A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

SOY LO QUE HE SOÑADO [Mi poema]
José María Blanco-White [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Yo he pasado la vida sin saberlo,
que apenas si llegué ni a darme cuenta
y pronto me planté ya en los setenta
a dieta, sin comerlo ni beberlo,
ni ver lo que este tiempo representa.

Que el tiempo corre tal que se las pela,
haciendo siempre llegues a destiempo,
lo mismo que un suspiro, que un lamento
que asoma con sigilo y te desvela
y que huye entrelazándose en el viento.

¿Setenta años, son muchos o son pocos?
habrá que valorar la referencia,
setenta ya ¡por dios, pido clemencia!
que ayer aun me absorbía yo los mocos,
mi madre se agotaba la paciencia.

Setenta años, setenta primaveras,
setentas sucesivos cumpleaños,
subiendo en la escalera sus peldaños,
poniéndome a labrar las sementeras
fingiendo ser la sombra en los rebaños.

Me niego a presumir de que he vivido,
preciso es recordar que eso es pasado,
tampoco importa ya si me ha costado
si mucho, poco o nada he conseguido
prefiero decir soy lo que he soñado.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: José María Blanco-White

A la amistad (Blanco White)

¿Qué resta al infeliz que acongojado
en alma y cuerpo, ni una sola hora
espera de descanso o de mejora
cual malhechor a un poste aherrojado?

Por el dolor y la endeblez atado
me ofrece en vano en arrebola Aurora,
y el sol en vano el ancho mundo dora:
tal gozo inmole, en vida sepultado.

¡Infeliz! ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no abrigo
del sepulcro una voz que dice: «Abierta
tienes la cárcel en que gimes: vente».

¿Por qué? pregunto. Porque en tierno amigo,
en imagen vivísima a la puerta
se alza, y llorando, dice: «No detente».

A doña María Ana Beck

Cual tañedor de armónico instrumento
Que deseando complacer, lo mira,
Hiere al azar sus cuerdas, y suspira
Incierto, temeroso y descontento;

Si escucha un conocido, tierno acento,
Anhelante despierta, en torno gira
los arrasados ojos y respira
Poseído de un nuevo y alto aliento,

Tal, si aún viviese en mí la pura llama
Y el don de la divina poesía,
Pudiera yo cantar a tu mandado;

Mas el poeta humilde que te ama,
Teme tocar ¡oh María Ana mía!
Un laúd que la edad ha destemplado.

A Dorila

Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
cruel, y que maldicen
sus cadenas y grillos.
Dorila, yo te adoro;
y el ardor en que vivo,
es el premio y la gloria
que el adorarte pido.
Peno ¡ay triste! mas tengo
en tu rostro divino
de mis crueles ansias
un dulce y cierto alivio:
pues aun cuando mi pecho
más agitado miro,
volviendo a ti los ojos
ledo que da y tranquilo.
Y si del rostro amable
el influjo benigno
me es negado, y ausente
mi fuego es más activo,
tu dulce nombre entonces
tiernamente repito,
y un nuevo fuego enciendo,
con que aplaco el antiguo.
¡Ay! de esta suave llama
los amantes deliquios
sólo es dado gozarlos
a quien sabe sentirlos.
Zagala, no te engañes,
que aun el más afligido
pagado está, si logra
dar a tiempo un suspiro.

La persecución religiosa

¡Gran Dios, cómo atormenta
Con crueldad sin igual, el hombre al hombre!
Ya con furia violenta
Se arrastran al cadalso y a la hoguera;
Ya con malicia refinada y lenta,
Impiden la víctima que muera,
Y, pues no quiere a discreción rendirse,
Buscan cómo obligarla a maldecirse.

¿Y quién es el verdugo,
Quién el juez sin piedad? ¿Un sacerdote
Del antiguo Moloc infanticida?
No; de un Dios (según dice) a quien le plugo,
Por amor de los hombres dar la vida.

Su ministro se llama y toma el Mote
De mansedumbre; Paz es su divisa,
Mas ¡ah! qué mal se avisa
El que en tal mansedumbre confiado.
Duda modestamente
Su saber infalible: De repente
Verá al Cordero en un León mudado.

«No es humano saber, ni saber mío
(Responde el Santo Preste, en ira ardiendo)
Audaz, mortal, en el que yo confío:
Del cielo descendido,
Reposó en mí un influjo soberano,
Que ha de humillar todo saber humano».

¿Reposó en ti? ¿Mas cómo es que contiende
Consigo mismo el inspirado bando?
Cuál cadena volcánica se entiende
Llama sacerdotal, que rebosando
El universo enciende.
El cielo contra el cielo peleando
Es odioso espéctaculo, que ofende
Al hombre racional. Qué! ¿Envolvió en guerra
El cielo a los que dio a regir la tierra?

Haced la paz primero
Entre vosotros si queréis que escuche
Vuestra doctrina del Universo entero
No procuréis que luche
El ignorante pueblo en las querellas
Con que esparcís centellas
De odios inextinguibles
Más que el error a la virtud temibles.

Mas en vano os exhorto:
Del Fanatismo y la ambición aborto,
Los que tenéis raíces e el cielo
Nunca podéis dejar en paz el suelo.

La revelación interna

¿Adónde te hallaré, Ser Infinito?
¿En la más alta esfera? ¿En el profundo
abismo de la mar? ¿Llenas el mundo
o en especial un cielo favorito?

«¿Quieres saber, mortal, en dónde habito?»,
dice una voz interna. «Aunque difundo
mi ser y en vida el universo inundo,
mi sagrario es un pecho sin delito.

»Cesa, mortal, de fatigarte en vano
tras rumores de error y de impostura,
ni pongas tu virtud en rito externo;

»no abuses de los dones de mi mano,
no esperes cielo para un alma impura
ni para el pensar libre fuego eterno».

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ME GUSTA VIVIR [Mi poema]
Jorge Zalamea [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Si algo me gusta es vivir,
volar como vuela el viento,
encamarme al sentimiento
y reírme y sonreír,
que el resto me suena a cuento.

Me gustan ver los jardines
con sus flores adornando,
disfrutar, y allí escuchando
gregoriano en los maitines
mientras sigo meditanto.

Me gustan ver las estrellas
en la noche cuando lucen
y a esos niños que seducen
cuando en barro dejan huellas
y el chasquido que producen.

Me gusta hablar con la gente
y así saber lo que piensan,
y a curas cuando me inciensan
mirar detenidamente,
para ver que me dispensan.

Salir no importa hacia donde
hacia el cielo, al infinito
y oír como pego un grito
por si el cielo me responde
pues que a dios le necesito.

Sentirme libre en el aire
y en la calle confundirme,
de lo reglado salirme,
que todo me traiga al paire
y en un rayo diluirme.
©donaciano bueno
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MI POETA SUGERIDO:  Jorge Zalamea

Narcisiana

Ésta era otra casa.
La de los muchos patios:
el patio de las ceremonias y los grandes;
el patio de los huéspedes bienvenidos;
el patio de los niños;
el patio de las criadas;
el patio de los lavaderos y los bebederos;
el patio de las caballerizas;
el patio de las aves de corto vuelo;
el patio de las legumbres suculentas.
Y ahora estaba solo,
solo en la casa de los muchos patios,
solo el muchacho.

Comenzó a recorrer el feudo ceremonial.

Espejos en el cuarto del piano,
Espejos en el salón de las reverencias, las hipocresías y las palabras vanas,
Espejos en el comedor artesonado,
crujiente de porcelanas y cristales,
llameante de cobres y de azogues de plata;
Espejos en la alcoba de la madre,
Espejos en la alcoba de la hermana mayor, la muy mimada…

Espejos, espejos
en laberinto de traidoras aguas.

Las aguas agrietadas de lunas venecianas,
como rostros de ancianas;
las aguas cristiazules de Alemania;
las aguas de Holanda, vermerianas;
las aguas nacaradas de Francia;
las implacables aguas de España.

¡Nadar,
nadar
en esas aguas!

Con candidez de lirio
se desnudó el muchacho:
enhiesto como un grito,
limpio como una espada,
enjuto como un eje,
blanco como una hostia
de amor sacrificada…
Se miraba,
se multiplicaba,
se sumergía,
giraba,
danzaba
una danza horizontal
en la altamar de los espejos.

El grito

Un grito,
un grito,
un grito

más duro que el dentado
cuerno curvado
del dorado escarabajo
mimetizado entre las cañas de oro;
más invasor que el espino
en los jardines de los abuelos
intestados;
más veloz que el arpón del asesino
que vuela sobre las aguas
y se clava en ellas
mudándolas en paño de menstruas;
más hambriento que el graznar
de las gaviotas rabiosas
sobre las aguas horras de peces;
más sordo que el sollozo
de la mujer pobre
ante la alcancía vacía;
más impaciente que el orín
sobre la cuchilla homicida;
más lancinante que el gemido
del niño asaltado en su sueño
por las altas, negras fantasmas
de su propio futuro;
más fatídico que el estridor
de las llantas
repentinamente frenadas
sobre el pavimento de cemento
y sobre un cuerpo ya muerto;
más lúgubre, ¡ay!, más lúgubre
que el aullido del perro
cuando pasa la sombra
que nadie ve:
ni Hamlet, ni Horacio,
roídos por el frío.

Un grito,
un grito,
un grito

sin la esperanza de la parturienta,
sin el orgullo de los Héctores vencidos,
sin la blasfemia roja del rebelde,
sin el blanco reniego del suicida,
sin la muda protesta del mártir,
sin la ira tartamuda del recluta,
sin el estertor del pocero silicoso,
sin el terror de quien pierde la vida,
sin el vagido pánico de quien nace a la vida:
un sofocado,
intolerable,
inútil
grito

que nadie escucha, sino yo.

Como vampiro pascuano
hecho de musgo, terciopelo y sombra,
anda revoloteando entre mis sienes,
saltándome los ojos,
trepanando mi nuca,
envenenando mis venas,
haciendo astillas mis nervios…

Anda, en sus giros,
petrificados mis músculos,
poniendo azul mi vientre,
asaltando mi corazón…
y mis labios sellados.

Un grito,
un grito,
un grito:

por qué,
para qué,
para quién,
de dónde viene
ese grito que nadie escucha, sino yo?
¡La muerte sólo, acaso, me lo diga!

La queja del niño negro

-Las tortillas de maíz no me saben a nada, madre.

Los níqueles no me sirven de nada, madre.
El traje nuevo no me alegra nada, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
-¡Pero si estás hecho de miel y leche, hijo!
-¿De miel negra, madre?
-¡No! De miel…
-¿De leche negra, madre?
-¡No! De leche…

-Aprendí a leer y de nada me sirve, madre.
Aprendí a escribir y de nada me sirve, madre.
Aprendí a contar y de nada me sirve, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.

-¡Pero si estás hecho de carne y hueso, hijo!
-¿De carne negra, madre?
-¡Ay!
-¿De huesos negros, madre?
-¡No! De huesos…

-Lo que tengo no me sirve de nada, madre.
Lo que doy no me sirve de nada, madre.
Lo que sueño no me sirve de nada, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.

-¡Pero si estás hecho de sangre, hijo!
-¿De sangre negra, madre?
-¡No! De sangre roja… Mira, como ésta… ¡Mírala! ¡Quieras o no, tienes que mirarla!

El Viento del Este da nuevas del Gran Salto

Seiscientos cincuenta millones de seres en unánime salto.
Todos a una:
la mano en la mano,
unidos los hombros,
el corazón en los labios
y en los labios el canto.
Manos de niños recogen la chatarra;
manos de pioneros la acarrean:
es la dichosa iniciación del salto.
Manos de hombres y mujeres acarrean
todo lo que las nuevas comunas populares piden;
acarrean todo lo que requieren los talleres
que se multiplican por doquiera
como mízcalos en los pinares y bajo las lluvias del estío tardío;
acarrean los materiales para construir el millón de
pequeños hornos siderúrgicos que hacen ya de la tierra china,
en la noche, un invertido cielo corruscante de rojas constelaciones:
es la poderosa voluntad del salto.
Manos de hombres y mujeres acarrean
todo lo que otras manos esperan;
acarrean a lo largo de las avenidas urbanas,
acarrean por las grandes carreteras,
acarrean por los caminos vecinales,
acarrean por las playas y a través de los bosques,
acarrean por las laderas de los ríos y las sendas de la montaña,
acarrean en cestos,
acarrean en cueros,
acarrean en sacos,
acarrean en latas
acarrean sobre un rodillo,
acarrean sobre una rueda,
sobre dos ruedas,
sobre tres ruedas,
acarrean a dos manos y a racimos de manos,
acarrean a la mañana,
al mediodía,
al poniente
y en la alta noche,
acarrean con gravedad y con alegría,
acarrean con altos gritos viriles
y breves risas femeninas,
acarrean todo lo necesario para la construcción
de la gran casa china en que todos quepan.
¡Oh!, movimiento perpetuo, incesante creación,
carrera,
danza
y juego;
circulación de una sangre nueva,
más rica,
más pujante,
más pura;
ordenado torbellino,
medida marejada,
¡Larga Marcha!,
¡¡Gran Salto Adelante!!
Y hay voces que dicen:
porque la mano sabe para qué trabaja,
porque la mano sabe para quién trabaja,
la mano en su trabajo da mil por uno».

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COMO UN VAMPIRO [Mi poema]
Jorge Boccanera [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

La calle es mi escenario, donde observo
las cosas que se ofrecen, donde miro,
pues que ando como el aire que respiro
pegándome a las gentes y a su acervo,
que soy como un vampiro.

La calle tiene un halo de esperanza,
tristeza, de piedad, remordimiento,
estampa que destila de algún cuento
moviéndose al compás, como una danza
cual fuera un esperpento.

Pues todo lo que aprecio lo succiono,
lo trago, lo disfruto y lo digiero,
lo mismo que percibo en el cajero
si saco la tarjeta y la gestiono
y cojo mi dinero.

Y siento que en la calle está la vida
que sale a pasear y representa
el tiempo desde el punto de partida,
la misma que hoy te da la bienvenida
o indica ya no renta.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Jorge Boccanera

Los papeles del nadador

a Rodolfo Dada

I
Si el nadador tristea,
todo el mar es su lágrima,
todo el ruido del mar
es su tonada,
todo el mar es de vino.

II
Prueba otra vez, prueba una y otra vez.
El nadador sube hasta el trampolín,
entre las nubes altas,
los aviones que escriben en el cielo con humo,
las bandadas de patos.
Ya está en puntas de pie, ya flexiona las piernas,
estira bien los brazos.

Prueba otra vez, una y otra, una y otra, se
concentra, respira,
el agua hace silencio.
La ventolera tira sus manotazos y le arranca el
gorrito de baño, escupe en su antiparra.
Pero él insiste y otra vez, prueba una y prueba
otra.
Es un ovillo el nadador entre las nubes altas,
el humo que dejaron los aviones,
las plumas de los patos que emigraron al norte.
Puntas de pie, no vayas a fallar.
Vuela en picada el nadador, su dibujo es perfecto,
su boca entra al desierto.

III
de ser posible, leer con música de fondo
de Bob Marley

Mal rayo me parta, e cielo está muy resbaloso,
el vino escaso, la caricia extraña en estos días,
tu nombre llega como un golpe de vino a la
cabeza,
mal rayo me parta en tan inoportuna ocasión.

Simulo leer un diario bajo el aguacero de tu
cuerpo,
bienganado el diluvio, malhaya la tormenta,
pasa un cuerpo flotando bocabajo
y mal rayo me parta tan lejos de tu cuello.

Los cielos se mezclaron en tu boca pequeña,
los gatos se revuelcan en tu mano,
adelante el insomnio es un campo minado,
hay besos enterrados que pueden estallar.

Corro a campo traviesa con fósforos mojados,
¿qué es esta polvareda sino un fantasma tuyo?
El futuro es un traje pero para otro cuerpo,
los espejos del bar no preguntan por mí.

Hoy cargo mis valijas por el fondo del mar,
tengo pocas palabras
mis dos lenguas tropiezan dentro de una botella
y mal rayo me parta en tan inoportuna ocasión.

IV
Nadador
la verdad es una piedra pulida por el agua,
una estrella aplastada por algún tren carguero,
yace en el fondo, extraña, entre una multitud de
formas ondulantes.
Alguien tejió esa piedra para que te miraras con
tu viejo sombrero, tu sonrisa maltrecha.
Alguien dice tu nombre en la oscuridad de esa
piedra,
y te narran girando por los espesos caldos del
alcohol.
Se agotó la paciencia de tus labios que ahora
viven adentro de una piedra.
Los pliegues de tu miedo van a pudrirse allí.
Tu quieres preguntar y para preguntar primero
hay que morirse.
Nadie puede bailar en esos pasadizos.
Nadador,
mira como se apagan tus gestos en los bordes
redondos de esa piedra.
Empolla en esa piedra la canción del naufragio.

Noticias de una mujer cualquiera

entramos a la pieza casi sin reconocernos
sus ojos eran pactos de ternura y violencia
yo la miraba todo el tiempo
habrá pensado en mi cansancio
habrá pensado -está borracho-
habrá pensado en irse pronto
habrá pensado tantas cosas

me acerqué a sus dos manos
sin dejar de mirarla
desde mi soledad hasta su boca
habrá pensado en enojarse
habrá pensado -no es un hombre-
habrá pensado ¿en qué quedamos?
habrá pensado tantas cosas

cuando entró el sol cuando se fue
desde mi boca hasta su adiós
y aún en el viaje de regreso
habrá pensado tantas cosas
habrá pensado tantas cosas.

Oasis

Caminé en el desierto de tu lengua.
De cada polvareda hice un recuerdo grato.
De una piedra redonda, un amuleto.
De las verdes tormentas hice un bosque.
De cuatro lagartijas, un amigo.
Caminé,
¿Para qué?
Si el que habla de estas cosas es apenas el viudo de tu lengua.
¿Para qué?
Caminé,
Caminé.
El bosque, el amuleto, el amigo, el recuerdo, son puñados de polvo.

¡Tanto excavar por una sola perla de agua!
¡Todo mi harén es una Sordomuda!

Olas

Tu corazón es una taza diminuta,
y es la única taza que precisa dos bocas,
y es la única boca que no se vuelca nunca.
Enormes olas,
locomotoras de agua se desploman cerca de tus
labios de Grecia.
Pero esto es Isla Negra y enfundada que vas en
un abrigo hecho para otro cuerpo,
hecho para otro clima.
Pero siempre en tus ojos brillando una tacita.
Entonces,
hay un hombre encerrado en los papeles de la
noche.
Sus vagabundos quieren levantar esa taza,
como los deportistas a sus copas doradas.

Pordiosera

No es la musa cantora ni el pájaro chillón,
ni el muñeco parlante ni la dama que dicta.
Es una Sordomuda,
que te muestra la lengua por sólo una moneda.

La lengua está vacía.
La moneda tiene que ser de oro.

Suceso VIII

a veces soy la voz del otro lado del teléfono
a veces un aliento
una ciudad enorme donde te encuentro a veces
por supuesto una fecha
un saludo que cruza el cielo velozmente
dos ojos que te miran
un café que te espera después de la llovizna
una fotografía una mano en tu mano
desesperadamente una canción etcétera

y siempre o casi siempre
nomás ese silencio
donde solés colgar tus prendas íntimas.

Suertes

Azar no es arrojar una moneda al aire.
Ni siquiera esperar el cara o cruz..
Azar es atrapar la moneda en el aire
y huir sin dejar rastro.

Suma

Los días no contaban para mí,
bastaba la palabra.
Yo escuchaba en cuclillas cómo alguna palabra
conversaba con otra.
No contaban los días.
Pero extravié palabras y los días me siguieron de
cerca con sus largos abrigos.
Yo iba mirando el suelo.
«Ese no cuenta el cuento», vaticinaron unos.
Yo no escuchaba a nadie, yo contaba con ellas.
Los días fueron como trapos mojados en los pies.
Habité días feroces porque perdí palabras.
Eran contadas y eran, al fin, las que contaban
El tiempo es implacable.
El que pierde palabras tiene los días contados.

Telenovela

Sordomuda
yo cargo las valijas, yo compro los boletos,
y soy tu catador, el señor de las flores,
tu pareja de baile en el salón Colonia de México D.F.

Yo soy tu lazarillo y te compro historietas y soy
tu guitarrista, el chofer de tu almohada,
a veces el jinete, a veces el caballo.

Mudita de mi alma yo te elijo perfumes y te
exhibo como el Príncipe Orsini al luchador
Jacob, «La Bestia», en un cine mugriento.

Y soy el del retrato, tu instructor, tu pupilo, el
cara de payaso, un pasajero en tu sudor
apenas, Sordomuda, el que reza en tu
cuerpo.

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YO SOY DE SU CUCHIPANDA [Mi poema]
Gabriel Zaid [Poeta sugerido]New

Gabriel Zaid

MI POEMA… de medio pelo

 

Yo era un niño jugando al escondite,
ingenuo, sin saber por qué jugaba,
seguro de que al tiempo disfrutaba
haciendo algún regate, yendo al quite,
y a veces naufragaba.

Yo era un niño. Seguro. Aquí lo juro.
Otro más que jugaba a la pelota.
Que vio como la tiras y rebota
y no es por el efecto de un conjuro
ni de una chirigota.

Jugaba si pedía el que mandaba,
recuerdo como yo me divertía,
los ratos tan feliz que compartía
al tiempo que en el lance disputaba
y cómo me reía.

Y así llegué hasta hoy. Sigo jugando.
Siguiendo a mi pesar siempre al que manda,
que él lleva la batuta en esta banda.
Al ritmo que me ordena voy bailando.
soy de su cuchipanda.
©donaciano bueno

Dime si recuerdas la #pandilla de tu infancia...o no? Share on X

MI POETA SUGERIDOGabriel Zaid

Alabando Su Manera De Hacerlo

¡Qué bien se hace contigo, vida mía!

Muchas mujeres lo hacen bien
pero ninguna como tú.

La Sulanita, en la gloria,
se asoma a verte hacerlo.

Y yo le digo que no,
que nos deje, que ya lo escribiré.

Pero si lo escribiese
te velverías legendaria.

Y no creo en la poesía autobiográfica
ni me conviene hacerte propaganda.

Alucinaciones

El vio pasar por ella sus fantasmas.
Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.

Él no quería perseguir sus fantasmas.
Ella quería creer en sus fantasmas.

Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.
Ella lloró por sus fantasmas.

Canción De Seguimiento

No soy el viento ni la vela
sino el timón que vela.

No soy el agua ni el timón
sino el que canta esta canción.

No soy la voz ni la garganta
sono lo que se canta.

No sé quien soy ni lo que digo
pero voy y te sigo.

Claridad FuriosaGabriel ZaidGabriel Zaid

No aceptamos lo dado, de ahí la fantasía.
Sol de mis ojos: eternidad aparte, pero mía.

Pero se da el presente aunque no estés presente.
Luz a veces a cántaros, pan de cada día.
Se dan tus pensamientos, tuyos como estos pájaros.
Se da tu soledad, tuya como tu sombra,
negra luz fulminante, bofetada del día.

Danzón Transfigurado

Alguna vez,

alguna vez,
seremos cuerpo hasta los pies.

¿Dónde está el alma?
Tus mejillas anidan pensativas.
¿Dónde está el alma?
Tus manos ponen atención.
¿Dónde está el alma?
Tus caderas opinan
y cambian de opinión.
Bárbara, celárent, dárii, feria.
Tus pies hacen discursos de emoción.
Todo tu cuerpo, brisa de inteligencia,
de cuerpo a cuerpo, roza la discusión.

El tiempo rompe en olas venideras
y nos baña de música.

Despedida

A punto de morir,
vuelvo para decirte no sé qué
de las horas felices.
Contra la corriente.

No sé si lucho para no alejarme
de la conversación en tus orillas
o para restregarme en el placer
de ir y venir del fin del mundo.

