A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...

Diego Doncel

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DEL JUCIO A LA HISTORIA [Mi poema]
Orlando Rossardi [Poeta sugerido]

MI POEMA...de medio pelo

 

La historia, amigo mío, eso es pasado,
no puede hoy observarse en el presente
con ojos de mirada diferente
so pena de sentirse equivocado.

Que el agua que cayó desde esa fuente
y fue desde un lugar a otro lugar,
la quieren hoy de nuevo examinar
despues que la ha llevado la corriente.

Asi no tenga nada que ocultar
no puede comprenderse pues la gente
no piensa ahora igual. Y es que a la mente
la música le suena a otro cantar.

Y aquellos que la quieren hoy juzgar
mejor será se juzguen a ellos mismos.
No existen ya los mismos catecismos.
No busquen, pues, la aguja en el pajar.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO: Orlando Rossardi

Hambre de poema

A Enrique García Cuevas que murió
de hambre en las cárceles de Cuba

¿Sabe usted lo que es morir de hambre?
Yo no. Pero hay hombre que se ponen a esas cosas
por ver si alguien revienta o se estremece
y cambia el mundo, de golpe, su estructura.
Yo no sé lo que es morir de hambre
(a mí puede y me salva el sueño en poesía),
pero va y me pongo en huelga de poema
y se me secan la garganta y las bacterias,
y el corazón se me vacía de savia y de sonrisas;
me quedo esquelético de enseres y paisajes
y luego, irremediablemente, muero
sin saber lo que es vivir a secas.
Va y me pongo a morir en medio de la calle de poema
-sin regreso- tercamente, yendo y regresando
del pan nuestro a los presagios,
en la espera de que algo pase sin que pase nada,
como sucede con la gente en las aceras
que camina y se detiene, deshojada y hueca,
esperando una luz verde que le ceda el paso.
¿De hambre? No, yo no sé lo que es morirse de ese modo,
pero va y me siento a morir de poesía
y luego tiene alguien que añadir en las esquelas:
“Descanse en paz quien murió de esa manera;
le sobrevive el mundo y otros deudos más cercanos”
Entonces va y alguno, sin llorar siquiera,
cruza los brazos, vibra y se estremece;
y en cualquier lugar de esta remota herida
surge diáfana la letra entera del poema.

Memoria de mí

Este hombre que soy se ha licenciado de altas letras,
tiene título sellado y de tarde en tarde prodiga poesía.
Ha cruzado por su historia a la carrera
y aún busca, ferozmente, como detener el paso,
en qué manos vibrar en sueltas y espigadas alegrías.
No es que nunca tuvo amor, ¡pero fue tan pasajero!

Las tardes y los golpes de este hombre
se dieron como se dan, a veces, los golpes y las tardes:
¡deslumbrantes, serios, torrenciales!
Quiso no hacerles caso pero eran suyos
y no tuvo más remedio que meterles toda el alma.

Este hombre tuvo infancia y a ratos aún la tiene.
Tuvo amigos y los vio perderse luego por un golpe de fortuna.

También tuvo un espacio al que llamó suyo;
y a otras cosas fue llamando cielo, mujer, patria…
Dios, más tarde, en su bondad quizás, regó sus letras
y los nombres que eran suyos se quedaron
dando tumbos por los cuadros del tablero.
Este hombre que soy es como otros hombres
-ni más alto ni más bajo en su melancolía-,
uno más, de entre otros tantos, que no pudo,
que no quiso estarse quieto ante el milagro,
que puso leche de su cuna a destilar,
verso con verso, sueño entre las líneas.
Este hombre por dichoso se merece cuanto tiene:
Un amor antiguo perdido en los armarios,
una clave de victoria en las derrotas,
un silencio de espantado entre la gente,
un corazón que a veces le da sustos
y una más fácil –repentina- entrega al llanto.

Generación sola

A los poetas de mi generación

Y nos quedamos solos
y cayó la noche -dentro y fuera-
en campo de azul y atardecer
de estrellas. Y nos quedamos
solos, con la estrofa entre las manos,
órganos al viento y bulevares,
y semanas, y distancia.
Urbanamente solos
por aulas y oficinas,
entre elásticas mareas,
con enigmas y poemas
por las bibliotecas solas,
los libros de ida y vuelta;
con las grietas solos
por la prisa y por los ritos.
Solos cuando todos
buscaban compañía. Solos,
por azar solos, armándonos
la suerte sin pretextos tropicales.
y mucha palabra al viento
y mucho podrirse en pliegos
viejos entre estantes y correos;
solos por la ojerosa raza.

