A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
SONREÍR A LA VIDA [Mi poema]
Fabián Casas [Poeta sugerido]
¡Descubre, sigue y comenta haciendo click en el botón de la izquierda!
MI POEMA… de medio pelo |
Sonreír, a la vida sonreír, Y como tal, andar y andar Eso es lo que quisiera. |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Fabián Casas
Mi primo ya no es un gigante
en el crepúsculo de esta terraza
donde estamos sentados.
Dos casas más allá,
con broches en los labios
y pañuelo azul en la cabeza
una mujer cuelga la ropa.
Desde que se fue el libretista
el color whisky del pelo de mi primo
empezó a clarear
y en alguna feria americana
los jóvenes modernos
deben estar probándose
su vieja melena, sus pantalones oxford,
los suecos que yo a veces le robaba
para mirarme en el espejo…
Príncipes violentos de los setenta
¿Qué podemos hacer por ustedes?
No se convirtieron en políticos
ni se exiliaron, ni están
con dos enes en el pecho debajo de la tierra…
Ustedes,
que se colgaron de los árboles de Gaspar Campos
y fueron a esperar al Duce a Ezeiza,
tuvieron que soportar
que el viejo no les trajera la revolución
sino la peste.
«Pero no éramos -dice mi primo-
estetas de la muerte o fanáticos del dolor.
Simplemente buscábamos Tao…»
A la gente le gusta pensar
que la vida cambia. Y muchos viven pendientes
de cosas que no le van a suceder nunca.
Ahí está la vereda cubierta de arroz
del Registro Civil; el libro donde dice:
«Antes vine como el Cordero,
ahora he vuelto como el León».
Relatos, fábulas para un pueblo construído
de agua y de fe.
La silla de mi primo está vacía.
El viento agita los árboles en la calle.
Es cierto. Todo terminó más rápido
que un día de franco.
Después pasó el tiempo,
viajamos con las tribus del norte hacia el sur.
Algunos se reprodujeron.
Otros aprendimos que el miedo
es la distancia que existe
entre el dolor y la nada.
Yo crecí y me convertí en el líder.
En cuanto al Guerrero del camino,
nunca más lo volví a ver.
Ahora él vive
sólo
en mi memoria.
¿Quién consigue expresar sus emociones
en una simple conversación?
¿Qué preguntas hacemos
para que nadie nos responda?
Lo cierto es que el taxista
equivocó el camino. Y es tarde.
Por eso pienso en el mirador,
el banco apoyado contra la rejas
desde donde vi pasar,
infinidad de veces,
al tren del Oeste.
De noche, la luna se refleja
en la vías y las luces de señalización
parecen brasas de cigarrillo.
No viene el tren del Oeste.
No vibran las paredes de la casa
donde vivimos el eterno retorno
de los ciclos del amor.
(Qué estarás haciendo a esta hora,
andina y dulce Rita
de junco y capulí.
Mientras me asfixia el cansancio
y los tranquilizantes flotan
como flojo cognac
dentro de mí).
El hombre de campo mira pasar el río.
El hombre de ciudad mira pasar el tren.
Ambos reflexionan sobre el pequeño mecanismo
de los acontecimientos.
Pero yo no…
Yo estoy cansado de este mundo nuevo.
A veces, en la noche,
el ruido metalúrgico
de los talleres literarios
no me deja dormir.
Para tranquilizarme, me digo:
«Soy mi padre y mi hermano,
nací de pie, al final de la última era nupcial;
contemporáneo del Gran Jugador».
Pero tus preguntas vuelven
una y otra vez:
¿Nuestro amor llegó a ser tan necesario
como el agujero de una olla?
¿No debimos aislarlo
de la paideia berreta
que crece en los gimnasios?
Fue como salir de la pieza apagando la luz.
Mientras en un rincón se acumulaban
los programas y los tickets
de todos los lugares donde fuimos.
Vibra la tierra. Pasa el tren del Oeste.
Y lo que vemos brillar a lo lejos
es la bisagra de acero
que nos separa de los jóvenes
para siempre.