¿En qué momento pasa de la página al limbo,
creyendo aún leer, el que dormita?
La corza en tierra salta para ser perseguida

hasta el fondo del mar por el delfín,
que nada y se anonada, que se sumerge
y vuelve para decir no sé qué.

Elogio de Lo Mismo

¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.

¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.

¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.

Envío

Fragmento de «Fábula de Narciso y Ariadna»

3.
Acudes a tus ojos porque acudes,
los ojos de las noches estrelladas.
Y su luz no es tu eco, no lo dudes,
es otra luz que mueve tus miradas;
desde la luna, arcón de los rosarios,
hasta la luna sin itinerarios.

Luz del amor que llama a los amores
por encima del hombro para el viaje,
y en el espejo muestra sus pudores
de estrella antigua que abandona el traje,
mariposa, cristal, serpiente o perla
cuando se empaña nada más de verla.

Ráfagas

La muerte lleva el mundo a su molino.

Aspas de sol entre los nubarrones
hacían el campo insólito,
presagiaban el fin del mundo.

Giraban margaritas
de ráfagas de risa
en la oscuridad de tu garganta.

Tus dientes imperfectos
desnudaban sus pétalos
como diste a la lluvia tus pechos.

Giró la falda pesadísima
como una fronda que exprimiste,
como un árbol pesado de memoria
después de la lluvia.

Olía a cabello tu cabello.

Estabas empapada. Te reías,
mientras yo deseaba tus huesos
blancos
como una carcajada
sobre el incierto fin del mundo.

Nocturno

Manantiales del agua
ya perenne, profunda vida
abierta en tus ojos.

Convive en ti la tierra
Poblada, su verdad
numerosa y sencilla.

Abre su plenitud
callada, su misterio,
la fábula del mundo.

Hallan su vocación
del Huerto, su quehacer,
manos contemplativas.

Estalla un mediodía
nocturno, arde en gracia
la noche, calla el cielo.

Tenue viento de pájaros
de recóndito fuego
habla en bocas y manos.

Viñas, las del silencio.
Viñas, las de las palabras
cargadas de silencio.

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QUERIDA NUEVA YORK [Mi poema]
María Elena Walsh [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Mi visita pasó sin hacer ruido,
nadie escribió de mí. Y en mi defensa
ni siquiera un artículo en la prensa
osó preguntarme a qué había ido.

Querida Nueva York, nunca supiste
que un día me entretuve en tus andanzas,
tejiendo entre tu magma adivinanzas
y así que me mostré, nunca me viste.

Tampoco yo sentí tus carantoñas
corriendo cuando quise por tu asfalto,
me puse allí mirando hacia lo alto,
con esas mis pupilas tan bisoñas.

Tus ojos encendidos de acetato,
me fueron engañando haciendo un guiño
y al tiempo comprender que aun era un niño
después de haber pasado allí un buen rato.

Y hoy por eso te escribo en la distancia,
a ti no he de culparte que me ignores,
tú gozas con justicia de las flores
disculpo me mostraras tu arrogancia.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOMaría Elena Walsh

Balada de la alondra persuasiva

En otra madrugada,
por vientos de ceniza,
obedecí al latido de la alondra.
El cielo no era cielo todavía.

La zona del hornero,
el tiempo de la encina
se inquietaban en lento aprendizaje
y el cielo no era cielo todavía.

Hubo un encantamiento
de flor y hierba fina,
un cauteloso antaño de rocío,
y el cielo no era cielo todavía.

Septiembre constelado
de dos campanas frías
rodaba por lugares de silencio
y el cielo no era cielo todavía.

En clima de obediencia
mi pulso recorría
todo un advenimiento de corolas
y el cielo no era cielo todavía.

No regresó conmigo
la alondra persuasiva
porque me desterró de su latido
cuando el cielo fue luz de mediodía.

Balada del tiempo perdido

‘Yo dormía pero mi corazón velaba…’
Cantares

Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.

Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.

Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.

Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.

Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.

Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.

Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.

Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.

Balada triste

Era el otoño y era la llovizna,
la inicial certidumbre del poniente.
Mis pasos desandaban su tristeza
mientras sobre la tierra conmovida
era el otoño y era la llovizna.

En el transcurso de las avenidas
todos los pájaros habían muerto,
y las hojas llovían cautamente
sobre la hierba, cerca de mi sangre,
en el transcurso de las avenidas.

¿Qué llanto conocí, qué desconsuelo
bajo los árboles deshabitados?
Cuando en la fuente se reconocía
un cielo de palomas lejanísimas
qué llanto conocí, qué desconsuelo.

Oh muros de mi sed, aquellos muros
que no sé si existieron a mi lado;
bebí en ellos soledad de siglos,
luz funeraria, fríos alusivos.
Oh muros de mi sed, aquellos muros.

Triste ejercicio el de invadir la niebla
por ámbitos inciertos, declinando.
Atravesé desconocidos puentes
en el amanecer de los faroles.
Triste ejercicio el de invadir la niebla.

Todos los pájaros habían muerto
en el transcurso de las avenidas.
Qué llanto conocí, qué desconsuelo:
era el otoño y era la llovizna,
todos los pájaros habían muerto.

Canción

Alma sin el amor, ave dejada
en los terrenos de la maravilla:
cuando no haya más hojas
y se acaben los días
yo seguiré buscando
tu luz recién nacida
-alma sobre rebaños levantada-
para hacer las mañanas de mi vida.

El enlutado mundo que habitaba
ahora es el cielo que la frente pisa.
(Si se apagaran todas
las uvas de la viña
o se muriera el pan
en las espigas,
este incendio frutal de mi esperanza
en otra tierra se levantaría.)

Tu mano era mi mano desde siempre,
tu voz mi voz, y yo no lo sabía.
Anduve con tu sombra
al lado de la mía
por mortales caminos
y celestes orillas.
Eras un sueño en busca de mi frente
para nacer, y yo no lo sabía.

Ya mis ojos usaron la belleza
y fueron en sedienta cacería
-con su lastimadura
de límites y aristas-
al pámpano desnudo
y a la rosa vestida,
buscándote desde los miradores
con el Amor-Que-Todo-Lo-Imagina.

Cuando tú fuiste la increíble imagen
yo era la sed y el vaso y la bebida.
Las puertas y los frascos,
cubiertos de ceniza,
guardaban el perfume
de la melancolía,
mientras los palomares te esperaban
con el Amor-Que-Nada-Te-Imagina.

Aunque la providencia me negara
el alimento para la alegría,
aunque me entristecieras
la intemperie divina
con pájaros callados
y sombras pensativas,
aunque olvidaras, aunque no existieras,
mi corazón igual te cantaría.

El 45

Te acordás hermana qué tiempos aquellos,
la vida nos daba la misma lección.
En la primavera del cuarenta y cinco
tenias quince años lo mismo que yo.

Te acordás hermana de aquellos cadetes,
del primer bolero y el té en El Galeón
cuando los domingos la lluvia traía
la voz de Bing Crosby y un verso de amor.

Te acordás de la Plaza de Mayo
cuando «el que te dije» salía al balcón.
Tanto cambió todo que el sol de la infancia
de golpe y porrazo se nos alunó.

Te acordás hermana qué tiempos de seca
cuando un pobre peso daba un estirón
y al pagarnos toda una edad de rabonas
valía más vida que un millón de hoy.

Te acordás hermana que desde muy lejos
un olor a espanto nos enloqueció:
era de Hiroshima donde tantas chicas
tenían quince años como vos y yo.

Te acordás que más tarde la vida
vino en tacos altos y nos separó.
Ya no compartimos el mismo tranvía,
sólo nos reúne la buena de Dios.

El viaje

Sólo quiero tu casa de ternura,
vivir en su calor.
Eres el mar y la orilla segura
porque el único viaje es el amor.

Reconocer tu alma, qué aventura
de mágico sabor.
Allí tendré profundidad y altura
porque el único viaje es el amor.

Besos desconocidos como puertos
esperan bajo un cielo de mirada.
-Lo demás es dolor.

Hoy vuelvo de países que están muertos,
después de un mar que no me dijo nada,
porque el único viaje es el amor.

Entonces

Cuando yo no te amaba todavía
-oh verdad del amor, quien lo creyera-
para mi sed no había
ninguna preferencia verdadera.

Ya no recuerdo el tiempo de la espera
con esa niebla en la memoria mía:
¿El mundo cómo era
cuando yo no te amaba todavía?

Total belleza que el amor inventa
ahora que es tan pura
su navidad, para que yo la sienta.

Y sé que no era cierta la dulzura,
que nunca amanecía
cuando yo no te amaba todavía.

Esencia

Nunca nombrarla, nunca.
Ni callarla siquiera.
Solamente crecer de sus raíces
con asombrado llanto.
Ser y morir tan solo
para justificarla
como naturaleza
y sumisa costumbre.

Madurará con pausa
y exactitud de necesaria estrella
y solo incertidumbres
me probarán su órbita,
su doloroso amor, su cumplimiento.
Será un desgarramiento
elemental, constante.
Desesperada espera
-lo sé- desesperada.

Y sin embargo, nada
persistirá más cierto
que su sabiduría,
que sus sencillas fiestas.
Como el rosal seguro de la rosa.

Y yo seré la sombra
de su florecimiento,
yo viviré acatando
su voz y su silencio,
en indefensa tierra,
irrenunciablemente.

Eva

Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedo sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.

Sombríos machos de corbata negra
sufrían rencorosos por decreto
y el órgano por Radio del Estado
hizo durar a Dios un mes o dos.

Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a Paris rayos de sol.
La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.

Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona
El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla «amémonos».

Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte mas muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro, sedas virreinales,
vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando
venganza en sótanos y con picana.

Y el amor y el dolor que eran de veras
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos,
Madrecita de los Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lagrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada mas que un gran castigo.
Se pintó la República de negro
mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas
pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.

Días de julio del 52
¿Qué importa donde estaba yo?

II
No descanses en paz, alza los brazos
no para el día del renunciamiento
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?

Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje
empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.

Cuando juntas las reas y las monjas
y las violadas en los teleteatros
y las que callan pero no consienten
arrebatemos la liberación
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta
aunque nos amordacen con cañones.

Ahora

Ahora como un ángel apareces
y me rodeas sin decirme nada.
Ángel que yo cuidara tantas veces
sin saberlo, callada.

En todo lo que miro permaneces
como el aire feliz de la mirada.
Me parezco a tu ausencia y te pareces
a mí resucitada.

Porque viniste cuando me moría
a devolverme a vivas caridades;
porque mi noche muda se hizo día

por gracia de tu voz iluminada,
en esta eternidad con que me invades
yo que no era, soy tu enamorada.

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A MIS ACREEDORES [Mi poema]
Luis Zalamea Borda [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

A todos los que debo, cuando muera
les hago aquí saber, es de recibo,
que todo lo que vale lo que escribo
es justo lo que llevo en mi cartera.

No intenten descubrir los intereses
ni a bancos pido acerquen por si acaso,
prefiero así evitarles el fracaso
de ver de ir a segar y no haya mieses.

Que aquello que yo un día he amasado
en vino y otras juergas me he bebido
pues debo recordar que no he sabido
mirar hacia adelante. Y el pasado

pasado se ha fundido y ya no hay vuelta,
mas deben de saber que, agradecido,
estoy por los detalles que han tenido
que creo han de mirar si trae a cuenta.

Pues fuime tal cual vine con lo puesto.
llevarme a otro lugar, no llevo nada,
no es justo que me den una patada,
permitan muera en paz, que ya me acuesto.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOLuis Zalamea Borda

A una desposada

‘Tú serás del que te ame, del que corte
en tu huerto lo que he sembrado yo’.
Pablo Neruda

Blancas. Blancas serán tus bodas.
Las nuestras ya lo fueron de musgo, sangre, tierra,
inexhausto ritual, surgido desde el templo del mar.
La tribu. Concurrirá la tribu en filisteo corrillo.
Nuestros testigos fueron el bosque y el silencio,
la savia del estío, los duendes, el rocío.
Azahares. Disimularán tu compra los azahares.
No llevarás entonces la dulce soledad del jaramago,
ni trepará a las ramas el grito de tu dicha.
Sábanas. Desesperadamente blancas serán tus
sábanas nupciales.
Verde y coral, se hundió la hierba bajo tu peso ansioso.
Manos. Cuando la torpe mano lime, hosca, tu piel,
buscarás la ternura de los días ya fundidos.
Muerta. Muerta estará en ti la ternura que mi semilla dio.
Y tú. Tú también habrás muerto en el día de tu boda.

A una mujer cosmopolita

Nueva, impoluta, pura,
compañera de mañaneras risas,
lejana madre-niña, fuente de la ternura,
ancla de nuestras lágrimas y mutuo desvarío.
Así quisiera verte.
Mitad ardilla en medio de los sueños,
hembra fundamental, valerosa argonauta,
¿cuántas veces llevaste la tristeza a calles
cenicientas
fundiéndote en la noche con la ciudad de llanto?
Volver, volver a ti, quisiera.
Encendida matriz de rebeldes destellos,
cuajada soledad que ni los gritos rompen,
pirámide aislada, taciturna y urbana.
Ante tu recia rosa se estrella la nostalgia.
Mas así no te quiero.
Quisiera verte nueva, lavada por el alba.
Limpia tu alma de hollín cosmopolita,
como en la mañana verde que se pierde en
el trópico,
donde el amor ya juega y la ternura nace.
Así, así quisiera verte.
Oh antigua capitana de mi bajel vagante
déjame que te conduzca a la escondida rada.
Oh niña ardilla que una vez fuiste mía:
déjame que cure tus heridas noctámbulas.

Y entonces, quizás, una vez más te vea
-tus antiguas formas vuelvan poco a poco a mis
manos-
nueva, impoluta, pura… colmada de esperanza.

Amor salvaje

¡Ah, qué nidada de caricias salvajes descubrí!
Guardadas en tu bosque, desde el alba del mundo,
esperaban la mano que llegara a arrancarlas,
la mirada que las volcara sobre tus venas todas,
el temblor que iniciara tu espasmo y tu locura.

Vaivén en tus pupilas despertadas,
ojos que danzan al ritmo de los hombros,
larga piel en su raíz estremecida,
la ansiosa estalactita del deseo,
caracol que se incrusta en las orejas;
tus ojos súbitos, terribles. ¡Ah tus ojos!
Y locura, embeleso y más locura.

Pantera que se escapa, cervatilla rendida,
la sierpe envolvente de tus brazos,
abrazo de mil lianas zapadoras,
largo césped donde los senos nacen,
ensenada candente de los muslos,
playa con la blanca tersura de tu vientre.
Y locura, ternura y más locura.

Cadencia resonante de músicas selváticas,
tambor noctambulario suena sobre tu espalda,
la flauta imperceptible del suspiro,
largos gemidos de destrozados labios,
y el grito sempiterno, tan guardado,
al fin la noche rompe en agudos pedazos.
Y locura, cadencia y más locura.

Cavernas, grutas, lagos, musgos leves;
hongos colgantes, zarzas en tu boca;
frutos ignotos, zumos descubiertos;
mieses en la alborada, sed que ya se apaga;
venas que se rebelan, sangre libertada;
yegua ululante, jinete que espolea.
Y locura, locura y más locura.

¡Ah qué nidada de caricias salvajes descubrí!
¡Y qué voces intactas en tus prístinos fondos!
¡Y qué flores que se abren al tacto de mis manosl
Salvaje mía: ¡ámame así, envuélveme en tu brumal
¡Y bebamos del manantial de esta locura primitiva!

Como en los días de julio

‘Siempre es el mar donde mejor se quiere’.
Andrés Eloy Blanco

No quiero oír tu voz,
ni adivinar tu angustia
desde el destierro,
ni revivir en momentos de celo o de locura
aquella nuestra entrecortada despedida.
(Las voces de la noche eran nuevas, sutiles;
tus amplios pechos se encogieron, tremendos en su lucha,
buscando encarcelarse en la tiniebla tibia. )

Ella, la despedida, no era marina como en lejano día,
sino terrestre, final, definitiva;
molde de soledad, herida, grieta, tajo de nuestras vidas.
Y así quiero que sea.

(Tu imagen está ya condenada al limbo de las horas perdidas
en la inmensidad de un mar que se despierta, atónito,
de un sueño de ondinas, madréporas en flor y barcos asesinos.)
No quiero reflejar mi triste mirada en tu recuerdo.
Quiero olvidarte toda, poro a poro,
exánime, jadeante, casi muerta sobre la tierra plena
que conjuga el amor ígneo de la euforia volcánica.

(En la lejanía mueren en coro, de tedio,
con dignidad crustácea, los pálidos cangrejos,
y la tarde se disfraza de buzo.)

En mi memoria serás desde hoy,
como en los días de julio,
un sudor hecho hembra
al final del camino.

Despedida

‘…es tan corto el amor
y es tan largo el olvido…’
Pablo Neruda

Te fuiste.
Como se va la primavera.
Como se van todas las cosas.
Como se pierden en el mar las velas.
Y yo me quedé solo,
con las uñas clavadas en la arena,
viendo como se alejan las mareas.

Te fuiste.
Ni tu nombre recuerdo,
ni el color de tus ojos.
Sólo que por las tardes leíamos a Neruda;
aún me llega el timbre de tu voz profunda,
y el alarido de tu dicha, suelto,
huyendo a medianoche por la playa.

Te fuiste.
Irremediablemente huiste de mi vida.
Fue el océano tu cómplice fortuito:
zarpaste al borde de un balandro cualquiera
una tarde cualquiera.
Yo me quedé sobre la playa dilatada,
salpicado de ocaso, solitario en la arena.
Te fuiste.
Nos habíamos amado con la furia de los 25 años.
Todo fue cerca al mar:
besos de sal y yodo,
mordiscos de medusa enloquecida,
saltos de delfines en celo,
abrazos hasta brotar la sangre marinera.

Te fuiste.
Como se fueron también la rada familiar,
las velas madrugadoras de los camaroneros,
el lecho duro de nuestros combates clandestinos.
Hasta el mar cambió de rostro y de fragancia;
la codicia del hombre corrompió las aguas.
El aire mismo se llenó de venenos y de miasmas.

Te fuiste.
Como se van todas las cosas.
Y yo me quedé solo,
con las uñas clavadas en la arena,
viendo como se alejaban las mareas.

En el comienzo

Eres el comienzo, la luz y la esperanza.
Antes de ti era la nada y no habían nacido las palomas.
Qué angustioso vacío el vivir sin saberte,
aunque mis ojos adivinaran tu mirada lánguida
y fueran construyendo mis manos tu presencia,
inventando mis sueños piel, risa y esencia de tus besos.

Sin ti andaba yo al garete, en un mar de borrasca,
cuán alejado de todo puerto conocido.
Y el mar también era la nada.
Tendrías que llegar a darle un día
el verdor de tus ojos, la sal de tus pupilas,
un hontanar de lágrimas,
y la suave madrépora que crece entre tus labios.

Sin ti mi voz no tenía forma y su eco faltaba,
era el lloro de un niño que se pierde.
Tú le entregaste acento y le fijaste rumbo.
Y entonces pude cantarte toda, con la voz que me diste.

Antes de ti, la nada, la pegajosa angustia, la voz muda.
Mas hoy comienza a respirar mi mundo,
nutrido con tu luz, fincado en la esperanza.

Germinación del alba

Dueña de los crepúsculos,
tú en mí todo lo sabes y me has visto llorar.
conoces mi congoja cuando la tarde llega
meciendo entre su eclipse mi diaria solitud.
Es el instante de la partida, la fuga del poniente
que tú ya has compartido
en mi zozobra viva, en mi sed de vagar.

Ah niña que sollozas entre mis brazos trémulos,
tu miras a la tarde como se mira el hijo,
como se mira el pan.
Y me miras a mí desde tu inmediata lejanía
como se mira el fuego, como se mira el mar.
(Mirada incierta, en espera,
como trigo sin pilar ante el molino.)

Señora del ocaso,
vuelve hacia mí tus ojos
a la hora tremenda del ciprés,
en que la luz se alarga, en que todo se va.
Dime con tu mirada que tú ya no me dejas,
que estás siempre conmigo
cuando los potros de la noche oímos cabalgar.

Y tú estarás aquí.
No viviré en cada atardecer mi escape
ni ahogará entonces las sombras mi cantar.
Estás aquí, realidad y mujer,
y eres en la penumbra
el sosiego anhelado,
el faro vislumbrado,
el ancla suspensa entre la luz.

Ínsula

Ay, many flowering isles lie
in the waters of wide agony
Shelley

Mujer mía:
quiero que tú y yo limitemos
a una isla,
unidas, nuestras dos vidas
para descubrir las razones
de Dios
dentro de sus confines,
para cantar nuestra pasión
en cada cresta
del limpio oleaje matutino
y dejar en cada promontorio
la huella de una caricia apresurada.
Para que nuestro amor
tenga en el mar una muralla
contra los hombres,
contra todos sus odios,
y su envidia.

Quiero que conozcas
y llegues a hacer tuyas
las cosas básicas,
de todo adorno limpias
y de toda doblez ya cercenadas:
el mar, la tierra, el hambre,
el sexo, la muerte y el dolor.
Yo sé que siempre has vivido
en la penumbra de las grandes ciudades,
pero tienes el corazón lleno de espigas
y colmadas tus venas
de una ansiedad bucólica.
Quiero que te enseñen
su canto los alisios
y que te enamores del mar.
Quiero que dejes a un lado las sandalias,
que tus pies desnudos a toda hora sientan
el roce de la tierra,
el latigazo de los guijarros ocultos en la playa,
la caricia empalagosa de las algas
escapadas del mar a las arenas.

Te haré conocer todo lo que es el agua:
el agua masculina del mar,
violando escollos.
El agua que deforma el litoral
con su tenaz abrazo.
Agua feraz flotante,
salpicada de flora, de residuos.
Agua toda mar, toda sal, toda crustáceo.
También conocerás, como tu única doncella,
el agua hembra de los arroyuelos
y en su mirada contemplarás tu rostro,
junto a su fondo mismo,
y sentirás su confidencia de silencio.
También hay agua que brotará
del manantial de tus ojos,
bajo la leve insurrección de tus pestañas,
cuando sientas que los límites de tu cuerpo
no pueden sujetar ya todo tu amor
y quieras explotar como una fuente,
de agua también,
y de agua arrolladora.
En la soledad; al acercarse mi presencia,
percibirás el terciopelo del agua miel
que dilata tus pétalos completos.
Y, después, la catarata de las aguas madres
al romper tus contornos la huida de mi hijo.

Aprenderemos la lengua vegetal
para olvidar la zozobra del idioma de los hombres.

Lanzaremos voces a los manglares
para hablar con las lianas en su fuga,
enterneciéndonos ante el senil ronquido
de los ancianos de la selva,
zapados por el abrazo de orquídeas concubinas.
No tendrán entonces, en el alba,
secreto alguno el tamboril discurso
de hongos parlanchines,
ni nos será extraño el quejido angustioso
del árbol de la cera al fustigarlo el vendaval.

Nos alimentaremos de las cosas del mar,
de los frutos moluscos que hierven en la arena,
y exprimiremos el jugo de las palmas
para acosar la sed y endulzar las veladas.
De luz y mar embriagaremos nuestros días,
en duales festivales dionisíacos,
respirando esencial libertad,
libertad libre de toda angustia,
de la civilización ya para siempre separada.
‘Éste es el universo’, te diré
mostrándote un grano de arena.
En sus contornos de lechosa perla
verás el reflejo de movimientos cósmicos,
conocerás las nebulosas que en voluta se escapan
y aprisionarás en tu mirada
el lento paso de las constelaciones.
‘Ésta es la vida plena’, te diré
enseñándote una hoja de higuera.
En los capilares donde corre la savia, juguetona,
mezclándose con el obsequio del sol,
observarás la maravilla de lo eterno
y en sus distintos verdes fondearás en la laguna
de la vida,
anclada al recio atolón
de Dios.