Y nos quedamos solos
jugando tristemente
a que esta luz es luz
y alumbra, y aquélla es sombra,
a que esta ausencia es mía
y no del otro. Por los cantos
solos, con la letra del idioma
perdiendo nombre y seña
en las distancias, palpando
como amigos los silencios,
por los rostros que se echaban
a otros rostros también solos,
dando golpes por las puertas
por ver si a golpe vivo,
de un golpe, la soledad se abría.

Beso soñado

Y que al mundo, como presa, sueltes llena tu carrera,
que me surjas por la frente como espacio penetrante
y que a puerto llegues con tu labio y con el mío amante,
tú conmigo, luego el trecho que culmina en ansia entera,

tus ojos en los míos, espacio en lumbre que nos funde
y queda para arder profundo, entero, bien adentro;
como eterno, lo alto fulminando a renacer del centro
de ese todo aquel aquello que es ya fuego que nos cunde.

Tu amor fiero con mi amor amante, la ola con la roca
que al chocar en alma se convierte, pone, y se resuelve
en el don total, sonante y reluciente de tu boca.

El mejor aquí con su comienzo para un ver sin dueño,
el más acuciante abrazo que en la sombra nos abraza;
beso que al fin, en su horizonte, nos tramita el sueño.

Hoy sales de la carta tuya

En memoria de Ana María Fagundo
Tenerife, 13 de marzo de 1938- Madrid, 13 de junio de 2010

Hoy sales de la carta tuya como ayer de tu poema.
Te asomas a decir que has vuelto al sueño recurrente,
que no es cosa de sufrir sino de albricias y semillas,
de esas mismas que sembraras por el polvo del camino.
De esas como viento despedido, luz tejida al cuerpo
que dejabas siempre a flote de una en otra suerte de marea,
de un paso hacia otro paso, siempre retozando a la deriva,
como a quien le sobran manos, ojos y los besos,
como a quien más que poesía le faltan los abrazos.

Y sales de ti, del tacto de tu pulso por la letra tuya,
la que salta del labio de tus páginas a la página vacía,
la que brilla por tu ausencia como un chorro de cariño
nuevo, como huella entre los versos que has dejado,
como cumbre que arrima la presencia tuya al cielo:
este asombro de palabras que has armado letra a letra,
fundado libro a libro, brotando frutecido en el poema,
el canto tuyo todo igual de espacio abierto y colorido,
nombrando aquellos nombres que sacabas del pañuelo,
magamente , aquellas noches por la playa aquella.

Y eras tú vivida y suelta por ese buen querer a tu manera,
ese tú que era más hondo en la fina solución de los silencios,
aquel tiempo convocado del misterio y de los gestos;
y en la carta aquella en que ponías la palabra exacta,
tu sed de niña dolorida, la triste nueva de tus ritos viejos
que hoy, a golpe de memoria y de poema, te rescatan.

Ese

“La poesía, connubio del Enigma y de la Nada”
Gastón Baquero

Ese que aún no sabe quién será mañana,
se pasea con su sombra entre las cosas,
se levanta e intenta decir esto o aquello
a ver si se le escucha y le acata el tiempo.
Ese hombre que se alegra en los recuerdos
cuando no es ya otra cosa que un retrato,
ese que llora en las esquinas porque no sabe
si andará muy solo por el cielo o por la nada;
o si alguien hablará de ese poema, del verso
aquel que urdió su idea a ras de una palabra
y escaló hasta verse metido por los libros.
Ese que quizás seré será como aquel hombre
que echa por la borda el alma en la memoria.
Ese que no soy pero quien seré mañana,
irá regado con su nombre entre las letras,
con sus puntos, sus acentos y sus comas,
por la estrofa acariciante de una página vacía.

ME NIEGO EN REDONDO [Mi poema]
Diego Doncel [Poeta sugerido]

MI POEMA... de medio pelo

 

Me niego aquí en redondo. Tengo miedo.
Periódicos y prensa a la basura.
La radio me hace huir por su impostura.
La tele da asco ver, me importa un bledo.

Que yo quiero ser libre. Sin cadenas.
Sin nadie que me cante las cuarenta.
Obviar lo que se dice trae a cuenta.
Preciso liberarme de condenas.

Que un día he de morirme, no lo olvido.
Y solo de pensarlo me molesta.
De tanto repetirlo ya me apesta
y hieren a mi vista y a mi oído.

