A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
ME GUSTAN LAS MUJERES [Mi poema]
Pablo Menacho [Poeta sugerido]New
MI POEMA... de medio pelo |
Me gustan las mujeres que callan cuando besan, Me gustan las mujeres esbeltas y elegantes Me gustan las mujeres de pícara sonrisa Me gustan las mujeres de labios de colores Melosas, agraciadas, dulces y pizpiretas |
MI POETA SUGERIDO: Pablo Menacho
El Agua y la Derrota
Don Edmond Bertrand:
Usted sólo es el vuelo
de una imaginación privilegiada,
ajeno a la fortuna y a los infortunios
que vendrían a descomponer la luz
de la mañana y el deseo.
Es nuestra lealtad a esta tierra también desleal,
pero amorosa,
que acunó nuestros sueños más ardientes
y nuestras rebeldías.
Don Edmond Bertrand,
promotor de juergas y recuerdos
que aún intentan tocar el Sena en la memoria.
Usted,
que no sufrió con el delirio o el acoso,
la persecución o la vergüenza,
el descrédito público o el escarnio,
la bancarrota o el suicido.
El anhelo era entonces un pájaro sin alas.
(La luna,
redonda y agria,
traza líneas en el agua
que recuerdan un bolero
que rueda por el costado agreste
de la madrugada.)
Es el agua de la zanja,
profunda como una tumba que se multiplicó
con sus cadáveres anónimos y silvestres,
con pueblos enteros que se hundieron
o escaparon a las nuevas orillas
creadas por el hombre.
El agua de dos mares que se encontraron
en el centro mismo de la tierra.
El precio del sueño y la grandeza
con que el hombre emprendía sus hazañas.
Acaso alguien escriba sobre sus puertas
las trágicas historias de los chinos
y los ferrocarriles.
__El opio se arrastraba y hacía estragos
en el ángel de la bruma__.
Eran las tempestades que la muerte ya tendía
en las sombras de tan magna empresa
y la negritud,
desarraigada y moribunda,
que excava caminos para el agua
a través de las montañas
a pesar del ocaso de la fiebre y la quinina.
Usted no es más que un pretexto,
un fantasma de la imaginación,
el mito de una historia irrepetible.
Del libro: Carta a Edmond Bertrand
La Sola Mar
1.
Viejo muelle, viejo mar.
Zarparon todas las barcazas
y el pescador extravió las redes
en la sal y las arenas.
Dicen que las encontró colgadas
de los astros más lejanos
recogiendo la luz del universo
para alumbrar la puerta de su casa
con todas las luciérnagas
que el tiempo conoció.
2.
A la deriva, el barco,
no atracará en puertos ni playas
descubiertos por Colón.
Naufragio habrá
y un marinero menos
que ya no tendrá hijos
para contar
la fuerza de aquella terrible tempestad
que todo destruyó.
3.
A qué puerto, la barca.
La resaca desatará los amarres
en mitad de la tormenta
y después,
calmado el mar,
¿dónde el puerto que la espera?
En qué lugar la tierra firme
donde encallará llena de sales
y la tristeza del marino
que no la encontrará.
4.
Desembarcan.
No pescadores con racimos
de peces en sus manos.
No recolectores del sol y de las aguas.
De papel parecen los pesqueros
ante los buques de la guerra.
Desembarcan.
Con ternura los podremos derrotar.
5.
Oscuro el mar,
no habrá playeros los domingos.
Ni de fiesta se vestirán los peces
y las aves
cuando amenace el huracán.
6.
Ella espera
tejiendo un nuevo chal.
Sabe que vendrá
de más allá de los oleajes
y en su casa cenará.
Curtida la piel, se abrazarán.
Serán felices __dicen las palmeras__.
Juntos sonreirán.
7.
Años que construí
para el día y los manantiales.
Todos son mares que nunca navegó
el más soñador
de los marineros
en busca de un joven jardín.
Dejo constancia de lo vacías
que están sus manos:
gaviotas nunca saludó.
El caracol tenía los sonidos
que su hijo remontó.
Del libro: La Sola Mar
Las Horas
1.