En esa isla quiero que tú y yo,
en esencial conjugación,
asistamos al paso imperceptible de los días,
en mezcla de azul, miel, cielo, agua y arena,
hasta que surja, también del mar,
la muerte,
que habrá de ser un cómplice en la huida.

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¡A RECLAMAR AL MAESTRO ARMERO! [Mi poema]
Luis Felipe Vivanco [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

El día en que mis versos desparrame,
al viento de las dudas dé un rodeo
y deje de creer en lo que veo
y dé gritos a dios y al cielo clame.

El día en que la leche se derrame
y deje al fin de ver en lo que creo,
y entienda que el futuro está muy feo
o llegue un nuevo dios y me programe.

La manta habré de echarme sobre el hombro
guardando en mi zurrón para el camino
los sueños y el aceite, el pan y el vino,
tirando cachivaches al escombro.

Ligero, cual Machado, de equipaje
diciendo a algún deudor, si es que lo hubiera,
¡recoja, aquí le dejo mi cartera,
lo siento, eso es lo que hay!, me voy de viaje.

Mas sepan que en las cosas del dinero,
así que mi legado no convenza,
mi cara por deber ya no avergüenza,
si quieren reclamar: Maestro Armero*.
©donaciano bueno

#A cuesta con las excusas Share on X

*El origen de esta frase se remonta a 1703, cuando Felipe V creó el cargo de maestro armero. En aquella época empezó a utilizarse el fusil sustituyendo a las picas como arma de infantería, el maestro armero era la figura militar dedicada a las reparaciones y mantenimiento que el armamento requería y era a él a quienes debían dirigirse los soldados cuando algún arma presentaba algún problema.

MI POETA SUGERIDOLuis Felipe Vivanco

Balada del camino

He tardado mucho en llegar.
Día tras día iban mis pasos comprendiendo el camino,
unas veces me alejaba de Dios, y otras me acercaba más a él;
a veces me besaban unos labios, y a veces los sentía
muy lejanos de mí y casi muertos en la noche.

He caminado con las estaciones del año,
con los ríos silenciosos y con las estrellas;
he caminado con la tierra de trigo
y con el viento triste de las calles abandonadas
que agitaba sus alas en mi espíritu.

He tardado mucho tiempo en llegar
y muchas ilusiones perdidas como flores de almendro
a largo del sueño mantenido en las horas entreabiertas de estudio.
He tardado muchos días inolvidables,
a veces al borde de un arroyo, a veces al borde de la música,
sintiendo el corazón viajero como las nubes
y la mano dispuesta para apretar el silencio de otra mano.

He caminado la tierra más desnuda,
y los días más claros y más hermosos,
y las noches más altas y transparentes,
a solas con la llanura y con el cielo,
sin desear otra hermosura sino el nombre sereno del Señor,
mientras su voz amiga consolaba mi humana permanencia.

He tardado en llegar, pero no estoy al fin de mi camino.
El tiempo se desnuda de sus galas antiguas en la madurez del corazón,
y quedan sus horas ofrecidas en carne limpia.
He llegado por fin, y está el hogar encendido,
esperando la mirada más lenta de mis ojos,
la mirada que no termine nunca
mientras los árboles renuevan su belleza inmortal y pasajera.

Ya no quiero ser más de lo que soy
porque la luz y la sombra sienten la gratitud nacida de mi palabra,
y el canto que afirmaba mi presencia ideal entre los hombres
desmaya suavemente como si sólo fuera posible la piedad.
De «Baladas interiores» 1941

Cansado de palabras

A Camilo José Celá

Cansado de palabras (y también de silencios).
Cansado de evidencias (y también de misterios).
Tu horizonte está lejos, y en él cada simiente
viva, cada minuto sensible de distancias.

¡Qué bien estás, Señor, alrededor de cada pueblo!
Tú, ¡qué bien! , ¡Y qué bien yo, si una tarde nos une
con rojas arenarias y botones azules,
y una yunta, y un perro que ladra, y algún pájaro!
¡Qué bien se está, Señor, con distancias de campo pujanza
y colores activos levemente ondulando!
¡Qué bien se está, Señor, y qué poco hace falta!
(Las casas, tan pegadas a la tierra, y la entrega, tan alta.)

Cansado de ser otro (tal vez de ser yo mismo),
me entregaré a las cosas que no ambiciona nadie
para ignorar con ellas, libre de otros dominios.
Sólo tuya, Señor, la realidad del mundo
(y la palabra viva que se acerca y reduce
su exceso de conciencia para ser algo tuyo).

Cansado de lecciones (y de imaginaciones),
quiero andar por la vía del tren, por el paisaje
que se opone a los sitios pintorescos, se aleja
del pueblo sin más bienes que su cielo y su fuerza.
Allí he crecido en años de secreto abandono
que fueron las raíces de un ramaje sonoro.
Y allí Tú te abandonas a tu mejor pobreza.
De «El descampado» 1957

Canto de resurrección

Hoy quiero cantar mi amor sobre todas las cosas
y que mi voz llegue a tu oído con su tristeza verdadera
Hoy quiero decirte lo que soy, para que tú comprendas
la soledad del hombre.

Quiero huir de todas mis palabras antiguas, para volar a ellas.
A través del mar, y de las montañas, y de los días de
ilusión y de encendimiento,
a través del sueño, y del pensamiento, y de los amigos verdaderos,
a través de todo te amo y te llevo en mi corazón con
una llama purísima ensalzada.

Quiero cantar mi amor sobre todas las cosas
porque llevo dentro de mí el dolor de todo lo que he callado
en tu presencia!

Y hoy, Viernes Santo, con los altares desnudos, como torres sin campanas,
con el cuerpo blanco de Cristo muerto y la soledad de María,
con el corazón fortalecido por ese dolor que procede de la esperanza,
hoy quiero que mi voz ahonde en su propia miseria de criatura.
Quiero cantar mi amor con el recuerdo de tu nombre.

Tú sabes que la mano de Dios es un consuelo y que no se puede pedir otro.
Tú sabes que la raíz del hombre está en su clara voluntad divina.
Y yo quiero que la prueba más alta de mi fe preceda a mi canto:
¡Señor, hágase tu Voluntad y no la mía!

En el silencio de la tierra y en el silencio de los cielos
una dulce flor ha nacido para mi locura.
Todo calla, y mi alma aspira el aroma de su viva presencia sensible.
La distancia, y el silencio, y el misterio se encienden,
para que su hermosura se aposente en mis ojos.
Nuestras palabras se juntan en el aire sereno,
nuestros labios se sienten humildes como capullos entreabiertos.
Tú estás a mi lado, y yo siento el principio de tu confianza.
Tú eres una mujer que derramas el llanto sobre el paisaje,
atraes a tu cintura flexible el fino resplandor de la lejanía.
Y yo soy un hombre que estoy a tu lado,
y pierdo tus sonrisas porque estoy soñando contigo.

Yo me levanto en mí con el nombre del Señor en mis labios,
decidido a estar siempre como al alcance de su voz humana.

Tú eres una criatura nada más, pero tengo fe en ti.
Yo te veo desde la altura de mis días y desde mis ensueños terminados.
Yo quiero levantar sencillamente tu alegría para después residir en ella,
pero pierdo mis ilusiones con la misma ternura, con el mismo
temblor en el alma.
Ya que no tu alegría levantada por mí, aquí están el temblor y la ternura.
Ya que no tus ojos profundos acariciando mi vida,
aquí está mi voluntad que todo puede quererlo.

¡Mi amor sobre todas las cosas!
Mi amor en las palabras para hablar lentamente contigo,
mi amor en las miradas para ver contigo los árboles y en
ellos la primavera y el otoño,
mi amor en los libros para envolver tu juventud con sus páginas preferidas,
mi amor en las penas para sufrir contigo como dos niños solos,
mi amor en la alegría para ser a tu lado la encarnación del sueño.

Frente a ti he llegado al límite de mí mismo.
Me conozco en mi oscuridad, me conozco en la pura intensidad de mi anhelo.
Todo está consumado en mis ojos y en mi sangre.
Tú estás sola, presidiendo el sereno dolor que reina en mi locura.
Tú estás en mí como amor: amor preciso, loco, verdadero, triste y desierto.
Mi amor es un desierto que busca su horizonte sencillo
en tu débil voluntad silenciosa.
Mi amor nada te pide, pero atiende al silencio de tu sombra profunda.

Tú profunda, tú incierta y misteriosa.
¿Dónde está nuestra alegría? ¿Dónde está nuestra dicha?
¿Dónde está nuestro gozo?
Mi alegría y mi gozo están en mis ojos cuando te miran y te ven cercana,
y descubren tu abierta intimidad, como la lumbre excelsa de los cielos.

Mañana será día de gloria y de resurrección.
¡Que mi amor resucite en tu pecho dulcísimo!
¡Que tus ojos me miren, renovando la gloria de otros días azules!
¡Mañana, con el aire engalanado! Pero no he de decir siempre: mañana.
¡Que la esperanza se cumpla en la alegría!
¡Que la gloria descienda al corazón!
Un cuerpo luminoso sube a los cielos.
Los hombres estamos obligados a la sangre más alta.
Todo nuestro misterio reside en la luz.
Oh amor, somos criaturas y la luz nos ensalza!
Yo siempre me sentiré unido a ti en la luz!
¡Por encima del aire y del silencio mi amor solo en la luz resucitada!
Mi amor que eres tú, y tu nombre pequeño, preferido en mis labios.
Y tú también llevas la luz en tus ojos, la claridad más sola, el misterio
la gracia de la esposa,
la obediencia en la luz, la mano del Señor, el consuelo perfecto
de su voz humana.

Hoy quiero cantar mi amor que eres tú, y mañana serás
toda la luz del cielo!

El descampado

A Dámaso Alonso

Tú estás en ese taxi parado, sí, eres Tú
-un bulto en el crepúsculo- junto al bordillo blanco
donde se acaba el campo de enfrente o descampado.
Lo sé, aunque no te he visto (y aunque dentro del taxi
no hay nadie). Está lloviendo con fuerza. Está empezando
a oler en la ciudad a campo de muy lejos…
Y tú estás en el taxi como en una capilla
que fuera entre las hazas ermita solitaria.
(Lo sé, porque esos trigos que se iluminan, lejos…,
y ese río parado, con sus aguas crecidas
de pronto…) Llueve fuerte y estás dentro del taxi
(tal vez junto a ese chofer fatigado al volante).
Sé que dentro del taxi no hay nadie, pero huele
a lluvia de muy lejos. Suena esa lluvia. Y pienso
sin ganas: ser poeta, suspender en el aire
laborioso de un día y otro día unas pocas
palabras necesarias, y quitarse de en medio.
Porque uno -su difícil vivir- ya no hace falta
si quedan las palabras. Ser poeta: orientarse,
como esa luz dudosa cruzando el descampado
y en vez de una existencia brillante, tener alma.
Por eso, algo me quito de en medio: estoy viviendo
como un taxi parado junto al bordillo blanco
(y hay un cerco de alegres sonrisas y de manos
fieles a sus celestes contactos en la sombra).
Porque Tú, el más activo -y el más ocioso- estabas
aquí, junto al farol de luz verde en la noche.
Tú, sin libros; Tú, libre con brazos, con miradas,
estabas sin testigos y medías -ocioso-
mis pasos por mi cuarto (donde caben mis años).
Y los trigos en éxtasis de Castilla la Vieja,
los ríos llameantes con sus aguas crecidas,
seguían a lo lejos relevándote (mientras
detrás de mis cristales aparece el retraso
de ese barro, esos charcos del ancho descampado,
¡yo también descampado, desterrado del campo!)
De «El descampado» 1957

El otoño

1. No le nombramos nunca.

No hace falta nombrarle
cuando avanza el otoño:
sus grandes nubes bajas,
sus cielos y horizontes
húmedos, en tardanza
labradora, los plátanos
cobrizos de las calles,
los charcos en el suelo
y las mal trajeadas
mujeres del tranvía.

No hace falta nombrarle.
Aunque el campo esté lejos,
sus grandes nubes bajas
nos traen los paisajes
anchos, vividos, nuestros,
nuestra diaria vereda
de aislamiento amoroso.
Rocas de musgo y alba
junto al crecido arroyo.
Encinares quebrándose
mansamente hacia el río.
Los negrillos. Los finos
dibujos de los surcos.
La tapia y los frutales
del huerto, donde flota
matinal en la niebla
la oración de las monjas.
Los trenes y sus largos
silbidos.
No hace falta
nombrarle. Está en el mundo.

2. Sabemos que está aquí, dorando las distancias
mirando, caminando su cosecha, dejándola
bien crecida y andada: olas constantes
sobre un rumor de antiguas letanías.

Sabemos que está aquí, donde todas las fechas
tienen pausa de islotes
que escuchan, apagados, la espuma del naufragio,
donde todas las fechas tienen algo
de esa barca sin remos, tan lejos de la orilla…

Sabemos que está aquí, donde todos los rostros
mezclan lentas arrugas,
donde los brazos, sueltos, se apartan de sus cuerpos,
donde ya no hay miradas, ni mejillas, ni labios,
sino un rescoldo gris de noviembre, enfriándose.

3. Sabemos de aquel carro
que ha volcado en la noche,
de aquel monte y sus rojas
hogueras de pastores,
del color de la tierra
con disparos de otoño,
del frío y la humedad, cuando la tarde
moja su cuerpo herido entre los tallos
del mimbreral.
Sabemos
de las jaras ahumadas
y las manos del guarda
que, una vez destripados
los conejos, se ausentan
patriarcales y encienden,
ahuecadas, su negro
cigarro, sin nombrarle.)

4. Aunque el campo esté lejos,
amor es fuego. El fuego
se enciende por las tardes,
dura toda la noche.
El fuego son imágenes,
silenciosos viajes…

Desde la lluvia oblicua de la acera
miramos las estampas
y pasamos las páginas
del fuego solitario:
sus llamas interiores.

Prontos obedeceres:
las luces que se encienden
en las calles estrechas,
y en los pisos cerrados
las fugas en los juegos
de los niños que han vuelto del colegio.

5. Se alargan los crepúsculos,
los senderos, el viento.
No hace falta nombrarle.
Por un lado, aprendemos
a olvidar, y por otro
somos como los niños
aunque tanta experiencia
sin querer nos ha hecho
un poco menos tristes ).

No estamos embriagados.
(Debiéramos estarlo?)
No decimos blasfemias.
(Debiéramos decirlas ?)
Y la Muerte? Su heroica
figura nos convence,
nos lleva de la mano…
pero sabemos poco
de morir, y salimos
de las estrellas falsas.

Dentro, había una sombra
buena, había una esposa
y un hijo que se espera
tal vez, y se le espera
dibujando, cosiendo,
cuando avanza el otoño.
No hace falta nombrarle
tampoco.
Envejecemos,
somos como los niños:
los niños solitarios
viajando junto al fuego
tardes, noches enteras
de amor envejecido.
(Y morir es lo último
de todo.)

Estamos vivos
locamente abrazados
en la vida y el sueño
(aunque haya tanta muerte
contagiosa en el mundo.)
De «Continuación de la vida» 1949

El invierno

1. Día de nieve blanda.
Las cortinas echadas.
(Verdes, rojas, sus franjas.)
Una firma al brasero.
Un vaso con violetas.
Y tú, enfrente.

(Una copa
de coñac, ya vacía.)
Tú, enfrente.
El cenicero
de plata. Ángeles músicos.
¡Qué alegre Frá Angélico!
¡Qué agreste Zabaleta
y su clara acuarela
que es una puerta abierta
al campo, con lejanas
colinas soleadas,
nada más!
El retrato
de tu hermana que ha muerto.
(Su marco isabelino
que se ahonda. )
Recuerdo
el camino, con lluvia,
del cementerio. Cruza
la negra carretera.
Y es más noble pisar
la tierra que el asfalto.)
La flor de la algarroba,
azulina. ¿Recuerdas
los brillos de la avena?
Está el pueblo encharcado
con bombillitas tristes,
ya en la noche.
Ha llegado
el auto. Los viajeros
que bajan; ropas húmedas
zapatos con barro.

2. Un vaso con violetas
sobre el mantel bordado
por ti cuando eras novia.
su canto gregoriano.
Sus músicos (sus pliegues
románicos ), tañendo
vetustos instrumentos:
El laúd, la vihuela
de arco, los albogues
el órgano de mano.
Hay pájaros con arpas
y panderos, y un árbol
estilizado.
(Nieva,
y han pasado dos años.)

Recuerdo aquel proyecto
de Aduana para el puerto
de Vigo. (Entre la lluvia
los picos de las Cíes,
donde en verano incuban
las gaviotas.) Todo
muy reducido a ejes,
muy bien resuelto (pero,
puse amor a Galicia,
temblor suyo ignorante,
en patios y tejados).

3. Los libros.
Y la niña
que se impacienta, y quiere
cogerlos.
(Son autores
ingleses, italianos.)

La niña, en su cercado
de barrotes azules,
malhumorada.
-Pronto,
ven, pajarito, y llévate
a esta niña!
La niña
se tira al suelo, esconde
la cabeza.
Y el pájaro
es el de nuestra lámpara
de artesanía.
(Libros
franceses, alemanes.)

Junto a La Galatea,
un Racine, un Verlaine,
un Antonio Machado.
Y Francis Jammes, desde
Le poete et sa femme
o Le poète rustique
su Almanaque, con
las flores, las legumbres,
los paisajes del año.
Y Mireya (o Mireio,
en provenzal), ¡qué diáfano
en sus quietas estrofas
todo lo no romántico!

4. Las cosas
Y la casa
cerrada. ( Clavar clavos
para colgar los cuadros.)
Tener casa. Tener
para siempre una esposa.
Y quererla.
Mirarla
con ojos que recobran
la ignorancia, queriéndola
sin hablar, acercándome,
coincidiendo con ella
en la misma sonrisa.

Estar siempre tan cerca,
y sentir que se aleja!
y ser malo, a sabiendas-,
y ser bueno.
Y quererla.

Los días y las horas
frente al limpio, sensible,
matizado horizonte
y llanura manchega.

Vida nuestra. ¡Tan nuestra
y tan mía! (Mirarla
sin hablar, comprendiéndola.)

¡Señor, ya no hace falta
la muerte! (Antes, me hacía
mucha falta su inédita
mitad.)

La nieve, fuera,
derritiéndose, blanda.
Los caminos, los chopos
de inverno…
Pero crecen
la niña y nuestra casa.

5. Recuerdos de esto mismo.
Ensueños verdaderos
de esto mismo.

Es el faro.
Pasan, blancas, sus ráfagas,
sobre las olas altas
del mar de Corrubedo.

Las oímos. Queremos
salir a verlas. Llueve
sobre el mar y la costa
de naufragios: los campos
de maíz y las dunas
solitarias (kilómetros
de arena golpeada
por el mar).

A la espalda
se han quedado los pueblos,
los prados, los cruceros
de piedra gris, los setos
de laureles, los muelles
del pescado.

El farero,
posa, grueso, su dedo
sobre el renglón cargado
tal vez de cervantinas
donosuras.

Y el faro
sigue, inmóvil, girando,
escrutando los lejos
brumosos del mar negro,
donde brota este viento
y estas gotas de lluvia
menudita en la cara
dejan de ser saladas.

6. Monte bajo. Carrascas.
las urracas. Las jaras.
Las colmenas. La curva
del camino -su débil
blancura- con el pino
grande. El guarda y su perro,
tan tiñoso, tan tierno!

Crepúsculo en el pino,
ya empieza a moverse
la luna entre las zarzas
de los escarpes, entre
los leños del vivero
junto al río.

Hace húmedo
pero sube el espacio
de la noche.
La casa
como una lucecita
celeste en la distancia.

(Luz de velas. Las sombras
tiemblan en las paredes,
se agrandan, se deforman…)

Los pájaros nocturnos
que silban lejos, cerca.
Los sapos, más sutiles
cantores que los pájaros.

Y Bach, desde el piano,
aislando aún más la casa
en el monte y la noche.
(Piso el verde relente
de la trocha, acercándome…)

7. Las horas. Sus pisadas
huecas. ¿En qué desierta
plazuela, o callejuela
sin ruidos, nuestra casa?
¿En qué fecha de un tiempo
no vivido?
(¿Y la niña
que empezaba a tener
dialecto propio, intrépidas,
venideras palabras?)

Nuestra casa -y la niña-
perdida.
Y yo buscándola
sobre el mapa.
Buscando
por el mar y sus playas,
por las faldas quebradas
de los montes, los pueblos
y las viejas ciudades,
(tan ceñidas de huertas,
de murallas, de árboles,
tan pausadas y anónimas
como los pueblos, aunque
un poquito más grandes).

Buscando, no alejados,
quiméricos oasis,
sino estas mismas aguas
regadoras y alegres
que tengo aquí: su pelo,
sus mejillas, su frente…

8. Un pueblo y su espigado
campanario entre pardos
camellones que empiezan
a verdear.
¡Sus cuestas
hacia el río!: agua turbia,
terrosa, turbulenta.
Y un repecho florido
tan indefenso en esta
quietud).
Sol de las cinco
de la tarde. Collejas
con sus flores colgantes,
y espiguillas curvándose.

Sobre el color violento
de los cerros cercanos,
la suavidad violenta
de la sierra.
Cruzado
ya el puente, entre los cerros
y la sierra, que ahueca
sus faldas, y se hace
de bulto, ¿en qué apartada
cañada, nuestra casa?

¿En qué hocina furtiva,
creciendo, entre las coles
azules y los lirios
morados, nuestra niña?
O, todavía un poco
más lejos, ¿en qué valle
serrano sube un humo
tranquilo entre los troncos
rojizos de los pinos ?

9. No hay prisa.
Y hace rato
que no hablamos.
(Sabemos
que está bien. Sonreímos.)

Verdes, rojas las franjas
de la cortina. Invierno.
Ya no hay ninguna prisa.
Ya cantarán los pájaros.
Ya se abrirán las lilas
y las rosas. La niña
romperá a hablar.
Despacio,
va pasando el invierno.

Estoy solo. (El cuadrado
corralillo, vacío.)
«Radio», floja, lejana:
A través de tabiques,
la voz de un hombre hablando,
dando noticias. (Siempre
noticias.)
La butaca
sin ella.
Me han dejado

(Están los juguetes
todos por el suelo,
el libro abierto, sobre
la camilla. )
Hay violetas.
Y el locutor que sigue,
terco, dando noticias
que no escucho.
Despacio,
con su nieve, el invierno,
con el sol de los viejos.

Y ser viejo: haber vivido
más acá de los hechos. )

10. Épica de los días
señalados, y lírica
de los días diarios.
Como en esos rincones
transparentes de esquilas,
apenas vislumbrados
y los últimos cantos
guerreros de la Eneida.)

Los trabajos secretos
en los días. Las obras
que brotan, diariamente,
de la actitud. (Los hechos
que son independientes
de nosotros.)
La niña
-su manecita- pega
en el tabique. Y sigue
desfilando el invierno.

Pasa y no pasa.
Crece,
y no crece, la niña.

Y envejezco. Envejece
nuestro amor: labios húmedos,
empañadas miradas
de amor que se hace viejo
(más usado, más nuestro
por el tiempo).
¡Qué largos
años! ¡Bendito seas,
Señor nuestro, en el tiempo
y por el tiempo!
(Fuera,
la nieve de este invierno.)