Prefiero ser soldado en la batalla
que ser en retaguardia un cobardica.
Que nadie a mi me tilde de acusica.
Tampoco aparecer como un canalla.

Y a aquellos que hacen caja aquí les digo
que salgan a buscar a otro cliente.
Me niego ya en redondo a que insistente
pretendan convencer, no va conmigo.

Vivir, solo es vivir si de ataduras
te puedes liberar. Y no haces caso
de aquellos que te anuncian un fracaso,
volando sin dudar por las alturas.
©donaciano bueno

Desde que llegó este maldito Coronavirus, el miedo, antes esporádico, se ha instalado entre nosotros de forma permanente para jodernos la vida.

MI POETA SUGERIDO:  Diego Doncel

EL ENTUSIASMO Y LA INSPIRACIÓN DE LA UNIDAD

Me retiro hacia ti, señor,
para tener conciencia
de que ahora soy el sueño que inmolas
en tu cuerpo, la sangre de tu sangre
que ofreces a la luz.
Tus entrañas mas puras
en mí se han consumado y en mí tu verbo funde
la tierra con el cielo y el fuego con el mar.
Agua oscura es tu cuerpo, señor, un manantial
perdido donde los muertos beben el flujo
de tu paso. Santa morada, orbe celeste
en el que boga el mundo y se anega mi alma
presa del más allá…

En ti la noche vierte esta carne inflamada
que turba a la materia y en ella enciende el fuego
de tu sagrado altar.
Mas mi muerte, señor, prende luz a tu espacio,
en ti alza la música
que a los seres abrasa con aliento divino.
Sostiene en ti la forma
alta y ebria del misterio
y en el misterio brotas
(de mi carne ensoñada) siendo mi misma luz.
Vas de tu cuerpo al mío y sólo un cuerpo
respiras, y somos el mismo aire
que besa el aire del mundo.
Somos tan sólo un alma de un universo
ardiente acordada a los ritmos
y presa del aroma que conforman la luz.
De ti y de mí, señor, brota armonía,
están los cielos altos y la noche profunda
fundiendo los contrarios y el árbol
de la vida se engendra en el espacio
de un eterno existir.

Esta es la noche santa, oh señor,
en que al fin con mis manos
toco tu rostro puro,
y dejas que respire esta luz cegadora
que hace abono del aire,
y das tu mismo aliento
a este pecho profundo que llena sus pulmones
del fuego de las cosas arrobado en tu amor.
Dentro de mí los cielos dan señales y pulsos
de espacio enardecido,
conjugan los planetas
a mi sangre ensoñada y bullen, poderosos,
al fondo de mi cuerpo donde es fértil
su luz.
¡Cómo siento su música
derramarse en mi sueño y ser signo
del aire, y ser signo del ser y esencia
de lo hondo! ¡Cómo viene este aroma
tan dulce de tu boca
a quemarme en el éxtasis,
y respirar conmigo y respirar, por ti,
el mundo en mis entrañas! ¡Cómo late mi alma
y acoge en su extensión los hilos invisibles
de todo lo visible, y es un vuelo
que funde estrellas y silencios
al rumoroso mar!
¡Cómo vence mi muerte esta región prescrita
y se abrasa en los ángeles, y se convierte
en viento de nocturna armonía que deja de existir
y empieza a ser el soplo de lo eterno!

Más allá de la vida, señor, más allá
de la muerte se alza nuestro reino
(pues tampoco en nosotros hay principio
o final): somos tan sólo el centro
donde, ciega, la luz brota y se olvida,
la materia incendiada por el viento perpetuo
que trae la eternidad.

PUNTO DE FUGA

El alma, que es tan sólo tránsito,
derramada, plegaria a los seres del mundo
que en ella son signos, se anuncia inmensa
al fin por este cementerio, suspendida
entre el mar, la luz y la materia.
La revela el silencio encendido
de estos montes, el fulgor y el aliento
en el que tiembla el cielo, y un mensaje
hecho carne en las aves y el hombre,
estigma de la gloria y de la eternidad.
No existe otro destino en la vida
o la muerte que no fluya en su cuerpo:
por ella surge todo y las cosas
la crean soñando que la viven.

Mas hoy, el alma aquí, su claridad
dilata, por este mar ardiente
que encarna el paraíso.
Ahora goza, otra luz, el cuerpo
en la armonía serena del amor, la carne
de este reino por siempre insatisfecha,
la paz que está consigo y en la tierra
se cifra y en la ladera esplende
con sus astrales árboles
que bajan tan dichosos a beber fuego
al mar.

