A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
PIRAÑAS [Mi poema]
Rafael Laffón [Poeta sugerido]
MI POEMA ...de medio pelo |
Sin bloques ni balizas rompeolas, de algunos que se dicen pretendientes -lagartos, renacuajos y serpientes- |
MI POETA SUGERIDO: Rafael Laffón
EL PIE LIGERO
Salvar tiempo y distancia
-moroso empeño siempre a la fatiga-,
milagro es en vosotros de elegancia,
¡oh, pies alados de la dulce amiga!
Pies alados, pies breves,
aquí de mis querellas:
¿cómo pisáis tan frágiles y breves
si dejáis al pisar tan hondas huellas?
GRILLO
A R. Porlán y Merlo
Molinillo de café
-del café puro de la noche-:
grillo.
Grillo,
buen menestral que mueles la sombra
que es café puro de Sur y estío;
y es el sorbo neumático
de gravedad que acerca a los amigos;
e infusión de emboscada
del calamar del infinito;
y vaho ciego
de caer de espaldas al abismo…
¡Este café que mueles, grillo!
Café puro, con gotas de estrellas,
que desvela a los niños…
INVITACIÓN A LA VIDA
Pasan las aguas por el cauce
y no terminan de pasar;
mas si de un agua no bebimos
nunca aquel agua tornará.
Y mientras corre el tiempo y llega
la hora feliz que imaginamos,
se va la vida, huyendo siempre,
cual se va el agua entre las manos…
Gocemos hasta marchitarlas
todas las flores del camino,
ya que el dolor jamás perdona
ni un paso de nuestro destino.
Gocemos la vida, gocemos…
¿Quién del mañana gozará?
Gocemos hasta embriagarnos
con una absurda saciedad.
Y aunque de luz se abrase el alma,
presto vayamos a la luz…
¡No hay más que al fin de los caminos,
sobre una lápida, la cruz!
LA CICATRIZ Y EL REINO
I
Yo no sé si ella está dentro o afuera, por el mundo…
O si asoma a mi carne a la intemperie.
Esta cicatriz mía, la que me adjudicaron,
igual, irreversible.
No tiene vuelta, como le sucede
a un viejísimo traje que se arrodilla él solo…
Que se arrodilla cuando está en la percha,
a fuerza nada más que de costumbre triste.
Pero os hablaba
de una tremenda cicatriz, la mía,
que se reactiva siempre
con la humedad, pero humedad de lágrimas.
Que disimulo yo en alguna parte.
Tan vergonzante, pero que me abrasa
igual que un mal zurcido en la camisa.
Aquel zurcido que en cualquier prenda
llevaba yo al colegio.
(Este Laffón, tan buen alumno siempre
pese a ser un torpón en matemáticas.)
O cuando me atrapaban, sorprendiéndome,
por merienda tres nueces, más o menos.
Y yo, sonriendo, con rubor
-qué fácil niño
para el rubor-, tan sólo les decía:
¿No queréis de mi postre?
O cuando un tiempo tuve
mujer muriente,
y aquel contrabandista de aquella medicina,
tras de agotarme me arrojó a la calle…
Cuando a las malas violencias frías
opuse mi silencio y me acordé del Cristo.
Cuando después y antes, cuando siempre,
cuando ayer y mañana
hay que optar con el pan en una mano
y en la otra mano un ídolo.
II
Quiero yo a esta pequeña vida porque es la mía;
y aun en mi dispersión
y diáspora final en propia carne
lo sigue siendo.
Pero un miedo total se me hizo carne
y me asalta hasta en sueños
a las doce del día.
Y tiemblo, Señor, tiemblo
frente a aquello o lo otro,
que tengo la lección bien aprendida.
Y hasta cuando esta mano
remueve el aire en un saludo,
me acongoja, no sea
que se me desintegre un transeúnte.
III
Yo soy el incapaz de la ironía. Ese crimen
impune… Va de veras.
Sí, sí, yo tengo que dar gracias.
Sí, yo supe de cosas -¿las felices?-,
que, pudiendo, no fueron…
¡Y el no poder fue luego mi alegría!
Tantas veces he visto al Padre en una resta.
Dios está en una resta.
Dios es la resta, amigos.
La prueba de restar, ¿no es una suma?
(Teología sospechosa
de un espejo de orgullo o de ternura
donde en la oscuridad de muchos vientres
tanto he temblado, tanto…
¡Qué saben los espesos y redondos!)
¿Pero sabéis vosotros? ¿Lo sabéis?
Es ésta la cuestión… Es ésta.
No, no busquéis la llave del secreto,
ni cambiéis al enfermo de postura.
La llave aquella se perdió hace mucho.
Buscad humildemente:
la llave no, la cerradura.
Encontradla, palpadla como ciegos.
Permitiréis que os abran. Que alguien abra,
aunque meta la llave en vuestra herida.
RESURRECCIÓN
Cuando Dios diga ¡Alzaos! y truenen las trompetas,
sonarán nuestros gritos de ansiedad emergente;
nuestros gritos de tierra tantos siglos sin nombre;
nuestros gritos que estaban aguardando en las órbitas
heladas de los cuerpos celestes que se aman;
nuestros gritos de niños ciegos que se perdieron,
al recobrar el tacto concorde de otras venas.
¡Temblor de asidas manos tras del naufragio inmenso!
Romperemos las aguas y las duras raíces
y el cristal de las sales telúricas absortas.
Estas tus manos y este el color de tus ojos,
irisado en las luces del novísimo día.
Y esta ya la medida de nuestros corazones…
¡Otra vez nuestro gozo confinado en fronteras!
Allí una carne hermosa proclamaré por mía:
Mirad -diré-, las huellas antiguas de mis brazos.
OCTUBRE
Octubre acuña en oro
redondo su moneda…
La luz es como un toro
retinto en la arboleda.
Qué próvida hermosura
de este pecho opulento.
Tal que una fruta madura,
sabroso, el pensamiento.
Boga octubre en su barca
por un mar de delicia.
La sangre, ¿es roja o zarca?
¿Es latido? ¿Es caricia?
Cómo, Señor, se ufana
desde el cenit la vida.
Su gloria se desgrana
por el aire cernida.
Piel fragante, piel suave,
tersa piel de aire y cielo.
El tacto es miel que sabe,
y el sabor, terciopelo.
Plenitud, sí, de octubre
para el gusto y la mano.
Mas la pulpa, ay, ¿no esconde
ya en su dulce el gusano?