ARS AMANDI [Mi poema]
Remei González Manzanero [Poeta sugerido]

Inicio » Eróticos » ARS AMANDI [Mi poema] Remei González Manzanero [Poeta sugerido]

¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar?  haz click en el botón de la izquierda!

MI POEMA… de medio pelo

 

No es más feliz el que tiene
¿más pene?
sino el ducho en el peleo
¿deseo?
e impide que sea tacaña,
la maña.

Pues que para darle caña
se debe atizar al seso,
y aplicar con embeleso,
pene, deseo y la maña.

Mas hay quien ésto lo duda,
¡le suda!
lo que cuenta es aliciente,
¡turgente!
disfrutando del recreo,
¡deseo!

Pues pienso yo y no lo creo.
Que una niña en mi oficina
me provoca, muy ladina,
sudor turgente y deseo.
©donaciano bueno

#Ovillejos humorísticos...? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Remei González Manzanero

Templo

Este cuerpo que ves aquí dentro
es un pequeño templo
donde esculpo calaveras,
transformo obituarios,
vierto lo invencible.

Llegué con una casa en mi cuerpo,
me iré sabiendo de este lugar sagrado
que aquí dentro tengo,
altar inmune
al transcurrir delgado del tiempo.
De Habitantes de un paraíso minúsculo (2022)

La verdad que no vemos

No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha.
Leopoldo de Luis

Deja que te lo explique, no en palabras
—que con palabras no se entiende a nadie—
sino a mi modo oscuro, que es el claro.
Mirta Aguirre

Está aquí, déjame que te lo muestre,
en este pequeño espacio de aire,
esta dimensión, toda esta anchura
de trazas, de briznas
aciculares, está en esta brisa ingenua
que tanteo con los dedos,
que trato de asir para hacer mía,
es de sí misma,
.está aquí.
Está en este soplo hecho de desgarros,
está en el lápiz que me cae de las manos
si abro la palma,
está en esta corriente alterna,
está en genios y mediocres,
en las nubes de las partículas,
en las ínfulas extrañas
y en el pliegue de las alas de un cóndor negro,
en la precipitación de un vidrio
que no nos hiere apenas
y en los resquicios invisibles
de nuestras cicatrices más finas,
está en el cieno de los ríos
que arrastras a las cimas,
en la cima lozana
que hallas en la mirada,
las miradas tiernas
que no adviertes,
y las que adviertes,
está aquí,
no puede estar en ningún otro lado.

La recogemos,
este soplo que resollamos
está hecho de ella.
Este vasto espacio que media
entre tú y yo,
los lugares entre nosotros
que no habitamos
y que alcanzamos al vuelo
con esfuerzo
y devoción de céfiro,
la verdad es que es esto,
está aquí.
De La verdad que no vemos (2020)

Biografía del fuego

Cuando yo tenía seis años
quemé un papel
que hizo arder una cortina
que incendió la cocina de mi casa natal.

Cuando cumplí los quince
decidí hacer una hoguera
en una pila de cubetas
que puse en el centro exacto
de mi habitación adolescente
y convirtió mi ventana al mundo
en chimenea y salida de humos
(ya saben lo brasas que son los adolescentes).

Con la mayoría de edad
el psiquiatra quiso diagnosticarme piromanía,
yo preferí cambiar de psiquiatra;
sin duda fue la mejor terapia de todas.

Me dirigí con veinte al mejor de los viajes mentales,
el psicólogo,
por saber por qué tendía a impulsos incendiarios,
pero solo huí del fuego para caer en las brasas,
se empeñó tanto en alumbrar mis destellos internos
porque por el humo se sabe dónde está el fuego,
que por no darle razones calciné la terapia
cognitivo-conductual contrapirománica
no sin antes inflamar su corazón y chamuscarle la consulta.

Con más juventud gané en prudencia
y fundiendo valentía y ardor
al cumplir veinticinco y medio
me senté en un nevado jardín de invierno
a observar el ardor de una pira
vestida en anorak y botas de fuego
y nada, que hielo abrasador, fuego helado
y corazón granizo en la mañana.

Veintisiete tenía ya la noche de San Juan
en la que encendí una lámpara o linterna de fuego china,
de esas que miden un metro
y se van en combustión volando con el viento,
(conmigo detrás corriendo como pirómana loca),
huyó tranquila hacia la desaparición de la noche
quemando una tras otras mis etapas,
abrasó la que fui y aluzó la que sería.

La que hoy soy reconoce que ahora mismo,
con veintiocho años y medio,
siento aquí en mi fuero interno
una combustión vehemencia ardor
por calcinarlo todo,
carbonizarles a todos,
y es que donde hubo fuego,
cenizas quedan.
De La verdad que no vemos (2020)

Confesión de la carne (I)

Lo confieso:

A vaivenes me deslizo
de cuerpo en cuerpo,
marioneta exploradora
de dos muslos satisfechos.

