A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

ROSALÍA de CASTRO

ROSALÍA de CASTRO

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¡VIEJOS! [Mi poema]
Aurora de Albornoz [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Conozco un lugar donde las gentes se reunen
para rumiarse cuitas,
contando chiribitas.
Van glosando sus vidas, historias y presumen.
Lanzan brindis al sol,
jugando de farol.

Tranquilo es y coqueto del hueco en la placita.
donde sueñan y añoran,
y a veces hay que lloran,
algo que no ha de volver a su vida marchita.
Ríen, hacen alarde
hasta caer la tarde.

Ensimismados tienen la testa entre las manos
soñando con placeres
que de hombres y mujeres
ya casi no se acuerdan o suenan muy lejanos.
Solean, ríen y viven,
comentan, sobreviven.

Llevan niebla en sus ojos cansados desde niños,
– estirando la vida,
jugando una partida-
sumando aditamentos y de experiencia aliños,
Siembran sus reuniones,
cachavas y bastones.

Henchidos de nostalgias, vacíos de ilusiones,
tienen hombros cansados,
por esfuerzos pasados,
dañadas emociones, gastados corazones.
No se sabe si oran,
suspiran o si lloran.

Allí un mañana osado juega junto al pasado,
-en tanto que unos tosen,
los otros se descosen-
vigilando a ladrones que su amor han sisado.
Juegan, matan el tiempo,
llenando un pasatiempo.

Esos seres humanos, de semblantes añejos,
con espaldas hundidas
y miradas perdidas
ya no tienen futuro solo tienen consejos,
de repliegues, patosos,
añosos, son los viejos.
©donaciano bueno

De pronto el corazón, con ansia extrema
Mezclada a un tiempo de placer y espanto,
Latió, mientras su labio murmuraba:
"¡No, los muertos no vuelven de sus antros!
(la canción que oyó en sueños el viejo)
Rosalía de Castro

El autor ha querido reflejar la estampa de una placita en la que, puntualmente todas las tardes, se reúnen los ancianos del lugar para "matar el tiempo" (el pasado) mientras vigilar a sus nietos los niños que allí corretean (el futuro).

MI POETA SUGERIDO: Aurora de Albornoz

Ofelia

Era de nuevo el río de las aguas azules.
El de siempre.
El que tuvo tan cerca muchas veces.

Sabía su principio
pero no quiso nunca
perderse por su aguas.

Lo sintió más cercano.
Adivinó sus brazos
azules
como siempre.
Y tocó su principio.
Y lo siguió gustando.
Y sintió poco a poco
sobre el cuerpo
el peso de las aguas,
pero no tuvo miedo.

Y adormeció los jos.

Y se volvió de lado.

Todo amor es fantasía…

Todo amor es fantasía, de sobra lo sabemos: inventa al amante, a la amada, nos inventamos con año, día, sabor, piel… Nuestros sueños separados inventan la melodía que nuestros sueños juntos descomponen, destrozan, recomponen. Que nuestros cuerpos juntos sueñan, viva, eterna.

Todo amor es asombrada fantasía, iluminada fantasía sin palabras, acaso queriéndose fijar en palabras.

Palabras. Palabras las tuyas creándome, inventando a éste que…

Los ojos que miro, parados, verdosamente inseguros ¿los aprendo en el espejo, en las palabras, tus palabras?

Ahora unos dedos (mis dedos) rozan unos brazos (estos brazos) modelan suavemente una cintura, se redondean sobre unas caderas, piensan una piel real, un cuerpo ¿real o fantasía inventada por el amor, tu amor hecho palabras?

Fantasía-Guiomar que creaste, creí:

Sólo mi figura como una centella blanca, fija e inmóvil una centella de tiempo sólo, oscila, viene y va, en espiral asciende, desciende hasta ti, entre tus brazos es ala o piel palpitante la figura, mi blanca figura que se derrama en chorro multicolor, cintas que atan, desatan rojos, azules, oro sobre pizarra gris, multicolor sobre tu noche oscura rayándola de cascabeles brillándola, trenzándose en luz, alzándose en luz-sonido, mi figura fugaz que se derrama, se perfila en tecnicolor de japonesa armonía, azulea, rojea, sonríe, reluce dorada sobre todos los grises, te ofrece el ovillo dorado que tus manos toman, te ofrezco mis manos, mis liberadoras manos, atamos nuestras manos, nuestras bocas, hallamos el hilo del claro
día, día-nosotros.

(Desde la penumbra de una butaca de patio nos miré un instante proyectados allí: nos contemplé —en tan sólo un instante-centella— liberados.)

Lo dice, repite y repite una voz…

Lo dice, repite y repite una voz, garganta, entrañas de mujer que dulcemente se desgranan en sílabas, dulces palabras de mujer que dicen, gustan y regustan que por siempre llevarás sabor a mí. Tus labios llevarán sabor a mí. Y la memoria va desperezándose, desenredando ovillos, dorados o azules o cordíalmente grana, ovillos de palabras ondulantes de suave caminar hasta allí (donde aún no estaba Guiomar) y allí las palabras. Las palabras deslizándose por el aire cálido, desde el aire a los adentros, mis adentros aquí que ahora las escuchan en algún tocadiscos vecino, que ahora las gustan y regustan avivadoras de un tiempo tejido con ellas, con esas o parecidas palabras que cantaban verdades lánguidamente tristes, o fulgurantes como abiertas quemaduras, que iluminaban ilusiones de verdades. Palabras, de mujer o de hombre: palabras de bolero. De mujer, aquéllas, éstas que dicen y repiten y regustan sabor a mí, a mí que ahora, en gesto convencional, junto los párpados en son de recuerdo y dejo que mi cabeza repose en el hueco de mis manos y me dispongo a pensar que pienso y pienso ahora si llevarás sabor a mí, si llevaré sabor a ti si llevarán tus labios —¿dices que nada se pierde?— sí aún llevaran tus labios, que dónde los sabores otros que traías, los que creíste eternos, este mío de hoy…

Mira, yo, la Guiomar por ti creada, estoy ahora —fondo azul de boleros— creando una ilusión: por siempre llevarás sabor a mí. Y quien vive de crear ilusiones no morirá jamás de desengaños.

TENGO MUY POCO QUE DEJAR

TENGO muy poco que dejar…
Dejo mi cuerpo a España
y mis palabras a los cuatro vientos.

Dejo mi cuerpo
a España.

Querría deshacerme
allí,
mirando al mar,
entre la tierra húmeda
que siento
– viva, hoy-
tan cercana a mis hombros.
Entre tierra.

Mis palabras,
si alguna sirve para algo,
para alguien,
a todos.
A los demá.
Hacia todos los vientos, mis palabras.

Mi cuerpo
-amigos, perdonad este capricho inútil-
en un pequeño cementerio
que mira al mar
allá en la tierra que me hizo.
En Luarca de Asturias.
En Asturias de España.
del libro de José María Balcells titulado poemas del destierro (Antología siglos XVI-XX) -Selecciones de poesía española

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TIEMPOS QUE FUERON… [Mi poema]
Guillermo Enrique Fernández [Poeta sugerido]

MI POEMA ...de medio pelo

 

Tiempos, que fueron de paz, cuando a la vida,
los dulces rayos de sol de la mañana
envían un soplo de emoción, ungida
de olores a salvia espliego y mejorana.

Aquellos que mitigaban las heridas,
tristes y cruentas, que aprisionaban mi alma
y que ahora ya en mi senectud venida
-reposo del guerrero- contemplo en calma.

Cicatrices, aunque inocuas que perduran
bajo estos arcos de mi descenso manso
que aunque yo intento ahuyentar duran y duran.

Los chopos que me acompañan en la orilla
con precaución supervisan su remanso,
evitando convertirse en pesadilla.
©donaciano bueno

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde sus rastros dejaron,
en dónde alma mía?
(Rosalía de Castro)

Los tiempos pasados están compuestos de éxitos, fracasos, alegrías, tristezas, todo ellos son parte de la vida que con el paso del tiempo se recuerdan. Especialmente los buenos, y los malos, si es posible, a la basura.

MI POETA SUGERIDO: Guillermo Enrique Fernández

COLGANDO

Ahí está la ropa colgando.
Ahí estoy colgando con la ropa.

Esa ropa que no me viste.
(El desencadenamiento de la caja negra)

HAS VISTO BALANCEARSE LA CUERDA

Has visto balancearse la cuerda
en la puerta de tus ojos.
Has visto en los campos,
espantado, trigales con cuervos.
Gente llorando.
Caer lágrimas hacia el cielo
buscando algún consuelo.
Sin embargo,
desolación ha sido el nombre,
como una respuesta desde el vacío.
Escenas prendidas en el telón de fondo.

En el escenario de la ciudad,
los personajes gesticulan
y se reproducen como en un cine rotativo.
Las personas se retiran hacia los márgenes
de la ciudad,
y cierto brillo en los ojos de los mendigos,
nos las recuerdan.

La poesía,
la cuerda extendida sobre los mundos,
atravesando un abismo
para la persistencia del trapecista suicida
por alcanzar el horizonte
donde comenzará la nueva escritura.
(Descalzado de culpa)

MENTALISTA DESARTICULADO

a Rodrigo Lira

Un mentalista desarticulado
del cual cuelgan las palabras,
como las raídas ropas de un mendigo.
Con su Lira incendiaría toda esta ciudad.

Su balbuceo infinito,
un segmentado rayo de sol
empujado por Van Gogh.

Se acerca e intenta acercar,
sin cercar al otro.
Al otro dormido en los sueños profundos del Leteo.
Al otro que traga el sudor de la vida,
sin quejas.
Al otro que juega sin mirar la hora de los finales.

Al otro que sale a buscarte
en el rojo mar que te rodea.

(Silencio a dos gritos)
de Estado decepción

EN EL LUGAR

En el lugar,
una digresión palpitante
encubre el anhelo
(siempre es de campos floridos).

Atorado se pierde en la fijación,
pero carente de destino.
Una palabra sin aliento
lapida todo vuelo.
Un temblor de esferas
son la mirada.

La ironía se tuerce
como bumerang de suicida.

HOY ME DERRUMBÉ

Hoy me derrumbé.
Sonó: ¡plaf!
Tiré golpes desde el suelo,
en el fondo se veía el cielo.

DIÓGENES SILBA EN EL CALLEJÓN

Los perros ladran.
Diógenes se acerca,
el callejón se ilumina.
Se ilumina en su pobreza de extra-muro
desde el lado de este loco a mitad del día.

