A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

Pedro Bonifacio Palacios

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FELIZ CUMPLEAÑOS, HIJA [Mi poema]
Edgardo Dobry [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Tú, niña, tú eres mi cielo
el rictus de mi sonrisa,
y la brisa
de una flor en mi cornisa,
del capricho de mi anhelo
el consuelo.

La escarcha en la madrugada;
del sol, cuando estoy al sol,
el parasol;
de mi joyero el crisol,
eres mucho más que un hada,
mi mimada.

Por ti, linda mariposa,
siento ganas de vivir
y sentir;
y no me importa morir
pues sé que dejo una rosa.
primorosa.

Te quiero por ser tan buena,
por ser tan dulce te quiero
y me muero;
y brindo desde mi albero
por tu gracia tan serena,
hierbabuena.

Y hoy que ya es San Valentín,
también celebras tu santo.
Y este canto
se fundirá con tu encanto
que cubra cual arlequín
como a un santo.

Para que nunca lo olvides
yo soy tu padre y testigo,
y el amigo
quien siempre será tu abrigo
si es que tú así me lo pides,
tú decides.
©donaciano bueno

Que #padre no hay más que uno Share on X

A mi única hija, que aunque única vale por mil.

MI POETA SUGERIDO: Edgardo Dobry

Pizza Margarita

Ce qui est ferme est par le temps destruit,
Et ce qui fuit, au temps fait resistance.
Joachim du Bellay

El once de junio de mil ochocientos ochenta y ocho
Margarita de Saboya, primera reina de Italia unificada,
llegó a Nápoles en visita solemne.
Rafaele Esposito, cocinero del palacio
real de Capodimonte,
creó en su homenaje una pizza
con los colores de la flamante bandera:
blanco (la muzzarela), rojo
(los tomates) y verde (la albahaca).

Dichosa reina de una nación
recién unida en Estado:
no inmortalizada en duro bronce
sino en crujiente engrudo.
Tu recuerdo no es cosa de eruditos:
millones de hambrientos te invocan cada día.
Y mientras se arruinan los palacios
y nadie molesta el sueño de los versos
vive tu nombre en la perpetua deglución.

Robert Browning: “What does it all mean, poet?”
(de The Last Ride Together, VII, 1855)

Di, poeta, ¿qué sentido darás a todo esto?
Laten tus ideas con ritmo, has puesto
metro a nuestra emoción; y qué bien expresas
de las cosas sus íntimas bellezas.
No está mal. Pero, además de tu renombre,
¿crees saber qué es bueno para el hombre?
¿Te crees tú —pobre, enfermo, prematuro viejo—
un palmo más cerca del sublime reflejo
que quienes nunca un verso han de acuñar?

Canta tú la cabalgata. Yo prefiero cabalgar.

d’après H. Heine

I.

Al incendiario talle de mi dama
dediqué un preciso caligrama.

Un crítico elogió el poema visual
que compuse a sus ojos:
“Sin igual”.

Y qué impactante haiku le escribiera
al corazón, si corazón tuviera.

II.

La Suerte es una cualquiera,
no quiere a un solo marido:
en los labios, lisonjera,
te da un beso y ya se ha ido.

Doña Desgracia, al contrario,
no llega sin su maleta.
Y en tu cama, sin horario,
se sienta y hace calceta.

Fue para mí una maravillosa sensación
el encontrarme apoyado en las
almohadas,  en un cuarto débilmente
iluminado.