Decidme si no es este el espacio sagrado
donde todo se une y al final
todo es alma, que vive enardecido
por el aroma dulce del algarrobo en flor.
Si no se siente aquí esa antigua alianza
del aire con el agua, del agua con la tierra,
de olivos y gaviotas y horizonte
hasta ser parte en la luz.

Y decidme si el alma, purísima,
como esencia de dios no se revela ahora,
y en las terrazas que el abismo funda
no salta ella también
a fundirse en el oro.
Si, súbitos e iluminados por la luz
de la sal, no regresan los dioses y devienen
los campos un efluvio divino que se adensa
al juntarse los muertos, las frondas, los hombres
al néctar y a la lumbre de los astros.
Si la verdad no se alza al borde
del deseo, y no deviene el mundo, al fin,
la misma cosa: unos signos celestes
por el sol arañados en la arcilla
de lo eterno donde se mira dios.

Pero allá de esta luz otra sombra
reclama y quizá tras la sombra alumbre
un nuevo día y germine otro sueño.
Tal vez, allí, no exista nada
que no sea esta tierra extasiándose serena
en las ondas del mar. Este sentido pleno
que los seres alcanzan al rendirse gozosos
en la eternidad de la luz.
Y este blanco respirado de los cielos,
y esta sal profundamente respirada
que besan la pureza y la fecundan
en cada fugitiva reverberación.

Mas el alma, que es tránsito,
para recomenzar de nuevo el juego
de la muerte, por volar, por fluir
y hacerse espacio, otra vez toma el rumbo
de las constelaciones…

SUB ESPECIE MORTIS

(Una visión del alma)

I
¡Oh, qué velo se ha rasgado,
qué entrega, tan profunda, de la noche,
qué infinita la tierra, qué aires
y qué ruegos infinitos, qué silencio
profundo al cabo el campo!
¡Ese árbol alzado sobre suelos
de estrellas que su savia incendiada,
el tronco que discurre umbrío
y armonioso por lo eterno, sus frondas
celestiales, el verdor que no cesa
de alumbrarle testigo
de unos signos sagrados,
y esa antigua abertura, señalada en su copa,
a todas las corrientes de los cielos!
¡Ese nacer y ser humildemente,
pasivo y arribado al instante,
en medio de la nada o en presencia
de todo cuanto vive:
beneficio visible de invisibles regiones,
incendio en pie que alberga,
como un alma purísima,
en sí todo el paisaje:
las sierras que susurran
un cántico de dioses, y esos vuelos
y esos pájaros que en tu espacio
se erigen, árbol, desde una antigua estación!
Uno canta, entre todos,
más allá de esas ramas.
Lo ampara el tiempo mísero
pasado aquí en la tierra, condenado al pelaje
de las más sucias sombras, rebotando en los lindes
del mundo conocido, sin cruzar el umbral.

Pájaro cautivo que, mientras la luz
caía, era la luz traslúcida
que su ser nos mostraba:
junto al caos, allá afuera,
inseguro existía, enlazado
a un volar a través de las formas,
soportando, con ellas, el implacable tiempo,
el flujo de las noches
presente en su mirada.
Era ¿qué carne tibia y qué fuente
de una antigua aflicción,
de un exilio qué pasto
en la tierra acabado, qué oráculo
de sangre cumplido en su materia?

II
Tú estás, pájaro, desterrado,
y por ti el aire
con su figura revelada
va volando. Se estremece
ante ti, roza tu carne,
a tu bosque de plumas lo suspende
y con fragores de sombras lo arrulla
al acecho de la luz.
En él está, y no en ti,
lo que es visible. Y en su soplo
remoto de dios escondido tu cuerpo
aún no se conforma: la cola trae el destino,
al mundo lo somete, ¿o es el mundo
quien cede a tu volar incierto?
Tú te viertes en todo, haces signo
el paisaje, con los miembros
hundidos en natales guaridas
al origen no enlazas. Sobre las ramas dóciles
en que tú, hoy, te posas
te guardaba la madre de la altura
del miedo. ¿Fuiste presa, entonces,
de un crecer increíble, de un éxtasis
perenne en este aire nutricio
que mana del silencio?
Nos descubres tu canto desde un muro
de fuego. Es un canto de queja
derramado en la noche, dirigido
a ese viento que para ti deseas
no sólo atravesarlo.
Ese viento se quiebra
de tanta transparencia,
por su levedad se distancia;
óyese su rumor en todo
el campo, su latido intentado
que es latido del mundo,
el que tú en vano logras
pues su huida es perpetua.

