A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

NICOLÁS GUILLÉN

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YAYO [Mi poema]
Fernando Operé [Poeta sugerido]

MI POEMA ...de medio pelo

 

Recuerdo no sé si en mayo, si aconteciera en abril,
que éste que escribe fue yayo y se convirtió en lacayo
de una rosa en su jardín.
Y es por eso que yo hoy con mis lectores me explayo
y les cuento y no me callo gritando mil veces mil
que esa flor salió de un tallo.
Y aunque a mi me parta un rayo, me reprochen lo que diz,
ese día el mes de mayo, que quizás fuera de abril,
ser abuelo ¡hoy me desmayo! a mí me hizo muy feliz.

Mas no piense quien me lea que exagero para así
que su ternura obtuviera y únicamente un ardid,
una simple argucia fuera.
Que aquella cosa chiquita y mimosa, tan bonita,
vestida toda de añil, me hizo subir al parnaso
y soñar en primavera.
Y aunque nadie a mi me crea y que nadie me haga caso
ese día el mes de mayo que, o quizás fuera de abril,
feliz fui como un payaso y sigo así cual aprendiz.

Soy abuelo, sí ¡qué pasa! y estoy como un regaliz
que fluye suave y abrasa hasta invadir a la nariz.
Y aunque me tomen a guasa o me miren de soslayo
y haya quien me grite ¡yayo!
y aun más, jarten de reír, ¡bendigo a ese calendario!
Yo me mofo del mal fario,
no piensen que estoy senil ni que soy un ordinario,
que ese día el mes de mayo que, o quizás fuera de abril,
de dormir al cielo raso pasé el cielo a descubrir.
©donaciano bueno.

Ser #abuelo tiene dos aristas, tener nietos solo una? Share on X

Yo no sabía lo que significaba la palabra yayo hasta que llegué a Valencia. En Castilla, al menos mientras yo fuí pequeño, sólo se utilizaba el término abuelo. Reconozco que por ser mas corto fonéticamente es mas asimilable el primero, aunque a mi no me guste.

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
(Nicolás Guillén)

MI POETA SUGERIDO: Fernando Operé

HIJO DE LA CIUDAD

A Alicia L. O.

Para ordenar el recuerdo
en la ciudad de la infancia,
cuento los pasos,
sumo las manzanas
y multiplico las calles.

Mido a zancadas la ciudad
en busca de una avenida,
la gozosa rambla o el parque ocioso.

Contabilizo la hazaña del tacón,
mi pie andariego.

Me veo envejecer cruzando plazas
donde se quiebra la monotonía de los sótanos
y el silencio de las habitaciones.

Soy hijo de la ciudad.
Reclamo el bullicio, el árbol y la tienda,
los gorriones, la taberna y el colmado.
Si algo me acongoja es el neumático
y la secuencia de su larga noche,
agónica e inevitable brega
de la voracidad de las ruedas.

La ciudad la celebro, en su bullicioso vivir,
y en la espuma de mis versos.

Una palabra basta

Una palabra basta a veces
para apresar un río,
doblegar un peñasco,
fraguar un mediodía;
una palabra sin adornos,
seminal y pletórica,
vegetal palabra
con forma de semilla
y calor de lava;
una palabra que penetre
en las oscuridades,
los triángulos nocturnos,
las caracolas góticas,
y los pozos de la piel.
Una palabra con talle de espiga
y textura de llanto.
La veo cayendo
como una gota alada,
semen gozoso,
sobre la seda blanca
de aquel entendedor
que es sabio y calla,
que es arcilla, alberca,
tierra menstrual,
círculo íntimo,
el primer oidor sin escamas,
la residencia primordial, el útero antiguo.
(“De lo que no sabes no hables”)

LAS PUERTAS DE MADRID

Madrid tiene cien puertas,
de Toledo, de Alcalá,
la de Atocha y la taberna,
y todas están abiertas.

Tiene cien plazas también
con balcones y ventanas,
los visillos descorridos
y las persianas alzadas.

Un río sin peces tiene
que en los veranos se estanca.
Más que río es cicatriz
que corta en dos la esperanza.

Tiene cien palacios serios
y también vetustas casas,
memoria borrosa
de una historia lejana,
de la villa palaciega
de poetas y beatas.

Madrid es una ciudad
que a duras penas duerme,
pero sonríe aun con resaca,
y abre las puertas, estrecha
la mano, y muestra la cara.
Y así pasa todo y no pasa nada.

Porque Madrid se da
al mejor postor y por sus calles,
desiertas o habitadas,
el amor corre libre hasta
que los crepúsculos arañan
las avenidas trenzadas.

Madrid es y no es.
Alguien la llamó ramera,
otro, capullito de guirnaldas.
Yo la amo y la visito en primavera,
y como Penélope en el muelle,
ella paciente me aguarda
reclinada y solícita
en el paseo de la Castellana.

CIUDAD DE MÉXICO

A Cecilia Brown

Cuando los dioses pedían sangre,
¿sacrificaban también las mariposas?

Tenochtitlán populosa ¿qué habría
hecho con sus desposeídos hijos?
¿Qué de su hambre, el desespero,
la glotonería de los astros, los sueños de maíz,
el humo sacerdotal invadiendo los párpados
hasta envenenar las lágrimas
y emborrachar los pulmones?

Ciudad asmática
que despierta en mañanas de tóxico y legumbres
y se pasea en las tardes bañada de cobre.
¿Qué de sus muertos, su voz y sus guitarras?
¿qué de los corridos retando la injusticia
y dando voz de clarín a los hijos venideros?

Recorro en las noches las calles sin nombrarlas,
grabo en la retina la luz de ese farol,
una fosa en el pavimento,
el resplandor de la luna en un charco,
y el concierto es una Babel de voces
y enmarañados momentos.

Ciudad que huele a chiles, a pasión,
a sombra de aguacates
y resplandor de mango.
Busco su sabor original,
su ardor de tequila,
su ardiente mole y servil cilantro.
Persigo la semilla, el primer salmo,
la anónima calavera y la sedienta sandalia,
con el afán de entender, nombrar,
relatar sus heridas y dar sentido a esta metrópolis
que se sostiene como un milagro
en un océano de almas.

Mientras escribo siento, no en vano,
la emoción de penetrar un ajeno universo.

WASHINGTON, D.C.

Washington esquiva.
Ciudad insomne donde impávidas columnas
y edificios neoclásicos parecen emular
el decoro del purgatorio.

Ciudad sin colillas ni palomas mensajeras,
sin niños ni madres,
sin cloacas ni vertederos.
Ciudad en pálido murmullo
con viento de macho satisfecho
y rojo telón, atrás del río.

Ciudad de la blanca casa
y de la casa oscura,
de la mansión de hojaldres
y del acero que sacude los mundos,
redime cautivos
y ensombrece los féretros.

Ciudad también de los cívicos,
de los que viven de la tinta
y de las leyes, de la constitución
o del decreto, y del frío atardecer
de los púlpitos.

Oh ciudad del gran Mall
y los museos. Si no fuese
por tu confusa historia, te amaría
en una tarde de abril, cuando la lluvia
las flores emborrachan los cerezos.

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POEMA A LA CHISTORRA [Mi poema]
Rafael Guillén [Poeta sugerido]

MI POEMA ...de medio pelo

 

Jugosa, delicada y complaciente,
rezumando de amor todos tus poros,
si roza en las papilas con su diente
te muestras tan sedosa y tan crujiente
que suenan de los ángeles los coros
y allí te haces ferviente.

Que eres, nena, rojilla hasta rabiar
y a la vez tan melosa y consistente
que henchido de placer el paladar,
con la lengua comienza a platicar
así a algunos parezca irreverente
llevarte hasta su altar.

Quien no supo o no pudo en ti libar
no podrá más saber lo que se pierde,
no pudiendo al privarse disfrutar.
Así muchos te quieran agraviar
o de envidia a tu grasa, pongan verde
con ganas de enfadar.
©donaciano bueno

Todo lo que es rico dicen que es malo, como la grasa? Share on X

Chistorra o txistorra es un tipo de longaniza, más estrecha que el chorizo, de carne cruda de cerdo y vacuno, muy típica de Navarra pero en otros lugares despreciada por su alto contenido en grasas, lo que, a su vez, la hace muy sabrosa.

MI POETA SUGERIDO:  Rafael Guillén

Anclado en mi tristeza de profeta…

Anclado en mi tristeza de profeta
sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;
cuánto valdrá después esto que vivo
sujeto a este después que me sujeta.

Mi plenitud en ti quedó incompleta
y espera un no sé qué definitivo.
Mientras, cerca de ti, escribo y escribo,
poeta al fin, en tiempo de poeta.

Sé cuánto ha de valer; eso es lo triste.
Valdrá más de lo mucho que poseo
el recordar lo mucho que me diste.

Profetizado don, con que falseo
esta presente gracia que me asiste
y esa futura gracia que preveo.

Canto a la esposa II

Como un ángel en traje de faena
descompones la casa amanecida.
Las camas y las mesas se abandonan
sin recato, las faldas levantadas.
¡Sacude viejos pasos de la alfombra,
que tu amor no es posible sin nacer cada día!

