SE ALQUILA RESIDENCIA [Mi poema] Raúl Herrero [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Hay una cruz en el viejo cementerio Tiene un jardín con flores a ambos lados, Un mausoleo ideal, ¡es tan bonito!, Anuncio aquí sin trampa ni misterio |
“El último que apague la luz.”
Epitafio Oswaldo J. Arocha V. Venezuela.
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Raúl Herrero
LA RECREACIÓN DE LA CREACIÓN
A Jesús Herrero, mi abuelo
El cielo pusilánime escupe su castigo
mientras mi abuelo me conduce
del colegio a casa;
—de omega a «El Dorado»—.
Tutela mi mano en el estuche de la suya.
Sobre nuestras cabezas sostiene con pulso de atlante
un majestuoso y onírico paraguas negro;
profunda obscuridad atravesada por bastón,
noche de tormenta metamorfoseada en murciélago,
virgen blanca desgarrada por lengua de carbón,
cúpula parcialmente iluminada por luciérnaga,
pieles de morcilla cosidas con mugre,
tinta china derramada sobre pedazo de aire,
noche acotada por el filo de tijeras,
media capa adornada por cucarachas,
cargado café en plata negra transmutado,
uvas masacradas que componen pasta diamantina,
alas de cuervo cubiertas por azogue,
tazas de nada repletas de chocolate espeso,
cuello cobrizo ahorcado por cabellos quemados,
jirón de luna arrancado y cubierto de azabache,
plaza negra con arena negra y toro negro
en el centro del ruedo negro con cuernos
blancos pintados de negro;
una luz verde me arranca la nuca.
Nuestros puntapiés golpean a los pulpos
enredados en mis pies.
Mi abuelo, que aquel día
era Spiderman,
apaleaba a mis enemigos
del autobús, de la escuela,
de los muelles del ascensor;
y aún hoy lo continúa haciendo
desde los orificios mojados
del firmamento siempre-vivo.
¡Temblad!,
mocos antropomórficos
pegados a la suela de mis zapatos.
De Bolol (y ningún otro poema), 1996, 2ª edición
Kyrie
Casi todo lo creo muy seguro
(Dámaso Alonso. Duda y amor sobre el ser supremo).
Casi nada lo creo muy seguro.
Los que solo son para sí mismos
como amenaza contemplan lo trascendente.
La duración se contiene en la duración misma,
sin paréntesis de horas, sin ese repecho
de impostura al que denominamos tiempo.
En la equivalencia entre el instante y lo permanente
reside la sustancia de mi alcance.
Pido piedad a los recuerdos,
a esas notas adscritas a mi conciencia,
a esos sueños, a esas mentiras
semejantes a la certeza, a esas evocaciones
conservadas para el rencor o la podredumbre.
La piedad a sí misma se alcanza si cumple con el deber
del perdón para lo inexcusable, sin tal merced
la caridad se convierte en limosna,
en gracia concedida sin mérito ni virtud.
¿Qué será de la conciencia
cuando se desprenda de la memoria?
¿Continuará bajo el dictado
de las vividas impresiones?
La misericordia
en la aceptación miserable del abandono.
Saciarse de la hierba del olvido
silencia, pero no acalla.
¿Cómo habitar la respiración, el crujir denso
que acompaña a la vida en cada gesto?
Ni el rechazo, ni la consunción,
ni el reclinarse frente a un altar dorado,
ni el morder con rabia las privaciones
son causa de mayor virtud ni gracia.
Cuando el camino es el fin
se anula la falta.
Finalmente, la vida no es tan importante,
pueden serlo más los pájaros.
De Officium Defunctorum. 1.ª edic. Colección las patitas de la sombra,
Madrid, 2005.2.ª edición en versión bilingüe francés-castellano, traducción
al francés por Paola Masseau, con prólogo de Francisco Torres Monreal.
Publicado bajo el título Tiniebla original junto al poemario
Origen de los Meridianos del autor canadiense Paul Bélanger, también
en versión bilingüe y con traducción al castellano de Jesús Belotto. Logos,
Colección Islarremota de Poesía, Alicante, 2010.
Himno fúnebre
Cuando mis evocaciones se pueblen de muertos,
¿quedará una boca donde encajar mi cráneo?
¿Me tendrán a mí las cabezas?
Los despojos me apuntalan mientras cribo la criba.
Ni las pesquisas, ni el hombre, ni el diablo,
ni el mundo, ni la carne me pertenecen.
La luz impura, la luz sujeta al cambiante
relente de los seres dispersados
por eco de abismo y nadie,
construye la catedral de lo inmaculado.
En el risco sulfuroso de tapices y espirales
me siento vacío y albar.
Me muerdo las ideas, muerdo el azogue,
me desgarro las uñas, me desgarro a picotazos.
Cruzo la encrucijada que divide
el sendero de vida y muerte.
Ante la esfinge ciega recito mi plegaria:
«Invocadme,
sabed que he sido,
hijos de nada».