Nuestros deseos ya están dispuestos
en el paredón.
Él los contempla con el brillo
en el ojo de mendigo.
El ojo de mendigo
que es un ojo de buey,
del anfitrión que espera
sin contar las horas.

En la puerta de la iglesia
orina su última cerveza
y se retira con un soplo de nostalgia
que cierra mi ventana.
Entonces, caigo en la cuenta de Teillier:
Un desconocido silba en el bosque.
de Camino de la bala

FRENTE A UDS.

Ahora frente a Uds. y en la ausencia de mí mismo
establezco la falta de sentido.
La nulidad absoluta del cielo
y el hoyo eterno en la pared.
Frente a Uds. y sin remedio
reafirmo que vivir
es estar mucho tiempo enfermo,
más bien agónico
tuberculoso del alma.

Estimada res pública,
más cercana al ganado que a la cosa
quiero demostrar de una vez por todas
que sus cabezas ya rodaron hacia el mercado,
a pesar de la ira de Dios
y que las cosas están a bajo precio,
sólo por hoy.

Estimada audiencia
quiero instarles a caminar descalzos
por el filo del alambre
y sangrarles los pies,
para que sepan que el dolor no tiene límite
ni fundamento,
es un giro inesperado de la cabeza
hacia el vacío.

Algo llama, ¡llame ya!
Llamee su propio incendio
y luego apáguelo
con sus orines
y sus lágrimas de ángel caído.

Estimados oyentes no he venido hasta aquí
para convertirme en el hazmerreír
de una tropa de idiotas,
sino para expiar un algo de vida
que cuelga de la hoja más frágil
a punto de caer en este otoño.
Quiero también señalarles
que no existe la gran obra,
sólo existe el pestilente
flatus vocis del espíritu,
la atrofia mayúscula de la humanidad
sobre la cual caerá el telón
y la función no se repetirá mañana.

GATILLO

Se me atascó el dedo en el gatillo.
Ha comenzado a hincharse
como un globo,
ha comenzado a elevarme.

Los suicidas también van al cielo.

POEMA PUNK

Acerado sentimiento
el de su cresta punk.

Se hizo verificar en el vomito de infancia
con el que su ser es un pogo de dispepsia
de flatulencia interminable
en alarido.

Quiere quebrar su espalda remota
para invalidar el sustento
de la puerquería
capitalista y fascista
en que erigida fue su educación.

Muerte a la madre de CEMA Chile,
al tufillo venenoso del cura de su pueblo
y al Orden y Patria
del palo metido en el culo.

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EMIGRANTES [Mi poema]
Alberto Hernández [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Es aquí, donde hoy vivo, que hay mucha gente,
todos tan diferentes, de otros países,
unos hay que olvidaron ya sus raíces,
otros sé que las tienen siempre presente.

Todos los que conozco, seres humanos,
bailan al mismo ritmo que aquí se toca,
pisan como nosotros la misma roca,
suturando sus puses los mismos granos.

Unos vienen huyendo de alguna guerra
a otros les mueve solo un plan de aventura,
para hacer su dorado, o poner sutura
al hambre y la miseria, la vida perra.

Van cual almas impías, mochila al hombro,
sin conocer siquiera qué les espera,
con la mano vacía en la faltriquera,
guardando las vivencias para su asombro.

Detrás fueron dejando sus ilusiones
embriagados de rabia y desesperanza,
van andando el camino con su mudanza
intentando entender a las sinrazones.

Esperando les llegue quizás un día
en que lo que hoy hicieron den por bien hecho,
que las flores renazcan sobre el barbecho,
celebrando aquel hecho con alegría.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  Alberto Hernández

La tumba

Sin cementerio
En plena soledad
Disfruta de su exilio.

La ira

Muerde el instante. Una llaga visible en la mirada.
Siempre retornar y no hacerlo,
Quedar en el mismo sitio, envuelto por la linfa de los días.
El país es una de las tantas derrotas. La única, quizás.
La pérdida, la muerte, el estupor, los tantos vacíos en el estómago.
Las ganas de extraviarse en el barro. Ser atropellado por una tormenta de grillos.
La ira, esa acumulación de insectos en las venas.
No hay otro país. El que nos quedaba a un costado, muere sin ayuda.

POEMAS ANDARIEGOS

(Textos extraviados una vez y otra vez)

Todo relámpago estima que ha sido utilizado
para descubrir el rostro del asombro. De lo contrario
se comportaría como el fenómeno que se anuncia
antes de pisar la alfombra.
(…)

Un violín atado a la ventana
hace esfuerzos por escapar a la calle.
El genio, el Stradivarius que lleva
en la madera, no le permite
ciertas extravagancias.
Con razón el estudiante llora
cada vez que advierte su silencio.
(…)

Sin ánimo
de lanzarse al abismo
el poeta (el que contempla el vacío
con media sonrisa)
inicia el ejercicio de su depuración.
(…)

Le ha sido dado a la multitud
el don de la quimera. Por eso
-al abandonar el lugar del abuso-
ahonda el grito
el fracaso del vértigo.
(…)

La profundidad del beso
lo condenó a un silencio mudable
y sin medir las consecuencias
de la única palabra
que pudo pensar
se desató del abrazo
intentó un monosílabo asiático
y huyó.

–para Israel Centeno–

Como todos los cielos caben
en la ceguera cóncava de un solo exilio.
Adalber Salas Hernández
*
…nadie se libra de su biografía.
Javier Cercas
*
Hoy es siempre todavía.
Antonio Machado

Exilios

1.-
Son varios
Son varios los exilios y uno solo
Son todos los exilios en los huesos

En el estiércol que consume las noches
En la pelvis que sostiene el borde que tragamos.

Y así
Suspendidos en el aire mientras las nubes pasan
Los ojos
Y unos pájaros que flotan en el barro.
Son varios
Son muchos los exilios que han signado la carne:
Son tantos descontados
Son otros olvidados, espiados, carcomidos.
La muela de una hora estrangula el olvido.
Nos quedamos atrás en el atrás del miedo.
En ojos que no miran, precisos y plurales
Comidos de otra tierra y en polvo se olvidaron.
Ciego es el exilio, cóncavo su cielo:
Y airado por la muerte, el sol es tan distinto,
Tan distinta la vida y tan distinta la muerte.

2.-
Yo fui carne de exilio y estuve un tiempo muerto.

3.-
Fui sombra de mi sombra y regresé hecho sombra.

4.-
Son tantos los olvidos
Son tantos los exilios
Era tanta la muerte de los que se perdieron
Fueron los huesos de mi joven padre
En un camposanto de tumbas desterradas.
Son tantos los exilios
Los que llevo en la sombra
La que hinca mis huellas y se asoma
Desorbitados ojos / relámpagos y sueños.
Un desierto amaga la arena de la sangre:
El exilio regresa conmigo en la penumbra.
Nada queda de aquello
Nada queda de ahora.
Tanto exilio, ensogado a la angustia
Vértebra de animal suficiente y piadoso.

5.-
Exilio,
Son tantos los exilios.
Cierro los ojos y pronuncian mi nombre.
Regreso a la crueldad del sobresalto.
A un solo exilio.

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Rosalía de Castro

Adiós, Ríos, Adios Fontes

Cantares Galegos, 15

Adiós, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.
Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei,
prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña do meu contento,
muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras,
da igrexiña do lugar,
amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adios, para sempre adios!
¡Adios groria! ¡Adios contento!
¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conozo
por un mundo que non vin!
Deixo amigos por estraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera non deixar!...

Mais son probe e, ¡mal pecado!,
a miña terra n'é miña,
que hastra lle dan de prestado
a beira por que camiña
ó que naceu desdichado.
Téñovos, pois, que deixar,
hortiña que tanto amei,
fogueiriña do meu lar,
arboriños que prantei,
fontiña do cabañar.
Adios, adios, que me vou,
herbiñas do camposanto,
donde meu pai se enterrou,
herbiñas que biquei tanto,
terriña que nos criou.
Adios Virxe da Asunción,
branca como un serafín;
lévovos no corazón:
Pedídelle a Dios por min,
miña Virxe da Asunción.
Xa se oien lonxe, moi lonxe,
as campanas do Pomar;
para min, ¡ai!, coitadiño,
nunca máis han de tocar.
Xa se oien lonxe, máis lonxe
Cada balada é un dolor;
voume soio, sin arrimo...
¡Miña terra, ¡adios!, ¡adios!
¡Adios tamén, queridiña!...
¡Adios por sempre quizais!...
Dígoche este adios chorando
desde a beiriña do mar.
Non me olvides, queridiña,
si morro de soidás...
tantas légoas mar adentro...
¡Miña casiña!,¡meu lar!

UN PÁJARO SIN ALAS [Mi poema]
Yamandú Rodríguez [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

(canción triste)

Me contaron mis abuelos que en la Habana
por la noche, cuando ruge el malecón,
en que afloja la pereza y la galbana,
con su parche, su bandera y su canana,
surge un hombre tarareando una canción.

Por su aspecto pareciera que es un viejo
que entonando siempre sigue el mismo son,
con su gorra de marino y su entrecejo,
abrazado a la botella de un añejo
disfrutando de algún trago de un buen ron.

Que él soñaba con llegar a otros lugares
donde dicen que se vive en libertad
navegando con destreza hacia otros lares
en que habitan desde un tiempo familiares
y saber si lo que dicen es verdad.

Mas se cuenta que al nacer una mañana
esa sombra del marino se esfumó
a esa hora en que dormía tan temprana,
unos dicen ya vivía con desgana
y otros cuentan que de pena se murió.

Desde entonces, cuando inicia el nuevo día,
es el eco que repica esa canción
sin la letra, que sólo es la melodía,
que transporta al malecón melancolía
y hace un solo, fiel su amigo, el acordeón.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  Yamandú Rodríguez

El Remate

Falta el aire, y sobran moscas en este domingo de enero,
el sol fríe la chicharra duerme un matungo azulejo,
algunos pollos con argaras están de picos abiertos,
por los charquitos de sombras hay unas guachas bebiendo,
por los caminos calientes cruza la siesta en su lerdo,
ojos azules de cardo curiosean desde lejos,
y asoman por las retamas, ojos azules de ceibo,todo es dulce de tan pobre..