El brillo soñoliento del barniz y del vidrio
despierta a la caricia puntual del plumero,
el reloj te presiente y acelera el latido.
La escoba te florece entre las manos.
¡Canta más alto y barre los recelos;
que quede el aire justo por los cuartos!

Hay una pausa siempre donde la sangre clama.
Es cuando se doblega tu maternal cintura
y un racimo de niños colgados de tu cuello,
pone a punto de risa la claridad del día.

Esposa del amor y la cocina,
de la sonrisa fácil y el pelo alborotado,
de las mangas subidas y la mirada casta.
Aún no sé si es mi paz ese diario
trajín, en el que envuelves
nuestro amor, o si es acaso
mi paz este mirarte atareada
como libando aquí y allá en lo nuestro.
O si es mi paz el vuelo de tu falda,
o el aire de domingo con que pones la mesa.

Dos pájaros te escoltan cuando sales al patio.
Las tapias encaladas te roban la limpieza.
¡Tiende alta tu blusa y mi pañuelo
para que puedan verse desde el mar!
¡Tiende al sol tu recato y tu blancura
y que se sequen pronto los recuerdos!

Esposa del amor y la costura,
del cesto y de la plancha, que apaciguas
constante mi inquietud, como serenas
el mar blanco y rizado de las sábanas.

Después, la mano umbrosa de la tarde vencida
apaga lentamente rendijas y ventanas;
mientras por una escala de palabras mimosas
se te suben los hijos a la altura del beso.
Pasa un silencio por la línea exacta
donde termina el día,
y la luz se deshace iluminando
pequeños universos interiores.
Es cuando tú, sentada y poderosa,
redondeas el día dando forma al sosiego.
Es cuando tú preparas los caminos
por donde el bien resbala hasta entrar en la casa.
Es cuando tú presides la alegría.
La amiga noche, esposa, no se acerca
hasta que tú le tienes mullida la almohada.

Cristal romano

Si este ungüentario de cristal romano
que veinte siglos irisaron, donde
la transparencia envejecida apenas
deja ya ver el soplo que le diera
forma de lágrima y que aún se esconde
en su interior como con miedo a verse
en otro tiempo; si este vaso leve
que otro soplo o milagro ha conservado
indemne entre los mármoles partidos
de la arrasada villa, resbalase
de mis manos y en un funesto instante
se estrellase en el suelo dulcemente,
consternación aparte, no sabría
apreciar las distintas magnitudes
de tamaño suceso, ni sabría
ponerle fecha; pero estoy seguro
de que en el tiempo aquel, que permanece
detenido entre togas y columnas,
se oirían los clamores del desastre.

Cristales empañados

Se fue, no tan despacio que no hubiera
un desajuste tenue en la calima
del asfalto, y su falda
parecía más triste en el andar y hubo
como una duda, o tal vez no, y la acera
se fue estrechando al alejarse y, luego,
pareció, quizás fuera
su delgadez, sus hombros, que no iba,
que volvía a la infancia, y en la calle
apenas cabía el sol y mi mirada
y una música urbana que, tan joven,
surgió de un bar con soledad y miedo.
¿Te veías tú, acaso, dime, como
si te pudieras ver, de espaldas, sola,
pegada a la pared, andando, yéndote?

Me fui. Recuerdo que el vacío
aquél era ya parte
de mí. Porque me estuve yendo
todo el tiempo que, arriba, la buhardilla,
cama deshecha, sábanas con restos
de calor, vasos, deja
ya de fumar, me estuve
dejando ir en no querer ser pasto
de ciudad, y las calles
y el ruido estaba en mí y tus ojos, habla,
¿por qué te vas?, estaban
alrededor de mí; ser pasto
de ventanas cerradas, un quejido
o una sirena a media noche, esquinas
donde comprar la nada, el estallido
de la nada, acompáñame, me estuve
yendo de mí todo aquel tiempo tan hermoso.

Se fue y era de noche
en torno a su cintura y sus vaqueros
gastados. La bufanda, con su historia
ella también, entretejida, daba
una vuelta a la tibia
cadencia de su cuello y la seguía
a través de la lluvia y algún perro
y la insolente luz de los semáforos
poniendo en orden el desierto y, lejos,
la otra oscuridad, la que está hecha
de violencia y portales y mugrientas
escaleras.

Me fui de tanta prisa
por conocer, de tanto estar contigo,
de tanta juventud, frío empañando
los cristales, de tanto amor, la estufa,
libros y discos en desorden, altas
madrugadas del beso, tus preguntas,
café para el cansancio, las paredes,
tu pelo, el desconcierto de estar vivo.

Toda esta vida me sostiene ahora.
Todo este tiempo aquél que es lo que tengo,
lo único que tengo. Tanto irse,
tanto perder, tal desapego,
tanta sinceridad, tan armoniosa
desventura, tan sabio desvarío,
tal desesperación, tanta belleza.

De nuevo te esperé en el desconsuelo…

De nuevo te esperé en el desconsuelo
de la esquina. Por el bullicio oscuro
iban, venían rojos autobuses,
acharolados taxis que, ocupados,
se detenían un segundo antes
del desencanto. La farola daba
entintado de comic a la espera.

Los taxis están hechos con materia
de soledad, de presurosos besos,
de palabras sin terminar, de rápidos
adioses, de cabezas que se vuelven
como pidiendo auxilio. Cada taxi
va tejiendo y tejiendo su capullo
de seda por las calles, va encerrando
su mariposa entre los hilos tensos
de la ciudad que gime y que lo envuelve.

¿Por qué querer es esperar?. La lluvia
tenaz parpadeaba en el cambiante
neón de Piccadilly y los neumáticos
por el asfalto húmedo sonaban
como el desuello de una piel inmensa.

Todo el desecho de la prisa iba
acumulado en los asientos turbios
de los taxis. Su tántalo destino
era llegar para volver de nuevo.

Los taxis se alimentan de colillas,
de tersos portafolios, de monturas
de gafas, de coronas funerarias,
de perfumados guantes, de pañuelos
inmundos, de paraguas olvidados.
El horizonte de los taxis nace
a espaldas de la luz, está poblado
de sanatorios y consultas, linda
con discos y semáforos, discurre
por negocios y apremios y legajos.

¿A dónde va el amor cuando no acude
a nuestra cita?. Una lenta hilera
de gotas resbalaban por el borde
de la farola anochecida. Un golpe
de tos quebrada restalló muy cerca
de mi bufanda. El viento me azuzaba
los mastines del frío. Y otros taxis
pasaban sin parar, como otras noches,
como todas las noches de mi vida.

Cuando al amanecer se quedan solos
los taxis, se acarician la gastada
tapicería, que conserva algunas
viejas huellas de semen o de lágrimas.

Donde sonó una risa, en el recinto…

Donde sonó una risa, en el recinto
del aire, en los pasillos transparentes
del aire donde, un día
sonó una risa azul, tal vez dorada,
queda por siempre un hueco, un lienzo triste,
un muro acribillado, un arco roto,
algo como el desgaire de una mano
cansada, como un trozo
de madera podrida en una playa.

Donde saltó la vida y luego nada
echó a rodar, y luego nada, queda
una cama deshecha,
un cuarto clausurado, un portón viejo
en el vacío, algo
como un andén cubierto por la arena;
queda por siempre el hueco
que deja un estampido por el bosque.

De bruces, husmeando, rastreando
unas huellas, tirando
del hilo de un perfume,
penetra el corazón por galerías
que un latido de sangre subterránea
horadó alguna vez y allí quedaron.
Y que allí permanecen con su húmeda
oscuridad de tigres en acecho.
Penetra el corazón a tientas, llama
y su misma llamada lo sepulta.

Donde sonó una risa, una vidriera,
una delgada lámina de espacio
estalló lentamente. Y no es posible
poner de nuevo en orden tanta ruina.

Un nuevo aliento merodea. Llegan
otros sonidos hasta el borde y piden
su momento para existir. Afluyen
nuevas formas de vida
que al final toman cuerpo y se acomodan.
Pero el tiempo ya es otro y el espacio
ya es otro y no es posible
revivir lo que el tiempo desordena.

En la cresta del agua o de la espuma
donde una risa naufragó, ya nada
podrá buscar, hundirse, hallar los restos,
nadie podrá decir: éste es el sitio.
El mar no tiene sitios y sus cimas
son instantes de brillo y se disuelven.

Pero quedan los huecos, queda el tiempo.
El tiempo es un conjunto
de irrellenables huecos sucesivos.
Donde sonó una risa queda un hueco,
un coágulo de nada, una lejana
polvareda que fue,
que ya no está, pero que sigue hablando,
diciendo al alma que, en alguna parte
algo cruzó al galope y se ha perdido.

El miedo, no. Tal vez, alta calina…

El miedo, no. Tal vez, alta calina,
la posibilidad del miedo, el muro
que puede derrumbarse, porque es cierto
que detrás está el mar.
El miedo, no. El miedo tiene rostro,
es exterior, concreto,
como un fusil, como una cerradura,
como un niño sufriendo,
como lo negro que se esconde en todas
las bocas de los hombres.
El miedo, no, Tal vez sólo el estigma
de los hijos del miedo.