11. Quererla así.
(Viviendo
lo que tengo.)
Y soñarla.
Soñar, así, su frente
clara, su pelo suelto,
sus pies que van descalzos
por los caminos…
(Blancos,
apretados senderos
de un sueño, que nos llevan
¿adónde? ¿En qué recodo
brota un dolor más hondo
que la muerte?)
Tres, cuatro,
diez, once, quince años
tendrá la niña.
Esbelta
de cuerpo, irá creciendo
por la casa.
Las monjas
la Madre Superiora! –
nos robarán sus horas
adictas de curiosa
colegiala.
¡Ojos míos
viejos, corazón mí0
viejo, cargado de años,
de mis años, mis obras,
de mis trabajos secretos
frente a este mismo plato
de plátano mezclado
con jugo de naranja
frente a este mismo ensueño
partido en el mapa)!
Nosotros dos (y ella
chiquitina). Nosotros
tres. (Su risa dormida.)

12. Duerme.
(Y nosotros dos
nos hemos ido al estreno.)

Duerme.
(Y hemos estado
pisando juntos.)
Duerme.

Nubes rápidas. Viento
que viene de los Gredos.
Cielo grande nocturno
y un gran lucero verde.

(Las fiestas, y su traje
de noche -y su belleza-,
mientras la niña duerme…)

De sobremesa, hablamos
tal vez. Poco. Y volvemos
a callar. Nos miramos
a los ojos.
Decimos
lo mismo.
Y nos queremos
hacia la primavera
y el verano, hacia el campo
y su olor despejado,
hacia el mar y sus barcos.
(Mientras la niña duerme.)

13. Duerme
Dentro de poco
dormiremos nosotros,
también.
¿Se habrá quedado
Dios en vela? ¿Sus ojos
seguirán recordando
-con el viento en los árboles
veraniegos- la estela
fugaz de nuestro barco?

En esta noche oscura
de cosas que se agrupan
sencillamente tuyas
en torno a nuestro abrazo,
no hace falta que veles,

Señor. (Y, sin embargo,
siempre será mejor
que te quedes despierto,
como un lucero grande
sobre el viento.)
Se hunde
fatigada en el sueño
la casa.
Nos acechan
peligros separados,
pero si estás Tú en vela
dormiremos más juntos
los tres, casi los cuatro.

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FRUSTRACIÓN [Mi poema]
Jacinto Verdaguer [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Resulta que yo no era un elegido
así que alguna vez tal lo pensara,
que el día en que nací no se parara
el mundo al conocer que había venido.

Resulta que soñaba en ser famoso
mostrándose la fama contrariada,
me diera en un renuncio una patada
subiéndome al teatro a hacer el oso.

Resulta que creía que era un santo
y muerto ya subiera a los altares
y ocurre que me está lloviendo a mares
debiendo de admitir no es para tanto.

Recuerdo que yo puse de mi parte
el arte, la ilusión y la mollera,
y vino la inconstancia puñetera
a hacerme sin piedad un lado aparte.

¿Por qué, me digan, yo no he sido nada
-admito estoy frustrado y desvalido-
y escaso a tanto esfuerzo he conseguido
borrego ser, no más, de una manada?
©donaciano bueno

#Creo nadie es lo que hubiera deseado, o no? Share on X

Desde que era pequeño mis padres, mis maestros… me decían, esfuérzate, chaval, estudia, trabaja para hacerte un hombre, para ser alguien en esta vida. Desde aquí les prometo que lo intenté aunque, por si me oyeran, y  para ser honesto, dudo que lo haya conseguido.

MI POETA SUGERIDOJacinto Verdaguer

A Barcelona (fragmentos)

Cuando te miro en la falda de Montjuïc sentada,
me parece verte en los brazos del gigantesco Alcides
que por proteger a la hija de su costado nacida
transformándose en sierra se hubiese quedado aquí.

Y al ver que siempre sacas rocas de sus montañas
para tu caserío, que crece cual árbol en sazón,
parece que le diga a las olas y al cielo y a las montañas:
¡Miradla; carne de mi carne, y ya tan mayor!

Para que tus naves, que vuelven con alas de golondrina,
hacia el Cap-del-Riu, a la sombra no vayan a encallar,
él levanta todas las noches un faro con su mano derecha
y por guiarlas entra andando en el mar.

El mar duerme a tus plantas besándolas cual vasalla
que escucha de tus labios el código de sus leyes;
y si dices «¡atrás!», hace sitio a tu muralla
como si Marquets y Llances aún fuesen sus reyes.

Al nacer amazona, de murallas te coronaste.
Mas pronto tu crecimiento rompió el estrecho
tres veces te lo ceñiste, tres veces 10 rompiste,
saltando por encima del recinto de piedra cual un león.

¿Por qué atarte los brazos con ese cinto de torres?
No cuadra a una matrona la faja de los niños;
es mejor que las derribes de un manotazo, y las borres.
¿Ciclópeas murallas quieres? Dios te las da mejores.

Dios te las da de una hilera de cimas que te coronan,
gigantes de la marina de los de montaña al pie,
de firmes de uno en otro las ásperas manos se dan,
formando a tus espaldas un nuevo Pirineo.

Con Montealegre encaja Nou-pins; con Finestrelles,
Olorde; con Collserola, Carmel y Guinardons;
los lechos de los ríos que siegan ese muro son las puertas;
Garraf, Sant Pere Martir y Mongat, los torreones.

El alto Tibidabo, roble que a sus plantones domina,
es la soberbia acrópolis que domina a la ciudad;
el agudo Montcada, un hierro de lanza gigantesca
que una estirpe de héroes allí clavada dejó.

Sean ellos los eternos términos de tus ensanches;
los ruinosos muros ofrécelos, a pedazos, al mar,
en donde de un puerto sin medida serán los anchos brazos
que puedan un bosque de naves aprisionar.

Como tú, devoran ribazos y campos, y se tornan pue
las alquerías que te rodean, ciudades los caseríos,
como niñas hacia sus madres corriendo a grandes
¿a dónde llevarán sus aguas los ríos, sino al mar?

Y creces y te derramas; cuando la planicie te falta
trepas por las laderas amoldándote a sus vertientes;
en todas las que te rodean un barrio tuyo se esparce
que, ola tras ola, hacia arriba tú vas empujando.

Gigantes que hacia la serranía hoy tus brazos
tiendes, cuando allí llegues mañana, ¿qué harás?
Harás como una inmensa hiedra que, abrigando las tierras,
sube a ceñir un árbol del bosque con cada brazo.

¿Ves extenderse a Poniente un prado de esmeralda?
Otro Nilo lo forma con sus arenas de oro,
donde, si no te basta la falda de Montjuic,
podrían ensancharse tus tiendas y tu corazón.

Aquellas verdes riberas floridas que dora el sol,
Sant Just Desvern, al que sombrean naranjos y pinos,
los bosques de Valldoreix, de Hebron y Valldaura,
tejen tu futura corona de jardines.

¿Y esa bandada de pueblos que viven en la costa?
Son ninfas catalanas que vienen a abrazarte,
blancas gaviotas que el viento del siglo acerca
para que con tus alas de águila las enseñes a volar.

Un día, La Murtra, la Verge del Port, la Bonanova
serán tus templos, si son ahora el nido de tus amores;
los Agudells, mudando en blanco su verde ropaje,
inclinarán sus te~tas para ser tus miradores.

Uncidos querrían besar tus pies con sus olas,
esclavos de tu grandeza, Besòs y Llobregat,
y ser de tus reductos avanzadas troneras
los pechos de Cataluña, Montseny y Montserrat.

Entonces, temiendo entonces que los quieras por cabecera,
volviendo los ojos a los Alpes, el Pirineo vecino
preguntará, secándose la blanca cabellera,
si el París del Sena aquí se trasplantó. (…)

-Adelante, ciudad de los Condes, de río a río extendida ya,
adelante, hasta donde tope tu nave con el Omnipotente;
te arrebataron la corona; mas no el mar;
del mar aún eres reina; tu cetro es un tridente.

El mar, un día de tu poder esclavo, te llama,
cual dos portones abriéndose Suez y Panamá:
cada uno con una India riente te invita,
con Asia, las Américas, la tierra y el océano.

No te arrebataron el mar, ni el llano ni la montaña
que se levanta a tu espalda como un manto,
ni ese cielo que un día fuera mi tienda de campaña,
ni ese sol que un día fuera faro de mi nave;

ni el genio, esa estrella que te guía, ni esas alas,
la industria y el arte, prendas de un bello porvenir,
ni ese dulce aroma de caridad que exhalas,
ni esa fe… ¡y un pueblo que cree no puede morir!

Aún tiene tu cielo todas sus fl0res diamantinas;
sus héroes tiene la patria, sus liras el amor;
aún Clemencia Isaura rosas y englantinas
da cada primavera como presente al trovador.

Tu espléndido presente de nuevos tiempos es aurora;
soñando hojea el libro del pasado;
trabaja, piensa, lucha, mas cree, aguarda y reza.
Quien levanta o hunde los pueblos es Dios, que los creó.
(Versión de José Batlló)

A mi Dios

Confitebor tibi in cithara, Deus,
Deus meus (Salmo XLII)

Por derramarme sobre la frente rosadas perlas
se mecen el pino y el madroño,
por mí trinan tórtolas y mirlos,
mas yo canto por vos.

Por vos que el canto pusisteis en mis labios,
la cítara en mis dedos,
y en mi vacío corazón la dulce fe de los abuelos
que el espíritu ensancha.

Llenarémelo de amor para dároslo,
lo veréis entero aquí;
harémelo huerto florecido para coronaros;
¿queréis más de mí?

¿Queréis que con vuestra Cruz haga la guerra,
la guerra del amor?
¿Que descalzo recorra toda la tierra,
buscándoos amadores?

¿Queréis gota a gota la sangre de mis venas?
¡A chorros os la daré!
¿Mis miembros uno a uno, más entretelas?
¡Todo yo me lo arrancaré!

Mis pensamientos, afectos y memoria
quitádmelos si queréis;
¿queréis que renuncie hasta a la Gloria?
¡Señor, no me la deis!

Mas, ay, no queráis tanto, dulcísimo Jesús;
de quien os ha sido traidor ,
cual un amable hijo amadisimo,
quered tan sólo el amor .

Quered que ensaye aquí los trinos
del ave del paraíso,
para hacéroslos luego más regalados
con sistro de oro feliz.

Quered que deje las mundanas rosas
por las de eterno aroma,
que ponga los pies sobre todas las cosas,
y a Vos sobre mi corazón.

Al Rey del cielo que a todos nos invita,
¿quién el corazón le negará?
A un Dios que ama con ese amor sin medida,
¿quién no lo querrá?

¡Quién fuese aire de abril, del llano y de la sierra
para juntaros el incienso!
¡Quién fuese torrente, para inundar la tierra
con vuestro amor inmenso!

Oh, si se pudiese en vuestro fuego arder,
no se diluiría tanto,
ni serían las grandezas polvo y ceniza
que el aire va aventando.

A vuestro aliento que omnipotente la lleva
latiría como un corazón,
ahriendo del vuestro a cada poco la puerta
sus latidos de amor.

Su dulce perfume, al subir a las nubes,
deshecho llovería como miel,
y el morir tan sólo sería volar
de un cielo a otro cielo.

Mas, ay, la tierra al canto de vuestra gloria
aún no se despierta, no;
pero cantemos; el idilio que aquí moría
ya halla en el cielo resonancia.

La cigarra en verano, ¡pobre cigarra!,
se afana cantando,
y yerta y colgada en los romeros de un ala
suele en invierno brillar.

Así, al ver alguien mi fosa cavada
no lejos de mi cuna,
dirá: «¡Pobre cigarra enamorada,
murió cantando al Sol!»
(Versión de José Batlló)

Don Jaime en San Jerónimo

Por ver bien a Cataluña,
Jaime primero de Aragón
sube al pico de San Jerónimo
a la salida del sol:
¡qué pedestal para la estatua!
¡Para el gigante, qué mirador!
Las águilas que anidaban
en la cumbre la hacen sitio;
sólo el cielo miraban ellas,
él mira a la tierra también;
¡qué grande y hermosa le parece,
amada de su corazón!
En su cielo tiene pájaros y ángeles,
en sus campos flores y verdor,
en sus cuadrillas la alegría,
en sus familias, amor,
guerreros en sus murallas,
veleros en sus puertos,
naves de paz y de guerra
ansiosas de emprender el vuelo.
Las olas besan sus plantas,
la estrella besa su frente
bajo un cielo de alas inmensas
que es su real pabellón.
En su trono de montañas
tiene el Pirineo por refugio,
por almohada verdes bosques,
por alfombra prados de flores
por donde juegan y se deslizan
torrentes y arroyuelos,
como por un campo de esmeraldas
anguilas de plata y oro.
Del Llobregat ve las orillas,
las vegas del Besos
que conoce por las arboledas
como las rosas por el olor.
Las villas a su alrededor
parecen rebaños de corderos
que, abrevando al atardecer,
aguardan la luz del nuevo día.
Llena le habla de Lérida
que el granero de Roma fue;
Albiol, de Tarragona,
tan antigua como el mundo;
Puigmal, de las dos Cerdañas,
como dos canastos de flores;
Montseny, de Vic y Gerona;
Albera, del Rosellón;
Cardona, de sus salinas;
Urgel, de sus mieses de oro;
Montjulc, de Barcelona,
a la que ama por encima de todo.
Mirando a Cataluña
se siente tomado el corazón.
«¿Qué puedo hacer por mi amada?»
se repite lleno de amor,
«si del cielo desea una estrella,
desde aquí se la alcanzo yo».
«No desea una estrella del cielo»,
le responde una dulce voz,
«la más bella que existía
le fue colocada en la frente.
Devolvedle a dos hermanas
que tomó el moro traidor,
una yendo a coger perlas
junto al mar de Montgó,
la otra nadando entre cisnes
cerca de donde volaba el buitre».
Volvió los ojos hacia Mallorca,
como un palomo la divisó,
nadando entre cielo yagua,
vestida con un rayo de sol;
a Valencia no la avistó,
mas sí los alcores
que del huerto de la sultana
son muralla y mirador.
Desenvaina la espada
y levanta el trueno de su voz:
«¿Hermanas de Cataluña
y aún llevan el yugo?
Rey moro que las tomaste,
a mis rodillas quiero verte.»
Si los moros lo avistasen,
las dejarían por miedo,
como dejaron a Cataluña
cuando, de Otger entre los leones,
Rolando les lanzó una maza
desde la cumbre del Canigó.
Cuando vuelve los ojos a la sierra,
busca a quien le respondió:
en la ermita más alta
tiene la Virgen un altar de oro,
nadie hay en la capilla
y ella tiene el labio abierto.
Poniendo a sus pies la espada,
cae en tierra de rodillas:
«A rescatar las cautivas,
María, conducidme vos:
A mi pecho daréis coraje,
a mi brazo, fuerza y brío,
y si al subir a la sierra
me llamaban rey hermoso,
cuando vuelva a visitaros
¡me llamarán el Conquistador!»
(Versión de José Batlló)

El canto materno

Postrado el padre en miserable lecho
está por espantosa y cruel dolencia;
cercano halla el final de su existencia
y sollozos exhala de su pecho.

Piensa que, bajo el hoy paterno techo,
mañana su familia, en la indigencia,
por siempre llorará su eterna ausencia,
de duelo horrible el corazón deshecho.

Allí, mientras se queja el infelice,
la dulce esposa canta, y él le dice:
-¿Cómo cantas, mujer, mientras me aflijo?

Muestra el niño que tiene entre los brazos,
y dice -con el alma hecha pedazos:-
-Canto… porque no llore nuestro hijo.
(Versión de Ots y Lleó)

El hundimiento

Entre rayos y olas destrozados hervían
de Calpe los jirones, que arrastraban detrás
los esquinados bloques que al cóncavo salían
a ver la luz del cielo que no vieron jamás.

Ante el fragor del caos se abisman nuevamente
sobre el sillar que siempre les sirvió de sostén
y en el antro siniestro de aquella mar rugiente,
truenan y se estremecen con hórrido vaivén.

La que tálamo fuera de Hespérides hermosas,
se hunde y sus picachos ruedan al valladar;
y exhala tristes ayes y voces angustiosas
cual hembra que, en mal parto, la vida va a dejar.

Al monte abren sepulcro las llanuras rajadas
lanzando resoplidos terribles al crujir;
ya no caen ciudades ni torres almenadas;
de un mundo en la agonía mortal es el gemir.

El Minhocao enorme que duerme en sus entrañas
al ver que así las rajan, ardiendo de furor,
sale entre los escombros de pueblos y montañas
y los monstruos marinos se ocultan con pavor.

Mas otros, el abismo escupe entre las rocas
que en el árbol que cruje tenían su nidal;
ogros y basiliscos de ennegrecidas bocas
y enormes sierpes boas de erizado dorsal.

Cual dique que se rompe, la tempestad revienta
en rayos fulgurantes y sierpes carmesí
y al paso de las olas que Atlántida sustenta,
sus raíces profundas arranca tras de sí.

Sobre su cuerpo danzan las iras del Eterno;
su frente y pecho aplastan la furias de Satán,
mientras hacia el abismo, los genios del Averno
cual gnomos contrahechos, la empujan con afán.

Y encima de los montes cual toros sin barrera,
el mar Mediterráneo las olas ve en la lid,
que con enormes rocas chocan en su carrera
y a empellones las tiran sin decirles: «Huid».

Del torbellino en alas pelea el mar helado
con islas, continentes y hielos en montón,
que en lajas los arroja del uno al otro lado
seguido por las naves, las fieras y el ciclón.

A lo lejos, la Atlántida en su tálamo echada,
con la voz de poniente responde al ronco mar;
y para abrir la presa de su sierra encrestada,
enormes moles de agua le arroja sin parar.

El muro de peñascos cae con estruendo
como a las duras hachas el roble secular;
y ruedan las almenas a su fragor tremendo
mientras se desmorona su asiento circular.

Se aterra; y sus escombros en alas de las Furias,
las olas levantiscas reciben en montón,
rellenando los llanos que hollaron mil centurias
y arrancando los montes que respetó el ciclón.

Chocaron; con sus aguas, sus aguas se juntaron
y al fragor de los rayos y del trueno al bramar,
con eternal abrazo la su amistad sellaron
entre flotantes selvas e islotes sin formar.

Cuando Dios rompa el mundo, así entre sus despojos
se verá al sol rodando cual despeñado alud,
buscando a tientas, ciego, sus resplandores rojos
y a la Parca a los muertos llamando en su ataúd.

Mas la voz del arcángel domina los rugidos
y le envía más furias, rayos y tempestad.
«¡Cerrad con ella polos del Norte y Sur unidos!,
¡fieras, a dentelladas su cuerpo destrozad!»

Y con el raudo azote de su rojiza espada
las hostiga, iracundo, chispeando al rasgar
y el reino derruido y la aldea incendiada
juntan sus fieras voces a las del ronco mar.
(Versión de Ots y Lleó)

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A UN AMOR ESQUIVO [Mi poema]
Emilio Adolfo Westphalen [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Amor, amor, amor no más me esquives,
amor, pasión, amor, yo aquí quisiera
hacerte de mis brazos prisionera,
suplico que me indiques donde vives.

Que pasa el tiempo, amor, y no me escribes,
mantienes en la duda y a la espera,
sabiendo ha de llegar la primavera,
burlando a mi dolor no le recibes.

Amor, amor, amor, ¿por que te fuiste
apenas sin besar ni dar la mano?,
quizás será mejor decir que huiste.

Mas debo confesar, intento vano,
que inútil ver será lo que no existe,
amor que nunca fuiste amor lozano.
©Donaciano bueno

Hay veces que las #apariencias #engañan? Share on X

MI POETA SUGERIDO: Emilio Adolfo Westphalen

Cuál es la risa leve cubierta de espuma…

Cuál es la risa leve cubierta de espuma
Que anuncia el amor
Cuál la túnica desvanecida que oculta
Los lentos puñales ciegos del amor
Cual el momento en el cual aparece indudable
Benévolo golpe de sangre sobre la arboleda
Y los trozos de un cuerpo en estado de putrefacción
Aún se hacen visibles sobre la muralla de mármol.

Del fuego viene y en él acaba toda música…

Del fuego viene y en él acaba toda música
No hay diferencia entre música en incendio.
Las columnas del sonido concluyen en llamas.
Borbotean en el fuego las músicas.
Un magma ardiente danza y se arrebata.
Descuartícenme al fuego de la música-
En rescoldos de música entiérrenme
La dulce y terrorífica música
retiempla aire y ánimo.

El mar en la ciudad

¿Es éste el mar que se arrastra por los campos,
Que rodea los muros y las torres,
Que levanta manos como olas
Para avistar de lejos su presa o su diosa?

¿Es éste el mar que tímida, amorosamente
Se pierde por callejas y plazuchas,
Que invade jardines y lame pies
Y labios de estatuas rotas, caídas?

No se oye otro rumor que el borboteo
Del agua deslizándose por sótanos
Y alcantarillas, llevando levemente
En peso hojas, pétalos, insectos.

¿Qué busca el mar en la ciudad desierta,
Abandonada aun por gatos y perros,
Acalladas todas sus fuentes,
Mudos los tenues campanarios?

La ronda inagotable prosigue,
El mar enarca el lomo y repite
Su canción, emisario de la vida
Devorando todo lo muerto y putrefacto.

El mar, el tierno mar, el mar de los orígenes,
Recomienza el trabajo viejo:
Limpiar los estragos del mundo,
Cubrirlo todo con una rosa dura y viva.

Poema

Tal vez nada
pueda compararse
a hacer el amor
en un lecho
de salsa de tomate,
si no es hacerlo en uno
de trozos menudos
de carne de res
recién sacrificada.

Ritual de arena

¿Cómo suenan los címbalos
los crótalos de huesos
el cuero humano del tamboril?
el concierto bulle y remueve
capas densas de corteza terrestre
desgaja estrellas fugitivas
mientras cielos arremolinados
se desgarran entre sí
al compás de soles descuartizados
en la danza renovadora de caos
Caos absorbente luz y tiniebla.

Salido de madre

¿Es cierto que ya no sabes
Adónde vas ni qué quieres?
Te zampas moscas racimos
Culebras de piel de rosa
Rimeros de miel silvestre.
Hierve el agua en tu garganta
Cascas lo que encuentras
Y nada te repleta.
Requintas apedreas desgarras
Has perdido compostura y camino.
Río -me dueles en los ojos y en el vientre.
¿Qué te haría la madre
Que así deliras y destruyes
Mi pueblo mi casa
Te llevas el borrico pardo
La palmera sin sombra
El cementerio completo?
¿Eres río sin madre
O mar recién parido
Estirándote lo más que dé
Tu hambre y tu codicia?
Río vuelve a ser río
No te quiero tan grande.

Se mece suavemente al viento…

Se mece suavemente al viento
La mujer que ha brotado blanca y desnuda
En la copa del ciprés
Con una pequeña corona de oro sobre la cabeza
Y encima de la corona un ojo de piedra verde
Que mira fijamente.

Un hombre se inclina sobre el cuerpo desnudo de una mujer…

Un hombre se inclina sobre el cuerpo desnudo de una mujer
Y lentamente extiende con la lengua sobre él
Un líquido rosado
El cuerpo queda todo húmedo brillante y encendido
Luego con los dientes hace aquí y allá
El signo el amor
Pequeños puntos blancos que adornan la piel oscura
La mujer cierra los ojos dilata las narices
A veces a pesar suyo un suspiro entreabre sus labios.

Una representación hermosa del amor…

Una representación hermosa del amor
Debería volver siempre sobre sí misma
Una y otra vez y otra vez
Y así indefinidamente
Deberían repetirse exactamente
Los mismos gestos
Los mismos movimientos
El mismo ruido de besos
Las mismas ondulaciones
De modo que la reproducción cinematográfica
Sumamente acelerada
De todos estos coitos sucesivos
En pequeños rectángulos situados
Encima de las mesas y sobre las paredes
Pudiera servir de instrumento regulador
De la marcha del tiempo
Y ser denominado
Reloj de amor.