Frente al rancho de tanteo,que esta
con los cuatro codos deshilachado de tiempo,
subasta un rematador, las pilchas de un criollo viejo,
hay muchos interesados, son vecinos todos ellos,
muchachos que hasta hace poco le llamaban «el abuelo».

Recostado sobre el palenque los mira tristón el viejo,
han ido a comprar barato cosas que no tienen precio,
y piensa con amargura, ya no da criollos el tiempo,
que vale este par de espuelas,si las rodajas de fierro
son como dos lagrimones que llorasen por su dueño,
con ellas salio a ganar hace ya muchos inviernos,
la novia en un bagual blanco, la vida en un bagual negro.
Los mozos suben la oferta, doy 10, 15, 20 pesos,
disputan como caranchos el corazón del abuelo,
que al escucharlos se pone rojo de vergüenza el cielo.

Son suyas las nazarenas, dice a uno el martillero,
le han vendido las lloronas, hoy por desgracia hoy tan luego,
que en el palenque la vida le ato su bagual mas negro,
y piensa con amargura, ya no da criollos el tiempo..

Sacan a la venta un poncho, donde garúan los flecos,
para mojarle la cara al que se lo lleve puesto,
tiene la boca zurcida, y lo gasto tanto el tiempo
que a tras luz del calamaco se ve la historia del dueño,
guampas chuzas y facones lo acribaron de agujeros,
pero su filosofía siempre le puso remiendo,
de día con un celeste, de noche con un lucero…

Yo pago por esa pilcha tuita la plata que tengo,
subo a una onza la oferta, si no hay quien de mas lo quemo.
Entonces cae el martillo en lo mas duro del silencio,
un mozo se llevo el poncho y allí cerca el pobre viejo
esta temblando de frío en una tarde de enero,
y piensa con amargura, ya no da criollos el tiempo.

Así perdió en la bajada lo que gano en el repecho,
una a una las ovejas, pilcha por pilcha el apero,
quisiera salvar del lote su mancarrón azulejo,
pa´ que lo agarre la noche en un caballo estrellero,
no tiene mas que uno, y ese, se lo quema el martillero.

Allí termino el remate, cobro la cuenta el pulpero,
¡ aura si! Al verlo tan amargao tan desecho,
todos los rumbos arrollan los lazos de los senderos,
y son cuatro pialadores los que están esperando al viejo,
en cuanto quiera salir, le van a dar contra el suelo…

Entonces aquellos mozos se acercan pa´ defenderlo,
y el mas ladino le dice entre temblón y risueño,
todos compramos sus pilchas, pa´ salvárselas abuelo,
aquí tiene sus espuelas, aquí tiene su azulejo,
Otro le trae en los brazos, igual que a un niño, el apero
otro le entibia las manos con aquel poncho de fleco,
y otro que no compro nada, le estampa en la frente un beso…
Por que sigue dando criollos, muy lindos criollos el tiempo…

AMANECIENDO

Yo ya andaba levanta’o…, de madrugada salgo a prender mi tabaco en el lucero, mientras termina de encerrar la noche… una ronda de gallos fulgurientos.

Tapa’o con las cenizas del rocío….,
Arde haya en horizonte el trasfogueo,
hay un pirincho…, caprichoso,- madruga mucho,
-viene hacer buche de luz en ese alero.
Hay una ronda de pajaritos con los picos recién pintaos de nuevo
y en los juncales del arrollo de oro tiende a secar sus medias el bollero.

Yo era mozo…, mozo y con novia,-
Me faltaría mas o menos un mes pa el casamiento.
Sobre el amanecer de mi relato
— ha pasao… poco olvido,
Pero mucho tiempo…,

Se ve un amargo…
Y sentí en la puerta como el balar de un corderito enfermo…
Abro… y me encuentro… con un niño e meses…
envuelto en unos trapos viejos, ¿y esto?…
pensé pa’ mis adentro….
Quien sabe?,….. quien sabe que miserias me trajo a mi este mamón ajeno.
Lo alcé…, ¡lo alcé como quien alza un crucifijo toca’o por dentro.
Lo bese en la moyera que tenia una pelusa de patito negro.
Lo apreté juerrrte contra el calor empluma’o de mi pecho y el niño…,
El niño dejo de llorar,
Y el sol…, el sol curioso se acerco como olfatearlo,
El horno abrió tamaaña boca al verlo… y pa que el niño riyera mi caballo viejo hizo de su coscoja un sonajero.
Entonces yo toca’o le dije a tu’itos,
Al aire,… al rancho,… al caballo, a la vaca, al sol, al viento,..
Este,… éste es un hijo mío…
Claro que es un hijo mío por que es una semilla,… es
Una semilla que me trajo el viento…
Bendita sea la noche que lo puso desnudito de amor bajo mi alero.

Le deje el neno a una vecina,… le cargue espuelas al caballo viejo,
Y lo raye en el patio de mi hembra,…
En el patio de esa mujer que no tuvo corazón,…
En el patio de esa mujer que no tuvo sentimientos,…
Porque le negó al niño el agua del socorro y pecho,
Porque iban a decir cuatro vecinas que ese hijo era nuestro,
Iban a decir que lo habíamos tenido nosotros sin permiso el pueblo ante el casamiento, y ella,… mi novia,… mi novia me pidió que lo regalara,
Mi novia me pidió que lo diera! y ¡como podía darlo…,
¡Cómo podía darlo si no era un perro!,..
No era un perro… era un pedazo de carne,..
Era un pedazo de carne con una rosa adentro.
Y Dios,,,, dios no puso ese niño en el nido de un malba’o,,
Dios lo puso en el nido querendón de un hombre de América,
Que se santigua por los cuatro vientos,
Y yo no estoy pa que me tiemble el pulso cuando salgo a prender mi tabaco en el lucero.
¡Ella mi novia!.. me dijo que podía haberme dado’ un hijo nuestro,
Que ese,. .que ese era un pedazo de carne ajena,…
¡Que ese era un pedazo de carne negra,…
Que ese era un pedazo e’ carne e’ pueblo,
Que lo diera que lo regalara!, y como podía, como podía regalarlo…
si no era un perro….
Y entonces mi novia,… la mujer quien en toavia quiero,…
La mujer que le estaba agarraaanndo,,,
Agarraaanndo la orejita al casamiento.
Me apunto los ojos en el pecho y me dio a elegir; » el niño… o ella»,…
El niño o ella, …el niño o ella,… el niño o ella.
CON el niño le dije que SÍ, con el desnudito de amor, con Él me quedo.

El perdón

Son las cinco de la tarde en un pago de leyenda.
A estas horas el ombú, se saca el poncho violeta
y lo tiende sobre el suelo curtido de la tranquera.
No pasa una virazón.
El patio se recalienta
con un brasero ‘e malvones, prendido no bien clarea,
a donde las ponedoras van a pintarse las crestas
y casi siempre murmuran su rosario las abejas.
El rancho es de palo a pique.
Parece que jué carreta;
porque entuavía se ven entre los yuyos dos ruedas:
una es la boca del pozo y la otra, la manguera.
Dicen que todo era dulce: el agua, el techo y la dueña,
una viejita muy blanca, que dejó viuda la guerra
con cuatro hijos varones…y se echó esa cruz a cuesta.
Sus manos son un milagro de amor, porque sale de ellas
tierno el pan del amasijo, tibia la leche que ordeña,
blanco de espuma el mantel en el altar de la mesa,
donde esas manos bendicen la caridad de la cena
con la hostia de la luna azulando la cumbrera.
Esas manos día a día, sacan calor de la rueca,
pa’ antibiar cuatro pichones que desplumó la pobreza.
Y esas manos de la madre, con diez palitos sin juerza,
van haciendo cuatro gauchos a rigor de potro y sierra.
Si alguna vez se enojaba con un gurí, siempre ella,
antes de cerrar la noche, le dio la mano derecha
para que él se la besara con un “¡perdoname vieja!”
Nunca se pudo dormir con un hijo en penitencia.
Y esa tarde, el más muchacho, estando solo con ella,
olvida la ley de Dios, levanta un puño y golpea
el pecho de aquella madre, que es un santa de güeña.
A’i no más monta a caballo dejándola cáida en tierra.
Y a la oración, cuando güelven los cuatro para la cena,
está el fogón apagao y hay un frío de tapera…
-¡Mama!- Naide responde.
Temblando ya, la campean.
Como buscan a la altura del corazón, no la encuentran;
porque la madre está allí, pero sobre el piso: muerta.
Los cuatro mozos de luto, al campo santo la llevan.
Pesaba tan poco en vida…y aura no pueden con ella.
Doblan por las cuatro puntas aquél pañuelo de tierra…
Caian unas flores de yuyos…se santiguan…y la dejan.
Al otro día un vecino, al pasar por allí cerca,
avisa que a la finada le quedó una mano ajuera.
¡Cómo! Se miran los cuatro y ninguno malicea,
güelven, le cubren la mano y pa’ mejor protejerla
Rodean la sepultura con un corralito ‘e piedra.
Y la misma tarde, un hombre que cruza con su caballo
les dice que vio la mano otra vez a flor de tierra…
Entonces, al más muchacho, le habló al ‘oido la conciencia;
porque se puso ‘e rodillas en el corralito ´e piedra,
bajó la frente y llorando, pa´ que la madre l´ oyera,
como cuando jué gurí, dijo: “Perdoname, vieja”.
Cubrió de besos la mano…después la cubrió de tierra…
Y como salía solo pa´perdonar la ofensa,
dende la tarde del beso ya descansó bajo tierra…
Y naides más vio la mano de la madrecita güena,
que nunca pudo dormir con un hijo en penitencia.

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Rosalía de Castro - ¡Para la Habana! 

Este se va y aquel se va,
y todos, todos se van.
Gálica, sin hombres quedas
que te puedan trabajar.
tienes, en cambio, huérfanos y huérfanas
y campos de soledad,
y madres que no tienen hijos
e hijos que no tienen padres.
Y tienes corazones que sufren
largas ausencias mortales,
viudas de vivos y muertos
que nadie consolara.