Es una angosta calle interminable
con todas las ventanas apagadas.
Es una hilera de viscosas manos
amables, sí, no amigas.
Es una pesadilla
de espeluznantes y corteses ritos.
El miedo, no. El miedo es un portazo.
Estoy hablando aquí de un laberinto
de puertas entornadas, con supuestas
razones para ser, para no ser,
para clasificar la desventura,
o la ventura, el pan, o la mirada
-ternura y miedo y frío- por los hijos
que crecen. Y el silencio.
Y las ciudades rutilantes, huecas.
Y la mediocridad, como una lava
caliente, derramada
sobre el trigo, y la voz, y las ideas.

No es el miedo. Aún no ha llegado el miedo.
Pero vendrá. Es la conciencia doble
de que la paz también es movimiento.
Y lo digo en voz alta y receloso.
Y no es el miedo, no. Es la certeza
de que me estoy jugando, en una carta,
lo único que pude,
tallo a tallo, hacinar para los hombres.

Ella vendrá, saladamente húmeda…

Ella vendrá, saladamente húmeda,
tenuemente velada
por el polvo de agua que liberan
las olas al romper.

Uno por uno, intento
ir forzando los límites. Y espero.
No sé que espero, ni por qué. Es un modo
de reclamar mi parte de aventura.

Ella vendrá. Vendrá desde la noche.
Como un débil galope que se acerca.
Como el recuerdo de una risa. Como
el eco de las voces que, otros tiempos,
habitaron la casa abandonada.
Ella vendrá. Yo creo en el misterio.

La fe en lo transparente, en lo que existe
alrededor de la materia; el vago
presentimiento ilógico; el deseo
me salvará. Yo creo
en la otra mitad de lo visible.

Ella vendrá, saliendo del espejo.
Sonriendo desde un retrato antiguo.
Será un leve crujido en la escalera,
el ruido de unos pasos por el techo,
una cortina que se mueve, un vaso
de cristal que se rompe sin tocarlo.

Ella vendrá, como una paz lejana.
Vendrá como un aroma
de vaguadas y montes, cabalgando
a lomos de la tarde.
Ella vendrá al final, no sé por dónde;
tal vez por el atajo
de alguna dimensión desconocida.

Ser hombre es resistirse.
Ser hombre es cometer, conscientemente,
un pecado de lesa desmesura.
Ser hombre es ser testigo de lo absurdo.

Ella vendrá, engarzada en una chispa
de pedernal. Abriendo paso al rayo.
Deslumbrante en la proa
de una infinita luz que se aproxima.

Escultor

En mis manos tu barro, te moldeo
con ternura. Mi soplo y mi caricia
dieron ser a la curva que te inicia.
Si carne te pensé, viento te veo.

Vaciada ya tu forma, me recreo,
te atesoro. No culpes mi codicia.
Alta puse la mira: tu primicia
esculpida a cincel en mi deseo.

Yo, escultor, sólo pido por mi arte
el contemplar mi obra: contemplarte.
Pero tú ya eres tú, aunque eras mía,

y si una vez te arredra mi egoísmo,
puedes irte si quieres. Me es lo mismo.
Te crearé, de nuevo, cualquier día.

Gesto final

Un hombre está tumbado bajo el cielo.
Se le ha apagado el tacto. Las hormigas
pueden subir el trigo por su cuello.
Esto es lo más terrible de los muertos:
que la vida los cubre y los absorbe.

Porque un hombre está muerto, y en la plaza
siguen jugando al tute los de siempre,
y se espera que grane la cosecha,
y hay barcos en los puertos, preparados
para zarpar al despuntar el alba.
Un muerto es la esperanza boca abajo.

Porque un hombre está muerto y todavía
es posible que tiene en los bolsillos
un paquete empezado de tabaco.
Y esto es lo más terrible de los muertos:
que se paran de pronto entre las cosas.

Ha muerto un hombre cuando se desdobla
y se mira su cuerpo, desde enfrente,
y se tiende la mano, y se despide.
Ha muerto un hombre, irremisiblemente,
cuando mueren los que lo recordaban.

Los muertos se resisten a estar muertos
y se defienden con su peso inerte,
y es terrible su grito cuando luchan
porque sólo se oye con los ojos.

Hay que amar a los muertos, comprenderlos.
Son como niños buenos enfadados.
Les han robado el aro y la cometa
y se han quedado tristes para siempre.

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Poema de Nicolás Guillén a Rafael Alberti

El origen de la aludida correspondencia está en el hecho de que, primero, Guillén dedicó al poeta Rafael Alberti  un soneto en el que virtualmente le entregaba un jamón:

Este chancho en jamón, casi ternera
anca descomunal, a verte vino,
y a darte su romántico tocino
gloria de frigorífico y salmuera.

Quiera Dios, quiera Dios, quiera Dios, quiera
Dios, Rafael, que no nos falte el vino,
pues para lubricar el intestino,
cuando hay jamón, el vino es de primera.

Mas si el vino faltara y el porcino
manjar comerlo en seco urgente fuera,
adelante comámoslo sin vino,

que en una situación tan lastimera
como dijo un filósofo indochino
aún sin vino, el jamón es de primera.

Poema de Alberti a Nicolás Guillén

Por su parte, Alberti le contestó agradecido, y muy ingeniosamente, con otro soneto que incluye, además del vino, una botella de champaña y unos huevos fritos con patatas:

Hay vino, Nicolás, y por si fuera
poco para esta nalga de porcino,
con una champaña que del cielo vino
hay los huevos que el chancho no tuviera.

Y con los huevos, lo que más quisiera
tan buen jamón de tan carnal cochino,
las papas fritas, un manjar divino
que a los huevos les vienen de primera.

Hay mucho más, el diente agudo y fino
que hincarlo ansiosamente en él espera
con huevo y papa, con champaña y vino.

Mas si tal cosa al fin no sucediera
no tendría, cual dijo un vate chino,
la más mínima gracia puñetera.

LAS PRIMERAS NIEVES [Mi poema]
Juan Carlos de Lara Ródenas [Poeta sugerido]

MI POEMA… de medio pelo

 

Cae la nieve, suave, lentamente,
ya comienza el invierno, es la primera,
ha llegado de pronto, de repente,
después de tanto tiempo estar ausente
sin avisar siquiera.

Y luego vendrá otra y la siguiente,
las aves volarán de rama en rama
buscando de acomodo alguna cama,
resguardo, y que le acoja diligente
del bajo Guadarrama.

Con un conjuro el blanco suple al verde
y ese paisaje se torna virginal,
sin matices, que ahora todo es igual
nadie en un tiempo habrá que lo recuerde
que fue un juego floral.

Y pasarán las noches y los días
hasta que el cielo sufra un desencanto
y logre descubrir bajo ese manto
la vida con sus llantos y alegrías
y eleve a dios un canto.
©donaciano bueno

Quien no ha visto #nevar no puede comprender esa #sensación? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Juan Carlos de Lara Ródenas

(A quién tanto espero)

“POR TI REVIVIRÉ DESPUÉS DE TANTOS AÑOS
LOS DÍAS DE UNA EDAD SIN CULPAS NI RECUERDOS”

A tus ojos cerrados todavía,
a tu pequeño mundo, tan extraño,
quiero llegar sin que te cause daño
para mostrarte toda mi alegría.

Me haces verdad esa esperanza mía
que he podido salvar año tras año
de tanta sombra y tanto desengaño
como vivir supone cada día.

Te entregaré lo poco que he reunido:
mi casa, viejos juegos que no olvido
y estos versos que el tiempo hará pedazos.

Pero en tu misma sangre yo soy quien
tendrás contigo para siempre. Ven,
ven a empezar la vida entre mis brazos.

Llegarás, hija mía, con el próximo otoño,
cuando las lluvias vuelvan a detener el tiempo.
Desde lo más profundo, con mi esperanza a solas,
me acercaré hasta ti con los brazos abiertos.

Con tu presencia, entonces, me quedará ya siempre
una razón inmensa para vencer el miedo
a malgastar mi vida, como hasta ahora acaso,
en equivocaciones y en arrepentimientos-

Tras el anuncio alegre de tu llegada vuelve
mí vieja fe en las cosas, aquel soñar despierto…
A veces me parece que estás aquí de tanto
Haberme imaginado nuestro primer encuentro.

Levantaré tu cuna con mis manos repletas
del mismo amor sin fondo que mis padres me dieron.
Por ti reviviré, después de tantos años,
los días de una edad sin culpas ni recuerdos.

Llegarás, hija mía, el próximo otoño,
cuando vuelvan las lluvias a detener el tiempo.
Entonces mi esperanza, como mi propia vida,
encontrará en tu llanto su despertar auténtico.

Hija mía, si nunca me he sabido
defender de esta vida que tú empiezas,
si en mis ojos aún quedan tristezas
sin edad, sin remedio y sin miedo…

hoy que estás en mis brazos he podido
desbaratar al fin todas las piezas
de este particular rompecabezas
de vivir sin creer que se ha vivido.

