A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

Mario Amengual

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CUANDO TODO ESTÉ MUY NEGRO [Mi poema]
Mario Amengual [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Cuando el mar ya esté sin agua,
cuando el viento ya haya huido,
cuando sientas la piragua
como el hierro que en la fragua
por el medio se ha partido.

Cuando veas todo oscuro,
la esperanza te abandona,
que te topas con un muro,
todo es fruto de un conjuro
y no estás para una broma.

Cuando veas que ese cielo
contra ti se ha conjurado
yendo el alma por el suelo
y no encuentres ya consuelo
y tú estés desesperado.

Cuando sientas que en la lucha
la batalla está perdida,
no te curas ni en ducha
pues que a ti nadie te escucha,
vas sangrando por la herida.

Cuando todo así lo veas
da un receso, da un respiro,
mírate que estás ileso
y a ti mismo date un beso
tócate, pues sigues vivo.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Mario Amengual

Jueves Santo

En los templos
los sucedáneos de los vicios.
Son billetes de treinta
la fe y la misericordia.
Por la plata
no bailan los perros,
pero sí huye toda nobleza.
En la plaza principal
el héroe ecuestre mira hacia el sur,
donde los partidos brindan argumentos
al odio y al resentimiento.
Aquí nadie camina
hacia un destino inigualable.

Venezuela 2017

Nada se conjuga
detrás de las esperanzas.
Llevamos este sinsabor
entre proclamas inquietantes.
Aprendimos a no perder la calma
para disimular la resignación,
tal vez porque ya sabemos
que la sangre volverá a ser historia.

Desde el barranco

Esto es un baile sin música,
un circo sin payasos
y un tiempo que de tanto presumir
de ser el mejor de los tiempos,
es una Edad Media sin Dios
y con la muerte danzando
sólo por plata y a su antojo.

País arrasado

Un país engañado,
sometido,
hambriento.
La limosna
es política,
la venganza
es revolución.
La ideología
es un pretexto.
La redención,
lema infinito.
Con palabras revueltas
y trastocados sus sentidos,
estamos en el barranco.

La alegría sometida

La noche comienza más temprano
en las ciudades vencidas:
los ladrones y las ratas
prescinden de la cautela
y de los pasos furtivos.
La alegría
es un enemigo replegado,
la llave
que un borracho solitario
busca en una alcantarilla.
La risa
se adereza en procacidades,
sirve de capote al desconsuelo.

No serán bondades
ajustadas en parágrafos
las que brinden a los rostros agostados
el semblante de la celebración
y el cariz exultante del espléndido ahora.

El fuego definitivo

Detrás de las ventanas rotas
y las cortinas percudidas,
las mujeres penden
de un rosario tembloroso
y los hombres,
en torno a una mesa tambaleante,
beben un aguardiente
barato y sulfuroso.

Afuera, la realidad
es mezquina y predecible,
urdida por niños drogadictos
que juegan al escondido
en una plaza de timadores andrajosos
y putas deprimidas.

En cualquier momento
un fuego rojizo y sibilante
convertirá las calles
en un nuevo comienzo.

Todavía en el barranco

He tratado de no quebrarme
entre los comedores de basura
y los alardes de los truhanes.
No es fácil mirar con otros ojos
para quien aprendió de despojarse:
ni el bordado de oro
ni el trapo inmundo,
cada paso ponderado,
cada palabra sacudida.
Allá quienes nunca
abandonan su nombre
y viven para lustrarlo,
mientras el ogro palabrero y redomado
sigue su calculado arrasamiento.

¿Será posible trascender
la polvareda de los héroes?,
¿destilar los odios
en días de contrición?,
¿buscar los pasos de uno
en las huellas renegadas?
Las manos no aplauden
y en el silencio de la madrugada
labran la inconformidad.
Los sueños señalan
en episodios absurdos
la constancia de la desazón.
En las calles crece
la espina dorsal
y flagelada de un monstruo
que no quiere morir
en la orilla de sus agravios.

Una hora podría ser suficiente
para encontrar en las miradas perdidas
el brillo arrebatado a la dignidad.
Y cuando clarea el día
y el gavilán anuncia
su cacería con un graznido
es que se ve
en el rostro en el espejo
y se siente
en la pesadez de los pasos
que seguimos respirando en el barranco.

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José de Espronceda

La desesperación

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!