»ROSALÍA de CASTRO [Mi poema]
Mis Maestros [Poeta sugerido]

Rosalía de Castro fue una escritora nacida en Santiago de Compostela en el año 1837 y fallecida en La Coruña en 1885. Se dedicó a la creación de prosa y poesía, tanto en idioma castellano como en gallego y se la reconoce como una de las figuras más importantes de las letras de su época. Sin lugar a dudas, fue con sus "Cantares Gallegos" que enalteció el nombre de su patria y contribuyó a su renacimiento cultural, concediéndole un lugar importante ante una nación que ya la daba por extinta. Continuando con su legado poético, que resalta por sobre su también brillante narrativa, dejó dos obras más que demuestran la grandeza de su arte: "Follas Novas" y "En las orillas del Sar". Con respecto a su prosa, destacan sus títulos "La hija del mar", "El caballero de las botas azules" y "Padrón y las inundaciones". A continuación contamos con algunos de sus poemas, como ser "Dicen que no hablan las plantas".

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LOS POEMAS
A LA LUNA I

¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.

Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.

La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,

la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.

            II

Todo lo ves, y todos los mortales,
cuantos en el mundo habitan,
en busca del alivio de sus males,
tu blanca luz solicitan.

Unos para consuelo de dolores,
otros tras de ensueños de oro
que con vagos y tibios resplandores
vierte tu rayo incoloro.

Y otros, en fin, para gustar contigo
esas venturas robadas
que huyen del sol, acusador testigo,
pero no de tus miradas.

            III

Y yo, celosa como me dio el cielo
y mi destino inconstante,
correr quisiera un misterioso velo
sobre tu casto semblante.

Y piensa mi exaltada fantasía
que sólo yo te contemplo,
y como que es hermosa en demasía
te doy mi patria por templo.

Pues digo con orgullo que en la esfera
jamás brilló luz alguna
que en su claro fulgor se pareciera
a nuestra cándida luna.

Mas ¡qué delirio y qué ilusión tan vana
esta que llena mi mente!
De altísimas regiones soberana
nos miras indiferente.

Y sigues en silencio tu camino
siempre impasible y serena,
dejándome sujeta a mi destino
como el preso a su cadena.

Y a alumbrar vas un suelo más dichoso
que nuestro encantado suelo,
aunque no más fecundo y más hermoso,
pues no le hay bajo del cielo.

No hizo Dios cual mi patria otra tan bella
en luz, perfume y frescura,
sólo que le dio en cambio mala estrella,
dote de toda hermosura.

            IV

Dígote, pues, adiós, tú, cuanto amada,
indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?

Adiós... adiós, y quiera la fortuna,
descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.

Y que al tornar viajera sin reposo
de nuevo a nuestras regiones,
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones,

en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas
han vuelto los ausentes a sus lares.

POEMAS
A sus plantas se agitan los hombres

como el salvaje hormiguero
en cualquier rincón oculto
de un camino olvidado y desierto.
¡Cuál le irritan sus gritos de júbilo,
sus risas y sus acentos,
gratos como la esperanza,>
como la dicha soberbios!
Todos alegres se miran,
se tropiezan, y en revuelto
torbellino van y vienen
a la luz de un sol espléndido,
del cual tiene que ocultarse,
roto, miserable, hambriento.

¡Ah!, si él fuera la nube plomiza
que lleva el rayo en su seno,
apagara la antorcha celeste
con sus enlutados velos,
y llenara de sombras el mundo
cual lo están sus pensamientos.

A las rubias envidias

porque naciste con color moreno,
y te parecen ellas blancos ángeles
que han bajado del cielo.
¡Ah!, pues no olvides, niña,
y ten por cosa cierta,
que mucho más que un ángel siempre pudo
un demonio en la tierra.

Al caer despeñado en la hondura

desde la alta cima,
duras rocas quebraron sus huesos,
hirieron sus carnes agudas espinas,
y el torrente de lecho sombrío,
rasgando sus linfas
y entreabriendo los húmedos labios,
vino a darle su beso de muerte
cerrando en los suyos el paso a la vida.
Despertáronle luego, y temblando
de angustia y de miedo,
—¡Ah!, ¿por qué despertar? —preguntóse
después de haber muerto.

Al pie de su tumba
con violados y ardientes reflejos,
flotando en la niebla
vio dos ojos brillantes de fuego
que al mirarle ahuyentaban el frío
de la muerte templando su seno.

Y del yermo sin fin de su espíritu
ya vuelto a la vida, rompiéndose el hielo,
sintió al cabo brotar en el alma
la flor de la dicha, que engendra el deseo.
Dios no quiso que entrase infecunda
en la fértil región de los cielos;
piedad tuvo del ánimo triste
que el germen guardaba de goces eternos.

Alma que vas huyendo de ti misma,

¿qué buscas, insensata, en las demás?
Si secó en ti la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.
¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
y hay en la tierra flores perfumadas!
¡Sí!... Mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron, desdichada.

UN RECUERDO

¡Ay, cómo el llanto de mis ojos quema!...
¡Cuál mi mejilla abrasa!...
¡Cómo el rudo penar que me envenena
mi corazón traspasa!

Cómo siento el pesar del alma mía
al empuje violento
del dulce y triste recordar de un día
que pasó como el viento.

Cuán presentes están en mi memoria
un nombre y un suspiro...
Página extraña de mi larga historia,
de un bien con que deliro.

Yo escuchaba tina voz llena de encanto,
melodía sin nombre,
que iba risueña a recoger mi llanto...
¡Era la voz de un hombre!

Sombra fugaz que se acerco liviana
vertiendo sus amores,
y que posó sobre mi sien temprana
mil cariñosas flores.

Acarició mi frente que se hundía
entre acerbos pesares;
y lleno de dulzura y de armonía
díjome sus cantares.

Y ¡ay!, eran dulces cual sonora lira,
que vibrando se siente
en lejana enramada, adonde expira
su gemido doliente.

Yo percibí su divinal ternura
penetrar en el alma,
disipando la tétrica amargura
que robara mi calma.

Y la ardiente pasión sustituyendo
a una fría memoria,
sentí con fuerza el corazón latiendo
por una nueva gloria.
Dicha sin fin, que se acercó temprana
con extraños placeres,
como el bello fulgor de una mañana
que sueñan las mujeres.

Rosa que nace al saludar el día,
y a la tarde se muere,
retrato de un placer y una agonía
que al corazón se adhiere.

Imagen fiel de esa esperanza vana
que en nada se convierte;
que dice el hombre en su ilusión mañana,
y mañana es la muerte.

Y así pasó: Mi frente adormecida
volvióse luego roja;
y trocóse el albor de mi alegría,
flor que, seca, se arroja

Calló la voz de melodía tanta
y la dicha durmió;
y al nuevo resplandor que se levanta
lo pasado murió.

Hoy sólo el llanto a mis dolores queda,
sueños de amor de corazón, dormid:
¡Dicha sin fin que a mi existir se niegan
gloria y placer y venturanza huid!...

Muda la luna y como siempre pálida,

mientras recorre la azulada esfera
seguida de su séquito
de nubes y de estrellas,
rencorosa despierta en mi memoria
yo no sé qué fantasmas y quimeras.

Y con sus dulces misteriosos rayos
derrama en mis entrañas tanta hiel,
que pienso con placer que ella, la eterna,
ha de pasar también.

Nada me importa, blanca o negra mariposa,

que dichas anunciándome o malhadadas nuevas,
en torno de mi lámpara o de mi frente en torno,
os agitéis inquietas.

La venturosa copa del placer para siempre
rota a mis pies está,
y en la del dolor llena... ¡llena hasta desbordarse!,
ni penas ni amarguras pueden caber ya más.

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas

donde lo grande pasa de prisa y lo pequeño
desaparece o se hunde, como piedra arrojada
de las aguas profundas al estancado légamo.

Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
el viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
ni que eterna repita sus murmullos el agua;
canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.

Aún parece que asoman, tras del Miranda altivo,

de mayo los albores, ¡y pasó ya setiembre!
Aún parece que torna la errante golondrina,
y en pos de otras regiones ya el raudo vuelo tiende.

Ayer flores y aromas, ayer canto de pájaros
y mares de verdura y de doradas mieses;
hoy nubes que sombrías hacia Occidente avanzan,
el brillo del relámpago y el eco del torrente.

Pasó, pasó el verano rápido, como pasa
un venturoso sueño del amor en la fiebre,
y ya secas las hojas en las ramas desnudas,
tiemblan descoloridas esperando la muerte.

¡Ah, cuando en esas noches tormentosas y largas
la luna brille a intervalos sobre la blanca nieve,
¡de cuántos, que dichosos ayer la contemplaron,
alumbrarán la tumba sus rayos transparentes!

Busca y anhela el sosiego...,

mas... ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar;
que hoy, como ayer y mañana
cual hoy en su eterno afán
de hallar el bien que ambiciona
—cuando sólo encuentra el mal—
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.

Cada vez que recuerda tanto oprobio,

—cada vez digo ¡y lo recuerda siempre!—,
avergonzada su alma
quisiera en el no ser desvanecerse,
como la blanca nube
en el espacio azul se desvanece.

Recuerdo... lo que halaga hasta el delirio
o da dolor hasta causar la muerte...
no, no es sólo recuerdo,
sino que es juntamente
el pasado, el presente, el infinito,
lo que fue, lo que es y ha de ser siempre.

Camino blanco, viejo camino,

desigual, pedregoso y estrecho,
donde el eco apacible resuena
del arroyo que pasa bullendo,
y en donde detiene su vuelo inconstante,
o el paso ligero,
de la fruta que brota en las zarzas
buscando el sabroso y agreste alimento,
el gorrión adusto,
los niños hambrientos,
las cabras monteses
y el perro sin dueño...
Blanca senda, camino olvidado,
¡bullicioso y alegre otro tiempo!,
del que solo y a pie de la vida
va andando su larga jornada, más bello
y agradable a los ojos pareces
cuanto más solitario y más yermo.
Que al cruzar por la ruta espaciosa
donde lucen sus trenes soberbios
los dichosos del mundo, descalzo,
sudoroso y de polvo cubierto,
¡qué extrañeza y profundo desvío
infunde en las almas el pobre viajero!

Cerrado capullo de pálidas tintas,

modesta hermosura de frente graciosa,
¿por quién has perdido la paz de tu alma?
¿a quién regalaste la miel de tu boca?
A quien te detesta quizás, y le causan
enojo tus labios de cándido aroma,
porque busca la rosa encendida
que abre al sol de la tarde sus hojas.