De ti no me hallarás nunca lejano
y seré quien te coja de la mano
cuando le encuentres sola y cuando llores.

Y duerme confiada en tu niñez,
que habrás de caminar más de una vez
entre el dolor, la niebla y mis errores.

(Paseando a mi hija en su cochecito)

Ay, colegio francés,
altas palmeras,
con otro sueño paso
por tu cancela.

Esperándome siempre,
viejo instituto,
existe un nombre escrito
sobre tus muros.

Han quedado, ruinas
de Villa Rosa,
en pie mi soledad
y su memoria.

Al bajar la avenida
de San Antonio,
naranjos y otra vez
aquellos ojos.

Me vuelvo por tu acera,
Adoratrices,
callado y sin saber
por qué estoy triste.

Del recuerdo, María,
que Dios te salve.
Bendita tú entre todas
mis soledades.

Ay, pobre de mi niña,
no sabe nada
ni del abecedario
ni de la tabla.

En su idioma va uniendo
llanto con llanto
para asomarse al mundo
donde mis brazos.

Entre mis brazos cabe
mi niña chica
y dentro de sus manos
toda mi vida.

Si sale da paseo
se duerme sola,
sí tiene que dormir
llora que llora.

Cuando a veces la llamo
nunca responde.
Ni conoce siquiera
su propio nombre.

Ay, pobre de mi niña,
qué poco sabe.
(Qué poco supe yo
hasta muy tarde).

Donde guardo las horas más felices,
la primera esperanza,
mis seguidores,
donde me quedo en los momentos que estoy solo
quiero creer, María, que me podrás hallar.
A veces me miras como si adivinaras
lo mucho que me cuesta ignorar este cansancio,
las voces de ayer, este frío de ahora…
tanto barro acumulado por mi vida.
No sabes, María, qué difícil resulta
despertarse y de nuevo volver a vivir
con los ojos cerrados,
salir a la calle cubierto de olvido,
ser otro silencio que grita por las aceras.
Tu no sabes nada. Por lo que has vivido ya
aún no ha cruzado el tiempo, María,
no el que pasa de largo y no se detiene,
no el que nos hace envejecer,
el tiempo que nos arrasa como un viento helado
desde lo mas profundo de nuestra memoria.
Tú no puedes saberlo. Tu llanto no conoce
la soledad de un mundo indiferente,
tu miedo es otro, María,
a todo lo que sientes que es extraño.
Pero abriendo los ojos a lo desconocido,
despertando a lo nuevo,
irás descubriendo la vida poco a poco
hasta que la vida un día se descubra ante ti.
Llevaré, María, tus primeros años
lejos del cansancio y del olvido,
adonde no es posible que regreses nunca
una vez que así lo quieras,
una vez que las cosas no te asombren
y camines, sin mi mano, entre este frío.
El tiempo pasará sin detenerse
y acaso vivirte sea difícil
recordarás entonces tus horas más felices
y por siempre, María, me tendrás contigo.

Aquí me tienes, serio y vacilante,
perdido para siempre en esta vida
de la que sólo queda sin herida
la infancia y poco mas que algún instante.

Aquí me tienes, hija, en mi constante
ir y venir de aquella edad perdida
que de repente ha vuelto, renacida
en la que ahora tienes por delante.

Aquí está lo que tengo y lo que soy,
mis temores de ayer y los de hoy,
mis dudas, esperanzas y fracasos.

Aquí estoy con mi olvido y mi recuerdo
a ver si de una vez al fin me pierdo
por la niñez con tus primeros pasos.

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Nicolás Guillén

Nieve

Como la nieve cae aquí,
nieva también dentro de mí.
(Verlaine con nieve, ¿no es así?)
De ti me acuerdo? ya sin ti.

¿A qué llorar, me digo yo,
por quien no llora ni lloró?
Si estuve escrito, me borró,
si ardí un instante, me apagó.

Caiga la nieve, está muy bien.
Mas no por eso va Guillén
a entristecerse si no hay quien
del mismo mal muera también.

Literatura, en realidad,
nimia de toda nimiedad.
¿Que está nevando en la ciudad?
Al fin y al cabo es la verdad.

VIEJA CHIMENEA CASTELLANA [Mi poema]
Teresa Shaw [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

La chimenea está deshabitada,
no tiene corazón, no tiene leña,
la lumbre no aparece ya risueña
ni luce chispeante y colorada.

Cual ropa ya no cuelgan los perniles
ni hay leña de carrascos, ni hay sarmientos,
se diría no tiene sentimientos
para que alguien se ponga los mandiles.

Por no quedar, no queda ni una brizna
de lo que un día soñaron sus pavesas
y el gato acurrucado en las artesas
no teme ya a la chispa que le tizna.

Tanto es así que hoy esta chimenea
podría certificarse que está muerta,
que ha sido asesinada, en la reyerta
de los signos del tiempo, su pelea.

Cocina castellana, que orgullosa
antaño y hoy negada y despreciada,
los tuyos han huido en desbandada
mas hoy yo aquí me planto ante tu losa.
©donaciano bueno

En dónde queda aquella #chimenea con su leña, su fogón, la badila...? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Teresa Shaw

Supongamos el estallido

Supongamos el estallido
un instante de pura luz
un punto denso de materia
el aluvión de mercurio y azufre
La dilatación del tiempo
antes del primer segundo
Infinitos manzanos
en una sola semilla parda
Supongamos la Tierra y los océanos
la vida desnuda y sin propósito
La naturaleza entera abriendo los ojos
cuando la amorosa criatura despierta
Y supongamos aún que en el silencio de la noche
nadie lo advirtiera
Pero escucha
los suaves cascos del verano
descienden ya por el jardín

¿Recuerdas?

¿Recuerdas?
Rescatar el testimonio
de la que murió con el vestido de otra,
abolir el tiempo,
la locuacidad de las palabras.

¿No estaban ya aquí las encinas,
no eran las garzas, garzas,
la laguna, laguna, antes que lenguaje y frontera?

Las palabras te esconden,
disimulan.
El pasado, fijado para siempre,
te desconoce.

Donde perdimos las palabras
echamos raíces.

El pez

El pez.
Su ser desposeído
escamas, arena, fondo de agua.
Pero no de la vida
–come con avidez,
cae en el anzuelo–
sino del tiempo.
Desposeído ojo,
labio, redondez:
Encarnado ahí
oculto en el universo.

Ahora que he muerto

Ahora que he muerto,
tejeré una corona
de ramos y colgaré
una guirnalda
en cada puerta de la casa. Más
tarde lavaré mi cuerpo,
el frágil lazo de la lluvia
hilándose en el cuello.
Y como el tiempo es nada,
correré del brazo de los días,
el pelo suelto,
libre de dulzuras, desasida anda. Así,
llegaré a todas partes. Ahora que he
muerto,
rueda bajo la mesa,
negro como una uva, mi corazón.

ABIGAIL

De pronto comprendió:
Aquel jardín era una trampa,
la tierra toda estaba seca.
Dormía junto al calor que dan los hijos, mas en cuanto oyó la voz
supo que emprender el camino era salirse de él. Amanecía
y en la telliz del cielo entrevió
la piel de nuestra condición.
En silencio, a espaldas de su marido,
se dispuso a cargar
los doscientos panes
con los dos cueros de vino
y todo lo demás: las ovejas,
la harina, las uvas, los higos.
Descendía por la cara oculta del monte.
Un viento repentino elevó todas aquellas cosas semejantes a una diminuta humareda
de hojas, plumas, cintas
para reflejarlas en el agua.
Levantó su rostro y vio cómo flotaban
sobre su cabeza desnuda.

VUELO

Miré por la ventana
la maqueta de las casas, los sembrados, el silencio que entrañan
los bordes de un mundo trazado. Acaso un fragmento
girando en el espacio, el extremo innecesario.
Aún distingo un último verdor, las lentas corrientes,
los cuerpos tocando el agua. Tal vez nosotros, culpables
en una tierra que nos fue negada.
Y la gloria de los bosques que vimos arder
en algún lugar, allá abajo.

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De Nicolás Guillén a Rafael Alberti entregándole un jamón (soneto)

Este chancho en jamón, casi ternera
anca descomunal, a verte vino
y a darte su romántico tocino
gloria de frigorífico y salmuera.

Quiera Dios, quiera Dios, quiera Dios, quiera
Dios, Rafael, que no nos falte el vino,
pues para lubricar el intestino,
cuando hay jamón, el vino es de primera.

Mas si el vino faltara y el porcino
manjar comerlo en seco urgente fuera,
adelante, comámoslo sin vino

que en una situación tan lastimera,
como dijo un filósofo indochino,
aun sin vino, el jamón es de primera.

