A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
A UN AMOR DE LA INFANCIA [Mi poema]
María Teresa Andruetto [Poeta sugerido]
MI POEMA... de medio pelo |
Solo sé fue una amiguita Y aun está en mi subconsciente, |
MI POETA SUGERIDO: María Teresa Andruetto
Instante
Una turbulencia balancea
las barcazas. La luz pinta el aire
de amarillos y están cerradas
las viejas puertas. Nadie
en la pescara, ni las góndolas
lúgubres. En el puente de Canaregio
ni las de lujo ni el vaporetto,
sólo pequeñas barcazas
han pasado la noche entre los palos.
Allá al fondo, un hombre barre
la fondamenta de Ca laria. El resto,
nada.
Arroz con alcachofas
El aceite
borbotea en la sartén.
Allí he echado
dos alcachofas acuchilladas.
He convertido a esas flores antiguas
en corazones abiertos,
en carne viva.
Me he dedicado después
a esperar que largaran su sangre
o su sudor, según se mire.
Luego
he reducido una cebolla
grande y llena de luz,
a polvo,
a jugo,
a numen.
Y otra vez he llorado.
Pero tan poca cosa no me amedrenta.
Me zambullo,
con el jugo y las lágrimas,
en el aceite hirviente
y cuando todo se impregna,
paso una lluvia de arroz
de la caja a mi mano
y de mi mano a la sartén
en donde bullen
los zumos
del dolor y de la dicha.
Ya puedo esperar
que los granos se hinchen.
Sé que soportarán,
igual que yo,
una hinchazón
tres veces superior
a su tamaño.
Sólo hará falta agregar
de tanto en tanto
agua o caldo,
un baño de mar que les permita
transitar por el infierno
de la hornalla.
El paraíso es un árbol
De chica imaginaba el paraíso
como un árbol más grande que los reales,
con sus flores lilas, allá arriba. Melia
azedarach, cinamomo, agriaz,
había muchos en mi pueblo, enhebrábamos
collares con los estigmas de sus flores
y hacíamos tortitas con bumbulas amarillas.
Lila de Persia, orgullo de la India
con frutos purgantes, abortivos. Frente a la escuela,
había un patio repleto de esos árboles,
una mañana corrió entre los niños la noticia
y cruzamos hacia el cerco de ligustros
intentando ver la cuerda, el sitio oscuro,
hasta que la maestra nos devolvió a los gritos
al mástil, el himno, la bandera. Cuando voy
a la casa de mi madre, veo esos árboles
de frutos venenosos, vuelvo al vecino
que perdió una noche su sentido de vivir
y se colgó en el patio de la casa
esquina, la que tenía un bar
y un almacén.
Balidos
Balaban las madres
bajo los nubarrones de la víspera,
dóciles, fáciles de guiar. También
yo entré al corral. Ellas desconcertadas,
él con su ojo de águila. Lo vi manotear
a tontas y a locas. Le tocó a la cara
mocha, con algo de corriedale.
Un manotazo al cuero, a la enrulada
lana un manotazo. Después fue
atarle nomás las patas y colgarla
para que desangre. Prepará el mate,
dijo, y yo me distraje para no verla
cabeza abajo, la sangre en tierra,
la baba colgando, los perros
disputándose las tripas, bajo
el agudo balido de las madres.
Sólo escucho a la niña
Aprendí mucho de ellas, dice mi hija
por teléfono y comienza a nombrar
a abuelas, madres, tías… en la casa
que queda al pie del cerro, me enseñaron
a bordar, pirograbar, a hacer flores
de papel para los muertos. Me contaron
historias de mujeres, amores de ellas
mismas: alguien le decía mi tusquita,
otro entró a la historia del boxeo,
un cantor cantaba soy del treinta,
un gringo que pasaba por los campos,
una de ellas sedujo a un hombre joven,
otra se olvidó un día del marido,
y otra… las nombro como un mantra,
dice, Francisca, Cleofé, Petrona, Arcadia.