Con ese orgullo de la honrada y triste

miseria resignada a sus tormentos,
la virgen pobre su canción entona
en el mísero y lóbrego aposento,
y allí otra voz murmura al mismo tiempo:

«Entre plumas y rosas descansemos,
que hallo mejor anticipar los goces
de la gloria en la tierra, y que impaciente
por mí aguarde el infierno;
el infierno a quien vence el que ha pecado
con su arrepentimiento.
¡Bien hayas tú, la que el placer apuras;
y tú, pobre y ascética, mal hayas!
La vida es breve, el porvenir oscuro,
cierta la muerte, y venturosa aquella
que en vez de sueños realidades ama.»

Ella, triste, de súbito suspira
interrumpiendo su cantar, y bañan,
frías y silenciosas,
su semblante las lágrimas.

¿Quién levantó tal tempestad de llanto
en aquella alma blanca y sin rencores
que aceptaba serena su desdicha,
con fe esperando en los celestes dones?
¡Quién! El perenne instigador oculto
de la insidiosa duda; el monstruo informe
que ya es la fiebre del carnal deseo,
ya el montón de oro que al brillar corrompe,
ya de amor puro la fingida imagen:
otra vez el de siempre... ¡Mefistófeles!

Creyó que era eterno tu reino en el alma,

y creyó tu esencia, esencia inmortal,
mas, si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la tierra,
¡no existes, verdad!

Cuando en las nubes hay tormenta

suele también haberla en su pecho;
mas nunca hay calma en él, aun cuando
la calma reine en tierra y cielo;
porque es entonces cuando torvos
cual nunca riñen sus pensamientos.

Cuando recuerdo del ancho bosque

el mar dorado
de hojas marchitas que en el otoño
agita el viento con soplo blando,
tan honda angustia nubla mi alma,
turba mi pecho,
que me pregunto:
«¿Por qué tan terca,
tan fiel memoria me ha dado el cielo?»

Cuando sopla el Norte duro

y arde en el hogar el fuego,
y ellos pasan por mi puerta
flacos, desnudos y hambrientos,
el frío hiela mi espíritu,
como debe helar su cuerpo,
y mi corazón se queda,
al verles ir sin consuelo,
cual ellos, opreso y triste,
desconsolado cual ellos.

Era niño y ya perdiera
la costumbre de llorar;
la miseria seca el alma
y los ojos además;
era niño y parecía
por sus hechos viejo ya.

Experiencia del mendigo,
era precoz como el mal,
implacable como el odio,
dura como la verdad.

¡Aturde la confusa gritería
que se levanta entre la turba inmensa!
Ya no saben qué quieren ni qué piden;
mas embriagados de soberbia, buscan
un ídolo o una víctima a quien hieran.

Brutales son sus iras,
y aun quizás mas brutales sus amores;
no provoquéis al monstruo de cien brazos,
como la ciega tempestad terrible,
ya ardiente os ame o fríamente os odie.

...

Candente está la atmósfera;
explora el zorro la desierta vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina,
y el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa.
Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y húmedas umbrías,
monótono y constante
como el sordo estertor de la agonía.
Bien pudiera llamarse, en el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al hombre, de luchar cansado,
más que nunca le irritan
de la materia la imponente fuerza
y del alma las ansias infinitas.
Volved, ¡oh, noches del invierno frío,
nuestras viejas amantes de otros días!
Tornad con vuestros hielos y crudezas
a refrescar la sangre enardecida
por el estío insoportable y triste...
¡Triste... lleno de pámpanos y espigas!
Frío y calor, otoño o primavera,
¿dónde..., dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana
no hay estación risueña ni propicia.

Que aunque hoy así no se le llame, acaso
proseguirá sin nombre la batalla,
porque mudan los nombres, mas las cosas
eternas, ni se mudan ni se cambian.

...

Aunque no alcancen gloria,
pensé escribiendo lbro tan pequeño,
son fáciles y breves mis canciones
y acaso alcancen mi anhelado sueño.
pues bien puede guardarlas la memoria
tal como, pese al tiempo y la distancia,
y al fuego asolador de las pasiones,
cortas, pero fervientes oraciones.
por eso son, aunque no alcancen gloria,
tan fáciles y breves mis canciones.

...

Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo;
triste, en la tierra, el color gris domina,
¡el color de los viejos!

De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento
al pasar por el bosque
silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.

Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
el campo está desierto,
y tan sólo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
mientras graznan los cuervos.

Yo desde mi ventana,
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!,
mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?

¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros,
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!

...

Cuido una planta bella
que ama y busca la sombra,
como la busca un alma
huérfana, triste, enamorada y sola,
y allí donde jamás la luz del día
llega sino a través de las umbrosas
ramas de un mirto y los cristales turbios
de una ventana angosta,
ella vive tan fresca y perfumada,
y se torna más bella y más frondosa,
y languidece y se marchita y muere
cuando un rayo de sol besa sus hojas.

Para el pájaro el aire, para el musgo la roca,
los mares para el alga, mayo para las rosas;
que todo ser o planta va buscando
su natural atmósfera,
y sucumbe bien pronto si es que a ella
oculta mano sin piedad la roba.

Sólo el humano espíritu al rodar desquiciado
desde su órbita a mundos tristes y desolados,
ni sucumbe ni muere; que del dolor el mazo
fuerte, que abate el polvo y que quebranta el barro
mortal, romper no puede ni desatar los lazos
que con lo eterno le unen por misterioso arcano.

Por eso yo que anhelo que el refulgente astro
del día calor preste a mis miembros helados,
aún aliento y resisto sin luz y sin espacio,
como la planta bella que odia del sol el rayo.

Ya que otra luz más viva que la del sol dorado
y otro calor más dulce en mi alma penetrando
me anima y me sustenta con su secreto halago
y da luz a mis ojos por el dolor cegados.

De repente los ecos divinos

que en el tiempo se apagaron,
desde lejos de nuevo llamáronle
con el poderoso encanto
que del fondo del sepulcro
hizo levantar a Lázaro.

Agitóse al oírlos su alma
y volvió de su sueño letárgico
a la vida, como vuelve
a su patria el desterrado
que ve al fin los lugares queridos,
mas no a los seres amados.

Alma que has despertado,
vuelve a quedar dormida;
no es que aparece el alba,
es que ya muere el día
y te envía en su rayo postrero
la postrimera caricia.

...

De este mundo en la comedia
eterna, vienen y van
bajo un mismo velo envueltas
la mentira y la verdad;
por eso al verlas el hombre
tras del mágico cendal
que vela la faz de entrambas,
nunca puede adivinar
con certeza cuál es de ellas
la mentira o la verdad.

De la noche en el vago silencio,

cuando duermen o sueñan las flores,
mientras ella despierta, combate
contra el fuego de ocultas pasiones,
y de su ángel guardián el auxilio
implora invocando piadosa su nombre,
el de ayer, el de hoy, el de siempre,
fiel amigo del alma, Mefistófeles,
en los hilos oculto del lino
finísimo y blanco cual copo de espuma,
en donde ella aún más blanca reclina
la cabeza rubia,
así astuto y sagaz, al oído
de la hermosa en silencio murmura:

«Goza aquél de la vida, y se ríe
y peca sin miedo del hoy y el mañana,
mientras tú con ayunos y rezos
y negros terrores tus horas amargas.
Si del hombre la vida en la tumba
¡oh, bella!, se acaba,
¡qué profundo y cruel desengaño,
qué chanza pesada
te juega la suerte,
le espera a tu alma!»

Del antiguo camino a lo largo,

ya un pinar, ya una fuente aparece,
que brotando en la peña musgosa
con estrépito al valle desciende,
y brillando del sol a los rayos
entre un mar de verdura se pierde,
dividiéndose en limpios arroyos
que dan vida a las flores silvestres
y en el Sar se confunden, el río
que cual niño que plácido duerme,
reflejando el azul de los cielos,
lento corre en la fronda a esconderse.

No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios propicios,
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí, cuando evoco mis sombras,
o las llamo, respóndenme y vienen.

¡No! No ha nacido para amar, sin duda,

ni tampoco ha nacido para odiar,
ya que el amor y el odio han lastimado
su corazón de una manera igual.

Como la dura roca
de algún arroyo solitario al pie,
inmóvil y olvidado anhelaría
ya vivir sin amar ni aborrecer.

Del mar azul las transparentes olas
mientras blandas murmuran
sobre la arena, hasta mis pies rodando,
tentadoras me besan y me buscan.

Inquietas lamen de mi planta el borde,
lánzanme airosas su nevada espuma,
y pienso que me llaman, que me atraen
hacia sus salas húmedas.

Mas cuando ansiosa quiero
seguirlas por la líquida llanura,
se hunde mi pie en la linfa transparente
y ellas de mí se burlan.
Y huyen abandonándome en la playa
a la terrena, inacabable lucha,
como en las tristes playas de la vida
me abandonó inconstante la fortuna.

Del rumor cadencioso de la onda

y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben.

—Detente un punto, pensamiento inquieto;

la victoria te espera,
el amor y la gloria te sonríen.
¿Nada de esto te halaga ni encadena?
—Dejadme solo y olvidado y libre;
quiero errante vagar en las tinieblas;
mi ilusión más querida
sólo allí dulce y sin rubor me besa.

   DOS PALOMAS

Dos palomas yo vi que se encontraron
cruzando los espacios
y al resbalar sus alas se tocaron...

Cual por magia tal vez, al roce leve
las dos se estremecieron,
y un dulce encanto, indefinible y breve,
en sus almas sintieron.

Y torciendo su marcha en un momento
al contemplarse solas,
se mecieron alegres en el viento
como un cisne en las olas.

Juntáronse y volaron
unidas tiernamente,
y un mundo nuevo a su placer buscaron
y otro más puro ambiente.

Y le hallaron al fin, y el nido hicieron
en blanda cama de azucena y rosas,
y en ella se adurmieron
con las libres y blancas mariposas.

Y al despertar sus picos se juntaron,
y en la aurora luciente
sus caricias de amor se retrataron
como sombra riente.

Y en nubes de oro y de zafir bogaban
cual ondulante nave
en la tranquila mar, y se arrullaban
cual céfiro süave.

Juntas las dos al declinar del día
cansadas se posaban,
y aun los besos el aura recogía
que en sus picos jugaban.

Y así viviendo inmarchitables flores
sus días coronaron,
y nunca los amargos sinsabores
sus delicias turbaron.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Felices esas aves que volando
libres en paz por el espacio corren
de purísima atmósfera gozando!