»NICOLÁS GUILLÉN [Mi poema]
Mis Maestros [Poeta sugerido]

Nicolás Guillén fue un escritor y activista nacido en la ciudad de Camagüey, Cuba, el 10 de julio del año 1902 y fallecido en La Habana el 16 de julio de 1989. Ya a los 18 años de edad editó sus primeros versos a través de varias revistas de interés cultural. Poco tiempo más tarde compuso un poemario denominado "Cerebro y corazón", el cual debió esperar más de cincuenta años para ser publicado. Como muchos otros poetas, se aventuró al estudio de la carrera de Derecho; sin embargo, no se encontró a gusto con el sistema educativo, e interrumpió definitivamente la cursada, plasmando en una obra su decepcionante experiencia como universitario.
Dentro de su legado poético, existen más de dos decenas de libros, publicados principalmente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX; algunos de ellos son "Negro Bembón" y "Poemas de amor. Ver más en Cervantesvirtual

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LOS POEMAS

 

AGUA DEL RECUERDO

¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.

Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
Moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.

Caña
(febril le dije en mí mismo),
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿Qué cortador con su mocha
te cortará?
¿Qué ingenio con su trapiche
te molerá?

El tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá, para aquí,
para aquí, para allá...

Nada sé, nada se sabe,
ni nada sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.

MARTÍ

¡Ah, no penséis que su voz
es un suspiro! Que tiene
manos de sombra, y que es
su mirada lenta gota
lunar temblando de frío
sobre una rosa.

Su voz
abre la piedra, y sus manos
parten el hierro. Sus ojos
llegan ardiendo a los bosques
nocturnos; los negros bosques.
Tocadle: Veréis que os quema.
Dadle la mano: Veréis
su mano abierta en que cabe
Cuba como un encendido
tomeguín de alas seguras
en la tormenta. Miradlo:
Veréis que su luz os ciega.
Pero seguidlo en la noche:
¡Oh, por qué claros caminos
su luz en la noche os lleva!

PREGÓN

¡Ah,
qué pedazo de sol,
carne de mango!
Melones de agua,
plátanos.

¡Quencúyere, quencúyere,
quencuyeré!
¡Quencúyere, que la casera
salga otra vez!

Sangre de mamey sin venas,
y yo que sin sangre estoy:
mamey p’al que quiera sangre,
que me voy.

Trigueña de carne amarga,
ven a ver mi carretón;
carretón de palmas verdes,
carretón;
carretón de cuatro ruedas,
carretón;
carretón de sol y tierra,
¡carretón!

ADIVINANZAS

En los dientes, la mañana,
y la noche en el pellejo.
¿Quién será, quién no será?
—El negro.

Con ser hembra y no ser bella,
harás lo que ella te mande.
¿Quién será, quién no será?
—El hambre.

Esclava de los esclavos,
y con los dueños tirana.
¿Quién será, quién no será?
—La caña.

Escándalo de una mano
que nunca ignora la otra.
¿Quién será, quién no será?
—La limosna.

Un hombre que está llorando
con la risa que aprendió.
¿Quién será, quién no será?
—Yo.

 APUNTE

La Habana, con sus caderas
sonoras,
y sus moradas ojeras
a todas horas.

Danza de pasos medidos
danza la Muerte,
y le cuidan el mar fuerte
seis marineros dormidos.

 A VECES...

A veces tengo ganas de ser un cursi
para decir: La amo a usted con locura.
A veces tengo ganas de ser tonto
para gritar: ¡La quiero tanto!
A veces tengo ganas de ser un niño
para llorar acurrucado en su seno.
A veces tengo ganas de estar muerto
para sentir, bajo la tierra húmeda de mis jugos,
que me crece una flor rompiéndome el pecho,
una flor, y decir: Esta flor,
para usted.

SI TÚ SUPIERA...

¡Ay, negra
si tú supiera!
Anoche te bi pasá
y no quise que me biera.
A é tú le hará como a mí,
que cuando no tube plata
te corrite de bachata,
sin acoddadte de mí.

Sóngoro cosongo,
songo bé;
sóngoro cosongo
de mamey;
sóngoro, la negra
baila bien;
sóngoro de uno,
sóngoro de tre.

¡Aé
bengan a bé;
aé,
bamo pa be;
bengan, sóngoro cosongo,
sóngoro cosongo de mamey.

 ARTE POÉTICA

Conozco la azul laguna
y el cielo doblado en ella
y el resplandor de la estrella.
Y la luna.

En mi chaqueta de abril
prendí una azucena viva
y besé la sensitiva
con labios de toronjil.

Un pájaro principal
me enseñó el múltiple trino.
Mi vaso apuré de vino
Sólo me queda el cristal.

¿Y el plomo que zumba y mata?
¿Y el largo encierro?
¡Duro mar y olas de hierro,
no luna y plata!

El cañaveral sombrío
tiene voraz dentadura,
y sabe el astro en su altura
de hambre y frío.

Se alza el foete mayoral.
Espaldas hiere y desgarra.
Ve y con tu guitarra
dilo al rosal.

Dile también del fulgor
con que un nuevo sol parece:
en el aire que la mece,
que aplauda y grite la flor.

BALADA

Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.

—Pasar he visto a dos hombres
armados y con banderas;
el uno en caballo moro,
el otro en potranca negra.
Dejaron casa y mujer,
partieron a lueñes tierras;
el odio los acompaña,
la muerte en las manos llevan.
¿Adónde vais?, preguntéles,
y ambos a dos respondieran:
Vamos andando, paloma,
andando para la guerra.
Así dicen, y después
con ocho pezuñas vuelan,
vestidos de polvo y sol,
armados y con banderas,
el uno en caballo moro,
el otro en potranca negra.

Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.

—Pasar he visto a dos viudas
como jamás antes viera,
pues que de una misma lágrima
estatuas parecen hechas.
¿Adónde vais, mis señoras?,
pregunté a las dos al verlas.
Vamos por nuestros maridos,
paloma, me respondieran.
De su partida y llegada
tenemos amargas nuevas;
tendidos están y muertos,
muertos los dos en la hierba,
gusanos ya sobre el vientre
y buitres en la cabeza,
sin fuego las armas mudas
y sin aire las banderas;
se espantó el caballo moro,
huyó la potranca negra.

Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.

¡AY, SEÑORA, MI VECINA

¡Ay, señora, mi vecina,
se me murió la gallina!
Con su cresta colorada
y el traje amarillo entero,
ya no la veré ataviada,
paseando en el gallinero,
pues señora, mi vecina,
se me murió la gallina,
domingo de madrugada;
sí, señora, mi vecina,
domingo de madrugada;
ay, señora, mi vecina,
domingo de madrugada.

¡Míreme usted cómo sudo,
con el corral enlutado,
y el gallo viudo!

¡Míreme usted como lloro,
con el pecho destrozado
y el gallo a coro!

¡Ay, señora, mi vecina,
cómo no voy a llorar,
si se murió mi gallina!

    BÚCATE PLATA

Búcate plata,
búcate plata,
poqque no doy un paso má:
etoy a arró con galleta,
na má.
Yo bien sé cómo etá to,
pero biejo, hay que comé:
búcate plata,
búcate plata,
poqque me boy a corré.

Depué dirán que soy mala,
y no me quedrán tratá,
pero amó con hambre, biejo,
¡qué ba!
Con tanto sapato nuebo,
¡qué ba!
Con tanto reló, compadre,
¡qué ba!
Con tanto lujo, mi negro,
¡qué ba!

BALADA DE SIMÓN CARABALLO

Canta Simón:
—¡Ay, yo tuve una casita
y una mujer!
Yo,
negro Simón Caraballo,
y hoy no tengo qué comer.
La mujer murió de parto,
la casa se m’enredó:
Yo,
negro Simón Caraballo,
ni toco, ni bebo, ni bailo,
ni casi sé ya quién soy.
Yo,
negro Simón Caraballo,
ahora duermo en un portal;
mi almohada está en un ladrillo,
mi cama en el suelo está.
La sarna me come en vida,
el reuma me amarra el pie;
luna fría por la noche,
madrugada sin café.
¡No sé qué hacer con mis brazos,
pero encontraré qué hacer:
yo,
negro Simón Caraballo,
tengo los puños cerrados,
tengo los puños cerrados,
¡y necesito comer!

—¡Simón, que allá viene el guardia
con su caballo de espadas!
(Simón se queda callado).

—¡Simón, que allá viene el guardia
con sus espuelas de lata!
(Simón se queda callado).
—¡Simón, que allá viene el guardia
con su palo y su revólver,
y con el odio en la cara,
porque ya te oyó cantar
y te va a dar por la espalda,
cantador de sones viejos,
marido de tu guitarra...!
(Simón se queda callado).

Llega un guardia de bigotes,
serio y grande, grande y serio,
jinete en un penco al trote.
—¡Simón Caraballo, preso!

(Pero Simón no responde,
porque Simón está muerto).

  SIGUE...

Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pare,
sigue.

Cuando pase po su casa
no le diga que me bite:
camina, caminante,
sigue.

Sigue y no te pare,
sigue:
no la mire si te llama,
sigue;

acuéddate que ella e mala,
sigue.

  BALADA DE LOS DOS ABUELOS

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.

¡Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco!

África de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos...
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro...
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
¡Oh costas de cuello virgen,
engañadas de abalorios...!
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!

¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!

¿Sangre? Sangre. ¿Llanto? Llanto1.
Venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos
qué de negros!

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Don Federico me grita,
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan,
y andan, andan.
Yo los junto.
—¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño
bajo las estrellas altas
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan,
cantan... cantan... cantan...

