A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
SUEÑOS PESADOS [Mi poema]
Antonio Piedra [Poeta sugerido]New
MI POEMA... de medio pelo
Su cerebro reprocesa
y en sus sueños le delata
y sigue y le da la lata
pues de recordar no cesa,
le insiste no le interesa,
le tiende un puente de plata
que a su pasado retrata,
y a su mente tiene presa.
La misma que retrotrae
de su historia cada paso
que aunque ya no le haga caso
le refresca la memoria,
cual soldado de Petroria
que ha luchado a cielo raso
y en ese magma tan graso
sobrevive entre la escoria.
Luego se pone a pensar
y le asusta el panorama,
y decide ir a otra trama
para allí intentar soñar,
sueños con flor de azahar
de colores verde y grana
que escupan la mala gana
animándole a gritar.
Pídele benevolencia
y a sus reclamos no atiende.
¡oh,dios! que de ti depende
que se evite esta condena,
no permitas que esta pena
a sus lágrimas arriende
tiendele una mano, tiende,
que hoy el dolor le cercena.
©donaciano bueno
MI POETA SUGERIDO: Antonio Piedra
VOLVER A VER
También Ovidio, en el Ponto Euxino,
calmó las bullas con granizo
y, cuando los ardores fueron mármol,
una tristeza dorada dio nombre
a cada esquina de la dulce Roma.
Todo destierro es eso:
atraco de melancolía,
una exclusión gratuita,
y una pregunta por el cielo:
¿éste será el mismo que poseía?
El mismo, el mismo que el acerolo
de los sueños ordinarios.
(De Edades de la sonante espuma)
NOCHE CARIBE
Un año apenas,
y aquellas palomas de san Bernardo,
que por su velocidad tan purísima
nos parecían otras y las mismas,
hoy he vuelto a verlas en su retiro
de invierno y sé que no:
que son definitivamente otras.
Las que fueron sobre el tejado
secreto y navío de la escarcha
evaporaron su hermosura
porque al raso de las ojivas
vosotros y yo,
pasión y criatura,
no somos sino etiquetas de un azul
errante y mortecino.
Sí, pero las otras, las que no visteis
en su laberinto de naranjales
y dejaron en mi noche caribe
un atropello de sedas y un sollozo de nieve,
esas, precisamente esas,
con su tiempo de arquero
y patrulla febril,
esas, lo juro, son las mismas.
(De Edades de la sonante espuma)
CULTURA
Apiádate del turismo.
La cultura al fin es como el amor:
un sauce a la intemperie y tú.
Lo reconozco
sin esa náusea del futuro
que cede gratis bastanteos al hedor:
soy parte del tropel de reposteros
que ha hecho de la modernidad
la jareta descendente del espíritu
y un panfleto social del alba.
Con la neuralgia de los ismos
hemos creado deidades sometidas,
políticos caníbales,
intelectuales de jabonera,
obras de joviales enterradores,
y un sentimentalismo astuto
de lencería fermentada.
En resumen: un percutor de ruidos
para una sociedad pletórica
en accidentes profundos
y en soledades de cimbel.
A pesar del progreso coronado,
el triunfo de los sexadores
ha sido más bien relativo.
Dentro hay una resistencia solapada
–libertad de origen–
que oxigena el cansancio permitido.
Y emergen primaveras,
que revienta muros en Berlín
y piraterías salvajes de Wall Street,
en hermosos desfiladeros.
Y ahí, en masteleros eternales,
Tristán e Isolda en el acantilado,
Romeo y Julieta en su realidad niña,
los pensadores griegos y cristianos
en sus confidencias de aurora, y tú…
tú moldeando el embuste de la boca
hasta el próximo sorteo de un beso.
(De Estamos en alta mar)
Canción de Cuna
La carita de Aída
tiene un antojo
que los ángeles pintan
con estrellinas de oro,
con estrellinas de oro
sujeticas al cielo,
en los labios perdidos
se tropiezan los besos;
se tropiezan los besos
entre mil arreboles,
mientras la niña ríe
los pucheros que pone,
los pucheros que pone
llevan todos regalo,
en los suaves hoyicos
de su rostro rosado;
de su rostro rosado
brillan cristales,
los ojitos de Aída
acunan los aires.
MI POETA INVITADO: Cristina Rivera Garza
Música de fondo
A veces se quitaban la piel y la colgaban
de los tendederos. Eso sucedía las mañanas
en que amanecían exhaustas, las mañanas
en que estaban a punto de decir no-aguanto-más.
Y la piel ondeaba de cara a la luz más preciada.
Y la piel se mecía en los brazos del viendo, que son
los Brazos de Nadie, como si no existiera en realidad
ninguna razón para morir.
Olorosa a tacto y a pólvora y a flores de plástico
y también a limón, la piel mostraba sus cicatrices
con esa indiferencia que frecuentemente se confunde
con el orgullo.
Era un cuadro de aspiración bucólica y de belleza naíf.
Si no hubiera sabido que eran sus pieles,
sus pieles en esas mañanas en que estaban muy cerca
de sumergirse, habría podido pensar que se trataba
de un spot televisivo al que solo le faltaba la música
de violines y hachas.
Las feministas
Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.
(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento.)
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose.
Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que es el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos,
de patrocinios.
Estaban heridas de todo (y todo aquí quiere decir
la historia, el aire, el presente, el subjuntivo,
el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más
que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas
más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes.
Dichosas más que dichas.
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
Caminaban en días de iracunda claridad como musas
de sí mismas
(eso ocurría sobre todo en el invierno cuando
los vientos del Santa Ana iban y venían
por los bulevares de Tijuana, arrastrando envolturas
de plástico y el polvo que obliga a cerrar los ojos
y negar la realidad)
a la orilla de todo, bamboleándose
eran la última gota que cuelga de la botella
(la mítica de la felicidad o la aún más mítica
que derrama el vaso o el sexo
impenetrable en la mismidad de su orificio)
y caían.
El colmo.
La epítome.
El acabose.
(Por debajo de estas frases debe olerse el tufo que deja
tras de sí el viento horizontal.)
Supongo que solo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres o, a veces, sin ellos, besaban
labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines
y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían
compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces.
Prehumanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más
que conscientes. Subrepticias más que críticas.
Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
Fumaban de manera inequívoca.
Cambiaban de página con la devoción y el cuidado
minimalista de las enamoradas.
Siempre andaban enamoradas.
En los días sequísimos del Santa Ana elevaban
los rostros y se dedicaban a ver (podían pasar horas
así) esas aves que, sobre sus cabezas, remontaban
lúcidamente el antagonismo del aire.
Y el Santa Ana (y aquí debe oírse una y otra vez
la palabra) (una y otra vez) despeinaba entonces
sus vastas cabelleras ariscas. Sus cruentas pestañas
(una y otra vez).
Editorial Tránsito