G.E. Hudson, Allá lejos y hace tiempo

La escena debe mirarse
con algo que está
más adentro de los ojos
o quizás en ninguna parte,
es un atributo de esta luz.
Hoy en Soldini, cerca de la Ciudad Nativa,
los perros saciados de restos de asado
se revuelcan en el pasto y los chicos
se revuelcan con los perros
en un nudo de risa salvaje,
las remeras sucias de clorofila
y las redondas bocas mordiendo una rosada
luz horizontal. Mis primos mayores mostraban
la tristeza: hijos que se van o planean irse
a Sydney, Amsterdam, Vancouver,
y yo, quince años después
de haber dejado este paisaje
con una ligereza de pronto inexplicable,
no sé cómo se puede
no vivir acá, no vivir aquí.
Luca ahora juega al fútbol con su primo Pablo
en una canchita entre una yegua que mete
el hocico hasta los ojos en un balde celeste
—“se llama Rubia” va a decir su ama,
una mujer robusta sonriente,
que podría ser india o tirolesa,
que debe ser una mezcla de las dos—
y el tren de carga más lento del mundo
coronado de un copete quieto de vapor.
Tengo que ir a Buenos Aires,
dejar a Luca con su abuela
y tengo al mismo tiempo ganas infinitas
de no hacer nada, de quedarme
respirando el ascua de este cielo rosa,
dormir en la que fue mi habitación
con mis libros de antaño, Los siete locos,
la Poesía de Almafuerte,
el Antiedipo, Los gauchos judíos,
Trilce (has venido temprano
A otros asuntos y ya no estás), Allá lejos
y hace tiempo, cortado a rodajas
por la persiana entreabierta
quedarme leyendo Luz de agosto:
una chica con hatillo y abanico
que camina de Alabama a Jefferson
buscando al padre de su hijo.
Y así, en duermevela sobre la frazada a flecos,
soy yo, soy yo el que camina,
cargo una mochila de libros deshojados,
por declives bromurados voy
de un mundo a otro,
llevo un niño de la mano.

San Pietro in Vincoli,
año cientodós después de Freud

para Francesco Tarquini y Primarosa Cesarini
Sforza

Entrar en la biblioteca, el paso quedo,
y abrir el último
fichero de la M: después taparse
un oído y el murmullo
a varias voces escuchar sobre los hilos
de la barba del Moisés de Miguel Ángel:
Lübke sostiene que,
estremecido, “se toma con la mano derecha
la majestuosa cascada”; Grimm levanta
su dedo sajón y solicita
no olvidar que con el codo
de ese mismo brazo el patriarca
contra su flanco aprieta
las Tablas de la Ley.
Springer por su parte resopla
y exclama que el gesto de la mano
es inconsciente y prefiere
hablar de “ondas imponentes”.

Sigmund Freud estuvo en Roma
en 1901 y trepó las inhumanas
escaleras de San Pietro in Vincoli
desde “el poco agraciado Corso Cavour”,
midió la estatua muchas veces, la estudió
durante horas (todo se parece a como él
lo describiera, salvo que el Corso Cavour
está mucho más feo aún y hostil por el exceso
de tráfico y en la iglesia hay un cristal
que impide acercarse al monumento funerario
del papa Julio II donde protesta un cartelito:
“è vietato sostare di fronte alla scultura,
lasciare spazio ad altri turisti”).

Freud vio en el índice abierto de la diestra mano
y en la estirada espiral de la gran barba
el resto de un gesto concluido
y un anuncio del que está por empezar:
“El pie todavía muestra la acción insinuada
y enseguida sofocada, como si el gobierno
de su persona fuera de arriba para abajo”.
Vio que las tablas estaban invertidas
y creyó ver que ese Moisés renacentista
no era del todo el de la Biblia.

Mejor en este punto quitar la mano del oído
y sustraerse a la disputa que siguiera
en torno a la posición de la cabeza.
Esa cabeza de gallo con dos crestas
echada hacia atrás rígidamente, a punto
de lanzar el picotazo. El gesto tan parecido
al de mi abuelo Moshé, su mirada ardiente
de sofocada indignación aquel viernes
cuando, sentado yo en el mostrador de madera
de su negocio de calle San Luis, sobre dos catálogos
de bombachas y corpiños recién llegados por correo,
le dije: “Sheide, explíqueme qué cosa sea la Cábala”.

para Nora C. y Jorge B.

Qué sabe usted de lo que no me pasa,
del “estoy cansado” a la mañana,
del “ahí va el chinchudo” que mascullan
mis desahogados vecinos del sobreático: ahí va
el del ceño fruncido como el último
durazno en el fuentón. Quise llorar
pero no encontré motivo, victimizarme
pero no había
pastel de culpa a repartir.
Y llegó el ocaso,
vino el Rilke y le dijo
al simplón ése del poeta joven:
“¡no escriba usted poemas de amor!”.

Entonces agarro mis romas líneas venéreas
y las hiervo, las redoro, las devengo
una factura triangular como una aljaba,
una golosina para la autoridad del Rilke.
Son una mentira sin malicia, señor,
un retocado en la fotografía.
Lástima que el joven poeta apostrofado
no hubiere sido el transandino aquel de los cien
sonetos falsos. Yo por mi parte soy el viudo
de una moto recién sacrificada:
el escape desprendiósele en un pozo
y una multa me pusieron por el ruido.