BALADA DEL POLICÍA Y EL SOLDADO

Soldado trajiamarillo,
policía de azul dril;
mano ciega, sordo brillo,
palo y fusil.
Sobre las calles desnudas,
fosca noche sin luceros
envuelve dos sombras rudas
de ojos fieros.
El fusil, acero malo,
chilla, si la luz le da;
sobre las piedras, el palo
gruñe: ¡tra, tra!
(El soldado fue tornero;
el policía, zapatero).
Ah, soldado, mi soldado,
¿cómo has podido escapar?
¡Los torneros que te buscan
pronto te van a encontrar!
Policía,
¿a dónde has ido a parar?
¡Los zapateros preguntan
por tu fiero delantal!
Pasos en la calle oscura
donde la pareja está.
Grita el fusil con voz dura:
—¡Alto! ¿Quién va?
—Va un tornero,
que anda tras su compañero;
vengo porque hablarte quiero...
—No es tornero, que es soldado
chilla el fusil sin compás,
y después escupe airado:
—¡Eche pa'trás!
Pasos en la calle oscura
donde la pareja está.
Grita el palo con voz dura:
—¡Alto! ¿Quién va?
—Zapatero,
aquí está tu compañero;
vengo, porque hablarte quiero...
Pero el palo chilla fiero:
—¡Tome! ¡Tome! ¡Tome y tome!
Avise si quiere más;
tumbe por ahí y no embrome.
¡Eche pa'trás!
Silencio. Pero después
de la noche cuelga un canto
como una luna de hiel:
«Torneros, mucho cuidado.
que ahora es soldado el tornero;
soldado de cuerpo entero
y con los ojos vendados.
¡Zapatero, policía,
mira que se hace de día
y estás de uniforme nuevo!»

BALADA DEL GÜIJE

¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!

Las turbias aguas del río
son hondas y tienen muertos;
carapachos de tortuga,
cabezas de niños negros.
De noche saca sus btazos
el río, y rasga el silencio
con sus uñas, que son uñas
de cocodrilo frenético.
Bajo el grito de los astros,
bajo una luna de incendio,
ladra el río ente las piedras
y con invisibles dedos,
sacude el arco del puente
y estrangula a los viajeros.

¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!

Enanos de ombligo enorme
pueblan las aguas inquietas;
sus cortas piernas, torcidas;
sus largas orejas, rectas.

¡Ah, que se comen mi niño,
de carnes puras y negras,
y que le beben la sangre,
y que le chupan las venas,
y que le cierran los ojos,
los grandes ojos de perla!
¡Huye, que el coco te mata,
huye antes que el coco venga!
Mi chiquitín, chiquitón,
que tu collar te proteja...

¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!

Pero Changó no lo quiso.
Salió del agua una mano
para arrastrarlo... Era un güije.
Le abrió en dos tapas el cráneo,
le apagó los grandes ojos,
le arrancó los dientes blancos,
e hizo un nudo con las piernas
y otro nudo con los brazos.

Mi chiquitín, chiquitón,
sonrisa de gordos labios,
con el fondo de tu río
está mi pena soñando,
y con tus venitas secas
y tu corazón mojado...
¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!
¡Ah, chiquitín, chiquitón,
pasó lo que yo te dije!

BONSAL

Bonsal llegó en el viento. Este Bonsal
es el Embajador. Animal
ojiazul, peliplúmbeo, de color
rojicarne, que habla un inglés letal.
(¿Cómo se dice? ¿Bónsal? Oh, señor,
es igual).

Sonrisas. Las sonrisas
arden como divisas.
Saludos. Los saludos
son suaves gestos mudos.
Promesas. Las promesas
anuncian largas mesas.
Y el águila imperial.
Y el dólar y el dolor.
Y el mundo occidental.
Bonsal. Este Bonsal
es el Embajador.

¿Qué quiere? Que Fidel
hable un poco con él.
Que la gente medite,
que no proteste o grite.
Que el campesino aquiete
su rifle y su machete.
Que vaya cada cual
a refrescar su ardor
con agua mineral.
Bonsal. Este Bonsal
es el Embajador.

Cuba por fin en calma. No Martl.
No Maceo. \flashington es mejor.
¿El General? ¡Oh, no, la capital!
Y continuar asl,
como quiere Bonsal,
que es el Embajador.
Noche. Ni un tesplandor.
Sopor. Guardia Rural.
¿De acuerdo?
—No, señor.

    BURGUESES

No me dan pena los burgueses
vencidos. Y cuando pienso que van a darme pena,
aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos.
Pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas.
Pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes.
Pienso en mis largos días sin camisa ni sueños.
Pienso en mis largos días con mi piel prohibida.
Pienso en mis largos días.
—No pase, por favor. Esto es un club.
—La nómina está llena.
—No hay pieza en el hotel.
—El señor ha salido.
—Se busca una muchacha.
—Fraude en las elecciones.
—Gran baile para ciegos.
—Cayó el Premio Mayor en Santa Clara.
—Tómbola para huérfanos.
—El caballero está en París.
—La señora marquesa no recibe.
En fin, que todo lo recuerdo.
Y como todo lo recuerdo,
¿qué carajo me pide usted que haga?
Pero además, pregúnteles.
Estoy seguro
de que también recuerdan ellos.

BARLOVENTO

    (VENEZUELA)

            1

Cuelga colgada,
cuelga en el viento,
la gorda luna
de Barlovento.

Mar: Higuerote.
(La selva untada
de chapapote).

Río: Río Chico.
(Sobre una palma,
verde abanico,
duerme un zamuro
de negro pico).

Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada.

            2

El mismo canto
y el mismo cuento,
bajo la luna
de Barlovento.

Negro con hambre,
piernas de soga,
brazos de alambre.

Negro en camisa,
tuberculosis
color ceniza.

Negro en su casa,
cama en el suelo,
fogón sin brasa.

¡Qué cosa cosa,
más triste triste,
más lastimosa!

(Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada).

            3

Suena, guitarra
de Barlovento,
que lo que digas
lo lleva el viento.

—Dorón dorando.
un negro canta,
y está llorando.

—Dorón dorendo,
amigos, sepan
que no me vendo.

—Dorón dorindo,
si me levanto,
ya no me rindo.

—Dorón dorondo.
de un negro hambriento
yo no respondo.

(Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada).

CAMINANDO

Caminando, Caminando, Caminando,
Voy sin rumbo caminando,
Caminando,
Voy sin plata caminando,
Caminando,
Voy muy triste caminando, ¡caminando!

Está lejos quien me busca,
Caminando;
Quien me espera está más lejos,
Caminando;
Y ya empeñé mi guitarra,
Caminando.
Ay, las piernas se ponen duras
Caminando;
Los ojos ven desde lejos,
Caminando;
La mano agarra y no suelta,
Caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
Caminando,
Ése la paga por todos,
Caminando;
A ése le parto el pescuezo,
Caminando,
Y aunque me pida perdón,
Me lo como y me lo bebo,
Me lo bebo y me lo como,
Caminando,
Caminando,
Caminando...

CALOR

El calor raja la noche.
La noche cae tostada
sobre el río.

¡Qué grito,
qué grito fresco en las aguas
el grito que da la noche
quemada!

Rojo calor para negros.
¡Tambor!
Calor para torsos fúlgidos.
¡Tambor!

Calor con lenguas de fuego
sobre espinazos desnudos...
¡Tambor!
El agua de las estrellas
empapa los cocoteros
despiertos.
¡Tambor!
Alta luz de las estrellas.
¡Tambor!
El faro polar vacila...
¡Tambor!

¡Fuego a bordo! ¡Fuego a bordo!
¡Tambor!
¿Es cierto? ¡Huid! ¡Es mentira!
¡Tambor!
Costas sordas, cielos sordos...
¡Tambor!

Las islas van navegando,
navegando, navegando,
van navegando encendidas.

CICLÓN

Ciclón de raza,
recién llegado a Cuba de las islas Bahamas.
Se crió en Bermudas,
pero tiene parientes en Barbados.
Estuvo en Puertto Rico.
Arrancó de raíz el palo mayor de Jamaica.
Iba a violar a Guadalupe.
Logró violar s Martinica.
Edad: dos días.

CANCIÓN

Muerto de fatiga y sueño,
vuelve un soldado del monte.
Labio duro, duro ceño.

¡Qué lejos el horizonte
donde el hierro lo desciña
y el caballo lo desmonte!

Más lejos está la niña,
la de cintura entreabierta,
que ya nunca habrá quien ciña.

Soldado, soldado alerta
—fuego y sangre, polvo y riña—,
está muy lejos tu niña,
porque tu niña está muerta.