Laureana, Gregoria, Gioconda,
Juana, brotan sus nombres en el teléfono,
mientras la niña tapa con balbuceos
su voz de madre. Y entonces ya no escucho
sino a esa niña que habla con la fuerza
de lo que nace, como debe ser.
Ahora que viene el tiempo de los pájaros
Ahora que viene el tiempo de los pájaros
y de los brotes en las ramas y la blancura
del almendro,
ahora que salgo al aire por las tardes
y riego plantas y veo cómo la tierra bebe
el agua,
ahora que se agitan las polleras
al murmullo de la brisa,
ahora que los niños conquistan el baldío
y construyen refugios y saltan vallas,
ahora que en el barrio las mujeres se sientan
a la sombra de los fresnos y toman mate
y hablan,
yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia
tu casa.
Del latin recordis
El nos leía a Pascoli en la luz
de la mañana y hablaba de las tardes
aquellas del otoño, los perros oliendo
entre las setas, cuando iba con su padre
a buscar trufas. Ella sabía de memoria
la vida de él. El nombraba la guerra,
los años escapando, el abrazo
de Paolo y Etiopía. Ella escondía
bajo el plato las cartas que llegaban,
y les sabía los nombres a los primos
lejanos. A veces en las tardes
recientes del otoño, ella recuerda
a Pascoli y a un pueblo que no ha visto:
hay un niño con su padre y unos perros,
y hay un hombre que se larga por los techos,
y un amigo, y es otoño,
y es la guerra.
Pavese
Entre mujeres solas hemos hablado de él
uno de estos días de marzo,
y de la tarde en que mi padre lo vio
pasando la caserma. Dos perros
lo arrastraban y esa tristeza
que no ha vencido nadie. Il diavolo
sulle coline acecha. Es el 45 y la guerra
cansa . Están en Piazza Cavour
o en Superga. En Torino, no en Le Langhe.
Mi padre muerto parece que me dice
al oído «he pasado Stupinigi
hacia mi pueblo». El otro se llama Cesare
y escribe en plenitud acerca de esas cosas
pequeñas que nos suceden a todos
y de volver y no encontrar ya nada.
Mi padre es partisano, un partisano
de Ghío, y ha cumplido veintitrés. Antes
que cante el gallo me dará esas voces
que se oyen desde lejos, el eco
en la colina. Están cerca las tierras
fértiles, el cuerno de oro devastado,
y la ciudad que es gris, no tiene
cielo. Alguna vez dirá no escribo más,
el lápiz cruzado sobre el diario,
y acabará el oficio de vivir. No habrá
qué hacer en la ciudad vacía sino esperar
y esperarás que llegue. Por esta calle
hasta el hotel mañana, vendrá la muerte
y tendrá tus ojos.
MI POETA INVITADA: María José Aldunate
entre la multitud
un beso largo
como una bofetada
justo cuando estaba olvidando
la butaca
el libro
tus manos mariposas sobre el regazo helado
olvidando tu beso
si supieran los vivos
cuánto duelen
dejo la puerta abierta
no quiero que el recuerdo en polvo se transforme
prefiero la intemperie
la nada conocida
abrazo al mismo tiempo tu sombra y el vacío
recupero los miedos
tu ausencia es una casa
y yo solo migajas en un mantel manchado
de aquel mapa de viaje
no queda ni un mendrugo
desde el fondo oscuro de la herida
mis fragmentos
ven un punto de luz
arriba está la ausencia disipada
contenida
la culpa
decididos
como el remordimiento
empiezan a subir
trepan por las paredes blandas
y al llegar a la boca luminosa
ven planear como un buitre
la tristeza
y cesan los temblores
y la tierra se abre
y un insondable tajo
escupe el eco
que no dejará nunca de sonar
el eco que
no dejará
nunca
dejará el eco
nunca
de sonar
así
mi herida