Ya sé que yo no sé ni lo que escribo
que escribo lo que aflora de mi mente,
y aquello que ella inventa yo percibo
queriendo demostrar que sigo vivo,
buscando de intentar ser consecuente.
Ignoro la razón por la que guste
Bukowski ese poeta deslenguado
que va soltando pedos sin cuidado
y a féminas zurzando con su fuste
pues siempre pareciera anda enfadado.
Las bodegas, donde siempre se anda a ciegas. Es ese un lugar bendito que hendido está bajo tierra, -a el que bajas despacito y que a oscuras nunca cierra-
La vida es tan pequeña que cabe en el pañuelo del caminante en celo que observa alguna luz, no advierte que al trasluz, nada hay mirando al cielo y acaba en su recelo colgado de una cruz.
Si pudiera… Tú no sabes, mi amor, si tú supieras las ansias de volar que ahora yo tengo, las nulas esperanzas que mantengo de agarrarme a la vida. Si pudieras…
Yo vengo de esos lares donde mares no existen, allí donde amapolas juegan con los trigales, las aguas en verano de amarillo se visten, y liebres son los peces entre los matorrales.
Muy cerca de mi casa hay una tapia, de adobe hecha y de un barro que es cristiano, que dicen no la salta ni un gitano so pena de dejarse allí la napia.
Yo te azuzo: ¡burrito arre que arre, sin parar vueltas dándole a la noria trotando en tanto el polvo el rabo barre, que a tu esfuerzo le esperará la gloria.
Oigo el ruido sibilino de la suerte
que persigue con descaro mis talones
condenándome tan joven a la muerte.
Ese oscuro despertar que a mi alma inerte
va arrancando su futuro hecho jirones
repitiéndome ¡bye, adiós, hasta más verte!.
Y llovía y llovía, y tronaba y tronaba. Y en esa tarde fría, nebulosa y sombría, el silencio se ahogaba. Y aquella plaza impía, desierta sollozaba, ausente de alegría.
Mediaba el mes de mayo de aquel hermoso día. Por la orilla del Duero ¡dichoso atardecer! buscaba entre las frondas tupidas que allí había algún de paz remanso para aplacar mi sed.