CANCIÓN DE CUNA PARA DESPERTAR A UN NEGRITO

Dórmiti, mi nengre,
mi nengre bonito…

E. Ballagas

Una paloma
cantando pasa:
—¡Upa, mi negro,
que el sol abrasa!
Ya nadie duerme,
ni está en su casa;
ni el cocodrilo,
ni la yaguaza,
ni la culebra,
ni la torcaza…
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, mi negro,
que el sol abrasa!
Negrazo, venga
con su negraza.
¡Aire con aire,
que el sol abrasa!
Mire la gente,
llamando pasa;
gente en la calle,
gente en la plaza;
ya nadie queda
que esté en su casa…
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, mi negro,
que el sol abrasa!
Negrón, negrito,
ciruela y pasa,
salga y despierte,
que el sol abrasa,
diga despierto
lo que le pasa…
¡Que muera el amo,
muera en la brasa!
Ya nadie duerme,
ni está en su casa:
¡coco, cacao,
cacho, cachaza,
upa, mi negro,
que el sol abrasa!

CANCIÓN

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

 CAÑA

El negro
junto al cañaveral.

El yanqui
sobre el cañaveral.

La tierra
bajo el cañaveral.

¡Sangre
que se nos va!

   CHÉVERE...

Chévere del navajazo,
se vuelve él mismo navaja:
Pica tajadas de luna,
mas la luna se le acaba;
pica tajadas de canto,
mas el canto se le acaba;
pica tajadas de sombra,
mas la sombra se le acaba,
y entonces pica que pica
carne de su negra mala.

BALADA DE SIMÓN CARABALLO

Canta Simón:
—¡Ay, yo tuve una casita
y una mujer!
Yo,
negro Simón Caraballo,
y hoy no tengo qué comer.
La mujer murió de parto,
la casa se m’enredó:
Yo,
negro Simón Caraballo,
ni toco, ni bebo, ni bailo,
ni casi sé ya quién soy.
Yo,
negro Simón Caraballo,
ahora duermo en un portal;
mi almohada está en un ladrillo,
mi cama en el suelo está.
La sarna me come en vida,
el reuma me amarra el pie;
luna fría por la noche,
madrugada sin café.
¡No sé qué hacer con mis brazos,
pero encontraré qué hacer:
yo,
negro Simón Caraballo,
tengo los puños cerrados,
tengo los puños cerrados,
¡y necesito comer!

—¡Simón, que allá viene el guardia
con su caballo de espadas!
(Simón se queda callado).

—¡Simón, que allá viene el guardia
con sus espuelas de lata!
(Simón se queda callado).
—¡Simón, que allá viene el guardia
con su palo y su revólver,
y con el odio en la cara,
porque ya te oyó cantar
y te va a dar por la espalda,
cantador de sones viejos,
marido de tu guitarra...!
(Simón se queda callado).

Llega un guardia de bigotes,
serio y grande, grande y serio,
jinete en un penco al trote.
—¡Simón Caraballo, preso!

(Pero Simón no responde,
porque Simón está muerto).

    NIEVE

Como la nieve cae aquí,
nieva también dentro de mí.
(Verlaine con nieve, ¿no es así?)
De ti me acuerdo —ya sin ti.

¿A qué llorar, me digo yo,
por quien no llora ni lloró?
Si estuve escrito, me borró,
si ardí un instante, me apagó.

Caiga la nieve, está muy bien.
Mas no por eso va Guillén
a entristecerse si no hay quien
del mismo mal muera también.

Literatura, en realidad,
nimia de toda nimiedad.
¿Que está nevando en la ciudad?
Al fin y al cabo es la verdad.

CANCIÓN DE LOS HOMBRES PERDIDOS

Con las ojeras excavadas,
rojos los ojos como rábanos,
vamos por las calles calladas.

La tripa impertinente hipa,
puntual lo mismo que un casero,
pero nada hay para la tripa.

No hay aguardiente ni tabaco,
ni un mal trozo de carne dura:
sólo las pulgas bajo el saco.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

El sol nos tuesta en su candela,
pero por la noche la Luna
de un escupitajo nos hiela

Somos asmáticos, diabéticos,
herpéticos y paralíticos,
mas sin regímenes dietéticos.

Nos come el hambre día a día,
y van cavándonos los dientes
charcos bermejos en la encía.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

¿Quién es quien sabe nuestros nombres?
Nadie los sabe ni los mienta.
Somos las sombras de otros hombres.

Y si es que hablar necesitamos
unos con otros, ya sabemos
de qué manera nos llamamos.

«Caimán», «El Macho», «Perro Viudo»,
son nuestros nombres en la vida,
y cada nombre es un escudo.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

¿Qué más da ser ladrón o papa?
El caldero siempre es el mismo,
lo que le cambian es la tapa.

Y hay quien podrido está en lo hondo;
cuando el pellejo más perfuma
más el espíritu es hediondo.

Nosotros vamos descubiertos;
el pus al sol, la mugre al aire,
y con los ojos bien despiertos.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

Secos estamos como piedra.
Largos y flacos como cañas.
Mano-pezuña, barba-hiedra.

Mas no tembléis si crece el hambre:
presto el gorila maromero
se estrellará desde su alambre.

¡Ánimo, amigos! ¡Piernas sueltas,
diente afilado, hocico duro,
y no marearse con dar vueltas!

¡Saltemos sobre la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad!

CANTOS PARA SOLDADOS

A mi padre,
muerto por soldados

SOLDADO, APRENDE A TIRAR

Soldado, aprende a tirar:
Tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.
¡Desde abajo has de tirar,
si no me quieres herir!
Abajo estoy yo contigo,
soldado amigo.
Abajo, codo con codo,
sobre el lodo.

Para abajo, no,
que allí estoy yo.
Soldado, aprende a tirar:
Tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.

 CANTO NEGRO

¡Yambambó, yambambé!
Repica el congo solongo,
repica el negro bien negro;
congo solongo del Songo
baila yambó sobre un pie.

Mamatomba,
serembe cuserembá.

El negro canta y se ajuma,
el negro se ajuma y canta,
el negro canta y se va.
Acuememe serembó,

yambó,
aé.

Tamba, tamba, tamba, tamba,
tamba del negro que tumba;
tumba del negro, caramba,
caramba, que el negro tumba:
¡yamba, yambó, yambambé!

GLOSA

No sé si me olvidarás,
ni si es amor este miedo;
yo sólo sé que te vas,
yo sólo sé que me quedo.

ANDRÉS ELOY BLANCO

              1

Como la espuma sutil
con que el mar muere deshecho,
cuando roto el verde pecho
se desangra en el cantil,
no servido, sí servil,
sirvo a tu orgullo no más,
y aunque la muerte me das,
ya me ganes o me pierdas,
sin saber que me recuerdas
no sé si me olvidarás.

              2

Flor que sólo una mañana
duraste en mi huerto amado,
del sol herido y quemado
tu cuello de porcelana:
Quiso en vano mi ansia vana
taparte el sol con un dedo;
hoy así a la angustia cedo
y al miedo, la frente mustia...
No sé si es odio esta angustia,
ni si es amor este miedo.

              3

¡Qué largo camino anduve
para llegar hasta ti,
y qué remota te vi
cuando junto a mí te tuve!
Estrella, celaje, nube,
ave de pluma fugaz,
ahora que estoy donde estás,
te deshaces, sombra helada:
Ya no quiero saber nada;
yo sólo sé que te vas.

              4

¡Adiós! En la noche inmensa
y en alas del viento blando,
veré tu barca bogando,
la vela impoluta y tensa.
Herida el alma y suspensa
te seguiré, si es que puedo;
y aunque iluso me concedo
la esperanza de alcanzarte,
ante esa vela que parte,
yo sólo sé que me quedo.

 I. CANTALISO EN UN BAR

(Los turistas en el bar:
Cantaliso, su guitarra,
y un son que comienza a andar).

—No me paguen porque cante
lo que nos les cantaré;
ahora tendrán que escucharme
todo lo que antes callé.
¿Quién los llamó?
Gasten su plata,
beban su alcol,
cómprense un güiro,
pero a mí no,
pero a mí no,
pero a mí no.

Todos estos yanquis rojos
son hijos de un camarón,
y los parió una botella,
una botella de ron.
¿Quién los llamó?
Ustedes viven,
me muero yo,
comen y beben,
pero yo no,
pero yo no,
pero yo no.

Aunque soy un pobre negro,
sé que el mundo no anda bien;
¡ay, yo conozco a un mecánico
que lo puede componer!
¿Quién los llamó?
Cuando regresen
a Nueva York,
mándenme pobres
como soy yo,
como soy yo,
como soy yo.

A ellos les daré la mano,
y con ellos cantaré,
porque el canto que ellos saben
es el mismo que yo sé.

MUJER NUEVA

Con el círculo ecuatorial
ceñido a la cintura como a un pequeño mundo,
la negra, la mujer nueva,
avanza en su ligera bata de serpiente.

Coronada de palmas
como una diosa recién llegada,
ella trae la palabra inédita,
el anca fuerte,
la voz, el diente, la mañana y el salto.

Chorro de sangre joven
bajo un pedazo de piel fresca,
y el pie incansable
para la pista profunda del tambor.

CÓMO NO SER ROMÁNTICO

Cómo no ser romántico y siglo XIX,
no me da pena,
cómo no ser Musset
viéndola esta tarde
tendida casi exangüe,
hablando desde lejos,
lejos de allá del fondo de ella misma,
de cosas leves, suaves, tristes.