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LA VIDA SIN ESQUINAS [Mi poema]
Álvaro Valverde [Poeta sugerido]New

MI POEMA…de medio pelo

 

Yo he tenido una vida con esquinas,
la existencia anda llena de desplantes.
Cual corona de Cristo las inquinas
van clavando a lo largo sus espinas
y dejando secuela en los instantes.

La vida es ese espacio entre dos puntos,
ninguno de los dos te pertenece,
algunas veces ambos vienen juntos,
se agregan nacimientos y difuntos,
y aquí todo es más corto que parece.

Mas ¿quien puede decir lo que es la vida?
La vida llena está de desazones,
no atiende a la verdad ni a las razones,
igual es que una niña consentida
que no sabe aceptar sus frustraciones.

La vida, ¡ay la vida!, la existencia
nos dicen que quien da, Él nos la quita,
nos llega con manual de resistencia,
y póliza en el viaje de asistencia
que incluso ya al nacer está suscrita.

La vida sin esquinas no sería
ni vida ni algo que se pareciera,
ni un tiempo que saltarse a la torera,
que es lance de un partido en que se pita,
del árbitro, el penalti cuando Él quiera.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Álvaro Valverde

La sombra fugitiva

Este viento tan cálido que recompone ahora
un verano tardío; la luz anaranjada
del cuarto y la penumbra
de los libros que aguardan
al lector del invierno.
Las breves y oscilantes líneas de sol
dispuestas, la desdichada espera
de quien cifró en la huida
la razón y el principio
y reconoce apenas que una ciudad le acecha
y ésta será la única.
Aquél que en la distancia quiso amar lo recóndito
y el tiempo le devuelve la certeza del sitio.
Aquél éste que ahora -ya decía-
se empeña, y recupera en vano
lo que nunca ha existido,
y en el viento que entra, cuando atardece, observa,
toma papel y escribe.
Yo mismo, el que contempla
el río entre las hojas, cierra la puerta y vuelve
a ocupar su costumbre.
Aquél al que le basta la sombra fugitiva,
el instante, esa efímera razón de permanencia.
De «Una oculta razón» 1991

Mecánica terrestre

Lo mismo que una imagen
recuerda a alguna análoga
y una sombra a la fresca
humedad de otra estancia
y un olor a una escena
cercana por remota
y esta ciudad a aquélla
habitable y distante,
así, cuando la tarde
se hace eterna y es julio
todo expresa una múltiple,
inasible presencia,
y el agua es más que el filtro
de lo que fluye y pasa
y la luz más que el velo
que ilumina las cosas
y el viento más que el nombre
de una oscura noticia.
De «Mecánica terrestre» 2002

Meditación en Londres

Escucho en la sumisa soledad de la tarde
el rumor de las sombras cuando llega la noche
y en la ventana, oblicua, la luz se ha detenido.

Lo que está al otro lado,
¿no son, acaso, idénticas visiones
de ciudades distintas
unidas por su sola sucesión en el tiempo?

Las ramas de Hyde Park que hoy oscurecen
la mesa donde escribo,
¿no son en su quietud las contempladas
algún lejano día que regresa?

Se dibuja un perfil, la vaga imagen
de un paisaje que agota su presencia
como demora de su ser inmóvil.

El caer de las hojas reconoce
su tránsito fugaz en la distancia
que separa la vida de su muerte.
De «Una oculta razón» 1991

Poema de amor

De verdad es ahora
cuando te reconozco.
Sólo a través del sueño
tus contornos son nítidos,
oigo clara tu voz,
recupero tus gestos
y tu lenta presencia
como el lento mecerse
de las aspas que giran
sobre nuestras cabezas.
Con la misma demora
con que tomas un baño
al final de la tarde.

Te conozco en la oscura razón
que sucede a la noche,
en la frágil frontera
de la luz, cuando el tiempo
es más real que nunca
o eso, acaso, parece.

A tu lado, aunque lejos,
tan en ti como ausente,
reconstruyo velado
tu otro rostro invisible,
el que en la edad dé forma
a la que en sueños eres.
De «A debida distancia» 1993

Sobre un tema romántico

Cada día visitaba la casa.
Las palabras dispuestas,
la estancia en la penumbra
de las horas más cómplices,
ambos sentados en el corazón de la noche
desvelando al unísono
la dudosa frontera de la luz y la sombra.
Fuera, el verano encendía la isla.
Los ecos llegaban apagados y oscuros
como nos llega aquello que sabemos cercano
y, además, conocemos.
Leíamos de nuevo -renovando aquel rito-
la vida imaginada que enfrentábamos juntos,
la común experiencia: nuestros viejos deseos,
las lecturas amadas, los paisajes que fueron
nuestra propia mirada,
lo que perteneciéndonos era revés y causa,
el final y el principio.
Vivir era más fácil parecía sencillo.
Nos bastaba sentir nuestra voz encendida
y la muda presencia de las altas estrellas.
Al alba, de regreso, cada cual conservaba
la secreta esperanza de iniciar nuevamente
el texto abandonado, el libro perseguido,
por siempre inalcanzable.
De «Una oculta razón» 1991

Trenes en la noche

Imagina dos trenes,
rodando en la alta noche,
que se cruzan de golpe,
camino cada cual de su destino.

En cualquier parte,
en medio de un empalme en ningún sitio,
por vías oxidadas, los vagones,
de pronto, se detienen.

Miras por el cristal y allí,
en lo negro,
se ilumina una cara justo enfrente.

De momento has pensado que es la tuya
reflejando tu insomnio y tu cansancio.
Es una sensación. Dura un instante.

Te fijas con cuidado en la ventana
y el rostro que se enciende al otro lado
es, sin duda, de otro.
De una oscura mujer, para más señas.
Es hermosa, te dices, mientras miras
sus ojos en los tuyos duplicados.

La escena es momentánea.
Tras un ruido metálico
y muy seco, el movimiento
empieza a separaros para siempre.

Ninguno de los dos hacéis ya nada
que impida lo que es inevitable.

Con el ruido del tren y el traqueteo
supones que pensabais en lo mismo:
que fue un vano espejismo,
que fue un sueño.

Una antigua certeza

La flama de la siesta socava las paredes
y agota en su fulgor esa mirada
de lo que siendo escapa a la razón. Preguntas
si habrá de sucedernos la edad en que perviva
todo lo que merece la presencia:
el rosal inflamado, las aguas repetidas
en ese único río que vive para siempre,
la rueda de molino de apariencia inmutable
y la casa erigida sobre una red de arena.
Acaso la respuesta esté en el arco
y su umbral desgastado,
en esa enredadera sometida a la forma,
en el denso dolor de este manso silencio.
Anticipa la tarde una antigua certeza
de la que sólo es cómplice la sombra:
el ocaso será la nueva aurora.
De «Una oculta razón» 1991

Una oculta razón

Miro la hiedra que a mi puerta muestra
la verde lluvia sucesiva y ciega;
traspaso un nuevo umbral, piso sus losas,
me sé en otro recinto que conozco.
Entro, y en la costumbre de la luz mis ojos
penetran el silencio, en vano se preguntan.
Se saben de paso, se contentan
con su pálida atmósfera, se funden
con el olor que el tiempo ha reposado
en sus estancias húmedas.
Su oscuridad se puebla de palabras
repetidas al ritmo de la asfixia,
entre alacenas y humo.

Esta casa es ahora mi morada,
el territorio inhóspito que aloja
las aguas placentarias
donde el canto construye
su forma hacia lo hondo.
Donde torna la rosa subterránea
(que urge material, que hermosa emerge)
en lengua poderosa.
Me interno en los rincones que rodean el patio.
Conservan sus enseres
la apariencia observada por los viejos objetos:
la urna, el astrolabio, la máscara, el espejo.
De su interior destilan la tensión que no dicen.

Compone su armonía una vasta intemperie,
un interior que oculta un dios oscuro.
Me encuentro a gusto entre su accidental presencia
de gastadas imágenes, de inscripciones caducas.
Lo que supuse, ellos, desvaídos asertan.
La penumbra de las cosas que habito
es el dulce lugar donde halla el asombro
la alta luz del encuentro,
la velada noticia de su origen más claro.

El cristal ha adoptado una distancia equívoca.
Lo que fui, lo que he sido, no lo sabe mi mano
(que desconoce el pulso de mi centro,
que yerra al calcular mi edad perfecta).
La mano desconoce el atributo
de quien alza y perece, se levanta,
y es hueco su cimiento, y es de aire.
¿Es derrota silencio?
Acaso este horizonte conocido
en el recuerdo de la Habana Vieja
sea la salvación, la piedra, el sueño.
Acaso ya mi nada.

En el blanco, la huella
que recorre el pasado,
la niebla de febrero sobre el lago
y la velocidad ajena
con que los coches cruzan sus orillas.
Sobre el papel los claros de un bosque
a las afueras
de una ciudad que ignoro,
la vegetal sabiduría de la sombra,
el oquedal solícito.
En estas letras, tinta del fondo de la noche.
El espacio se torna fragmentario, difuso.
He recogido restos de un discurso arrasado,
de un canto ya abolido.

Me detengo en el vidrio
que mi hálito empaña.
Súbitamente sopla el sirocco de Roma
(hace tanto. ..), la tarde (via Gesú e María)
en que quiso la muerte
aventar sus cenizas.
(La palabra nada es hermosa, dijiste.)
No acepta la costumbre la sombra que tuvimos:
es pura argucia el tiempo.

La mirada se fija en las llamas azules.
Ya nublada, se vence.
Es inútil saber dónde me encuentro.
¿Son acaso estas aguas un fiel eco del Tíber?

Ha cesado la lluvia: La ciudad ahora altera
la visión de su herrumbre.
De «Una oculta razón» 1991

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YO NO SOY QUIEN SOY [Mi poema]
Jordi Virallonga Eguren [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Yo no soy quien soy, nunca lo he sido,
nací para ser libre y soy esclavo,
viví colgando siempre de algún clavo,
haciendo siempre el tonto me he sentido,
y apenas reconozco si me lavo.

Intérprete no he sido de las flores,
seguir a los mejores no he sabido,
si quise despertar nunca he podido
hacerle caso omiso a los rencores,
y no encuentro razón de a qué he venido.

Espero quienes lean estos versos
entiendan que me encuentro contrariado,
no puedo comprender lo que ha pasado
que fueran los humanos tan perversos
pues nadie de mi sombra se ha apiadado.

Que vine un día a ver y yo no he visto
y vine para oír y no he escuchado,
presiento que haya estado anestesiado,
me dicen al hablar que soy muy listo,
que vaya a predicar hacia otro lado.

Me apresto a declarar que aquí renuncio,
renuncio a que me digan ser humano,
desprecio si me cogen de la mano
si, noble, esa palabra yo pronuncio
prefiero que la cambien por villano.
©donaciano bueno

Nadie es lo que hubiera querido ser, o si? Share on X

MI POETA SUGERIDO: Jordi Virallonga Eguren

Ejemplo

Se leyó a sí mismo
los versos que había escrito
y se negó, nunca más,
a recibirse.
Era un mal poeta,
pero un hombre extraordinario.

El centinela

Esperar, sufrir,
dar vueltas por la casa,
atender un regreso,
desear verdad y venganza,
cavar la bajeza.

Nada más puedo hacer
con todo esto que soy,
aun sabiendo que,
cuando tienes pavor,
la peor soledad
es la del centinela.

El delirio de Patrizia

Mira mis brazos, se cubren de neón,
abarcan la luz nocturna de los barrios y aeropuertos;
ese esparcimiento de órbitas tardas en peceras de cristal,
zona a zona,
planta a planta, la cometa de ascensores.

Mira mis ojos, todo lo ocupan
-más inmensos que el iris de la noche,
que la luz de la bahía resguardada de los puertos-,
derramados en la incógnita inicial del horizonte,
donde están los sueños todavía por crear.

Mira mi sexo,
mira su longitud cavernal
recibir la láctea dispersión de caminos boreales.
Mira mis piernas levantarse por encima de las patrias,
apuntalar la tierra, embovedar planetas,
también la lejanía ignorada,
de océano a océano,
piedra a piedra, el malecón de asfalto.

Mira mi huella pisar las calles,
sombrear la estela de los faros autónomos en los escaparates.
Mira mi pecho, imagina la nada impensable
y amnistía tu legítimo deseo.

Mira hombre mi ansiedad,
el húmedo filtro que atraviesa los cristales,
la perfecta distribución de las horas, las luces,
el sugestivo encaje de los vientos
y alza sobre mí
la dispuesta obscenidad de tu semblante.
Levántame los diciembres, el cristal vaporoso,
la línea suburbial donde acaba tu viaje.

No respondas al teléfono, es gerencia:
mira seis veces mi ropa,
acércame las sales, esa colonia agreste.

Déjame descansar y el mundo será nuestro,
también el baño de alto standing, estatura brutal,
y el dúplex de porcelana en que te espero.

Inocencia

No es el verdugo quien dicta ni atiende
los asuntos mundanos. Sólo hace su trabajo.
También el asesino que asesina,
la víctima que muere, los testigos
que atestiguan que sí, que no o quién sabe,
todos ellos, la gente que pasaba,
la prensa que pensaba, hacían su trabajo.

Mas no temáis. Ni ellos ni yo ni nadie
debemos responder ante la historia.
Si acaso el rey o dios, que son irresponsables,
paradigmas verbales del odio y de la gloria.

La razón de Mesalina

Amor y sexo van juntos,
sólo que uno se termina
mucho antes que el otro,
generalmente el amor,
de pura menopausia.

Los prácticos

Son divinos, simpáticos, flamantes,
polis sin sueldo, curas sin sotana,
simpáticos, escépticos con clase
que no beben ni fuman, se divorcian
o no, y se hacen ex de todo lo de antes;

pueden fletar deseos, no soñarlos,
infames que no pasan por infames,
porque la vida es dura y ellos son
aquellos que nos la hacen agradable.

Con los pies en la prensa, lo real,
de entre tanto indecente, inocentes,
patrimonios de la humanidad,
paganos bautizados, mas cristianos,
trajeados, polícromos, púbicos,
crianzas de agua, manzana y ensalada,
follandrines sin par de interés público,
profundan pensamientos, nuevas razas,
algo sobrio, sereno y muy profundo
que calman, con su calma de excesivas
realidades, el límite del mundo.

Errantes, bellos, nómadas de playa,
felices, fatigados laborables,
azules fascinantes, nobles de alma,
princesas sin principios pero llenas
de finales, princesas con principios
de grandes almacenes, sin fisuras;
son todos compañeros de camino,
son los héroes que esperan recompensa
pues la vida les debe un buen destino.
Ya no gritan Dios, Rey, Patria, Familia,
su coraje temático y garrido
es de naturaleza parecida
en todos ellos, seres competitivos,
pues son al fin y al cabo adversarios,
no mucho, hipotéticos amigos,
presuntamente amantes, padres, hijos,
continúan la especie, son como antes,
quizá mejores, oyen, hablan, dicen
y dicen, hablativos absolutos,
que toda opinión es respetable;
que una imagen vale más que mil palabras,
que ninguno está loco, está enfermo,
que todo tiene siempre un responsable
y siempre que no quede otro remedio.

También tienen minutos para sueños:
la paz, la tolerancia, el respeto;
eclécticos, modernos, no afamados,
no ansiosos, tolerantes, tan acordes:
respeto, no comparto pero imparto,-
me importo yo a mí conmigo porque
del mismo modo tú te a ti contigo
y ella le lo lará se sí consigo,
como es de suponer dentro de un orden,
o sea algo lógico y normal.

No se acuerdan ahora, pero saben,
no tienen opinión, pero la tienen,
no saben para qué, pero no paran.
¿Que quieren saber más? hacen gimnasia.
¿Que quieren trabajar? son consultores.
¿Que quieren aspirar? pues se autoaspiran,
y no juegan por ser los vencedores.

Arriesgarse es tirarse desde un puente,
subir ríos, bajar cimas, barrancos,
pantalones, correrse por teléfono,
nunca más ser pequeños, despreciados,
ni jóvenes ni viejos ni burgueses,
correctos, coherentes y equipados;
no feos, no chillones laborantes,
no imprescindibles, pero, desde luego,
irrepetibles sí, inimitables,
superinsuperables, sublimados,
sólo que con recato y compostura:
risas cortas, la cena y al teatro,
los amigos, dos copas con mesura,
luego al sofá de casa elucubrando:
sábado sabadete, i buena está
hoy mi señora, ya era hora, jodamos
sin perder demasiado la cabeza,
con los pies en el suelo y por detrás!

Intachables, maduros, parecidos,
aparentes, que compran mil fascículos
para arreglar enchufes, muebles viejos,
terminar con la gota de los grifos,
enseñar a sus hijos, comprenderlos,
prevenir lo interrupto, y por antojo,
el parto inesperado o el forúnculo
informático que tienen en el culo
(hacendosos, correctos, con sus ojos
rojos, los tres, buscando una salida)
de tanto estar sentados viendo el mundo.
Así que ya no hay que aprender la vida,
la compran comprendida en los quioscos.

En fin, que así es la vida y suenen los timbales,
con curas comunistas, demócratas tribales,
soldados pacifistas, personas reciclables,
fascistas abortistas, tiranos liberales,
café sin cafeína, agentes muy amables,
saciables muy promiscuas, ninfómanas vestales,
artistas de revista, amantes deplorables,
católicos budistas, pero no practicantes,
geniales futbolistas, azar justificable
y pías que repían y bombas que no maten
y nacen muchas niñas a morirse de hambre…

y en fin, que así es la vida, damas y caballeros,
no es verdad ni mentira,
tampoco del color con que la miran
ni la miro; tal témporas, tal mores,
tal culo así las témporas, morimos
por muy buenas razones.

Metafísica

Perdurará el vuelo, no las aves,
el fuego sin la guerra, la tierra
junto al agua, sin bien y sin maldad.

Las ideas cambiaron las calles, no el aire,
son una persiana flotando en el mar.
Lo que es, quieras o no, es lo que te espera.

Sobre la gloria

Habían de luchar hasta la muerte
y muchos la querían. Incendiaron
templos y bibliotecas y llenaron
valles, sentinas, plazas, de cadáveres.
Buscaban el prestigio y obtuvieron,
sólo algunos, anónimos honores
esparcidos a trozos en museos.

Poeta que persigues recompensas,
niega si puedes que en este lugar,
lejano de tertulias y congresos,
donde vienen los niños a fumar
y a mearse en capiteles y botellas,
se entierran, ignorados, cinco imperios.

Álbum

Mira qué piernas tienes, la lisura de tu cuello.
La vida te ha dejado ser bella todavía.
Aún te queda tiempo para más de una noche,
noches que no son un regalo,
que regalas a los amigos feos,
precoces pero tiernos, o a hombres
que te llamaron guapa y querían
estar contigo a solas una noche
como un verano entero.
Una noche tan sólo, y otra vez sola
tras otra soledad entre las piernas.
Da lo mismo, quizá es un mal comienzo,
saca el álbum, ¿dónde está el mechero?

Princesa de las fotos,
no volverás a contar tu vida a nadie.
Lejanas, irrompibles, testigos implacables
que a cientos de quilómetros del tiempo,
de cuando había risas y un paisaje,
siguen llevándote a las playas, los amigos,
la toalla de un hotel a mediados de noviembre.

Mira ésta, es invierno,
y unas hojas más allá la primavera
de otro año y los niños corriendo la alameda,
¿si nunca ibas a morirte,
qué risa entonces podía imaginarse
que nunca más volverías a ser ésa?

Aquí es verano. Éstas no, que no las vea nadie,
o da lo mismo,
también en esas calles la gente se encierra
con sombras que tampoco fueron suyas.

Ya siempre será así.
Seguirás tomando leche hasta que llegue
la vejez sin paliativos,
no la muerte a la que temes menos,
para dar a tus hijas una herencia de fotos que mostrar
a sus novios, a sus amigos nuevos
(por cierto, estás preciosa de perfil en la del puente),
y entiendan en tus ojos, los suyos,
que perder no es fracasar,
y que la victoria significa
estar sufriendo siempre
para no alcanzar verdad alguna;
que con su poco de amar, todo es vivir
irremediablemente.

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LA MISMA MADRE [Mi poema]
José María Valverde [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Me apresto hoy a pensar. Si yo tuviera,
pongamos que volviera en otra vida,
habría de exigir que me pariera
la misma que esta vez a mí me hiciera
y fuera mi guarida.

Mujer, la misma madre, la que me hizo,
la misma que en sus brazos me acogía,
con mimo me cuidaba cada día,
paciente reflejaba en mi su hechizo
su amor y su alegría.

Que siempre se acercaba con sigilo
cantando por la noche alguna nana,
de joven cuando me iba de jarana
estaba siempre en vela, siempre en vilo,
al alba en la mañana.

Y que ahora desde el cielo, estoy seguro,
que el tiempo allí no existe o la distancia,
no deja de impregnar con su fragancia
mandándole tal vez algún conjuro
a dios o alguna instancia.

Y así fuera mil veces renaciera,
no quiero aquí pecar por exigente,
prefiero prescindir de otro accidente,
la vida solamente me la diera
la madre más valiente.
©donaciano bueno

Que #madre no hay más que una nadie lo discute! Share on X

Sabia la letra de esa canción de Rafael de León, «Toito te lo consiento menos faltarle a mi mare, que una mare no se encuentra y a ti te encontré en la calle». Yo aquí solamente expreso un deseo. Por si acaso.

MI POETA SUGERIDO: José María Valverde

La fuente

Para Felicidad y Leopoldo, en recuerdo
de un día en Astorga
(…En la fosca
penumbra del jardín la fuente late!
L.P.

Al entrar, en la noche,
la seca fuente de color de yedra.
La fuente nunca vista, conocida
del país de los versos,
de los viajes sin años por las páginas.
Estaba seca. Sólo,
encima, unas macetas,
cuelgan sus tallos como muertos chorros,
haciéndola recuerdo.
Estaba seca. Sólo
polvo gris en su pila,
triste resto del tiempo.
Estaba seca. Sólo
es un cuenco de ausencia,
que hace al aire suspenso y temeroso,
no se sabe de qué,
como si alguien, de súbito,
se hubiera ido, o dentro hubiera muerto.
Y el niño melancólico de bronce
se olvida, con el paso interrumpido,
mira sin ver, medita…

Las viejas campanas

Oigo viejas campanas que llegan del pasado,
campanas de la tarde en los pueblos tranquilos…
Campanas que no he visto, y ahora están cantándome
desde los dulces valles del pasado difunto.

Venid conmigo, entrad a la sombra que llega.
Cantad, pues sois tan leves que no puede decirse
si sois un sueño muerto o si es que estáis distantes,
porque la lejanía confunde espacio y tiempo.

Éste es el tiempo triste de nacer con recuerdos.
Cuando yo vine al mundo, habían muerto cosas
que he crecido esperando. Y yo no lo sabía,
las suponía cerca, tal vez tras de mi casa,
tal vez tras de esos montes a donde van los pájaros.
Y el rumor del poniente era su voz remota.

No sé, yo no sé qué eran las cosas que esperaba.
Sé que era algo sencillo. Eran dulzuras mínimas.
Quizá mañanas claras, quizá rumor de fuentes,
quizá campos amigos donde Dios paseaba,
o era el amor, a salvo del viento de la historia,
o el conversar despacio de las cosas sabidas…
De «La espera»

Me amarga y me consuela que mañana…

Me amarga y me consuela que mañana
cuando a cerrar se empiece esta mi herida
yo te veré pasar junto a mi vida
con tu dicha pequeña y cotidiana.

Mi consuelo será juzgar tu vana
biografía menuda y repetida
y volverme a mirar mi alma escogida,
del verso y de sí misma soberana.

Mas, ¡ay!, que libre y todo, e insobornable
esta fría altivez de nieve y cielo
el dolor de estar solo no me engaña.

…Y, otra vez, al destino irremediable
de no saber tener otro consuelo
que el que me pueda dar mi propia entraña.