Y es que la pobre estaba ya tan vieja
y tanto merecía, por lo mucho que felices
fuimos juntos, una digna defunción,
un vender sus órganos aún sanos
bajo el acrílico sol de los desguaces.
Señor Rainer María que estás
en las Librerías del Centro:
¿puedo escribir los versos tristes
para mi pobre moto blanca, para mi moto
blanca? ¿Por esta única
vez licencia tú me dieras?
Muchos barrios visitamos juntos,
era mi María Kodama. Era mi Dama
de las Kamelias: tosía si la pateaba,
sabía
bizquear en las esquinas como la Dulce Irma,
hollar senderos como agraria Proserpina.
Señor Rainer María
usted qué sabe
de lo que no me pasa, del estar cansado,
del conversar con los taxistas en la amarga
noche catalana. Dispense por esta vez
mi declamar el poema del amor y muerte
y écheme un consejo, en todo caso:
¿debería planearlo más bien como elegía?

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Piú Avanti! - Almafuerte

No te sientas vencido, ni aun vencido;
No te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo
y arremete feroz, ya malherido.

Ten el tesón del clavo enmohecido,
que, ya mísero y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Procede como Dios que nunca llora,
o como Lucifer que nunca reza,
o como el robledal cuya grandeza

necesita del agua y no la implora.
¡Que apostrofe, que muerda, vengadora
ya rodando en el polvo, tu cabeza!

LAS HOJAS SECAS [Mi poema]
Pedro Bonifacio Palacios [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Si estas hojas que pinto quedan mustias
o ves pierden verdor y amarillean,
si no existen ni ciegos que las vean
o no quieren saber de mis angustias.

Si no encuentran ni un mono que las baile,
que inciten a subir a un escenario,
las saque a repicar en campanario
por las manos expertas de algún fraile.

Así que hayan pasado muchos años
y un indocto tropiece con mis versos,
ni intenten traspasar los universos
subiendo con sigilo sus peldaños

habré de comprender que ese es el sino
de un tiempo que se ha vuelto revoltoso,
que arrecia un vendaval tan proceloso
hundiéndose en un poso clandestino.

Pues las hojas y versos son hermanos
cuando nacen ya lo hacen con la suerte
de saber que a su espalda está la muerte
apostada en la huella de las manos.

Hojas secas perdidas en su huida,
esclavas de una duda que las lastran,
que a la deriva van, luego se arrastran
para al fin ya pegar una estampida.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:   Pedro Bonifacio Palacios

Fúnebre

I
La montaña que tiembla, porque siento
germen de cataclismo en sus entrañas;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y qué distancia;
el mar que ruge protestando airado
de la ley del nivel que lo avasalla;
los mundos del sistema -¡tristes mundos!-
que al sol de Dios obedeciendo pasan
como en la arena de la pista el potro
a latigazos -¡noble potro!- salta;
no tienen sobre sí más amargura
que la que hospeda en sus desiertos mi alma,
porque yo arrastro sobre mí -¡y no puedo!-
como un cuerpo podrido, ¡la esperanza!

II
Tú que vives la vida de los justos
allá junto a tu Dios arrodillada,-
yo no creo ni aguardo, pero pienso
que haya hecho Dios un cielo para tu alma,-
dame un rayo de luz -¡uno tan solo!-
que restaure mi fuerza desmayada,
que ilumine mi mente que se anubla,
que reanime mi fe que ya se apaga…
dame un beso de amor -¡uno siquiera!-
aquí, sobre esta frente que besabas;
aquí, sobre estos labios que otros labios
han besado con ósculos de infamia;
aquí, sobre estos ojos que no tienen
nada más, ¡oh mi madre!, que tus lágrimas.

Pasión

Tú tienes, para mí, todo lo bello
que cielo y tierra y corazón abarcan;
la atracció estelar -¡de esas estrellas
que atraen como tus lágrimas!

La sinfonía sacra de los seres,
los vientos y los bosques y las aguas,
en el lenguaje mudo de tus ojos
que, mirándome, hablan;

Los atrevidos rasgos de las cumbres
que la celeste inmensidad asaltan,
en las gentiles curvas de tu seno…
¡Oh, colina sagrada!

Y el desdeñoso arrastre de las olas
sobre los verdes juncos y las algas,
en el raudo vagar de tu memoria
por mi vida de paria.