Pequeñas para todos, estas horas:
risas diminutas
en el campo de la lluvia.
Demasiado pequeñas
en el viento.
Grandes para todos los habitantes
de la tierra.
2.
Ella soñaba con la Luna,
tejía sonrisas en el rostro
de los niños,
despertaba al Sol
cada mañana.
3.
Dónde estará ahora
que las horas son inmensas
y la llaman
desde el fondo de las aguas.
Ella: que sueña con la Luna
mientras llueve.
Del libro: Voces en la lluvia
Epílogo La Ruta que Vendrá
Pero aún hoy,
después de tantas madrugadas
asediados por un implacable insomnio,
seguimos trazando nuestra ruta
por una senda inexplorada.
Desfilan las cruces de los muertos
mientras las manos flotan como granadas
en el aire.
Nuestros muertos
son raíces de una herida ya imborrable.
Nosotros, los de aquí,
aún nos resistimos a ser presa
de la sorpresa.
El mundo da giros distintos cada día
y, sin embargo,
aún nos batimos a duelo con los mismos fantasmas
sin resignarnos a borrar las marcas del ocaso.
Soñando los oleajes que vendrán
con las corrientes de los mares.
Con la sangre intoxicada,
tanto como seguimos intoxicados
por la brevedad del instante
y la acumulación.
El mar siempre regresa
con la voz de los ausentes
y nos revela el rostro oscuro de la noche.
Este habrá de ser el momento para iluminarte
y trazarte, finalmente,
la nueva ruta que defina la mañana,
el instante en que la claridad se torne impostergable.
MI POETA INVITADA: Carmen Villoro
Otoño
Yo escribo los poemas que me escribió mi madre,
destilo su dolor
a través de esta pluma extemporánea.
Su dolor era el mar
y yo así lo veía desde el naufragio.
Ella tocaba el piano;
sus manos se deshacían sobre las teclas
cómo jirones de nube en el ocaso.
Dejó guardada las palabras en el clóset
y yo las fui a robar cuando el silencio
estaba a punto de borrarnos.
Ahora lee mis libros
como quien hojea un álbum de recuerdos
y algo de juventud se le atraganta
mientras yo escucho una sonata inexistente
y la tarde, a las dos, se nos deshace.
Zona de fumar
Miro a esas mujeres que fuman sus cigarros
como si hicieran el amor.
Una de ellas desprende la cintilla del celofán
con la gravedad de quién descorche el cinturón
o desnuda una corbata.
Otra caricia con tres dedos la lisura blanca
anticipando un fuego conocido,
queriendo retrasarlo.
Hay la que lo detiene con los labios
disfrutando su peso
su seca desnudez
y después lo humedece para volverlo propio.
La primera lo absorbe hasta el abismo,
se hace un poco de daño
para sentir que existe.
La segunda lo mira iluminarse
y consume en secreto sus recuerdos.
La tercera sacude la ceniza,
mira el humo
como quien despide de una calle solitaria.
Una lo apaga con pequeños golpes,
sabe de espasmos.
Otra lo tira al piso, lo tritura
y esa violencia la desquicia suavemente.
La tercera lo deja consumirse
porque no le gusta apresurar ningún desprendimiento.
Parece que platican,
desayunan en este restorán,
piden la cuenta, así, como si nada.
Pero sus cuerpos habitan otra realidad,
sus almas vibran,
su soledad salvaje las denuncia.
Fútbol
a mi hijo Federico
Te miro a través de la malla
que separa las gradas en la cancha.
Algunos gestos tuyos me hablan desde lejos,
quizá desde mi propia infancia.
Otros, te vuelven tan lejano,
tan dueño de ese ritmo que imprimes
al paso de tu sangre.
Qué poco entiendo
de aquello que se fragua
en el centro profundo de tu cuerpo.
Qué poco entiendo de fútbol.
Qué poco sé
de ese jugador de once años
que arde de pasión sobre la hierba.
Me doy la vuelta
y te dejo ahí,
jugando tu partido
del que sólo tú conocerás
el marcador final.
De Zurcido Invisible - Mantis Editores