Mi angustia amargará la brisa pura…

Mi angustia amargará la brisa pura
que no tiene complicidad contigo;
mi soledad ya enturbia el blanco trigo
que crece sin pensar en su dulzura.

…Te le has ido a sembrar otra ventura
por los surcos calientes de un amigo
y a fuerza de pensar no te maldigo
porque nunca te dije mi amargura.

Yo sólo fui el autor de mi derrota;
nunca te dije nada y hoy no puedo
ni tener con razón melancolía…

Me engañaré, diciendo a mi alma rota
que, con mi verso, intacto y fuerte quedo…
cuando eras tú quien todo lo ponía.

Miro cantar la vida como fuente…

Miro cantar la vida como fuente
al pie de mi ventana desdeñosa;
miro estallar las gracias de la rosa
y no embriago en su olor mi triste frente.

Está el mundo lejano en mí presente
doliéndome y latiendo, cosa a cosa,
y toda la tristeza misteriosa
de la vida me embriaga en el poniente.

¿Y eso es todo; mirar, sentir la vida?
¡Qué más quisiera yo, en la primavera!
Mas ¿qué hacer, en las manos del mandato,

sino servir? Y ya, la orden cumplida
y muerto tras mi voz, sólo me espera
esta paz orgullosa de algún rato.
De «Nuevas elegías. Anticipo»

Oh amor desconocido, amor lejano…

Oh amor desconocido, amor lejano,
que ya no sé esperar como solía,
¿me guarda Dios la aurora todavía
y al despertar te encontraré en mi mano?

Ay, para que se cumpla algo en lo humano
cuántas casualidades en un día
se tienen que juntar en armonía;
cuántos intentos mueren en lo vano.

Mas ¿no existe, sencilla e inexplicable,
la rosa? ¿Es por difícil menos bella?
¿No es difícil el ser, y es verdadero?

Tú también puedes ser, con la inefable
solución de la planta y de la estrella;
y alzándome otro trecho, espero, espero.
De «Nuevas elegías. Anticipo»

Cuando vengas, cogiéndote la mano…

Cuando vengas, cogiéndote la mano,
volveré a recorrer mi historia muerta;
pasaremos la misteriosa puerta
que guarda mi cadáver cotidiano.

Iremos por las viejas avenidas
del parque de mis sueños, por mi infancia
de pasillos en sombra… Y tu fragancia
cerrará allí sus prístinas heridas.

¡Cómo me besarás en el pasado
cuando beses allí la pura frente
del fantasma de un niño pensativo!

Verás mi origen, para ti guardado,
que me puedes curar, tú solamente,
de todo lo que fue, el dolor aún vivo.
De «Nuevas elegías. Anticipo»

El silencio

Yo te espero, mi amor, para el silencio.
¿Para qué cantar más cuando ya seas cierta?

Cansado de gritar de maravilla,
cansado del asombro sin palabras,
me callaré despacio, como el niño feliz
que se duerme, en las manos el juguete.

Tardarás mucho tiempo en dormirme del todo,
en borrarme los últimos recuerdos que me hieren,
lentísimos recuerdos sin forma ni sustancia;
sombra más bien, o sangre y carne casi,
con raíces que entraron mientras iba creciendo.

Y tendré el blanco sueño de la infancia
desde el que hablaba a Dios, aun a mi lado;
aquel sueño, tan cerca de la muerte,
que podía llegar, serena, clara,
a volverme a mi origen, aun casi en el recuerdo.

Sueño que no será como el de ahora,
lleno de ávidos pozos, de agujeros
que de repente se abren a la nada;
porque tendrá, disuelta en su materia,
como nana de madre,
tu voz muda, la luz de tu existencia,
tapizando las salas de mi sueño.

No me pidas que cante cuando vengas.
Cansado estoy del canto. Tú has de ser la paz última
el blanco umbral de Dios…

Sólo oirás mi silencio, como rumor de fuente,
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin borde, esperaremos…
De «La espera»

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BREVE[tonte]RÍAS [Mi poema]
Paulina Vinderman [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Los días que vivimos son muy pocos
si restas los que estamos en la inopia,
descuentas los que brillan sin luz propia,
podríamos pensar que estamos locos.
– – –
Aquel educador que se aprovecha
del niño al que le enseña y le adoctrina
debiera naufragar en su letrina
y en medio del hedor ver su cosecha.
– – –
Amigo, desconfía, quien te abraza
así que te repita que es tu amigo
pudiera serte infiel, de ser tu abrigo
pasar a darte golpes con su maza.
– – –
Hay muchos que se creen propietarios
de un reino, de un folclore o de un dialecto,
y dejan aparcado el intelecto
mostrando son más reos que corsarios.
– – –
Anoche quise auparme a mi ventana
creyendo que esa noche estaba oscura,
la noche estaba llena de ternura,
será que la miré de buena gana.
– – –
Y aquellos que se suben al estrado
y van lanzando al pueblo sus soflamas
debieran consumirse con sus llamas
al ver que sus promesas se han lastrado.
– – –
Ayer salí a pasear y no vi nada,
posible fuera a causa de un sofoco,
el ritmo al caminar se ha vuelto loco
dejarme quiso el tiempo en la estacada.
– – –
A veces las palabras no me salen,
me inducen a pensar que se escaquean,
quisiera no saber si es que cojean
o exigen evitar que las regalen.
– – –
Si crees que ese día estás de suerte,
no creas, de la suerte desconfía,
podrá ocurrir te encuentres cualquier día
así, sin darte cuenta, con la muerte.
– – –
Que el mundo lo hizo dios, es lo que dicen,
a mí quien fue que le hizo no me atañe,
prefiero conocer, que no me engañe,
si un día ha de llegar que lo barnicen.
– – –
Se arrastran con su anhelo y su esperanza
cogidos de la mano con su sueño,
mas quedan cual Cagancho* en el empeño
vestidos y sin novia en esa danza.
– – –
La duda es en mi vida esa constante
que arrastro con denuedo y nunca avanza,
le agrede a la verdad con su tardanza
o mueve con la argucia de un farsante.
– – –
Ayer llegué hasta aquí y aún sigo vivo
veremos de llegar hasta mañana,
si no lo impide o niega la desgana
y en este divagar si lo consigo.
©onaciano bueno

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*Así pues, el torero salió con la Guardia Civil, habiendo tenido que intervenir incluso un destacamento de Caballería del Ejército, para apaciguar los ánimos de un tendido en el que hubo una de las mayores broncas de la historia. A partir de ese momento se comenzó a decir «quedar como Cagancho en Almagro«.

MI POETA SUGERIDOPaulina Vinderman

La balada de Cordelia

IV
Gracias Juan, me apena
tu partida.
Pero no puedo viajar, no tengo pies.
Me he convertido
en una enorme raíz,
una especie de anti-árbol
de memoria y de miedo.
Tengo a la India en mi ventana
en forma de azalea.
Y mi corazón es un barco sin cubierta,
con todos sus camarotes vacíos
para que yo los llene.
Para mudar de uno a otro
cada noche, y esperarme.
Volveré un día al pueblo por los dos.
La plaza debe sentirse tan sola
con sus faroles nuevos.
Te envío siempre mi amor.

Cordelia
De «La balada de Cordelia» 1984

La muerte de la imaginación

«Lo que más temo es la muerte de la imaginación»
Sylvia Plath

El corazón no tiene quien le escriba,
nadie se atreve a cruzar la noche remando
en la intemperie
( nadie se ve )
Y si no fue más que un amor negro, susurrante
que nada da,
el viaje más lejano fue el de mi cabeza
hacia su hombro
( el más inútil )

La rama golpea en la terraza
pero es solamente oscura. El miedo
se sienta a comer un pastel en la cocina
( y dice que es real )

¿Alguien pudo tocar a la desesperación?

Terciopelo, papel de diario, una lata oxidada,
no hay vacuna contra las superficies.

El mundo es un hueco tapado con barniz
( y no respira. )
De «Bulgaria» 1998

Los días se han vuelto cada vez más escasos…

Los días se han vuelto cada vez más escasos.
«Si yo fuera el invierno mismo», hablaría
de culpas, frías como el alcohol sobre la piel,
frías como la cama al lado de la ventana rota.
Esta es una isla de detención
(rodeada por un mar que no vemos).

Las voluntarias vestidas de rosa
son tan dulces y compasivas que provocan furor,
no pueden con el invierno,
(no pueden con nuestro invierno.)

El aire es tan denso que a su través,
puedo ver las partículas de dolor como flores
de un empapelado envejecido.
Flores de ceniza, flores de estuco.
Palabras que ya nunca diremos.

Lavo la taza y las cucharas mientras espío
la caída del sol: un vertiginoso cielo
color limón que cae del otro lado del mundo,
sobre árboles talados demasiado temprano.
De «Hospital de veteranos» 2006

Los espejos y los puentes

XXII
La robaron el sueño, amor, se lo robaron.
La muñequita tonta, vestida de alfileres
que siempre muere acunando un sueño púrpura
entre brazos que no le pertenecen.
De noche fue, cuando siempre se mueren realidades.
Y se quedó mirando la luz del farol
en el aljibe-memoria.
Se habrá quedado allí, en el agua, dolor,
buscando las vertientes.
El sueño boquiabierto de estrellas
como el sapo del cuento.
La muñequita ojos cerrados de luna
volverá a su país sin duda
cuando acabe el número de sueños permitidos.
Habrá estatuas de cal y viejos terciopelos.
A su pequeño sol, al fin, lo habrán anochecido.
De «Los espejos y los puentes» 1978

Otra vez cúpulas en el poema, otra vez la ciudad…

Otra vez cúpulas en el poema, otra vez la ciudad.
Las travesías se volvieron copias
de ciudades tocadas sólo por supervivencia,
para regresar a la mía.
Como si ella contuviera todos los números, los secretos,
las pasiones del mundo.
Alguna vez una calle me devuelve el desierto
y cuando oscurece,
las sombras de las bolsas de basura
son instalaciones de museo, que sólo puedo ver
cuando mi memoria agotada olvida el mar, aquellas grúas
detrás de las cercas, la mujer del turbante azul que
me vendió la caja mágica y la oportunidad
de atesorar mis miedos como mariposas atrapadas
en la belleza de su oro.
Hay que aprender la asfixia como se aprende un idioma.
Nadie llorará por la ausencia de las alas contra el cielo.
De «El muelle» 2003

Pongo un vaso y una flor…

Pongo un vaso y una flor
en la mesita atestada junto a su cama,
pero él no los mira.
En realidad lo hago para mí.
La vida todavía debe ser para mí,
el viento que insiste en abrir la ventana
aún puede dejar un poema en la escudilla.
La crueldad de haber arrancado la flor
a su madre planta, para mi egoísmo –
verla morir en un escenario sórdido-
es un anzuelo limpio (carece de rencor.)

Del otro lado, la bolsa de sangre lanza
destellos azules, mal copiados, de mi flor.
Para avisarme que ella es la vida por ahora:
una paciencia de color azul.

(La lluvia que veo caer sobre los tubos
de oxígeno en el patio, también es para mí.)
De «Hospital de veteranos» 2006

Sobrexposición

Y es allí, en ese pasto suave
de la obsesión a punto de revelarse,
donde el sonido y la furia del mundo
se atenúan
(tanto como costó acomodar el dolor:
un territorio chico
con un arroyo seco y un caballo)

Y es tan delgada la luz, la diferencia,
que puede oírse el golpe de la muerte
del amor,
mucho antes que los cuerpos se
separen, se bañen
y vayan hacia la vida bajo una luna despareja.

Como un barco en la noche
y la imaginación
que abandona la partida.
De «Bulgaria» 1998

Tan antiguo esto de robar un sueño…

Tan antiguo esto de robar un sueño
a alguien que pasa.
El mismo sueño que rueda por entre las mesas
de esta fiesta abandonada.
De esta ciudad vacía de celebraciones
verdaderas.
Nadie posee nada en esta calle.
Las cosas se acumulan
en cajas, en números,
en miedos vigilantes
que se suman como otra cosa más
a las palabras impuestas.
Lo único que existe,
es este sueño oscuro e imperioso
de otra ciudad.
Donde no sea necesario
robar un sueño a alguien que pasa.
De «La otra ciudad» 1980

Transparencias

Escríbanme.
Resuelvo en medio de la crisis
volverme carta:
papeles que atraviesen los océanos
como frágiles balsas
(para dar importancia a las tormentas)
Anoche llovió.
Los senderos se embarraron,
atrapé una luciérnaga equivocada
-y esquiva-
y después leí poemas isabelinos
hasta que amaneció
(U n cierto orden es el que sostiene
la soledad
y los abrazos)
Hoy tomé cerveza con un hombre cansado
-de ojos endiabladamente hermosos-
y enmudecimos
frente a un pueblo fantasmagórico
levantado sobre nosotros como una
pintura surreal.

Todos los días voy hasta el río
después del café. Todos los días desisto
de mirarme en el agua barrosa.
En realidad, ya ninguna trasparencia es posible,
como si la vida se ocultara a sí misma
en el penacho de los cocoteros.
Como si la vida fuera todo y nada, orgullosa
de sus fosforescencias
hasta en las palabras, que finalmente nada dicen,
nada reclaman
sino el mínimo lugar en un universo
de ruido de sartenes
amores suntuosos
olas que arrasan las orillas
y códigos infinitos para desenterrar tesoros
(casi siempre con palas prestadas
y al amanecer.)
De «Rojo Junio» 1998

Vivir para contarlo III

Agua dulce es el nombre del café
y el nombre que me susurraba mi primer amante.
Yo no era dulce, la furia asomaba en el verano
a lo largo de una partida de ajedrez
que iba a durar hasta que los árboles dijeran basta.
Todavía es verano, los árboles no dicen basta
y la luz sobre el puente
marca aquella frágil furia convertida en fronteras,
esquirlas de poemas,
tesoros que ya no tienen caja de guardar.
¿Qué es escribir sino modificar la respiración
de las ciudades?
Camino hacia el café de la mano de un marinero ruso
que recién bajó de su barco hacia la ginebra
oscilando sobre un caminito bordeado de narcisos.
En su inglés primitivo puede contarme poco.
Me extiende varias fotos entre los vasos ardientes
y miro
(¿Cuánto hace que estoy despierta y que miro,
despierta todo el tiempo para mirar?)
Una casa de suburbio, abandonada a un orgullo de
sartén, de felpudo, de cafetera lustrada.
Con el alma vacía contemplo un perro negro
y más atrás, la cicatriz de la derrota
en mi propia memoria que también se mira.
Salgo de la foto a un umbral,
a una noche cálida en una ciudad tan grande
que no cree en sí misma, sólo late y en ella
por azar nos reconocemos: la piedra oscura del hogar
(no sale la mancha, no sale con la esponja y
el esfuerzo del brazo y el vértigo de las estrellas
mientras espiamos el idéntico gesto del padre
y una bandera diferente)
Insomnes, reuniremos de a poco nuestra obstinación.
¿Qué fue primero, la orfandad o la herida?
Por ahora es el viento el escritor absoluto,
el dueño de todas las historias.
De Bulgaria» 1998

Voy hacia el nombre

Y es siempre el terror a los veranos
y el lento no saber.
Voy hacia el nombre.
Tal vez me llame invierno
en el país del lenguaje.
Cuando no hay viento,
y el silencio se olvida de cerrar
una ventana,
hago el refugio en mi imagen perdida.
El alma
desparramada por los mundos,
reúne sus pedazos
en las noches sin luna.
El universo entero
se acerca de puntillas a mi mesa
cuando recobro la manera de mirar.
De «La otra ciudad» 1980

Y si hubiera nacido hombre…

Y si hubiera nacido hombre
habría sido marinero
con una azul mortaja como lecho.

Madre, no me dijiste nunca
que había que pagar un precio
para hablar con las flores.
Detrás de tantas ventanas
las mujeres se peinan para recibirlos.
No me enseñaste nunca
que había que pagar un precio
por haber nacido mujer
y marinera.

Mi amor a punto de morir
no sabe
que amo únicamente ahora
que no hay vientre ni ola ni deseo.

Mi amor a punto de morir
no sabe
que únicamente lo amo porque muere
y quedo libre de todo excepto
de escribirlo
eligiendo los momentos del goce
como un conquistador antes del oro.

Mi amor no sabe
que el único al que amé
fue aquel marino de la fotografía
que jamás conocí.

Porque me enamoraba únicamente
de los derrotados.
Porque habrá naufragado
con una azul mortaja como lecho.

Porque sus ojos eran huérfanos
como los míos,
sucios de tormentas y remedios solitarios
contra el amor, la blandura,
la nostalgia de tierra.

Madre, no me enseñaste nunca
a ordenar mis pedazos
Me dejaste cortarme, cortarme,
con cuchillos de mar y de ventanas.
«Las mujeres se peinan, decías,
para recibirlos.»
De «La balada de Cordelia» 1984

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LA CHICA DE LA ESQUINA [Mi poema]
Vicente Valero [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

(Soneto heroico)

Sublime la mañana, en mi paseo
te vi que en la parada de la esquina
estabas con tu estampa tan divina
y vuelta a pasear por si te veo.

Ignoro meigas haya pero creo
que maga existe alguna que adivina,
que vive aquí a mi lado y que camina,
lo noto cuando siento el hormigueo.

Mañana cuando inicie la rutina
veré de hacer un alto en el camino
ampliando de mis ojos la retina.

Borracho voy soñando con el vino
-que nubla o que descorre la cortina-,
queriendo al fin saber si es que alucino.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Vicente Valero

(con la primera luz)

Al alba nadie sabe nada… Vean:
ninguno de nosotros se atrevería a hablar
del sol que ahora despunta solamente
como una sola y libre flor del prado,
sólo un milagro más entre la hierba.

Todo es silencio todavía, nadie
se atrevería a entrar con sus viejas palabras
en este manantial de sombras y de nieblas,
de azulados reflejos y caminos
que siguen siendo aún un poco de la noche.

Fruto desnudo de la oscuridad,
tiembla como nosotros cada día, en su árbol
celeste y triste: el árbol que nos da
sólo su frío del comienzo, puro,
en húmedos abrazos, lentos, inabarcables.

Recogemos así el nuevo día, el aire
que al hacerse visible nos asombra,
el aire sin razones, prodigioso,
siempre con su cosecha diferente:
la dulce claridad entredormida.

Y ahora el sol que está aún entre nosotros,
abajo, entre las flores, se revela por fin
como un obsequio inesperado, sólo
un alimento más del bosque -en las más breves
y transparentes gotas de rocío-, oh sí:
la bebida primera indescriptible.
* * * * *

(la insistencia)

El color de este cielo a mediodía
no quiere ser pintado, se resiste:
se diría que espera solamente
detrás del muro blanco y ciego
de su más alto resplandor…

Hay que insistir entonces, muchas veces,
Con los ojos cerrados si hace falta,
pintar sin ver lo que sabemos,
dar forma a los colores invisibles,
mirar el cielo así, de otra manera,
el cielo ciego horizontal.

Insistir discutiendo con la luz,
con este resplandor hiriente y bajo,
hasta poder trazar su enigma propio,
su misterio imposible,
Con la fidelidad del paisajista
que sabe oír y ver siempre entre líneas,
y reconoce a solas su destino
en los más lentos blancos cegadores.

…No importa que el color
no colabore. En su fluir está la música
silenciosa del sol, la fiebre nueva
que quema nuestras manos y nos dice
cuánta paz hoy veremos sin descanso,
con los ojos cerrados todavía.
* * * * *

(preipicio)

Por los acantilados, muchas veces, la luz
es sólo vértigo y responde
a una llamada verdadera y fría,
a un misterioso andar sobre el vacío.

Lo que vemos no está
en el lugar exacto imaginado:
hay que buscarlo siempre en su caída,
en un dulce equilibrio
de rocas y alcotanes, de azules imposibles
casi siempre. Es una arquitectura
que no conoce el miedo
y ha sido construida por los pájaros,
por el viento del norte
y por las nubes.

Traten entonces de asomarse
en silencio y verán
cómo el color del cielo se sostiene
sobre un enigma sólido,
una alucinación interminable:
el vuelo prodigioso, desnudo, de la luz,
sobre la primavera que esperamos,
transparente y sin fin
del precipicio.
* * * * *

(principio de identidad)

Nosotros somos solamente
siempre lo que miramos: este bosque
y su camino azul somos nosotros,
esta lluvia distinta cada tarde,
que empapa muy adentro.

Somos la nube que pintamos, negra
sin más como la arena siempre
del anochecer… Somos
también el trueno y los relámpagos,
los ojos asustados
del animal que corre a su refugio.

No somos más que lo que busca ser
mirado y comprendido por nosotros:
este paisaje horizontal, el árbol
y las piedras mojadas,
las huellas en el barro y la neblina
que no nos deja ver.

No somos lo que somos porque sí.
Y hasta somos también lo que no vemos:
aquello que pintamos muchas veces
sin saber cómo es, cómo será mañana,
después de la tormenta.
* * * * *

(retrato)

Un hombre lleva puesto cada día
su sombrero de paja y sube andando
el camino del bosque. Saludamos
a este solitario diferente
y él también nos devuelve unas palabras
con amabilidad y simpatía.

Sabe que estamos siempre aquí,
en esta curva, contemplando
supuestamente el mar y el precipicio
seguro de los pájaros.
Y nunca se detiene, no pregunta,
sigue a solas su ritmo
y silba cada día cuando pasa.

No sabe que le estamos esperando,
que hemos venido aquí
sólo para mirar cómo camina,
cómo mueve los pies, cómo conoce
el bosque y los senderos
imposibles. No sabe todavía
que le esperamos siempre, en esta curva,
sólo para poder ver y pintar
su paso firme y claro, su mirada
profunda, deseable.

Sólo y por fin para estudiar a fondo,
el perfil de sus huellas muchas veces,
la música, el calor y la alegría
de su forma de andar cada mañana.
Ese momento decisivo
de ver cómo se aleja una vez más,
silbando, entre nosotros,
por el mismo camino diferente.
De «Libro de los trazados»

El alma es sólo lo que vemos cuando suena la música…

El alma es sólo lo que vemos cuando suena la música,
cuando todo da vueltas a nuestro alrededor, mientras bailamos
y todavía tenemos la noche por delante: toda para nosotros
solamente. Entonces el alma es sólo eso muchas veces,
podemos verla en cada movimiento.

Un paso más allá y el baile empieza una y otra vez,
y nuestros cuerpos se mueven a la espera, se mueven sin parar,
porque el aire más nuevo los envuelve y sabemos por él
que hoy tenemos aún la noche por delante. Entonces el alma
es sólo lo que esperan los cuerpos todavía.

Cuando suena la música y todo da vueltas sin parar
a nuestro alrededor, mientras bailamos,
el alma puede verse sin descanso, y no es la música ni el baile:
es sólo lo que entregan a oscuras nuestros cuerpos
a la música y al baile, muchas veces.

Un paso más allá y el aire será nuestro para siempre,
el aire que buscaba en tu cuerpo y el mío
toda una noche por delante. Entonces el alma será sólo
este saber la música del baile, este haber visto
en cada movimiento una salida.

El alma es sólo lo que vemos cuando suena la música,
cuando estamos a punto de empezar sin descanso
toda una noche por delante, mientras todo da vueltas
y más vueltas, muchas veces, y nuestros cuerpos
dicen que sí y a oscuras a otro baile.
* * * * *

Hasta donde yo sé, mi alma y estas nubes que pasan…

Hasta donde yo sé, mi alma y estas nubes que pasan
son iguales, estas nubes que pasan porque sí,
a solas, muchas veces.
Y ahora que sé también que el aire
es mío y me ha buscado,
que ha llegado a esta casa sin saberlo,
con amor imposible,
con la fuerza de lo que no se ve,
salgo a decir su delicada
transparencia.