Aunque no alcancen gloria,
pensé escribiendo lbro tan pequeño,
son fáciles y breves mis canciones
y acaso alcancen mi anhelado sueño.
pues bien puede guardarlas la memoria
tal como, pese al tiempo y la distancia,
y al fuego asolador de las pasiones,
cortas, pero fervientes oraciones.
por eso son, aunque no alcancen gloria,
tan fáciles y breves mis canciones.

Desbórdanse los ríos si engrosan su corriente
los múltiples arroyos que de los montes bajan;
y cuando de las penas el caudal abundoso
se aumenta con los males perennes y las ansias,
¿cómo contener, cómo, en el labio la queja?,
¿cómo no desbordarse la cólera en el alma?

Desde los cuatro puntos cardinales

de nuestro buen planeta
—joven, pese a sus múltiples arrugas—,
miles de inteligencias
poderosas y activas
para ensanchar los campos de la ciencia,
tan vastos ya que la razón se pierde
en sus frondas inmensas,
acuden a la cita que el progreso
les da desde su templo de cien puertas.

Obreros incansables, yo os saludo,
llena de asombro y de respeto llena,
viendo cómo la Fe que guió un día
hacia el desierto al santo anacoreta,
hoy con la misma venda transparente
hasta el umbral de lo imposible os lleva.
¡Esperad y creed!, crea el que cree,
y ama con doble ardor aquel que espera.

Pero yo en el rincón más escondido
y también más hermoso de la tierra,
sin esperar a Ulises,
que el nuestro ha naufragado en la tormenta,
semejante a Penélope
tejo y destejo sin cesar mi tela,
pensando que ésta es del destino humano
la incansable tarea,
y que ahora subiendo, ahora bajando,
unas veces con luz y otras a ciegas,
cumplimos nuestros días y llegamos
más tarde o más temprano a la ribera.

En el alma llevaba un pensamiento,

una duda, un pesar,
tan grandes como el ancho firmamento
tan hondos como el mar.

De su alma en lo más árido y profundo,
fresca brotó de súbito una rosa,
como brota una fuente en el desierto,
o un lirio entre las grietas de una roca.

En incesante encarnizada lucha,

en pugilato eterno,
unos tras otros al palenque vienen
para luchar, seguidos del estruendo
de los aplausos prodigados siempre
de un modo igual a todos.
Todos genios
sublimes e inmortales se proclaman
sin rubor; mas bien pronto
al ruido de la efímera victoria
se sucede el silencio
sepulcral del olvido, y juntos todos,
los grandes, los medianos, los pequeños,
cual en tumba común, perdidos quedan
sin que nadie se acuerde que existieron.

En la altura los cuervos graznaban,

los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
esparcióse la turba curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos robaron.

UN DESENGAÑO

En las riberas vagando
de la mar, las verdes olas
mira Argelina y contando
las horas que van pasando
vierte lágrimas a solas.

Sus lindos ojos de cielo
en el horizonte fija,
por ver si encuentra un consuelo
¡mas ay!, que es vano el anhelo
que su corazón cobija.

Su amante le dijo allí
desde su buque velero:
«Aguarda Argelina aquí:
Que si hoy dejarte prefiero,
mañana vendré por ti».

Y entera la noche larga
que silenciosa corría
vio pasar; pero en su impía,
crüel desventura amarga
no vio que su bien volvía.

Y el día también llegó:
Mas fue que llegara en vano,
que el bien que ansiosa esperó,
consuelo del mal tirano,
por el mar no pareció.

Y allí todavía está
mirando a la mar movible,
por ver si la mar le da
lo que tal vez imposible
para Argelina será.

Y viendo al fin reducidas
sus esperanzas en nada,
viendo en el viento esparcidas,
las ilusiones perdidas,
su bienandanza frustrada;

mirando al bien que se aleja
con su fugitivo encanto,
dijo en tristísima queja:
«¿Por qué tan sola me deja,
cuando yo le amaba tanto?

¿Por qué si tras él corrí?
¿Por qué si hasta aquí llegué?
¿Por qué si tanto esperé
a verle más no volví?

¿No comprendió que sin él,
fuera un tormento mi vida,
donde guardara escondida
llena una copa de hiel?

¡Adiós, ventura de un día!
¡Adiós, delicia soñada,
donde he mirado estampada
toda la esperanza mía!

¡Ya nunca más te veré,
que el rudo penar que siento
me irá consumiendo lento,
y de dolor moriré!

¡Adiós, hermosa ribera
donde mi esperanza dejo
ya para siempre me alejo
de tu orilla placentera.

Mas si viniendo él aquí
oyeras su dulce canto,
contéstale, dile cuánto,
cuánto por él padecí!...»

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Ya su vivienda tornando
supo después que olvidada
fue de su amante, y postrada
no resistió su dolor.

Y encerrándose en la tumba
tanta belleza en un día
nadie pensó que moría
¡de un desengaño de amor!

 I

En mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
tan fecunda y humilde,
como agreste y sencilla.

Ella borda primores en el césped,
y finge maravillas
entre el fresco verdor de las praderas
do proyectan sus sombras las encinas,
y a orillas de la fuente y del arroyo
que recorre en silencio las umbrías.

Y aun cuando el pie la huella, ella revive
y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas
que en vano quiere ennegrecer la envidia.

            II

Cuando llega diciembre y las lluvias abundan,
ellas con las acacias tornan a florecer,
tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma
como aquellas que un tiempo con fervor adoré.

¡Loca ilusión la mía es en verdad, bien loca
cuando mi propia mano honda tumba les dio!
Y ya no son aquellas en cuyas hojas pálidas
deposité mis besos... ni yo la misma soy.

En su cárcel de espinos y rosas

cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.

En su cárcel se duermen soñando
cuán bello es el mundo cruel que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué breve su huerto.

Y le envidian las alas al pájaro
que traspone las cumbres y valles,
y le dicen: —¿Qué has visto allá lejos,
golondrina que cruzas los aires?

Y despiertan soñando, y dormidos
soñando se quedan
que ya son la nube flotante que pasa
o ya son el ave ligera que vuela
tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos quisieran.

—¡Todos parten! —exclaman—. ¡Tan sólo,
tan sólo nosotros nos quedamos siempre!
¿Por qué quedar, madre, por qué no llevarnos
donde hay otro cielo, otro aire, otras gentes?

Yo, en tanto, bañados mis ojos, les miro
y guardo silencio, pensando: —En la tierra
¿adónde llevaros, mis pobres cautivos,
que no hayan de ataros las mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del hombre, no puede
libraros, mis ángeles, la egida materna.

En sus ojos rasgados y azules,
donde brilla el candor de los ángeles,
ver creía la sombra siniestra
de todos los males.

En sus anchas y negras pupilas,
donde luz y tinieblas combaten,
ver creía el sereno y hermoso
resplandor de la dicha inefable.

Del amor espejismos traidores,
risueños, fugaces...
cuando vuestro fulgor sobrehumano
se disipa... ¡qué densas, qué grandes
son las sombras que envuelven las almas
a quienes con vuestros reflejos cegasteis!

Era en abril, y de la nieve al peso

aún se doblaron los morados lirios;
era en diciembre, y se agostó la hierba
al sol, como se agosta en el estío.
En verano o en invierno, no lo dudes,
adulto, anciano o niño,
y hierba y flor, son víctimas eternas
de las amargas burlas del destino.
Sucumbe el joven, y encorvado, enfermo,
sobrevive el anciano; muere el rico
que ama la vida, y el mendigo hambriento
que ama la muerte es como eterno vivo.

 I

Era la última noche,
la noche de las tristes despedidas,
y apenas si una lágrima empañaba
sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
al amo que le hostiga,
arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:

—¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras;
el duro pan que nos negó la patria,
por más que los extraños nos maltraten,
no ha de faltarnos en la patria ajena.

Y los hijos contentos se sonríen,
y la esposa, aunque triste, se consuela
con la firme esperanza
de que el que parte ha de volver por ella.
Pensar que han de partir, ése es el sueño
que da fuerza en su angustia a los que quedan;
cuánto en ti pueden padecer, oh, patria,
¡si ya tus hijos sin dolor te dejan!

            II

Como a impulsos de lenta
enfermedad, hoy cien, y cien mañana,
hasta perder la cuenta,
racimo tras racimo se desgrana.

Palomas que la zorra y el milano
a ahuyentar van, del palomar nativo
parten con el afán del fugitivo,
y parten quizás en vano.

Pues al posar el fatigado vuelo
acaso en el confín de otra llanura,
ven agostarse el fruto que madura,
y el águila cerniéndose en el cielo.

Era apacible el día
Y templado el ambiente,
Y llovía, llovía
Callada y mansamente;
Y mientras silenciosa
Lloraba y  yo gemía,
Mi niño, tierna rosa
Durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
Antes que empiece a corromperse... ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
Bien pronto en los terrones removidos
Verde y pujante crecerá la yerba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
Torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!...
Jamás el que descansa en el sepulcro
Ha de tornar a amaros ni a ofenderos
¡Jamás! ¿Es verdad que todo
Para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
Te espera aún con amoroso afán,
Y vendrá o iré yo, bien de mi vida,
Allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
Que no morirá jamás,
Y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
A desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
Yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido
Para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
De un día en este mundo terrenal,
En donde nace, vive y al fin muere
Cual todo nace, vive y muere acá.

Glorias hay que deslumbran, cual deslumbra

el vivo resplandor de los relámpagos,
y que como él se apagan en la sombra,
sin dejar de su luz huella ni rastro.

Yo prefiero a ese brillo de un instante,
la triste soledad donde batallo,
y donde nunca a perturbar mi espíritu
llega el vano rumor de los aplausos.

HORA TRAS HORA, DÍA TRAS DÍA

Hora tras hora, día tras día,
Entre el cielo y la tierra que quedan
Eternos vigías,
Como torrente que se despeña
Pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
Después de marchita;
De las ondas que besan la playa
Y que una tras otra besándola expiran
Recoged los rumores, las quejas,
Y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
Negros tormentos, dulces mentiras,
¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
En dónde, alma mía?

¡Jamás lo olvidaré...! De asombro llena
al escucharlo, el alma refugióse
en sí misma y dudó...; pero al fin, cuando
la amarga realidad, desnuda y triste,
ante ella se abrió paso, en luto envuelta,
presenció silenciosa la catástrofe,
cual contempló Jerusalén sus muros
para siempre entre el polvo sepultados.

