A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

JOSÉ DE ESPRONCEDA

JOSÉ DE ESPRONCEDA

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¡CUÍDATE, ESPAÑA! [Mi poema]
Martín Coronado [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

¡Cuídate España de tu propia España!
que a punto de arribar el viento frío
pretenden sacar jugo al desvarío
entrando y arrancándote la entraña.

Usarán la espesura en la maraña,
clavándole un puñal tan resentido
que al cuerpo han de dejarle malherido
haciendo ostentación de su calaña.

Cuida del inocente que es verdugo,
que mira de perfil, nunca de frente
si a su evento te invita convincente.

Sólo ansían ahogarte con su yugo
las vísceras sacándole a tu vientre
de modo que no exista ya el presente.

Que así sean tus hijos doloridos,
nunca olviden las luchas que has sufrido
saliendo victoriosos de ese frente.
©donaciano bueno

Cuídate España de tu propia España es el título de una magnífico poema de César Vallejo.

Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
lloremos duelo tanto:
¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
¿quién secará tu llanto?
José de Espronceda

"Un nacionalista no puede cambiar de opinión y no sabe cambiar de tema". -El creciente avance de los nacionalismos, a contracorriente de los tiempos, intentan desmembrar países bajo un sofisma: el derecho a decidir. El autor, en estos versos, se lamenta de ello. Y especialmente la malévola utilización de los idiomas para estos fines.

MI POETA SUGERIDO:  Martín Coronado

EL LIBERTINO

(DELIRIO)

La copa de licor hierve y rebosa,
Cuán incitante y perfumada está!
Vapor de fuego cual tu aliento, hermosa,
Se eleva de los bordes del cristal!

Vente conmigo, que al placer convida,
Ven á embriagarte y a olvidar también;
Tú, en el camino del Edén perdida,
Tú debes olvidar, pobre mujer!

Tú como yo, para tu mal soñaste
De nácar y de rosa el porvenir,
y al fin, cuando llorando despertaste,
Viste miserias, como yo las vi.

Ven y olvidemos: la existencia vuela,
Mostrando en lontananza el ataúd!
Ven, que a lo menos el deleite vela
Tan negro cuadro con su espeso tul.

Tristes recuerdos de fa tal pasado,
Nubes sombrías, alejemos hoy:
Tal vez mañana nuestro cuerpo helado,
Servirá de sudario al corazón!

Hasta las heces apurando el vaso,
No mas pensemos en el mundo vil…
Que el tiempo huya con gigante paso
Ni a mí me importa ni te importa a ti!

Ven a gozar con la locura ardiente
Que produce en las almas la embriaguez!
Ven a posar tus labios en mi frente!
Ven a apagar el fuego de mi sed!

Vete, vete, mujer! tu hálito inmundo
Me abrasa … vete ya, por compasión!
y esta es.la dicha que busqué en el mundo!
y esta es la calma que pedí a tu amor!

Aquel perfume de las bellas flores
Que adornaban tu sien ¿en dónde está?
Y aquella luz de mágicos colores .
Que irradiaba sus rayos en tu faz?

Y aquel estrecho y voluptuoso abrazo
Con que mi cuerpo al tuyo encadené?
Y aquel suave contorno de tu brazo,
y aquel beso…¿mentira son también?

Mentira, sí! cuanto gocé contigo .
Ha sido un sueño que pasó veloz,
Y te odio. te desprecio y te maldigo,
A ti, que me has helado el corazón!

¡AMOR!

I
Suelto el blondo cabello,
En ondas por su cuello
y en guirnaldas de rizos por su frente,
La ví por vez primera,
Risuena y placentera
Como un rayo de luz del sol naciente.

La ví. … y bajó los ojos,
y púdicos sonrojos
Tiñeron su mejilla nacarada;
Estremecióse, y luego.
Veloz, llena de fuego,
Se·encontró con la mia su mirada.

En su faz ruborosa,
Su mano temblorosa
y su seno agitado y palpitante,
Creí entrever un cielo …
y a impulsos de mi anhelo
Tendi á ella los brazos delirante.

Tornóse otra vez roja,
y tembló cual la hoja
Que al huracán ¡nclínase gimiendo;
Me contempló un momento,
y con turbado acento
Me dijo adios y se aleJó sonriendo.

II
De entonces suspirando
Pregúntome hasta cuando
Durará la ansiedad que me devora;
y siento dentro el pecho
Mi corazón estrecho
Para el amor inmenso que atesora.

Amor1 blando murmullo
De un beso, eterno arullo
De las almas hermanas que se tocan;
Amor! plegaria ardiente
En que con fe vehemente
A Dios y a la mujer al par se invocan.

Amor! tal lo comprendo,
Tal vez ¡ay! revistiendo
De formas una imágen ilusoria;
Tal vez creyendo ufano
Que para el ser humano
Hay algo mas que dicha transitoria.

Oh! no! no es quimera
Mi amor! mi alma espera,
Envuelta en sus divinos resplandores,
y siente estremecida
Que viene á darle vida,
Como el rocío á las marchitas flores.

SOBRE EL ALERO…

Sobre el alero escarchao

Encontré esta madrugada

Una palomita blanca
Que el viento había extraviao.
Porque es tuya la he cuidao
Con cariño y con desuelo,
Y la cinta color cielo
Con que venía adornada
Al cuello la llevo atada,
Por ser cinta de tu pelo.

25 DE MAYO

Hijos de Mayo somos.
Saludemos con él nuestro evangelio;
Mayo es una grandeza inmaculada,
Gloria sin ambición, gloria del pueblo.
La libertad fue siempre,
en todas partes, explosión de incendio,
algo como el volcán cuando se desgarra
de la montaña el inflamado seno,
y su paso a través de las edades
con roja luz ha iluminado el cielo.
Sólo en el Plata tuvo
del sol que nace el esplendor sereno,
sólo en el Plata derribó el pasado
con la tranquila majestad el tiempo,
Mayo surgió en la historia
y abrió a la luz los horizontes nuevos,
como el caudal de fecundos ríos
cuando desbordan sobre el cauce estrecho.
Saludemos a Mayo
que es de la libertad gloria y ejemplo,
sin olvidar jamás que a nuestros padres
para ser libres, les bastó quererlo.

El ángel de la guarda

Madre, que vas á morir
Junto a la cuna inocente,
Donde duerme sonriente
La orfandad del porvenir;

No en vano clamas al cielo
Poniendo el alma de hinojos,
y en torno giras los ojos
En las ánsias de tu duelo.

No podra más, en tu ausencia,
La orfandad que tu plegaria
No quedará solitaria
La cuña de la inocencia.

Sobre tu niño eslendida,
Como tus brazos otrora,

Está el ála protectora
Que ·fué el sueño de tu vida.

Dulce, inmóvil, en acecho,
Vela por él la mirada
Que en lágrimas empapada
Se está apagando en tu lecho.

Tiene toda la ternura
y el calor de tu cariño,
y ha copiado para el niño
De tus ojos la dulzura.

Muereen paz: su ángel guardián
Lo está arrullando dormido
Es el cielo prometido
Á las madres que se van.

VÍA CRUCIS DEL POETA

I
Allá vá, con la frente circundada
De brillante y purísima aureola!
Es el poeta, pobre alma so!a,
Sin guía y sin sosten en la jornada.
Del mar del mundo la gigante ola
Le arrastra en su carrera arrebatada,
y donde quiera que en su marcha le halla
Sobre él rugiendo la tormenta estalla.

Es el poeta, desvalido, errante,
Que busca el ideal de su esperanza,
y al infinito con ardor se lanza,
Siempre lleno de fé, siempre adelante!
Mas ay! nunca se muestra en lontananza
Aquel fantasma aéreo, vacilante,
y en torno suyo solo vé el desierto
A la insondable inmensidad abierto!

En donde está su hogar? … noche sombría
Envuelve sus recuerdos: del pasado ….
En donde sus amigos? …. le han amado
Antes, en la fortuna y la alegría.
Hoy es su único amor la luz del dia,
Su hogar el horizonte ilimitado,
Su lecho de placer el duro suelo,
Las lágrimas su pan, su abrigo el cielo.

II
Herida vá su delicada planta,
Mas no el cansancio su valor minora;
A veces cae, pero piedad no implora:
Su voluntad de hierro le levanta.
Le abrasa el sol, la fiebre le devora,
Tiene hambre y sed, y sin embargo canta,
y por su voz ardiente estremecida,
La humanidad rebosa en nueva vida.

Canta la gloria, y por lograr renombre
Todos hacen esfuerzos sobrehumanos;
Canta la fé, y júntanse las manos,
y humilde dobla la rodilla el hombre;
Canta la libertad, y los tiranos
Tiemblan oyendo su bendito nombre ;
Canta el amor, y afan desconocido
Siente la vírgen en su casto nido.

Hay en su lira para el mundo entero
Notas de dulce y poderoso encanto:
Ora llevan el bálsamo del llanto,
Ora el fuego del cántico guerrero.
Solo él, que padece y ama tanto,
No escucha ni un acento placentero,
-Que en las horas de prueba llegue a su alma
A devolverle la anhelada calma.

III
Como el sol tras la noche dilatada,
Como el iris de paz tras la tormenta,
Un dia en su camino se presenta
Una mujer que le habla enamorada.
Es bella como un ángel: todo alienta
Al vívido calor de su mirada:
Sus labios de carmín, humedos, rientes,
Son de pasion inagotables fuentes.
Los rizos de su blonda cabellera
Ondéan en su espalda alabastrina,
y en su agitado seno se adivina
Lá ternura que en él durmiendo espera;
Es su tallo gentil cual la palmera
Que del Sahara la aridez domina:
Jamás hubo en humana criatura
Juntos tanto candor, tanta hermosura!

IV
Y allí el poeta entre sus brazos mira
Aquella forma que el pudor colora,
Blanca, cual la esperanza que atesora.
Pura, como el ideal porque suspira.
Es ella, ella! la que su alma adora,
La que arrancó mas ayes a su lira,
La imagen celestial, resplandeciente,
Que en sueños creó su acalorada mente.

Y es suya al fin! oh! si le fuera dado
Abandonar el miserable suelo,
y en alas de su amor tender el. vuelo
A otra region con el objeto amado!
Oh! si pudiera en su gigante anhelo
Llegar de un paso hasta el Eden soñado,
y olvidando su angustia y sus dolores,
Cubrir su senda de lozanas flores!

V
Quimérica ilusion! utopia vana
Que huye veloz apenas comprendida,
Como huye la sombra confundida
Ante el primer albor de la mañana!
Esa mujer por quien tanto se afana
Mírala en lodo inmundo convertida;
Esa imágen de luz y de belleza,
Es ay! la encarnación de la impureza!

El de cariño ofrécela un tesoro,
y unirse á ella con eternos lazos,
y la brinda el asilo de sus brazos,
y se estremece al contemplar su lloro.
y esa mujer le dice: <¡Dáme oro
En cambio de mi amor y mis abrazos:
Dáme palacios, siervos y delicias,
y yo te embriagaré con mis caricias!»

Con la ansiedad de la ilusion perdida,
Con el dolor de la esperanza muerta,
Con el alma sin fé, triste, desierta,
y la pupila en llanto humedecida,
Sigue el poeta en su carrera incierta,
Dando su último adiós de despedida
A esa hora de olvido y de demencia
Que endulzára un instante su existencia.

VI
Las canas cubren su laureada frente,
Canas de una vejez ¡ay! prematura,
Que pueblan la cabeza del que apura
Cuantos martirios ideó la mente; .
Su pié vacila, y en la peña dura
Huellas de sangre deja: ya no ardiente
Suena su voz: su lira, destrozada
Como su corazon, yace callada:
y lucha aún! pero un momento llega
En que acaba el vigor que le sustenta;
Su espíritu viril en vano intenta
Dominar el poder que le doblega.
Su marcha se hace cada vez mas lenta,
Mas la tierra en sus lágrimas anega,
y cae por fin, exánime, abatido,
y no levanta ya : ¡todo ha concluido!