Los árboles
me dan su claridad aún de sombras y raíces,
y yo recojo en esta claridad
el fruto diferente, una certeza interminable y pura.
Todo lo que he perdido
vuelvo a encontrarlo aquí y puede verse,
continúa conmigo,
tiembla en el aire de verdad,
como una nube.
Hasta donde yo sé, mi alma y estas sombras que veo
son iguales, estas sombras que crecen porque sí,
a solas, cada día.
* * * * *

No es otro signo dado para descifrar, no es una imagen más…

N0 es otro signo dado para descifrar, no es una imagen más
de lo que sigue, no es tampoco un conjuro impenetrable
este desierto azul y rojo que ahora viene.

Hablo del tiempo en que saldremos a la calle para ver
nuestros días perdidos, uno tras otro,
solos y abandonados en un sucio rincón de la memoria,
muertos de frío para siempre.

Mientras llueve lo vemos muy lejano todavía,
cómo viene sin más hasta nosotros,
aunque su aliento de arena invada ya nuestras almas
y el sonido de su larga y rotunda sequía
empiece a confundimos.

Hablo del tiempo en que saldremos a la calle para oír
el murmullo del agua de la vida,
la extraña música que bebimos en el dolor y en la sombra,
su gracia que se aleja de nosotros y no vuelve.
De «Libro de los trazados»

Bañista

Éste que sale a media tarde y solo,
sin nada más que una toalla limpia
bajo el brazo, a la luz
menos comprometida de septiembre,
con cara de haber visto, no sé, algo muy nuestro,
y ganas poderosas de bañarse,
de entrar como si nada en este mar
de oleajes sin fondo,
en este mar que ya ni es cielo ni es azul,
pero busca y alcanza y desaloja
con fuerza todavía;
éste que sale a media tarde y solo,
en fin, con ganas de bañarse y disfrutar
de veras, a la luz
ya casi clandestina de las playas,
para salir después como borracho,
otro y el mismo, limpio,
con los ojos a punto para ver nuevamente,
parece saber algo de nosotros,
algo que ya sabemos,
pero qué.

Hojas del bosque

I
Lazos sagrados como raíces, redes invisibles.

La escritura de la primavera vierte su tinta de color una vez más
sobre el lecho oscuro, enfebrecido, del animal solitario.

Nunca lo salva, pero le dice con qué ropa partir.

II
Palabras que hemos visto sumergirse, a solas, muchas noches,
en las aguas oscuras de este río.

Cierto ciervo que vi bebía entonces, lavaba sus heridas
invisibles.

Un nuevo idioma renacía a oscuras, temblaba como animal
nocturno, ardía hasta el amanecer.

III
Agua que bebe el pájaro de octubre en la palma de mi mano:
agua que alumbra el secreto del bosque.

IV
Ojo del bosque: mira mis huellas. Son como las raíces
requemadas que aún esperan el aliento del mar.

O como las arrugas en el cuerpo de un viejo solitario que todavía
ama las canciones del mediodía.
O como las venas azuladas, siempre palpitantes, en las sienes
rojizas y suaves de los ciervos.

Ojo del bosque: apiádate de ellas, protege su camino.

V
El pensamiento más profundo de un cazador es su disparo.

Con él penetra a solas, siempre, en el silencio de las largas
distancias, en la humedad salobre del amanecer.

Con él penetra en el corazón oscuro de las tórtolas.

VI
Una gota mía de sudor en el bosque hará crecer el árbol de la
sed. Bajo la sombra de este árbol, algún día, tal vez, descansen
otros caminantes.

Tal vez, bajo la sombra de este árbol, algún día, las palabras del
bosque vuelvan a ser escuchadas, cierto ciervo que vi vuelva a
ser visto.

Que una gota mía de sudor pueda ser esto.

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EL TIEMPO, LA MEMORIA Y LA DISTANCIA [Mi poema]
Luis de Ulloa Pereira [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

El tiempo es el que marca la distancia,
que sabe calcular el recorrido,
el tiempo, aquel que viene y ya se ha ido,
y a veces si se va ya no hay constancia
del eco ni el lugar en que ha vivido.

El tiempo tiene un nicho en la memoria
del hombre que se siente incomprendido,
que piensa y nunca entiende por qué ha sido
que un día no ha de haber escapatoria
y no quisiera dar por aludido.

El tiempo, la memoria y la distancia
los tres son cangilones de una noria,
los tres forman gran parte de la historia
de una etapa que abarca de la infancia
y dicen que al infierno o a la gloria.

La vida en conclusión, todo es la vida,
un halo de tristeza y de misterio,
la vida es un camino hacia lo serio,
que tiene tentaciones de suicida
pues viene a reposar al cementerio.
©donaciano bueno

Cuando el #tiempo avanza disminuye la distancia no? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Luis de Ulloa Pereira

Encarece su amor con ocasión de eclipse

Filis, ¿no ves la saña del planeta
que, amenazando trágica ruina,
llama vierte feroz, sangre fulmina,
en alterada forma de cometa?

¡Mira cual tiembla la tiara inquieta
de lo que el vano astrólogo imagina,
y cuántos cetros al horror destina
oscura voz de equívoco profeta!

Y advierte que, seguro en sus enojos,
de tu semblante prende mi cuidado, 10
que ni sabe otro cielo ni le mira;

y, atento a las estrellas de tus ojos,
ni quiere más fortuna que su agrado,
ni teme más prodigios que su ira.

A las cenizas de un amante puestas en un reloj de arena

Esta, que te señala de los años
las horas de que gozas en empeño,
muda ceniza, y en cristal pequeño
lengua que te refiere desengaños,

un tiempo fue Lisardo, a quien engaños
de Filis, su querido ingrato dueño,
trasladaron del uno al otro sueño.
¡Prevente, huésped, en ajenos daños!

En tanto estrecho al miserable puso
el incendio de amor y la aspereza
de condición esquiva y desdeñosa.

Póstumo el polvo guarda el primer uso:
inobediente a la naturaleza,
padeció vivo, y muerto no reposa

A las lágrimas en una ausencia

Este dolor oculto trasladado
de lo interior del alma a los sentidos,
por concepto del pecho despedidos,
en cristales sangrientos explicado.

Esta postrera esencia del cuidado,
destilada de afectos oprimidos,
si un tiempo fue la voz a tus oídos,
hoy es de mis finezas el sagrado.

en las aras que erige mi tristeza,
halle la culpa de vivir sin verte
de tus desconfianzas acogida.

Y mientras llega la postrer fineza,
recibe, Celia, en prendas de mi muerte
estas señales de mi triste vida.

Reconoce lo imposible…

Alma, no puede ser, estás cautiva,
a redimirte en vano te dispones,
¿qué importará que limes las prisiones,
si has de quedar esclava y fugitiva?

no en la cadena, por dureza esquiva,
admiración ni lástima propones,
que de la fuerza de sus eslabones
no hay libertad que sin envidia viva.

Forjólos el amor de la belleza,
en que mezcló el cariño y el recato
la discreción, la gala, talle y brío.

No será que se gaste tu fineza,
ni se podrá romper, que con el trato,
ha perdido la fuerza el albedrío.

Al poema de la invención de la Cruz de Francisco López de Zárate, natural de Logroño

Si ya por vuestra lira en su campaña,
Zárate insigne, el Ebro cristalino
os coronó del mirto, que previno
sin competencia de nación extraña,

a cual emulación no desengaña
que premiando la fe de Constantino,
junte de tantos siglos el destino
la mejor pluma y la mejor hazaña.

Mas sin juzgar el premio merecido,
árbitro dicen, que con vos Homero
el heroico laurel divide Apolo,

porque si el griego en tiempo preferido
la suerte os usurpó de ser primero,
vos le quitáis la gloria de ser solo.

A Miguel Zebollón, enfermo del juicio

Virgen, si explican vuestra perfección
cuantas cría fragancias el vergel,
hoy permita legumbres el cartel,
también es criatura un Zebollón.

O que resplandeciente (del dragón
pues la planta en la cerviz cruel)
llena de gracia estáis, diga Gabriel
si os cabe un tilde de común borrón.

El que imagina culpa pertinaz
donde la gracia se colmó sin fin
y os presume manchada, es un atroz,

lo bueno de defecto es incapaz,
por una imperfección fuérades ruin,
a mi locura fiel horrible voz.

Al aposento de sus libros

Leyes al escarmiento se establecen
en esta tabla, Licio, construida
al ocio de las musas, redimida
del mar cuyas tormentas se fenecen.

En breves descripciones le parecen
ruinas de la edad envejecida,
confusiones y ejemplos a la vida
en la pintura y el cristal se ofrecen.

Aquí ya defendido a la violencia,
del poder excusado a las porfías,
de la ignorancia logro desengaños,

y a tanto cuanto pudo la experiencia,
un rato río los sobrados días,
otro lamento los perdidos años.

A un epigrama de Marcial

No siempre a los groseros y vulgares
alimentos asiste la templanza,
ni la segura libertad se alcanza
precisamente en los humildes lares.

Libre, Mario, serás si en los pesares
se acompaña constante la esperanza,
y si atendiendo a la común mudanza
el temor y el deseo limitares.

Sin elación del ánimo modesto,
en las altivas sienes victorioso,
el laurel vividor logra trofeos.

Y en el seno caduco siempre expuesto
a la envidia descubre la emoción
ruinas de imposibles y deseos.

Metáfora de una yedra que ceñía un laurel, a los dos privados de España y Francia

Esta yedra rebelde y lisonjera
que de asombrar este laurel blasona,
que con mentido culto le aprisiona
y oprime lo que finge que venera,

de ceniza es su voz, y si la oyera
la sacra majestad cuando perdona
o permite cautivo su corona,
que ambición alevoso le prefiera.

Si para culpa tal tarde las leyes
introducen el público consuelo,
que a ceniza sus derechos pasen.

¡O España! ¡O Francia!: Redimid los reyes,
fulminad rayos que, imitando al cielo,
respeten el laurel, la yedra abrasen.

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¡QUÉ PEREZA! [Mi poema]
Diego de Torres Villarroel [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Las siete y veintidós de la mañana,
me acerco al exterior, frío hace y llueve.
Añado otro motivo a la desgana
que viene a reflejarse en mi ventana
y al sueño le conmueve.

Las siete y veintitrés, tras los cristales
las gotas se deslizan arañando
trazando con sus lágrimas murales.
Descubro soy sujeto de los males
que al mundo anda acechando.

Las siete y veinticuatro, oigo noticias,
escucho que el planeta se nos muere
escaso de cuidados y caricias,
sobrado de excrementos e inmundicias
¡qué importa lo que fuere!

Son siete y veinticinco. Pego un brinco
y lanzo hasta la cama en parapente,
me arropo con las mantas con ahínco,
a nadie yo molesto, no delinco,
y aquí nada es urgente.
©donaciano bueno

#La pereza, bendita o maldita? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Diego de Torres Villarroel

Ciencia de los cortesanos de este siglo

Bañarse con harina la melena,
ir enseñando a todos la camisa,
espada que no asuste y que dé risa,
su anillo, su reloj y su cadena;

hablar a todos con la faz serena,
besar los pies a misa doña Luisa,
y asistir como cosa muy precisa
al pésame, al placer y enhorabuena;

estar enamorado de sí mismo,
mascullar una arieta en italiano,
y bailar en francés tuerto o derecho;

con esto, y olvidar el catecismo,
cátate hecho y derecho cortesano,
mas llevaráte el diablo dicho y hecho.

Confusión y vicios de la corte

Mulas, médicos, sastres y letrados,
corriendo por las calles a millones;
duques, lacayos, damas y soplones,
todos sin distinción arrebujados;

gran chusma de hidalguillos tolerados,
cuyo examen lo hicieron los doblones,
y un pegujal de diablos comadrones,
que les tientan la onda a los casados;

arrendadores mil por excelencia;
metidos a señores los piojosos;
todo vicio, con nombre de decencia;

es burdel de holgazanes y de ociosos,
donde hay libertad suma de conciencia
para idiotas, malsínes y tramposos.

Engulle el poderoso rica sopa…

Engulle el poderoso rica sopa
cuando a mí me contenta una zurrapa;
y siendo el mundo dilatado mapa
le parece a su vicio estrecha copa.

Con bordada, sutil y blanda ropa
el barro humano diligente tapa;
y a mí me envuelve miserable capa
y un negro camisón de ruda estopa.

Ostenta a todos la gotosa tripa
y puede ser el que mejor me sepa
a mí la sucia bota que a él su pipa.

De la humana miseria huyendo trepa;
pero, por más que puja, anda y ahipa,
todos somos racimos de una cepa.

Escribe a Lesbia ausente…

Madrugo a la primera luz del día,
después de un leve sueño moderado,
y sólo tiene el sueño de pesado,
no dormir con tus ojos, Lesbia mía.

Me sigue inseparable esta porfía,
de mi contemplación y tu cuidado,
en la casa, en el monte y en el prado,
y en la estación más cálida y más fría;

en la mesa contemplo tu semblante,
llega la noche y véote patente;
pues aunque el alma me reprenda amante,

¿cómo puede creer que estás ausente,
si no hay hora, minuto, ni hay instante
que no te mire en ella muy presente?

Pago que da el mundo a los poetas

Dícese de Quevedo que fue claro
y que en algunas coplas está obsceno;
Góngora puede ser que fuese bueno,
pero ya sus comentos le hacen raro.

El Calderón, que nos lo venden caro,
sólo de lo amatorio fue muy lleno
y nos dejó en la cómia un veneno
que nos hemos bebido sin reparo.

La idea de Juan Pérez fue abatida,
de Solís intrincada, ¡infeliz suerte!
¡Oh, ciencia pobre! ¡Facultad perdida!

¡Mundo borracho, que al varón más fuerte
después de ajarlo, miserable, en vida,
predicas estas honras en su muerte!

Respuesta a Filis

Mísero, pobre, solo y abatido,
vivo en este infeliz yermo poblado,
y no siendo elección ser desdichado
de ser tan desdichado estoy corrido:

no sirve la razón ni le ha servido
a quien domina lo cruel del hado,
que es infeliz a veces el cuidado,
como glorioso a veces el descuido.

En mandarme que viva alegremente
añades más tormentos a mis sustos,
pues no puedo ser, Filis, obediente.

¿Cómo podré esconderme a los disgustos
si es mártir cada cual del mal que siente,
y nadie es arquitecto de sus gustos?

Vida bribona

En una cuna pobre fui metido,
entre bayetas burdas mal fajado,
donde salí robusto y bien templado,
y el rústico pellejo muy curtido.

A la naturaleza le he debido
más que el señor, el rico y potentado,
pues le hizo sin sosiego delicado,
y a mí con desahogo bien fornido.

Él se cubre de seda, que no abriga,
yo resisto con lana a la inclemencia;
él por comer se asusta y se fatiga,

yo soy feliz, si halago a mi conciencia,
pues lleno a todas horas la barriga,
fiado de que hay Dios y providencia.

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DESEADA PRIMAVERA [Mi poema]
Jorge Valdés Díaz-Vélez [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

(coplas manriqueñas, de pié quebrado)

Esperada, ¡cuántas veces
he llorado por tu ausencia!,
suplicando,
y has gozado de mis preces
reclamando tu presencia
¡suspirando!

Cuántas veces yo he soñado
con los ríos, con los peces,
con las flores,
con las niñas en el prado,
con amores sin dobleces,
y sudores.

Y he soñado estar tumbado
fornicando a la bartola*,
puñetera,
con los chopos a mi lado,
con el cielo por farola
placentera.

Que tumbado se medita,
así insistan los sabiondos
que es pereza,
y la mente se ejercita
accediendo a bajos fondos
y se reza.

Yo medito hasta en colores,
veo mares con la brisa,
con su arena;
los olores, los pastores,
de labriegos su sonrisa
tan serena.

Con colores presumidos
y vestidos pavorosos,
suspicaces,
y los goces reprimidos
tan ingenuos, tan viciosos
tan procaces.

Con la lluvia linda y fina
resbalando en los cristales
de mi estancia,
de los pinos la resina
y en el monte de jarales
su fragancia.

Lluvia fina, ¿quién pudiera
agarrarse a tu cintura
cual jilguero?
Me confieso, primavera,
aunque sé que eres impura
yo te quiero.
©donaciano bueno

Fáciles o difíciles las coplas manriqueñas? Share on X

*Cuando alguien holgazanea, se deja llevar por la molicie o simplemente se tumba a descansar un rato, abandonando toda actividad, solemos utilizar algunas locuciones verbales como ‘tirarse, tumbarse, echarse o tenderse a la bartola’. En el caso de ‘tirarse a la bartola’, el equívoco está servido.

MI POETA SUGERIDOJorge Valdés Díaz-Vélez

Absenta

No es la sombra del aire lo que brilla
en los bordes pulidos de las copas,
ni luz iridiscente que trasvase
los ruedos de cristal. Son otras voces
de qué ayer, de cuál silencio sin huella
o cielos de humedad lo que subsiste
en sus bocas perladas por el frío.

A simple vista nada es irregular
en el círculo abierto que cerramos
en honor de la noche. Pero acaso
el tacto de esos labios nos bosqueje
con cada sorbo helado la sonrisa.
De «Los Alebrijes» 2007

Aquel ahora

Las posibilidades de volverte a encontrar
eran remotas. Una entre un billón. Y habiendo
infinitos lugares dispersos por los números
de un cálculo improbable, quién imaginaría
que te iba a ver en esa cantina, transformándote
en luz de aquel entonces feliz, o eso quisieron
creer años atrás aquellos dos que fuimos.

Estabas allí, tú de pronto y sin aviso
previo, con una tímida sonrisa, recargada
en el hombro de un tipo de aspecto deleznable
que podría haber sido yo. No reconociste
mi rostro entre la gente del bar. Aunque tal vez,
supongo, pretendías saber adónde y cuándo
miraste mis facciones, en qué sitio más joven
hiciste un alto, bajo qué extrañas circunstancias
coincidiste con alguien que se me parecía
de lejos. Pero no recordaste, si acaso
lo intentabas, a quien le prometiste un sueño
que no ibas a cumplir, cuando nos despedimos
tras una ventanilla. De vuelta en este ahora,
tu cara era la misma donde vi el resplandor
del ángelus y el tacto de un crepúsculo gris
y hermético. Llevabas rubor en las mejillas
y el cabello más negro que alguna vez tocaron
mis manos por el valle lunar de tu cintura.

La bienaventuranza fue nuestra compañera
de viaje a las estrellas tan próximas al hambre
de nuestros corazones y su dolor difuso.
Era la edad del bronce pulido de tus pechos.
Las noches fueron lentas palabras inaudibles
del mundo que brotaba sin encajes. Bebíamos
la vida entre los versos de una poeta árabe
y bailaba desnuda la luz en la terraza.

Tú entonces te encendías y el viento iba contigo
por algún callejón a sórdidas tabernas,
levantando tu falda minúscula, mostrándome
las rutas que de súbito me alzaban al misterio.
Sin duda eras feliz de forma ingobernable.
También lo fui. Lo fuimos. Te dije, lo recuerdo
como si fuera ayer, que un dios haría suyos
los rasgos de tu nombre y el vino tu sabor
de almendra y paraíso. Sigues igual, incluso
me has parecido más hermosa, quizá menos
alegre que la imagen que de ti conservé
todo este tiempo en vano. Detrás de tu mirada
no encontré el resplandor de aquella chica insomne,
sino una palidez ceniza de rescoldos
que aún parecen guardar el vértigo del fuego.
No puedo asegurarlo. Y ya tan poco importa.
De «Los Alebrijes» 2007

Canción de febrero

sobre el pecho del cielo, palpitando…
Jaime Gil de Biedma

Leve y triste la tarde se retira
contigo hacia el crepúsculo y las horas
empiezan a doler en los distantes
repliegues de la sábana. De pronto
la noche ha regresado y es difícil
no pensar en tu boca momentánea
o en las altas comarcas de tu cuerpo
en lienzos de algodón en alabanza.
Ahora que no estás, vuelvo a mirar
el rayo que dividen tus pestañas
y el estremecimiento de tu espalda
moldeándome los brazos, la sonrisa
de tu sexo en los vértigos del labio,
el instante fluvial de tu alegría.
A lo lejos respira el mar, asciende
la blanda superficie su clausura
bajo un raso de líquidos cristales.
La noche sin tu piel crece más honda
por las calles donde asperjas la lluvia.
En silencio te recuerdo, muchacha,
con las últimas brasas que se apagan
contra el pecho del cielo, palpitando.

Cruz del sur

Arden las hojas del otoño
en la humedad crepuscular
de Buenos Aires. Contra un parque
dividido por tres colinas,
la opacidad de su belleza
busca en follajes la mirada
que acompañó la luz. Las lámparas
doradas guardan sus memorias
y encienden sombras en el césped.

Al atardecer se disponen
el horizonte de cortezas
y el suave tacto de los ojos
para construirse otra estancia
con los pájaros. En silencio
subes las calles y regresas
al canto de la noche. Queda
entre tus labios el murmullo
que al abandono pronunciaste,
la rozadura de palabras
dejadas en la soledad
de un cuarto cálido, ya oscuro.

Áspera en su constelación,
la Cruz del Sur abre sus puntas
mientras aguardo tu llegada
porque no eres tú quien ha vuelto
a resplandecer junto al eco,
sino tus huellas hondas, tenues
fragmentos de un espejo en llamas
que te observó al entrar a ciegas
en las membranas del deseo.

El cubista

Para Luis Alberto de Cuenca

Aquel cuadro de Klimt que te gustaba
tocar en las facciones de Sofía,
o la Venus con brazos que era Helena;
Beatriz, con su blancura Modigliani
reclinada en un manto que ni Goya;
o Ángela, morena de Rivera;
la Romero de Torres, la gitana
Esperanza que hablaba con el fuego.
O Pilar, melancólica y fragante
con sus gasas de baile a lo Toulouse
Lautrec. Adónde se habrán ido aquellas
muchachas que son ya tan sólo un cuadro
abstracto de neón, algún dibujo
trazado con sanguina sobre lienzos
de un espectro que tiñe su agonía.
Con quién habrán partido, en qué momento
se hicieron humareda, por qué diablos
vinieron hasta aquí sin ser llamadas.
De «Los Alebrijes» 2007

El desastre

El ángel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por dónde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza

rotunda de carmín: “En la terraza
te aguardo. Un beso. Adiós”. Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
Temblaste al recordar: “Todo lo arrasa

un ángel si al partir te sobrevuela”.
te diste apresurado a la tarea
de hacerla remontar por tu memoria,

sus manos en tu piel, su duermevela.
Pensaste: “Si es amor, pues que así sea”
y fuiste a abrir la puerta giratoria.

El fotógrafo y la modelo

El tiempo que fue siempre tu enemigo
se detuvo en tu imagen. Ya eres esa
chica de calendario, la princesa
sin fábulas, el ángel que consigo
colgar de cualquier nube. De oro y trigo
la luz ensortijada en tu cabeza,
la arena que se acaba en donde empieza
la línea de tu sexo. Estás conmigo
y no tienes tristezas ni pesares
ni citas por cumplir. Sólo reposas
inmóvil en el cuadro, entre palmeras
de plástico y heladas mariposas
robadas del Cantar de los cantares.
No sabes que no has muerto. Si supieras.

El olivar

No diré la oración que se pronuncia
en otras ocasiones como ésta.
Yo he venido a enterrarte. Y mi silencio
es el otro lugar a donde has ido.
Porque no hay más verdad que tu memoria
y nada por decir que no conozcas.
Acaso alguna imagen te devuelva
la sombra original, agua de jarro
en labios de tu sed, tal vez las flores
que incendiaban la estancia con luz pura,
la terca evocación de sus corolas
detrás de un ventanal, entre las líneas
de Ungaretti o Cernuda que olvidamos.
Pero todo es real y es diferente
el aire que respiro aquí, tan fuera
de tu aliento y sus raíces. Mañana
llamarán por teléfono y seguro
alguien dirá que no, que no has llegado.
Seguirá el valle gris con sus olivos
resecándose al sol como si nada
tuviera sucesión, y será en vano
que pregunten por ti. Tú habrás partido.