¡Profanación sin nombre! Dondequiera
que el alma humana, inteligente, rinde
culto a lo grande, a lo pasado culto,
esas selvas agrestes, esos bosques
seculares y hermosos, cuyo espeso
ramaje abrigo y cariñosa sombra
dieron a nuestros padres, fueron siempre
de predilecto amor, lugares santos
que todos respetaron.
¡No! En los viejos
robledales umbrosos, que hacen grata
la más yerma región, y de los siglos
guardan grabada la imborrable huella
que en ellos han dejado, ¡nunca!, ¡nunca!
con su acerado filo osada pudo
el hacha penetrar, ni con certero
y rudo golpe derribar en tierra,
cual en campo enemigo, el árbol fuerte
de larga historia y de nudosas ramas
que es orgullo del suelo que le cría
con savia vigorosa, y monumento
que en sólo un día no levanta el hombre,
pues es obra que Dios al tiempo encarga
y a la madre inmortal naturaleza,
artista incomparable.
Y sin embargo...
¡nada allí quedó en pie! Los arrogantes
cedros de nuestro Líbano, los altos
gigantescos castaños, seculares,
regalo de los ojos; los robustos
y centenarios robles, cuyos troncos
de arrugas llenos, monstruos semejaban
de ceño adusto y de mirada torva
que hacen pensar en ignorados mundos;
las encinas vetustas, bajo cuyas
ramas vagaron en silencio tantos
tercos, impenitentes soñadores...
¡todo por tierra y asolado todo!
Ya ni abrigo, ni sombra, ni frescura;
los pájaros huidos y espantados
al ver deshecha su morada; el viento
gimiendo desabrido, como gime
en las desiertas lomas donde sólo
áridos riscos a su paso encuentra;
los narcisos y blancas margaritas
que apiñadas brillaban entre el musgo
cual brillan las estrellas en la altura;
los lirios perfumados, las violetas,
los miosotis, azules como el cielo
—y que, bordando la ribera undosa,
recordábanle al triste enamorado
que de las aguas se sentaba al borde
aquella dulce frase, ¡siempre inútil,
mas repetida siempre!: «No me olvides»—,
todo marchito y sepultado todo
sin compasión bajo el terrible peso
de los ya inertes troncos. La corriente
mansa del Sar, entre sus ondas plácidas
arrastrando en silencio los despojos
del sagrado recinto, y de la dura
hacha los golpes resonando huecos,
cual suelen resonar los del martillo
al remachar de un ataúd los clavos...

Ya en el paraje agreste y escondido
que tanto hemos amado, ya en el bello
lugar en donde con afán las almas
buscaban un refugio, y en alegres
bandadas, al llegar la primavera,
en unión de los pájaros, las gentes,
de aire, de flores y de luz ansiosas,
iban a respirar vida y perfumes,
de sus galas más ricas despojado
hoy se levanta el monasterio antiguo
como triste esqueleto. Aquel tan grato
silencio misterioso que envolvía
los agrietados muros, a regiones
más dichosas quizás huyó ligero
en busca de un asilo. Las campanas
de eco vibrante y musical resuenan
de una manera sorda en el vacío
que sin piedad a su alrededor hicieron
manos extrañas, y el rumor monótono
de la fuente en el claustro solitario
parece sollozar por los jazmines,
que, cual la nieve blancos, las cornisas
musgosas adornaban, y parece
triste llamar por la aldeana hermosa
que lavaba sus lienzos en el agua
siempre brillante del pilón de piedra
que el roce de sus manos ha gastado
y hoy buscan de otra fuente la frescura.

¡Lo vieron y callaron... con silencio
que causaron asombro y que contrista el alma!

Si allá donde entre rosas y claveles
arrastra el Turia sus revueltas ondas,
nuestras manos talasen los jardines
que plantaron los suyos, y aman ellos,
su labio, al rostro, de desprecio llenas
una tras otra injuria nos lanzaran
—¡Bárbaros! —exclamando.
Y si dijésemos
que rosas y claveles perfumados
no valdrán nunca, pese a su hermosura,
lo que un campo de trigo, y allí en donde
las flores compitieran con las bellas,
arrastrando el arado, la amarilla
mies con afán sembráramos.
—Mezquinos
aún más que torpes son —prorrumpirían
los fieros hijos del jardín de España
con rudo enojo levantando el grito.

Mas nosotros, si talan nuestros bosques
que cuentan siglos... —¡quedan ya tan pocos!—
y ajena voluntad su imperio ejerce
en lo que es nuestro, cosas de la vida
nos parecen quizás vanas y fútiles
que a nadie ofenden ni a ninguno importan
si no es al que las hace, a soñadores
que sólo entienden de llorar sin tregua
por los vivos y muertos... y aun acaso
por las hermosas selvas que sin duelo
indiferente el leñador destruye.

—Pero ¿qué...?—alguno exclamará indignado
al oír mis lamentos—. ¿Por ventura
la inmensa torre del reloj se ha hundido
y no hay ya quien señale nuestras horas
soñolientas y tardas, como el eco
bronco de su campana formidable;
o en mis haciendas penetrando acaso
osado criminal, ha puesto fuego
a las extensas eras? ¿Por qué gime
así importuna esa mujer?
Yo inclino
la frente al suelo y contristada exclamo
con el Mártir del Gólgota: Perdónales,
Señor, porque no saben lo que dicen
;
mas ¡oh, Señor! a consentir no vuelvas
que de la helada indiferencia el soplo
apague la protesta en nuestros labios,
que es el silencio hermano de la muerte
y yo no quiero que mi patria muera,
sino que como Lázaro, ¡Dios bueno!,
resucite a la vida que ha perdido;
y con voz alta que a la gloria llegue,
le diga al mundo que Galicia existe,
tan llena de valor cual tú la has hecho,
tan grande y tan feliz cuanto es hermosa.

Justicia de los hombres, yo te busco,
pero sólo te encuentro
en la palabra, que tu nombre aplaude,
mientras te niega tenazmente el hecho.

—Y tú, ¿dónde resides —me pregunto
con aflicción—, justicia de los cielos,
cuando el pecado es obra de un instante
y durará la expiación terrible
mientras dure el infierno?

La palabra y la idea... Hay un abismo

entre ambas cosas, orador sublime.
Si es que supiste amar, di: cuando amaste,
¿no es verdad, no es verdad que enmudeciste?
Cuando has aborrecido, ¿no has guardado
silencioso la hiel de tus rencores
en lo más hondo y escondido y negro
que hallar puede en sí un hombre?

Un beso, una mirada,
suavísimo lenguaje de los cielos;
un puñal afilado, un golpe aleve,
expresivo lenguaje del infierno.
Mas la palabra en vano
cuando el odio o el amor llenan la vida,
al convulsivo labio balbuciente
se agolpa y precipita.
¡Qué ha de decir! Desventurada y muda,
de tan hondos, tan íntimos secretos,
la lengua humana, torpe, no traduce
el velado misterio.
Palpita el corazón enfermo y triste,
languidece el espíritu, he aquí todo;
después se rompe el frágil
vaso, y la esencia elévase a lo ignoto.

  LAS CAMPANAS

Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,
¡qué extrañeza entre los muertos!

LAS CANCIONES QUE OYÓ LA NIÑA

Una
Tras de los limpios cristales
se agitaba la blanca cortina,
y adiviné que tu aliento
perfumado la movía.

Sola estabas en tu alcoba,
y detrás de la tela blanquísima
te ocultabas, ¡cruel!, a mis ojos...
mas mis ojos te veían.

Con cerrojos cerraste la puerta,
pero yo penetré en tu aposento
a través de las gruesas paredes,
cual penetran los espectros;
porque no hay para el alma cerrojos,
ángel de mis pensamientos.

Codicioso admiré tu hermosura,
y al sorprender los misterios
que a mis ojos velabas... ¡perdóname!,
te estreché contra mi seno.

Mas... me ahogaba el aroma purísimo
que exhalabas de tu pecho,
y hube de soltar mi presa
lleno de remordimiento.

Te seguiré adonde vayas,
aunque te vayas muy lejos,
y en vano echarás cerrojos
para guardar tus secretos;
porque no impedirá que mi espíritu
pueda llegar hasta ellos.

Pero... ya no me temas, bien mío,
que, aunque sorprenda tu sueño,
y aunque en tanto estés dormida
a tu lado me tienda en tu lecho,
contemplaré tu semblante,
mas no tocaré tu cuerpo,
pues lo impide el aroma purísimo
que se exhala de tu seno.
Y como ahuyenta la aurora
los vapores soñolientos
de la noche callada y sombría,
así ahuyenta mis malos deseos.

Otra
Hoy uno y otro mañana,
rodando, rodando el mundo,
si cual te amé no amaste todavía,
al fin ha de llegar el amor tuyo.

¡Y yo no quiero que llegue...
ni que ames nunca, cual te amé, a ninguno;
antes que te abras de otro sol al rayo,
véate yo secar, fresco capullo!

«Los muertos van de prisa»,

el poeta lo ha dicho;
van tan de prisa, que sus sombras pálidas
se pierden del olvido en los abismos
con mayor rapidez que la centella
se pierde en los espacios infinitos.

«Los muertos van de prisa»; mas yo creo
que aun mucho más de prisa van los vivos.
¡Los vivos!, que con ansia abrasadora,
cuando apenas vivieron
un instante de gloria, un solo día
de júbilo, y mucho antes de haber muerto,
unos a otros sin piedad se entierran
para heredarse presto.

Mientras el hielo las cubre

con sus hilos brillantes de plata,
todas las plantas están ateridas,
ateridas como mi alma.

Esos hielos para ellas
son promesa de flores tempranas,
son para mí silenciosos obreros
que están tejiéndome la mortaja.

Moría el sol, y las marchitas hojas

de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros

sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieron a la vida.

Ya era el otoño caprichoso y bello.
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.

Extinguióse la luz: llegó la noche
como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...

¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!

ORILLAS DEL SAR  I

A través del follaje perenne
Que oír deja rumores extraños,
Y entre un mar de ondulante verdura,
Amorosa mansión de los pájaros,
Desde mis ventanas veo
El templo que quise tanto.

El templo que tanto quise...
Pues no sé decir ya si le quiero,
Que en el rudo vaivén que sin tregua
Se agitan mis pensamientos,
Dudo si el rencor adusto
Vive unido al amor en mi pecho.