Sus párpados se cierran: su mirada
Tórnase sin fulgor ni sentimiento;
Suspiro leve, que arrebata el viento,
Se exbala de su labio, y luego …. nada!
Su alma pura, del currpo desligada,
Sube como el incienso al firmamento:
Un nombre vano, deleznable gloria,
Conservan en la tierra su memoria!

VII
Esa es la vida del poeta, esa!
El dolor sin medida, el desencanto;
Una agonía cruel que nunca cesa;
Un camino regado con el llanto.
El dulce culto del amor profesa ;
Una mujer hace brotar su canto,
y cuando se hunde su ángel en el lodo,
Pierde el valor, la fé, lo pierde todo!

Mientras la llama de su génio arde,
y la sien tiene de laurel orlada,
Acaso exista una alma entusiasmada
Que su recuerdo con carmo guarde.
Muerto, sobre su tumba desolada
Alzarán su plegaria allá en la tarde,
Cuando su último rayo el sol irradie,
Una madre, una hermana …. ¡tal vez nadie!

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¡DESPERTAD, CIUDADANOS! [Mi poema]
Guillermo Fernández García [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Ciudadanos españoles, ciudadanos,
que al futuro con tristeza os enfrentáis
sin saber por donde iréis, por donde vais
pues los sueños que tuvisteis hoy en vano
segado han de plano.

Espectadores que, pasivos, no prevéis
que el país pueda desaguar la alcantarilla,
vosotras, gentes ingenuas y sencillas,
decid por qué no actuáis por lo que véis,
o acaso no queréis.

que el futuro se aproxime a vuestra orilla
donde ímpetu y decisión tengan que ver
con las florestas que expanden sus semillas
para que raudo vuelvan a florecer
hoy igual que ayer.

Pobre ha de ser el futuro si el presente
de la tierra donde tú echaste raíces
no te importa, ni apasiona y está ausente,
ignorando, sin dudar te contradices
y ahora maldices.

Que los ojos no se humillen a la niebla,
y muerta la niebla a combatir volad
entre brumas insumisas, las tinieblas,
blandir el hacha y con cólera talad
y ya eyaculad.

Nuestros padres mucho tiempo se afanaron
en construir con su esfuerzo la ciudad,
no permitáis que lo que ellos ya forjaron
reo sea de codicia y de maldad
y de iniquidad.

Y así hasta el fin de los días, nuestros hijos
celebrarán el feliz advenimiento
y se escucharán palmas y regocijos.
Tan fausto será el acontecimiento
que aquí os digo y cuento:

¡Ciudadanos españoles! no hay razones
para de rodillas postraros o de hinojos
ni aunque aparezcan diez mil camaleones
que pretendan repartir vuestros despojos
y los trampantojos.

Ciudadanos españoles, ciudadanos
que gozamos en unión de esta quimera,
los que ahora reniegan de ser hermanos
intentarán ya robarnos la bandera
y que España muera!
©donaciano bueno

Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
Y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
José de Espronceda

José de Espronceda, en quien se inspira el que esto escribe, fue un alto representante de la poesía romántica, lírica y épica.

MI POETA SUGERIDO: Guillermo Fernández García

ESQUEMA DE VIAJE (II)

Entre nadie, la playa silenciosa
de una eternidad blanca.
Tiene que ser:
lo que se inventa, acecha y busca.
En los ojos está la noche
anticipando el viaje más hondo.
Tiene que ser.

AHORA ESTE SILENCIO

A Thelma Nava

I
¿En qué archipiélagos del día
anda la sombra de mi sombra?
¿Quién escribe el adiós,
quién ha partido de una ciudad que no conozco?
¿Quién pesa más en el agua:
tu nombre en el ala de un pájaro
o el pan de la tristeza?
Sucede que mi oído se desliza
por la curva infinita de la ausencia
como un rumor a la medida de tus pasos.
Estoy en el crucero de todos los caminos
plantando signos o árboles extraños,
escuchando el tatuaje del eco
que el viento trae como flor en los labios.
(Ya no sé si se ahoga la tarde o la espera;
si es tu paso el que cruza la llanura
o la sombra de una nube de verano.)

II
Bajo tu planta voy,
bajo tu planta miro un cielo de palomas,
el viaje hacia la fábula
durmiendo en las amarras de los muelles.
Ante mis ojos pasas con un aire de abismos inminentes,
lasca de soledad o herida ciega
de mis manos huyendo cuando el alba.
Se ha quedado una espina en la garganta
y resuena su lampo adormecido
en todo lo que digo o lo que callo.
Se cierran las ventanas de la espiga
que afiló su milagro de verdor ebrio,
en el itinerario del viento y sus naufragios.

III
Ahora este silencio; su esbeltez
de palomar en los desiertos del agua.
Se queda la hora hablando a solas.
La amplitud de la tarde gira y se ahonda
en coágulos de palidez inconstante.
Sólo tú estás aquí,
pisándole la sombra a mi tristeza;
presente en la afilada veladura
que media entre mis ojos y las cosas.
Y mi verdad se mueve a ciegas…
Perro sin dueño,
anda y desanda la llanura
en busca de otro cielo claro y justo.
La tarde resucita
un viaje de agua oscuro entre la hierba,
peso de palomas en el pecho,
tus ojos derramados en horizontes diminutos
y el equilibrio exacto de tu sangre
como una flor inclinada hacia el olvido.

HABLANDO A CERNUDA

“…y con sueño se volvió
—lentamente
Adonde nadie
Sabe nada de nadie.
Adonde acaba el mundo.”

I
Yo soy la soledad en crecimiento
la sola cuerda en una sola lira,
la afilada presencia que conspira
contra el paso del día bajo el viento.
Surtidor de un secreto movimiento,
sobrevivo a la luz. En mí respira
la vida eterna de la noche y gira
la quietud indecible de su aliento.
He venido a olvidar aquella espuma
que vio la transparencia de la nada.
No me importa saber lo que consuma
el bullicio del día que se dora
en coágulos de vida abandonada.
Solitario en el bosque y en la hora.

II
¿Hacia qué luz viaja Noviembre;
en qué mano su cuerpo se desgrana
y siembra la tristeza de pensarte
en un hondo balcón deshabitado?
Lo sabías: “La vida no es un sueño”:
es una larga vigilia cenicienta
que afila su verdad de espina pura
en la yema sin fin de la memoria.
(Existe la Belleza
—el terso endriago rubio.
Su blanda mordedura
espiga los islotes al alcance
de un sueño que se sueña en el otoño
y mata lo que toca o lo que mira.)

III
Te fuiste por el hilo de la duda
de estar con los demás como contigo:
a sombra y luz a solas, sin testigo
al ser lo que en tus manos se reanuda.
“Triste sino nacer” bajo la ruda
condición de viajar sin un amigo.
Sin tú saberlo, te seguí y te sigo
como una sola sombra, Luis Cernuda.
En la barca del agua un cielo manso
nos deja contemplar lo que tu vida
tuvo de la tormenta y del remanso.
Tu voz responderá contra las olas
del viento y el olvido desmedida.
Yo me quedo contigo, solo, a solas…

IV
La noche, dilatadamente sola,
ahonda tragaluces al vacío
y planta dedos finos en las cosas
que acechan los racimos de esperanza.
En sus manos la vida es agua lenta,
la caída incesante del deseo
que mira hacia el final puerto del alba
despierto ante la luz lo halla desierto.
Tu palabra se acoda en la ventana
y deja deslizar su pluma leve
al aire de esta noche pensativa;
inunda los rincones de la hora
con un rumor de seda oscura
o un agua de olvido entre la hierba.

V
Por ti, el hemisferio que te nombra
sabe de la memoria sin olvido,
del tiempo que he llorado por perdido
al encontrar tu árbol sin la sombra.
Otoño que se va, deja la alfombra
al pie de un nuevo aire ya encendido.
El cielo es un diamante desabrido
y el tiempo en un rincón su peso escombra.
La loma que te duerme en aire antiguo
sabe el perfil exacto de tu viaje
y se ahonda la tierra en un viraje
que confunde el ocaso con el orto.
Tiene un ciprés el corazón ambiguo;
musita su palabra y queda absorto.

VI
Tú viniste a mirar rostros amables
como viejas escobas.
Yo estoy para olvidarlos.
Primer aniversario, noviembre de 1964.

LA PALABRA A SOLAS

I
Algo se mueve en tu cansancio,
algo. Y no lo crees. La misma espina blanda
en el alto palomar de la zozobra,
la desnudez interna
—torre de marfil, agua del alba,
orilla del deseo, columna del poema.
Invisible, rumor de hierba,
sientes crecer su paso entre los muros,
dialogando consigo. No el paso que conoces,
como el hombre, a solas,
sino el eco de tus pasos tras los suyos,
la sombra que no vive sin su sombra.
(La ausencia es un monstruo adormecido
en lo más hondo de tu antigua noria.)
Este temblor sagrado —lo sabes—
es el viento ya visible de sus pasos,
el movimiento de su ser
o de las estaciones que sorprendes
y ensilas para mirarlas a solas.
Algo se mueve en tu memoria…
“Recuerdas aquel atardecer en la avenida,
tierna aún la noche, en el jardín del Carmen.”
Contigo fue la hora atardecida,
el espanto de no saberte solo
frente a la ventana abierta a un horizonte sin colinas.
Algo se mueve.
Óyela venir
habitando el hueco inmenso de la hora,
el día interminable a solas.
Esta gracia —di— no la esperabas.
Lo vivido termia aquí,
el cansancio de estar cansado
oyendo los ladridos de los perros
si tu ternura fue más allá de la ventana.
No te preguntas más
quién va cambiando el rostro de las cosas,
quién canta esta canción desconocida
a la pluma incansable y mediodía:
el tiempo existe fuera de tus párpados.
Di que el ave florece
bajo un árbol imposible,
que el espejo ha dejado de mirarse
a sí mismo. Di, canta al arcángel,
a la espesura transparente de su cuerpo,
al henil que te aguarda para el fin del viaje.
A mano abierta, deslumbrante,
esta otra y misma primavera
que se abre paso entre los muertos,
reintegra eternidad al sueño.

II
Habita tu memoria ese silencio
derramado sobre la casa a oscuras.
De otros tiempos imágenes concitan
a la gótica danza del insomnio.
La hora es una cueva submarina
donde yerra un ejército de sombras olvidadas.
No sabes en qué rumbo de tu cuerpo
duele la espina vaga de tu infancia
que huyó, como las nubes, a la nada.
Traspuesta ya la linde de su manso imperio,
bajo un sol ignorado, te remuerde
el tiempo que has vivido entre tus muertos;
las mariposas yertas cuando el alba
sorprendió tu tristeza en la ventana
insomne y sola en la impiedad del viento.
Húmedo aún del río envejecido,
la sal entre la herida travesía,
la fidelidad noble con su empeño
en traducir el largo memorial
de su caída, viva en sus tatuajes;
libre ya de sus aguas ateridas
y el engaño vernal de sus reflejos,
tu oído crea su orilla a tu deseo:
Tú, mi tierna verdad, poema mío,
alientas hondo y suave bajo el sueño
en la alcoba contigua. Un puente angosto
resplandece su viaje entre la sombra,
hacia el lirio, corola de tu aire
ya intocable, final puerto de escala.
Si pudieras oírme, te diría:
“La eternidad es tierna
cuando miro tu piel de hierba fina
que en las luces del sueño se rebana;
yo estaré contigo
cuando la luz levante sus andamios
en la llanura azul de la mañana.”
Yo soy el embozado destino de tu sangre,
el último pabilo que habrá de consumirse
tras el sencillo andar de tu mirada.

