POR EL SENDERO ANGOSTO [Mi poema] Carmen Rojas Larrazábal [Poeta sugerido]
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MI POEMA …de medio pelo |
Por el sendero angosto de la esperanza Va soñando entretanto como en el cuento Él avanza perplejo muy pensativo, Se imagina ese cielo, lleno de estrellas |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Carmen Rojas Larrazábal
LIBRE
A tantos niños huérfanos de paz y amor.
Libre
Para abrazar mis raíces a la tierra
Y arrullar todo el llanto sin testigos,
Para romper de sol naciente las fronteras
y aprender de una vez a ser oído,
a saber que se sienten mis cadenas
más no callan lo que dice en sus latidos,
este preso corazón que se rebela.
Libre
Para ser pájaro-nube de tus penas
Y despertar en lo más alto de tus nidos
Allí donde se alcanzan las verdades
Y no le rasgan las alas a quien vuela.
Libre
Para separar de tu nombre los segundos
Que llegan a quedarse entre mis días
A ser amigo, compañero de camino,
oración que disipa las tormentas.
Con mirarme a los ojos, te conformas,
Y como siempre te lo habían advertido:
haces todas las preguntas
Sin esperar ni siquiera la más simple,
La más breve y sutil de las respuestas.
Libre,
Para dejar de enumerar derechos
Y plantar nueva siembra en la conciencia,
Que den los frutos nobles que se enciendan
Junto al pan que da luz a nuestra mesa.
Quiero ser libre,
Para poder definir la libertad,
Para cambiar el poder y la pobreza,
Para borrar del enemigo su agonía,
Para cambiar su temor por rumbo claro
Y a los niños devolver nuevas sonrisas.
Quiero ser libre
Para celebrar los colores
Que olvidaron las antiguas primaveras,
Para cambiar el silencio y la tristeza
Y encontrarle la voz al sufrimiento
En cada grito que transita entre tus venas.
Que se confiesen, de una vez tus cicatrices,
Y que desangren las razones de tu duelo,
Y que arranquen los fusiles de tu pecho,
Hasta que logren respirar tus pensamientos.
Libertad, dicen?
Quiero ser libre para redefinir ese concepto,
Para darle al alma nuevos sentimientos
Y al corazón de la humanidad
Nuevos latidos
Para cantar a una voz, y quemar a un solo fuego,
A plena voz sobre la cima,
Y a callado susurrar desde el silencio.
Quiero ser libre,
Para al fin ser tu testigo,
Y aceptar de una vez lo que se ha ido,
Quizá ha sido tu madre, tus hermanos,
tus amigos
Y que esta noche no habrá sobre tu mesa
Ni un pedazo de pan para tu olvido.
Estoy ahora, frente a ti,
Al borde de la guerra que te oprime,
Debajo de las minas que te anulan
Y al proyectar mi sombra en tu tristeza,
Ya no estarás solo en tu agonía,
Hijo mío, o hermano, o fiel amigo,
Quizá este día, vestido de enemigo,
Con puñal de presencia te revivo
Y devuelvo la luz a tu mirada
Con el libre corazón que habías perdido.
Lo encontré bajo el árbol de la vida,
Muy sediento de tus cantos infantiles,
De tus juegos, de tu risa y de tus sueños,
Para dártelo de nuevo, me he hecho libre.
Esa libertad es la que cuenta,
No la quiero si no incluye tu dolor,
Si no sirve para el pan sobre tu mesa,
Si te vuelves invisible ante mi voz.
Libre
Esta tarde pude al fin llamarme libre,
Porque he visto tu rostro entre las ruinas,
Pero ya no estaba sola frente a ti,
Allí estaba conmigo la cosecha
De incontables corazones que te oyeron,
Que trajeron su trigo y su agua fresca
Hasta el lugar secreto en que guardabas
tu frágil esperanza de vivir.
La piel de la memoria
Podría ceñirme a estás murallas,
Descifrar la capa y la espada de la tarde.
Atravesar los ríos que trepan sus historias
hasta desenterrar las espinas de la noche.
(¿Reconocer en ellas, mis heridas?)
Podría negar la invención del invierno.
moldear por primera vez la lluvia
hacerla estanque y mar
Relámpago y quietud
Pequeñas nubes
que se quiebren en la piel de la memoria.
Podría ceñirme a estas murallas
como vestigio de un abrazo inacabado
Dejar caer la voz de mis cenizas
Junto a la antigua derrota
de las hojas amarillas.
La noche me conoce bien
Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí
Alejandra Pizarnik
Parece conocer la ciudad que interpela
los abismos de mis manos
y se declara refugio instintivo de mis huesos.
Parece abrir su boca y muerde mi nombre con la embestida de quien no alumbra a tiempo
por no dejar al descubierto las heridas.
Todo emigra de sus ojos al amanecer,
aunque el dolor no me pierda de vista
y sea demasiado tarde para encontrarle el pulso a la esperanza.
La noche parece conocerme bien,
su página en blanco clasifica el desamparo
de guerras ganadas en mi casa vacía.
Parece saber que aunque lo niegue,
soy polvo de su polvo,
asida frágilmente a la orilla
más tolerable
de la luz.
Árboles de sal
Mis antepasados cruzaron el mar
Sobre una cruz de palo
Juan Carlos Mestre
Mis antepasados invocaron el fuego
para reconocer la lluvia más allá de la niebla.
Alzaron sus heridas
para llegar al fondo de los días de sol,
alumbraron surcos en los sueños
con la precaria luz de sus semillas.
Mis antepasados hundían
atardeceres en el agua de sus ojos,
Mientras lloraban a solas
los abism
os de la sed.
Mis antepasados buscaban el pan
Con cesta fugaz de pescadores.
Bajo el agua,
su rebaño de luz se posaba
entre árboles de sal
de un bosque sumergido
En la memoria.
Mis antepasados se dieron a la fuga del dolor
para dejarse atrapar
por la esperanza.
Oración a un desconocido
Puedo dejarte un pedazo de pan
En los días que desnuda la marea.
Puedo llevar la lámpara y conducirte
Al pasadizo que da al fondo de la luz.
Puedo mantener tu sombra
Apoyada en mi hombro,
ó en alguna piedra blanca
Con aristas de olvido.
A orillas del muelle
que cuida tu sueño
despierta el barco sumergido
en tus preguntas.
Te conocen bien
las gaviotas que habitan en tu pecho,
hacen caminos sobre el agua,
se hunden contigo hacia la nube más alta,
Irreconocible para la intemperie
Que te cobija esta noche.
Se humedecen las palabras
casi sin respiración,
para devolver el pedazo de pan.
Dices que es mejor guardarlo
para otro naufragio
La última sed de la tarde
Quien dice que se nos murió todo
Cuando se nos quebraron los ojos
Paul Celan
La desgarradura de estos vidrios enmudece la alegría,
desangra la fe en medio de las grietas,
persigue sus estruendos, sus heridas.
Hemos aprendido a sobrevivir
el fin de la esperanza en pupilas anónimas,
a respirar el aire dentro de los espejos
y a dormir sumergidos al fondo de la oquedad,
fingiendo junto al fuego la última sed de la tarde.
No murieron los recuerdos
inhumados bajo párpados de alabastro.
Han quebrado también, querido Paul Celan,
la oscuridad de sus nombres
y como serie inalterable,
habitan la memoria del prófugo,
embistiendo con incisivos ojos,
el pulso inédito de la luz.