Yo tengo, para ti, todo lo noble
que cielo y tierra y corazón abarcan;
el calor de los soles, -¡de los soles
que, como yo, te aman!

El gemido profundo de las ondas
que mueren a tus pies sobre la playa,
en el tapiz purpúreo de mi espíritu
abatido a tus plantas.

La claridad celeste de los besos
de tu madre bendita, en la mañana,
en la caricia augusta con que tierna
te circunda mi alma.

¡Tú tienes, para mí todo lo bello;
yo tengo, para ti, todo lo que ama;
tú, para mí, la luz que resplandece,
yo, para ti, sus llamas!

¿Por qué no mandas?

(paralelas)

I
Como al nacer el sol en el oriente
los negros lomos de la tierra inflama,
como Dios al mirar sobre los pueblos
desaloja la duda de las almas
en mis tinieblas
casi macabras
como rayo de sol fué tu sonrisa,
consolación de Dios fué tu mirada.

Como brilló una luz en el desierto
para salvar una nación esclava,
como cruzó una estrellas los espacios
al comenzar la Redención humana,
-resplandecientes,
a llamaradas-,
surgieron, en mi senda, tu sonrisa,
y en mi noche angustiosa, tu mirada.

Como el riego copioso de la nube
las duras glebas del erial ablanda
y los aires impuros purifica
del polvo impuro que su velo empaña,
-lluvia de oro,
sonora y franca-,
humedeció mis penas tu sonrisa,
purificó mis besos tu mirada.

Como el endeble cráneo de los hombres,
a pesar de caber en las dos palmas,
la inmensidad del Universo encierra
y sus ruines paredes no se rajan;
así en el parvo
duomo de mi alma,
está como la aurora tu sonrisa…
¡como todos los orbes tu mirada!

Como pájaro y flor, en las agrestes,
pavorosas llanuras desoladas,
sol el retoque audaz que les proyecta
vida, color, perfume, resonancia:
en mi solemne,
desierta pampa,
como cántico y flor fué tu sonrisa,
como cántico y flor fué tu mirada.

II
Como pugna una fuerza prodigiosa
detrás de cada sol y cada larva,
en la mole del mar y del rocío
en la espiga del trigo y la montaña:
tú no me tocas,
tú no me hablas,
y eres la sola vida de mi vida,
su voluntad, su numen, su palanca.

Como a plena luz del mediodía
semejan un insendio las cañadas,
y a los oblícuos rayos de la tarde
tranquilos mares de bruñida plata
-sol de virtudes,
astro que ama-,
tú, sobre todos mis dolores juntos
las ilusiones de tu luz levantas.

III
Como el Señor querría el Angel malo,
si el Señor le volviese la Esperanza
y en el vacío enorme de aquel odio
la enormidad de su Perdón volcara;
así a raudales,
así a cascadas,
se ha inundado mi pecho de un cariño
que por cielos y tierra se derrama.

Cariño universal que me transporta
más allá de mis dudas y mis ansias,
que me impone surgir del horizonte
limpio de mis pasiones y mis lacras,
como penacho
de ardientes llamas
que hubiera puesto Dios sobre mi testa
para darme el dominio de las almas.

Cariño que refunde mis potencias
en la sola potencia sobrehumana
de sentir nada más que lo sublime,
de llorar nada más que por las alas…
¡virgen del cielo
llena de gracia,
que bajaste a gemir con los mortales
y has hecho de mi espíritu tu alcázar!

Allí estarás como la sola dueña,
allí serás la sola soberana:
como rigen los astros a los mares,
tú regirás mis ondas tumultuarias.
Reina absoluta
¿por que no mandas?
¡Yo haré que todo el mundo conmovido
se postre de rodillas a tus plantas!

¡Y te haré de mi gloria una diadema,
de mi mente una túnica de grana,
de laureles y aplausos una alfombra,
de mi pecho y mi sangre una muralla;
porque yo tengo
virtud en mi alma,
para llenar de admiración los orbes
si una mirada tuya me lo manda!

Vera Violeta

En pos de su nivel se lanza el río
por el gran desnivel de los breñales;
el aire es vendaval, y hay vendavales
por la ley del no fin, del no vacio;

la más hermosa espiga del estío
ni sueña con el pan en los trigales;
el más dulce panal de los panales
no declaró jamás: yo no soy mío;

y el sol, el padre sol, es raudo foco
que fomenta la vida en la Natura,
por calentar los polos no se apura,
ni se desvía un ápice tampoco:

Todo lo alcanzarás solemne loco…
¡siempre que lo permita tu estatura!