III
Afuera, la segura lentitud
del alba desembarca en la aridez
de la ciudad aún dormida entre sus ruinas.
Sólo al alcance de tu oído
sientes que el tiempo no transcurre
bajo la lluvia casi ausente
en este amanecer de rostro envejecido.
Dentro, sobre tu sola muerte, un mismo mundo.
Dos lagos ya como aires ateridos
contra el tiempo de nadie: tuyo.
La soledad de que me hablas
está rodeada por su muro,
en su límite de viento endurecido,
mas claro y largo como el desencanto.
Di que tu voz se afila en su sombra,
en ésa, amada sobre todo.
Cogida de su mano reconoce
sus propias huellas en las suyas,
en un mismo camino a solas.
Le hablas. Irremediablemente escucha.
No ignoras que sus ojos son ahora
una vaga violeta sumergida
en el secreto ensimismado de una loma,
bajo la mano oscura de otra vida.
Otra se mueve en ti, en tu memoria.
La breve eternidad de un surtidor
en su columna de agua clara y alta,
caída en el hondón amargo de tus manos,
tan jóvenes aún para entenderla.
Desnuda tu alma ahora va tras ella
como un niño extraviado, sola.
Su nombre es el destello en otros cuerpos
desgajados a ciegas,
bajo el lívido engaño de las horas baldías.
El tiempo se te va buscando
la forma inconocida a tu deseo,
la morenía tierna de la espiga
que has mirado en el eco de tu sueño.
Y te cansa el cansancio del hombre,
la soledad de la bestia derrumbada
por el don poderoso de la gracia;
la invención maligna de otra vida
como si ésta que hiere no bastara.
Pudieras olvidar tu paso incierto
de niño; la inocente estupidez
familiar limitando los contornos
de la luz, que ya no conocerás.
Una noche sin nombre te dijo:
“La caricia es mentira,
el amor es mentira,
la amistad es mentira.”
Vas, contra todo, intentando el amor
una vez más…

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EL MUNDO, LA VIDA Y LA MUERTE [Mi poema]
Augusto Casola [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

No me importa la vida, no me importa la muerte,
ni sufro que el mal fario me traiga mala suerte.

La vida es un tormento, la muerte es un fracaso,
maldigo aquí a la vida que nunca me ha hecho caso.

¿Recuerdos? no me atañen, ni me afecta el olvido,
ni acaso ser un lerdo, quizás ni haber nacido.

Me joden los que dicen amar a los caninos
y escupen y desprecian a humanos sus vecinos.

Ni irrita el que sea zurdo, fastidia si soy diestro,
me tachen de palurdo, me tilden de siniestro.

Desprecio a quien presume de hacer bien a la gente
y agacha la mirada pues no mira de frente.

Mi mente no esté clara, mi tez que sea oscura,
ingenuo ser de cara o ser yo caradura.

Que el mundo es como un pozo de bichos y alimañas,
lugar en donde el gozo se encuentra en las montañas.

No atañe a lo pasado, ni afecta al que es futuro,
sentirme hoy acosado, pegarme contra un muro.

La vida me ha tratado como una sabandija,
sin un sólo resquicio ni mísera rendija.

Pues nada a mi me importa, maldigo ya a este mundo,
ser pollo sin cabeza, vagar cual vagabundo.

Que el mundo no es mi mundo, el mundo que he soñado,
desde que vine al mundo a mi él me ha traicionado.

No me importa la vida, no me importa la muerte,
pues sólo reconforta gozar de ti y quererte.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  Augusto Casola

SILENCIO Y AUSENCIA

Eres el silencio de la ausencia
quebrado el sello
de secretos
que arpegian en el llanto
su cantar de desencuentros.

Allí riela el plenilunio umbrío
su bullicio mudo
de niños en juegos inocentes
y amantes furtivos en busca
de penumbras cómplices.

Cosas viejas todas ellas
y sin embargo
vigentes al día siguiente
de haberte vuelto silencio,
y ausencia y dolor y cuna de penas.
del poemario Ese pedazo de tierra mio

UN SITIO LEJANO Y SIN RECUERDO

Quiero visitar un sitio ajeno
donde no puedan ya alcanzarme
los recuerdos;
un solar sin risas ni tristezas,
de sombras silentes en abrazo,
de paz calmosa
y de olvido.

Lo imagino vergel de nada
en su extática hermosura
de silencios pleno y atardecida aurora,
tiempo extraviado, tímidas penumbras
luces adensadas en hondo aliento
apaciguadas.

Entonces me susurra una voz queda:
el sitio existe, ese es mi reino,
mío solo y soy yo la Muerte,
su señora.
del poemario Ese pedazo de tierra mio.

SOLA

Sola:
cuando naciste estabas sola,
y ahora -muerta-
vuelves a estar sola.

El camino de enfrente es desolado,
con la sorda desolación
de la lluvia de verano,
con el monocorde chorrear
de canaletas,
y el melancólico sonido
de techos de zinc.

Estás sola.
Tras el próximo invierno.
Aun antes del otoño que no llegó,
dejaste atrás la primavera
prendida a las violetas
y el verano
pasó cerca
y tú, sola,
sola entre el silencio largo.
Sola.

En la avenida desnuda
de cipreses llorones,
estás sola.
del poemario 27 silencios

Cómo amabas las violetas,

el trébol de cuatro hojas que nunca hallaste
y el jazmín
Cómo vivo tu presencia
ahora que no vives
y estás conmigo
ahora que no estás
Cómo me abrazo a los recuerdos
y tu sombra de recuerdos
ne abraza con sus besos
y ¡cómo siento los besos que me dabas!
y ¡cómo siento los besos que no di!
del poemario 27 silencios

Me convertí en el silencioso abismo

de mi nombre.

No me faltan conocidos
que me conocen
de antes
de caer al pozo
que habito ahora
profundo y tachonado
de paredes frías
y musgoso desconsuelo.

Soy el silencioso abismo
de mi nombre
que despertó tu ausencia
en nuestra soledad inédita.

Y antes ¿dónde estabas?
Y yo ¿por qué no te veía?
del poemario Ese pedazo de tierra mio

¡Cómo brilla en tus ojos

el brillo de tu casi niñez!
¡Cómo sumerjo en ellos
-azulceleste iridiscente-
mis años saturados de gris!
y salgo envuelto
en azulceleste…
del poemario 27 silencios

Tras el suspiro

tu extraña presencia
toda sombras sin mariposas
y violetas
dormidas entre tus manos
hechas de surcos y gemidos
y ramillas de ilusión
que adornan tus lívidas mejillas
y el mármol de tu frente dolorida
Tu extraña presencia inmóvil
sin aleteo de aves migratorias
Tu extraña presencia inmóvil
sin lágrimas del próximo rocío
del poemario 27 silencios

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La Desesperación, José De Espronceda

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello…
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

CUANDO TODO ESTÉ MUY NEGRO [Mi poema]
Mario Amengual [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Cuando el mar ya esté sin agua,
cuando el viento ya haya huido,
cuando sientas la piragua
como el hierro que en la fragua
por el medio se ha partido.

Cuando veas todo oscuro,
la esperanza te abandona,
que te topas con un muro,
todo es fruto de un conjuro
y no estás para una broma.

Cuando veas que ese cielo
contra ti se ha conjurado
yendo el alma por el suelo
y no encuentres ya consuelo
y tú estés desesperado.

Cuando sientas que en la lucha
la batalla está perdida,
no te curas ni en ducha
pues que a ti nadie te escucha,
vas sangrando por la herida.

Cuando todo así lo veas
da un receso, da un respiro,
mírate que estás ileso
y a ti mismo date un beso
tócate, pues sigues vivo.
©donaciano bueno

#Seguir vivo es lo que importa, no...? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Mario Amengual

Jueves Santo

En los templos
los sucedáneos de los vicios.
Son billetes de treinta
la fe y la misericordia.
Por la plata
no bailan los perros,
pero sí huye toda nobleza.
En la plaza principal
el héroe ecuestre mira hacia el sur,
donde los partidos brindan argumentos
al odio y al resentimiento.
Aquí nadie camina
hacia un destino inigualable.

Venezuela 2017

Nada se conjuga
detrás de las esperanzas.
Llevamos este sinsabor
entre proclamas inquietantes.
Aprendimos a no perder la calma
para disimular la resignación,
tal vez porque ya sabemos
que la sangre volverá a ser historia.

Desde el barranco

Esto es un baile sin música,
un circo sin payasos
y un tiempo que de tanto presumir
de ser el mejor de los tiempos,
es una Edad Media sin Dios
y con la muerte danzando
sólo por plata y a su antojo.

País arrasado

Un país engañado,
sometido,
hambriento.
La limosna
es política,
la venganza
es revolución.
La ideología
es un pretexto.
La redención,
lema infinito.
Con palabras revueltas
y trastocados sus sentidos,
estamos en el barranco.

La alegría sometida

La noche comienza más temprano
en las ciudades vencidas:
los ladrones y las ratas
prescinden de la cautela
y de los pasos furtivos.
La alegría
es un enemigo replegado,
la llave
que un borracho solitario
busca en una alcantarilla.
La risa
se adereza en procacidades,
sirve de capote al desconsuelo.

No serán bondades
ajustadas en parágrafos
las que brinden a los rostros agostados
el semblante de la celebración
y el cariz exultante del espléndido ahora.

El fuego definitivo

Detrás de las ventanas rotas
y las cortinas percudidas,
las mujeres penden
de un rosario tembloroso
y los hombres,
en torno a una mesa tambaleante,
beben un aguardiente
barato y sulfuroso.

Afuera, la realidad
es mezquina y predecible,
urdida por niños drogadictos
que juegan al escondido
en una plaza de timadores andrajosos
y putas deprimidas.

En cualquier momento
un fuego rojizo y sibilante
convertirá las calles
en un nuevo comienzo.

Todavía en el barranco

He tratado de no quebrarme
entre los comedores de basura
y los alardes de los truhanes.
No es fácil mirar con otros ojos
para quien aprendió de despojarse:
ni el bordado de oro
ni el trapo inmundo,
cada paso ponderado,
cada palabra sacudida.
Allá quienes nunca
abandonan su nombre
y viven para lustrarlo,
mientras el ogro palabrero y redomado
sigue su calculado arrasamiento.

¿Será posible trascender
la polvareda de los héroes?,
¿destilar los odios
en días de contrición?,
¿buscar los pasos de uno
en las huellas renegadas?
Las manos no aplauden
y en el silencio de la madrugada
labran la inconformidad.
Los sueños señalan
en episodios absurdos
la constancia de la desazón.
En las calles crece
la espina dorsal
y flagelada de un monstruo
que no quiere morir
en la orilla de sus agravios.

Una hora podría ser suficiente
para encontrar en las miradas perdidas
el brillo arrebatado a la dignidad.
Y cuando clarea el día
y el gavilán anuncia
su cacería con un graznido
es que se ve
en el rostro en el espejo
y se siente
en la pesadez de los pasos
que seguimos respirando en el barranco.

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José de Espronceda

La desesperación

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

LA TARDE ESTÁ MURIENDO [Mi poema]
Alejandro Duque Amusco [Poeta sugerido]

MI POEMA… de medio pelo

 

La tarde está muriendo. Y el ocaso
se asoma silencioso en la colina
denunciando a la vida y su fracaso,
el tiempo que le resta tan escaso
su exceso en insistir que es de propina.

Allá sobre los montes se percibe
la sombra de una llama que se apaga
y avanza a la deriva. Y su declive.
Que espera llegue el cielo y la derribe
y siegue la cabeza con su daga.

Se encuentra en soledad con sus miserias
cual rama que de un árbol se desgaja
y deja al descubierto sus arterias.
Sus egos, sus victorias, sus histerias
le irán a acompañar en la mortaja.

Pobre tarde, no tiene quien le quiera,
que de ella ya se acuerde y que le llore,
ni encuentra quien conserve en la fresquera.
Se irá como se marcha otra cualquiera
sin que haya un abogado que asesore.
©donaciano bueno

#Es curioso que ocaso rime con fracaso...? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Alejandro Duque Amusco

La extraña realidad

Aquello que llamamos realidad
es simplemente el edificio gótico

de una Idea caída
sobre la piel delgada del espacio.