La excelencia de la carne,
la emoción supeditada al capricho de un trineo
remolcado por dos perros que chascan la lengua
y ladran escasos
en un sonido que desciende hasta aterrizar en la nada.

Nunca encuentro exactamente aquello que buscaba,
aunque no busco más que lo que encuentro.

El capricho desciende en un vientre que cruje
y con el viento zumbando las heridas
que nos han de atravesar hasta morir,
admito que mi amante es un lobo solitario,
que el otro es demasiado joven
que hay un otro que perteneció al pasado
y que aquella mujer es yo pero elevada al cubo
y no pretendo alcanzarla.

Al menos mantengo la independencia corporal,
la búsqueda del cerco
en posesión de la memoria,
la desfirmeza de los sentimientos descompuestos,
este abril turbio
previo al mayo caliente de casi plenilunios.
De La confesión de la carne: desdenes del vacío (2017)

Deseante y deseado

Deseante y deseada,
todo a uno,
camino por el sabor de la nieve
que nos cubre las arterias.

Deseante, todo a uno,
el momentum,
la fuerza carnívora de mi entraña
se derrama en tus labios
y se rehace en cada viejo acople.

Deseante y deseada,
la reciprocidad de la realidad del deseo
se erige visceral sobre las pirámides eternas
y en su interior yace únicamente el dulce desconsuelo de estar solos.

Deseada,
esa herida letal que se mantiene viva,
lúcida algunas noches de alcohol y panoplias como esta,
se resbala en tus piernas de agua.
Te la tragas
y en esta cortina translúcida que atravesamos por las noches
a manotazos duros
para seguir caminando por el fango de la nieve el lunes,
desolados y deseantes,
el deseo toma el color más invisible de todos.
De La confesión de la carne: desdenes del vacío (2017)

Besos

Están los del principio,
cuando no se miden las consecuencias
o se calculan mal.

Están los juguetones,
los de encima de la lavadora, contra el fogón de la cocina
o frente a la playa de un lago desértico.

Están los tenues, los sucios, los que pesan en el alma
como cae el rocío en las mañanas húmedas,
y los impúdicos en retretes de antro de noche
cuando ya se está demasiado cansada
para seguir deseando de veras;
están los leves de al ladito de la estufa,
los de los días felices de besar el aguacero
y lloverse el uno al otro,
los hay como playas con costas que delinean
las curvas de tus caderas.

Los hay empalagosos, los hay dicharacheros,
están los de los andenes de los trenes,
los que tardan siempre demasiado
en irse
del todo,
los de hola qué tal
si no me besas es que estoy muriendo
y los de vale, pero
cuídate
mucho.

Existen.
Los besos existen.
Existen los que despiertan en medio de la madrugada
comiéndose el fondo de tu sueño,
los te vacían las arterias,
deshacen el hastío
y rellenan los conductos de tu sangre
con los restos.

A veces, algunos están en peligro de extinción,
los que dibujan nuestros contornos y los desgarran después
y en cuyo centro solo está el placer espiritual del espasmo,
pero, en cualquier caso, se recuperan de la inminencia de desaparecer.

Aunque los besos no deberían pensarse,
hoy recapitulo,
hoy que tanto he besado.
Los hay de tantos tipos
y en momentos tan distintos,
que siempre se besa por vez primera.

Los besos son actos performativos,
o sea, actos que se realizan
precisamente
por hacerse a través de la boca,
como prometer,
jurar,
recitar,
pronunciar el matrimonio
o bautizarnos el uno al otro.

Quizá solo se midan bien las consecuencias al principio,
cuando no se calculan,
y no lleguemos nunca a conocer sus efectos
siempre tan agigantados,
y es que los besos son gigantes translúcidos
que se mueven de boca en boca.

Están, en definitiva, los besos de antes
y los de ahora,
distintos, en forma de espiral
o planos como cuchillas.
Besos del principio, besos de antes,
besos de ahora,
y besos de mañana,
cualquiera abre un cajón
y le salen un millón de labios atropellándose
contra el cielo de la boca.

Pero están también los besos del después,
distintos de los del mañana:
inertes,
los besos de lo sórdido,
los besos asquerosos
de cuando ultrajados
dos desprenden su aversión
y asumen más repulsión que la de antes,
cuando no se miden las consecuencias
o se miden mal
—fieramente mal—.
(Inédito)

Si te gusta #Remei_González_Manzanero... Share on X

Autores en esta página

Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

Artículos: 2991
Subscríbete!
Notificar a
guest

0 ¡Ardo en ascuas por conocer tu opinión! ¡Anímate a comentar!
El más votado
El más nuevo El más antiguo
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Echa un vistazo a la siguiente publicación
Sentí el impacto del puñal certero a el…
0
Me encantaría tu opinión, por favor comenta.x