mundo aparece blanco
y ella emprende con ahínco la tarea
de volver a crearse en el lenguaje.
Recompuestos unos pocos nombres,
adjudica a cada objeto un uso,
incluido su propio cuerpo.
Lo cotidiano se ha convertido
en perturbadoramente extraño.
Desconcertada,
se acerca a cajones y baúles
y palpa los restos de los ajuares
que las hijas no quisieron llevarse
?ni hablamos, por supuesto, de las nietas?.
Mientras tanto, Marta, que permanece
y la cuida, busca con obsesión
la dignidad en la limpieza.
La niñez, altiva, es la única
que persevera en su memoria.
Aunque nadie sabe a ciencia cierta
si el José de sus murmullos llegó
por fin a la ermita o si su padre
partió el cayado contra la higuera.
El recelo del agua (Rialp, 2017). Accésit Premio Adonáis.
SÍNTOMA
¿Recuerdas la higuera?
¿Recuerdas a tu hermana,
las manos pegajosas y heridas,
intentando trepar a la higuera?
¿recuerdas cómo os reíais?
Yo trato de reconstruir el juego
con el que tanto, dice ella,
nos reíamos
y no lo logro.
No recordar me hace sentir
en falta.
Yo habito sus palabras
sin conseguir reconocerme
en ellas. Incapaz.
Atravesada
por el lenguaje de mi madre.
Certeza del colapso (Editorial Complutense, 2018). Premio Complutense de Literatura 2017.
PULSIÓN
Detener la pulsión de las manos,
la imperiosa ansia del DECIR vacío
pero desesperado de las teclas.
Enjaulados los ojos
en la cuenta atrás de la pantalla.
La zanja-prórroga de la respuesta
?el alivio de luto
de la curvatura del cuerpo?
es tan solo la ficción del reposo.
Volverá la punzada,
la atadura al alfabeto frío
y palpitante de las agujas.
La espera interminable
de una última conexión
que nos devuelva, por un tiempo,
hacia la vida.
Certeza del colapso (Editorial Complutense, 2018). Premio Complutense de Literatura 2017.
SÍNTOMA II
Y sin embargo,
sólo recuerdo
esa tristumbre dura,
inexplicable,
siempre a punto de acontecer.
Certeza del colapso (Editorial Complutense, 2018). Premio Complutense de Literatura 2017.
CAÑIZO
Los azulejos del patio secretan
a nuestra espalda
y yo palpo las
fisuras que vendrán.
Certeza del colapso (Editorial Complutense, 2018). Premio Complutense de Literatura 2017.