Una ilusión
que nunca será nuestra,

por ella nos perdemos
entre alamedas de fértiles engaños

o celajes que trazan al azar
el mundo real, el mundo imaginario:

nombres, rostros, figuras,
fechas, ciudades, años y paisajes

de sombra.
¿Existieron?
¿O fueron el destino del vacío
y las informes máscaras del tiempo?

Extraño torreón de negra luz,
la realidad, como una llamarada

que es superior a todo, más fuerte que el olvido,
ilumina la tierra de la ilusión final.

Y su verdad o su mentira abrasa
como rayo de sol mirado a cielo abierto

por la ventana azul de un día de verano.

Un resplandor que ciega.
Una impasible
llama.

Espera de un mediodía absoluto
que nunca será nuestro.
De «A la ilusión final»
Renacimiento, 2008, Sevilla

Lejanas estelas de junio

Desciende de la mañana abierta
un ala gritadora.

Los manzanos
maduran
los zumos ácidos del sol.

Al mediodía, los animales
corren inquietos.
Rumores y latidos.
Oíd la profunda respiración
de la tierra.
Viene de más allá,
del otro lado de la luz,
como oleaje
entre sueños.

Mirad las lumbres vivas.

Libélulas llameantes,
rayos rizados de color.

Nupcial derramamiento en el atrio del verano.
De «Del agua, del fuego y otras purificaciones»
Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Leyendo en la biblioteca

A esta líquida luz de las vidrieras
la sala de lectura, evanescente, va ensanchando el vacío,
crujen los anaqueles con los grandes tomos
donde otros, antes que tú, dieron a la penumbra
el oro quebradizo de sus sueños.
Gira el vacío y corre un viento ácido
por entre los pupitres -ataúdes dormidos- y los rostros borrosos
de quienes leen, olvidados de todo, en el borde del mundo.
La vida se repliega. En la tarde oferente del conocimiento
con su terco porqué cunde la nada.
La sabia catedral desaparece.

Un susurro de hojas en el libro del Tiempo.
De «Sueño en el fuego»
Renacimiento, 1989, Sevilla

Leyendo «La Commedia»

Selvas oscuras, fieras alimañas.
Dante, con firme compañía, siguió un camino
que es ascensión y meta de amor y sufrimiento,
hasta el vergel de verdores agudos
donde es suave el mirar, la luz no engaña,
y una Rosa
es el Ojo inmortal del universo.

Pero hoy que las sombras protectoras
se alejaron, zarparon en la noche, y bogan
entre la nada y el recuerdo de nunca,
cuando despiertes de tu largo sueño
¿encontrarás
en la otra orilla del río irrebogable
la mano del poeta
que acompaña, los ojos
de Beatriz, la sabia y suave lumbre de Matelda?
El círculo a otro abismo de negror se abre.

Bajo una inmensa ausencia, sólo estrellas.
De «Sueño en el fuego»
Renacimiento, 1989, Sevilla

Noche de San Lorenzo

Luna, llamada violenta
de la luz, sima del cielo,

desde esta quietud de noche plena
la vida reposa en lejanías.

¿Quién no se siente fuente estremecida
por la pleamar helada de los astros?

Arrebatados, en silencio, oímos
fluir esta bullente geometría:

la noche boga
por los ríos de luz,

y aún aceptamos otras leyes
que son las floraciones de la muerte.

El alma se abandona?
y por los ojos grandes del espacio
vaga, sobrecogida y sola,

a la deriva
de la inmensa patria.
De «A la ilusión final»
Renacimiento, 2008, Sevilla

Nostalgia de los sueños

Sueños de la niñez. Los brazos del gigante de la barba de plata
me llevaban al país de la innombrable noche
donde las banderolas de sueño se agitaban sobre los ojos extasiados,
y pasaban los pájaros del color de la luna.
Los días se tejían con fábulas de sueños.
Sueños de placidez que el mar suave acunaba
con su canción azul, entre islas de encanto,
o sueños otras veces traspasados por el pavor de una lanza sangrienta
(Tristán era alcanzado en la luz venenosa),
pero sueños, sueños siempre, larvas de la alucinación
que daban a la mente fulgores misteriosos,
colores y latidos.
Alfileres de oro.
Y al despertar, qué extraña y dulce turbación deslumbrada.
De la ladera oscura
la mañana surgía, tintineante de sol,
y el niño escapaba a los pinares a esconder sus riquezas.

Oh sueño, oh cofre de la noche, entonces lleno de monedas vivas.
De «Sueño en el fuego»
Renacimiento, 1989, Sevilla

Ofelia

Desconsuelo es
mi nombre.

No me llaméis,
dejadme.

(Barre el vacío
un lecho
de hojarasca.)

Siento
alejarse los jardines
colgantes
del amor.
De «Donde rompe la noche»
Visor, 1994, Madrid

Palabra

Celada hermosa,
detrás de cuya estela
se me fueron
los ojos deslumbrados;
viví para ahuyentar
la muerte y su cara empolvada
con tu gracia
de frágil danzarina.

Para esperarte
bajo la luna negra del deseo,
como sumiso amante,
por si acaso venías.
Pero tal vez
no eres más que eso: una espera
en la noche,
la espera que se cumple
en otra espera,
la promesa
por siempre demorada.
La cita de una ausencia.
¿Cómo tenerte, hechizo delicado,
si sé que las palabras
más amadas son esas
que nadie oye,
las más ansiadas son
las que nos cuestan
al final
la vida?
De «Donde rompe la noche»
Visor, 1994, Madrid

Promaquia

Ángel de hielo, obelisco mortal,
Azrael de los lienzos de bruma,
de los ojos voraces en la tiniebla ardiendo,
del tacto glacial sobre la carne,
y del suave licor del silencio, sobre todo del silencio,
con el que nos condenas, día a día,
a la tortura blanca del vacío.
Ángel cruel de mármol, dura muerte sin fin,
proseguirá la lucha, inevitable,
mientras la vida no se rinda e interponga su escudo
ante tu golpe fiero. Cuerpo a cuerpo, en la noche,
en la prolongada noche de nuestro singular combate,
tu soledad hambrienta, aterida de sombra,
grande y hueca como los ojos de los muertos,
va anudando a mi alma
la amoratada sábana postrera.
De «Del agua, del fuego y otras purificaciones»
Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Reloj de agua

En la gota de agua
parpadea
la aguja inmutable
del tiempo
y del no tiempo.

Como el hueso en la carne,
el sol está dentro de la gota suspensa.

Interior insolación del tiempo.
De «Del agua, del fuego y otras purificaciones»
Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Rubaiyat

Haya cielo
o infierno, nadie
elige. Duerme tranquilo
el día
indiferente.
También
la puerta a la otra vida
te la abrirá el azar.
De «Donde rompe la noche»
Visor, 1994, Madrid

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Espronceda

CANCIÓN DE LA MUERTE

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

EN SILENCIO [Mi poema]
Beatriz Hernanz [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Quédate en silencio. Cierra los oídos,
Solo, tú estás solo. Lo demás no existe.
Si te sientes muerto, si te sientes triste,
mira a tus adentros, palpa sus latidos.

Oye a quien te quiere, piensa en tus amigos,
es mejor te engañes si es que eso te ayuda,
que ese tiempo triste no siempre perdura
puede se presente de peras a higos.

Y un día más tarde, cuando pase el tiempo
quizás de esa etapa puedas acordarte,
con sorna lo mires pudiendo pararte
y ya de la vida te sientas hambriento.

No olvides no hay males que cien años duren,
y así que te envistan de todos se sale,
nada habrá te hiera, que a ti te acorrale
cura las heridas y haz que se suturen.

Que un tren es la vida, al que te subiste,
sin que lo quisieras un día cualquiera
mas ya que estás dentro mete la primera,
arranca con fuerza, resiste y resiste.
©donaciano bueno

#Resistir, una cuestión sine qua non...? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Beatriz Hernanz

Absorto el cielo, con suave y torpe fuga…

Absorto el cielo, con suave y torpe fuga,
duerme la calle su sueño de bodegas.
Ballestero de la luz y del abismo,
la sangre de tus guerras no ha secado
acequias de dolor, tedio de esperas.
Y vienes a mi voz, con verde inercia,
-tan leve es tu amor deshabitado-.

Fue una noche de azahar y nacimientos…

A mi hermana Merche

Fue una noche de azahar y nacimientos,
-presagio de espadas y huracanes-.
Demasiado tiempo pasó.
Cansada de cadenas y cráneos de caballos,
dilatas el destino con silenciosos cantos.
Abismal regocijo. Blancuras incurables.
Olvida el mar, con muerte de bolsillo,
hasta que sean legibles tus entrañas.

Inventa la tarde la fiesta convulsa de las sombras…

Inventa la tarde la fiesta convulsa de las sombras.
En los charcos de luz taconea lascivo el tiempo.
Geometría de sol. La calle, incensario de rumores,
-cómplice piel de granito que flagelan tus pisadas-.

La hora es alta y rayada de serenos eslabones.

Te vistes con la desnudez de todos los espejos,
sin más abrigo que un festín de claridades.

Limpia de ligaduras, me arrojo por la escalera de tus ojos.
En mis párpados madura un motín de encrucijadas.

La tristeza se viste del color de los deseos desterrados…

La tristeza se viste del color de los deseos desterrados.
Es el feroz desnudo de aquella casa,
cargada de inviernos, vacía de muertos,
amueblada de infancia.
-Cruel inventario de derrotas soleadas-.

Un hombre solo, pálido de quemadas cercanías,
acuña penas, como monedas o sorpresas,
naufraga en la espesura violeta del olvido.
Por el pecho de un árbol
va el eco absurdo de cenizas sin horario.

Con rencor de escarcha mordió la noche su intruso amor,
callado y libre,
alto como las sienes fatigadas del silencio.

Me habita el mar, con desorden de estrella…

Me habita el mar, con desorden de estrella,
precipitadamente rubia,
y el aire de sus muertos me golpea,
tiritando callada y sorda espuma.

-En los peldaños violetas del cielo,
la noche va cerrando sus ventanas-.

Nada hará la tierra más amarga:

ni el metal desvanecido en su abrazo de invierno,
ni una vegetal, terrible desnudez de luna y sangre

Olvido en los pliegues transparentes de la astucia…

Hay soledad, y amor, y estoy con vida.
F. Brines

Olvido en los pliegues transparentes de la astucia,
oscuras amapolas de silencios, un sigilo de espadas,
su delgada ausencia como un racimo de gaviotas.

Con una ternura sin leyes, su hambre de pan agranda
los cimientos del mar, el maleficio del viento.

Mañana me perderé, vencida de verde olvido.
-Ataúdes sin sueño, mis zapatos heridos de distancia-.

Bebo mudos pétalos de sombra, soltando,
a flor de muerte,
desolados relámpagos de carne en las bridas de la prudencia.

Paredes de luna detienen todos los relojes…

Paredes de luna detienen todos los relojes.
En los bosques más cansados de tus ojos
anidé mi palabra, con inhóspito sigilo.
Pronuncio espejos con las manos delgadas de tristeza.
Es el limo de los verbos y la espuma de la carne,
un sol de sílabas y claveles de bolsillo.
Con duda maestra navegué en silencio por tu ombligo.

Se deshace el mundo y su trampa de almanaques…

Se deshace el mundo y su trampa de almanaques
en tu frente pálida de heladas profecías.
Alargas los parques con tristeza milenaria,
-te vistes tu traje de navajas-.

Como caravanas de espejos, andando voy a cuatro labios
por las veredas más delgadas de tus ojos.
Secas sílabas se agazapan como escamas luminosas:

Hay palabras afiladas que despueblan
un pecho de niño ahogado en silencios.
Soy un astro demente que se mira en la luna risueña de tu piel.