Ex-libris

He vuelto a releer aquellos versos
que hablaban del amor y que leímos
la noche que ardió Troya y nos perdimos
al fondo de sus negros universos.

He oído en cada página los tersos
acentos de tu piel donde creímos
haber bebido al sol en sus racimos
y al mar que reflejaba en sus diversos

murmullos nuestro ascenso al precipicio.
se puede oler la luz de esos momentos
Al tacto de un doblez. Queda un indicio

debajo de las líneas subrayadas,
un hálito de ti, tus dedos lentos
abiertos en esquinas despobladas.

Formas migratorias

para Katia Alemann

Aprendimos a amar a cuentagotas
esas pequeñas pausas que el chubasco
viste para inundar puertas afuera
la soledad, la rama entre violeta
y ocre de las tardes, el murmullo
semántico del cielo. En este orden
hemos desdibujado la distancia,
la longitud sin proporción, las líneas
que relacionan a las cosas. Breves
lagunas de aire, esos segundos quiebran
el ambiguo concepto de equilibrio
que en el agua subyace y se sostiene
al igual que otra voz dentro del fuego.
Cuando escampa y la tarde se armoniza
en su limpia explosión de veladuras,
aprendemos los mínimos rumores
donde irrumpen cenizas desmemorias.
Con ellos construimos este cuarto
que está lleno de música y de vítreos
aromas de jazmín o extranjería.
Nociones y raigambres que se agolpan
y edifican un óvalo sonoro,
un punto de llegada, otro pretexto
condenado a palpar nuestra garganta
para oírnos decir: amo esta lluvia
cuando cesa y podemos escucharla
recoger un país bajo la tierra.
De «Jardines sumergidos«

Ishmar

para Martha Iga

La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de palabras que no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir con las yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera vez.
De «Jardines sumergidos»

La invitada

Tienes que detenerla
-dijo. Su voz temblaba
con pasión. Me gustaba
aquel temblor; el verla

actuar así, tenerla
cerca mientras mudaba
su gesto, confortaba.
Tienes que detenerla

-insistió. Ya es muy tarde,
no lo puedo evitar
-le respondí-, no hay nada

que hacer. En un alarde
teatral, fingió llorar
aunque reía, helada.

La mesa

Para Wislawa Szymborska

Me contemplo en las caras ocultas de la noche
sin rasgos de mi acento del sur, sin evidencias
de ser el extranjero que alarga un punto móvil
sobre una servilleta doblada en dos. Estoy
en medio de personas de las que no sé nada
y que hablan de lugares apócrifos, de valles
desterrados del tiempo, distancia o geografías;
me observo desde mi soledad, desde afuera
del aire, de las formas del sillón que soporta
el peso de las vidas que tuve y me contienen
al pie de nuestra mesa. Me reconozco aquí,
con la ingenua cautela con la que se vislumbran
animales fantásticos en un libro de viajes
cuya última página no depara emociones,
ni algún final feliz que salve la memoria
de un bar donde la dicha se mire al otro lado
de esta sombra entre tantas estólidas fronteras.
De «Los Alebrijes» 2007

La otra rosa

Ella besó en la rosa
(su nombre fue una espina
brutal y femenina)
la imagen de otra rosa

grabada en una losa
de mármol, cristalina.
La luz era más fina
y al tacto, tan hermosa

como la flor que ardía
sin pausa en su memoria.
En otro mediodía,

la rosa era ilusoria
promesa compartida;
y el beso, la otra vida.

La última vez de Casanova

Giacomo se envuelve en el crepúsculo del Florian

Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia,
me bastarían para estar satisfecho.
Cátulo

Mientras beso tu boca, dulce
doncella en la conquista, muerdo
las comisuras de tu madre
y los labios que tus hermanas
ceden al peso del deseo;
beso a las próximas mujeres
lejanas y desconocidas
aún por mi codicia, aquellas
que algún día serán tú en otra
tú, que ahora oprimes mis labios
contra tu máscara de niebla,
y abres el negro terciopelo
donde mi angustia deposita,
con un grito húmedo y sordo,
el rubí de mi corazón
humeante al pie de tu reflejo.

Las flores del Mall

Las jóvenes diosas, nocturnas
apariciones (ropa oscura,
plata quemando sus ombligos)
en la cadencia de la pista,
comenzarán a despintarse
con la premura de los años,
los problemas, quizá los hijos
que no tienen aún. Ahora
miran tus ojos con un claro
desprecio (ya tienes cuarenta)
y piensas en ciertas palabras
de Baudelaire que les darías
como si fueran frutas tuyas
(si al menos se acercaran), si
supieran quién es el poeta.
Pero ellas danzan, te rodean
sin importarles lo que callas.
Envejeciendo solas, brincan
sobre tus textos (tan perpetuas
y frágiles), deidades nuevas,
ellas, que bailan retiradas
de tu florero de Lladró.
De «Jardines sumergidos»

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NACER Y ENVEJECER [Mi poema]
Jenaro Talens [Poeta sugerido]New

MI POEMA… de medio pelo

 

Que yo vine hasta aquí sin saber como
y pronto he de morir sin saber cuando,
me paso así la vida divagando,
buscando a la verdad a que no asomo
y sigo en este magma preguntando.

Y alguna vez pensé que esto iba en serio
cuidando de a mi paso dejar huella,
tratando de lucir como una estrella
en medio de este enorme gatuperio
poniendo a quien lo dude una querella.

Buscando los elogios me he pasado,
aplausos, cangilones de esta noria,
el tiempo que dispuse y lo he quemado
-que soy otro, no más, que ha fracasado-
nacer y envejecer, esa es mi historia.
©donaciano bueno

#Como tú, como yo y como todos, o no? Share on X

MI POETA SUGERIDO: Jenaro Talens

Algo va a suceder

La muerte es como el sueño,
parecida a ti:
no puede ser pensada.
Abro los ojos y amanece el día.
No hay obsesión impune, ni fantasmas
que la luz no devore
sin más imperio que su voluntad,
ni otro poder que el sol que nos despoja.
Cómo olvidar que fuimos lo innombrado,
lo que negaba oscuridad a un mundo
hecho, como tú y yo, de sueños rotos.
No, no duermas. El pájaro del alba
dice que ayer no existe. No hay memoria,
ni significa nada. Sólo, mira
esta pasión que nos acoge, que
ha estallado, de pronto, insobornable,
como las ganas de vivir.
«La mirada extranjera» 1984-1985

Amanecer en El Escorial

A Chús Visor

Vuelve a tu nada,
dijo el sol a la noche
quebrando el alba.
«De una obra en marcha» 2001

Ángeles sobre Roma

I
Abra tu luz mi niebla a sus engaños,
pues no he nacido para compartir el odio,
sino el amor. He ahí las huellas de la nieve, el mar
donde todo concluye,
briznas de azul al pie de las colinas.
La ola en la que fui, mi duración, el muro
es una sombra informe que se aleja
camino de otras playas.
De un cuerpo a otro hay el tiempo de una vida,
de su soledad a mis ojos hay la distancia de la muerte.
Juntos en un paisaje aterido de sed
vemos el sol de julio que se descompone,
cómo cae gota a gota
desvistiéndote incluso
del color que oscurece mis palabras,
un viola emborronado por el muslo del día.
Vienes desde el sonido de una vieja ciudad
(agua oculta que llora entre arrayanes),
para darle otro nombre a la aventura:
un mar sin mar y al fondo los cipreses,
ese silencio que me hace diferente de ti.

II
Recorrerte sin pausa, como quien
se despereza al sol; ser el sendero
donde inscribir tus huellas. Heme aquí,
acurrucado junto al estallido
que amaga el roce de tu piel.
Cobijo mi pasión a la intemperie
bajo el árbol frondoso de tus sensaciones,
esa implosión de un cuerpo
en el que busco anclarme. Vieja luz
que alumbra, sin embargo, todavía.

III
Piensa si todo esto terminase.
La floración del día y de la noche,
de este día preciso, de esta noche precisa,
lo fortuito de un azar que surge
inevitablemente. Piensa si
fuese sólo el principio
de otro final que ya no espero, que
vuelve a decirme que si todo esto
terminase, por qué. Piensa. No, toca
la luz de nuevo, sin pensar, el borde
de una quietud donde se desmorona
cuanto nos hizo islas. Si acabase
todo, el fulgor, la sed, la opacidad
de un territorio que no es cuerpo, que
nos vuelve cuerpo, sin limitaciones,
piensa, tanto estupor
¿cabría en un poema?

IV
Daré tu nombre a cuanto vea,
me aferraré a la imagen de tu cuerpo
como la yedra al sol de mediodía.
Igual que el mirlo al recorrer las hojas
busca en la nervadura
los gusanos, iré
a trabajar los surcos,
a sembrar la memoria
si es cierto que para morir,
como dijo el anciano,
basta sólo un ruidillo:
el de otro corazón
(¿mío, tuyo?) al callarse.

V
Pero, a decir verdad, no sabemos morir.
En el fluir del día que no acaba
oigo un murmullo circular, el labio
que bebo sorbo a sorbo. Tócame.
He atravesado océanos de tiempo
para llegar a ti, la noche sin raíces.
La tierra fue el principio,
la tierra devastada que repite sus sueños.
Me hicieron renacer como quien siembra
entre los intersticios de una roca
y espera sin dudar hasta que crezca el fruto.
Luego vino la lluvia
desde un cielo cansado
de oscurecerse sin razón. ¿Comprendes
ahora? No fui yo.

VI
Lo que sucede, al cabo, son colores.
El rojo sangre de quien nada olvida,
el amarillo de la indecisión,
o el verdiazul que surge como un soplo
desde una noche que no fue derrota
sino confín. El blanco de reconocerte
entre las huellas menos personales
de un alba compartida: sólo tú,
las variaciones de la luz y el peso
de una certeza incomprensible.

VII
Suspende el año enti sus estaciones.
En esta antigua selva donde estoy
el tiempo se abre paso con dificultad.
Discurre a solas sin tu nombre
y no envejece ni se instaura, sólo
finge avanzar a tientas por un túnel
hecho de azar y de pasión, de todo
cuanto nos hace vagamente humanos.
La vasta tierra que recorro me
descubre en el trazado de tu piel,
y ese hueco dormido que llaman corazón
es un chorro de agua brotando en el desierto
del último verano que perdura.

Decir son meras aproximaciones

Ahora ya sé que el júbilo aún existe,
que tu rotundo vientre me unifica
en esta dispersión que ha sido mi ceguera.
Fuiste verdad visible, combustión, palabras
que mis manos llovían sin descanso
desde el temblor de un vértigo insondable.
Una mirada acuosa me sigue desde entonces
y, como quien no cede a tentación, sepulta mi memoria
bajo un humus de tiempo, donde el amor en llamas
borra las sombras. Mírame, desnudo
de tu calor. No hay muerte ni amargura
sino un sol extranjero que pronuncia tu nombre,
su música callada, su delicadeza,
con el fervor de un viento que no olvida.
Sé que este martes de noviembre,
mientras paseo atravesando el frío del otoño,
tu voz me grita desde su silencio,
desde otro cielo y en ningún lugar.
No pude oír desde tan lejos el sonido del aire
pero aprendí a mirarte en cada rostro,
en la agonía verde de los árboles,
en su inasible luz, sabiéndote despierta
de tu profundo sueño, no de mí.
«La mirada extranjera» 1984-1985

Divagaciones sobre el príncipe azul

Está sentada en medio de la alfombra,
con una mano sobre sus cabellos y
en la otra un anillo
que hace girar con un furor mecánico
bajo la luz escueta de la lámpara.
Murmura con excesiva lentitud,
oigo su voz, golpea
como la lluvia contra los cristales,
empañando sus gafas con una incómoda humedad.
Ah, la emoción del trance, o quizá sólo
es el calor que viene de la estufa.
Él se levanta, dice, cuánto sufres;
dice, perdona, voy a hacer café,
necesitamos un descanso; vuelve;
es hora, piensa, de una pausa; y ella
no escucha, dice, mi tragedia es no
saber si el sexo satisface o si
es prescindible en su ilusión; escúchame,
ignoro incluso en quién o dónde estoy
cuando hago o digo cosas como ésta,
todo resulta tan confuso, intenta comprender.
Él pone azúcar en la taza, dice,
admiro tanto tu sinceridad.

El espejo

Tiene la blanca mano
apoyada en el libro pequeño,
sobre las pequeñas hojas blancas
donde, absorta, se pierde.

Hundida en el sillón, los ojos
tibiamente impregnados de sensación de ver,
aunque sin forma; en torno los objetos
se alzan como muros
a los que sólo la incansable
profundidad de las pupilas
puede ahondar en plenitud, y observa
el modo simple en que se acopla el mundo
a su tacto, sin queja.
Cuanto sus dedos asen
fuertemente lo tiñen de lucidez. Del cerco
nunca insalvable de la lejanía
en que hasta las palabras
más repentinamente próximas participan
la protege este libro pequeño,
en cuyas pequeñas hojas blancas sus blancas manos se posan.

Y algún vago deseo
le asalta: «cuerpo hermoso
para ofrecer, quién sabe, blando muslo,
labios acaso con temblor de aurora».
Pero apenas si el brazo, febrilmente extendido,
roza el sereno cristal que nada responde.

Ciego el espejo es
para el que en su pulida entraña no consigue iniciarse
con claridad. Y vuelve
a acariciar su cuerpo, que, de nuevo, insensible,
se funde en la lejana realidad envolvente.

Cuando ha dejado de sentir el apacible mordisco de las
últimas luces
cierra con lentitud el libro. Y comienza otra noche,
en donde los objetos, incluso los más cercanos, también a ella
la ignoran.
«Víspera de la destrucción» 1966 – 1968

El largo aprendizaje

Una mujer, un hombre, una ciudad.
La ciudad sin objeto. O una escena de amor.

Alguien que se desdobla en estrías de luz,
caminando sin prisa por los soportales.

Una mujer aún joven; sus inciertos poderes
sin otros límites que los que impone
un rostro ajeno donde nadie ve.

El hombre avanza a tientas por el pálido cielo,
dueño de un aire intacto que no puede usar.

Ando cansada por las avenidas,
dice; no es amarillo
este fuego en que quemo mi vacilación.

Él no responde, se reclina, espera.
Ella sonríe. No es silencio: sabe.

Del otro lado del espejo, noche.
Y una mujer, un hombre, una ciudad.
«La mirada extranjera» 1984-1985

El testamento de Drácula

(según F. F. C.)

Estas son mis palabras,
mis últimas palabras.
Crecen en torno a mí sin que yo las vigile,
luego retornan a mi boca
y en ella se aposentan para pasar la noche.
Las digo en voz tan baja que ni tú las escuchas
a ras de suelo, tan inaprensibles
que hasta las piedras las absorben.
Todo es posible aquí. Tan sólo yo
soy imposible, un rostro
sin color ni volumen
por estas galerías donde se repiten
espejos en espejos. Todos están deshabitados.
Nada devuelve su espesor, salvo una luz confusa,
dibujando mi ausencia entre los vidrios rotos.
Narciso fui cuando vivía.
Mientras no estuve en el arcén del tiempo,
lo miraba pasar. La muerte ahora
es la venganza de los otros, de
esos otros extraños a quienes amé
sin proyectarme en ellos. Ven a mí.
No te haré ningún daño. Sabe que
de soledad en soledad
huí de un cúmulo de eternidades
para cruzar la tierra. Fui viajero,
me deslicé hasta sombras que antes no conocí,
y en este exilio, cuando miro atrás,
pienso en el sueño de los justos:
un islote de espuma saturada de azul.
Tal vez los fríos del invierno sean piadosos conmigo.
Sé que sobre mi tumba nacerán flores amarillas.

Envoi

Surges de un cielo antiguo,
del frescor crispado
con que la nieve repentina azota la ciudad.
Te cubre un halo, como en una foto
en la que se ha perdido el claroscuro
y los contornos y tan sólo el frío
te reconforta y te protege.
sobre la cartulina
mis dedos acarician lo que intuyen de ti
y se demoran, impacientes, como quien espera
que se abra una puerta.
y le inviten a entrar.
«Profundidad de campo» 1997 – 2000

Epilogue & After

Cuánta ceniza ardiente llueve el cielo,
ecos antiguos de una voz que pasa,
ese enemigo que inventó el espejo
y me instaló sin verme en su mirada.
Dando bandazos, el invierno cae;
no me permite desdecirme. Calla
para obligarme a oír desde el silencio
el rumor con que anula las palabras
y hace hablar a los árboles, a las
piedras desnudas, a los puentes, con
el lenguaje del agua.
Burlón y regio por las galerías,
el aire muerde sin cesar las ramas;
ellas me enseñan a mirar sin odio:
el sol es siempre nuevo cuando se levanta.
El frescor de las cosas desmiente mi agonía,
y en este cuerpo imán de tu memoria inscribo
el lastre fiel de un monólogo en calma.
La noche apoya su cabeza en mi hombro,
su materia sensible. No hay nostalgia,
sino copos de tiempo que la noche aventa
en un espacio vuelto madrugada.
Mis ideas acerca del futuro
crecen como burbujas de sustancia.
Por qué seguir; la escena ha terminado,
y ahora que ya no necesito nada
(si acaso respirar la luz del día),
ahora, cuando descubro que esa luz no acaba,
sé que el camino existe
porque por él avanzo: soy camino.
Sobrevivir ha sido mi venganza.
De «Tabula rasa» 1985

Epitafio

yesca me han hecho de invisible fuego
Francisco de la Torre

Fui un viejo juglar, y conté historias.
Mi nombre os es indiferente.
Sólo dejo constancia de mi oficio
porque fue oficio quien dictó mis versos
no la pequeña vida que viví,
ni su dolor, ni su insignificancia.
Ella murió conmigo, y aquí yace,
desnuda como yo, bajo esta piedra.

Es tan sólo una hipótesis, pero aún así

G. lonas, Untitled poem # 3

Dice que sólo duerme con extraños, que
gracias a los extraños puede dormir en paz
y permitirles ser amables anfitriones
siendo a su vez una invitada amable.
Ellos no pueden tomar nada que le pertenezca,
ella tampoco nada que les pertenezca
salvo lo más externo de su piel
y el café con tostadas en el desayuno.
Tras noches como ésas se siente tan feliz.
Dice que sólo duerme con extraños, que
de ese modo resultan más sinceros.
Saben que ella está hoy,
sin que jamás se hable de un mañana.
Si se lleva consigo algún objeto,
es relativamente fácil perdonar.
Y si olvida algo suyo sobre la mesita
pueden tirarlo luego sin problemas.
Es un dedo en un timbre después de atardecer,
o una voz dulce en el teléfono.
La promesa, tal vez, de una postal que no
suele firmar, y sin remite alguno.
Dice que sólo duerme con extraños, que
ellos así reservan para ella
sus más limpios manteles
y su mejor sonrisa.
De «Tabula rasa» 1985

Fabulación sobre fondo de espejo

La realidad. El tiempo. Ves tu mano
sobre una taza. El humo difumina
las cosas. Tu cigarro. Aquí termina
tu verdad, cuanto tocas. Sabes vano

el amor, puro viento de verano
que el otoño deshace e ilumina
con dejadez. La sombra que declina
envuelve los objetos, como un vano

rescoldo de luz pura. Vuela intacto
a la viscosa oscuridad de donde
surgió. La paz, de nuevo. Sosegada

notas el alma en ti. Borroso, el tacto
desdibuja tu cuerpo y te lo esconde
bajo otro cielo gris. No sientes nada.
«Víspera de la destrucción» 1966 – 1968

Flashes en el Brick Oven

Con Marta y Andrés Sánchez Robayna

¿Qué me ofrece el silencio de esta noche,
este amor sin excusa, vuelto aprendizaje?
Paseo por las calles
de esta ciudad extraña
donde incluso las flores tienen dueño.
Miro las nubes grises,
el aire iluminado por una luna artificial,
y escucho el parpadeo de los claxons en la carretera.
Los grajos llueven en bandadas,
vierten su humosa niebla sobre las ardillas,
pero el olor que brota de la hierba
no es un olor distinto
del olor con que noviembre ahora irrumpirá en tu cuarto
diciéndote que empieza a amanecer,
aunque sea otro el mar, otros los árboles
y otro el azul que inunde tu mirada.
El día muere en Austin y estoy solo.
Aquí, de pie, junto al Brick Oven,
pienso en tu cuerpo, en ti-
¿ Qué podría ofrecerme esta noche de otoño
que no me ofrezcas tú?
«La mirada extranjera» 1984-1985

La del alba sería

La grímpola en el mástil y el cincel diminuto,
el estilete, el fuste y la magnolia:
todo materia de dolor.
(¡Abridme
las puertas de la noche!)

Pero dónde el cendal,
dónde la encubridora
sierpe, el misterio dónde
está que por el aire
sola tu ausencia en sombra
como olvido transcurre.

Nada pasa, amor mío.
En la ciudad desierta, el humo del alcohol
como la lluvia es breve; es un cuchillo
helado, o una forma
que pesa; pero acaba,
(todo acaba, amor mío)
como la lluvia, sobre tu soledad.

Mira el voluble y cálido sopor de los escaparates,
el triste parpadeo sin destino de las luces eléctricas.
No recorras las calles
ahora que en las paredes, ciegas de tanta cal, unos labios resbalan
y en el aire agoniza el último murmullo de una balada del amanecer.

Escúchame, no temas
la quemazón hiriente de los focos,
la luz dispuesta en cajas sobre los anaqueles.
No es verdad, amor mío.
Todo es júbilo aquí: la alegre máscara
del bailarín inmóvil y el asombro
de la muchacha sorprendida al borde del acantilado,
mientras el viento sueña
con alacranes rubios y alfileres
que la niebla diluye.

Cuánto espacio mudable en avenidas.
En el húmedo césped, como verdor que estalla,
hay celajes de púrpura
y acrisoladas flores de papel.

Ven, ven. Tus ojos brillan.
Bajo la abrumadora sombra de los parques beso un cuerpo dormido.

El aire gime y tiembla como azulada llama de un antiguo quinqué.
¿Sabes? La lluvia arrecia
sobre esta humosa floración de bruma
mientras el boj repite sin límites
sin límites
dulce cuerpo desnudo
sobre el que desemboco
como en la mar, o el mar, o un mar: tragaluz de las olas.

Mar total que es un nombre,

un nombre perseguido sobre un labio.
De «Una perenne aurora» 1969

Límites de la representación

A Ahna Bishop y René Jara

I
El mar, incomparable.
El oleaje quieto de tu desnudez
golpeando con calma este silencio
en los acantilados de mi excitación.
El cuarto está tranquilo. No hay fronteras.
Miro el escueto resplandor del día
desperezándose sobre tu piel.
Dormida,
sabes de los vestigios donde se disuelven
la tormenta y su furia. Justo al filo del alba.
Nunca los cuerpos solos en su soledad,
siempre aislados en la multitud.
Te escucho respirar, tan lejos y a mi lado,
como el agua que muere,
libre en la voluptuosidad de tu deseo
vuelta espuma sin nombre,
en la desierta arena del amanecer.

II
Yo inventé nombres para ti,
tú, la aún no nacida,
la oculta por un nombre que no quise ver.
Esperé mucho, demasiado tiempo
para poder sentir
desde el silencio ahora inevitable
el rumor de mi cuerpo junto al tuyo,
este mar sin fronteras
donde navego al pairo y busco naufragar.
Yo inventé nombres para ti,
como otra forma de caricia.
El alba es ya conciencia
y nos acoge. Ven,
acércate. No hay nada
como saber que el mundo es un sendero
y nos invita a caminar.
«La mirada extranjera» 1984-1985

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