Los shorts bien shorts
permiten ver sus detenidos muslos
casi poderosos,
pero su enferma blusa pulmonar
convaleciente
tanto como su cuello-fino-modigliani,
tanto como su piel-margarita-trigo-claro,
Margarita de nuevo (así preciso),
en la chaise longue ocasional tendida
ocasional junto al teléfono,
me devuelven un busto transparente
(nada, no más un poco de cansancio).

Es sábado en la calle, pero en vano.
Ay, cómo amarla de manera
que no se me quebrara
de tan espuma tan soneto y madrigal,
me voy no quiero verla,
de tan Musset y siglo XIX
cómo no ser romántico.

    TÚ NO SABE INGLÉ

Con tanto inglé que tú sabía,
Bito Manué,
con tanto inglé, no sabe ahora
desí ye.

La mericana te buca,
y tú le tiene que huí:
tu inglé era de etrái guan,
de erái guan y guan tu tri.

Bito Mar,'ué, tú no sabe inglé,
tú no sabe inglé,
tú no sabe inglé.

No te enamore ma nunca,
Bito Manué,
si no sabe inglé,
si no sabe inglé.

ROSA TÚ MELANCÓLICA

El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
Rosa tú, melancólica,
ojos de sombra llenos,
desde mi estrecha sábana
toco tu firme cuerpo.
Cuando ya el alto sol
ardió con su alto fuego,
cuando la tarde cae
del ocaso deshecho,
yo en mi lejana mesa
tu oscuro pan contemplo.
Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva y húmeda,
bajando vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro entonces los ojos,
pero siempre te veo
clavada allí, clavando
tu mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.

ARTE POÉTICA

Conozco la azul laguna
y el cielo doblado en ella
y el resplandor de la estrella.
Y la luna.

En mi chaqueta de abril
prendí una azucena viva
y besé la sensitiva
con labios de toronjil.

Un pájaro principal
me enseñó el múltiple trino.
Mi vaso apuré de vino
Sólo me queda el cristal.

¿Y el plomo que zumba y mata?
¿Y el largo encierro?
¡Duro mar y olas de hierro,
no luna y plata!

El cañaveral sombrío
tiene voraz dentadura,
y sabe el astro en su altura
de hambre y frío.

Se alza el foete mayoral.
Espaldas hiere y desgarra.
Ve y con tu guitarra
dilo al rosal.

Dile también del fulgor
con que un nuevo sol parece:
en el aire que la mece,
que aplauda y grite la flor.

WEST INDIES LTD.

                2

Cinco minutos de interrupción,
La charanga de Juan el Barbero
toca un son

—Coroneles de terracota,
políticos de quita y pon;
café con pan y mantequilla...
¡Que siga el son!

La burocracia está de acuerdo
en ofrendarse a la Nación;
doscientos dólares mensuales...
¡Que siga el son!

El yanqui nos dará dinero
para arreglar la situación;
la Patria está por sobre todo...
¡Que siga el son!

Los viejos líderes sonríen
y hablan después desde un balcón.
¡La zafra!. ¡La zafra! ¡La zafra!
¡Que siga el son!

EL CARIBE

En el acuario del Gran Zoo,
nada el Caribe.
Este animal
marítimo y enigmático
tiene una cresta de cristal,
el lomo azul, la cola verde,
vientre de compacto coral,
grises aletas de ciclón.
En el acuario, esta inscripción:
«Cuidado: muerde».

CANCIÓN

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

 LA SANGRE NUMEROSA

A Eduardo García, miliciano que escribió con su sangre,
al morir ametrallado por la aviación yanqui, en abril de 1961, el nombre de Fidel

Cuando con sangre escribe
Fidel, este soldado que por la Patria muere
no digáis miserere:
esa sangre es el símbolo de la Patria que vive

Cuando su voz en pena,
lengua para expresarse parece que no halla,
no digáis que se calla,
pues en la pura lengua de la Patria resuena.
Cuando su cuerpo baja
exánime a la tierra que lo cubre ambiciosa,
no digáis que reposa,
pues por la Patria en pie resplandece y trabaja.
Ya nadie habrá que pueda
parar su corazón unido y repartido.
no digáis que se ha ido:
su sangre numerosa junto a la Patria queda.

DIANA

La diana, de madrugada,
va con alfileres rojos
hincando todos los ojos.
La diana, de madrugada.

Levanta en peso el cuartel
con los soldados cansados.
Van saliendo los soldados.
Levanta en peso el cuartel.

Ay, diana, ya tocarás
de madrugada, algún día,
tu toque de rebeldía.
Ay diana, ya tocarás.

Vendrás a la cama dura
donde se pudre el mendigo.
—¡Amigo! —dirás—. ¡Amigo!
Vendrás a la cama dura.

Rugirás con voz ya libre
sobre la cama de seda:
—¡En pie, porque nada os queda!
Rugirás con voz ya libre.

¡Fiera, fuerte, desatada,
diana en corneta de fuego,
diana del pobre y del ciego,
diana de la madrugada!

MARACAS

De dos en dos
las maracas se adelantan al yanqui
para decirle
—¿Cómo está usted señor?

Cuando hay barco a la vista,
están ya las maracas en el puerto,
vigilando la presa excursionista
con ojo vivo y ademán despierto.
¡Maraca equilibrista,
güiro adulón del dólar del turista!

Pero hay otra maraca con un cierto
pudor que casi es antiimperialista:
es la maraca artista
que no tiene que hacer nada en el puerto.

A ésa le basta con que un negro pobre
la sacuda en el fondo del sexteto;
riñe con el bongó, que es indiscreto,
y el ron que beba es del que al negro sobre.
Ésa ignora que hay yanquis en el mapa;.
vive feliz, ralla su pan sonoro,.
y el duro muslo a Mamá Inés destapa
y pule y bruñe más la Rumba de oro.

EL ACONCAGUA

El Aconcagua. Bestia
solemne y frígida. Cabeza
blanca y ojos de piedra fija.
Anda en lentos rebaños
con otros animales semejantes
por entre rocallosos desamparos.
En la noche,
roza con belfo blando
las manos frías de la luna.

  TENGO

Cuando me veo y toco,
yo, Juan sin Nada no más ayer,
y hoy Juan con Todo,
y hoy con todo,
vuelvo los ojos, miro,
me veo y toco
y me pregunto cómo ha podido ser.

Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de andar por mi país,
dueño de cuanto hay en él,
mirando bien de cerca lo que antes
no tuve ni podía tener.
Zafra puedo decir,
monte puedo decir,
ciudad puedo decir,
ejército decir,
ya míos para siempre y tuyos, nuestros,
y un ancho resplandor
de rayo, estrella, flor.

Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de ir
yo, campesino, obrero, gente simple,
tengo el gusto de ir
(es un ejemplo)
a un banco y hablar con el administrador,
no en inglés,
no en señor,
sino decirle compañero como se dice en español.

Tengo, vamos a ver,
que siendo un negro
nadie me puede detener
a la puerta de un dancing o de un bar.
O bien en la carpeta de un hotel
gritarme que no hay pieza,
una mínima pieza y no una pieza colosal,
una pequeña pieza donde yo pueda descansar.

Tengo, vamos a ver,
que no hay guardia rural
que me agarre y me encierre en un cuartel,
ni me arranque y me arroje de mi tierra
al medio del camino real.
Tengo que como tengo la tierra tengo el mar,
no country,
no jailáif,
no tenis y no yacht,
sino de playa en playa y ola en ola,
gigante azul abierto democrático:
en fin, el mar.

Tengo, vamos a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír.
Tengo que ya tengo
donde trabajar
y ganar
lo que me tengo que comer.
Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener.

Cuando yo vine a este mundo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo
se me alivia caminando,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando.

Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que mirar para ver,
hay que andar.

Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud:
Lanza de mi poderío,
coraza de mi virtud.
Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud.

Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón,
y mi voz entera es
la voz entera del son.
Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón.

Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo;
ya estará el de abajo arriba
cuando el de arriba esté abajo.
Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo.

Hay gentes que no me quieren,
porque muy humilde soy;
ya verán cómo se mueren
y que hasta a su entierro voy,
con eso y que no me quieren
porque muy humilde soy.

Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que vivir para ver,
hay que andar.

Cuando yo vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo,
te digo,
se me alivia caminando,
te digo,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
¡nadie me estaba esperando!

EL ÁRBOL

El árbol que verdece
a cada primavera,
no es más feliz que yo,
de nuevo verdiflor.
Las amarillas hojas
cayeron, y en mi tronco
vuelven los novios trémulos
a entrelazar sus cifras,
y hay corazones fijos
por flechas traspasados,
vivos en esa muerte.
Cuando digo «te amo»,
mi voz repite el viento
y en mi alta copa juega
con tu nombre y un pájaro
hijo de abril y marzo.

    MADRIGAL

De tus manos gotean
Las uñas, en un manojo de diez uvas moradas.

Piel,
Carne de tronco quemado,
Que cuando naufraga en el espejo, ahúma
Las algas tímidas del fondo.

  EL ABUELO

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que lo hondo de ese ritmo golpea
un negro al parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;

que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.

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