Toma un cuerpo, prisionero del miedo…

Toma un cuerpo, prisionero del miedo,
y arrebátale la soledad, sin límite de lunas.
Devuélvele la confianza al pulso de sus noches,
entablando batalla contra desengaños y adioses.
En la estación de los besos, no habrá ganador.
Ya no sabrá a insomnio de trenes el rayar del alba.

Unas manos que huelen a crepúsculos…

Unas manos que huelen a crepúsculos,
-de nuevo el verde olvido de la noche-,
la oblicua soledad llena canastos ateridos,
la oscuridad de todo gesto y sus meandros,
grietas en las ásperas flores de la duda.

Con sus manos recorría la lluvia y sus acacias,
las angostas colinas de la luz,
crucigramas sin destino en los rumores de su piel.
Con cintura huérfana de frágiles bellezas
abrazó la herrumbre de todos los silencios.

Salteador de eternidades, tus súbitos volcanes
perfilan camino largo en versos y sortilegios,
hasta llegar al alba en las vísceras de la ternura.

Vendrá, vendrá el amor, -seguro laberinto-…

Vendrá, vendrá el amor, -seguro laberinto-.
Descorriendo sombras, jarcias escarlatas,
como julio mil espejos entreabiertos,
-dulces añicos de luz atrapados por la brisa-.

Huele a sol. La calle, cómplice y ensimismada,
nos conduce por los recodos verdes de la dicha.

Azul, demasiado azul en el lento horizonte,
impulso de mar hacia los estambres de la noche.

La calle, sabia; el paso confiado, sutilísimo,
hacia la ribera irresistible del sueño
-celeste llave de luna y de cometa -.

Con vértigo restaurado, pude leer su voz,
cerrado abanico, cercando al insomnio
en la palidez oculta de unos brazos.

El dolor escoge sus ciudades…

El dolor escoge sus ciudades,
el asedio aplaca sus heridas,
el amor persigue sus batallas.

En el feudo de tus manos,
-crisol de cenizas y llantos-,
perdura el olvido y sus cautelas,
languidecen augurios delicados.

Dilapido ausencias, transijo con la nada.
Pájaros lentos ofrecen su cuidado.
Dreno los aljibes oscuros de la sed,
la oblicua noche del regreso,
las imposturas del tiempo,
la quemazón de los retratos.

Te miraré otra vez, en otra noche
de desamparado rasgo.
Se columpia sin prisa la ternura,
me pruebo otra tristeza con la distancia de un presagio.

Nana de agua

Nana, niña, nana.
La nieve envejecida de la plaza.
Amaina el fiel invierno
en la luz cansada de diciembre.
Se duerme tu nombre, niña,
en una ciudad de silencios de agua.

Nana, niña, nana.
el tiempo se disfraza con tu infancia.
Y con calma trágica,
detiene a aquel gato rubio y solo,
domestica tus sonrisas,
deshila los volcanes más huraños.

Nana, niña, nana.
El mar está elocuente en esta noche.
Con su camisa blanca,
canta, aterida, la sirena,
en la raíz de las sombras,
-camelias de sangre y de relámpagos-.

Nana, niña, pena.
Niña, nana, agua.

Treinta pétalos vacíos para tapar el olvido…

Treinta pétalos vacíos para tapar el olvido.
Nos depara tosca nube el insomnio,
solitario infierno que anticipa la memoria.
Habito
en el suburbio amargo de la nada,
en la intimidad del desamparo,
en el cristal de los signos sin infancia.
Es el sonido que alumbra
la incesante tiniebla,
la agonía del agua,
el hábito inasible del miedo.
En las grietas del verbo
se repite la desidia de la espada.
Con prisa inútil
se desangra en música el intolerable infinito.

Un aroma de sangre oceánica…

Un aroma de sangre oceánica,
cereal de los tiempos sin lunas,
emerge como la ley, como la selva,
como la piedra que crece en un vientre
y despierta el futuro de la carne.
Cómo no sucumbir al deseo que perece
inmóvil en la frente suplicante de los ángeles,
cómo no reconocer el llanto vegetal del miedo,
cómo no derrotar al veneno aterido de la muerte.

Adagio

No me acuerdo de las calles, de los primeros fuegos.
Tú me esperabas silencioso y azul como una ofrenda.
Tu mano me retenía tardes enteras,
con la claridad de los pájaros,
recorrías la monotonía de tejados y alamedas.
He reconocido con sorpresa y piedad
el frío sonámbulo de una tregua.
Reconstruyo con extrañeza
tu delgadez de pequeño elfo.
Tengo tierra y sangre hasta mi tranquilidad más recóndita.
Hace tiempo que he renunciado a vaciar mi buzón,
a recorrer los jardines invisibles de tu sexo,
y me cubro de escalofríos desde el principio de los tiempos.

Andante

La noche del eclipse de luna
bebías el cobrizo reflejo de la bruma en la marisma.
Mil incendios palpitan en la penumbra.
Penitencia oculta en una piel de lirio,
albero y negro de silencio.
Cabalgo al ritmo de mi temor,
ruido seco de tambores,
-el tiempo humilla con laureles-.
En los pantanos suaves el barro
cruje como las sienes sin luz de una muchacha.

Lento

Un bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como ciertos atardeceres en el mar.
Crece un muro con la lumbre del abandono,
con las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de mares de furia estéril.
El velo está roto y en silencio.
Los puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.

Vivo

Una luna de alfanje corta el valle de Morna.
La húmeda niebla envuelve
el asiento trasero del destino.
Una hoguera de almendros
esclarecía el desamor.
El viento se acerca,
como una presencia
infinita.
La carretera serpea en la distancia,
como los cuerpos olvidados que van a dar al mar.
El fósforo de la tarde se dilata en los campos,
y el mar hace creer en otra vida.
Suenan, a lo lejos,
los tambores de la playa,
una pavana ausente,
el agua desamparada.
Las palabras comen de tu mano,
como gaviotas de fuego,
como úlceras de la madera.
Tañedor de cuerpos,
tu tez se ilumina en la brisa y en la pena,
aldaba de la lluvia.
Pero la isla se cierra, como un amante,
sobre sí misma.
Recordó la noche en que casi perdió la razón.

Otros poemas:

Del mar brota entonces lo desconocido
familiar, el abandono celeste,
la perseverancia del desorden.
Héctor, sediento de éxtasis,
busca
el apóstrofe de la luz,
el desamparo de la certeza,
la seguridad de los cobardes,
el fulgor en los escombros.
El veneno de un puñal,
amante y esperado,
cañamazo de desdichas.
En el principio Perséfone era un árbol
la mujer fue incluso un bosque,
el estupor y el silencio

Por ti todo lo he olvidado,
mi niñez y mi patria.
Bebí tu vino. A tu mesa
me senté.
Con pies de medianoche
recibí los abrazos del viento.
Intriga, astucia, tiempo.
Una marea infinita del mundo
hacía alto el terror de tu éxito.

Inventaré palabras nuevas
Para hablar con tus silencios.

Un enjambre de verbos incide en la dulce luz
Que robo ilesa de tus ojos.

Una infancia llena de oscuros secretos,
De palabras afrutadas,
De verbos ensimismados en el tiempo.
-El miedo también es un camino,
un corredor de sombras
que apura el opio perfumado del olvido-.

Tus uñas obscenas,
Ácidas de noches lentas,
Descienden por mi cuerpo,
Arañan
La transparencia súbita de enero,
Una carne de luna
Alegre en la derrota,
– nunca es para siempre –
Con la complicidad de las fronteras.

Al norte del futuro hay una palabra
Que espera ser escrita,

Tal vez pueda sobrevivir a tanto olvido hacia dentro.

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José de Espronceda

La desesperación 

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier. 

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

SOLO Y VACÍO [Mi poema]
Pablo Monforte [Poeta sugerido]

MI POEMA ...de medio pelo

 

Está sólo y vacío sin agarre,
sin nadie que le invite y tome asiento,
con barco a la deriva y sin amarre
dejando aquí la broza en lo que barre
vagando por el mundo como el viento.

Está sufriendo al sol del sufrimiento
que araña en su penar alguna herida
-maldito y tan bendito advenimiento-
antes pueda pensar que me arrepiento
a la espera el final de la partida.

Ni siquiera ya el verso es una excusa,
no sé qué pinto aquí, no es un lamento.
Si atraer a mis trovas a una musa
y mi mente se muestra tan obtusa
no consigo lograr, aunque lo intento.

No quiero sufrir más, que ya la puerta
cerrada está a los pájaros y sueños,
ni hay manzanas ni peras en la huerta
que volaron hacia otra mente abierta
en busca más lucida de otros dueños.
©donaciano bueno

Sufrir no sirve de nada, o si? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Pablo Monforte

EROSIÓN

El tiempo avisa,
y aun así
uno lo sabe traidor.

Lo hace
con la contundencia de un púgil
curtido en la lona,
lo hace
con el olor a hospital
que reconoces tuyo
(es que nunca lo fue)
con esta ciudad
en la que hace tiempo que no vives, pero
te mueres un poco
cada día -mientras andas resignado,
quizás con macilenta mueca-
y piensas, ahora sí
soy mucho menos yo
y más
el que voy a ser.

Avisa en voz baja, sibilino,
cuando te anestesian el llanto y
la felicidad es entonces
una película de Wilder
a las dos de la madrugada,
un claro entre las nubes. Todas esas risas que habitan
en los hijos de otros.

Antes me decía
que era muy joven
para estar triste. Cierto es.
Pero como suele ocurrir
el tiempo ofrece razones
cuando ya es demasiado tarde.
(inédito)

FECHA EN ROJO

Despertar un octubre
como montón
de palabras tachadas,
intacto y sin roce.

Despertar
con la taxidermia
de un nombre
en la boca,
con el podrido alimento
de eternas distancias.
Con el coraje
del que carga fantasmas
sobre la espalda.

Despertar
con puño cerrado,
con mirada arrasada.

Con la esperanza
de que
esta vez
la lluvia
también a ti te arrastre.
(de Cronología del óxido, Harpo Libros, 2015)

TRUEQUE

Vivir es también un poco
la búsqueda de un reemplazo
tras otro
la pérdida de un lugar
un desfile de sustitutos
mentiras nuevas
que hagan
olvidar las viejas.

Es dejarlo
así como a trozos
repartido entre los que amamos
y los que ya no nos quieren
-tantas veces los mismos-.
Es acabar despojados
livianos, incompletos
para entender la verdad que es

no reconocerse
ser adultos
estar solos.

Es una ciudad cien veces acuchillada.

Pero el deseo de transitar su hemorragia
no es mayor que el miedo
a las caricias que anidan
su ciclópea piel.

Es por eso que te avisa: Voy a doler.

Y te mantiene siempre a raya,
como buena ciudad de equidistancias
de murmullos átonos
de hambrientos silencios.

De vidas apretadas
y nieve ardiente.
De milagros agazapados,
espaldas ajenas.

Barcelona quizás te diga:
“Voy a romperte el corazón”
y pensarás mientras,
quién podría escucharlo aquí
caer sobre la acera
escuchar los añicos
agarrarlos antes de que verse engullidos
por una alcantarilla
por su aparato digestivo
de anuncios comerciales
y polución de diseño.

No.
Pero es posible que te haga otro favor.

Porque Barcelona abre los ojos
a todos esos que están solos
y aún no se dieron cuenta.

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José Espronceda

La desesperación

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello…
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

HOY SALE EL SOL [Mi poema]
Selva Casal [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Hoy sale el sol. Se espera haga un buen día.
De un rayo que atraviesa mi ventana
deduzco será así. Que la alegría,
ansiada, me ha mirado y sonreía,
dotando de esplendor a la mañana.

Sale el sol para todo, para todos,
aquellos que transitan sin razones,
abstemios de experiencias y beodos,
obviando ya por fin los malos modos,
brindando el resplandor a los rincones.