Aire como la más fiel presencia
de la muerte; aire en la noche,
testigo de dos reinos: su cadencia
es la vida, su transcurrir el llanto,
a cada soplo suyo, oscuras, las cosas
se conforman, por su soplo
(angustiado) en todas las esencias
se abre el infierno.
Para que a ti te abrase
y reencarne en ti lo que está abierto,
como a una flor intentas respirarlo.
«Poséeme, le dices, con tu aliento,
al par de los abismos llévame,
pues tu cáliz alzado, de mi exilio,
es la marca perfecta.
Tú eres bálsamo y mirra
de un vasto dominio, úngeme
con tus podridos pétalos
y que la exhalación negra de tu vientre
me traspase. Quiero fundirme
contigo, agotarme en tu faz,
hasta que por la noche,
en ti, aire incendiado,
muera yo para vivir.»

III
Llega la muerte y tiembla por el vasto país,
arrasa con sus círculos todo fuego sagrado,
el tiempo lo destruye, ni los dioses
se curan, ni se salvan los muertos
de un silencioso estar,
de un estar que es olvido
y sueño en otro sueño
y el más arcano valle, la sima
más extensa entrañada al origen
que el vacío desgarra.
¿Quién puede soportarte, luz
intensa, en el umbral de tu reino,
cuando otra carne esbozas
y los seres ya mezclas, y los pasos
más hondos al fin al caos nacidos:
el curso de los cielos
al ritmo de los miembros derrotados?
Sólo quien en el conjuro anduvo,
el que amasó su rostro
a una meta sagrada, su existencia
al vacío, de los nombres, fluyente,
aquél que ya sabía lo ilegible
del mundo pues lo alto cifraba
y acudió a la soledad
para poder entreverlo…
El pájaro y el árbol,
el amplio vuelo y la enramada alta
que penetran los espacios de la luz
y la sombra como el viento,
en todas las partes siempre,
todos los orbes cubriendo
hasta llegar al fin.
Pues cuando muere el pájaro,
el pájaro no muere, sino en la muerte vive,
y desconocen los hombres qué ámbito
se alza, tras sus alas. Es un mundo
escondido, un boscaje o un aire
que los ojos no ven, que siente
el pensamiento. Es la presencia pura
del universo lo que miran, el jardín,
tan ardiente, del sentido perfecto,
el verdadero árbol donde todo se une
sobre la superficie sin fondo
y el fondo sin memoria
de la eternidad.

IV
Sí, apenas es vencido por el pájaro
el árbol, el pájaro se pierde.
Encarna en su semblante un destino
logrado: el unir con su vuelo
los espacios abiertos donde la vida
triunfa y las ciegas derivas,
el seno de los muertos, los centros
de una mente transida por el caos.
Mensajeros de los fondos, con una luz
difusa, él, todo lo ilumina:
cómo respira el cosmos tornándolo
a lo íntimo, cómo se da en su aliento
fuera de sí, a las cosas, y entre ellas
se pierde, y cómo, en fin,
es lugar donde todo pasa
y no cesa más allá de la noche.
Son las cosas, los hombres quienes sin él
se extrañan: alimentan en vano
su ansia de absoluto
y aquel antiguo sueño que, bajo el manto
de los astros, los juntaba al infinito.
Con su solo rumor la luz asciende,
se entrevé en el éxtasis
el singular encuentro, la abertura
a los signos y a los rostros terrestres
que el límite inmenso de la muerte
ha logrado existir. Los seres ya no son,
para él, los mismos seres, ni sangran
junto al frío las sombras de la noche
como antes. Estas sombras nos lavan,
con su misterio imponen una enorme
intemperie, el azar virtuoso
y otro tiempo
que, inmóvil, ya nos cambia.

Tiempo de la pasión, tiempo
de la certeza, abismo silencioso
que nos da antiguos pasos, muerte
no oculta ya que nuestra vida amasa:
la vida con la muerte, la muerte
con la vida, confiadas. Dulce placer
de estar así tornado, con todo en alianza,
con estas claras manos y el sendero
tan cierto del amor.
(¿Tal vez es ésta nuestra suerte?)
Y el alma, como un pájaro,
el rumbo toma de las constelaciones.