La Yapa

Como una sola estrella no es el cielo,
ni una gota que salta, el Ocëano,
ni una falange rígida, la mano,
ni una brizna de paja, el santo suelo:

tu gimnasia de jaula no es el vuelo,
el sublime tramonto soberano,
ni nunca podrá ser anhelo humano
tu miserable personal anhelo.

¿Qué saben de lo eterno las esferas?
¿de las borrascas de la mar, las gotas?
¿de puñetazos, las falanges rotas?
¿de harina y pan, las pajas de las eras?…

¡Detén tus pasos Lógica, no quieras
que se hagan pesimistas los idiostas!

Intima

Ayer te vi… no estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar,
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar,
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi… si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe Dios,
o acaso, el que roba tus caricias,
tiene en el cielo mas poder que yo!

Otros te digan palma del desierto,
otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura:
yo te diré mi amada!
Ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras,
ellos son elocuentes porque esperan;
¡y yo no espero nada!

¡Yo sé que la mujer es vanidosa,
yo sé que la lisonja la desarma,
y yo se que un esclavo de rodillas
más que todos alcanza!…

Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras;
yo seré más audaz, pero más noble:
¡yo te diré mi amada!

Ayer y hoy

Humilde como el voto del creyente,
bendito como el ángel de mi guarda,
tímido, solitario, romancesco,
fe y esperanza.

Como tú, virginal y sin mancilla,
como yo, visionario y entusiasta,
era el amor que te ofrecí; inocente,
como mi alma.

Ignoto, como ráfaga perdida,
ardiente, como lágrima callada,
torcido, desolado, borrascoso,
amor de paria.

Triste, como el destello de la luna,
solo, como la luna solitaria,
es el recuerdo de ese amor maldito,
como mi alma.

Adiós a la maestra

Obrera sublime,
bendita señora:
la tarde ha llegado
también para vos.
¡La tarde, que dice,
descanso!… La hora
de dar a los niños
el último adiós.

Mas no desespere
la santa maestra:
no todo el mundo
del todo se va;
usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!

Pasando los meses,
pasando los años,
seremos adultos,
geniales, tal vez…
¡Mas nunca los hechos
más grandes o extraños
desfloran del todo
la eterna niñez!

En medio a los rostros
que amante conserva
la noble, la pura
memoria filial,
cual una solemne
visión de Minerva,
su imagen, señora,
tendrá su sitial.

Y allí donde quiera
la ley del ambiente
nimbrar nuestras vidas,
clavar nuestra cruz,
la escuela ha de alzarse
fantásticamente,
cual una suntuosa
gran torre de luz.

¡No gima, no llore
la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va!
¡Usted será siempre
la brújula nuestra,
la sola querida
segunda mamá!

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Manuel Gutierrez Najera

Hojas Secas 

¡En vano fue buscar otros amores!
¡En vano fue correr tras los placeres,
que es el placer un áspid entre flores,
y son copos de nieve las mujeres!

Entre mi alma y las sombras del olvido
existe el valladar de su memoria:
que nunca olvida el pájaro su nido
ni los esclavos del amor su historia.

Con otras ilusiones engañarme
quise, y entre perfumes adormirme.
¡Y vino el desengaño a despertarme,
y vino su memoria para herirme!

¡Ay, mi pobre alma, cuál te destrozaron
y con cuánta inclemencia te vendieron!
Tú quisiste amar ¡y te mataron!
Tú quisiste ser buena ¡y te perdieron!

¡Tanto amor, y después olvido tanto!
¡Tanta esperanza convertida en humo!
Con razón en el fuego de mi llanto
como nieve a la lumbre me consumo.

¡Cómo olvidarla, si es la vida mía!
¡Cómo olvidarla, si por ella muero!
¡Si es mi existencia lúgubre agonía,
y con todo mi espíritu la quiero!

En holocausto dila mi existencia,
la di un amor purísimo y eterno,
y ella en cambio, manchando mi conciencia,
en pago del edén, diome el infierno.

¡Y mientras más me olvida, más la adoro!
¡Y mientras más me hiere, más la miro!
¡Y allá dentro del alma siempre lloro,
y allá dentro del alma siempre expiro!

El eterno llorar: tal es mi suerte;
nací para sufrir y para amarla.
¡Sólo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos arrancarla!