Que sale el sol. Con él nace la vida,
y eleva la ilusión de los paisanos,
la flora luce un ansia desmedida,
más dulce, más amable, más florida,
y anima así al caudal de los pantanos.

Que el mundo sin el sol nada sería,
la sombra defecando en el ambiente,
un siglo sin gozar, melancolía,
y dudo si el amor no moriría
de triste inanición cual indigente.

¡Que pena!, muere el sol, con él la luna,
y estrellas que dan luz al firmamento,
promesas se diluyen una a una,
mas nunca por jamás se irá la hambruna,
cuán triste es el remate de este cuento.
©donaciano bueno

El día en el que el sol se apague, el mundo fallecerá de tristeza.

Para y óyeme ¡oh sol! yo te saludo
y extático ante ti me atrevo a hablarte:
ardiente como tú mi fantasía,
arrebatada en ansia de admirarte
intrépidas a ti sus alas guía.
(José de Espronceda)

MI POETA SUGERIDOSelva Casal

Aúllan

Como quien prepara un complot
Se prepara el silencio
Los enemigos lloran
Ya les hemos entregado la vida
Pero lloran
Aúllan su extraño sueño
Mis vísceras sueñan tu mismo sueño
Viven un destiempo
Un río
Todo se oscurece.

Hay tantas formas de amar

Hay tantas formas de amar
Como seres vivientes
El mundo está hecho de tal manera
Como para que nadie entienda a nadie
De ahí la fantasía
Este quehacer que a nada se asemeja
Que vivifica y danza
Escribo desde el sueño
Y desde los espejos
Que misteriosamente se abrieron una tarde.

En mí vive una pena

En mí vive una pena
A la que día y noche me abrazo
Si miro una flor ésta amanece
Y caen como racimos las noches blancas
Todos los seres humanos están en deuda
Están en crimen
Por el sólo hecho de existir
Y no poder
No poder llegar nunca
Mi rostro es el firmamento
El firmamento por donde navego
Qué importa que sea un siglo u otro.

Pasión

Nunca busqué ganar ni perder nada
Mas temo perder esta pasión
Y olvidar
No sentir nás este dolor
Desde el que soy y me alimento
Encontrarás mi cuerpo en cada esquina
Mi único cuerpo sin fin y sin principio
Como una catacumba
O una supernova
El cuerpo por el cual entraste al mundo
Lo que quiero decir es tan hondo y extraño
Que lacera mis vísceras
Hace vibrar el aire
Tú como Lázaro volviste
Sólo por un momento
Para soñar el mar.

Desaparecido

Desaparecidos ascienden tal un hombre asciende
Hasta el altísimo
Como una oración o un recuerdo
Recuerdo tu llegar
Mis manos latían de gozo
Recuerdo el crujir de la puerta
Porque eres así
Un presente absoluto
Cristo nos dio la esperanza
Por eso deberíamos vivir sin sospechar
Sin indagar
Sin nada
Donde está el desaparecido
No hay leyes que te restituyan la vida
Los pequeños días cotidianos
Cristo ven
Ya basta
Y pensar que morimos cada noche
Y no sabemos.

Todo encuentro sufre de ausencia

No ser tu cuerpo ya
No poder ser tu cuerpo
Los bosques cantan
Las noches como dormidas casi desconocidas
La tierra en que viajamos
Entre nubes y cuerpos dislocados
Expedida de un vientre estrangulada yo caía
No ser tu cuerpo ya
No poder ser tu cuerpo
Yo soy mi propia madre
Para encontrarle extenderé mi piel sobre la hierba
Me arrancaré los ojos
Escarbaré raíces
Seré como un relámpago
Todos los que vivieron los malhechores estarán junto a mí
Contra ti contra todo sobrevivo
Recuerdo aquel abrazo en donde naufragamos
Todo por ser mortales
Llámame al 00000
Llámame al infinito
De dónde salí yo
Quién me indujo a existir
Si yo hubiera imaginado les confieso jamás me hubiera asomado a la vida.

Quien soporta el peso de la nada

No nos podemos quedar
Tenemos que huir
Más quién explica esto
No nos podemos quedar
Sin embargo
Quién soporta el peso de la nada
Cortada por el ruido frenético de los vehículos de la calle
Quién soporta levantarse y sentir que es verdad
Que ya no estás
Verdad de ensueño y de luciérnaga
No puedo admitir razones
Hace siglos que espero
Y abrazo tal el viento abraza.

En noches de hospital

En noches de hospital bajaron ángeles
El cielo conjuró a la tierra
Hacia el mar cabalgaban caballos blancos
Yo estaba viva y muerta
No sabía que todo mal es alucinante
Que todo bien duerme
Que convocamos sombras porque somos sombras
Y ya no sé qué hacer con tanta vida
No me dejes morir sin ver tu rostro
Voy por la tierra como un río iracundo
Me despeño tal la montaña se despeña
Poderoso es el sexo
Sagrado
Todo sucede en mí
Mientras escribo para un hombre distante
En noches de hospital se ve la nada
A ella me abrazo
Un animal que muere trastoca el mundo
Se cierne peligrosamente sobre los hombres
La luz que nunca jamás.

Llegará el día

Llegará el día en que florecerán los muertos
Los abuelos que no conocimos
Los que forjaron tu pedazo de vida
Tu minúsculo ser entre los días
Y las noches
Eras
Estabas
Nadie escuchaba a nadie
Todos nos hemos ido
A un país que no existe
Yo tuve el cielo y lo perdí
Tuve la nube y la perdí
Este lugar está clavado en mí
Está clavado
Como el grito de un recién nacido
En la oscuridad más profunda.
——–
Cuadernos

Con un cuaderno donde escribes tus sueños
Padre nuestro hijo
Oremos con poesía pan y barro
Fui madre hijo tigre en la maleza
Asesino alevoso
La eternidad descalza
Grito descarnado hueso puro
Y de tus pies ausencia
No sé ser otro no sé ser nada
Por un campo de trigo emocionado
Sobrevuelan cabezas
Miles de águilas miden la distancia
La infinita distancia que hay entre las cosas
Yo que meditaba y creía en la lluvia
En las palabras ciertas amaba el viento
Tengo un duende en las venas
Un mar sin fin que arremete y me arroja
Allí donde no hay tabla de sumar ni de multiplicar
Una mujer se arroja al río
los árboles afirman que es verano
Yo que nunca maté a nadie
O tal vez sí de amor y de tristeza
Digo: nada de grandilocuencia
La verdad sólo la verdad
Basta de libros falsos
Menos conferencias
Clausuremos la solemnidad.

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»JOSÉ DE ESPRONCEDA [Mi poema]
Mis Maestros [Poeta sugerido]

José de Espronceda fue un reconocido y destacado escritor romántico, que vivió en España entre los años 1808 y 1842. Desde su adolescencia mostró un profundo interés en distintas cuestiones culturales, y supo reunirse de amistades que satisficieran su sed de conocimientos. Espronceda tuvo una vida muy corta y, más allá de todo lo que habría podido escribir si hubiera gozado de unas cuantas décadas más, dejó obras sin acabar. Por otro lado, su producción literaria es altamente apreciada y generalmente asociada con calificativos que giran entorno a la excelencia. Para conocerlo a través de sus propios versos, contamos con algunos de sus poemas más destacados, entre los que se encuentran los títulos "A la muerte de Torrijos y sus compañeros", "Canción del pirata" y "El reo de muerte".

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A LA MUERTE DE TORRIJOS Y SUS COMPAÑEROS

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay!, los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

Y los viles tiranos, con espanto,
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.

A LA PATRIA - ELEGÍA

¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
del Ocaso al Oriente!
Lágrimas viertes, infeliz ahora,
soberana del mundo,
¡y nadie de tu faz encantadora
borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
en ti vertió la muerte,
y en su furor el déspota sañoso
se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
cayó el joven guerrero,
cayó el anciano, y la segur impía
manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
del déspota sombrío,
como eclipsa la rosa su hermosura
en el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,
contemplad mi tormento:
¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
al dolor que yo siento?
Yo desterrado de la patria mía,
de una patria que adoro,
perdida miro su primer valía,
y sus desgracias lloro.
Hijos espurios y el fatal tirano
sus hijos han perdido,
y en campo de dolor su fértil llano
tienen ¡ay!, convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
sus hijos implorando;
sus hijos fueron, mas traidora saña
desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
tu espada no vencida?
¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
está el rubor grabado:
a sus ojos caídos tristemente
el llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
su frente se elevaba;
como el trueno a la virgen amedrenta,
su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
yaces desamparada,
y el justo desgraciado vaga incierto
allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
pobre yerba y arena,
y el enemigo que tembló a su brío
burla y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
y dadla al vago viento:
acompañad con arpa lastimera
mi lúgubre lamento.
Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
lloremos duelo tanto:
¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
¿quién secará tu llanto?

CANCIÓN DE LA MUERTE

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

SONETO

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra, del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas, ay, que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.

OCTAVA REAL

El estandarte ved que en Ceriñola
el gran Gonzalo desplegó triunfante,
la noble enseña ilustre y española
que al indio domeñó y al mar de Atlante;
regio pendón que al aire se tremola,
don de CRISTINA, enseña relumbrante,
verla podremos en la lid reñida
rasgada sí, pero jamás vencida.

LA CAUTIVA

Ya el sol esconde sus rayos,
el mundo en sombras se vela,
el ave a su nido vuela.
Busca asilo el trovador.

Todo calla: en pobre cama
duerme el pastor venturoso:
en su lecho suntüoso
se agita insomme el señor.

Se agita; mas ¡ay! reposa
al fin en su patrio suelo;
no llora en mísero duelo
la libertad que perdió.

Los campos ve que a su infancia
horas dieron de contento,
su oído halaga el acento
del país donde nació.

No gime ilustre cautivo
entre doradas cadenas,
que si bien de encanto llenas,
al cabo cadenas son.

Si acaso, triste lamenta,
en torno ve a sus amigos,
que, de su pena testigos,
consuelan su corazón.

La arrogante erguida palma
que en el desierto florece,
al viajero sombra ofrece,
descanso y grato manjar.

Y, aunque sola, allí es querida
del árabe errante y fiero,
que siempre va placentero
a su sombra a reposar.

Mas ¡ay triste! yo cautiva,
huérfana y sola suspiro,
el clima extraño respiro,
y amo a un extraño también.

No hallan mis ojos mi patria;
humo han sido mis amores;
nadie calma mis dolores
y en celos me siento arder.

¡Ah! ¿Llorar? ¿Llorar?... no puedo
ni ceder a mi tristura,
ni consuelo en mi amargura
podré jamás encontrar.

Supe amar como ninguna,
supe amar correspondida;
despreciada, aborrecida,
¿no sabré también odiar?

¡Adiós, patria! ¡adiós, amores!
La infeliz Zoraida ahora
sólo venganzas implora,
ya condenada a morir.

No soy ya del castellano
la sumisa enamorada:
soy la cautiva cansada
ya de dejarse oprimir.

¡GUERRA!

¿Oís?,  es el cañón.  Mi pecho hirviendo
el cántico de guerra entonará,
y al eco ronco del cañón venciendo,
la lira del poeta sonará.

El pueblo ved que la orgullosa frente
levanta ya del polvo en que yacía,
arrogante en valor, omnipotente,
terror de la insolente tiranía.
Rumor de voces siento,
y al aire miro deslumbrar espadas,
y desplegar banderas;
y retumban al son las escarpadas
rocas del Pirineo;
y retiemblan los muros
de la opulenta Cádiz, y el deseo
crece en los pechos de vencer lidiando;
brilla en los rostros* el marcial contento,
y dondequiera generoso acento
se alza de PATRIA y LIBERTAD tronando.