  ORILLAS DEL SAR  II

Otra vez, tras la lucha que rinde
y la incertidumbre amarga
del viajero que errante no sabe
dónde dormirá mañana,
en sus lares primitivos
halla un breve descanso mi alma.

Algo tiene este blando reposo
de sombrío y de halagüeño,
cual lo tiene, en la noche callada,
de un ser amado el recuerdo,
que de negras traiciones y dichas
inmensas, nos habla a un tiempo.

Ya no lloro..., y no obstante, agobiado
y afligido mi espíritu, apenas
de su cárcel estrecha y sombría
osa dejar las tinieblas
para bañarse en las ondas
de luz que el espacio llenan.

Cual si en suelo extranjero me hallase,
tímida y hosca, contemplo
desde lejos los bosques y alturas
y los floridos senderos
donde en cada rincón me aguardaba
la esperanza sonriendo.

ORILLAS DEL SAR III

Oigo el toque sonoro que entonces
a mi lecho a llamarme venía
con sus ecos que el alba anunciaban,
mientras, cual dulce caricia,
un rayo de sol dorado
alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,
¡qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso,
visiones con alas de oro
que llevaban la venda celeste
de la fe sobre sus ojos...

Ese sol es el mismo, mas ellas
no acuden a mi conjuro;
y a través del espacio y las nubes,
y del agua en los limbos confusos,
y del aire en la azul transparencia,
¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

Blanca y desierta la vía
entre los frondosos setos
y los bosques y arroyos que bordan
sus orillas, con grato misterio
atraerme parece y brindarme
a que siga su línea sin término.

Bajemos, pues, que el camino
antiguo nos saldrá al paso,
aunque triste, escabroso y desierto,
y cual nosotros cambiado,
lleno aún de las blancas fantasmas
que en otro tiempo adoramos.

ORILLAS DEL SAR IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
siempre serena y pura,
y con mirada incierta, busco por la llanura
no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,
no sé qué flor tardía de virginal frescura
que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,
gallardamente arranca al pie de la vereda
la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
prestando a la mirada descanso en su ramaje
cuando de la ancha vega por vivo sol bañada
que las pupilas ciega,
atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento
que sueña cariñoso,
el familiar chirrido del carro perezoso
corre en alas del viento y llega hasta mi oído
cual en aquellos días hermosos y brillantes
en que las ansias mías eran quejas amantes,
eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,
Fondóns cerca descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa
donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;
donde de los vencejos que vuelan en la altura,
la sombra se refleja;
y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla
por entre la verdura de la frondosa orilla.

ORILLAS DEL SAR V

¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia!
Mas el calor, la vida juvenil y la savia
que extraje de tu seno,
como el sediento niño el dulce jugo extrae
del pecho blanco y lleno,
de mi existencia oscura en el torrente amargo
pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega,
una visión de armiño, una ilusión querida,
un suspiro de amor.

De tus suaves rumores la acorde consonancia,
ya para el alma yerta tornóse bronca y dura
a impulsos del dolor;
secáronse tus flores de virginal fragancia;
perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,
el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hielo
constante, al alma niegan toda ilusión amada,
todo dulce consuelo.
Sólo los desengaños preñados de temores,
y de la duda el frío,
avivan los dolores que siente el pecho mío,
y ahondando mi herida,
me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
eternas de la vida.

ORILLAS DEL SAR VI

¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!
Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,
del Sar cabe la orilla,
al acabarme, siento la sed devoradora
y jamás apagada que ahoga el sentimiento,
y el hambre de justicia, que abate y que anonada
cuando nuestros clamores los arrebata el viento
de tempestad airada.

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora
tras del Miranda altivo,
valles y cumbres dora con su resplandor vivo;
en vano llega mayo de sol y aromas lleno,
con su frente de niño de rosas coronada,
y con su luz serena:
en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,
mezcla de gloria y pena,
mi sien por la corona del mártir agobiada
y para siempre frío y agotado mi seno.

ORILLAS DEL SAR VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría,
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.

Contenta el negro nido busca el ave agorera;
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
y mi alma en su desierto.

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Te amo... ¿Por qué me odias?...

–Te amo... ¿Por qué me odias?
–Te odio... ¿Por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.

Mas ello es verdad... ¡Verdad
dura y atormentadora!
–Me odias porque te amo;
te amo porque me odias.

Pobre alma sola!, no te entristezcas...

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño,
ora el estío y ora las nieves;

que no tan sólo para ti corren
horas y meses;
todo contigo, seres y mundos
de prisa marchan, todo envejece;

que hoy, mañana, antes y ahora,
lo mismo siempre,
hombres y frutos, plantas y flores,
vienen y vanse, nacen y mueren.

Cuando te apene lo que atrás dejas,
recuerda siempre
que es más dichoso quien de la vida
mayor espacio corrido tiene.

Soledad

Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitable el polo.

Pensaban que estaba ocioso
en sus prisiones estrechas,
y nunca estarlo ha podido
quien firme al pie de la brecha,
en guerra desesperada
contra sí mismo pelea.

Pensaban que estaba solo,
y no lo estuvo jamás
el forjador de fantasmas,
que ve siempre en lo real
lo falso, y en sus visiones
la imagen de la verdad.

Prodigando sonrisas

que aplausos demandaban,
apareció en la escena, alta la frente,
soberbia la mirada,
y sin ver ni pensar más que en sí misma,
entre la turba aduladora y mansa
que la aclamaba sol del universo,
como noche de horror pudo aclamarla,
pasó a mi lado y arrollarme quiso
con su triunfal carroza de oro y nácar.
Yo me aparté, y fijando mis pupilas
en las suyas airadas:
—¡Es la inmodestia! —al conocerla dije,
y sin enojo la volví la espalda.
Mas tú cree y espera, ¡alma dichosa!,
que al cabo ese es el sino
feliz de los que elige el desengaño
para llevar la palma del martirio.

Recuerda el trinar del ave

y el chasquido de los besos,
los rumores de la selva
cuando en ella gime el viento,
y del mar las tempestades,
y la bronca voz del trueno;
todo halla un eco en las cuerdas
del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido
del corazón que está enfermo
de muerte, y que de amor muere
y que resuena en el pecho
como un bordón que se rompe
dentro de un sepulcro hueco,
es tan triste y melancólico,
tan terrible y tan supremo,
que jamás el genio pudo
repetirlo con sus ecos.

Sed de amores tenía, y dejaste

que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!,
y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.

¡Lo ignorabas!... y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.

No volverá, te lo juro;
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.

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Tú para mí, yo para ti, bien mío...

I
Tú para mí, yo para ti, bien mío
–murmurábais los dos–
«Es el amor la esencia de la vida,
no hay vida sin amor» .

¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!...
¡Qué albos rayos de sol!...
¡Qué tibias noches de susurros llenas,
qué horas de bendición!

¡qué aroma, qué perfumes, qué belleza
en cuanto Dios crió,
y cómo entre sonrisas murmurábais:
«¡No hay vida sin amor

II
Después, cual lampo fugitivo y leve,
como soplo veloz,
pasó el amor..., la esencia de la vida...;
mas... aún vivís los dos.

«Tú de otro, y de otra yo», dijísteis luego.
¡Oh mundo engañador!
Ya no hubo noches de serena calma,
brilló enturbiado el sol!...

¿Y aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,
mujer, tu corazón?
No es tiempo ya de delirar, no torna
lo que por siempre huyó.

No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno
frío y desolador.
Huella la nieve, valerosa, y cante
enérgica tu voz.
¡Amor, llama inmortal, rey de la tierra,
ya para siempre, adiós!

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial...

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la muerte.

¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas el espacio perfuman.

Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su fresquísima sombra.

El sediento viajero que el camino atraviesa,
humedece los labios en la linfa serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la fuente ya seca.

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Yo no sé lo que busco eternamente...

Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!

En los ecos del órgano, o en el rumor del viento...

En los ecos del órgano, o en el rumor del viento,
en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,
te adivinaba en todo, y en todo te buscaba,
sin encontrarte nunca.
Quizás después te ha hallado, te ha hallado y ha perdido
otra vez de la vida en la batalla ruda,
ya que sigue buscándote y te adivina en todo,
sin encontrarte nunca.
Pero sabe que existes y no eres vano sueño,
hermosura sin nombre, pero perfecta y única.
Por eso vive triste, porque te busca siempre,
sin encontrarte nunca.

ORILLAS DEL SAR

                I

A través del follaje perenne
Que oír deja rumores extraños,
Y entre un mar de ondulante verdura,
Amorosa mansión de los pájaros,
Desde mis ventanas veo
El templo que quise tanto.

El templo que tanto quise...
Pues no sé decir ya si le quiero,
Que en el rudo vaivén que sin tregua
Se agitan mis pensamientos,
Dudo si el rencor adusto
Vive unido al amor en mi pecho.

Adivínase el dulce y perfumado

calor primaveral;
los gérmenes se agitan en la tierra
con inquietud en su amoroso afán,
y cruzan por los aires, silenciosos,
átomos que se besan al pasar.

Hierve la sangre juvenil, se exalta
lleno de aliento el corazón, y audaz
el loco pensamiento sueña y cree
que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
No importa que los sueños sean mentira,
ya que al cabo es verdad
que es venturoso el que soñando muere,
infeliz el que vive sin soñar.

¡Pero qué aprisa en este mundo triste
todas las cosas van!
¡Que las domina el vértigo creyérase!
La que ayer fue capullo, es rosa ya,
y pronto agostará rosas y plantas
el calor estival.

Al oír las canciones

que en otro tiempo oía,
del fondo en donde duermen mis pasiones
el sueño de la nada,
pienso que se alza irónica y sombría,
la imagen ya enterrada
de mis blancas y hermosas ilusiones,
para decirme: —¡Necia!, lo que es ido
¡no vuelve!; lo pasado se ha perdido
como en la noche va a perderse el día,
ni hay para la vejez resurrecciones...

¡Por Dios, no me cantéis esas canciones
que en otro tiempo oía!

Ansia que ardiente crece,

vertiginoso vuelo
tras de algo que nos llama
con murmurar incierto,
sorpresas celestiales,
dichas que nos asombran;
así cuando buscamos lo escondido,
así comienzan del amor las horas.

Inaplacable angustia,
hondo dolor del alma,
recuerdo que no muere,
deseo que no acaba,
vigilia de la noche,
torpe sueño del día
es lo que queda del placer gustado,
es el fruto podrido de la vida.