Publicado en Almunia Revista de creación y pensamiento,
n.º 5, 2001. Incluido también en El faro de Sigfrido,
(con Alicia Silvestre), Libros del Innombrable, Zaragoza, 2003.
Oda a Fred Astaire
Tumbado, con los pies de charol sobre el universo, pareces una alucinación de moluscos;
desnudas el aire con tus pasos curvados,
tus ásperas nubes.
En la cima del ocaso derribas a los osos del balompié,
pared con sabor a mejilla,
sombrero de copa que sostiene el vacío,
una sombra negra sobre tus manos llevadas hasta el fuego;
libo de la pistola que proyecta tu imagen
sobre el cuaderno desgastado de la nada.
Avivas el silencio decrépito de mi indolencia;
introduces el delgado pico de tus zapatos en las muñecas de mis brazos yermos y doloridos.
Describes con las piernas una circunferencia de olvido,
cocinas la materia y el movimiento,
bebes del fluido de la inmortalidad.
En la rapidez de tu vuelo superas la distancia
que separa al aerolito de la vida,
bailas y cortas del césped.
.
Tiembla dentro de la corteza del árbol caído.
Los titilantes enredos de la gloria caminan sobre las pisadas
que entregas a esta tierra muda y obscura.
Eclipsas el corazón del huracán,
—hoja herida por el proyectil eterno del viento
que perfora la alegría—,
eliminas el dolor del vértigo,
en tu lengua tiembla el bienestar mojado.
De Ciclo del 9 9.1 Las palmeras de Verona, Libros del Innombrable,
Zaragoza, 2000.
El poeta con pantalones
El poeta en la calle hace el ridículo.
Las monjas le señalan y a carcajadas se ríen de sus pantalones.
Los burócratas le roban la ropa,
lo dejan desnudo, en hora punta,
en mitad de una avenida.
Los perros se lanzan a morderle
el cuello.
El poeta se peina con mimo,
se viste con optimismo,
caza unas moscas,
se calza los zapatos,
sale a la calle y todos le disparan.
Corre de esquina a esquina
esquivando balas y flechas.
Aunque se transforme en escarabajo
los niños le reconocen.
Los prelados le escupen en la cara
y se mofan de su figura hasta caer rendidos
por el hipo de la risa.
Cuando entra en las tiendas
le hacen pasar por un embudo
y después lo expulsan a empujones.
En la universidad los primates le temen,
pero se le acercan con precaución,
armados con quijadas y
disfrazados de poetas,
a golpearle en las sienes.
Solo le permiten entrar en el cine,
pero la entrada le cuesta el doble.
Camina junto a la comparsa evitando
las minas que apostan a su paso.
Si no fuera tan obstinado,
y se dejara vestir de primera comunión,
mejor le iría en la vida…
8 de septiembre de 1997
De La voz de su amo, El último Parnaso, Zaragoza, 1998
Extasiado ante los dedos y las fuentes de Lily Monster
(En memoria de Yvonne de Carlo)
Cuando tu cuerpo en blanco y negro
se introduce en el aire,
tus dedos de liturgista
parecen los más lívidos;
la blancura de tus ojos provoca
una luz transparente, nevada,
sarmentosa, nacarada, vibrante y táctil.
Mientras, en tu melena retráctil, obscurecida
por las grises tonalidades de la televisión,
se adivina un nido lleno de gracia;
es, por tanto, tu cabellera,
un huracán de carbones incendiados;
un ovillo consumido por aliento de obscuridad,
la pérdida que entristece porque oculta,
la luz nocturna dispuesta a enredarse,
la ceniza olvidada en los altares,
el espasmódico sudor del anfibio escaldado.
Al verte impresa en la pantalla
¡y en movimiento!,
siento que crezco
dentro de ti, en tus entrañas,
en tu nuca,
en tus galápagos gallardos,
en tus senos como surtidores de neón,
en tu cintura como nido de moscas,
en tus nalgas de mariposa,
en tu espalda de invernadero,
en tus piernas: fuentes recostadas.
En ese cuello adornado con la crucifixión
de un murciélago
creo
con la firmeza
del fuego incombustible,
por ello araño en mi memoria
los desplantes lechosos de tu carne
que, a mis ojos,
se muestra tiznada
por el oro de la santidad.
Me relamo tras tus pasos de gato,
tras tus andares frágiles como la fe,
tras tus gestos discretos como la verdad.
En tu ausencia de fusiles y males menores
vuelve y me contiene una y mil veces
tu cuerpo cincelado bajo mis párpados.
En tu imagen, encarnada en un beato
animado por una linterna mágica,
profundizan mis pupilas desde la soledad.
Entonces, cuando duermes bajo mi carne,
como un cuchillo manso y mamífero,
te emulsionas en mi apariencia
con tu cándida imagen rodeada de telarañas,
muebles pesados y luminarias.
Tu cuerpo,
apetecible como un mar-monstruo,
bajo unas telas impávidas y sutiles
se refleja en mi recuerdo,
como una hoja de piel posada
en el agua del deseo.
Los trenes salvajes, 1ª edic. Libros del Innombrable,
Zaragoza, 2009. 2ª edic., 2010.