Al grito de la patria
volemos, compañeros,
blandamos los aceros
que intrépida nos da.
A par en nuestros brazos
ufanos la ensalcemos
y al mundo proclamemos:
"España es libre ya".
¡Mirad, mirad en sangre,
y lágrimas teñidos
reír los forajidos,
gozar en su dolor!
¡Oh!, fin tan sólo ponga
su muerte a la contienda,
y cada golpe encienda
aún más nuestro rencor.
¡Oh siempre dulce patria
al alma generosa!
¡Oh siempre portentosa
magia de libertad!
Tus ínclitos pendones
que el español tremola,
un rayo tornasola
del iris de la paz.
En medio del estruendo
del bronce pavoroso,
tu grito prodigioso
se escucha resonar.
Tu grito que las almas
inunda de alegría,
tu nombre que a esa impía
caterva hace temblar.
¿Quién hay ¡oh compañeros!,
que al bélico redoble
no sienta el pecho noble
con júbilo latir?
Mirad centelleantes
cual nuncios ya de gloria,
reflejos de victoria
las armas despedir.

¡Al arma!, ¡al arma!, ¡mueran los carlistas!
Y al mar se lancen con bramido horrendo
de la infiel sangre caudalosos ríos,
y atónito contemple el océano
sus olas combatidas
con la traidora sangre enrojecidas.

Truene el cañón: el cántico de guerra,
pueblos ya libres, con placer alzad:
ved, ya desciende a la oprimida tierra,
los hierros a romper, la libertad.

A UN RUISEÑOR

Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus amores;
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranta y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,
cual bálsamo süave en mis pesares,
endulzará tu acento el labio mío.

A XXX DEDICÁNDOLE ESTAS POESÍAS

Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento y mi agonía
crecen y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores
pinta alegre tal vez mi fantasía,
cuando la triste realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en su incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo,
y en torno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío:
mis versos son tu corazón y el mío.

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A LA NOCHE

Salve, oh tú, noche serena,
Que al mundo velas augusta,
Y los pesares de un triste
Con tu oscuridad endulzas.

El arroyuelo a lo lejos
Más acallado murmura,
Y entre las ramas el aura
Eco armonioso susurra.

Se cubre el monte de sombras
Que las praderas anublan,
Y las estrellas apenas
Con trémula luz alumbran.

Melancólico ruido
Del mar las olas murmuran,
Y fatuos, rápidos fuegos
Entre sus aguas fluctúan.

El majestuoso río
Sus claras ondas enluta,
Y los colores del campo
Se ven en sombra confusa.

Al aprisco sus ovejas
Lleva el pastor con premura,
Y el labrador impaciente
Los pesados bueyes punza.

En sus hogares le esperan
Su esposa y prole robusta,
Parca cena, preparada
Sin sobresalto ni angustia.

Todos suave reposo
En tu calma, ¡oh noche!, buscan,
Y aun las lágrimas tus sueños
Al desventurado enjugan.
¡Oh qué silencio! ¡Oh qué grata
Oscuridad y tristura!
¡Cómo el alma contemplaros
En sí recogida gusta!

Del mustio agorero búho
El ronco graznar se escucha,
Que el magnífico reposo
Interrumpe de las tumbas.

Allá en la elevada torre
Lánguida lámpara alumbra,
Y en derredor negras sombras,
Agitándose, circulan.

Mas ya el pértigo de plata
Muestra naciente la luna,
Y las cimas del otero
De cándida luz inunda.

Con majestad se adelanta
Y las estrellas ofusca,
Y el azul del alto cielo
Reverbera en lumbre pura.

Deslízase manso el río
Y su luz trémula ondula
En sus aguas retratada,
Que, terso espejo, relumbran.

Al blando batir del remo
Dulces cantares se escuchan
Del pescador, y su barco
Al plácido rayo cruza.

El ruiseñor a su esposa
Con vario cántico arrulla,
Y en la calma de los bosques
Dice él solo sus ternuras.

Tal vez de algún caserío
Se ve subir en confusas
Ondas el humo, y por ellas
Entreclarear la luna.

Por el espeso ramaje
Penetrar sus rayos dudan,
Y las hojas que los quiebran,
Hacen que tímidos luzcan.

Ora la brisa suave
Entre las flores susurra,
Y de sus gratos aromas
El ancho campo perfuma.

Ora acaso en la montaña
Eco sonoro modula
Algún lánguido sonido,
Que otro a imitar se apresura.

Silencio, plácida calma
A algún murmullo se juntan
Tal vez, haciendo más grata
La faz de la noche augusta.

¡Oh! salve, amiga del triste,
Con blando bálsamo endulza
Los pesares de mi pecho,
Que en ti su consuelo buscan.

EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA (Fragmento)

Que el alma virgen que halagó un encanto
Con nacarado sueño en su pureza
Todo lo juzga verdadero y santo,
Presta a todo virtud, presta belleza.
Del cielo azul al tachonado manto,
Del sol radiante a la inmortal riqueza,
Al aire, al campo, a las fragantes flores,
Ella añade esplendor, vida y colores.

Cifró en Don Félix la infeliz doncella
Toda su dicha, de su amor perdida;
Fueron sus ojos a los ojos de ella
Astros de gloria, manantial de vida.
Cuando sus labios con sus labios sella,
Cuando su voz escucha embebecida,
Embriagada del dios que la enamora,
Dulce le mira, extática le adora.

EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA (Fragmento 2)

Así escribió su triste despedida
Momentos antes de morir, y al pecho
Se estrechó de su madre dolorida,
Que en tanto inunda en lágrimas su lecho.

Y exhaló luego su postrer aliento,
Y a su madre sus brazos se apretaron
Con nervioso y convulso movimiento,
Y sus labios un nombre murmuraron.

Y huyó su alma a la mansión dichosa
Do los ángeles moran.... Tristes flores
Brota la tierra en torno de su losa;
El céfiro lamenta sus amores.

Sobre ella un sauce su ramaje inclina,
Sombra le presta en lánguido desmayo,
Y allá en la tarde, cuando el sol declina,
Baña su tumba en paz su último rayo....

EL MENDIGO

Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
una limosna por amor de Dios.

El palacio, la cabaña
son mi asilo,
si del ábrego el furor
troncha el roble en la montaña,
o que inunda la campaña
El torrente asolador.

Y a la hoguera
me hacen lado
los pastores
con amor.
Y sin pena
y descuidado
de su cena
ceno yo,
o en la rica
chimenea,
que recrea
con su olor,
me regalo
codicioso
del banquete
suntuoso
con las sobras
de un señor.

Y me digo: el viento brama,
caiga furioso turbión;
que al son que cruje de la seca leña,
libre me duermo sin rencor ni amor.
Mío es el mundo como el aire libre...

Todos son mis bienhechores,
y por todos
a Dios ruego con fervor;
de villanos y señores
yo recibo los favores
sin estima y sin amor.

Ni pregunto
quiénes sean,
ni me obligo
a agradecer;
que mis rezos
si desean,
dar limosna
es un deber.
Y es pecado
la riqueza:
la pobreza
santidad:
Dios a veces
es mendigo,
y al avaro
da castigo,
que le niegue
caridad.

Yo soy pobre y se lastiman
todos al verme plañir,
sin ver son mías sus riquezas todas,
qué mina inagotable es el pedir.
Mío es el mundo: como el aire libre...

Mal revuelto y andrajoso,
entre harapos
del lujo sátira soy,
y con mi aspecto asqueroso
me vengo del poderoso,
y a donde va, tras él voy.

Y a la hermosa
que respira
cien perfumes,
gala, amor,
la persigo
hasta que mira,
y me gozo
cuando aspira
mi punzante
mal olor.
Y las fiestas
y el contento
con mi acento
turbo yo,
y en la bulla
y la alegría
interrumpen
la armonía
mis harapos
y mi voz:

Mostrando cuán cerca habitan
el gozo y el padecer,
que no hay placer sin lágrimas, ni pena
que no traspire en medio del placer.
Mío es el mundo; como el aire libre...

Y para mí no hay mañana,
ni hay ayer;
olvido el bien como el mal,
nada me aflige ni afana;
me es igual para mañana
un palacio, un hospital.

Vivo ajeno
de memorias,
de cuidados
libre estoy;
busquen otros
oro y glorias,
yo no pienso
sino en hoy.
Y do quiera
vayan leyes,
quiten reyes,
reyes den;
yo soy pobre,
y al mendigo,
por el miedo
del castigo,
todos hacen
siempre bien.

Y un asilo donde quiera
y un lecho en el hospital
siempre hallaré, y un hoyo donde caiga
mi cuerpo miserable al espirar.

Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan, si doliente pido
una limosna por amor de Dios.

A UNA ESTRELLA

¿Quién eres tú, lucero misterioso,
tímido y triste entre luceros mil,
que cuando miro tu esplendor dudoso,
turbado siento el corazón latir?

¿Es acaso tu luz recuerdo triste
de otro antiguo perdido resplandor,
cuando engañado como yo creíste
eterna tu ventura que pasó?

Tal vez con sueños de oro la esperanza
acarició tu pura juventud,
y gloria y paz y amor y venturanza
vertió en el mundo tu primera luz.

Y al primer triunfo del amor primero
que embalsamó en aromas el Edén,
luciste acaso, mágico lucero,
protector del misterio y del placer.

Y era tu luz voluptüosa y tierna
la que entre flores resbalando allí
inspiraba en el alma un ansia eterna
de amor perpetuo y de placer sin fin.

Mas ¡ay! que luego el bien y la alegría
en llanto y desventura se trocó:
tu esplendor empañó niebla sombría;
solo un recuerdo al corazón quedó.

Y ahora melancólico me miras
y tu rayo es un dardo del pesar
si amor aun al corazón inspiras,
es un amor sin esperanza ya.

¡Ay lucero! yo te vi
resplandecer en mi frente,
cuando palpitar sentí
mi corazón dulcemente
con amante frenesí.

Tu faz entonces lucía
con más brillante fulgor,
mientras yo me prometía
que jamás se apagaría
para mí tu resplandor.

¿Quién aquel brillo radiante
¡oh lucero! te robó,
que oscureció tu semblante,
y a mi pecho arrebató
la dicha en aquel instante?

¿O acaso tú siempre así
brillaste y en mi ilusión
yo aquel esplendor te di
que amaba mi corazón,
lucero, cuando te vi?

Una mujer adoré
que imaginaría yo un cielo;
mi gloria en ella cifré,
y de un luminoso velo
en mi ilusión la adorné.

Y tú fuiste la aureola
que iluminaba su frente,
cual los aires arrebola
el fúlgido sol naciente,
y el puro azul tornasola.

Y astro de dicha y amores,
se deslizaba mi vida
a la luz de tus fulgores,
por fácil senda florida,
bajo un cielo de colores.

Tantas dulces alegrías,
tantos mágicos ensueños
¿dónde fueron?
Tan alegres fantasías,
deleites tan halagüeños,
¿qué se hicieron?

Huyeron con mi ilusión
para nunca más tornar,
y pasaron,
y solo en mi corazón
recuerdos, llanto y pesar
¡ay! dejaron.

¡Ah lucero! tú perdiste
también tu puro fulgor,
y lloraste;
también como yo sufriste,
y el crudo arpón del dolor
¡ay! probaste.

¡Infeliz! ¿por qué volví
de mis sueños de ventura
para hallar
luto y tinieblas en ti,
y lágrimas de amargura
que enjugar?

Pero tú conmigo lloras,
que eres el ángel caído
del dolor,
y piedad llorando imploras,
y recuerdas tu perdido
resplandor.

Lucero, si mi quebranto
oyes, y sufres cual yo,
¡ay! juntemos
nuestras quejas, nuestro llanto:
pues nuestra gloria pasó,
juntos lloremos.

Mas hoy miro tu luz casi apagada,
y un vago padecer mi pecho siente:
que está mi alma de sufrir cansada,
seca ya de las lágrimas la fuente.

¡Quién sabe!... tú recobrarás acaso
otra vez tu pasado resplandor,
a ti tal vez te anunciará tu ocaso
un oriente más puro que el del sol.

