A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
ENTRE LOAS Y CONDENAS [Mi poema]
Pedro Shimose [Poeta sugerido]
MI POEMA... de medio pelo |
La añoranza no tiene desperdicio, ¿Vivir de los recuerdos? me interesa, Las sombras nunca han sido de mi cuerda |
MI POETA SUGERIDO: Pedro Shimose
PRELUDIO DE ALABANZAS
Acallados están los sones de la discordia, Señora de las Hazañas.
Te gobierna el espanto con sus lanzas y cuchillos.
El odio se derrite en tus hogueras, se funde en tus metales rencorosos
(escucha el chisporroteo de tu sangre resentida quemándose
en la madrugada).
A caballo, por la espada, llega la muerte con su escalofrío,
Baila en el ayllu, conversa con los curacas y nos hunde en la piedra,
con el sullu y las tinieblas del pasado.
Alabado sea tu nombre, Señora de las Hazañas;
Alabados sean tu lago, tu ciudad, tu sol, tu luna, tus bosques y tus ríos.
APARICIÓN DE LA PIEDRA
Tu soledad, tu nombre, tus abismos,
tu sombra dolorida y tu estatura,
tu reino de profundos ostracismos
y tu arduo solsticio de amargura
me llevan a la oscuraraíz de tus mutismos:
el tiempo indescifrable de la altura.
ALTURA DE LA PIEDRA
Sueño del cóndor, sueño exacto
del aire en vuelo azul, tu luz perfecta
estalla en el espacio
(la soledad me duele en tu hermosura)
y la palabra crea, canta, augura
la realidad sin tiempo que me espera.
La realidad sin tiempo es su trabajo,
tu pan y tu salario.
Su música me exilia en la poesía,
fundida a precipicios y horizontes.
Vuela en tu quietud la geometría
Tan alta como un claro pensamiento,
tan diáfana como un diamante herido
por un lejano fuego.
Arde tu forma en silencioso incendio.
Caes y ruedas, sonora,
por el silencio pensativo.
Tu voz en el altiplano
resuena como un vivo
eco humano.
Caes y ruedas, sonora.
Caes y ruedas, sonora,
por los paisajes devastados.
Tu oscuridad me destruye.
Por los cielos callados
la luz huye.
Caes y ruedas, sonora.
Caes y ruedas, sonora,
por los círculos del fuego.
Sordo a tu reticencia.
A tu número, ciego.
Tu verdad es mi impaciencia.
Caes y ruedas, sonora.
LA PIEDRA Y LOS ESPEJOS
Este es el país de los espejos.
Desde la cordillera veo sus horizontes líquidos,
veo cómo la noria del tiempo carga y descarga la lluvia y los granizos.
(Se derrama en la noche tu silencio, aroma de infinito).
Piedra azul inmensa en los espejos, el hombre te llevó por sus caminos
a lomo de vicuñas y en alas de cóndores.
¡Ah, por fin, el agua de la aurora prometida!
Pequeño y dulce mar donde el hombre de los ojos lánguidos contempla
su abandono.
Te hundes en la espiral del tiempo, piedra de sol y luna,
pero nada puede rescatarte del fondo de las aguas.
Desde el rencor y el cierzo veo tus cristales congelados.
Salido de mi cuerpo al contemplarte, desciendo a los espejos
con los hombres que no saben lo que quieren,
con los hombres que no saben si te amas o te odias
soltándote en carrera de guanacos,
¡ay, los cristales de la nieve!
Ojos de llamas en la piedra,
balsera en los espejos de la tarde,
¡ay, los cristales de la lluvia!
¡Oh poesía de caminar sobre la nieve, de navegar tus lagos
y cosechar las rosas del crepúsculo!
A la oración me elevo hasta las nubes, sobrevuelo el totoral
vencido por el sueño y regreso a combatir contra las fuerzas
oscuras de la vida,
sufriendo entre las piedras mi ignorancia, mientras la luna desentierra
los fuegos de la noche.
ANALES DE LA PIEDRA
Yo la describo así: honda, infinita, con soles y arcángeles y luna.
En sus manos florecen las antorchas y en su pecho crece una ciudad
de ahorcados.
Su amor es un tajo en el camino y ella perdura en el resplandor de sus montañas.
Sube por el amor y su materia hecha de luz.
A veces
me detengo en sus plazuelas
a contemplar sus palacios incendiados, su granito quemado y sus papeles,
a escuchar sus discursos y mentiras,
a meditar sus muertes,
a ver cómo la arrojan desde los balcones,
a recorrer sus calles carcomidas por los ácidos del tiempo.
Su piedra perseguida, sus laderas de cobre derrumbado, sus kantutas,
refuerzan el poderío de la sangre agitada en las banderas.
Me pierdo en sus colinas,
en su erosión terrible
y me encuentro en el frío, junto a las murallas de la muerte.
En su cráter se desploman las sombras, brilla como un lago
iluminado por la noche clara.
Se encienden las luces de las casas, los faros de los coches y fluyen
los aceites de un odio espeso.
Es la patria, me digo, este hierro candente, esta asfixia de gorgueras
de lino almidonado, de armaduras de hierro, de pepitas de oro lavadas
en las cribas de la lluvia.
Por sus alambres y derrumbes voy,
por un río de aguayos y sombreros. Veo su fuerza
por los autobuses, por el sudor y las botellas,
por los hombres y mujeres que salen de las fábricas, que van
de la oficina a los desfiles a aplaudir el llanto y los embustes;
por su salario y su jornal sin tiempo,
por su fronda de luces y ruidos,
por sus hilos y avisos luminosos,
por su grito, por el gas azulenco de las represiones,
voy por los cerros llenándome de la belleza hiriente
de su cielo azul.
Yo la describo así: tormento, herida, dulcedumbre,
cúpula de luz, resplandeciente
latido indestructible de
la libertad.