A mí tan sólo penas y amargura
me quedan en el valle de la vida;
como un sueño pasó mi infancia pura,
se agosta ya mi juventud florida.

Astro sé tú de candidez y amores
para el que luz te preste en su ilusión,
y ornado el porvenir de blancas flores,
sienta latir de amor su corazón.

Yo indiferente sigo mi camino
a merced de los vientos y la mar,
y entregado, en los brazos del destino,
ni me importa salvarme o zozobrar.

CANTO A TERESA

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazón sólo un gemido,
Y el llanto que al dolor los ojos niegan
Lágrimas son de hiel que el alma anegan.

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes ce oro bullidoras.
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡cuán süave resonó en mi oído
El bullicio del mundo y su ruido!

Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera,
Y al soplo de los céfiros süave
Orgullosa despliega su bandera,
Y-al mar dejando que a sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora.

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor volaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella el amor, cual rica fuente
Que entre frescuras y arboledas mana.
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: un noble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, y sentía
En mi pecho un secreto movimiento,
De grandes hechos generoso guía:
La libertad con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, la adusta frente
Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano Macedonio alzando,
Y al espantado pueblo arrebatando:

El valor y la fe del caballero,
Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay! arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna:

El dulce anhelo del amor que aguarda,
Tal vez inquieto y con mortal recelo;
La forma bella que cruzó gallarda,
Allá en la noche, entre medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura:

A un tiempo mismo en rápida tormenta
Mi alma alborotada de contino,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetüoso torbellino:
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino;
Ya al caballero, al trovador soñaba,
Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo,
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,
Con los ojos extático seguía
La nave audaz que en argentada raya
Volaba al puerto de la patria mía:
Yo, cuando en Occidente el soy desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.

¡Una mujer! En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece Mayo
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer! Deslizase en el cielo
Allá en la noche desprendida estrella.
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera, y que su planta huella.
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir, donde se mece.

Mujer que amor en su ilusión figura,
Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos;
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del amor cumplidos,
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía.

¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquella,
Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo con su magia y galanura
Es espejo no más de su hermosura:

Es el amor que al mismo amor adora,
El que creó las Sílfides y Ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas:
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh llama santa! ¡celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh mujer que en imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi ilusión primera!...

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡Ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días,
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares
¡Ah! desgarraron y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! y ¡ay! sin ventura
De mí, que entre suspiros angustiosos
Ahogar me siento en infernal tortura.
¡Retuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa;
¡Ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto,
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?

¿Quién pensara jamás llegase un día
En que perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

Aun parece, Teresa, que te veo
Aerea como dorada mariposa,
Ensueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aun miro aquellos ojos que robaron
A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de Mayo serenas alboradas:
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono y de amor y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias las contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
Llanto tal vez vertiendo de ternura;
Que nuestro amor y juventud veían,
Y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin. . . ¡Oh! ¿quién impío
¡Ay! agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caíste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aun cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y en ondas fulguroso
Rayos al mundo tu esplendor vertía,
Y otro cielo el amor te prometía.

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído,
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.

Brota en el cielo del amor la fuente,
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana;
Mas, ¡ay! huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.

Huid, si no queréis que llegue un día
En que enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos:
En que al cielo en histérica agonía
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.

Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,
Las dulces esperanzas que trajeron
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron:
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
Un pesar tan intenso!. . . Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío:
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde vil polvo tu beldad reposa.

Y tú feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas, mísera, a perderte
Y era llorar tu único destino:
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino;
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel, te volviste al cielo.

Roída de recuerdos de amargura,
Árido el corazón, sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones:
Sola, y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones:
Tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.

Los ojos escaldados de tu llanto,
Tu rostro cadavérico y hundido;
Único desahogo en tu quebranto,
El histérico ¡ay! de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
Envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad, lanzada
A romper tus barreras turbulenta.
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.

Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco süave de su amor primero:
¡Ay! de tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.

Que yo, como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay! al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía,
Yo inocente también ¡oh! cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo, sin horas ni medida,
Ver como un sueño resbalar la vida.

¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices se cambiaban;
Cuando de tu dolor tristes despojos
La vida y su ilusión te abandonaban,
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;

Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos ¡ay! en tu postrer momento
A otra mujer tal vez acariciando,
«Madre» tal vez a otra mujer llamando;

Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Si, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste,
¡Oh! ¡crüel! ¡muy crüel! ¡martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia tu pasado,
Buscando en vano, con los ojos fijos,
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

¡Oh! ¡crüel! ¡muy crüel! … ¡Ay! yo entre tanto
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto:
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla ardiente el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?

EL VERDUGO

De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
Y su rencor
al poner en mi mano, me hicieron
su vengador;
y se dijeron
«Que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y con hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
sean la herencia
que legue al hijo,
el que maldijo
la sociedad.»
¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
sin piedad!

Al que a muerte condena le ensalzan...
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Que no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
¡Y ellos no ven
Que yo soy de la imagen divina
copia también!
Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal
que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
Y ellos son justos,
yo soy maldito;
yo sin delito
soy criminal:
mirad al hombre
que me paga una muerte; el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
¡a mí, su igual!

El tormento que quiebra los huesos
y del reo el histérico ¡ay!,
y el crujir de los nervios rompidos
bajo el golpe del hacha que cae,
son mi placer.
Y al rumor que en las piedras rodando
hace, al caer,
del triste saltando
la hirviente cabeza de sangre en un mar,
allí entre el bullicio del pueblo feroz
mi frente serena contemplan brillar,
tremenda, radiante con júbilo atroz
que de los hombres
en mí respira
toda la ira,
todo el rencor:
que a mí pasaron
la crueldad de sus almas impía,
y al cumplir su venganza y la mía
gozo en mi horror.

Ya más alto que el grande que altivo
con sus plantas hollara la ley
al verdugo los pueblos miraron,
y mecido en los hombros de un rey:
y en él se hartó,
embriagado de gozo aquel día
cuando espiró;
y su alegría
su esposa y sus hijos pudieron notar,
que en vez de la densa tiniebla de horror,
miraron la risa su labio amargar,
lanzando sus ojos fatal resplandor.
Que el verdugo
con su encono
sobre el trono
se asentó:
y aquel pueblo
que tan alto le alzara bramando,
otro rey de venganzas, temblando,
en él miró.

En mí vive la historia del mundo
que el destino con sangre escribió,
y en sus páginas rojas Dios mismo
mi figura imponente grabó.
La eternidad
ha tragado cien siglos y ciento,
y la maldad
su monumento
en mí todavía contempla existir;
y en vano es que el hombre do brota la luz
con viento de orgullo pretenda subir:
¡preside el verdugo los siglos aún!
Y cada gota
que me ensangrienta,
del hombre ostenta
un crimen más.
Y yo aún existo,
fiel recuerdo de edades pasadas,
a quien siguen cien sombras airadas
siempre detrás.

¡Oh! ¿por qué te ha engendrado el verdugo,
tú, hijo mío, tan puro y gentil?
En tu boca la gracia de un ángel
presta gracia a tu risa infantil.
¡Ay!, tu candor,
tu inocencia, tu dulce hermosura
me inspira horror.
¡Oh!, ¿tu ternura,
mujer, a qué gastas con ese infeliz?
¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él;
ahógale y piensa será así feliz.
¿Qué importa que el mundo te llame cruel?
¿mi vil oficio
querrás que siga,
que te maldiga
tal vez querrás?
¡Piensa que un día
al que hoy miras jugar inocente,
maldecido cual yo y delincuente
también verás!

CANCIÓN DEL PIRATA

Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín;

bajel pirata que llaman,
por su bravura, "El Temido";
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;

y va el capitán pirata
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa
y allá a su frente Estambul:

"Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho,
a despecho
del inglés,

y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Qué es mi barco: mi tesoro.
Qué es mi dios: la libertad.
Mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes,
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,

que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Qué es mi barco: mi tesoro.
Qué es mi dios: la libertad.
Mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

A la voz de ¡barco viene!,
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:

sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Qué es mi barco: mi tesoro.
Qué es mi dios: la libertad.
Mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!;
yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di

cuando el yugo
de un esclavo
como un bravo
sacudí.
Qué es mi barco: mi tesoro.
Qué es mi dios: la libertad.
Mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

Son mi música mejor
aquilones
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,

yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Qué es mi barco: mi tesoro.
Qué es mi dios: la libertad.
Mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar'.

HIMNO A LA INMORTALIDAD

¡Salve llama creadora del mundo,
lengua ardiente de eterno saber,
pero germen, principio fecundo
que encadenas la muerte a tus pies!

Tú la inerte materia espoleas,
tú la ordenas juntarse a vivir,
tú su lodo modelas, y creas
miles de seres de formas sin fin.

Desbarata tus obras en vano
vencedora la muerte talvéz;
de sus restos levanta tu mano
nuevas obras triunfante otra vez.

Tú la hoguera del sol alimentas,
tú revistes los cielos de azúl,
tú la luna en las sombras de argentas,
tú coronas la aurora de luz.

Gratos ecos al bosque sombrío,
verde pompa a los árboles das,
melancólica música al río,
ronco grito a las olas del mar.

Tú el aroma en las flores exhalas,
en los valles suspiras de amor,
tú murmuras del aura en las alas,
en el Bóreas retumba tu voz.

Tú derramas el oro en la tierra
en arroyos de hirviente metal;
Tú abrillantas la perla que encierra
en su abismo profundo la mar.

Tú las cárdenas nubes extiendes
negro manto que agita Aquilón;
con tu aliento los aires enciendes,
tus rugidos infunden pavor.

Tú eres pura simiente de vida,
manatial sempiterno del bien;
luz del mismo Hacedor desprendida,
juventud y hermosura es tu ser.

Tú eres fuerza secreta que el mundo
en sus ejes impulsa a rodar,
sentimiento armonioso y profundo
de los orbes que anima tu faz.

De tus obras los siglos que vuelan
incansables artífices son,
del espíritu ardiente cincelan
y embellecen la estrecha prisión.

Tú en violento, veloz torbellino,
los empujas enérgica, y van;
y adelante en tu raudo camino
a otros siglos ordenas llegar.

Hombre débil, levanta la frente,
pon tu labio en su eterno raudal;
tú serás como el sol en Oriente,
tú serás, como el mundo, inmortal.

LA DESESPERACIÓN

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar;
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agite
y rayos mil vomite
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer;
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
escombros apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
oír como vocea,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar;
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ellos caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y llena de pavor,
se lleva los ganados
y las vides, sin pausa,
y estragos miles causa ...
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus bocas lascivas,
un beso a cada trago
con voluptuoso halago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y, abiertas las navajas,
buscando el corazón,
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Quisiera ver al uno
que arrastra un intestino,
y al otro pedir vino
muriendo en un rincón;
y otros, ya borrachos,
en trino desusado
cantar a Dios sagrado
impúdica canción.

Y mientras las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello.
¡Qué gozo! ¡Qué ilusión!

CORO DE DEMONIOS

Boguemos, boguemos;
la barca empujad,
que rompa las nubes,
que rompa las nieblas,
los aires, las llamas,
las densas tinieblas,
las olas del mar.

Boguemos, crucemos;
del mundo el confín;
que hoy su triste cárcel quiebran
libres los diablos en fin,
y con música y estruendo
los condenados celebran,
juntos cantando y bebiendo
un diabólico festín.

LAS QUEJAS DE SU AMOR

Bellísima parece
al vástago prendida,
gallarda y encendida
de abril la linda flor;
empero muy más bella
la virgen ruborosa
se muestra, al dar llorosa
las quejas de su amor.

Suave es el acento
de dulce amante lira,
si al blando son suspira
de noche el trovador;
pero aun es más suave
la voz de la hermosura
si dice con ternura
las quejas de su amor.

Grato es en noche umbría
al triste caminante
del alma radiante
mirar el resplandor;
empero es aun más grato
el alma enamorada
oír de su adorada
las quejas de su amor.